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Caliphestros, Ashkatar y los expedicionarios Bane llegan por fin a Okot…

Es indudable que la visión del mutilado Caliphestros entrando en el pueblo Bane de Okot a lomos de la célebre pantera blanca que antaño solía vagar por el sudoeste e inspirar miedo y respeto por igual en la tribu de los desterrados habría provocado en condiciones normales un asombro rayano en el pánico en la plaza central. Sin embargo, en esta ocasión su llegada a Okot ha sido precedida, medio día antes, por los mensajeros de Ashkatar, que han avisado a la tribu de que la plaga que afligía a su gente no era el resultado de ninguna magia o maldición provocada provocada por los Altos, sino de un veneno contenido en el agua de los pozos del lado norte de la comunidad. El aviso había detenido casi de inmediato el progreso de la enfermedad y hasta reducido su terrible impacto. Nadie había guardado en secreto el hecho de que era Caliphestros quien había determinado los detalles de este problema y de su solución, aunque, como insistía en repetir el anciano desde que llegaron a las afueras de Okot, sus cálculos no implicaban adivinanza ni visión alguna, sino más bien pura investigación científica. Esa explicación resultaba difícil de entender para muchos Bane, aunque en el pueblo eran muchos los que, más allá de su mayor o menor capacidad para entenderlo, agradecían su participación. Solo después de pasar entre la multitud reunida en el centro del pueblo, cuando se metieron en la Guarida de Piedra para reunirse con los Groba, con la Sacerdotisa de la Luna y sus auxiliares, las Hermanas Lunares y los Ultrajadores, empezaron a encontrarse con algo parecido a un interrogatorio severo o escéptico.

Ashkatar abrió el paso por el largo y oscuro pasillo de piedra, con sus relieves de momentos importantes de la historia de los Bane, que Caliphestros se detuvo a admirar: no porque en todos los casos le parecieran rigurosos, sino por la calidad de su ejecución. Veloc, mientras tanto, empleó el tiempo para insistir en voz baja a Heldo-Bah en que no despertara las iras de la Sacerdotisa de la Luna, sentimiento apoyado por Keera, que se unió a sus amigos solo tras asegurarse de acudir rápidamente a casa de sus padres nada más llegar a Okot. Allí había descubierto, con salvaje alegría, que todos sus hijos estaban bien, o en plena recuperación y la pequeña Effi se había reunido con sus hermanos, Herwin y Baza, después de que estos obtuvieron permiso para abandonar las Lenthess-steyn tras su rápida recuperación, posibilitada por la información que habían aportado los mensajeros de Ashkatar.

—Qué hermosas tallas, ¿verdad, Lord Caliphestros? —preguntó Ashkatar al anciano, señalando las paredes del pasillo.

—Efectivamente —respondió Caliphestros, esforzándose por mantener la distancia propia de un académico mientras Keera abrazaba a Stasi de pura alegría y gratitud y no se atrevía a hacer lo mismo con su compañero—. La mayoría de los habitantes de Broken —siguió el anciano— considerarían que van bastante más allá de las habilidades de los artesanos de vuestra tribu.

—Sí —accedió Veloc, con la voz cada vez más apagada a medida que el grupo se acercaba a la entrada de la Guarida de Piedra—. Por supuesto, lo que cuentan la mayoría de los relieves es tan absurdo como los grandes tapices de Broken. Pero eso no los hace menos atractivos.

Caliphestros soltó una risa breve y apagada.

—¿Hay alguna parte de la ciudad de la montaña en la que no te hayas atrevido a entrar, Veloc? Confío, por ejemplo, en que no habrás penetrado en la Ciudad Interior, ¿no?

—Oh, no, por supuesto que no, no —respondió Veloc rápidamente.

—Aunque, a juzgar por las formas de aquella Primera Esposa de Kafra —añadió Heldo-Bah—, la mujer a la que llamaste Alandra, casi lamento que no entrásemos…

Incluso en plena alegría, Keera notó enseguida que Caliphestros no solo era incapaz de contestar, sino que exhibió la misma expresión de dolor que la primera vez que se mencionó a la mujer, al principio de su viaje por el Bosque: de dolor, y de algo más también.

—¡Heldo-Bah, imbécil! —siseó—. ¿Es que no tienes sentido de…?

La discusión se cortó, de todos modos cuando los tres expedicionarios, junto con el resto del grupo, oyeron la aguda voz del Padre Groba.

—¡Yantek Ashkatar! El Groba te invita a entrar con tus estimados invitados. —Y luego el Padre añadió, con palabras menos entusiastas que Veloc supo interpretar como referidas a él mismo y a Heldo-Bah—: Supongo que junto con el resto de tu grupo.

Veloc esperaba que los rostros de los Groba, la Sacerdotisa de la Luna, las Hermanas Lunares y los Ultrajadores se comportaran con suspicacia cuando Caliphestros y Stasi, acompañados por Ash­katar, los expedicionarios y el anciano que los guiaba, entrasen en la Guarida de Piedra. En cambio, el bello expedicionario no había esperado que los diez rostros que tenía delante, que se habían mostrado siempre tan seguros de sí mismos al tratar con gente como él, Keera o Heldo-Bah, estuvieran dominados por una incomodidad tan cercana al miedo al ver entrar al grupo, reacción que les llenó de placer a él y a Heldo-Bah.

Veloc hizo las someras presentaciones y los Padres Groba inclinaron sus cabezas con gran respeto ante Caliphestros, mientras que la Sacerdotisa de la Luna, sus Hermanas Lunares y los dos Ultrajadores que había en las sombras de la parte trasera fueron bastante menos deferentes en sus saludos. Al verlo, Heldo-Bah empezó a echar miradas por la Guarida con una cara de insatisfacción que parecía dedicada directamente a la Sacerdotisa, aunque dirigió sus palabras al cabecilla de los Groba.

—¿Esto ha de estar siempre tan oscuro, Padre? —preguntó el expedicionario de los dientes afilados, con no poca impertinencia—. ¿Sabes qué pasa? Que nuestra amiga, aquí, la pantera, se pone un poco nerviosa. ¿Verdad que tengo razón, Lord Caliphestros?

Caliphestros entendió lo que el Bane desdentado pretendía garantizar: que se estableciera desde el principio un orden correcto de relaciones.

—Efectivamente, Heldo-Bah —mintió el célebre sabio (pues, en verdad, Stasi era una criatura de la oscuridad). Luego, dirigiéndose al hombre que ocupaba la silla más alta en el centro de la mesa de los Ancianos, siguió hablando—: Quizás, estimado Padre, podrías convencer a uno o dos de esos caballeros —dijo, señalando a los Ultrajadores sin dirigirles la mirada— para que vayan a buscar un par de antorchas. Su presencia no es necesaria en nuestra charla, de modo que no los echaremos en falta.

—¿Perdón? —dijo la Sacerdotisa de la Luna, en tono incrédulo—. Da la casualidad de que esos hombres son mis sirvientes personales, miembros de la Orden de los Caballeros…

—Los Caballeros del Bosque, sí, eminencia —interrumpió Caliphestros, en tono amable—. Aunque en otros lugares los llaman por otros nombres, acaso más apropiados a sus actividades. Además, nunca he visto a ninguno de ellos verdaderamente en el Bosque.

La Sacerdotisa lanzó una mirada resentida a Caliphestros.

—Los términos correctos para dirigirse a mí, brujo, son «Divina» o «Divinidad». Toma nota, por favor.

—Quizá para los que profesan tu fe —contestó Caliphestros con voz tranquila— esos sean los términos correctos. Pero resulta que no es mi caso.

La Sacerdotisa parecía más sorprendida que nunca.

—¿Hemos dejado entrar a un kafránico a la Guarida de Piedra?

Pero el anciano alzó una mano.

—No, Eminencia. Te lo aseguro, mi odio a la fe kafránica no podía ser más obvio. —Se señaló las piernas—. Pero sospecho que mi fe no es algo que pueda explicarte rápidamente. Baste con decir que el título que me corresponde, sea cual sea tu fe, es el de «estudioso».

El Groba Padre sopesó el asunto un momento.

—Mi señor Caliphestros dice la verdad, Divina. Sus actos han demostrado la fe que profesa con nuestra gente y tiene más importancia que los títulos y las palabras. Así que él puede llamarte «Eminencia» y para ti él será el «estudioso».

—Pero… ¡Padre…! —objetó la Sacerdorisa.

—¡Ya lo he decidido, Sacerdotisa! —declaró el Padre.

—Sabia decisión, además —apuntó Heldo-Bah.

—No hagas que me arrepienta de ella, Heldo-Bah —declaró el Padre—. Bueno… —miró deliberadamente más allá de la Sacerdotisa y dio una orden brusca a los Ultrajadores—: una o dos antorchas más, y traedlas rápido. —Reunió en torno a él una colección de mapas dibujados en pergaminos y, mientras empezaba a estudiarlos, anunció—: Tenemos mucho que hacer y con tantos participantes no nos vendrá mal un poco más de luz.

Sabedor de que se arriesgaba a despertar un serio conflicto, Heldo-bah apuntó a los Ultrajadores cuando estos pasaron a su lado.

—Y quizás unos palitos más de leña, ya que vais. Es que a esta pantera le gusta regodearse con el calorcito de un buen fuego.

El Padre accedió con un movimiento impaciente de cabeza dedicado a los Ultrajadores y estos, con cara de furia, partieron a cumplir con aquellos recados propios de criados.

—Bueno, entonces, mi señor —anunció el Padre, señalando a Caliphestros por señas que se acercara, cosa que hizo el anciano deslizándose desde el lomo de Stasi con ayuda de los expedicionarios para instalarse luego con su arnés y sus muletas—. No sé cuánto te ha contado el yantek Ashkatar de nuestra información acerca del plan de los Altos para atacar el Bosque, pero…

—Me ha contado bastante —dijo Caliphestros mientras estudiaba los mapas de los Bane, burdos pero exactos—. Y casi todo, según creo que aceptará el noble yantek cuando oiga lo que he de decir, es inexacto. Aunque es comprensible. Mis investigaciones y las de Keera, junto con comunicaciones que he mantenido con mis… asociados, indican que los Garras están enmarañados con asuntos terribles entre Broken y Daurawah, asuntos relacionados con la integridad interna de su reino, por no decir de sus vidas. Apenas ahora empiezan a regresar hacia el valle del Zarpa de Gato, mientras que las tropas que ahora se ciernen sobre vosotros son, de hecho, un khotor de la Guardia de Lord Baster-kin.

Ante los rostros inexpresivos del otro lado de la mesa, Caliphestros alargó un brazo para recoger un trazado burdo del curso del Zarpa de Gato entre la pila de pergaminos y luego se volvió al notar que los Ultrajadores volvían a entrar en la Guarida.

—Ah, bien. Nos irá bien la luz. Deja las antorchas aquí, cerca de los mapas, Ultrajador…

—No es tu criado para que le encargues tareas domésticas —casi gritó la Sacerdotisa de la Luna—. ¡Y el término Ultrajador no es una forma reconocida para dirigirse a ellos!

—Bueno, Eminencia —replicó Caliphestros con frialdad—. Quizá si pasaran menos tiempo masacrando a las familias de granjeros no lo sería, pero te puedo asegurar que fuera de esta sala es bastante común…

Le tocaba al Padre Groba terciar de nuevo:

—Con todo respeto, mi señor, seguir discutiendo no nos llevará a ningún lugar. —Y luego, a los Ultrajadores—: Que uno de vosotros deje las antorchas cerca de la mesa y el otro alimente y avive el fuego. Después, volved con vuestra señora para que podamos seguir averiguando qué pasa cerca del Zarpa de Gato.

—Solo tienes que mirar lo que está pasando dentro del río, sabio Padre —respondió Caliphestros—. Miembros de tu tribu que escogen poner fin a sus vidas de una manera terrible en las mismas aguas que, para empezar, les contagiaron la enfermedad, pero hay más todavía. Seguro que tus expedicionarios han informado de las grandes cantidades de animales muertos y moribundos, sobre todo río arriba… Porque Keera y yo mismo vimos muchos.

—Sí, nuestra gente lo ha visto —replicó el Padre, mirando con asombro cómo Heldo-Bah llevaba a la gran pantera blanca hacia la chimenea, delante del gran fuego, le acariciaba el cuello y le susurraba algo al oído y al fin la instaba a tumbarse sobre las piedras calientes del suelo. Luego, sin el menor rastro de miedo, se tumbó junto a ella y apoyó la cabeza en sus costillas—. Pero —continuó el Padre, atónito y apenas medio consciente de lo que estaba diciendo— nos pareció que simplemente era parte de la misma plaga que nos han enviado los Altos. —Recuperó la dignidad y la compostura y volvió a dirigirse a Caliphestros—. Todos nosotros haremos cuanto podamos para cooperar en el proyecto que, me da la sensación, estás a punto de proponernos, cualquiera que este sea.

—Ciertamente, la reputación de tu sabiduría es merecida, Padre —dijo Caliphestros con una inclinación de cabeza—. Sí quiero proponeros un plan, a vosotros y al yantek Ashkatar; un plan que nos permita no solo aprovecharnos de la enfermdedad que circula por el Zarpa de Gato, sino tender una trampa a esos hombres de la Guardia del Lord Mercader que, según creo, pronto se adentrarán en el Bosque de Davon. Y al hacerlo frustaremos toda necesidad de enfrentarnos en combate con los Garras cuando lleguen, y en vez de eso podremos invitarles a parlamentar bajo la bandera de la tregua.

El Padre Groba se quedó sin palabras por un momento; tuvo que hablar otro Anciano.

—Tus objetivos son deseables sin duda, Lord Caliphestros —comentó—. Sin embargo, al mismo tiempo parecen extremos y contradictorios. Si es cierto que la fiebre del heno se ha extendido por una gran región de Broken, por ejemplo, ¿por qué habríamos de creer que ellos no saben de dónde viene, cuando nosotros sí lo sabemos?

—Tenía entendido que la edad aportaba sabiduría en esta sala —protestó Heldo-Bah en voz alta—. Usa los ojos, Anciano, si la mente no te sirve. La razón de que los Altos no sepan de dónde viene la enfermedad y nosotros sí la tienes delante. Lord Caliphestros es un maestro en las ciencias que han dado ventaja a nuestros sanadores, las mismas ciencias que provocaron que entre los Altos llegasen a desconfiar de él hasta el extremo de dejarlo sin piernas.

—¿Ciencia? —dijo la Sacerdotisa en tono desdeñoso—. Si hemos de librarnos de esta crisis será la fe, no la ciencia, lo que nos salve. La ciencia no es más que el término que usan los blasfemos para llamar a la brujería.

El yantek Ashkatar miró primero a Keera y luego a Caliphestros con un punto de vergüenza.

—Con todo respeto, Divinidad —dijo el soldado barbudo y burdo, sin atreverse a aguantarle la mirada a la Sacerdotisa—. Me temo que vuestra afirmación puede ser… incompleta.

—Puede ser idiota —murmuró Heldo-Bah en voz baja, provocando que la Sacerdotisa golpeara con sus jóvenes puños la mesa de los Groba y gritara.

—¡Esto es más de lo que puedo tolerar!

Sin embargo, solo hizo falta otro gruñido grave de Stasi, que esta vez llegó a alzarse sobre las patas delanteras, para acallar a la doncella sagrada; y aunque era un silencio quejoso, también fue duradero. Heldo-Bah, mientras tanto, convenció a Stasi para que regresara a las piedras de la chimenea acariciándole la lustrosa piel del cuello y susurrándole algo en la oreja enorme y puntiaguda que quedaba a su lado:

—Ahórrate la rabia, Gran Felina. Esa mujer no es digna de ese esfuerzo. Pronto nos llegará la hora de matar. Así que… ahórrate la rabia.

De nuevo Keera se asombró al ver que Stasi obedecía las sugerencias de Heldo-Bah, pues al parecer ambos habían desarrollado, contra toda probabilidad, no solo un afecto recién descubierto, sino también una manera de comunicarse.

—Escuchemos a Lord Caliphestros —propuso al fin el Groba Padre—. Es lo mínimo que le debemos y ningún miembro de esta tribu, sea cual fuere su rango, está exento de esa deuda.

Tras quedar claro que todos estaban de acuerdo con esa opinión, Caliphestros pudo continuar.

—No quiero despreciar el papel que tendrá la fe en los días por venir —concedió el anciano con elegancia, aunque sus palabras no apaciguaron a la Alta Sacerdotisa tanto como era de esperar—. Porque en tiempos de guerra la fe supone un gran consuelo para los soldados y el pueblo común, que son los que más sufren. En nuestro caso, el yantek Ashkatar me ha dicho que, cualesquiera que sean las fuerzas de Broken que lleguen en las próximas horas a la Llanura de Lord Baster-kin, desea atraerlas hacia el Bosque, donde no podrán ejecutar sus maniobras y, en cambio, permanecerán confundidas y aterradas, y en consecuencia derrotarlas será pan comido… Tal vez hasta podamos aniquilarlas. Una admirable apertura. —El viejo estudioso escrutó una vez más a los Padres Groba de uno en uno—. Pero hay maneras de desequilibrar más todavía la lucha a favor de los Bane… si estáis dispuestos a aprovechar los métodos que he desarrollado.

—Métodos científicos —declaró la Sacerdotisa en tono desdeñoso.

—Hasta aquí hemos llegado —dijo de pronto Heldo-Bah, poniéndose en pie en su rincón junto al fuego—. Ni se lo intentes explicar, Lord Caliphestros. Con una sola demostración nos ahorramos horas de discusiones.

Mientras pasaba al otro lado, hacia la Sacerdotisa y los Ultrajadores, que permanecían detrás de ella, Heldo-Bah desenvainó la espada que le había dado Caliphestros en la Guarida de Stasi, lo cual provocó que los Caballeros del Bosque se plantaran de inmediato delante de la joven. En ese momento, la pantera se incorporó, soltó de nuevo un gruñido desde el fondo de la garganta y mostró los dientes un instante en un breve rugido.

—¡Heldo-Bah! —le advirtió Keera cuando pasó a su lado—. Cuidado con lo que empiezas.

—No empiezo nada —contestó el expedicionario enojado—. Al contrario, voy a acabar con toda esta charla inútil. —Luego, desafió a los Ultrajadores—. Venga, cualquiera de los dos. O los dos. Blandid las espadas, intentad bloquearme.

Los Ultrajadores cerraron filas todavía más cerca de la mujer cuya vida habían jurado proteger, con las armas por delante, mientras Caliphestros y Keera se desplazaban para calmar a la pantera. La Sacerdotisa demostró tener una confianza suprema y al parecer estaba convencida de que se hallaba a punto de ser testigo de la muerte del impertinente Heldo-Bah, cuando de repente…

Con dos choques resonantes de metal contra metal, Heldo-Bah dejó a los Ultrajadores con meros trocitos de sus armas en la mano; y en sus caras, la expresión de sorpresa era mayor que la que el propio Heldo-Bah había mostrado en la cueva de Stasi.

—Bueno —dijo Heldo-Bah, envainando la espada mientras se secaba el sudor de la frente y se volvía hacia Stasi—, no sé cómo querrás llamarlo tú, Sacerdotisa, pero tus «caballeros» usan armas confiscadas a los soldados de Broken, eso lo sabemos todos. Así que ya puedes explicar cómo vamos a prescindir de esos adelantos, si te parece necesario… O déjanos proceder, en el nombre de tu preciosa Luna, para hablar de cómo explotarlos.

Renqueando para ocupar de nuevo su lugar delante de los Groba, Caliphestros dijo:

—Tal vez los métodos de Heldo-Bah sean burdos, pero su conclusión es inteligente. Este es el tipo de resultados que os pueden ofrecer mis artes científicas. Este y otros, siempre que me dejéis ayudaros.

—Pero… —El Padre Groba seguía mirando a los Ultrajadores, que a su vez miraban todavía fijamente los trozos de arma blanca que tenían en las manos—. Pero ¿cómo? —preguntó al fin.

—Os lo puedo explicar —respondió Caliphestros—, aunque yo recomen­daría que lo hagamos mientras vamos emprendiendo los prepara­tivos. —Paseó la mirada por los muros de la cueva a su alrededor, tan parecidos a los de lo que antaño fuera su hogar, y luego continuó—: Estas cámaras contienen pasillos internos que serán ideales para lo que hemos de hacer. Y, si mi experiencia sirve de algo, las cámaras de las montañas más altas que esta resultarán todavía más convenientes para nuestros propósitos.

—¿De verdad crees que podrás producir ese acero superior en nuestras montañas? —preguntó el Padre, con una urgencia en el tono que ninguno de los expedicionarios había oído jamás en su voz.

—Dentro de las cuevas más altas —respondió Caliphestros—, tal como aprendí durante mis años de destierro en el oeste. Porque emplearemos los vientos que soplan y se canalizan por los pasillos de estos muros de piedra, del mismo modo que absorben el humo de vuestro fuego al instante. Ni siquiera los grandes fuelles que alimentan vuestra Voz de la Luna podrían dirigir un viento tan poderoso hacia un lugar específico.

El Padre Groba meneó la cabeza.

—Estos asuntos me superan. Me atrevería a decir que nos superan a todos, aunque tal vez puedas contarnos cómo lo descubriste mientras nos ponemos a trabajar.

Caliphestros asintió con agradecido alivio.

—Me encantará… mientras trabajamos. Pero hemos de ponernos a trabajar ya mismo. Incluso así nos va a faltar tiempo para armar a todos vuestros guerreros. El yantek Ashkatar tendrá que escoger a los mejores y, pese a ello, llegaremos con el tiempo justo.

Los expedicionarios y Caliphestros empezaron a levantarse y Keera ayudó al anciano a quitarse los aparatos de caminar para que pudiera montar en los poderosos hombros de la pantera blanca, que ya inclinaba el cuello para recibirlo.

—Me da la impresión —declaró la Sacerdotisa de la Luna— de que se nos pide que pongamos en Lord Caliphestros una fe que sería más apropiada para un dios que para un hombre.

Veloc dio un paso adelante con valentía, aunque en sus palabras quedaba un rastro de inseguridad.

—Solo te pedimos que creas las palabras de un hombre que ha dedicado tantos esfuerzos al estudio de estos asuntos como vosotros al poder y los funcionamientos de la Luna. —Ningún miembro de los Groba estaba en condiciones de discutirlo y Veloc se animó a continuar—: Y ahora, pediría a las más honorables y reverendas que nos premitan retirarnos y alojar a Lord Caliphestros en el hogar de nuestra familia. Keera se ha podido reunir apenas unos minutos con sus hijos y Lord Caliphestros ha tenido un viaje muy arduo para llegar a Okot…

—Doy testimonio de ello —apuntó el yantek Ashkatar, con decididos vaivenes de cabeza para confirmarlo—. El viaje del grupo de Keera ha sido arduo, desde luego. Caramba, si hasta Heldo-Bah…

Pero Ashkatar se interrumpió y no hizo falta más explicación cuando el fuerte ruido de los ronquidos de Heldo-Bah llegó desde el hogar de la enorme cavidad en que se alojaba la chimenea de la Guarida de Piedra. Ese momento podría haber causado más discusiones e insultos, y la Sacerdotisa de la Luna parecía lista para ambas cosas, pero el Padre Groba intervino enseguida para ofrecer a Veloc un momento para que fuera a despertar a su amigo de una patada y luego dejara que el problemático expedicionario se despidiera, mientras que el hombre que ocupaba la silla coronada por cuernos de Luna preguntó:

—¿Estás seguro de que no podemos ofrecerte un alojamiento más espléndido, Lord Caliphestros? Keera y Veloc son de familia buena y honesta, tan generosa que hasta aceptó tomar en su seno a un muchacho tan complicado como Heldo-Bah durante muchos años; sin embargo, son gente humilde y también lo son sus casas, mientras que nosotros sin duda podríamos…

—A mí no me parecerá humilde, Padre —respondió Caliphestros—. Llevo más de diez años sin estar en un lugar parecido, y más todavía sin gozar de compañía. Además, Stasi y yo dormiremos al aire libre, como tenemos por costumbre en estos meses, y así no asustaremos demasiado a los niños, ni mantendremos despiertos a los demás con nuestros horarios extraños. —Dirigió una rápida mirada a Keera—. Stasi prefiere sentirse a salvo en una familia de esa clase que sentirse agasajada en exceso. Y de mí podría decirse lo mismo…

En ese momento rugió la voz cansada de Heldo-Bah:

—Estoy despierto, Veloc, maldito seas. Y listo para largarme de aquí, te lo aseguro. ¡Así que deja de darme patadas!

—Quizá lo mejor sería —sugirió Keera— una rápida despedida para irnos a descansar, Padre.

—Tú lo has dicho, tú lo has dicho —respondió el Padre, agitando una mano en el aire.

Cuando el grupo se dio media vuelta para salir, Caliphestros se detuvo a mencionar una cosa más a la Sacerdotisa de la Luna.

—Y, Sacerdotisa, al estar aislado de la gran actividad del centro de Okot tendré más oportunidades de plantearme un problema con el que, según creo, tú misma, los Padres y toda la Hermandad Lunar os habéis devanado los sesos.

—Ah, ¿sí? —dijo la Sacerdotisa en tono dubitativo—. ¿Y cuál sería ese problema?

Caliphestros se detuvo, estudió a esa joven llamativamente altiva y decidió que si lo hubieran convocado a su lecho, como le había ocurrido a Veloc, él también la habría rechazado.

—Si no me equivoco, habéis tirado las runas para averiguar asuntos relacionados con esta crisis.

—Eso no supone ninguna gran revelación. Tenemos por costumbre recurrir a las runas para ayudar cuando nuestro pueblo se enfrenta a algún problema.

—Efectivamente —respondió Caliphestros como si no le importara, mientras maniobraba con Stasi para encararla hacia la salida de la Guarida—. Entonces, quizá me equivoco. Quizá sí hayáis decidido cuál es la «Adivinanza del Agua, el Fuego y la Piedra» y sois conscientes de la medida en que su solución podría suponer una ayuda dentro de muy poco en el enfrentamiento con Broken.

Por última vez durante la audiencia los rostros de todos los reunidos en torno a la mesa de los Groba reflejaron una confusión absoluta.

—¿Cómo…? —consiguió expresar la Sacerdotisa, alarmada.

Luego el Padre, con una expresión más coherente de preocupación, preguntó:

—Mi señor Caliphestros, ¿cómo puedes conocer la Adivinanza del Agua, el Fuego y la Piedra? ¿Y qué puedes decirnos sobre su significado y su utilidad?

—Poco más que vosotros… de momento —contestó Caliphestros hablando hacia atrás por encima del hombro y alzando una mano para despedirse—. Pero está bien saber que a todos nos preocupan los mismos problemas, ¿no? —Caliphestros y Stasi, sin necesidad de estímulo alguno, siguieron avanzando hacia la salida de la Guarida, aparentemente hartos de aquel lugar—. Os deseo una buena noche. Mañana empieza nuestro gran trabajo y hemos de estar descansados y listos…

Keera y Veloc se volvieron para pronunciar palabras de despedida más formales y aceptables para los Groba, mientras que Heldo-Bah, igual que Stasi, se limitó a deambular hacia el largo pasillo de piedra que llevaba a la salida de la Guarida, al tiempo que se iba rascando la cabeza y otras partes del cuerpo.

—Si no te importa, Lord Caliphestros —se le oyó decir en el pasillo—, esta noche dormiré contigo y con tu amiga bajo los árboles y las estrellas. La familia de Keera y Veloc son buena gente, pero prefiero estar en un lugar que me corresponde más y me preocupa menos…

—Serás bienvenido, Heldo-Bah —respondió Caliphestros, con la voz ya algo desmayada—. Pero no matengas a Stasi despierta con tus ronquidos, porque es uno de los muchos sonidos humanos que detesta.

Mientras tanto en la Guarida de Piedra, el Padre Groba recorrió con la mirada a sus compañeros, reunidos en torno a la gran mesa.

—Bueno, ¿qué hemos visto? ¿Brujería o ciencia? —Luego miró de nuevo hacia el pasillo de piedra y se contestó a sí mismo con otra pregunta—: ¿Acaso importa, teniendo en cuenta las fuerzas que ahora mismo se ciernen sobre nuestro pueblo?

Y para esa pregunta ni siquiera la Sacerdotisa de la Luna tenía respuesta.