Los Bane presencian un desorden de la Naturaleza, antes de que la Luna los convoque para regresar a casa…
—¡Mentiras! ¡Mentiras, mentiras y nada más que mentiras!
—¿Te atreves a poner en duda mi honor otra vez?
Keera abre sus pequeños y esbeltos dedos encima de la cara, mientras Heldo-Bah y Veloc despotrican entre ellos.
«Es increíble —piensa la rastreadora—. Han digerido el estofado de novillo en menos tiempo del que se tarda en apartar la olla del fuego, y ya están listos para armar la bronca sin sentido una vez más».
—Es interminable.
Es lo único que su paciencia le permite murmurar mientras mira fijamente la oscura y densa maraña de vegetación que rodea su lugar de acampada, atenta a cualquier señal de movimiento. Tras llevar a su grupo a buen paso al sur del Puente Caído, Keera ha decidido que sería más seguro permitir que Heldo-Bah disfrutara de parte de su preciosa carne que emprender el regreso a Okot oyéndolo quejarse a cada paso. Ha encontrado un lugar afortunado para la comida: un pequeño claro rodeado de densos helechos y zarzales y protegido por abetos que oscurecen el relumbre de la hoguera, aunque no el olor. Mientras sus compañeros siguen discutiendo, ella empieza a desear no haber sido tan exigente: si no estuvieran tan escondidos tendría buenas razones para decirles que cerrasen la boca. En cambio, así…
—Escúchame, Veloc —dice Heldo-Bah mientras se acerca al fuego sin tomar consciencia de cuánto calienta y, sujetándola con un cuchillo, sostiene una de las tira de carne sobre las altas llamas—. Esa ciudad asquerosa nunca ha significado más que sufrimientos para los Bane. ¡Todas esas otras discusiones «históricas» que planteas solo sirven para confundir la única verdad suprema!
Con la mano libre, Heldo-Bah agarra un leño y zarandea con él las ascuas brillantes a escasos centímetros de sus botas de piel de ciervo, provocando que salgan chispas volando hacia Veloc.
—¡Mira! —exclama Veloc, deshaciéndose de las ascuas a bofetadas—. La inmolación sin previa provocación es un delito, Heldo-Bah, incluso bajo la ley de los Bane.
—Ah, pero sí ha habido provocación —contraataca Heldo-Bah, con energías renovadas gracias a la carne—. ¡Me provocan las falsedades de un mujeriego purulento!
Veloc recupera el tono de tranquila condescendencia al que se acoge siempre como último recurso cuando nota que pierde terreno ante el acoso de su amigo.
—Quizá tu suerte con las mujeres mejoraría, Heldo-Bah, si tu padre no hubiera mirado con lujuria a una cerda para producir luego un hijo con cara de gorrino.
—¡Mejor hijo de una cerda que patrón de las putas de Broken!
—¿Putas? —La compostura de Veloc se hace añicos—. Oye, primate, nunca he pagado a ninguna Alta sus favores. ¡Todas se me han ofrecido!
—¿Y supongo que nunca te ha condenado el Groba por los problemas que causaba tu incapacidad para pagar a esas «voluntarias»?
—¡Perro!
Los dos hombres se enfrentan a ambos lados del fuego, aparentemente dispuestos a librar un duelo a muerte. Sin embargo, Keera no da grandes muestras de preocupación, porque ya sabe cómo terminará el intercambio. Los maxilares de Veloc y Heldo-Bah tiemblan de rabia durante un instante de silencio; luego, con una brusquedad que sorpendería a cualquiera que no estuviera familiarizado con su amistad, rompen los dos a reír a carcajadas, se echan inocuos puñados de polvo y ruedan por el suelo del bosque.
—Parece una tontería pelear así —comenta Keera, más para sí misma que para oídos de sus compañeros— si, al final, cada vez os limitáis a…
De repente, la rastreadora Bane se pone silenciosamente en pie, aunque mantiene las piernas flexionadas para poder saltar en cualquier dirección. Su extraordinaria nariz husmea el aire y las manos prolongan el pabellón de las orejas. Heldo-Bah y Veloc reprimen las risas y reptan en silencio al costado de Keera: muy a la manera, piensa ella, de sus tres criaturas pequeñas cuando se asustan. Los hombres prestan atención al Bosque, pero no consiguen captar los ruidos, o los olores, que tanto han alarmado a su compañera.
—Se está moviendo otra vez —susurra Keera en tono frustrado—. Aunque no consigo entender sus movimientos. No está cazando ni preparando una madriguera…
—¿No es la misma pantera? —murmura Veloc, incrédulo.
Keera asiente despacio.
—Me preocupaba que la atrajera el olor del guiso si nuestros caminos volvían a cruzarse. Pero un encuentro así parecía poco probable… He escogido una ruta distinta a propósito. Y sin embargo, su paso es inconfundible. Es tan… raro. Dubitativo, ansioso, tentativo… Supongo que estará herida. O a lo mejor me equivoco y nos está acechando. Sea como fuere, hemos de buscar refugio. Heldo-Bah…
Mas cuando Keera se vuelve Heldo-Bah ya ha desaparecido. Antes de razonar se preocupa por un instante de la posibilidad de que la pantera se haya deshecho de su ruidoso amigo, pues los grandes felinos son más que capaces de ir desmembrando así a un grupo humanos; pero entonces oye unos gruñidos por arriba y ve a Heldo-Bah, con el saco de piel de ciervo a la espalda, escalando el tronco liso de un fresno, uno de los muchos árboles que, debido a la espesura de la bóveda del Bosque, no tienen ramas bajas que ofrezcan a la pantera una pista para la persecución.
—¡Por la Luna! —murmura Keera—. ¡Aún no he dado la orden y ya estás subiendo por el árbol!
—Malgasta tus explicaciones con el tonto de tu hermano —sisea el escurridizo Heldo-Bah, ya a casi seis metros de altura—. ¡No pienso convertirme en la cena de un felino!
—¿Estás segura de que viene hacia aquí, Keera? —murmura Veloc a su hermana.
Keera alza los hombros confusa. En condiciones normales diría que basta con el fuego para mantenerlo alejado, pero este felino se ha acercado lo suficiente para oler las llamas, e incluso verlas, y sin embargo se ha atrevido a acercarse más.
—Lo más probable es que esté decidiendo en qué orden se nos va a comer —sisea Heldo-Bah, aferrándose con manos húmedas a sus chuchillos de lanzador, enfundados en las vainas—. Pero yo…
Keera levanta una mano; entonces, resuena un aullido más allá del hemisferio de luz que proyecta el fuego desde el suelo.
—Por fin —susurra Keera, y se permite una leve sonrisa—. Casi me haces pasar por tonta, felino.
La pantera ruge, pero es un sonido confuso: ni anuncia una agresión ni responde al dolor ni se parece a ningún otro ruido que una rastreadora tan experta como Keera pueda interpretar. Su sonrisa se convierte enseguida en consternación.
Y entonces aparece el macho: hollando la tierra del claro con el caminar acolchado de sus grandes zarpas del dorado más oscuro, la pantera se adentra[55] en el campo de luz del campamento. Es joven, pero grande (supera con creces los doscientos kilos) y tiene algunos mechones cortos de pelo en torno al cuello y los hombros.[56] Las manchas oscuras y las rayas que entrecruzan su cuerpo de tres metros de largo son muy pronunciadas, lo cual aporta al animal un revestimiento claramente masculino. Eso es significativo: la fe de la Luna enseña que la uniformidad y la riqueza de colores en el pelaje de la pantera son señales del favor divino y ciertamente de una sabiduría madura (y, por lo general, femenina). Carece de ella este ejemplar, que en cambio muestra una fuerza evidente en sus músculos largos y gruesos, lo cual hace aún más misterioso su interés por estos diminutos expedicionarios, pues podría derribar con toda facilidad a un ciervo o un caballo salvaje, o incluso cualquier ejemplar del ganado de Lord Baster-kin, y todos ellos representarían mejor manjar que un humano.
Mientras recorre el campamento, el recién llegado se cuida de un fuego que normalmente bastaría para mantener a distancia a esta majestuosa fiera, pero no huye. Este macho tiene un propósito aparente, algo que lo envalentona. A cada paso, sus gruesos músculos hacen que la lustrosa e iridiscente piel reverbere aún más espléndida a la luz de la fogata, como si pretendiera intimidar a un rival o exhibir sus poderes antes de aparearse. Y sin embargo Keera tiene razón al mencionar la complejidad del comportamiento de la pantera: brillan de pasión sus ojos ambarinos y, unidos al rápido jadeo de la boca, transmiten una impresión de consternación que contradice la determinación del cuerpo.
—¿Qué pasa, felino? —dice Keera con suavidad—. ¿Qué es lo que tanto te agita?
Como si fuera una respuesta, otra figura se adentra lentamente en el campo de luz de la hoguera: es una mujer medio metro más alta que Veloc, y su cuerpo aparentemente inmaculado se mueve con facilidad dentro de una túnica de seda negra con ribetes de terciopelo rojo.[57] A lo largo de las hendiduras laterales de la ropa se ven muslos y pantorrillas largos y bien formados cuyos movimientos parecen una réplica de los de las cuatro patas de la pantera al caminar por el otro lado de la hoguera. El pelo alcanza en oleadas la cintura de la mujer y sus ojos —que, iluminados por el fuego, emiten un seductor brillo verdoso, de un verde parecido al de las mejores esmeraldas que solo los Bane son capaces, según su fama, de sacar del Bosque de Davon— se concentran en las orbes ambarinas de la pantera, que delatan ya alguna clase de sortilegio.
—Una hembra de los Altos —susurra Keera—. ¡En el Bosque de Davon!
—Y de formas bien raras —añade Veloc en tono aprobatorio, con mirada lujuriosa—. No es la esposa de un granjero o de un pescador; y tampoco es una puta. —Pero luego Veloc deja de fijarse en la carne de la mujer para concentrarse en la ropa y su mirada se tiñe de perplejidad—. Sin embargo… Esa túnica. Heldo-Bah, o mucho me equivoco o…
Heldo-Bah muestra el hueco negro en su destrozada dentadura.
—No te equivocas.
Keera mira la túnica.
—¿Y en qué no se está equivocando?
La voz de Heldo-Bah adquiere una resonancia mortífera, sin aumentar de volumen ni perder su tono placentero.
—Es una de las Esposas de Kafra.
—¡Una Esposa de Kafra! —Keera está a punto de caerse de la rama al oír esa noticia, aunque también ella evita alzar la voz—. No puede ser. Nunca abandonan el Distrito Primero de Broken.
—Pues parece que sí. —Heldo-Bah sostiene un cuchillo por la hoja, entre el pulgar y los dos primeros dedos de la mano derecha, mientras calcula con cuidado la distancia que lo separa del suelo—. Y por la Luna que esta no va a volver. Al menos, no esta noche.
Veloc mira inquieto a su amigo: la penumbra y las sombras móviles que generan las hojas del árbol están transformando el rostro de Heldo-Bah en una máscara exagerada de lujuriosa avidez de sangre.
—¿Matarías a una mujer, Heldo-Bah? —susurra Veloc.
—Mataría a una pantera —responde Heldo-Bah—. Con las mujeres de los Altos se pueden hacer cosas mejores, y no las que tú estás pensando, Veloc. O no solo esas. Nos podría ayudar a conseguir un rescate que hasta ahora ni nos habríamos atrevido a pedir; armas que los Altos siempre nos han negado…
—Guarda el arma —susurra Keera con urgencia, al tiempo que interpone una mano ante el brazo de Heldo-Bah cuando este ya levanta el cuchillo—. No vas a matar a ninguna mujer, ni a ninguna pantera, salvo que el felino nos ataque. Están poseídos por almas poderosas y no quiero tener enemigos de esa clase. —El sermón se interrumpe—. Espera… —dice, más perturbada que nunca—. ¿Qué clase de brujería es esta?
La Esposa de Kafra mantiene los ojos clavados en los de la pantera mientras se acuclilla delante del animal, con las piernas asomadas por los tajos laterales del vestido. La gran fiera empieza a gruñir de nuevo y a moverse nerviosa de un lado a otro, pero luego, como si acabara de ver el fuego y el guiso por primera vez, la mujer echa un vistazo a su alrededor y empieza a acelerar lo que parece ser un ritual.
—¿Nos habrá visto? —pregunta Veloc, retirándose aún más tras las hojas del árbol sin provocar más ruido que el revuelo de un zorzal.
—Quietos. —También Heldo-Bah se esconde aún más en su rama y parece todavía más complacido—. No ha visto nada. Pero parece que nosotros sí vamos a ver muchas cosas.
La Esposa de Kafra suelta con gestos rápidos un cordón dorado que sujeta la túnica a su cintura. Con una confianza impresionante, camina directamente hacia la pantera mirándola, como siempre, intensamente a los ojos; luego se arrodilla y acerca su nariz al cuello de la bestia.
—¡Está llamando a la muerte! —explica Keera—. Salvo que sea una bruja…
Los expedicionarios guardan silencio una vez más. El largo cabello de la mujer cae por delante de sus senos cuando se mueve para frotar sus mejillas contra la cara del felino en largos roces. La pantera gruñe, pero el sonido se desvanece enseguida en un ronroneo potente: la fiera, todavía confundida, está hechizada por completo.
—Ay, Luna —murmura Keera—. Desde luego, esto es brujería.
—Como siga así —se burla Heldo-Bah, echándose hacia delante con afán—, lo que le va a hacer el felino será todo menos brujería.
Mientras la pantera sigue ronroneando, con apenas algún rugido ocasional, la mujer empieza a pasar sus largos dedos por el grueso pelaje dorado, como acariciaría la melena de un hombre, y fuerza al animal a doblar las patas delanteras; luego, con una agilidad que sorprende a los expedicionarios Bane, pero no al felino, se desliza hasta el lomo del animal y enlaza en torno a su fuerte cuello el cordón dorado que antes rodeaba su cintura. Cuando la mujer tira del cordón con gesto autoritario, la pantera se levanta; y cuando aprieta las rodillas contra las paletillas del animal, este echa a andar deprisa.
Heldo-Bah teme que su preciada presa se escape, por increíble que parezca el medio; vuelve a sacar el mismo cuchillo, dispuesto a hacer lo que debe hacerse. Pero entonces tanto él como sus dos compañeros, la Esposa de Kafra y hasta la pantera vuelven de golpe sus cabezas hacia el sudeste, con una expresión de susto en las caras.
A través del Bosque llega la llamada grave de una potente trompa, un zumbido continuo que tarda en alcanzar su cumbre pero transmite una gran urgencia. Es un instrumento enorme, al que llaman «la Voz de la Luna» y que descansa en una alta colina de Okot, la aldea de los Bane, tan antiguo como la propia tribu. Fue construido con arcilla sacada del lecho del Zarpa de Gato cuando las primeras expulsiones forzaron la creación de la comunidad de desterrados, hace dos siglos; y desde entonces se ha usado para ordenar a los hombres de la tribu que vuelvan a casa a través de la extensión del Bosque de Davon que pueda alcanzar con su tubo de seis metros de largo y su campana de tres metros; tan gigantesca que el Cuerno requiere tres fuelles grandes para producir el aire que suena en una única y lúgubre nota.
Los expedicionarios esperan lentamente a que se termine el sonido del cuerno, con la esperanza de no tener que descender mientras están presentes la Esposa de Kafra y la pantera. Mas, al cabo de unos pocos segundos de silencio, el instrumento enorme vuelve a sonar, ahora con más insistencia; o eso le parece a Keera, quien es más o menos consciente de que un peligro en Okot significa un peligro para su familia.
—Vamos —murmura—. Dos soplidos, tenemos que…
Pero Heldo-Bah señala hacia el suelo sin hacer ningún comentario.
La Esposa de Kafra, al oír el cuerno de los Bane parece haber desaparecido a lomos de la pantera. Es probable que esté avanzando por la parte norte del Bosque de Davon tan veloz como pueda para llegar a casa, piensa él. Pero su rostro dice que todavía no pueden darlo por cierto.
La gran trompa de los Bane vuelve a guardar silencio. Solo cuando ya está segura de no detectar ningún sonido, ni olor alguno, procedente de la mujer o de la pantera, Keera mueve la cabeza para asentir. Acto seguido Heldo-Bah lanza el cuchillo con gesto enojado para que se clave en el suelo.
—¡Ficksel! —exclama, agitando un puño en el aire contra Okot, la Voz de la Luna y los Ancianos de los Bane, que han mandado que suene la potente alarma—. Malditos Groba —gruñe mientras desciende fresno abajo—. ¡Qué poco oportunos!
Enseguida llegan los tres al suelo, en el caso de Keera gracias a un ágil salto de más de tres metros.
—Dos soplidos del Cuerno —dice—. ¿Qué habrá pasado?
—No te apures, Keera —dice Veloc mientras desencaja el cuchillo de Heldo-Bah de un tirón, se lo lanza a su compañero y luego echa a caminar a toda prisa hacia el sudeste—. Bueno, yo he oído sonar ese maldito cacharro por razones tan poco importantes como… —Se detiene con un tenso cascabeleo del saco, sin embargo, al oír que vuelve a sonar el Cuerno. Luego se vuelve y finge no estar demasiado preocupado por el marido de Keera y sus hijos—. Tres soplidos… —dice en tono sereno, mirando a Heldo-Bah.
Pero lo único que ve pasar por los rasgos marcados de su amigo es una preocupación similar a la suya.
—¿Alguno de vosotros recuerda que haya sonado tantas veces antes? —pregunta Keera, con frágil compostura.
Heldo-Bah se obliga a sonreír.
—¡Claro! —exclama con afectada despreocupación, pues sabe bien que está ocurriendo algo de innegable importancia y, probablemente, de características siniestras—. Lo recuerdo bien. Y tú también, Veloc. Cuando aquel destacamento de soldados de Broken persiguió a un grupo de Ultrajadores hasta el Bosque… El Groba hizo sonar al menos tres golpes de cuerno y hasta estoy bastante seguro de que fueron más. ¿Verdad que sí, historiador?
Veloc comprende la intención de Heldo-Bah y responde enseguida:
—Sí, sí, así fue.
No consigue disimular lo suficiente para añadir más detalles y los tres expedicionarios se quedan quietos mientras el tercer soplido se desvanece; pero el Gran Cuerno empieza a sonar otra vez de inmediato y Keera se acerca corriendo a su hermano.
—¡No para! —exclama—. ¿Por qué estarán tocando tantas veces? ¡Hará que los Altos acudan a la aldea!
Veloc la rodea con fuerza con un brazo y procura dotar a su voz de tanta amabilidad como dureza contienen las palabras que pronuncia:
—Puede que ya estén atacando Okot, Keera. Quizá sea eso lo que está ocurriendo.
—¡Otro pedazo de mierda! —estalla Heldo-Bah—. No le hagas ni caso, Keera. Los Altos son incapaces de encontrar Okot. Y mucho menos de atacarla. Además, ¿no te parece al menos un poquito raro que oigamos tantos soplidos del Cuerno la misma noche en que hemos visto aparecer y luego desvanecerse a una Esposa de Kafra? —Alborota el pelo de Keera—. Lo que está pasando no tiene nada que ver con un ataque a Okot… Se trata de algo de naturaleza distinta, me jugaría todo lo que llevo en el saco. Pero no lo sabremos hasta que llegemos allí, así que… partamos ya.
—Si estás diciendo que sospechas que se trata de un hechizo, Heldo-Bah —interviene Veloc mientras los miembros del grupo se atan las cintas de los sacos y Keera echa tierra al fuego—, debo decirte que los historiadores de Bane han determinado que, desde la expulsión del brujo Caliphestros, tras el reinado de Izairn, los Altos han renunciado a…
—Ah, vuelve a hablar el sabio —lo interrumpe Heldo-Bah mientras dirige la marcha del grupo—. ¿Cuál es, entonces, tu explicación, Cornudo? ¿Se ha vuelto al revés toda la Naturaleza durante la Luna que hemos pasado fuera? ¿Acaso ahora las mujeres mandan a los grandes felinos? ¿Vas a gobernar tú en Broken en cuanto salga el sol?
Veloc, en la retaguardia de la columna, pone los ojos en blanco como si mirase la eternidad y emite un pesado suspiro.
—Yo no he dicho eso, Heldo-Bah. Pero es un hecho que…
—Ah, hechos, hechos, hechos —espeta Heldo-Bah, al tiempo que acrecienta el paso del grupo a ritmo de carrera—. ¡No me sirven de nada tus hechos!
Keera no tiene fuerzas para detener la pelea entre sus dos compañeros, ni para ocupar su lugar habitual en la cabeza del grupo. Heldo-Bah conoce el camino de vuelta a Okot y lo único que ella puede hacer para evitar el ataque de nervios mientras viajan es seguir sus pasos. «Mi familia está en peligro. —La frase se repite silenciosamente en la mente de Keera, acompañada de todas sus terribles implicaciones—. Mi familia está en peligro».