Nuevos descubrimientos esperan a los Bane y a su Invitado a medida que se acercan a la Guarida de Piedra…
El viaje a Okot del grupo dirigido por el yantek Ashkatar y Caliphestros (este último, como siempre, a lomos de Stasi), con Keera, Veloc y Heldo-Bah tras ellos, se había convertido enseguida en una procesión más numerosa de lo que parecía necesario en cuanto la columna arrancó hacia el sur por la larga y amplia porción del Bosque de Davon que se extiende entre el Zarpa de Gato y los asentamientos del norte de la oculta comunidad central de los Bane. La noticia de la presencia de los recién llegados había corrido entre las tropas de Ashkatar, sorprendentemente numerosas; y parecía que prácticamente todos los oficiales o soldados Bane querían ver con sus propios ojos al viejo mutilado y a la poderosa fiera en cuyas grupas cabalgaba, no como amo y señor de la misma, sino como mitad de un extraño y místico conjunto.
El interés de los soldados por las actividades del grupo de expedicionarios y Lord Caliphestros solo empieza a decaer cuando el resto de la noche —o, mejor dicho, el alba— de su primer encuentro ha pasado ya. Y ello porque el «brujo» sigue insistiendo en la práctica peculiar de detenerse cada pocos cientos de metros para cavar (o, mejor dicho, para hacer que unos cuantos hombres de Ashkatar caven) otro agujero en el suelo con la intención de descubrir la naturaleza de la tierra o de la roca por debajo de la superficie a lo largo de la ruta, y en particular cualquier señal de presencia de agua. El anciano sigue exhortando a los excavadores para que no usen el agua de las pequeñas y claras charcas subterráneas y los arroyos que encuentran para beber, ni para lavarse siquiera; y Heldo-Bah, por supuesto —liberado de ese trabajo en pago por su participación en la búsqueda e incorporación de Caliphestros (aunque Keera y Veloc sí escogen echar una mano en el esfuerzo)—, es incapaz de dejar pasar la ocasión de torturar a los esforzados soldados en todo momento.
—¿Sabéis una cosa? —dice, dirigiéndose a un agujero en el que cavan varios soldados Bane, con una falsa seriedad particularmente enojosa—. La verdad es que deberíais consideraros afortunados. ¿Entre luchar contra los soldados de los Altos y cavar un agujero para este viejo loco? Yo, personalmente, escogería lo segundo siempre que pudiera. En cuanto a qué está buscando, ¿para qué preguntar? No busca que vuestras tripas acaben desparramadas en la Llanura de Lord Baster-kin y eso debería ser razón suficiente para obedecer. Así que… cavad. ¡Cavad y hacedlo con felicidad!
A medida que avanza la obra y el atardecer desciende sobre el bosque, las cabañas del norte de Okot empiezan a distinguirse entre la escasa y reluciente luz de la Luna naciente. Ashkatar —curioso desde el principio al respecto de los hoyos, pero incapaz de discutir las órdenes de Caliphestros— termina por tragarse la incomodidad y acercarse a la pantera blanca y al hombre de barba blanca, que sigue sentado sobre su lomo, estudiando con atención y paciencia los trabajos de un grupo de soldados en el hoyo más reciente, justo delante de él.
—¿Mi señor Caliphestros? —pregunta Ashkatar mientras hinca una rodilla en el suelo, delante de la pantera.
—¿Hum? —responde Caliphestros, saliendo de alguna profunda ensoñación para volverse lentamente hacia él—. Ah. Por favor, yantek Ashkatar, no te sientas obligado a hacer reverencias delante de mí ni de Stasi. Ya sé, y ella mucho antes que yo, que no pertenecéis a una tribu de hombres y mujeres inferiores, sino todo lo contrario. Te ruego, entonces, que hables con toda libertad, de igual a igual.
—Gracias, mi señor —responde Ashkatar mientras se pone en pie y adopta una postura de altivo mando, más característica de él—. Solo quería saber si estabas dispuesto a compartir conmigo el propósito de toda esa actividad en torno al agua. Porque estamos gastando mucho tiempo y, cuando nos hemos encontrado contigo, mis hombres estaban preparados para una batalla: como estoy seguro de que sabes, siempre resulta difícil mantener a las tropas, sobre todo cuando son inexpertas, en ese estado de preparación bajo cualquier circunstancia; y esta oscura labor los está minando. Entonces, el objetivo de toda esa busca ha de ser vital, desde luego…
Pero en ese momento Ashkatar se ve interrumpido por dos o tres excavadores del último hoyo que forman parte de uno de los distintos grupos que se van alternando bajo la dirección del anciano brujo y que entablan conversación con él. La interrupción llega primero en forma de silbido, y luego un gemido grave tas el cual asoma por el agujero la cabeza y la cara sucia de Veloc.
—Aquí está otra vez, Lord Caliphestros, ese olor que de vez en cuando nos recuerda a las fosas fecales que los padres Groba y los sanadores de las Lenthess-steyn nos obligan a cavar y luego cubrir con cal en las afueras de Okot… —Veloc se calla de inmediato al ver de pronto a su comandante junto a Caliphestros—. ¡Ah! Mis disculpas, yantek Ashkatar. No había visto…
—Veloc —dice Ashkatar en tono severo—, ¿de verdad te parece apropiado hablar de fosas fecales con Lord Caliphestros, esté yo presente o no?
El propio Caliphestros se adelanta para arreglar el problema al tiempo que, desde una roca a cierta distancia, Heldo-Bah ruge con una risa triunfal y casi infantil.
—Por favor, yantek —dice el anciano—. He sido yo quien ha dicho a estos hombres y mujeres diligentes, incluido mi amigo Veloc, que han de usar el lenguaje con libertad cuando se dirijan a mí, pues será la manera más rápida de determinar a qué nos enfrentamos en esta agua que fluye por debajo del Bosque de Davon.
—Ya veo —responde Ashkatar; sin embargo, no del todo convencido, restalla una vez más el látigo con fuerza y grita—: ¡Y tú ya puedes acabar ahora mismo con esa risa idiota, Heldo-Bah! Me marea oírla.
—Mis disculpas, yantek —dice por toda respuesta Heldo-Bah, en un tono apenas levemente menos atolondrado—. Aunque, sinceramente, no había observado una escena tan cómica desde… Bueno, no puedo ni recordar cuándo fue la última vez.
—¡Sin duda fue la última vez que intentaste fornicar con una mujer que no estaba ciega! —grita Ashkatar, olvidando también él el decoro debido en presencia de Lord Caliphestros.
También el látigo vuelve a restallar, pero esta vez ya es demasiado para Stasi, que empieza a gruñir inquieta y a moverse de un modo que parece indicar que se está preparando para saltar encima de alguno de esos hombrecillos. Al notar su inquietud y ver luego cómo la calma Caliphestros de una manera casi mágica, el yantek Ashkatar respira hondo y se vuelve hacia su invitado.
—Estoy… estoy horrorizado, mi señor, por mi comportamiento. Encuentra, por favor, el modo de perdonarme.
—Yo te perdonaré —responde Caliphestros, con una inclinación de cabeza elegante y respetuosa—. Pero ten cuidado con ese látigo en presencia de Stasi, yantek. Los recuerdos en las panteras, como en la mayoría de los animales y exactamente igual que en los humanos, son mucho más vívidos cuando se asocian a la tragedia y a la pérdida; y cuando ella oye ese sonido en particular, sobre todo si viene entre otros ruidos y visiones de hombres armados, recuerda precisamente una pérdida muy trágica: la de sus hijos.
—¿Hijos? —repite Ashkatar, algo confundido.
—Sí. Porque para ella eran sus hijos en la misma medida en que para cualquier humano lo son sus descendientes. Y Stasi perdió a todos los suyos: tres muertos y uno capturado. Que yo sepa, fue la última partida de caza de la gran pantera emprendida en el Bosque de Davon por esos a los que vosotros llamáis Altos: la de un hombre que luego un día se convirtió en Lord Baster-kin, y lo sigue siendo. Una historia que los Bane, estoy seguro, conocéis demasiado bien.
—¿Baster-kin? —grita Heldo-Bah, ya sin ninguna diversión, mientras se planta junto a Caliphestros y Ashkatar con un salto repentino—. ¿Ese cerdo ávido de sangre? ¡Viejo, no nos habías dicho que el causante del dolor de corazón de tu amiga fuera él! —Tanto Keera y Veloc como Ashkatar y Caliphestros se sorprenden al ver que el desdentado Bane, de quien Stasi apenas ahora empieza a reconocer la extraña mezcla de olores que lo caracteriza, se acerca a la pantera en silencio y le acaricia amablemente la piel del cuello mientras murmura algo junto a su oreja grande y puntiaguda y provoca que el pequeño copete de pelos que la coronan tiemble como si también ella entendiera la extrañeza de este momento—. Así que fue el gran Lord Baster-kin quien te metió esa canción terrible en el alma —dice el expedicionario, recordando el sonido que emitía Stasi en la ladera de la montaña, justo después de partir con los Bane de la cueva de Caliphestros—. Bueno, entonces, gran pantera, te sumarás a las filas de quienes desean vengarse de los gobernantes de esa repugnante ciudad y, si depende de mí, serás tú particularmente quien le haga pagar sus salvajadas.
La fiera entrecierra sus grandes ojos verdes brillantes y de su cuello sale un profundo ronroneo antes de volverse para dar dos profundos lametazos a la mano de Heldo-Bah con su lengua áspera y húmeda. El más infame de los expedicionarios parece impresionado por este gesto indiscutiblemente afectuoso y tierno; sin embargo, se aparta apenas un poco y deja tan solo un momento más su mano junto al cuello de Stasi.
—Baster-kin —dice de nuevo, más suave que nunca, pero no sin fiereza—. Imagínate. Como si la lista de sus crímenes no fuera ya bastante larga.
También a Caliphestros le complace el repentino despliegue de simpatía y afecto de Heldo-Bah hacia su compañera; pero solo dispone de un momento para pensarlo antes de que Ashkatar vuelva a hablar.
—Tal como decía, mi señor, esto de cavar constantemente agujeros e inspeccionar pozos y manantiales… Hemos de regresar a los Groba lo más rápido que podamos y, si yo pudiera saber por qué frenamos el paso, cuál es la información que quieres presentarles, podría ayudarte a crear un plan para hacerlo del mejor modo.
—¿No lo has oído, yantek? —responde Caliphestros, señalando a los excavadores—. Otro punto en el que el agua que fluye bajo tierra no huele como debería… Como ha de oler cualquier agua que uno espera usar con seguridad. Y, sin embargo, en otros lugares sí se encuentra agua aparentemente inofensiva. Estoy marcando el curso de todos esos caminos naturales… —explica Caliphestros mientras da unas palmadas en una de sus bolsas, de la que saca una serie de pergaminos atados— aquí, porque pretendo recordar todo lo que aprendamos acerca de las causas de vuestra plaga con la intención de sumar esos datos a algunas teorías que ya tengo a propósito de una enfermedad parecida que, según creemos Keera y yo, ha estallado en Broken.
—¿En Broken? —repite Ashkatar, atónito—. Sin embargo, tú opinabas que los Altos nos habían traído la plaga deliberadamente.
—Y sin duda ellos opinan, o al menos la mayoría de ellos opinan, que sois vosotros quienes se la han contagiado —responde Caliphestros. Luego avanza de nuevo una mano con gesto efusivo hacia el hoyo que tiene delante—. Y para encontrar la respuesta a todas esas preguntas, la clave es el agua. O el agua que lleva la fiebre. Bueno, ¿acierto si doy por hecho que, como práctica general, los lados norte y sur del pueblo no obtienen el agua de las mismas fuentes?
Ashkatar parece perplejo.
—Sí, mi señor. La zona sur de Okot saca el agua de pozos y arroyos alimentados por las montañas del sur, mientras que las del norte…
De repente, la comprensión se asoma a muchas caras a la vez.
—Sí —dice Caliphestros con una sonrisa—. Ya me lo imaginaba.
Mira a Keera y encuentra en su rostro, como esperaba, la primera expresión de verdadera esperanza que ha manifestado hasta el momento: no de esperanza para su pueblo, ni de algún sentimiento expansivo y noble de esa clase, de los que el anciano sabe capaz a la rastreadora, sino de esperanza personal por el destino de sus hijos.
—Tendría que haberme dado cuenta —dice Keera, mirando al suelo con gesto decidido. Incluso Caliphestros se ve obligado a admirar su nueva determinación. Luego alza la mirada para posarla en Ashkatar y continúa—: Está claro que es el agua, yantek. Las zonas del norte de Okot se alimentan, al menos en parte, de las aguas que drenan del Zarpa de Gato. Pero es que nunca habíamos concebido, como acaba de hacer la mente de Lord Caliphestros gracias a su grandeza, la posibilidad de que todo un río pudiera estar contaminado.
Ashkatar, mientras tanto, con la mente concentrada en lo que acaba de afirmar Keera, se lleva un susto de pronto, como todos los que le rodean, cuando suena un grito que parece anunciar un descubrimiento por parte de uno de los soldados que cavan en el agujero más cercano.
—¡Mi señor! —exclama luego el guerrero de cara sucia con voz coherente—. ¡Yantek! ¡Mira lo que nos hemos encontrado!
En un instante el guerrero se levanta y sale del agujero con diversos objetos pequeños en una mano.
—¡Cuidado con eso! —advierte Caliphestros. Saca un trozo de trapo y lo hace pasar por una cadena de manos hasta que llega al soldado, tan concentrado en esa tarea que solo ahora se percata de que el mensajero cubierto de suciedad no es un joven, sino una poderosa y atlética guerrera—. Lávate las manos con sosa cuando termines, muchacha, y hasta quema tu túnica luego, si es que tienes en tus manos lo que me temo. —La guerrera coge el trapo de Caliphestros, envuelve con él los objetos y camina decidida hacia el anciano, que antes incluso de ver lo que le trae, declara—: Aunque tal vez yo sea capaz de decirte lo que son la mayoría de estos objetos, yantek. —Luego se vuelve de nuevo hacia su compañera de viaje—. Y Keera también, por lo que percibo.
Keera ya está moviendo la cabeza para asentir.
—Sí, señor. Huesos —murmura—. O mejor, a estas alturas, trozos de huesos. Y podría incluso sorprenderte, Lord Caliphestros, si afirmo que dudo que sean solo huesos de los animales que vimos muertos o moribundos en la charca, río arriba. Puede que también haya algunos fragmentos pequeños de huesos humanos. Pero todos contienen la enfermdad, eso ya lo sabemos, y de verdad que han de manejarse todavía con más cuidado que el agua que los transporta.
—Pero… —la joven descubridora retuerce los rasgos de la cara de pura confusión—, entonces, ¿son la causa de la plaga? ¿O son parte de alguna maldición perpetrada por los sacerdotes y las sacerdotisas de los Altos durante sus visitas al Bosque para cometer cualquiera de sus muchos actos extraños y malvados…?
Caliphestros emite un leve sonido, ligeramente crítico.
—Tenemos que llegar todos a un acuerdo antes de alcanzar Okot —dice, no tanto con el tono de riña propio de un pedante, como lleno de simpatía y precaución—. Keera, ¿qué te dije cuando hablamos de este asunto de las maldiciones y los sacerdotes?
Keera se detiene para recordar las palabras con exactitud:
—Que la única «magia» es la locura —repite de memoria, aunque con decisión y entendiendo lo que dice—. Igual que la única «brujería» es la ciencia. Mi señor.
Se desplaza entre la gente para poder ver los objetos que sostiene la guerrera. Y son justo lo que la rastreadora y Caliphestros han temido y anticipado: esos huesos, como sabe Keera en el fondo de su corazón, son las partes menores de unos niños.
Caliphestros ve por la expresión del rostro de Keera que esta ha entendido y le dice:
—Así que… tú también los viste, ¿eh?
Keera alza la mirada hacia Caliphestros.
—Sí, señor. Cuando nos íbamos de la charca. Estaban atrapados en el brazo de agua de salida. Pero admito que me pareció que tú no los veías.
—Estaba esperando un momento como este para discutir ese asunto —responde Caliphestros—. Para ver si darías a esa visión su verdadero sentido, como ciertamente has hecho.
Veloc da un paso adelante para rodear a su hermana con un brazo lleno de orgullo y consuelo.
—Si no me equivoco —dice Veloc antes de volver su bello rostro para encararse a Caliphestros—, no solo podemos obedecer la orden del yantek Ashkatar de inmediato, sino que debemos hacerlo y regresar rápidamente a Okot; pero antes de eso, hemos de mandar a nuestros mensajeros, ¿verdad, Lord Caliphestros? Para avisar que nadie en Okot tome agua de las dudosas fuentes de la ladera norte del pueblo.
—Compartes la sangre de tu hermana, Veloc, eso es evidente —responde Caliphestros, con menos entusiasmo del que hubiera deseado el historiador, mientras el viejo estudioso recoloca sus diversas propiedades en las bolsas pequeñas que lleva en torno al cuello. Luego mira a Ashkatar—. Por ahora, de todos modos, yantek, la insistencia y la diligencia de tus tropas han hecho posible encontrar respuesta a todas las preguntas inmediatas; todo lo que no esté explicado todavía deberá ser discutido, propongo, en ese lugar que los de tu tribu llamáis «Guarida de Piedra». Así, si queréis alertar a vuestras tropas, como dice Veloc, para enviar mensajeros…
El ansioso Ashkatar levanta el látigo sin pensarlo y Caliphestros se lo agarra justo antes de que el comandante de barba negra pueda restallarlo de nuevo, le dirige en silencio una mirada admonitoria a modo de recordatorio y luego mira a la pantera que tiene debajo, ahora en estado de plena alerta.
—Evitemos cualquier acto de locura —apunta el anciano— ahora que disponemos de tan preciadas pruebas, que son la forma más exacta y valiosa del conocimiento… Y de la persuasión.
—¡Enviad mensajeros a los Groba! —ordena Ashkatar, volcando la atención afanosamente en los asuntos inmediatos, en parte para esconder su propia vergüenza—. Hacedles saber que llevaremos con nosotros más explicaciones, pero que han de hacer caso de nuestra advertencia con respecto al agua de los pozos del norte.
—Bien dicho —opina Caliphestros. Escruta la creciente oscuridad y, tras descubrir un montículo cercano coronado por una maleza espesa y oscura, dedica una inclinación de cabeza a Ashkatar—. Y ahora, yantek, me voy a retirar a atender las necesidades del cuerpo de este anciano y me reuniré contigo dentro de unos minutos.
—Muy bien, Lord Caliphestros. Cuando vuelvas tendré tu escolta lista para marchar.
Ashkatar recupera el papel del comandante que manda y regaña, en el que se siente mucho más cómodo, y empieza a repartir órdenes tanto para las unidades que se van a quedar atrás con misiones de escolta y patrulla como para las que se adelantarán hasta Okot. Caliphestros, mientras tanto, urge a Stasi a avanzar hacia el montículo…
Y Keera se percata de algo extraño: el anciano no lleva la mirada fija en su destino, ni en los objetos que acarrea, ni siquiera en la poderosa compañera que tiene debajo. Mete prisas a Stasi: algo natural si la necesidad del anciano de aliviarse es tan urgente como acaba de sugerir. Y sin embargo, decide Keera, hay algo no del todo correcto en su comportamiento…
Así, con la oscuridad que ahora cae con la rapidez que la caracteriza, en las horas primaverales que separan el brillante día del ascenso de la Luna en el Bosque de Davon, y mientras las tropas de Ashkatar juntan las antorchas en el lado sur del agujero junto al que estaban hace poco los expedicionarios, Caliphestros y el yantek de los Bane —y, sobre todo, plenamente consciente de que su pequeña estratagema podría provocar un momento profundamente embarazoso entre ella y el anciano sabio en quien ha acabado poniendo tanta admiración y confianza—, Keera abandona toda precaución y camina lentamente hacia atrás para alejarse de los demás mientras estos se preparan para la última etapa de su viaje hacia el sur, y asciende rápida y silenciosamente por el tronco y las ramas de un olmo especialmente frondoso. La parte alta de la copa de este gigante retorcido establece conexiones con otros centinelas del Bosque, también de denso follaje —arces, robles y abetos—, que van llevando, en última instancia, hasta un punto que se alza sobre el montículo tras el que ha desaparecido a toda prisa Caliphestros.