Al llegar a la Llanura de Lord Baster-kin, el sentek Arnem se encuentra con un silencio escalofriante…
La mañana en que Sixt Arnem marcha con todo su khotor de Garras hasta la sección de la Llanura de Lord Baster-kin que queda al norte del Puente Caído, no encuentra ninguna prueba de que los hombres de la guarnición de Esleben, que debían encontrarse allí con él, hayan sobrevivido durante su marcha por el Zarpa de Gato a las distintas pestilencias que, según ha podido determinar Visimar, corren por Broken. Del mismo modo, aunque resulta mucho más sorprendente, no hay señal alguna del destacamento de la Guardia de Lord Baster-kin que siempre está asignado a la frontera norte de la extensión de tierra más arable y estratégica de la familia; aunque tampoco hay ninguna muestra visible de que dichos hombres hayan topado con alguna calamidad. Al contrario, a medida que los Garras avanzan sobre la alta y burda hierba del borde de la Llanura, y luego por el sur para adentrarse en los ricos pastos que el famoso ganado bovino de pelo largo de la familia Baster-kin mantiene recortado a una altura casi uniforme, lo único que encuentran es, por muchas razones, la circunstancia más enervante que puede encontrar un soldado en marcha, lleno de preguntas y lejos de casa: nada.
Cierto, el ganado pasta a su manera (o, mejor dicho, la mayoría de los animales, pues está claro que no son pocos los que faltan) y apenas presta atención a los recién llegados, salvo para apartarse un poco en busca de seguridad; pero no hay muestras visibles de enfermedad. En cualquier caso, los hombres de Arnem saben bien que las unidades de la Guardia deberían patrullar esta parte de la Llanura: ¿dónde están, entonces? Arnem sabe qué acción es el único remedio para su propio asombro y para el de sus hombres; así, tras ordenar que se establezca un campamento central, el sentek encarga a sus exploradores que apliquen sus agudos talentos para la detección hasta poco menos de veinte kilómetros arriba y abajo por la orilla norte del Zarpa de Gato y les recuerda, así como al resto de sus hombres, que ni ellos ni sus monturas deben consumir agua del río, salvo en los distintos estanques de agua pluvial que la familia Baster-kin ha construido a lo largo de la Llanura durante los últimos años. El campamento central de Arnem queda cerca de uno de esos estanques; en cuanto levantan su tienda, el sentek ordena que se establezca un puesto de observación cerca de la fuente de agua que queda más al sur, puesto que, al estar situada cerca del Puente Caído, ofrece buenas vistas hacia el río y el bosque que queda detrás. Allí levantan tiendas, encienden hogueras, programan guardias y los hombres reciben la orden de estar listos para actuar sin previo aviso.
Cuando los sonidos que emiten los otros fausten al preparar sus tiendas en torno a las de Arnem empiezan a resonar en el aire del mediodía al norte del puente, el sentek, Niksar y Visimar avanzan con sus caballos para acercarse más todavía a la burda frontera de la Llanura que señala su límite sur, donde Arnem mantiene la mirada atenta a cualquier señal de regreso de Akillus o alguno de sus hombres con noticias, o en particular alguna señal de vida de los ausentes miembros de la Guardia de Baster-kin. El estado de ánimo en la Llanura se va volviendo cada vez más lúgubre, aunque decidido, a cada hora que pasa, igual que la amargura por la ventaja que deberían haber ofrecido los hombres de la avanzadilla, de quienes se esperaba que hubieran tomado posición antes que ellos.
—Malditos sean —protesta en voz baja Arnem y ni a Visimar ni a Niksar les cuesta en absoluto entender cuál es el objeto de su ira—. No esperaba encontrar a esos dandis de faja de latón atentos y en sus puestos, pero nos hubiera sido útil tenerlos cerca de estas posiciones.
—Entonces, ¿esperarías que los chacales se convirtieran en lobos, sentek —responde Visimar con una pregunta—, solo porque se presenta un peligro?
Niksar asiente con una inclinación de cabeza.
—Lo que dice es cierto, sentek —murmura el linnet—. Podríamos haber dado por hecho que la Guardia se retiraría, ya que son el primer premio que los Bane intentarían llevarse al atacar al reino. Solo nos falta saber en qué dirección, por qué, bajo qué autoridad…
—¿Autoridad, Niksar? —pregunta Arnem—. ¿Crees que alguien les ordenó retirarse del terreno? Confío en que te des cuenta de que esas órdenes solo podrían haber procedido de una fuente.
Visimar desea de todo corazón no ser él quien tenga que dar respuesta a esa afirmación, y por eso le encanta que se le adelante el joven y hermoso linnet.
—Sentek, no pretendo que esto suene a nada distinto de lo que es: una observación de lo que yo veo como hechos innegables, así como un intento de honrar a mi hermano y de poner en cuestión el peculiar modo en que nuestros superiores, nuestros superiores civiles, hicieron caso omiso de manera constante de los apuros de Donner durante el tiempo que pasó en Esleben; sin duda esta situación sugiere que Lord Baster-kin, por mucho respeto que puedas haberle tenido en el pasado, no es el hombre que tan a menudo has confiado que fuera.
—Tal vez, Niksar… Tal vez —responde Arnem. Luego, tras pensárselo, añade—: Aunque no puedo sino esperar que entiendas la cautela que hemos de tener para plantearnos siquiera esas conclusiones. Soy consciente de que no hemos encontrado todavía un hilo común que recorra todo lo que hemos visto, experimentado y sentido. Pero la sugerencia de que ese hilo pueda ser una traición por parte del Lord Mercader… No estoy tan seguro. Los oficiales y los hombres de la Guardia tienen perfidia y cobardía de sobra para explicar lo que ha ocurrido y me temo que lo tenemos que dejar aquí. Al menos de momento.
Al recibir ese desarie de su comandante, Niksar —con la muerte de su hermano todavía reciente en el pensamiento— sigue galopando solo hacia el sur un rato más, mientras que Arnem y Visimar caen de nuevo en el silencio. El anciano estudia al comandante del ejército de Broken un rato más antes de preguntar en voz baja:
—¿Cuándo fue la última vez que dormiste, sentek? Me refiero a dormir como se debe.
—¿Acaso alguno de nosotros ha dormido? —responde Arnem, sin brusquedad, pero con un poco de irritación todavía—. Es necesario establecer un plan de guardias y descansos para los hombres, los caballos necesitan comer siempre a las mismas horas, o al menos llenarse la barriga pastando un poco de hierba decente, y dormir, por no hablar del aseo. Y, por las pelotas de Kafra, todos los skutaars parecen a punto de caer exhaustos en cualquier momento. ¿Puedo dormir yo antes de saber que todos ellos, hombres, animales y criaturas, están a salvo de la fatiga y de la peste para desempeñar sus tareas? Dime cómo, aprendiz de brujo, y pegaré la cabeza a la almohada tan rápido como cualquiera de los hombres que marchan con nosotros. Porque solo estoy seguro de una cosa… —sus ojos, fríos y estables, escanean la orilla del sur y el Bosque de Davon que se extiende más allá—: los Bane han podido ver todo lo que nos pasaba. Quizá desde lejos, pero… están ahí a fuera y saben al menos un poco, y cabe que algo más, de nuestra problemática situación.
Pasan todavía unas horas hasta que, ya con la luz dorada de la última hora de la tarde, avisan a Arnem de que han avistado al primer explorador —el siempre fiable Akillus, como era de esperar— galopando a gran velocidad de vueta hacia el campamento de los Garras.
Efectivamente, para cuando la montura de Akillus cruza la Llanura como un trueno y llega hasta donde se encuentran Arnem, el recién regresado Niksar y Visimar, galopa todavía tan rápido que se pasa de largo y tiene que dar la vuelta para regresar hasta ellos, lo cual provoca una risilla del sentek, su ayudante y su consejero, hasta que ven la expresión de la cara del jinete.
—Akillus —saluda Arnem cuando el explorador dirige finalmente al caballo hacia los tres hombres y sus respectivas monturas—. Entiendo que algo muy importante te ha impedido esperar hasta el consejo de esta noche, o limpiarte todo el fango de tu larga cabalgada antes de presentarme tu informe.
Akillus se mira las manchas marrones, ya secas, que le cubren la piel, la túnica y la armadura, y no se ríe, ni sonríe siquiera, como suele hacer a menudo, incluso en las situaciones más peligrosas o embarazosas. Para Arnem, es la primera insinuación de que el explorador ha averiguado en su misión algo definitivamente siniestro.
—Entonces, ¿has visto algo? —pregunta el comandante—. ¿En la orilla del río?
—No… no he sido el único que lo ha visto, sentek —contesta Akillus, inseguro—. Todos los exploradores han visto algo parecido, tanto si formaban parte de un grupo que iba río arriba como río abajo.
—Bueno, Akillus —lo insta Niksar, con una gravedad en el rostro parecida a la que exhibía en Esleben—, ¿qué es eso que has visto?
—¿Una escena comparable con la de Daurawah? —pregunta Visimar, con ansia e intención.
—Sí —responde Akillus—. Algo así, pero en una escala mucho mayor, aunque no me parecía posible. —Akillus mira por fin a su comandante, hace un valiente esfuerzo por recuperar la compostura y afirma—: Se diría que ha habido alguna batalla en el río, sentek, salvo que nunca nos ha constado que los Bane usaran barcos ni que atacasen a los mercaderes del río. Y, ciertamente, la cantidad de mujeres y niños desarmados entre los muertos no hace pensar en un conflicto; o, en cualquier caso, no en un conflicto formal. Pero están todos allí, junto con la patrulla ausente de la Guardia de Baster-kin; había muertos de todas las edades a ambos lados, y también algunos que no terminaban de morir, aunque estos últimos nos rogaban que les diéramos la muerte, tan doloroso era su estado.
—¿Su estado? —repite Visimar—. ¿Quieres decir que daban muestras de padecer las dos enfermedades que hemos presenciado? La fiebre del heno por un lado y…
—Y las heridas del fuego también —continua Akillus—, que se han contagiado entre los animales que han visto los exploradores aun más arriba del río. ¡Sentek, el Zarpa de Gato se ha convertido en un río mortal, de un extremo al otro!
—Tranquilo, linnet —dice Arnem en voz baja—. ¿Y no has encontrado a nadie libre de la enfermdad?
—Solo a uno —responde Akillus—. Un joven miembro de la Guardia que deambulaba a solas. Lo más extraño es que le aterraba tanto que fuéramos camaradas suyos como que fuéramos de los Bane. Dice que lo dejaron atrás por fuerza para vigilar las piezas de ganado de Lord Baster-kin que normalmente cuida su destacamento en el lado norte de la Llanura. Pero al ver que se hacía tarde y luego pasaba toda la noche, fue a ver si sus compañeros habían logrado algún progreso y se encontró… Lo mismo que nosotros. Está medio loco de miedo.
—¿Lo has traído al campamento? —pregunta Visimar, con palabras teñidas de susto.
—Se ha quedado fuera —responde Akillus—. Parecía libre de enfermedad, pero después de todo lo que hemos visto…
—Bien hecho, Akillus. —Arnem respira aliviado y mira a Niksar—. Como siempre.
—Pero… —Visimar sigue dándole vueltas a una afirmación anterior— ¿si sus compañeros habían logrado algún progreso? ¿Qué compañeros? ¿Y en qué tarea?
—Una muy ambiciosa —contesta Akillus—. Mucho más importante que sus patrullas habituales por la Llanura. Al parecer, desde la ciudad mandaron un khotor entero de Guardias mientras nosotros regresábamos del este, con la misión de entrar en el Bosque antes de que llegásemos y destruir a todos los Bane que descubriesen.
Atónito, Arnem tira de las riendas de Ox para que se quede quieto.
—¿Qué?
—Sí, sentek —responde Akillus—. Muy extraño, ya digo, porque todos sabíamos que esa era nuestra misión. Pero parece que Lord Baster-kin…
—¿Los envió Baster-kin? —dice Arnem, mirando de nuevo a Niksar, aunque ahora con cara de pedir disculpas—. Pero… ¿por qué? ¿Por qué nos envió a procurar la destrucción final de los Bane para luego mandar a sus hombres para hacer el mismo trabajo por separado?
—Porque —murmura Visimar en tono discreto— se suponía que los Garras, y especialmente tú, sentek, no ibais a sobrevivir al viaje al este. Baster-kin intenta aprovecharse de los terribles sucesos de esas provincias como camino para consolidar su control sobre todos los instrumentos de poder del reino: para que el ejército regular se convierta en su instrumento necesitaba quitarse de en medio a los Garras y a su comandante. Y si quería que su desaparición pareciese accidental o, mejor todavía, causada por los Bane, ¿había un modo más limpio de lograrlo que enviarlos a esa parte del reino infestada por la enfermedad?
Es evidente que Akillus ha visto lo suficiente en el río como para considerar verosímil la explicación de Visimar.
—Así es, sentek. A juzgar por lo que ha dicho ese Guardia, y tú mismo podrás preguntarle, fue el tenor de tus informes lo que hizo pensar al Lord Mercader que debía enviar más hombres… Hombres que manifestaran lealtad personal tanto a él como al Rey-Dios para encargarse de la conquista de los Bane, por si acaso nosotros no llegábamos nunca al Bosque o, una vez allí, decidíamos no atacar.
Niksar no dice nada, pero dirige a su comandante una mirada que transmite que él también ha llegado a la misma conclusión.
—Y hay más todavía, sentek —dice Akillus, con la voz aún más insegura—. Parece… Según este joven pallin, bueno, parece que ha estallado una rebelión en el Distrito Quinto de la ciudad.
De nuevo, la expresión del rostro de Visimar indica que ya conoce la respuesta a lo que va a preguntar:
—Ah, ¿sí? ¿Y quién dirige esa rebelión, linnet?
Con más reticencia que nunca, Akillus contesta:
—Quizá sería mejor que interrogaras tú mismo a ese hombre, sentek…
—Te estoy interrogando a ti, Akillus —responde Arnem, en tono bajo pero oscuro—. ¿Quién dirige esa rebelión?
—Dice… —al fin Akillus se limita a pronunciar las palabras— dice que es Lady Arnem, sentek. Apoyada por veteranos de todo el distrito, además de… bueno, además de tu hijo mayor.
De nuevo, las noticias no representan novedad alguna para Visimar, pero Niksar sí da un respingo, impresionado.
—¿La esposa y el hijo del sentek Arnem? Hak, solo son chismes maliciosos, cotilleos de los miembros de la Guardia.
—Eso he pensado yo, Niksar —responde Akillus—. Pero parece que el chico no lleva tanto tiempo en la Guardia como para llegar a «infectarse» con su comportamiento.
—Pero… ¡sentek! ¿Lady Isadora y Dagobert? —pregunta Niksar, con la voz teñida por completo de perplejidad—. ¿Qué puede haberles impulsado a actuar así?
Como el propio Arnem está demasiado confundido para responder, le toca a Visimar decir:
—Si no me equivoco, no han tenido otra opción, enfrentados al mismo tipo de enfermedad y muerte que hemos visto nosotros, y ahora que hemos oído más de…
—Sí, sentek —interrumpe Akillus—. El tullido tiene razón en eso. Dicen que la plaga anda suelta por el distrito y que, cuando Lord Baster-kin y el Gran Layzin se negaron a dar respuesta a las peticiones de ayuda de Lady Arnem, se desató la rebelión.
—No sería nada excepcional que esas causas provocaran tales sucesos —afirma Niksar, todavía desconcertado por la información, pero provocando al mismo tiempo la riña de Arnem, que intenta mantener la voz estable pese a no ser poca la rabia que se trasluce en su respuesta.
—Sería excepcional si implica a mi familia, Niksar. —El joven ayudante apenas puede tragar saliva. Luego, con un gran esfuerzo por recuperar la compostura, Arnem continúa—: Pero dejemos ese asunto de momento, hasta que tengamos a ese Guardia delante. ¿Qué pasa con todo lo demás? ¿Enviar un khotor de hombres de Baster-kin al Bosque…? ¿No te ha dado más detalles de qué había detrás de esa acción?
—Ha dado los detalles que cree conocer —responde Akillus—. Que son bien pocos. El más importante era que los hombres de la ciudad y las patrullas de la Llanura se lanzaron de cabeza a cruzar el Puente Caído, al parecer, en cuanto llegó el khotor. O sea, según parece, por la noche.
Todos los semblantes de quienes escuchan a Akillus se oscurecen; se trataría de una arrogancia impensablemente absurda.
—Qué va —susurra Arnem—. Ni siquiera la Guardia sería tan estúpida.
—Pues parece que lo fueron —responde Akillus—. Te puedes imaginar el resultado. Los Bane descuartizaron a las tropas y tiraron a los heridos, junto con los muertos, a merced de las Cataratas de Hafften y las Ayerzess-werten; aunque el dauthu-blieth puso fin al sufrimiento de los heridos antes de que se hiciera tal uso de sus cuerpos.
—Sentek —dice Niksar, con genuino desconcierto, pero también con la intención de reparar parte de la ira que su último comentario ha provocado al sentek—, ¿qué puede significar todo esto?
—No tengo ninguna certeza, Reyne —responde Arnem—. Y sospecho que nos vamos a quedar todos sin saberlo hasta que tengamos ocasión de interrogar a este Guardia. Así que… Llévanos a él, Akillus, y vayamos luego a mi tienda y avisad a los oficiales que el consejo de esta noche se retrasará un poco. O tal vez mucho… —Arnem pierde la mirada en la oscura lejanía del atardecer—. Porque me temo que lleve cierto tiempo contar esta historia…
El sentek está apunto de espolear a Ox para que emprenda la cuesta hacia la llanura cuando Akillus dice:
—Hay otro factor que sospecho que te parecerá que explica el terror de este hombre, sentek. —Arnem se detiene y Akillus avanza a su lado—. Aunque es una historia difícil de creer. Según él…
Una vez más, a Akillus le resulta difícil escoger las palabras con cuidado.
—¿Bueno? —exige Arnem—. Suéltalo ya, Akillus.
—Sí, señor —responde el explorador, renunciando al fin a todo intento de conservar el tacto—. Al parecer, anoche, mientras buscaba alguna pista de sus camaradas, el Guardia se encontró con una visión extraordinaria a plena luz de la Luna: la Primera Esposa de Kafra, hermana del Dios-Rey, avanzaba hacia Broken por la Llanura sin una sola prenda de ropa encima y tirando de un gran macho de oso de Broken con una correa dorada. El oso se comportaba como si fuera poco menos que un perro obediente. El tipo dice que reconoció sus rasgos porque a veces llaman a la Guardia para acompañarla cuando sale de la ciudad y baja por la montaña.
Arnem mira a quienes lo acompañan de uno en uno y solo el rostro de Visimar le transmite la sensación de haber comprendido algo.
—Efectivamente, es posible, Sixt Arnem —dice el tullido—. Porque mi maestro mantenía que solo había conocido a una persona capaz de hechizar así a esas fieras. Y mi maestro, como recordarás, era un experto en comprender a esas mismas criaturas. Pero la hermana del Dios-Rey Saylal, llamada Alandra, tenía una capacidad muy misteriosa e incluso inquietante de conectar con ellos.
Está claro que Visimar sabe más de esa historia, pero se contiene y espera que llegue el momento de hablar a solas con Arnem. El sentek, por su parte, ha vuelto el rostro hacia el cielo.
—Por las pelotas de Kafra —murmura—, ¿qué está pasando aquí…? —De repente, Arnem espolea a su gran caballo—. Bueno, aquí no lo vamos a descubrir.
Insta a los demás a avanzar, obviamente desesperado por descubrir qué hay detrás de las increíbles historias que acaba de oír y averiguar en qué medida su familia corre un verdadero peligro…