El relato del senescal y la continuación de la tregua…
El senescal cuenta hasta el final la historia completa del joven Rendulic Baster-kin y la aprendiza de sanadora conocida tan solo como Isadora, mientras Ernakh y los hijos del sentek ríen con ganas y se llenan las tripas al otro lado de la partición de la tienda. Para cuando Arnem y Radelfer montan en sus caballos para sumarse al encuentro al sur del campamento de los Garras, el sentek, tras asegurarse de que los niños van a estar bien cuidados en la tienda durante su ausencia, ha querido confirmar también que la sorpresa y la impresión provocadas al principio por las revelaciones de Radelfer ya se han desvanecido, para que no interfieran en su estado de ánimo durante el inminente parlamento. Pero ahora el sentek ha tomado consciencia no solo de lo lejos que hunde sus raíces la historia entre Isadora y el Lord Mercader, sino también de la naturaleza íntima y peligrosa de la misma, así como de una serie de datos sobre Rendulic Baster-kin, desconocidos hasta ahora, que Radelfer encontró tan preocupantes como para arriesgar su vida en el esfuerzo de salvar, si no a la misma Isadora, por lo menos a la mayor parte de sus hijos, tal como ella le había pedido. Mientras cabalgan hacia la entrada meridional del campamento de los Garras, Arnem está ya tan convencido como el senescal fugitivo de que no cabe esperar que ocurra nada bueno tal como están configuradas las cosas ahora mismo en la ciudad. El principal soldado de Broken tendrá que convencer a sus oficiales para que no marchen hacia el Bosque de Davon, sino de vuelta a la montaña de Broken. Y también necesitará rogar que el brazo militar de los Bane, junto con el desmembrado brujo Caliphestros y su antiguo acólito, Visimar, secunde su esfuerzo y asuma por completo los cambios de perspectiva, y tal vez incluso de lealtades, necesarios para que una estratagema como esta prevalezca.
En consecuencia, no es un presagio de éxito (¿o tal vez sí?) que, mientras Ox y la montura que Arnem ha prestado a Radelfer salen disparados del campamento de los Garras y avanzan como un trueno hacia el punto de encuentro de la tregua entre las dos líneas opuestas de líderes, el principal sonido que ambos oyen y lo primero que ven desde lejos corresponda a un famoso Bane de dientes afilados, que se ríe mientras preside alguna clase de juego que están jugando los propios oficiales de Arnem con muchos de los líderes de los Bane. Nervioso ante esa actividad extrañamente inapropiada, Arnem sigue cabalgando sin que los lanzadores de tabas se percaten de su cercanía.
—Una pregunta, linnet…
Arnem sabe que ha de ser el infame Heldo-Bah el feo Bane que grita en tono burlón mientras Ox se acerca al costado de la montura de Radelfer. Heldo-Bah ha reconocido el rango de Niksar por las zarpas de plata, el color de la capa y los aires de autoridad que proyecta sobre sus hombres.
—¿Te parece que para un veterano representante de tu maldita ciudad, al menos el más veterano de los presentes, esa es una buena manera de enfrentarse al encuentro más importante entre tu gente y la nuestra desde los tiempos en que tu Rey Loco empezó a echar a los no del todo perfectos de cuerpo y mente de esa montaña llena de marehs y skehsels, hace doscientos años? ¿No pagar las deudas de juego?
—Ya te he dicho —contesta Niksar— que cumpliré con ellas. Lo que pasa es que tengo mi reserva de plata en mi tienda…
—Ah, linnet —replica Heldo-Bah en tono alegre—, si me dieran una moneda de oro por cada vez que he oído esa excusa…
Ahora le toca a Caliphestros saltar sin control y en un instante exclama:
—¡Heldo-Bah! ¿Es que nada va a detener este estúpido intercambio de…? —Entonces llega el sonido de un fuerte golpear de cascos de caballo; el anciano alza la mirada y ve al sentek Arnem y a Radelfer acercándose a su posición a cada vez más velocidad—. ¡Ah! —masculla Caliphestros, permitiéndose lo que, en alguien de menor estatura, podría haberse interpretado como una sonrisa de suficiencia—. Bueno, parece que sí se va a detener. Veamos qué te parece interrumpir esta ocasión tan importante para enfrentarte a la vez al comandante de los Garras y al senescal del clan Baster-kin, Heldo-Bah, imposible estudiante de perversión…
Heldo-Bah se da media vuelta para encararse a esa visión impresionante y empalidece un poco: se pone tieso para adoptar algo parecido a una postura marcial y guarda silencio de inmediato. En ambas filas del parlamento los hombres regresan al lugar que les corresponde por rango, se ponen firmes y abandonan en silencio las tabas y las monedas implicadas en el juego.
Incluso en pleno intento por simular dignidad, Heldo-Bah ladra:
—¡Que nadie toque la mercancía!
Cualquier otro comentario del más irreprimible de los expedicionarios queda silenciado, en cambio, cuando el sentek Arnem pasa como un estallido por el punto en que se estaba celebrando el juego. Sixt Arnem cabalga primero hasta quedar frente a Visimar y luego recorre la mitad de la distancia que separa las líneas para estudiar a Caliphestros y a la pantera blanca con cara de asombro.
—Entonces es verdad, Caliphestros —dice el sentek—. La insistencia de tu antiguo acólito en que habías sobrevivido al castigo era más que una fábula. Te confieso que hasta este momento no me lo terminaba de creer.
—Es comprensible, Sixt Arnem —dice Caliphestros, con una máscara de emociones inescrutablemente complejas en la cara. La última vez que el desmembrado sabio posó la mirada en este soldado, era un hombre entero y lo estaban descuartizando—. Aunque no estoy seguro de quién de los dos, ahora mismo, merece menos envidia.
Arnem no puede más que asentir con gesto grave.
—Radelfer —sigue hablando Caliphestros, con una inclinación de cabeza—, confieso que me produce cierta satisfacción que estés aquí. Al menos, prueba mi sospecha de que eras un hombre de honor y has terminado por entender cuál era tu dilema moral.
Radelfer responde al cumplido con una inclinación de cabeza.
—Lord Caliphestros, a mí también me complace que hayas sobrevivido a tu desgracia, porque los cargos contra ti carecían de fundamento.
—Ciertamente —responde Caliphestros—. Pero eso está en el fondo de todo este asunto, ¿no? —Radelfer asiente de nuevo, aunque el rostro de Arnem demuestra cierta perplejidad—. Me refiero, sentek —explica Caliphestros—, a la naturaleza de los hombres más peligrosos de Broken, acaso del mundo. ¿Sabes quién quiero decir?
Arnem se encoge de hombros.
—Supongo que hombres malvados.
Pero Caliphestros niega con la cabeza.
—No. La maldad, cuando de verdad existe, es demasiado fácil de detectar para suponer un peligro realmente grande. Los hombres más peligrosos del mundo son los que, por las razones que sea, ponen sus nombres y su servicio a disposición de lo que ellos perciben, en ese momento, como una buena causa. El mal más grande y verdadero, entonces, es el que ejecutan hombres buenos que no pueden (o, peor, que no quieren) darse cuenta de que están sirviendo al mal. Y en Broken hay un hombre así, acaso el último de su especie, un hombre cuyo poder y cuyas motivaciones lo han convertido, desde hace mucho tiempo, en fuente de profunda preocupación.
Arnem asiente con gravedad.
—Te refieres a mí.
Pero Caliphestros parece sorprendido.
—¿A ti, sentek? No. Pero dejemos los asuntos filosóficos para más adelante. Tenemos asuntos urgentes que discutir sin retraso.
—Efectivamente… Veo que has propuesto una tregua, Caliphestros —responde el sentek—. ¿Puedo dar por hecho sin miedo a equivocarme, entonces, que tú, igual que tu antiguo acólito, has encontrado en tu alma el modo de perdonar mi participación en tu tortura y tu abandono, supuestamente para morir?
—No puedes dar por hecho nada, sentek —contesta Caliphestros—. Porque no soy yo quien propone una tregua.
—¿No? —preguna Arnem—. Bueno, seguro que no ha sido el miembro de tu grupo que estaba presidiendo el juego de tabas mientras yo me acercaba.
—No —dice Caliphestros. Se inclina hacia delante y acaricia el cuello de la pantera blanca en un gesto vago pero a la vez claramente amenazador para sus oponentes, antes de mirar con profunda rabia a un Heldo-Bah, que ahora parece asustado—. No me correspondería a mí, ni a él, ejercer esa autoridad entre los miembros de la tribu Bane, la mayor parte de los cuales ignoraban que yo siguiera vivo, o al menos no estaban seguros de ello, igual que tú y tu gente, hasta hace unos pocos días. Debes dirigirte al Padre Groba y sus Ancianos, pues solo ellos hablan en nombre de los Bane. Si dependiera de mí… —En ese instante tanto el anciano como la pantera alzan la mirada a la vez; los ojos gris pizarra de Caliphestros y las orbes verdes brillantes de Stasi parecen contener un sentimiento inescrutable—. Si dependiera de mí, habría permitido que todos los soldados del ejército de Broken entraran en el Bosque de Davon para compartir el destino que ya sufrió, y bien merecido, el khotor de la Guardia de Lord Baster-kin. —Pero luego, Caliphestros suaviza el tono—. Aunque es probable que eso lo piensen mis medias piernas, no mi cerebro.
Arnem asiente con un ademán de complicidad.
—Lo creo —dice contrito—. Porque sospecho que tú especialmente sabes que hablar de la Guardia de Lord Baster-kin y de los verdaderos soldados de Broken, sobre todo de los Garras que tienes ahora ante ti, como si se pareciesen en algo no hace ninguna justicia a mis hombres ni a tu sabiduría.
—Cierto —responde Caliphestros—. Y esa es la única razón por la que estoy aquí…
En busca de un cierto pragmatismo, Arnem asiente y afirma:
—Tu atención al protocolo está muy bien planteada y la voy a seguir. —Luego mira al hombre que, por su apariencia y pose de cierta superioridad, le parece ser el líder de los Bane—. Entonces, ¿tú eres el Padre Groba?
El Padre, que supera con coraje lo que le falta en estatura, da un par de pasos adelante.
—Lo soy, sentek —dice con una valentía que le granjea el respeto de los miembros de ambas líneas—. Y, como insinúa mi amigo, Lord Caliphestros, quizás el modo más honesto de empezar esta conversación sería decirte que el Lord Mercader podría habernos enviado mensajeros, en vez de mandar a su Guardia personal, y juntos podríamos haber estudiado las terribles enfermedades que ahora afligen a tu gente tanto como a la nuestra, al menos en el caso de lo que Lord Caliphestros llama fiebre del heno. En cambio, él escogió nuestro momento de debilidad para intentar cumplir el deseo de destruir a nuestra tribu, inexplicable y largamente acariciado por vuestro Dios-Rey y por los sacerdotes de Kafra. —El Padre respira hondo una vez en busca de equilibrio y luego termina—: Y que, supongo, fue también vuestra razón original para cruzar las murallas de tu horrenda ciudad.
—No era nuestra razón, Padre —dice Arnem con gravedad—. Era nuestra orden. Pero has de saber una cosa: esa misma orden me costó la pérdida de mi mentor y, a la vez, mejor amigo.
El Padre Groba asiente.
—El yantek Korsar.
—Y también Gerolf Gledgesa —añade Caliphestros con solemnidad.
Sorprendido, Arnem mira un momento a Caliphestros y luego a Visimar.
—Bueno, cualquiera que sea la «ciencia» que practicáis, cada vez entiendo mejor por qué aterraba tanto a los sacerdotes de Kafra. Porque no esperaba que supierais esto.
Caliphestros se encoge de hombros.
—En primera instancia fue simplemente un descubrimiento accidental, sentek —dice—. En segunda, una comunicación de Visimar. No había gran misterio en ningún caso. Pero sigue adelante, por favor…
Arnem retoma el asunto, un poco nervioso todavía por la habilidad de Visimar, y ahora de Caliphestros, para afirmar datos antes de que él mismo pueda revelarlos.
—No solo esa orden nos costó a mí y al reino la pérdida de esos hombres, sino que la recibimos mucho antes de saber nada de ninguna enfermedad desatada entre tu gente o la nuestra, ni de ningún intento de reconstruir la ciudad de Broken por medio del uso de la violencia. Si yo hubiese conocido esos dados por adelantado… puedo decir que no habría deseado ser partícipe de ellos.
—Algunos dirían que, a pesar de todo, deberías haber cuestionado esas órdenes —declara Caliphestros en tono llano—. El yantek Korsar lo hizo, desde luego. Y yo he visto su cuerpo colgado a orillas del Zarpa de Gato como consecuencia.
Arnem empalidece considerablemente antes de murmurar:
—¿De verdad…? —Luego recurre a su disciplina de comandante para intentar recuperar la compostura y mira al Padre Groba—. ¿Y también tú, señor, esperarías que incumpliera mis órdenes? Está bien que los desterrados y los hombres de las sombras hablen así… —Lanza una mirada a Caliphestros—. Pero ¿tú perdonarías una impertinencia como esa al hombre que, según sospecho, ha sido a lo largo de los años uno de nuestros oponentes más formidables y al mismo tiempo más honorables, el yantek Ashkatar? —Arnem alza un dedo con respeto para señalar al fornido comandante Bane con su látigo enrollado y este, a su vez, adopta una postura más altiva.
El Padre Groba cavila el asunto un momento y responde:
—No, sentek Arnem. Probablemente, no podríamos. Muy bien, entonces. Aceptaremos tu respuesta por bien de la tregua y de esta… negociación. Pero, a cambio, los Groba te plantearán una pregunta igualmente directa y crucial y espero que puedas contestarla de la misma manera…
Se adelanta un poco más, hasta el punto medio casi exacto entre las dos líneas de negociadores y el lugar en que se encuentra Ox, con su jinete bien plantado en su grupa y, en un gesto que le granjea todavía más respeto de los oficiales de los Garras, el Padre Groba clava su mirada en los ojos de Arnem antes de preguntar:
—¿Estás de acuerdo, sentek, en que te vendemos los ojos y las manos para que acompañes, en esa condición, a nuestro grupo hasta Okot para observar todos los efectos que ha provocado la fiebre con que tu gente contaminó el Zarpa de Gato, y para hablar de lo que nuestras fuerzas pueden hacer juntas para detener esta crisis, tanto por el bien de tu pueblo como por el del nuestro? Parece que Lord Caliphestros piensa que sí lo harás, pero te confieso mis dudas. Mira, cuando era un joven comerciante, una vez pasé una noche muy larga bajo el Salón de los Mercaderes de Broken…
Arnem se remueve en la silla de montar; está claro que no esperaba esta pregunta.
—Es la manera más sencilla de demostrarte cómo se contagia al menos una de las dos enfermedades, la fiebre del heno —interviene Caliphestros—. Y también dónde podrían tener su origen tanto esa fiebre como el Ignis Sacer, el Fuego Sagrado; dentro del reino y la ciudad de Broken. Creo haber determinado que ese es su origen, determinación que, sospecho, comparte tu esposa y en parte por esa razón la están persiguiendo.
—¿Mi esposa? —repite Arnem—. ¿Te has comunicado con mi esposa? ¿Y sabes dónde está el origen de la fiebre, Caliphestros? —dice Arnem, que va de sorpresa en sorpresa—. Porque nosotros hemos determinado, con la ayuda de Visimar, y ahora sospecho que con la tuya, que la fiebre del heno contamina las aguas del Zarpa de Gato. ¿Cómo puedes conocer su origen con más exactitud?
—En su momento —responde Caliphestros—. Por último, el viaje a Okot me dará también la ocasión de mostrarte que las célebres murallas de Broken pueden quebrantarse por fin, y se puede vencer al Lord Mercader si te parece bien o, para ser más exactos, si te parece necesario. Porque tras muchos años de estudio he descubierto al fin el significado y la solución de la Adivinanza del Agua, el Fuego y la Piedra.
El rostro de Arnem delata su impresión una vez más, una impresión compartida, esta vez, por los oficiales de Broken alineados detrás de él.
—¿De verdad, anciano? Entonces ¿esa adivinanza no era un capricho más de nuestro rey fundador, Oxmontrot, a quien hombres como Lord Baster-kin insisten en tratar de loco, en los años anteriores a su muerte?
—Cuanto más vivo, sentek —responde Caliphestros—, menos creo que los pensamientos de Oxmontrot fueran caprichos o que estuviera loco en absoluto. —El anciano echa la espalda hacia atrás, sentado sobre los hombros de Stasi—. Bueno, Sixt Arnem, ¿vas a acceder a la proposición del Padre y vendrás al lugar que tus supersticiosos ciudadanos consideran el centro de todo lo maligno?
—¡Sentek! ¡No…! ¡No puedes! —susurra con urgencia Niksar, mientras los demás oficiales murmuran advertencias parecidas.
—No escuches a ese hombre, sentek —interviene enseguida Heldo-Bah—. ¡Todavía me debe dinero!
—Ya te lo he dicho, expedicionario —responde Niksar, enfadado—, el dinero está en mi tienda…
—Por supuesto, yo me quedaré en el campamento de los Garras —anuncia Ashkatar, dando un paso adelante por propia iniciativa, con la intención de acallar la absurda riña momentánea—. Como garantía de la seguridad del sentek Arnem. Y lo mismo harán, para empezar, los expedicionarios que nos trajeron a Lord Caliphestros.
Los ojos de Heldo-Bah parecen de pronto a punto de reventar.
—¿Qué? —grita con toda claridad—. Maldito sea si hago algo así.
—¡Maldito serás hagas lo que hagas! —declara Keera, en voz baja, pero con pasión—. Por eso pensamos que era mejor no consultarte al respecto. —Se vuelve y da los pasos necesarios para que su rostro enojado intervenga en el asunto—. En el nombre de nuestra gente, en el nombre de mi familia, que te salvó, en el nombre de mis hijos, que por alguna razón inocente te quieren como querrían a cualquier tío de verdad, vas a hacer esto, Heldo-Bah.
Heldo-Bah se da cuenta de que la maniobra lo ha superado ya claramente y permite que su rostro y sus hombros se hundan de disgusto.
—Muy bien —responde al fin.
—Al menos te permitirá recoger el dinero que te debe el linnet Niksar —dice Veloc, en tono de broma.
—Entonces… trae una venda para mis ojos, Visimar —dice el sentek, mirando a Caliphestros—. Pero tengo una petición: ¿podemos hacer que la visita sea lo más corta posible? Porque me ha llamado la atención la razón que tienes al respecto del grave peligro que corre mi mujer, Lord Caliphestros, y mis hombres y yo hemos de marchar pronto a salvarla, marcha en la que representaría un orgullo para mí contar con la compañía del ejército Bane. —Arnem vuelve su mirada hacia el líder Bane—. ¿Padre?
—Seremos breves —dice el Padre, impresionado por la valentía de Arnem y por su invitación—. Siempre y cuando seamos también rigurosos.
Arnem muestra su conformidad con un asentimiento silencioso y mira de nuevo al llamativo hombre montado en la igualmente llamativa pantera.
—Entiendo que tu antiguo acólito nos acompañará, ¿no, señor?
Ahora, Caliphestros sonríe: es la sonrisa verdadera de un hombre que ha empezado a recuperarse.
—Entiendes bien, sentek —dice.
Visimar se adelanta con una tira de algodón limpio que Niksar le ha dado con cierta reticencia.
—¿También yo debo vendarme los ojos, maestro? —pregunta Visimar a Caliphestros.
—No hace falta —responde este con una breve risa—. Pero has de dejar de llamarme maestro. Si algo he aprendido de estos últimos diez años, y de esta noble tribu que ha sobrevivido en un territorio salvaje y tan duro, es que esos títulos, aunque puedan ser apropiados en el reino de Broken, no tienen cabida fuera de él.
—Entonces, vendadme solo a mí —repite Arnem mientras el Padre Groba administra una última serie de instrucciones en voz baja a Ashkatar y Keera y luego estos empiezan a avanzar hacia la fila de soldados de Broken—. Y no desesperes, Niksar, pues ahora estás al mando y eso ya te dará suficientes preocupaciones. —El sentek sonríe brevemente—. Eso y… pagar tus deudas de juego.
Arnem estudia los rostros de sus «captores» y luego se baja de Ox, se pone delante del caballo y se despide de él mientras se prepara para someterse al vendaje de los ojos.
En ese momento, Caliphestros permite que Stasi se acerque un poco a Arnem. Lo que causa que el filósofo desmembrado se aproxime de esa manera no es el hecho de que Niksar se esté llevando a Ox hacia la fila de los Garras; tanto Arnem como el propio caballo saben que, en un salto de furia, la pantera podría derribar incluso a un caballo de guerra tan impresionante y maduro como el de Arnem y probablemente lo haría si quisiera: la última vez que Stasi vio a un animal así, al fin y al cabo, fue en el terrible día en que perdió a su familia, aparentemente para siempre. Más bien, el viejo sabio desea un momento de confidencias con el hombre de quien correctamente supuso hace muchos años que sería la única opción posible para ocupar la posición del yantek Korsar como comandante de los Garras y del ejército de Broken.
—De nuevo te insto a recordar una cosa, sobre todo, en este viaje, sentek —le dice—. Puede que los actores de esta obra interpreten papeles muy distintos de los que estás entrenado para creer. Mantén la mente abierta a todo el espectro de posibilidades, pues ese es el único camino verdadero al conocimiento. De cualquier clase.
Arnem sonríe: una expresión genuina y conciliatoria que manifiesta la esperanza de que los dos hombres puedan amigarse pronto.
—Siempre tan pedante, incluso sin piernas, ¿eh, Caliphestros? —dice en tal tono que el jinete de la pantera no puede evitar reírse de nuevo a su manera—. Bueno, pues no temas —añade Arnem—. Estoy preparado para seguir tu consejo, te lo aseguro.
Una vez confirmada la firme, aunque temporal, pérdida de visión por parte de Arnem, todas las partes implicadas en la tregua empiezan sus respectivas procesiones —corta una, más larga la otra— de vuelta a sus correspondientes territorios seguros, pero Arnem se detiene de pronto y se vuelve hacia sus hombres.
—Radelfer —llama el vendado sentek—, ¿dirás a mis hijos adónde he ido y les confirmarás que estoy convencido de regresar mañana?
—Lo haré, sentek —responde Radelfer—. Y creo que ahora puedo decirles que no teman por tu seguridad, que viajas con gente honorable.
Y en ese estado de ánimo, acaso de confusión prometedora, es como termina el encuentro bajo una tensa sábana de blanco algodón y empieza el desarrollo de sucesos que serán todavía más decisivos.
—Oled la brisa y sentidla —dice Arnem, cuyo paso dirige Visimar detrás de Caliphestros y Stasi.
—Llevo un rato haciéndolo —contesta Caliphestros, al tiempo que se vuelve hacia el comandante de Broken, cuando ya están llegando ante los miembros del Groba de los Bane.
—Anuncia lluvia —comenta el Padre Groba mientras la procesión inicia el camino de regreso al Puente Caído—. ¿Interfiere eso algo en tus planes, Lord Caliphestros?
Una sonrisa de profunda satisfacción se asoma a los rasgos del sabio.
—Solo si llega demasiado pronto, Padre. Pero que llegue… —Por un momento, el anciano casi parece ansioso por que empiecen a pasar cosas—. Cuento con ello. De eso depende absolutamente que la solución de la Adivinanza del Agua, el Fuego y la Piedra se manifieste a nuestro favor.