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Los expedicionarios Bane se aseguran una buena comida… de la que también disfrutarán los lobos de la Llanura.

Tras oír el grito, aunque no con tanta claridad como los hombres de las murallas de Broken, Keera y Veloc han saltado de su escondrijo al otro lado del Puente Caído. Se apresuran entre la abundante hierba de la primavera, que se alza por encima de sus rodillas, para unirse a Heldo-Bah, que se había avanzado a comprobar si había algún miembro de la Guardia de Lord Baster-kin que patrullara esa porción de la frontera de los llanos del gran mercader. A Keera le hierve la sangre de rabia y mantiene la nariz alzada para localizar a su problemático amigo.

—¡Se lo he dicho! —sisea—. Tú lo has oído, Veloc. He dicho que nada de matar.

—Nada de matar si no es necesario —contesta con tranquilidad su hermano, al tiempo que levanta el corto arco por encima de la cabeza, alcanza una flecha de la aljaba que lleva a la cintura y la carga—. De hecho, eso es lo que has dicho, Keera. Y a lo mejor sí que era necesario.

—A lo mejor era necesario —se burla Keera—. Sabes tan…

Pero acaban de llegar a una pequeña circunferencia de hierba violentamente aplastada, como si allí se hubiese producido una pelea. Al borde de la misma, escondidos entre la hierba alta, encuentran no solo a Heldo-Bah, sino también a un soldado de Broken. Se trata de un joven musculoso que alcanzaría más de un metro ochenta si sus piernas no estuvieran plegadas y atadas con tanta fuerza a los brazos por medio de una cuerda hecha de tripa que los pies quedan dolorosamente pegados a los muslos. Heldo-Bah, con una suave risa socarrona, está metiendo pedazos de tierra húmeda en la boca del cautivo. El soldado sangra cerca de una rodilla, pero en su cara de muchacho bien educado hay más pánico que dolor.

—Parece que acaban de cambiar la guardia —dice Heldo-Bah a Keera mientras se pone en pie—. Así estamos a salvo mientras terminamos lo nuestro.

—¿Eso te parece? —pregunta Keera, enojada, mientras lanza una serie de puñetazos al brazo de Heldo-Bah—. ¿Con el grito que ha soltado? ¿Cómo puede ser que incluso tú seas tan estúpido, Heldo-Bah?

—Qué le voy a hacer si el tipo es un cobarde —responde Heldo-Bah, frotándose con amargura el punto donde lo ha golpeado Keera—. No lo había tocado. Nada más ver mi cara se ha puesto a gritar como una niña. Además, me he asegurado de que estuviera patrullando solo.

Al mirar la cara del soldado, los rasgos de Heldo-Bah se llenan de placer una vez más; muestra con una sonrisa los dientes afilados con su hueco negro y azuza la armadura de cuero granatoso del joven con uno de sus cuchillos de saqueador.

—Mala noche para ti, Alto —le dice mientras retira una banda ancha de latón que rodea los músculos del brazo del soldado. En el centro de la cinta se ha labrado la imagen de un rostro barbudo y sonriente con ojos almendrados vacíos y una nariz fina con las fosas muy abiertas y labios carnosos… Una imagen de Kafra. Eso identifica al soldado cautivo como lo que esperaban encontrar los tres Bane: un miembro de la Guardia Personal del Lord del Consejo de Mercaderes[40]. A Heldo-Bah le da más placer juguetear con ese hecho que con la baratija brillante.

—Es probable que Baster-kin te sentencie a la mutilación por este fracaso. —Se ríe—. Suponiendo que no te matemos antes nosotros, claro.

El soldado empieza a sudar abundantemente al oírlo y Veloc lo examina con desdén.

—Un buen ejemplar de las virtudes de Broken —decide el Ba­ne guapo—. Mantenlo con vida, Heldo-Bah. Si salimos de esta sin algo de información útil, el Groba se quedará con nuestras pelotas.

—No hará falta que esperéis al Groba —anuncia Keera, con la mirada siempre atenta al paisaje que la rodea—. Si lo matas, te las cortaré yo misma, Heldo-Bah. Ya te he dicho que no somos Ultrajadores. —Se calla, una vez más con la nariz al viento—. El ganado —dice, y echa a andar hacia el este.

Una decena de metros más allá, la hierba alta se convierte en pasto recortado por el ganado. Los tres Bane avanzan con la tripa pegada al suelo y desde allí distinguen las siluetas del ganado doméstico, y bien alimentado, recortadas contra el azul profundo del horizonte.

—La Luna ha despejado los árboles —dice Keera, al tiempo que señala hacia una semicircunferencia de luz que brilla en el cielo, justo al este de su situación.

—Un buen presagio —declara Heldo-Bah—. Es que, Keera…

—¡Guarda silencio, blasfemo! —ordena Keera con impaciencia—. Un buen presagio para los Bane cuando no están desafiando al Groba ni robando. Hemos de ser rápidos; la luz aumenta el riesgo. —Se vuelve hacia su hermano—. De acuerdo, Veloc, démosle su cena al gruñón. Heldo-Bah, interroga a ese soldado, pero no le hagas daño.

Veloc se queda mirando el ganado.

—Cogeremos un novillo. Sé de algunas mujeres que harían cualquier cosa por un buen cuerno de vacuno, dicen que aumenta el placer…

Keera le da un golpe en la cabeza con la mano abierta.

—No termines esa frase, cerdo. Por todos los santos, entre los dos me vais a volver loca. Asegúrate de que sea un novillo, Veloc, y no un adulto. Bastante mal está matar a cualquier animal con cuernos estando alta la Luna, pero aún peor sería un toro sagrado[41]

—Hermana —la reprende Veloc—, al contrario que Heldo-Bah, conozco los artículos de nuestra fe. No es probable que yo cometa un sacrilegio tan serio.

—Bueno, sea con pelotas o con cuernos, tráeme carne —declara Heldo-Bah—. Para cuando termine con nuestro amigo, necesitaré una comida decente.

Veloc se pone en pie con su pequeño arco listo y avanza hacia el pasto. Tanto él como su hermana figuran entre los mejores arqueros de la tribu Bane, y Veloc apenas se preocupa de apuntar antes de soltar una flecha. De inmediato, suena un gemido ahogado de un novillo y los Bane alcanzan a ver que la flecha de Veloc asoma por el cuello de la bestia en lo que parece un lugar ideal; incluso a la mitad de distancia habría sido un tiro digno de mención.

Heldo-Bah palmea la espalda de Veloc para felicitarlo.

—Buen tiro, Veloc. ¡Esta noche cenaremos bien! Y ahora, rápido, id los dos a por las grupas y las tiras de la espalda mientras yo hablo con nuestro prisionero. —Veloc y Keera se alejan al trote y Veloc sonríe por las alabanzas de su amigo—. Eso es —añade Heldo-Bah en voz baja—. Ve y tráeme mi cena, vanidoso.

Heldo-Bah se vuelve para caminar deliberadamente a grandes zancadas hacia el sufrido soldado, pero se detiene al oír que Veloc suelta un grito sofocado: mirando de nuevo hacia el pasto, el expedicionario desdentado ve que el novillo se ha levantado inesperadamente y ha estado a punto de reventarle las tripas a quien se disponía a ejecutarlo: la flecha no había hendido la carne del animal tan profundamente como creían. Como comprende la situación en que se halla su hermano, Keera sale corriendo en su ayuda. Heldo-Bah, en cambio, se limita a menear la cabeza con una risilla.

—Antes de perseguir a un novillo herido en la oscuridad, soy capaz de acostarme con uno de los espíritus del río de Keera.

El soldado cautivo suelta un suave quejido. Cuando Heldo-Bah se vuelve de nuevo hacia él, el aspecto del expedicionario se ha tornado mucho más inquietante de lo que conocíamos hasta ahora de él. Rabia, locura, desesperación, jocosidad: Heldo-Bah ya ha exhibido todos esos sentimientos.

Sin embargo ahora, por primera vez, al quedarse a solas con el soldado, parece claro que sus alusiones de pasada a la posibilidad de matar tienen algo que ver con su experiencia.

Así lo percibe el soldado y sus gemidos se vuelven más penosos.

—Ay, no te pongas así, Alto —le dice Heldo-Bah en voz baja—. Considéralo como una pequeña muestra de la vida de los Bane.

De un tirón doloroso del cuello de la túnica del joven guardia, obliga al cautivo a ponerse de rodillas. En esta posición, pueden mirarse a los ojos: Heldo-Bah acerca su cabeza a la del guardia y luego gira ambas caras hacia la brillante Luna.

—Qué distinto se ve todo desde este punto de vista, ¿eh?

Los ojos como platos del joven delatan con toda claridad que tiene a Heldo-Bah por loco y el pánico le obliga a inspirar con demasiada fuerza, lo cual provoca que se suelte parte de de la tierra que tiene en la boca. Cuando el polvo alcanza la garganta se empieza a ahogar; si Heldo-Bah no lo ayuda, está a punto de morir y ambos lo saben. Sin embargo, el expedicionario sigue estudiándolo con calma.

—Sienta mal que te traten peor que a un animal inútil, ¿verdad, Alto? Tengo una idea. Te voy a salvar la vida. Así, tu orgullo típico de Broken se acabará para siempre.

Heldo-Bah saca el terrón de la boca del guardia; el cautivo escupe y, con una arcada, suelta una baba amarilla. Recupera el aliento con ruidosas inspiraciones y enseguida descubre que Heldo-Bah le ha apoyado un cuchillo en el cuello.

—Bueno, bueno, nada de hacer ruido o gritar, Alto. Antes de que alguien pudiera oírte estarías muerto.

El soldado apenas puede jadear.

—¿Me vas a matar? —pregunta.

—Es… una clara posibilidad. —Heldo-Bah mantiene un cuchillo apuntando al soldado—. ¿Cuántas ganas tienes de instruirme?

—De… ¿qué? —tartamudea el guardia.

—¡De educarme! —contesta llanamente Heldo-Bah—. No soy más que un expedicionario Bane, Alto. No sé nada sobre las cosas verdaderamente importantes de la vida: vuestra gran sociedad, por ejemplo, y las leyes que mantienen su grandeza… —Heldo-Bah permite que el cuchillo haga brotar un poco de sangre de la piel del cuello del soldado y luego le enseña la hoja pegajosa para que pueda ver la sangre con toda claridad a la luz de la Luna—. Por ejemplo, ¿qué podría llevar a los sacerdotes de Kafra a matar deliberadamente a un camarada tuyo enfermo en nuestro lado del río?

—¿De qué estás hablando? —gime el cautivo.

La pregunta lleva de nuevo el cuchillo al cuello.

—Puedo hacer un corte más profundo, Alto, si te haces el ignorante. Perteneces a la Guardia de Lord Baster-Kin, te enteras de todo lo que ocurre a este lado de la frontera.

—Pero… —La creciente presión del cuchillo está provocando lágrimas de desesperación en el joven—. Pero es mi primera patrulla, Bane. Tan solo sé lo que ha ocurrido esta noche.

El gesto de placentera amenaza de Heldo-Bah se desmorona.

—Estás de broma.

—¿De broma? ¿En este momento?

—Entonces, mientes. ¡Tiene que ser mentira! ¿Tu primera patrulla? Ni siquiera yo tengo tan mala suerte.

El guardia menea la cabeza con tanto entusiasmo como le permite el cuchillo del Bane.

—Te digo que no sé nada… —Entonces, una tenue luz de reconocimiento alumbra sus ojos—. Espera.

Heldo-Bah echa una rápida mirada hacia el pasto. Veloc y Keera acechan al novillo, que, herido de muerte, resulta aún más peligroso en los últimos estertores.

—Ah, claro que espero, Alto… Te aseguro que no me voy a juntar con esos dos…

—Algo he oído… En mitad del lío. Algo sobre una ejecución.

—¡Bien! Tus posibilidades de sobrevivir esta noche acaban de experimentar una enorme mejoría. Bueno… ¿a quién ejecutaron? ¿Y por qué de esa manera?

—¿De qué manera?

—La manera en que lo mataron, maldita sea. ¿Por qué lo obligaron a cruzar el río, lo mataron con flechas rituales y luego dejaron el cuerpo intacto, con las flechas clavadas? A los Altos no se os ha pasado de repente el gusto por la religión y por la riqueza, ¿verdad? Esas flechas eran de la Sacristía del Alto Templo, ya lo sabemos, y para hacerlas se ha usado mucho oro y mucha plata. ¿Qué significa todo esto?

—No… solo sé lo que te he dicho, ¡lo juro! He oído a dos soldados hablar sobre una ejecución que se celebró hace algunos días. Uno le preguntaba al otro si le parecía que había salido bien.

—¿«Salido bien»? —Heldo-Bah no esconde su escepticismo—. ¿Con casi media docena de flechas? ¡Claro que salió bien! ¿A qué juegas, Alto?

El cuchillo vuelve a apretar y el guardia tiene que esforzarse por no romper a llorar.

—Creo que no… O sea, parecía que hablaran de otra cosa. No de si habían conseguido matar al hombre, sino… Otra cosa.

—¿Como por ejemplo…?

Heldo-Bah vuelve a hacer sangrar al joven, acercándose a algunas venas vitales que palpitan en su fuerte cuello.

—¡No lo sé! —solloza el cautivo—. En el nombre de Kafra, Bane, te lo diría. Si lo supiera… ¿por qué no iba a decirlo?

Heldo-Bah se levanta como si estuviera preparándose para cortarle el cuello al joven; sin embargo, lo frena la visión de las lágrimas que corren libres por sus mejillas y, con gesto de enojo, encaja los cuchillos en sus vainas.

—Sí, supongo que dices la verdad, Alto. Y supongo que sí tengo tan mala suerte. Esta noche, como siempre… —El expedicionario mira una vez más hacia el pasto y luego sisea—. ¡Así reviente![42] ¡Y esos dos aún no me han conseguido la cena!

Fuera, ente el ganado, el novillo herido persigue a Veloc en un círculo cada vez más prieto mientras su hermana se desplaza para atrapar el largo y ensangrentado pelo que cuelga del cuello y los hombros del animal. Keera está a punto de conseguirlo, pero el novillo la lanza a diez metros de distancia de un cabezazo. Ella se incorpora y se queda sentada: mareada, mas ilesa.

—Parece que esta noche será una completa desilusión —gime Heldo-Bah.

—¿No me vas a matar? —se atreve a preguntar el cautivo, recuperando algo de fuerza.

—Ah, me encantaría, no te equivoques. Solo que esa mujer que ves allí me dejaría peor que muerto si yo…

—¿De verdad? Creía que los Bane no conocíais la compasión…

Heldo-Bah suelta una carcajada rabiosa.

—¿Nosotros? ¡Sois vosotros, demonios largiruchos, los que infligís sufrimiento sin el menor remordimiento! Además, ¿qué se ha hecho de Kafra y su hermanito, el Dios-Rey? ¿No van a librarte de nuestra terrible ira?

Olvidando el terror, el guardia grita de repente con un hervor de rabia indignada en la voz:

—¡No ensucies esos nombres al pronunciarlos, pequeñajo impuro…!

Heldo-Bah ríe ahora de todo corazón.

—Bien, Alto… ¡Bien! Simplifiquemos las cosas. Tú me odias, yo te odio. Los dos por principio. No me gusta la confusión. —Saca del cinto un cuchillo de destripar y señala una vez más hacia el pasto—. Mira mi amigo, ese de ahí… ¿Sabes que se ha pasado toda la noche destrozándome los oídos con sus viejas mentiras sobre que en otro tiempo todos los hombres medían lo mismo? Ya me dirás tú qué estúpido…

Suena un grito ahogado de alarma apenas reprimido por Veloc, que agita los brazos frenéticamente para que lo vea Heldo-Bah; pero este se limita a sonreír y devolver el saludo.

—Oye, Bane —dice el cautivo, que se envalentona más todavía al darse cuenta de que estos tres no pretenden matarlo—, ya sabes que mis camaradas volverán pronto. Tendrías que soltarme ahora…

Heldo-Bah cavila mientras ve lo que va ocurriendo en la pradera.

—Te conviene esperar que mis amigos se libren de los cuernos de ese novillo —contesta en un tono despreocupado que devuelve al joven buena parte de su pánico—. Porque si depende de mí, muchacho, morirás seguro. Pero está ese asunto desconcertante de la estatura… Te propongo una cosa: ayúdame a resolverlo. Y luego puede que te suelte.

—¿Qué quieres saber?

—Es preocupante —contesta Heldo-Bah, achinando los ojos para mirar al soldado y todavía con una mezcla de amenaza y camaradería en la voz—. Si es cierta esa historia de que todos los hombres tenían la misma estatura antes de que construyerais vuestra ciudad maldita,[43] significaría que la creación de los Bane no fue obra de ningún dios, ni el vuestro ni el nuestro, ¿no? Y eso significaría que los Altos, en cierto modo, se ganaron la maldición, ¿no? —Heldo-Bah vuelve a acercar mucho su cara a la del joven—. Y eso significaría que sois responsables de muchas cosas, ¿no?

Un rugido más alto del novillo interrumpe al expedicionario y luego sigue el inquietante sonido que emite Veloc al correr con las nalgas a escasos centímetros apenas de los agitados cuernos del animal moribundo, mientras Keera pasa corriendo una vez más junto al animal.

Heldo-Bah frunce el ceño.

—Bueno… Supongo que me lo tendría que haber esperado. Es el precio de ser mártir de tu propia digestión, Alto… —Agarra con tanta fuerza el cuchillo de destripar (casi tan largo como su antebrazo) que se le blanquean los nudillos—. Permanece en tu puesto —se burla mientras se agacha para recortar un pedazo de tierra llena de hierbas y lo embute en la boca del guardia—. Solo voy a terminar con ese novillo. —Heldo-Bah deja caer al suelo el brazalete de latón del cautivo—. Toma —le dice—. Que tu dios te haga compañía. Y reza, muchacho…

Solo al salir a la pradera despejada Heldo-Bah se da cuenta de que tanto él como sus amigos han perdido ya demasiado tiempo en sus diversos entretenimientos: no tardarán mucho en llegar nuevos miembros de la Guardia de Lord Baster-kin para averiguar qué es lo que tanto inquieta al ganado. Heldo-Bah toma el balón de odio que a lo largo de toda su vida ha mantenido por Broken y lo redirige momentáneamente hacia el animal herido; lo mira fijamente a los ojos de un modo que subyuga al novillo por un instante, lo justo para que Heldo-Bah pueda saltar a su grueso cuello y obtener un firme agarre con sus fuertes piernas. Luego, con un movimiento experto, alarga el brazo que sostiene el cuchillo de destripar y traza un corte a lo largo del cuello del animal, mandando un chorro de sangre caliente hacia las agotadas piernas de Veloc. A los pocos segundos se desploma el novillo y Heldo-Bah salta al suelo y se sacude el polvo en la sangre de la túnica.

—Ya sabía que ibas a fallar, Veloc —dice mientras Keera se postra ante la cabeza del novillo muerto.

—Una excelente maniobra, Heldo-Bah —contesta Veloc, enojado—. ¡Lástima que no pudieras hacerlo antes!

—¡Callad! —ordena Keera.

Luego se vuelve de nuevo hacia el novillo y murmura una serie de frases con ritmo monótono, aunque severo.

—Teme su ira —susurra Veloc—. No ha muerto rápido.

—No, y por eso mismo nos hemos entretenido demasiado aquí —replica Heldo-Bah, aunque no tan alto como para que lo oiga Keera.

A los pocos segundos ella se pone en pie, tras haber suplicado, tal como anunciaba Veloc, la piedad del novillo.

—Vosotros, daos prisa —urge Keera mientras recorta una grupa del novillo—. Heldo-Bah, si quieres tus preciadas tiras tendrás que cortarlas tú mismo.

A toda prisa, Heldo-Bah raja el esqueleto del novillo y deja sus entrañas sobre el suelo de la pradera, en una masa humeante. Se adentra aún más y recorta con limpieza las largas tiras de músculo que se extienden a ambos lados de la espina dorsal, unos manjares con los que lleva muchos días soñando. Tarda menos en hacerlo que los otros dos en arrancar la otra anca. Los tres se disponen a regresar corriendo al río, donde los esperan sus sacos, pero apenas han dado unos pocos pasos cuando Keera se queda alarmantemente tiesa y les manda parar. Heldo-Bah y Veloc ven cómo el miedo le abre de repente los ojos.

—¿La pantera? —murmura Heldo-Bah.

Keera menea la cabeza con un solo movimiento rápido.

—No… Lobos. Muchos.

Veloc mira hacia atrás, a los restos del novillo.

—¿Vienen por la carcasa?

Preocupada, Keera sacude la cabeza.

—Puede que hayan olido la sangre, pero… Están en esa dirección. Por donde hemos…

Los ruidos procedentes del lugar en que los tres Bane habían dejado al guardia de Broken atado hacen inútil cualquier explicación posterior; a ninguno de los tres expedicionarios le hace falta ver lo que está pasando para saber que la manada de lobos ha decidido atacar con rapidez la comida más fácil de conseguir. Los gritos agónicos del soldado indefenso señalan que la manada trabaja veloz: en medio minuto se ahogan los gritos y los gruñidos propios de quien come sustituyen a los aullidos.

Keera sabe que todos los lobos que no obtengan un lugar de inmediato junto al cuerpo del guardia se acercarán en busca de otros alimentos y el olor de la sangre del novillo los envalentonará hasta tal punto que no dudarán en atreverse con los humanos.

—Hemos de movernos trazando un amplio círculo para volver por encima del río —anuncia—. Deprisa, los demás soldados también lo habrán oído.

Empieza a moverse y Veloc sigue sus pasos, pero Heldo-Bah duda.

—Adelantaos vosotros dos —declara—. Yo quiero ese brazalete de latón.

—No seas idiota —espeta Veloc—. Ya has oído lo que ha dicho Keera.

—Coge la carne —contesta Heldo-Bah, al tiempo que lanza las tiras a Veloc—. Me reuniré con vosotros en el puente.

Sin dar tiempo a mayores discusiones, Heldo-Bah desaparece a toda prisa.

Con la intención de permitir que los lobos avancen hasta la carcasa del novillo, Heldo-Bah traza un amplio círculo por el campo hasta el punto en que había dejado al guardia. Mientras corre, el expedicionario dedica sus pensa­mientos al joven, aunque no con mucho remordimiento: más le ocupa la curiosidad acerca de cuánto van a comer de su cuerpo los lobos antes de pasar al novillo y cómo se habrá sentido ese joven, tras acostumbrarse a las comodidades a lo largo de su corta vida, cuando en su primera noche de patrulla ha tenido que enfrentarse a todos los horrores de la vida salvaje sin armas, sin camaradas, sin libertad siquiera. Este último pensamiento pinta una sonrisa en el rostro de Heldo-Bah cuando alcanza un punto desde el que ya oye gruñir sobre los restos del soldado a los pocos lobos que aún no han abandonado su carne para partir en busca del más rico alimento que ofrece el novillo. Cuando cesa el sonido, Heldo-Bah repta de nuevo hacia el sur. Pero ni siquiera él es capaz de mantener la sonrisa cuando descubre los restos.

Los lobos han desgarrado las extremidades del joven, junto con los tendones que las unían al cuerpo, y el brillo de las cavidades óseas, blancas y mondas, refulge en la entrepierna ensangrentada y a la altura de los hombros. La armadura ha frustrado los intentos de adentrarse en el cuerpo, pero la cabeza permanece ladeada, casi segada por completo, y los ojos bien abiertos ya casi no reflejan la luz de la Luna. Heldo-Bah estudia los restos y luego recoge del suelo el brillante brazalete y echa a andar hacia el río. De todos modos, se detiene al cabo de unos pocos pasos y se vuelve para mirar una vez más los ojos aterrados y mortecinos de su joven cautivo.

—Bueno, muchacho —murmura Heldo-Bah—, esta noche has hecho todo un aprendizaje sobre los Bane. —Sus labios agrietados se tensan por última vez para mostrar algo más complejo que la crueldad—. Lástima que nunca tendrás ocasión de ponerlo en práctica.

Tras agacharse a recoger la daga del soldado, que había quedado más o menos a la altura de su maltrecho hombro, Heldo-Bah echa a correr a la velocidad suficiente para alcanzar a sus compañeros antes de que lleguen al Puente Caído.