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El encuentro inicial y extraordinario de amigos y enemigos en el campamento de los Garras y la llegada de unos visitantes inesperados…

Los visitantes que caminan bajo una amplia bandera blanca se detienen en una larga fila a unos cincuenta pasos de la entrada sur del campamento principal de Arnem; a esa distancia, los Garras —que se han preparado para librar una batalla si eso es lo que se les ofrece— perciben que los oponentes no son tantos como se informó al principio; era solo su forma de marchar lo que los hacía parecer tan impresionantes, además de la participación de ciertos elementos casi inverosímiles en esa marcha.

En el centro, el brujo desmembrado, Caliphestros, a lomos del animal más legendario no ya del Bosque de Davon, sino de todo Broken: la célebre pantera blanca que logró escapar de la última partida de caza organizada por los Altos, protagonizada por quien hoy es Lord Baster-kin. A la derecha de ese asombroso par, con el orgullo de sujetar por toda arma, aparentemente letal, un simple látigo, hay un hombre a quien Visimar reconoce como el yantek Ashkatar, comandante del ejército Bane. Sin embargo, ningún khotor, ni siquiera un fauste, rodea a ese famoso líder para protegerlo: solo una docena de oficiales cuya experiencia reconocería fácilmente cualquier soldado caminan tras él, y todos llevan el arma envainada. En el extremo de ese lado de la fila que escolta a Caliphestros hay otras tres caras: dos de ellas son masculinas y los Garras las conocen demasiado bien. Se trata del siempre problemático, siempre enfurecedor, pero siempre formidable Heldo-Bah, así como del bello pero muy odiado Veloc, que ha puesto los cuernos a unos cuantos de los soldados Altos que ahora esperan tras la seguridad de la zanja de estacas y de la empalizada, construida con prisas pero con manos expertas. La figura femenina en este lado de la fila, por su parte, es la célebre rastreadora, Keera, que no solo parece inteligente, sino también impresionante, incluso formidable y, en consecuencia, aunque pueda sorprender, ejerce a la perfección la función de ancla para el lado izquierdo del grupo.

Al otro lado de Caliphestros y la pantera blanca hay, primero, un grupo de hombres ancianos, barbudos, vestidos con humildad y envueltos en sabiduría, de donde Visimar deduce que ha de tratarse de los Ancianos Groba; a continuación, menos de un fauste de guerreros Bane, hombres y mujeres, con las espadas envainadas, representan, según puede apenas suponerse, la única escolta oficial de los Ancianos.

La delegación ha de permanecer donde está durante un buen rato porque Sixt Arnem sigue en su tienda, esperando la llegada del carromato que lleva a sus hijos desde el norte antes de unirse a la conferencia: siempre es mejor saber cuál es la verdadera disposición de los compatriotas y aliados antes de ponerse a negociar con el enemigo. Así las cosas, a Niksar y Visimar les corresponde interpretar el papel de emisarios principales y salir a pie del campamento para recibir a los visitantes, seguidos por Taankret, Bal-deric, Weltherr, Crupp, Akillus (a quien parece justo permanecer montado, con el fin de equilibrar un poco el encuentro) y unos pocos linnetes más; todos han recibido órdenes estrictas de llevar solo las mínimas armas y mantenerlas envainadas o colgadas mientras no haya problemas. Eso, por supuesto, no impide que el fleckmester y sus hombres tengan las flechas cargadas con sigilo y listas mientras observan desde la erizada zanja; pero se trata de una orden que ha dado el maestro arquero por su propia autoridad, pues ni Niksar ni, sobre todo, Visimart lo consideran en absoluto necesario.

Aun así, los representantes del reino de Broken (si es que lo son todavía, después de todo lo que han oído y visto en esta campaña) se acercan a la fila formada por los habitantes del Bosque y sus aliados con cautela, en particular al ver la expresión absolutamente endemoniada del rostro de Heldo-Bah, por mucho que el expedicionario desdentado se esfuerce por exhibir su más lúgubre comportamiento. Cuando las dos filas de representantes opuestos quedan separadas apenas por diez pasos, Niksar levanta una mano y todos se quedan parados. Tras escrutar al grupo que tiene delante, el ayudante de Arnem dice, no sin cierta admiración:

—No veo ningún Ultrajador entre vosotros. Me pregunto si será un gesto o un engaño.

El Padre Groba se vuelve hacia Caliphestros, en señal de que este le parece el más adecuado para hablar en nombre de toda la delegación, y el desmembrado anciano dice:

—Un gesto, te lo aseguro, pues ninguno de los presentes siente un gran afecto por ese grupo particular de los sirvientes de las Sacerdotisas de la Luna. —Se vuelve enseguida hacia su antiguo acólito y no puede reprimir una sonrisa, por mucho que esté teñida de tristeza—. Bueno, viejo amigo… los años han sido tan amables contigo como conmigo, por lo que veo.

Visimar devuelve la sonrisa.

—Pero no han cambiado mis lealtades, maestro —contesta—. Me alegro mucho de verte, más allá de cuál sea nuestro estado.

—Lo mismo digo, dalo por cierto —responde Caliphestros—. Pero… ¿qué pasa con el sentek Arnem? Desde luego, no podemos proseguir sin él.

—No —dice Niksar, más hipnotizado todavía por la pantera blanca (como lo están, por supuesto, todos los oficiales de Broken) que por el hombre que ejerció de Viceministro en su reino cuando la mayoría de ellos eran niños todavía, y de brujo cuando eran jóvenes—. Pero no creo que tarde. Ha recibido información nueva de Broken que podría afectar a este parlamento. Del senescal del clan Baster-kin en persona.

Caliphestros abre de pronto los ojos como platos y se asoma a sus rasgos una sonrisa totalmente distinta, sonrisa que pone nervioso a Niksar, pues este no sabe nada de las relaciones que en el pasado tuvo el célebre marginado con el Lord Mercader y sus sirvientes.

—¿Radelfer? —pregunta el anciano—. ¿Es verdad, Visimar?

—No lo he visto en persona, maestro —responde Visimar—. Pero el sentek ha sugerido que mientras esperamos su llegada podíamos dedicar el tiempo a algunos preliminares.

—Vale —interviene de repente Heldo-Bah, tumbándose boca arriba—. ¿Quién se apunta a unas tabas?

—¡Heldo-Bah! —exclama el Padre Groba—. ¡Hay protocolos que seguir!

—Bueno, Padre —repite el problemático expedicionario, incorporándose para apoyarse en los codos—, solo digo que, si nos vamos a quedar sentados al sol perdiendo el tiempo, ¿por qué no echar unas cuantas partidas? ¿Supones que vamos a descubrir que tenemos muchos más «protocolos» en común para simplemente pasar el tiempo?

Veloc se da un palmetazo en la frente.

—Cada vez que creo que ha alcanzado los límites del comportamiento abominable —anuncia a ambos lados de la negociación—, aparece una nueva ofensa. Y yo, como amigo suyo, he de pedir disculpas…

Sin embargo, como nadie ofrece otra sugerencia acerca de cómo pasar el tiempo mientras dure la ausencia del sentek Arnem, las dos filas de representantes siguen encaradas con cara de palo un rato más, escuchando a Heldo-Bah agitar las tabas que siempre lleva en un saco atado a su cinturón hasta que al final Akillus y otros linnetes de Broken toman la palabra al expedicionario e inician una partida de tabas pese a las objeciones tanto del Groba como de Niksar. Pero de tranquilizar a esos representantes de mayor edad se encarga Caliphestros en primera instancia, y luego Visimar, pues ambos se dan cuenta de que la partida ha generado una ocasión para mejorar las relaciones de manera informal. La visión es tan extraña que hasta los hombres del fleckmester, un poco por envidia y un poco por avaricia, empiezan a volver la mirada atrás, hacia la tienda del sentek, con la intención de ver si se les va a conceder permiso para sumarse a las apuestas. Eso hace que el propio fleckmester, cada vez más desconcertado (y en verdad ansioso por sumarse también él al juego si pudiera), mire también hacia la tienda de Arnem y vea que acaba de aparecer un carromato normal, de peón, junto a la entrada trasera.

—Adelante, chicos, mirad adelante —dice el fleckmester a las tropas que controlan la fortificación del sur del campamento, sean arqueros o no—. Hemos de seguir garantizando, vayan como vayan las cosas en la Llanura, la seguridad de nuestros camaradas. Lo que esté ocurriendo en la tienda del sentek, en cambio… —Echa una nueva mirada a las lonas de retales—. Eso no es asunto nuestro, ni podemos imaginar…

Lo que está ocurriendo dentro de la tienda del sentek es, por un lado, una escena completamente ordinaria y doméstica —un hombre se reúne con todos sus hijos, menos uno— y por el otro, una extraordinaria: porque el hecho de que Radelfer haya sido el guía de los niños para abandonar la ciudad podría indicar que dentro de los muros de Broken ha ocurrido no solo algo inusual, sino, tal vez, una traición. El senescal del clan más poderoso del reino no debería tener que huir de sus confines como un criminal, como tampoco los descendientes del supremo comandante militar del reino; sin embargo, parece que eso es precisamente lo que ha ocurrido. Los hijos de Arnem ya le han contado (con palabras de Anje, en su mayor parte) el relato de cómo su madre intentó alertar al Lord Mercader sobre la fuente de la fiebre del heno en el Distrito Quinto y este le contestó con ultimátums, asedios y acusaciones de criminalidad. A lo largo de ese relato Radelfer se ha mantenido atento junto a la entrada cerrada de la parte trasera de la tienda sin hacer comentarios: Arnem sabe que el senescal, pese a ser un empleado de Baster-kin, fue en otro tiempo miembro de los Garras; y que, dados sus dos emplazamientos, ha de haberse formado una opinión sobre lo que ocurre. El sentek sospecha con razón que el motivo momentáneo de Radelfer para mantener la guardia es, principalmente, garantizar la seguridad del comandante y de sus hijos, así como evitar que nadie, aparte del propio Arnem, pueda oír la extraña historia que están contando los hijos.

—Pero madre tenía razón —declara Anje—. El extraño hilo de agua que corría al pie del muro sudoeste de la ciudad era la causa de la fiebre del heno y en cuanto la gente de esa parte de la ciudad paró de beberla la fiebre dejó de contagiarse.

—Es verdad, padre —dice Golo—. Pero, en vez de recompensarla por ayudar a la gente, Lord Baster-kin dijo que el Dios-Rey y el Gran Layzin habían decretado que madre y cualquiera que la hubiera ayudado o siguiera haciéndolo, deberían ser tratados como forajidos. ¡Incluido Dagobert! Y que debían aislar nuestro distrito del resto de la ciudad y destruirlo.

—Espera un momento, Golo —objeta el devoto Dalin, y luego se vuelve hacia Arnem—. No nos consta que esas órdenes vinieran del Dios-Rey y del Gran Layzin en persona, padre.

—Tu hijo dice la verdad, sentek —interviene Radelfer, en voz baja pero firme, desde la sombría trasera de la tienda—. No lo sabemos a ciencia cierta…

Reforzado, Dalin continúa:

—Solo Baster-kin visitó en persona el lugar por donde corría el agua malsana, solo él discutió con madre y solo sus hombres intervinieron en el aislamiento del distrito del resto de la ciudad. El sentek del ejército regular que suele vigilar desde esa sección de los muros, el sentek Gerfrehd, porque nos dijo su nombre, es un hombre bueno y obediente con el que madre habla de vez en cuando. Y sabe que no tiene permiso para atacar a sus conciudadanos de Broken, ni siquiera en el Distrito Quinto, simplemente porque así lo desee el Lord Mercader. Que esa orden ha de venir del Dios-Rey en primer lugar y luego ha de tener tu aprobación. Y que no tiene ninguno de esos dos requisitos.

—Gerfrehd —musita Arnem—. Sí, tu madre me escribió para contarme sus conversaciones y a mí me encantó porque conozco bien a ese hombre… El oficial más honorable que jamás se ha encontrado en el alto rango del ejército regular…

El sentek lanza entonces una mirada rápida y silenciosa a Radelfer, que se limita a contestar con una inclinación de cabeza que parece significar: «Sí… es tan complejo y retorcido como parece…».

—Pues por eso no entiendo que nos hayan obligado a abandonar la casa, como delincuentes comunes —se queja Dalin.

—Oh, nada comunes, desde luego, señorito Dalin —ofrece Radelfer con una leve sonrisa que eleva la estima que el sentek siente por él—. Al menos, concedeos eso.

Pero el intento de humor amistoso que da es un desperdicio con Dalin.

—¡No me importa! —afirma con énfasis—. Solo sé que me han alejado de mis obligaciones con el Dios-Rey.

—Dalin… —advierte Sixt Arnem, que ya ha oído suficiente, pero no quiere ser demasiado severo.

La joven Gelie ha estado sentada en las rodillas de su padre desde su llegada a la tienda con sus hermanos y ahora, con el ímpetu que la caracteriza, declara:

—Madre estaba haciendo el bien para el distrito, padre, pero toda la situación se volvió aterradora. Los hombres de Lord Baster-kin construyeron su muro tan rápido que me dio miedo que nos dejaran encerrados para siempre. Si no llega a ser por Radelfer…

—Y esa es otra —dice Dalin, con no poca suspicacia—. ¿Por qué habría de desoír las órdenes del Lord Mercader su propio senescal y convertirse en forajido solo por ayudar a madre?

—Bah, no te hagas el listillo —interviene Golo—. ¿Acaso no era obvio que la situación se estaba volviendo mucho más peligrosa a toda prisa?

—Es verdad, Dalin —afirma Anje, llevándose las manos a las caderas, muy a la manera de su madre, según observa Arnem con una sonrisa melancólica—. Hasta tú tendrías que haberte dado cuenta. En cuanto a todo lo demás, deberíamos dejar que Radelfer, que sí entiende el asunto del todo, se lo explique a padre.

—Aunque hay una cosa que sí está clara, padre —dice Gelie—. Te costaría creer cómo ha mejorado la vida en el distrito gracias a la ayuda y las instrucciones de madre, junto con el trabajo de los veteranos. —La perplejidad retuerce su cara juvenil—. Y, sin embargo, parece que eso aún enojaba más a los hombres de Lord Baster-kin. Debería ser al revés, ¿no?

Arnem intercambia una mirada con Radelfer y luego asiente.

—Sí, parece, Gelie. Y entonces… —Arnem levanta a su hija menor y la deja sobre la moqueta de lana del suelo de la tienda—. Hay una mesa grande llena de carne recién asada y verduras en la habitación de al lado, jovencitos míos: ¿por qué no vais todos y coméis algo mientras Radelfer y yo hablamos de lo que ha ocurrido?

Un coro general de entusiasmo —que incluye hasta la voz de Dalin— se alza entre los niños, dejando claro que, pese a las mejoras que Isadora pueda haber llevado al Distrito Quinto, las provisiones de alimentos accesibles en esa sección asediada de Broken no han aumentado mucho últimamente. Golo y Gelie lideran la estampida al otro lado de la gruesa cortina divisoria, mientras que Anje insta a todos sus hermanos menores a ir más despacio y portarse bien. Tras asegurarse de que los demás niños están concentrados en la comida, regresa junto al sentek y Radelfer pese al hambre que tiene.

—Eso no es todo lo que tenía que decirte, padre —dice Anje, ahora con aspecto de absoluta preocupación—. Aunque madre no quería que lo oyeran los pequeños.

—Ya lo sospechaba, Anje —dice Sixt Arnem mientras abraza con fuerza a su hija mayor, como si en ella encontrara un recordatorio de que su esposa sigue con vida—. Dime, entonces.

Anje —como siempre, la hija más sensata de su madre— habla con una voz extraordinariamente controlada.

—Lord Radelfer puede contártelo mucho mejor que yo. Si es tan amable.

Como Arnem sigue rodeando a Anje con un brazo, Radelfer dice:

—Lo haré encantado, señorita Anje, si me prometes a cambio que vas a comer, porque estás exhausta y llevas demasiado tiempo sin comer nada decente.

Anje, a su vez, se limita a asentir.

—De acuerdo, lord…

—No soy ningún lord, señorita Anje —interrumpe Radelfer—. Aunque agradezco el honor que me haces al llamarme así. Y ahora, ve a comer algo.

Anje asiente de nuevo en silencio y se reúne con sus hermanos. Radelfer se encara a Arnem, con una mezcla de incomodidad y admiración en la cara.

—Tu hija es valiente y lista, sentek —le dice—. Igual que su madre a esa edad.

—¿Ya conocías entonces a mi mujer, senescal? —pregunta Arnem, asombrado.

—Sí, y te hablaré más de eso dentro de un rato —responde Radelfer—. Y también de esos cambios milagrosos que ha provocado en el Distrito Quinto, con la ayuda de tu hijo y de un viejo camarada mío al que tal vez recuerdes: el linnet Kriksex.

—¿Kriksex? —responde Arnem—. Sí, recuerdo el nombre y también la persona. Estuvo con nosotros en el Paso de Atta, entre otros combates, antes de caer herido grave.

—No tan grave como para no proteger a tu esposa, en compañía de otros veteranos, del terrible cambio que ha tenido lugar…

Radelfer para de hablar al percatarse de una presencia. Los dos hombres se dan media vuelta y ven el rostro de un joven que asoma por la entrada trasera de la tienda: el de Ernakh.

—Perdón, sentek —dice el joven en voz baja—, pero quería saber si puedo hacerle una pregunta al senescal.

—Solo una pregunta, Ernakh —concede Arnem, cada vez más ansioso por saber qué les está pasando a su esposa y a su hijo mayor—. Luego te vas con los otros críos y comes algo.

Al oírlo, Ernakh entra del todo en la tienda, se asegura de dejar los faldones de la entrada bien cerrados y se vuelve para mirar a Radelfer.

—Solo que… —dice con la voz entrecortada y lleno de miedo—. Mi madre, señor. ¿Por qué no ha venido ella con los hijos del sentek?

Radelfer sonríe y apoya una mano en el hombro del muchacho.

—Lady Arnem insistió a tu madre para que se fuera, Ernakh —le explica—. Pero ella se negó a abandonar a su señora. De todas formas, hubiera corrido más peligro en el viaje que quedándose allá, así que puedes quedarte tranquilo, muchacho.

Ernakh sonríe aliviado, luego asiente con una inclinación de cabeza y dice:

—Gracias, señor. —Luego se vuelve a Arnem y repite—. Gracias a ti, sentek. Solo quería estar seguro.

Luego el skutaar sale corriendo a la sala del consejo, donde retoma su amistad con los hijos de Arnem.

El senescal se dirige a Arnem.

—¿Cuál es la verdad en este asunto, senescal? ¿Habrían estado más a salvo mis hijos en la ciudad y mi mujer se estaba pasando de precaución al sacarlos de allí?

Radelfer suspira, luego acepta la copa de vino y el asiento que le ofrece Arnem, que también se sienta y bebe un poco, aunque solo sea para huir de la incomodidad.

—Ojalá pudiera decir que he sido sincero por completo, sentek —empieza Radelfer—. De hecho, la situación en la ciudad se ha vuelto muchísimo más peligrosa, especialmente para Lady Arnem por culpa de los sentimientos que mi señor tuvo por ella en el pasado, que al parecer han regresado, si es que alguna vez habían desaparecido. —El senescal se detiene y se queda mirando el vino—. Aunque supongo que debería referirme al Lord Mercader como mi antiguo señor, ahora… Y no estoy seguro de que eso sea malo. Pero el peligro que corren tu mujer y todo tu distrito… Me temo que es muy elevado y por eso he venido. Nunca, en toda su atribulada vida, he visto a Rendulic Baster-kin tan lleno de rabia, tan absorbido en estrategias que lo han vuelto loco de deseo pasional y determinación criminal.

Arnem siente crecer en su corazón el dolor continuo del miedo.

—Dices que la situación en Broken ha cambiado, Radelfer —responde—. ¿Por eso no he recibido palabra escrita de mi mujer últimamente, mientras que antes sí me escribía con regularidad?

—Sí, sentek —dice Radelfer—. Lord Baster-kin ha cerrado todos los puntos de comunicación entre el Distrito Quinto y el resto de la ciudad, así como con todo el reino. No entra comida y salen muy pocos ciudadanos. Yo solo pude entrar en esa zona y volver a salir porque la Guardia sabe que soy el senescal de la casa del Lord Mercader. Por eso pude esconder a tus hijos en el carromato que saqué de nuestro establo.

—¿La Guardia? —repite Arnem—. Pero en su último mensaje mi mujer, así como ahora mis hijos, decía que en lo alto de las murallas estaban el sentek Gerfrehd y el ejército regular.

—Y así era —contesta Radelfer, con una inclinación de cabeza—. Pero justo antes de nuestra partida el lord consiguió convencer al Dios-Rey, por medio del Gran Layzin, para que ordenase al ejército regular confinarse en el Distrito Cuarto porque no querían participar en los planes de destrucción del Quinto. El segundo y último khotor de la Guardia de Lord Baster-kin controla ahora los muros que rodean ese desafortunado distrito por todas partes y se están preparando para convertirlo en cenizas después de matar de hambre a sus habitantes. Por eso, si ahora planeas marchar de regreso a Broken, como sospecho, no debes esperar ser bien recibido. Porque el lord también ha convencido al Dios-Rey, de nuevo por medio del Gran Layzin, para que declare que tanto los Garras como los residentes del Quinto están conchabados con los Bane.

La confirmación de la aplastante traición, y el despertar de nuevos miedos terribles, se refleja en la cara de Arnem; porque lo que acaba de decirle Radelfer no es más que la continuación lógica de las conclusiones a que ya se había visto obligado a llegar por insistencia de Visimar, a propósito de las intenciones de Lord Baster-kin con respecto a las tropas más elitistas del reino; y, sin embargo, nunca había pensado que semejante carga, con toda su mortal absurdidad, se extendiera a su esposa y a su hijo mayor, por no hablar de la gente de su distrito natal.

—Conchavados con los Bane… —repite el sentek, apenas con un susurro aterrado.

Se levanta y empieza a caminar de un lado a otro, pasándose una mano bruscamente por el cabello, como si quisiera arrancar algo de comprensión del interior del cráneo. Pero al cabo de unos momentos de perplejidad silenciosa, en los que además toma conciencia de la verdadera medida del peligro al oír las risas de sus hijos y de Ernakh desde el otro lado de las gruesas y suntuosas pieles que componen la partición dentro de su tienda, no puede más que concluir:

—Locura… ¡No puede estar cuerdo, Radelfer!

El senescal se encoge de hombros, pues él ha tenido tiempo al menos de adaptarse al terrible cambio que ha experimentado la mente de Rendulic Baster-kin.

—Al contrario, sentek. Conozco al lord desde que era un niño y pocas veces lo he visto hablar y comportarse de manera tan lúcida en apariencia. —Radelfer guarda silencio y bebe un trago largo de la copa antes de alzar la mirada hacia Arnem—. Dudo mucho que te hayas enterado que no solo fue testigo de la muerte de su propio hijo, sino que la dirigió él mismo.

Arnem se vuelve hacia el senescal, horrorizado.

—¿Adelwülf? ¿Lo dejó morir?

—Lo planificó él —responde Radelfer. Bajo el tono equilibrado de sus palabras hay una tristeza que, evidentemente, trata de reprimir—. En el estadio. Se puede decir que sirvió al muchacho como un plato de comida a una de las fieras salvajes. Luego explicó que pretendía asustar a los jóvenes ricos que frecuentan el lugar para que se alistaran en el khotor de la Guardia que acababa de marchar hacia el Bosque.

—Y que han sido destruidos por su absoluta falta de conocimiento profesional. Hasta el último de ellos —dice Arnem, en una respuesta airada.

Radelfer encaja la información con el mismo equilibrio esforzado que ha marcado toda la conversación con Sixt Arnem.

—Ah, ¿sí? —murmura—. Bueno… entonces, el lord podría haberle ahorrado al chico un destino tan horrible, y permitirle morir luchando contra nuestros enemigos.

—Si es que, efectivamente, son nuestros enemigos —se apresura a contestar Arnem. Los rasgos de Radelfer reflejan su confusión, pero sin darle tiempo a preguntar qué quería decir, Arnem da un golpe fuerte con los puños en la mesa, delante del senescal y, con una voz controlada para que sus hijos no puedan oírlo, pero sin renunciar a la pasión, exige—: Pero ¿por qué habría de permitir la muerte de su hijo, su heredero? ¿Y encima planificarla él mismo?

Con mucho cuidado, Radelfer mira fijamente la copa y dice algo con un significado finamente oculto:

—Pretende tener una segunda familia. Con una mujer que, al contrario que su desgraciada y moribunda esposa, sea fuerte. Alguien a quien admira desde hace tiempo, una mujer que, según él cree, le dará hijos que serán auténticos, leales y sanos siervos del reino. —Tras una pausa para dar un trago largo de vino, Radelfer añade—: Igual que te ha dado hijos a ti, sentek…

Una vez más, Sixt Arnem se queda momentáneamente aturdido al comprobar que las tramas de Lord Baster-kin son mucho más complejas que lo que él, o incluso Visimar, sospechaba.

—¿Mi esposa? —susurra al fin—. ¿Pretende robarme mi esposa?

—No es un robo —contesta Radelfer, manteniendo todavía un extraordinario control de las emociones—, si el antiguo marido ha muerto. Y el lord está esperando cada día la confirmación de que tú y tus hombres habéis muerto por culpa de la pestilencia que devasta las provincias. —El senescal pierde la mirada en la lejanía y reflexiona—: Y, en cambio, aquí seguís tú y el Primer Khotor de la Guardia, mientras los hijos de las casas más prominentes de Broken, yacen muertos en el Bosque…

—¿Y mis hijos, Radelfer? —exige saber Arnem—. ¿Qué destino les esperaba?

Radelfer baja la cabeza hacia la burda lana bajo sus pies y, con su primera muestra de auténtico remordimiento, musita:

—A tus hijos los hubieran tratado como desafortunadas víctimas de la destrucción del Distrito Quinto. Tu insistencia en permanecer en esa parte de la ciudad pese a haber alcanzado el mando del ejército siempre ha causado una consternación general entre la familia real, el clero y las clases mercantiles de la ciudad. Las muertes de tus hijos se podían atribuir a tu inescrutable terquedad, más que al lord…

Arnem guarda silencio unos instantes, apenas capaz de creer lo que acaba de oír.

—Pero… ¿por qué? ¿Por qué, Radelfer, se vuelve el Lord Mercader contra su gente de esta manera? ¿O contra mi familia? Siempre le he manifestado todo mi apoyo.

—Yo te puedo contar lo que se esconde tras sus acciones, sentek —dice Radelfer—. Pero para explicar del todo la situación debo contarte antes cosas que en Broken no sabe nadie más que yo. Solo hubo otra persona que dedujo la verdad y pagó el precio más horrible que se puede imaginar, simplemente por haber intentado ser sincero y ayudar al clan Baster-kin.

Arnem pondera esa afirmación un momento.

—Radelfer… ¿esa «otra persona» no será, por un casual, Caliphestros?

Radelfer levanta la mirada, sorprendido por completo.

—Sí, sentek —contesta—. Pero… ¿cómo puedes haberlo adivinado?

Recostado en el asiento, y tras un largo trago de vino, Arnem responde:

—Tal vez te interese saber, Radelfer, que Caliphestros no solo sobrevivió al Halap-stahla, sino que en este momento está a menos de un cuarto de legua del lado sur de este campamento, acompañado por varios líderes Bane, y todos esperan mi llegada bajo bandera blanca.

Radelfer, momentáneamente atónico, murmura al fin:

—Ya veo… Los cuentos que están haciendo circular los mercaderes Bane, entonces, son ciertos… La verdad es que casi parece demasiado fantástico.

—No tan fantástico —responde Arnem— como el animal a cuya grupa dicen que va montado: nada menos que la legendaria pantera blanca del Bosque de Davon. Al parecer también ella está allí ahora, asombrando a casi todos mis Garras.

Radelfer sopesa el asunto un largo rato, y luego se pone más nervioso todavía.

—Sentek —dice al fin—, si los Bane y Caliphestros tienen de verdad intención de parlamentar, y yo creo que será así, entonces tenemos más razones para la esperanza de lo que me atrevía a creer.