IV

CABOS SUELTOS

No había podido sacarse de la cabeza la imagen de la Virgen de Coromoto con las manos mutiladas. Era sábado en la mañana —lo recuerda muy bien porque el negocio abría más tarde— cuando se detuvo, como todos los días, a rezarle a la patrona a favor de sus peticiones matinales. Y la vio. La figura de la virgen estaba sin manos. Es esa imagen —donde extrañamente ella está de pie— en la plaza Coromoto, en el centro de Guanare. La agresión se había ejecutado la noche del 27 de mayo de 2011, y era el décimo monumento religioso atacado en una semana en distintas partes del país, con tiros, con pintura, con martillos.

«A la nuestra le cortaron las manos; esas manos que nos protegen, con las que carga al niño Dios en su regazo», se lamentó Joaquín.

La Coromoto tal vez sea la única virgen cuya representación no suele ser de pie. Su silla es un trono, y sobre su cabeza se posa una corona, igual que lleva una corona el niño que está con ella. Así, serenos los dos, están enmarcados en una placidez de la quise abrazan sus creyentes.

Cuando la Virgen de Coromoto fue agredida, los guanareños rezaron con culpa, le solicitaron perdón, como si le hubiesen fallado en su cuido.

Cada vez que algo malo ocurría, Joaquín se acordaba de la figura de la patrona violentada. Aquella vez había sentido que tamaña agresión era como haberle pegado a su propia madre. Aquello reflejaba deterioro moral, violencia desenfrenada, oscuros sentimientos.

Esa desazón, la misma tristeza, lo asaltó cuando conoció de la muerte del niño. «Ya sabía yo, desde aquel día, que eso era señal de un mal presagio».

Joaquín Mora trabaja en una floristería en el centro de la ciudad. En realidad es un local donde, además de flores, se ofrecen discos compactos, revistas y hasta una que otra medicina.

La mañana del viernes, después de la muerte de Dayan, Joaquín recordaba junto con Elisa, su mujer, el episodio de la virgen mutilada, mientras ella servía el café, le preparaba el desayuno a los hijos y se alistaba para salir a la oficina. «Están pasando cosas muy feas que nunca habían sucedido en este pueblo. ¿Serán brujerías? ¡Ave María Purísima!», se preguntó y respondió Elisa, mientras se persignaba. En medio del trajín de apurar a los dos muchachos para que se alistaran y no dejaran algo olvidado, el teléfono de la casa comenzó a sonar. Llamaron el suegro, la mamá y la hermana de Elisa, quienes mezclaban la muerte de Dayan con la opinión política y las quejas del destape social. «¿Qué se puede esperar que ocurra en un pueblo donde el gobernador llamó a la virgen fascista?», recordó al teléfono Pablo Mora, padre de Joaquín.

Don Pablo, como lo llaman, se refería a un discurso pronunciado por el gobernador Wilmar Castro Soteldo, el 31 de agosto de 2009. Fue un acto del partido del gobierno, en el que el mandatario expresó: «Es una realidad que está allí; en Portuguesa, la gente cree en la Virgen de Coromoto. Coño, y en el templo votivo de la Virgen de Coromoto hay un letrero que dice: “Negros, esclavos e indios, vayan a la cana del blanco para que los unja y puedan entrar a la cueva de Dios”. ¿Me pueden decir de alguna virgen más fascista o racista que la Virgen de Coromoto?; pero en fin, eso está allí».

Igual a como lo venía haciendo cada viernes, desde hacía 15 años o más, el viernes 2 de diciembre por la noche, Joaquín se encontró con sus amigos en el bar de Adrián. Hace rato había parado de contar el tiempo. Durante el día había hablado por teléfono con su mujer sobre el mismo tema: la muerte del niño. Ya en el bar, cuando su cuerpo comenzaba a procesar las cervezas, junto a Sergio, José, y Francisco, las ganas de desahogar lo sucedido no se tropezaron con la circunstancia de la compostura.

Todos sinceraron su expresión con alguna mueca, en un cuerpo contraído, en la cabeza baja que pesaba tanto que era necesario encorvarse, ahorrando mirarse a los ojos. La necesidad de estar comunicados se había vuelto obsesiva. Cada minuto, el contenido de los teléfonos móviles era registrado. Los mensajes llovían sin parar. Las variadas señales sonoras de los aparatos cuando entraba un mensaje contribuían al ambiente frenético del lugar.

Y en la medida de los tragos, era más fácil echar una lloradita.

Sergio había conocido a Dayan porque vivía en el mismo barrio de Anney. Recordaba al niño fugazmente, como una aparición. Hacía esfuerzos para encontrar en su memoria el registro más sencillo para evocar a cualquier niño: su risa. Y nada. Se dio cuenta de que nunca lo había visto sonreír. Sí había comentado con su esposa que le llamaba la atención que, en un pueblo con tan altas temperaturas, a esa criatura siempre la vistieran con franelas manga larga y pantalones completos. Pero ¿quién iba a imaginar?

Nadie imaginó.

Sergio contó haber visto a Gellinot, la mamá de Dayan, una semana antes.

—¡Al fin vino a ver a su hijo! —refunfuñó Adelina, la suegra de Sergio, quien siempre hablaba de Gellinot como «cabeza hueca y mala madre».

Era 24 de noviembre de 2011 y en efecto, desde Margarita, Gellinot había llegado a Guanare el día anterior, para visitar a Dayan. O quizá realmente para ver a su pareja Anney, porque juntas no dejaron de divertirse en fiestas, en casas de otras amigas.

—¡A esa no le importa su muchacho! —insistió Adelina— lo que le gusta es la calle.

Solo un día la gente del barrio recuerda a Gellinot en compañía de Dayan. Fue el 26 de noviembre. También estaba Anney. Hay fotos de esos momentos; la observación de los investigadores es que aparentemente no tenía lesiones en el rostro ni en las extremidades superiores. Pero, de la cintura para abajo, ya estaba herido. Anney lo confirmaría en un testimonio posterior, cuando refirió que Dayan ese día tenía problemas para caminar.

Sergio, José, Francisco y Joaquín comentaron en el bar, la visión de Dayan en el parque.

—Mi hermana los vio comiendo helado, y me dice que el niño caminaba con las piernitas abiertas. Tú sabes cómo son las mujeres de observadoras —acotó Francisco, un abogado mercantil, con vocación política—. Dayan estaba con su mamá y con Anney. ¿Pero quién imagina que algo malo le puede suceder a un niño, cuando anda con su madre? —agregó.

«Nadie», fue la respuesta a coro.

—Justamente, esa es la tragedia —indicó con pesar Sergio, «profesor de literatura de día, y poeta siempre», gustaba de presentarse.

Las cervezas se calentaban en las manos sudorosas de los asistentes. No era una celebración ni un momento grato. Los amigos intentaban hurgar en sus cerebros alguna explicación a lo que había sucedido.

José, periodista veterano, recordó las historias que corrían sobre el grupo Mujeres de Ambiente.

—¡Cantidad de personas de este pueblo salían con ese grupo! —recordó José—. ¿Los llamarán a declarar? A veces iban a La Cobacha.

Se refería a la discoteca de Mateo, el exesposo de Doris. También era común ver allí a funcionarios de la policía regional.

—¿Se acuerdan de Norelys Nieves? —precisó Francisco—. Ella es inspector jefe. Imagino que por eso Mateo se sentía tan seguro.

—A La Cobacha acudían artistas, comerciantes, políticos, hasta el hijo del gobernador, este muchacho, Carlos Castro —enumeró el periodista—. Era la discoteca de moda.

—Te apuesto a que un gentío va a quedar fuera de esta investigación. Para el poder sería incómodo citarlos, exponerlos —indicó Joaquín repitiendo un poco, lo que su mujer le había comentado por teléfono durante el día.

—¡Cuánto se ha ido deteriorando este pueblo! —se sumó el viejo Adrián, mientras limpiaba la mesa y colocaba maní y papitas fritas, por la casa—. ¡La droga lo ha dañado todo!

—A mi mujer lo que la tiene indignada es que el último récipe médico fue firmado por José Luis Valderrama, de la Clínica Portuguesa, y pediatra de mis muchachos —intervino Joaquín—. El reposo lo hizo por 15 días. ¿Qué puede tener un niño que amerite 15 días de reposo? La pregunta de Perogrullo es si cuando lo examinó no notó tantas marcas de torturas.

—Mi compadre, que es su amigo, me confesó que él dio ese reposo sin siquiera haber visto al niño —indicó Francisco.

—¡No sé qué es peor! —analizó José—. Si firmar un récipe sin evaluar al paciente o firmar el récipe, luego de evaluarlo, y por eso los 15 días, y hacerse el loco con los signos de tortura. Porque lo seguro es que ese niño estaba mal. ¡Pobrecito!

Precisamente, el récipe al que se refería José sería utilizado por Anney para retirar al niño del colegio y mantenerlo encerrado.

—Hubo otros récipes emitidos aquí en Guanare y en Margarita. Ese dato me lo enviaron por mensaje de texto —agregó Sergio—, las mujeres usaban el mismo modus operandi: cuando levantaban sospechas en el colegio, presentaban un reposo y lo retiraban de clases. Y al encierro otra vez. Imagino que por eso estaba tan pálido. La criatura nunca tomaba sol, no salía a la calle. Yo nunca lo vi jugando con otros niños.

A la conversación se sumó Elisa, la esposa de Joaquín. Llegó con Mariana, médico pediatra de la Clínica del Este, donde había visto el cuerpecito de Dayan después de muerto. No quiso dar detalles: «ese niño tenía mucho tiempo siendo torturado», comentó con lágrimas en los ojos.

El silencio se apoderó de la mesa.

—¿Y el colegio? —retomó Elisa la conversación.

—La maestra es casi una niña —relató José—. Ella solo pudo verlo seis días, y por ratos.

—Pero ese es un colegio bautista, el Sinaí, ¿cierto? El pastor Saulo Madrid es el rector, ¿no ha dicho nada? —preguntó Elisa.

—Hasta ahora no —acusó José—. Pero allí hay que precisar qué ocurrió, porque la secretaria de ese colegio es Valentina, la mamá de Anney. Y ella ayudó en la sinvergüenzura de ocultar los maltratos.

—Tengo una amiga que asiste a las reuniones de esa iglesia —dijo Mariana—. Valentina siempre se daba golpes de pecho, juraba ser muy creyente. Solía contar allí que su marido la golpeaba y que por eso lo había echado de la casa. También relataba que su hija era muy rebelde.

—¡Ah! ¡Pero a que no confesaba lo que le hacían al niño! —expresó molesta Elisa.

—Quién sabe. Ahora todo el mundo va a negar tener conocimiento de lo que le hacían a Dayan —precisó con tino Francisco.

—Sergio, y tú que vivías en la misma zona, ¿los vecinos qué comentan? ¿No notaron nada? —increpó Elisa.

—Esta mañana me tropecé con uno de ellos, con Rafael. Era un solo lamento. Me asegura que nunca escuchó un grito, un llanto, nada. Solo le extraña que casi nunca veía al niño —respondió Sergio.

—¡Qué raro! —dijo con suspicacia Elisa—. Esas casas son pequeñas y muy pegadas. Todo se escucha.

—Tal vez por eso la cara de pesadumbre —reflexionó Sergio—, es como si los vecinos hubiesen sospechado que algo malo estaba ocurriendo, sin nunca imaginar que el final sería la muerte del niño.

—Nadie hizo nada —indicó Joaquín.

—No hicimos nada —sentenció Elisa afincándose en el «no».

Tres días antes de la muerte de Dayan, Gellinot regresó a Margarita muy contenta porque había encontrado «perfectamente bien» a su hijo. «Solo tenía un morado aquí (en la frente), en la cabeza unos puntos, y lo de la mano», manifestó ante el tribunal. En Guanare no había llevado a su hijo adonde la abuela Rosa. Lo dejó nuevamente en las manos de Anney, quien, apenas Gellinot se marchó, intensificó su actividad social.

Es así que el 28 de noviembre Anney asistió a un animado encuentro en casa de Yusbelia Colmenares, en el barrio Victoria, callejón No II. Fue con su amiga Eylen Alexandra Martínez Díaz, quien se había detenido en casa de Anney para tomar un vaso de agua. Se lo sirvió Dayan. «Estaba solito, con un monito color blanco y una franela blanca también, de manga tres cuartos». Según ella, no tenía lesiones en el rostro. A la fiesta fueron varios amigos de Anney: Christian Goyo Salas, Victor Rafael Antillo Padilla, María Elinor Briceño Méndez, Yineska Urbina, la misma Eylen Martínez, y la dueña de la casa.

La reunión duró hasta las cinco y media de la mañana.

A esa hora, Anney y Eylen se retiraron a desayunar a un punto de venta de comida ambulante. El día 29 por la noche, Anney fue a estacionar el carro de Gellinot, el Fiat vinotinto, a la casa de su amiga Eylen. Solía guardarlo ahí porque viven cerca, y de donde no lo movió más.

Lo que le sucedió a Dayan en las siguientes horas, quedó registrado en su cuerpo.

La misma tarde que falleció Dayan, la subdelegación de Guanare del CICPC allanó la residencia en la que vivían Anney, su madre Valentina y Dayan. Acudieron a la urbanización José Amonio Páez, vereda 14, casa 12. Actuaron, según consta en acta, los funcionarios Delvis Colmenares, César Montilla, Francisco Alvarado, Luis Torres, Robert Durán, Carlos González, Charlis Gil, Dave Ibonoz, Roa Wilfredo y René Iglesias. Testigos del operativo fueron Jovita Azuaje y Auribert Josefina Quiñones Azuaje.

Incautaron un equipo de computación, marca Soneview, que fue colectado, embalado y rotulado. En ese equipo los funcionarios policiales localizaron y copiaron, en dos unidades de almacenamiento de datos, 557 archivos de imágenes fotográficas, tomadas con un teléfono BlackBerry modelo 9100, entre los meses agosto, septiembre, octubre y noviembre 2011.

Cuando fue detenida, a Anney Montilla también le fue incautado su teléfono, un BlackBerry modelo 9100.

Las fotos halladas en la computadora contribuyeron a construir la ruta de Dayan en esos meses. Los sitios visitados, las personas con quienes compartió, y de manera particular, el desarrollo de las lesiones que le fueron causadas.

Por ejemplo, una foto del 24 de agosto de 2011 muestra a Dayan con hematomas en sus extremidades superiores y en el párpado del ojo izquierdo. A pesar de eso, sonreía al posar junto a su mamá Gellinot y Anney.

En otra imagen del 30 de agosto, se observan lesiones en partes del rostro de Dayan.

Anney y Dayan acostados en una misma cama, arropados con varias cobijas, es una imagen de apariencia familiar.

Varias fotos derrumban la defensa de Valentina del Carmen Oropeza, al asegurar que nunca veía al niño. Aparece en distintos lugares a su lado, ambos sentados en una silla comiendo cotufas, y en la playa. De esta última imagen, los investigadores destacan que Dayan —vestido con franela y mono rojos— tenía un algodón de color blanco en su oído derecho, lo que les hizo presumir que había sufrido alguna lesión.

También hay fotos en las que aparece Doris Oropeza —tía de Anney— sentada junto a Dayan en un restaurante; en un paseo a la playa, en Tucacas, estado Falcón, y en la isla de Margarita, Además, hay varias fotografías de Doris, Anney y Gellinot.

Ya para septiembre, mientras sonríe inocente ante la cámara, Dayan deja constancia de que sus dos dientes incisivos centrales le han sido arrancados.

Una foto del 20 de octubre muestra una cortada de aproximadamente 5 centímetros en el mentón, malamente tapada con un adhesivo.

El 12 de noviembre de 2011 aparece Dayan con nuevas lesiones en su rostro.

Los funcionarios que practicaron el allanamiento en casa de Anney y Valentina llevaban la orden de aprehenderlas. Esto registraron: «… ambas ciudadanas nos manifestaron con una actitud nerviosa estando en su residencia en horas de la tarde del día de hoy, que observaron de manera inesperada que el niño, hoy occiso, sale de su dormitorio presentando dolores estomacales. Procedimos a practicar la detención, siendo las 06:16 horas de la tarde del 1o de diciembre de 2011». De manera privada, los efectivos policiales comentaron la fuerza que demostró Anney, tratando de resistirse a ser detenida.

Además del equipo de computación, en el allanamiento de la residencia de Anney y Valentina, los funcionarios encontraron una cesta para ropa, elaborada en material sintético de color azul. Contenía una sábana confeccionada en fibras naturales de colores azul y blanco, con la figura de la caricatura del demonio de Tazmania, un calzoncillo, elaborado en fibras naturales de color rojo y blanco; del lado derecho observaron una mesa de madera, en cuya superficie había 8 ampollas de Oxacilina (antibiótico) de un gramo, y dos récipes médicos del Centro Médico Portuguesa C.A., emitido por el doctor José Luis Valderrama, a nombre de Dayan González.

Como registro adicional, en la «experticia hematológica seminal y de barrido» de los objetos incautados, hay descripciones más específicas: «En la sábana, en regular estado de uso y conservación, hay diversas áreas en su superficie, con signos físicos de suciedad y manchas de una sustancia de color pardo rojizo; un interior tamaño pequeño, en regular estado de uso y conservación, tiene signos físicos de suciedad y manchas de una sustancia de color pardo rojizo, proyectada en la región anatómica de los genitales; una franela talla 4, en regular estado de uso, exhibe en diversas áreas de su superficie, signos físicos de suciedad manchas de una sustancia de color pardo rojizo, en la región anterior inmediata al cuello». La conclusión del experto Carlos Alfredo García Pérez, del CICPC, es que «en la sábana, el interior y la franela, se detectó presencia de naturaleza hemática, perteneciente a la especie humana, que corresponde al grupo sanguíneo tipo A». En esas mismas piezas, el funcionario no encontró indicios «de naturaleza seminal».

Donde sí se detectó semen fue en el cuerpo de Dayan, en la prueba de frotis ano rectal realizada por el experto Luis José Carrillo, del CICPC.

El primer registro policial quedó en el acta de levantamiento del cuerpo: «El cadáver está sobre una camilla clínica sin ropas, en decúbito dorsal (boca arriba), la cabeza en ligera flexión a la derecha, las extremidades inferiores extendidas en abducción (separadas), manos en pronación (con el dorso hacia arriba). El cadáver es de piel blanca, con palidez cutánea acentuada, pelo color negro, ojos marrones… peso aproximado entre 20 y 23 kilogramos/ talla aproximada entre 105 y 110 centímetros. Hora aproximada de la muerte: entre 5 y 5:30 pm del 01-12-2011. Lugar donde ocurre: Clínica del Este, Guanare, Portuguesa».

Otro allanamiento se realizó ese jueves 1 de diciembre. Fue en la casa de Mateo y Doris, en la urbanización José Manuel Ricaurte, sector 9, calle 2, No 45. De este operativo la policía no registró objetos decomisados, aun cuando después de los saqueos, en el resto de las habitaciones se observaron gasas y ropa de niño. «No se encontró ninguna evidencia de interés criminalístico», dice el informe. Según testimonio del mismo Mateo, los funcionarios policiales le alertaron antes de la realización del allanamiento, y luego le permitieron estar presente en el operativo. El Ministerio Público ordenó la detención de Doris, su exesposa, al día siguiente, cuando fue llamada a declarar como testigo.

Yure Hernández Medina, al igual que Doris, fue privado de su libertad el viernes 2 de diciembre. Indica el acta de investigación penal, suscrita por el funcionario Rober Javier Duran del CICPC: «… encontrándome en labores de servicio, recibí llamada de parte del fiscal Apolonio José Cordero, donde informaba que el juzgado de control 1o, dictó orden de aprehensión, en contra del ciudadano Yure Overdan Hernández Medina, venezolano, natural de esta ciudad, de 39 años de edad, fecha de nacimiento 30-07-1972, soltero, enfermero, residenciado en el barrio La Arenosa, calle 9, entre avenida Bolívar y carrera 5a, casa No 199, al lado de la antigua Disip».

No se registró procedimiento de allanamiento en la residencia de Yure Hernández.

Ese viernes cerca de las 3 de la tarde, Gellinot había llegado de Margarita directo al hospital de Guanare para reclamar el cuerpo de su hijo en la morgue. La esperaban, su madre Rosa Quevedo, y sus dos hijas Nithaylud Figueredo y Nicole Sequera. Pero también le aguardaba una orden de aprehensión que se hizo efectiva de inmediato.

Las dos hermanas de Dayan rindieron declaración el mismo día.

Esto es parte del testimonio de Nithaylud Sered Figueredo González: «como a las 5:30 de la mañana yo me encontraba en mi casa, y mi abuela Rosa Julia Quevedo recibió una llamada telefónica de parte de mi madre Gellinot González, donde le decía que se fuera para el hospital y allá nos informaron que mi hermano estaba quemado y torturado en varias partes del cuerpo y que teníamos que esperar a los que atienden en la morgue».

Al referirse a las detenidas Valentina del Carmen Oropeza y Anney Montilla, afirmó: «delante de mí, la señora Carmen (Valentina) trataba bien a Dayan, pero Anney en varias oportunidades yo misma veía que lo jaloneaba, lo regañaba mucho cuando le daba la comida y él no se la terminaba; ella le pegaba por la boca, el niño le tenía mucho miedo… Un día mi hermano Dayan González cargaba unos morados en las piernas, estaba recién llegado de Margarita y le preguntamos de qué eran esos morados, y él respondía que se caía, pero después dijo que era Anney que lo golpeaba, me pidió que no dijera nada porque si no, ella le iba a pegar».

Nicole Antonella Sequera González también declaró: «yo soy hermana de Dayan González y hoy a las 5:00 horas de la mañana me enteré de que mi hermano había fallecido producto de una peritonitis. Me fui para el hospital con mi abuela y mi hermana, preguntamos en emergencia y en pediatría por mi hermano, y nos dijeron que no había ingresado ningún niño con esa enfermedad, pero sí un niño con signos de violencia física y violación. Nos trasladamos a la morgue, donde nos dieron los datos.

»De inmediato vinimos a esta oficina a formular la denuncia. Esperando en la parte de la plaza, oí y observé a tres ciudadanos que estaban cerca de mí, diciendo que lo que le pasó a mi hermano, fue en una fiesta de orgía».

Tres días después, ante el Ministerio Público, Nicole agregó: «quiero decir que cuando yo me encontraba afuera de la PTJ en el baño, esperando que me declararan, escuché a Norelys Dayana Nieves Martínez (la funcionaría policial), que contó que al niño le habían practicado una fiesta de orgía, y que el señor Mateo estaba inquieto por la camioneta. Después dijo que no se preocuparan por Anney y Doris, porque a ellas las cuidaban desde adentro».

La mención de Norelys Nieves en el caso era muy comentada por la comunidad de Guanare. Como inspector jefe de la policía del estado Portuguesa, aparecía con relativa frecuencia en los medios de comunicación. Su testimonio en el caso de Dayan fue recogido en dos breves registros.

El viernes 2 de diciembre, dijo: «resulta ser que aparezco en una foto de mi amiga Anney, desde hace tiempo, y en el día de ayer me enviaron dos mensajes donde me informaban que al niño que cuidaba mi amiga Anney lo estaban operando en la Clínica del Este por lo que me fui inmediatamente para allá, pero al llegar a la clínica le pregunté a Yure qué había pasado y me dijo que el niño Dayan estaba muerto… A veces Anney le daba golpes en la cabeza a Dayan».

Y tres días después, expuso: «resulta que yo estaba en mi residencia, ubicada en el barrio Libertador, avenida 1, al lado de Mercal. Estaba con Carinés, una amiga mía, recibí mensaje de Yure, quien es conocido mío, fuimos novios hace cuatro años y duramos dos meses; este ciudadano me dijo en el primer mensaje que al niño que cuidaba Anney lo estaban operando de emergencia, yo no le respondía porque no tenía saldo; al rato me escribe que el niño murió. Me trasladé a la clínica y por Yure me enteré que Anney dijo que se había caído de una moto. De allí no supe más, solo que se llevaron a Anney en una camioneta gris, sin papel ahumado».

La funcionaría policial Norelys también ratificó ante los investigadores que el enfermero Yure había atendido heridas de Dayan, a solicitud de Anney.

Y fue la misma Anney quien, en su declaración, hizo referencia a la agente de policía Norelys: «una vez yo estaba en la casa de Norelys, quien estaba consumiendo droga, y me ofrece y le digo que no; consumí un poco y me dieron ganas de vomitar». De Norelys y Anney esnifando, quedó registro fotográfico —al parecer ahora desaparecido—. La funcionaría fue llamada a declarar.

La inspector jefe de la policía de Portuguesa Norelys Nieves en ningún momento fue suspendida de sus funciones, mucho menos detenida, a pesar de haber sido registrada y reseñada en el CICPC junto a Yoleida Coromoto Canelones y Eylen Martínez, el viernes 2 de diciembre, según fuentes policiales. Por alguna razón no explicada, los investigadores cambiaron de opinión en torno a estas tres ciudadanas.

Una prueba fue relevante en las primeras averiguaciones. Dayan tenía las huellas de dos mordiscos. Uno en la espalda y otro en el brazo izquierdo. Además le faltaban sus incisivos superiores, tanto centrales como laterales, razones por las que fue solicitada la presencia del odontólogo forense, José Manuel Vargas.

Ante la ausencia de los dientes del niño, el experto determinó que «no había continuidad en la cicatrización, los bordes están muy irregulares y con pliegues sobre pliegues. Se aprecia ruptura y desprendimiento de las tablas óseas con forma de arco», lo cual indica que fueron arrancados con violencia.

Procurando encontrar al responsable de los mordiscos en el cuerpo de Dayan, el odontólogo tomó registro de las mordidas de Anney, de Valentina del Carmen, madre de Anney, de su tía Doris Oropeza, del enfermero Yure Hernández, y de Gellinot, la mamá de Dayan.

«Para la determinación de la naturaleza de la mordida —precisa el informe— primero se fijaron fotográficamente las huellas de la mordedura, una ubicada en el medio de la espalda, y la otra en el brazo izquierdo. En el proceso de reconocimiento e identificación de la naturaleza, en cuanto a si estas huellas eran humanas o de animales, se estableció que tienen origen humano, debido a que las huellas de animales tienen forma de “V” y con los caninos (colmillos) profundos. Las humanas en cambio, son en forma de arco, no tienen impresiones profundas de los caninos, y además no hay desgarre de tejido, que es otra característica de la mordida de un animal. En cuanto al carácter de la mordida, hay tres tipos: las traumáticas, las sexuales y las de juego. La última se descarta porque apenas un sujeto muerde a manera de juego a alguien sin intención de lastimar, solo se produce un ligero enrojecimiento de la zona, en la cual se aplicó la presión, pero esta se borra a las dos horas, más o menos. La segunda también se descarta porque estas mordidas van acompañadas de un hematoma producido por la succión que ejerce el victimario sobre la víctima (chupón). Esto quiere decir que estamos ante una huella de mordida agresiva, traumática, que busca lesionar a la víctima. Sus características son: impresión de los bordes incisales de los dientes en la piel de la víctima, con escoriación en las impresiones de cada pieza. ¿De quién es la mordida? Al encontrarse las huellas en la víctima y teniendo una serie de imputados, se tuvo que realizar un registro de mordida a cada uno de ellos. Esto se hace con una cera especial, la cual se corta en forma de herradura completa, y se le introduce en la boca a cada sujeto, quienes proceden a morder y dejar su impresión en la cera; al tener todos los registros, se hacen las respectivas comparaciones de medida, posición, tamaño y forma de cada impresión de bordes incisales. Cada registro se transfiere a una hoja en blanco, rayando solo la impresión de los bordes incisales sobre el papel, quedando una marca, la cual se va a comparar con una imagen o dibujo calcado de las mordeduras que se observaron en la víctima, que es transferido a una hoja de acetato; se busca sobreponer la marca en la huella, hasta que dé una coincidencia. La coincidencia fue con Anney Montilla».

El odontólogo forense considera que las mordeduras fueron infligidas cuatro o cinco días antes de la muerte de Dayan, según las características visibles de cicatrización.

Anney Montilla admitió haber mordido a Dayan, a manera de juego…

A los cinco imputados, el especialista José Ledezma Carmona les realizó experticias toxicológicas para determinar si estaban bajo efectos de sustancias estupefacientes o psicotrópicas. Resultaron negativas.

Desde que se conoció la muerte de Dayan, el pueblo insistía en la versión del consumo de sustancias ilícitas. Sobre el grupo Mujeres de Ambiente, con frecuencia referían —ciertos o no— escándalos pasionales, bañados en licor y drogas. Para la comunidad, solo unos seres bajo el influjo de potentes sustancias químicas, podían ser capaces de hacer tanto daño a un niño. A eso se sumaba la historia del rito satánico. Los guanareños no encontraban otra explicación. Pero las pruebas toxicológicas desmintieron el argumento colectivo. Al menos en horas previas a la muerte de Dayan, ninguno de los cinco detenidos había consumido sustancia ilegal.

El comisario Arias había regresado a la capital, cargado de desasosiego y desbordando información. Una frase le retumbaba luego de haber logrado conversar con Ernesto Franco, comisario de la subregión Guanare, delegación estatal Portuguesa: «Si de algo estoy seguro con mis 21 años de servicio, es de que los cinco imputados tuvieron de una u otra manera, alguna participación en el maltrato del niño». Fue la opinión de colega a colega, de este hombre, que a Arias le pareció serio y reservado.

Arias no cedió ni un día en su afán investigador. El juicio por el crimen de Dayan había avanzado en tribunales con relativa rapidez, muy al contrario del cotidiano retardo procesal en el que estaba sumida la justicia del país. El gobierno quería evitar una nueva explosión social, como la ocurrida el lunes 5 de diciembre en Guanare y, para ello, prefería mostrar la intención de procurar una condena pública.

Anney, Gellinot, Doris y Valentina del Carmen, habían sido trasladadas al Centro Penitenciario de Coro, al noroccidente del país. Allí se encontraban aisladas de otras prisioneras. Las autoridades sabían que sus vidas habían estado bajo amenaza de muerte. Esa prisión, calificada de experimental, tenía una condición especial: nadie recibía visitas, salvo solicitud y autorización expresa de las reclusas. La orden de los abogados defensores les prohibía declarar, en especial a los periodistas.

Yure, el enfermero, fue remitido a la prisión de Tocuyito, en el estado Carabobo, al centro del país. Según Bernardo, su hermano y abogado, Yure también se encontraba en condiciones de aislamiento, pero en una celda muy precaria, aunque el trabajar para una policía regional le daba algunas ventajas en cuanto a segundad.

A pesar del silencio de los imputados, al comisario Arias le había llamado la atención que la información del proceso había sido transmitida desde los canales gubernamentales con mucha amplitud, cuestión nada común. Incluso, en la página oficial del Tribunal Supremo Justicia fueron colocadas las transcripciones de los imputados en los interrogatorios y buena parte del contenido de la investigación, de los indicios y diversos testimonios. Por las redes sociales y en páginas creadas en homenaje a Dayan se habían publicado documentos oficiales que servirían de sustento al juicio.

Sin embargo, los medios de comunicación fueron disminuyendo el espacio a la información del crimen de Dayan. La frecuencia de reportajes impresos y audiovisuales sobre el tema mermó al paso de los días.

La audiencia preliminar fue prevista a realizarse en Guanare, el 17 de febrero de 2012. En esta instancia, el tribunal de control tomaría la decisión sobre los cinco detenidos: si serían llevados a juicio, por cuáles delitos y en qué condiciones, si en prisión o en libertad. El comisario Arias, junto a su amiga, la patóloga Amalia Pagliaro, habían mantenido el objetivo de construir con rigor, hechos y personajes. «Cuando finalice la audiencia preliminar, deberíamos suspender esta investigación», comentó Amalia. El caso los había agotado. No recordaban un crimen tan duro, tan incomprensible, tan despreciable. Pero además, para detenerse en este trabajo, Amalia apelaba al acuerdo que existía entre ambos de evitar aferrarse a un caso que podía no tener fin. También se habían prometido no caer nunca en la tentación de sentirse jueces o protagonistas de una de las partes. Ellos, sencillamente eran unos profesionales jubilados con una bella amistad, que se acompañaban trabajando su intelecto, bajo el ritual de resolver crímenes complejos. Era de alguna manera, un íntimo homenaje a la verdad y a la justicia.

La noche anterior de la audiencia preliminar, Orlando Arias invitó a su amiga para analizar, con los elementos y la información que manejaban, la decisión que presumían tomaría la juez de control de Guanare. Trataban de hacer el trabajo grato: entre quesos, un jamón de Jabugo que Amalia había traído de su viaje a Madrid, y unos sabrosos vinos. Se disponían a evaluar la exposición del Ministerio Público, y la defensa de los involucrados. Habían acordado invitar a un entrañable amigo, el abogado penalista Julio César Guzmán, quien con seguridad enriquecería la tertulia.

Cuando Guzmán llegó, Arias y Pagliaro, ya relajados, conversaban animadamente sobre las versiones fílmicas —sueca y estadounidense— de la saga de Stieg Larsson Los hombres que no amaban a las mujeres, o La chica del dragón tatuado —así titulada en Estados Unidos—. Las preferencias estaban divididas. La patóloga defendía la versión europea. En cambio, Arias había quedado encantado con la presentación de Hollywood. Guzmán no pudo sumarse al debate, porque a pesar de que se había leído los tres libros de Larsson, no había visto las películas. La risa conjunta de los tres fue la señal de que era hora de comenzar a trabajar.

Guzmán, quien además de abogado es profesor, quiso introducir la explicación académica necesaria sobre lo que significaba en el proceso el evento que se realizaría al día siguiente en Guanare. «No puedo perder la costumbre», dijo. «Adelante, será un placer oírte», respondió Arias.

—La audiencia preliminar —refirió Guzmán— es un acto judicial que se realiza para evaluar la viabilidad de la acusación de la Fiscalía y su fundamento, a efectos del enjuiciamiento de los acusados. Para ello, se exige la demostración plena de la existencia de los delitos y la presentación de evidencias que acrediten la alta posibilidad de que los imputados puedan ser condenados en un juicio, conforme a la investigación dirigida por el Ministerio Público. También es la oportunidad, para todas las partes, de ofrecer las pruebas que serán practicadas durante el juicio.

—Es como establecer las reglas del juego para el juicio —precisó Arias—. Define los delitos por los que serán procesados los imputados, las pruebas y los testimonios de expertos y testigos presenciales.

—Así es —ratificó Guzmán—. De acuerdo con la ley, el Ministerio Público tiene un plazo de 30 días, con una prórroga de 15 días más, a la hora presentar los requerimientos necesarios para la solicitud del juicio.

En el caso de Dayan, y es frecuente que sea así, el Ministerio Público se tomó los 45 días. Por eso el 20 de enero de 2012 presentó ante el tribunal de control la solicitud de enjuiciamiento de los cinco procesados. En la audiencia preliminar las partes deben presentar oralmente un resumen de sus argumentos; los imputados, si lo desean, pueden declarar. Luego de eso, el tribunal emite su decisión.

En las horas previas al 17 de febrero, se sentía cierta ansiedad en Guanare. La audiencia preliminar sería realizada en la Comandancia de la Policía. Las informaciones por las redes sociales y las mensajerías de textos generaron la expectativa esperada. Algunos llamados solicitaban estar atentos, en sana paz. «Mantengámonos alerta», «queremos justicia», decían algunos mensajes. No faltaron quienes recordaban los vínculos políticos de Mateo, el exesposo de Doris, con el gobierno. No hubo convocatoria para concentración alguna. Los medios regionales y nacionales tenían en pauta una importante cobertura.

El comisario Arias, coherente con su sistema de trabajo, comenzó a exponer los hechos sobre el caso.

—Lo relevante de la investigación criminal, es que al fiscal, al juez o a un jurado, yo le debería poder pasar la película de cómo ocurrieron las cosas. Como si yo filmara dónde se planificó el crimen, quiénes, cómo, con qué lo ejecutaron, dónde están las armas. Ese es el deber ser de un expediente. Tengo que hacer la secuencia completa en la que la narración de los hechos, los elementos de prueba, la participación de los personajes, deben quedar claros. Por eso, cuando se dice comprobación científica, significa que si se hiciera una experticia en cualquier otro sitio, el resultado sería el mismo. Tú tienes que demostrarle a un tercero qué pasó ahí. Reconstruir cómo ocurrió, hilvanando en tiempo y espacio. Porque todo tiene una razón de ser. Si yo solicito una orden de allanamiento es porque sé qué voy a buscar. Y voy uniendo piezas como un rompecabezas.

»Como quiero hacer la reconstrucción, tal cual una película —continuó el comisario—, no pueden quedar vacíos. En este caso, lo primero que se evalúa es el cadáver del niño. El eje central es la muerte. En esta investigación hay que determinar la causa de muerte. El certificado de defunción del anatomopatólogo Rafael Bruzual, indicó como causas: asfixia mecánica, peritonitis aguda, obstrucción intestinal baja y signos de violencia ano-rectal.

»Necesariamente hay que evaluar las lesiones. Tú tratas de establecer qué objeto pudo haberlas ocasionado. Para eso hay expertos que pueden dibujarlo, según la marca observada por el forense. Y ese objeto tienes que buscarlo hasta debajo de las piedras. Lo malo de todo esto es que el objeto no se encontró. Esto deja un primer vacío», expresó Arias con preocupación.

—El victimario causó la muerte utilizando ese objeto —acotó Pagliaro— pero además, en el frotis anal que se realizó, se consiguió semen.

—Vamos a detenernos en este punto que para mí es fundamental —intervino el abogado—. Con toda seguridad, los defensores van a solicitar que se desestime la prueba de ADN. Y el tribunal va a tener que declararla sin lugar, por extemporánea, porque ya concluyó la fase de investigación.

—No entiendo por qué no se realizó esa prueba, en el plazo establecido por la ley —murmuró Pagliaro.

—Es inaceptable que la investigación determine la presencia de contenido seminal, sin que éste hubiera sido objeto de los estudios científicos que permitan su individualización —continuó Guzmán—. Nada se hace con una muestra de semen si no se puede determinar a quién pertenece. Su comparación debió realizarse con múltiples personas, no solo con el enfermero, que es el único hombre imputado, sino con todo el entorno masculino en contacto con Anney, dentro de las fechas de interés. Ellos debieron ser sometidos a parámetros de comparación. Hay una verdad muy importante que no saldrá a relucir: ¿quién agredía sexualmente al niño? Esa persona pudo haber sido cómplice de las torturas. Esa verdad quedará oculta. Y el autor de ese hecho, probablemente, quedará impune.

—No quiero pensar que se demoró la solicitud de la prueba de ADN para proteger a algún poderoso —se sumó Arias a lo planteado por Guzmán—. Y lo peor es que ya nada se puede hacer en ese aspecto. Los imputados seguramente se negarán a que les realicen la prueba. ¿De qué sirve el hallazgo de semen si no tienes con qué compararlo? Además, y aquí hablo como investigador, los detenidos se pueden negar, pero cuando la policía realizó allanamientos, encontró pelos, cigarrillos, ropa con sudor, cepillos de dientes, sábanas… Todo eso se puede recolectar y allí hay ADN. Es más, también están las muestras de sangre, porque a los cinco les realizaron exámenes toxicológicos.

—Sí —interrumpió Guzmán— pero, precisamente, eso solo involucra a los cinco detenidos, donde el único hombre es el enfermero. Yo me refiero a que debió ampliarse el círculo de investigación. Debemos recordar que las responsabilidades penales son individuales. Abuso sexual y trato cruel fueron previos a la muerte. Se podría demostrar que en ese abuso están implicados otros más. Recuerden el testimonio de Gellinot, la mamá de Dayan, cuando respecto a la violación de su hijo, afirmó: «hay muchas personas implicadas».

—Tienes razón —respondió Arias—, por eso son fundamentales, y hablo como investigador, las primeras 12 horas que establece el Código Orgánico Procesal Penal, que nos permiten hacer lo necesario en resguardo de la evidencia y la identificación de los imputados.

—En el caso del niño —retornó a su análisis el comisario— los testimonios indican que las lesiones en su cuerpo, eran evidentes. El forense registró de inmediato que también había lesiones antiguas. Ya hay un maltrato seguro. Esto nos lleva a determinar quiénes han cuidado al niño, o quiénes están muy cercanos a él. Primero en la casa, y luego voy ampliando más el círculo. Unas primeras cuatro personas se aparecen en la clínica llevando al niño, y dan una información que a los médicos, y al resto del personal, les parece poco creíble. La versión inicial que mantuvieron los imputados —menos la madre que estaba en Margarita— es que el niño se había caído de una moto, o que una moto le había pasado por encima. Las lesiones no cuadran con ninguna de esas versiones. Por lo tanto se debe hacer una inspección completa al cadáver, para empezar a desvirtuar la información que están dando. Sobre esa versión de la moto, en un interrogatorio a los implicados, los debes llevar a que precisen: ¿dónde fue el supuesto accidente? ¿Dónde está la moto? ¿Cuándo fue? Hay que llevarlos al sitio. Entiendo que los investigadores hicieron esto, porque la versión de la moto fue rápidamente descartada.

—El niño tenía lesiones de vieja data —acotó Pagliaro—. Torturas, sin duda: golpes, mordeduras, quemaduras de cigarrillo.

—Eso confirma que las lesiones deben ser de quien o quienes lo cuidan, o de alguien muy cercano —continuó Arias—. Los implicados alegan que al niño le empezó a doler el estómago. En el allanamiento, tú agarras esa casa y no la sueltas hasta tanto acoples —criminalísticamente hablando— lo que consigues en el cadáver con lo que consigues en la casa. Cigarrillos posiblemente no encuentres, o por lo menos no con los que lo torturaron, pero tienes que demostrar si con quien vive, fuma, si tiene ceniceros, o un lugar donde deposita los consumidos. ¡Por supuesto que debes llevarte toda la basura! Tienes que buscar gasas, antibióticos utilizados, si hay inyectadoras, instrumentos con los que hicieron los puntos de sutura. ¿Cómo los obtuvo el enfermero?, por ejemplo. Hay que averiguar dónde trabajaba, que entiendo que es en la Comandancia de la Policía. ¿Compró o robó esos objetos? ¿Hay facturas? Esos son elementos de prueba. El acoplamiento de las lesiones del cadáver con las casas tienes que hacerlo ese mismo día, en el plazo de 12 horas que ya referí. En ese tiempo debo levantar la inspección técnica del cadáver, el informe de evidencias, una serie de entrevistas, la explicación del forense. Hay una flagrancia, por lo que debo dejar presos a quienes lo trasladaron a la clínica. Entiendo que eso se hizo.

»¿Qué quiero decir con experticia de acoplamiento? —siguió evaluando el comisario—, que al revisar las cicatrices debo determinar: ¿con qué se rompió?, ¿qué lo hirió?, ¿en qué sitio de la casa ocurrió eso? En esa experticia, se montan fotográficamente los objetos, los muebles. Para eso debo tener virtualmente dibujado el o los objetos con los que le produjeron esas lesiones».

—Hay otro aspecto que me preocupa —intervino Guzmán— y es que no se investigó la presencia de otros apéndices capilares que ha podido dejar el victimario en el niño. Además, quiero insistir en la importancia de colectar los elementos de tortura. Los investigadores y el forense describen lo que sería la marca de una jarra con la que le golpearon el pecho. Tú debes hacer un levantamiento planimétrico para comparar la marca con cualquier otro objeto. Ese objeto tampoco se encontró.

—La prueba que sí se llevó a cabo con precisión fue la de la mordida —informo Pagliaro.

—Sí —se sumó Guzmán al comentario— es una prueba muy interesante: se llama oclusografía forense. La Fiscalía puede sacarle mucho provecho a eso. No solo para demostrar la participación de Anney, sino el ataque sistemático que sufrió la víctima.

—Ojalá, en este caso, estuviésemos hablando de «lo pudiesen matar» —se detuvo en su análisis el comisario Arias—. Pero no. Lo mataron. Y la cadena que de ahí va hacia atrás, hay que descifrarla completica. Comenzando con la mamá.

—Este es un aspecto que quiero que desarrolles, porque, más allá de los cinco imputados, hay una serie de personajes que están como gravitando, y a quienes ni siquiera se les ha citado —dijo con desagrado Pagliaro.

—Me sumo a ese punto —indicó el abogado—. Para mí, otro cabo suelto es que se debió precisar lo que la Fiscalía denominó un «evento social», y que tal vez fue mejor catalogado por una de las testigos no presenciales (la hermana de Dayan) como «fiesta de orgía». Una correcta actividad de pesquisa policial podría identificar a los asistentes al evento. Porque es importante determinar la responsabilidad penal de cada quien, y el grado de participación en los delitos. Hay unos encubridores, hay unos activos totalmente, otros pasivos que veían y no hicieron nada para impedirlo.

—Aquí surgen varias interrogantes, que voy a lanzar indiscriminadamente —replicó Arias—. ¿Los médicos que dieron reposos, fueron investigados? ¿Se solicitó la información al Colegio de Médicos? ¿Se determinó si los reposos son verdaderos? Un funcionario policial me dijo que uno de los médicos admitió que entregó el reposo sin evaluar al niño. ¿Ese médico va a ser llamado a declarar? Si al enfermero lo procesan por no haberse percatado de que las lesiones del niño son producto de maltrato, ¿qué responsabilidad tiene entonces un médico?

»Y me vuelvo a preguntar —insistió el comisario—: ¿cómo y quiénes están involucrados con el maltrato? ¿Dónde realizaban esas fiestas? ¿Quiénes asistían? ¿Llevaban al niño? Recuerdo que el inspector Filippo, cuando me informó de la detención de los cinco imputados, me aseguró que faltaban otros cuatro. Me insinuó que, incluso, podían estar vinculados con la policía. ¿En quién pensaba? Porque un investigador me aseguró que otras tres personas fueron reseñadas y luego liberadas, una de ellas, la inspector jefe de la policía.

—Se debe tener especial cuidado en no tratar este caso con ligereza —dijo Pagliario, poniéndose de pie, con un gesto que transitaba entre la severidad y la tristeza—. Cada vez que reviso los hechos, me tropiezo con personajes que tuvieron la oportunidad de salvarle la vida a Dayan, y no lo hicieron. ¿Ellos no cargan con alguna sanción? ¿Ni siquiera se cuestiona su ética? ¿No son responsables de nada? Y no solo hablo de los protagonistas en Guanare. Ese niño ya estaba siendo maltratado en Margarita. ¡Las maestras allá alertaron! ¿Por qué el defensor no actuó con más diligencia? Transcurrieron cinco meses, entre la primera denuncia que hicieron las maestras y la citación a Gellinot. Y cuando el defensor intervino, lo hizo de buena fe, no lo dudo, tratando de persuadir a la mamá. ¡Pero resulta que con las maltratadoras hay que acudir a las autoridades, no intentar conciliar! El mismo defensor admite que observó lesiones en el niño. Él ha debido denunciar en la Fiscalía de inmediato. Es absurdo el argumento de que solo puede hacerlo si hay flagrancia. ¿Qué es eso? ¿Conseguir al niño sangrando? Él no es un experto para evaluar. ¿Y las heridas no visibles? ¡Dígame lo que ocurrió en ese restaurante de Margarita, donde delante de otros comensales y trabajadores del lugar, Anney le cortó el labio al niño con un tenedor! ¡Les juro que eso ocurre estando yo presente y me vuelvo una fiera, y llamo a la policía! Anney, en cambio, se fue tranquila. Después Gellinot saca al niño del colegio en Margarita sin dejar constancia de que va a continuar sus estudios en otro lugar, tal como establece la ley. No lo hizo. Gellinot envió a su hijo con Anney a 675 kilómetros de distancia, quien luego inscribe al niño de manera irregular en un colegio en Guanare, en el que trabajaba la otra imputada, Valentina del Carmen. ¡Dios! ¡Si hasta era un colegio bautista! Y los vecinos… no puedo dejar de pensar en ellos. ¿Nadie escuchó nunca nada? ¡Qué terrible! ¿En qué nos hemos convertido como sociedad?

Los tres mostraron su impotencia sin remilgos. Hablaron al mismo tiempo. Sus pensamientos afloraban como tos. Tres profesionales, dos de ellos jubilados, con más de 30 años de experiencia, los tres ejerciendo en un área dura, difícil. ¿Qué no habrían visto en todo ese tiempo? Y sin embargo estaban absolutamente sacudidos.

—Tienes razón, Amalia —intervino rato después el abogado Guzmán—, en el caso del defensor, la ley dice que frente a un menor que se presume está siendo lesionado por quienes lo cuidan, de inmediato se debe notificar a la Fiscalía. Es más, él ha debido llamar a los organismos de seguridad y solicitar su detención de inmediato. Al menos preventivamente.

—Una policía, en una de las pensiones donde vivían en Margarita, se dio cuenta de las heridas del niño, ¿y qué hizo? ¡Solo las presionó para que se «moderaran»! También la inspector jefe de la Policía de Portuguesa declaró que había sido testigo de que Anney golpeaba al niño y nada hizo para evitarlo. Se trata de funcionarios policiales que tienen el deber de proteger —insistió Pagliaro, sin ocultar su indignación.

—Varias de las personas mencionadas en el entorno de Anney son funcionarios públicos. Además de las policías, están unas trabajadoras de la gobernación. No quiero meter la política en esto, pero… —agregó con escepticismo el penalista.

—Hay algo que quiero precisar en el tema de los delitos —dijo Arias, mirando directo a Guzmán—. Me comentaste que tenías algunas observaciones o, mejor dicho, diferencias, con los planteamientos de la Fiscalía.

—Debo recordar —precisó el abogado— que en las primeras de cambio, la juez de control consideró que los hechos estaban dentro del homicidio intencional calificado con alevosía, abuso sexual, trato cruel y lesiones personales graves. Para los cinco imputados, por igual. Esto suele ser práctica común, mientras transcurre el tiempo en el que el Ministerio Público continúa con las investigaciones que presentará para la audiencia preliminar y determina los delitos que califican para cada uno. En efecto, luego del plazo de investigación, el Ministerio Público solicitó ante el tribunal de control juicio para Anney Montilla y Gellinot González, por los delitos de abuso sexual y trato cruel, previstos y sancionados en los artículos 259 y 254 de la Ley Orgánica de Protección del Niño y Adolescente, y por homicidio intencional a título de dolo eventual, y lesiones graves, previstos y sancionados en los artículos 405 y 415 del Código Penal. Anney en calidad de autor material, y Gellinot en calidad de autor en comisión por omisión, en relación al artículo 86 del Código Penal y 217 de la Lopnna.

—Yo me habría ido por el homicidio calificado —se apresuró a decir Arias—. Entiendo que el dolo eventual es difícil de probar. Hay una serie de agravantes que te llevan a considerar el homicidio calificado.

—Esa es una posibilidad con la que, en lo personal, estoy de acuerdo —respondió Guzmán.

Guzmán había desplegado códigos y leyes sobre la mesa:

—Al señalar el dolo eventual, la Fiscalía refiere que la intención inicial no era causar la muerte, opinión de la que yo discrepo. Porque si un sujeto agrede a otro, con el conocimiento de que su conducta puede causar la muerte de este, está actuando con una clara y evidente intención de matarle. Esto es de simple lógica. Y si la víctima es un niño de 5 años, existe alevosía. Por eso creo que habría sido más apropiado tipificar los hechos en el delito de homicidio calificado por alevosía, con diversas circunstancias agravantes de la penalidad.

»El tema del dolo, o intención de cometer delito, es difícil de probar en todo proceso criminal. La discusión es ¿cómo se mensura el dolo?, es decir, la intención de matar. Es complicado. Es como pretender escudriñar el interior de la mente del sospechoso.

»También hay un criterio que considera que la figura de dolo eventual no está prevista en el Código Penal, por lo que una sentencia del TSJ estableció recientemente que se le debe aplicar la misma pena que al homicidio intencional simple, entre 12 y 18 años».

—¡Eso es muy poco tiempo! —saltó Pagliaro.

—Te recuerdo, Amalia, que en el caso de estos imputados, hay concurrencia de delitos. Tengo información de que para tres de ellas —Anney, Gellinot y Valentina— el tribunal solicitará su enjuiciamiento por homicidio con dolo eventual, pero también abuso sexual, trato cruel y lesiones graves, más el agravante del artículo 217 de la Lopnna que indica: «Constituye circunstancia agravante de todo hecho punible, a los efectos del cálculo de la pena, que la víctima sea niño, niña o adolescente…».

—¿Cómo se valora la concurrencia de delitos? —preguntó Pagliaro.

—Debemos guiarnos por el artículo 88 del Código Penal: «al culpable de dos o más delitos, cada uno de los cuales acarree pena de prisión, solo se aplicará la pena correspondiente al más grave, pero con el aumento de la mitad del tiempo de la pena, correspondiente a la pena del otro u otros».

—Es decir, que bien sea homicidio por dolo eventual, o calificado, al agregarle el agravante del artículo 217 de la Lopnna, y la concurrencia de los delitos abuso sexual, lesiones graves y trato cruel, en mi cálculo hipotético, de ser consideradas culpables, Anney, Gellinot y Valentina, recibirán la pena máxima de 30 años.

—La situación de Doris Oropeza y de Yure Hernández, el enfermero, es distinta, porque los delitos que les imputan tienen penas iguales o menores a los 5 años. Con seguridad se verán beneficiados por medidas alternativas de cumplimiento de la pena, y tienen la posibilidad de admitir su responsabilidad en los hechos. Les recuerdo que Doris fue imputada por lesiones personales menos graves en grado de autor material y trato cruel, como cómplice no necesario, y Yure como encubridor en homicidio intencional a título de dolo eventual, abuso sexual y trato cruel y lesiones intencionales graves de grado de cómplice no necesario. Encubrir es un delito en sí mismo, con pena de 1 a 5 años, que consiste en realizar acciones para ocultar pruebas, para taparear la acción criminal.

—¿Y qué es un cómplice no necesario, de lo cual señalan a Doris y al enfermero? —consultó la patóloga.

—Cómplice no necesario es lo mismo que cómplice simple, previsto en el artículo 84 del Código Penal que, en pocas palabras, considera que su participación no es indispensable para la comisión del delito, lo que significa que el mismo se habría cometido igual, aunque se suprimiera hipotéticamente su participación. Eso explica por qué los casos de Doris y Yure tendrán un tratamiento diferente a los de Anney, Gellinot y Valentina.

—Quiero detenerme —continuó el abogado— en las formas de participación criminal, porque en este caso, Anney por ejemplo, está señalada como autora material. ¿Qué significa? Es quien realiza directamente el tipo penal en la norma, es decir ejecuta materialmente el hecho punible «de su propia mano». Es el protagonista principal, a quien se le ejecuta el hecho, como propio.

—A Gellinot y a Valentina del Carmen los delitos que les imputan son los mismos de Anney, la diferencia es que para ambas, son en calidad de autor en comisión por omisión. En el Código Penal están establecidos los delitos de acción y los de omisión. Estos últimos son «dejar de hacer algo», un hacer negativo. Se explican porque es alguien que tiene la obligación de ejecutar un determinado deber jurídico, porque se lo impone la ley. Por ejemplo, el garante de los niños son sus padres, y si algo les sucede por un descuido evidente de ellos, es comisión por omisión. Para ser garante, debes tener la posición jurídica para ello. Es el caso de los maestros, que son garantes de sus alumnos, los policías de los ciudadanos, los médicos y enfermeras, de sus pacientes. Eso lo determinan las circunstancias. Como los delitos de comisión por omisión no están contenidos en el Código Penal, se aplican doctrinariamente en Venezuela, porque no pueden quedar impunes.

—Pero según lo que dices —indica Pagliaro— en el caso de Dayan hay varios personajes que entran dentro de lo que tú defines como comisión por omisión.

—Es posible, pero solo Gellinot y Valentina, ningún otro, está señalado en este juicio como tal —respondió el abogado.

Luego retomó la palabra, con énfasis:

—Algo les quiero advertir, antes de concluir. La nueva reforma del Código Orgánico Procesal Penal elimina la figura de los escabinos. Eso significa que la decisión la tomará un juez de manera unipersonal.

»A muchos nos inquieta qué pasará luego de que entre en vigencia esta reforma del COPP en enero de 2013. Es un debate que está por venir.

»En tanto el juicio, les repito, porque quiero ser muy respetuoso en esto, ya se verá qué criterios valorará el juez. Dependerá también de la fuerza y contundencia de lo que presente el Ministerio Público y, claro está, la actuación de la defensa.

Los cinco imputados fueron trasladados a la Comandancia de la Policía de Guanare, en la madrugada del 17 de febrero. Las mujeres fueron llevadas desde la prisión de Coro, en un vehículo blindado con escolta militar. Para el enfermero Yure también hubo medidas de seguridad, desde la cárcel de Tocuyito.

Cuando Guanare despertó ese viernes, la Guardia Nacional tenía tomados los alrededores de la Comandancia de la Policía. Hasta allí se trasladaría el tribunal. Las autoridades no querían correr riesgos. Evitaban cualquier evento parecido a los sucesos del 5 de diciembre, que acabaron con los vidrios del Palacio de Justicia, entre otras cosas.

La audiencia comenzó a las 2 de la tarde y se realizó sin mayores contratiempos. Se efectuó —cosas de Dios— en la capilla de la Comandancia de la Policía. Duró algo más de cuatro horas. A los cinco imputados los habían mantenido juntos en una misma celda en la espera del inicio del proceso. Testigos de su ingreso al tribunal los recuerdan a todos bien vestidos. Las mujeres se mantenían unidas, mientras Yure, el enfermero, trataba de apartarse de ellas.

Presidió la juez de control No 1, Elker Torres Caldera. En esta ocasión, cuatro imputados contaban con defensores privados. Solo Anney se mantuvo con Francisco Barrios, defensor público. También estaban los fiscales Samuel Acuña, Apolonio José Cordero, Daniel Guédez Hernández y Guadalida Rossi, en su carácter de Fiscal Sexagésimo Primero Nacional con competencia plena, Fiscal Sexto del Primer Circuito Penal de la Circunscripción Judicial del estado Portuguesa, Fiscal Vigésimo Nacional con competencia plena y Fiscal Auxiliar Vigésimo Nacional con competencia plena, respectivamente.

El proceso consistió en leer el contenido de la acusación de la Fiscalía. Se registraron los fundamentos contra los cinco detenidos. Se realizó una narración que partió del nacimiento de Dayan, para decantar en el momento en que convivía en Margarita, con su madre Gellinot y con Anney.

Se describieron los primeros reportes de lesiones, advertidos por las maestras en el Colegio Papagayo, en Porlamar, los reposos y la prolongada ausencia del niño en el salón de clases. Se recordó la citación a Gellinot, por parte de la Defensoría de los Derechos de los Niños y Adolescentes, hasta llegar al desenlace trágico de la muerte de Dayan en Guanare, mientras estaba bajo el cuidado de Anney. Todo ese recorrido fue acompañado de evidencias, citas de expertos, el registro histórico fotográfico, actas de entrevistas, diligencias realizadas, informes, estudios que apoyaban las acusaciones del Ministerio Público para cada uno de los imputados.

Destacó en el documento la experticia biopsicosocial y la autopsia psicológica que habían sido solicitadas por la Fiscalía Sexagésimo Primera con competencia nacional. Las evaluaciones fueron realizadas entre el 3 y 6 de enero de 2012 por los expertos Arnaldo Perdomo, trabajador social, y Wilfredo de Jesús Pérez Delgado, médico psiquiatra forense. El informe tuvo como instrumentos de evaluación nueve entrevistas (individuales), dos visitas sociales, cinco entrevistas colaterales, la revisión del expediente y entrevistas clínicas.

La evaluación psiquiátrica incluyó la entrevista a la madre sobre los antecedentes del niño: «Manifestó que fue producto de una gestación con embarazo controlado simple y a término. Parto normal, lactancia materna hasta los seis meses de edad, desarrollo psicomotor sin alteraciones, caminó a los 12 meses, control de esfínteres al año, lenguaje claro al año». Otros entrevistados, cercanos a Dayan, refirieron los múltiples traumatismos, producto de supuestos «accidentes».

El examen mental, previo a la muerte de Dayan, registra que era un niño: «cariñoso, educado, afectuoso, vestido acorde a su edad y sexo, listaba deshidratado, con muchos deseos de tornar agua, con obnubilaión de la conciencia, probablemente con desorientación de tiempo, espacio y persona, con posibles alteraciones de la memoria, afectividad resonante hacia el polo de la tristeza y angustia; atención y concentración disminuidas, pensamiento de curso enlentecido. Aparentemente sin trastornos sensoperceptivos, inteligencia impresión promedio —según versión de maestras y familiares— psicomotrocidad con dificultad, juicio de la realidad parcialmente alterado».

Esta evaluación indica la siguiente impresión diagnóstica: «ausencia de cariño en la relación padres-hijos, supervisión y control inadecuado de los padres, condiciones de vida que crean una situación psicosocial potencialmente peligrosa, cambio de hogar que crea una amenaza contextualmente significativa, alteración en el patrón de relaciones familiares, acontecimientos que producen pérdida de la autoestima, abuso sexual intra y/o extra familiar, experiencias personales atemorizantes, persecución o discriminación negativa, desasosiego en el ambiente escolar».

Con las siguientes conclusiones:

«Se trata de niño fallecido, quien presenta en la autopsia múltiples diagnósticos biopsicosociales para considerarlo como una víctima de abuso sexual, maltrato pasivo y activo, con alteración de todo su componente de vida, terror a la cuidadora, actitud omisiva (sic) de parte de sus allegados, y finalmente la muerte.

»Durante el transcurso de su vida fue un niño aparentemente normal, juguetón, a veces inquieto, y con múltiples traumatismos, supuestamente accidentales pero causados por su o sus agresoras y/o agresores.

»Se evidenció un descuido importante por parte de su madre biológica, que lo fue llevando progresivamente al desenlace fatal.

»Murió en condiciones biopsicosociales bastante extremas, con casi todos los diagnósticos que pueden influir biopsicosocialmente de modo negativo en un ser humano.

»Tanto la madre biológica como la cuidadora provienen de familias donde hay violencia intrafamiliar, y donde ambas repiten dicho modelo en el niño hoy occiso.

»Según entrevistas varias, se evidenció a un niño carente de afecto y de contención emocional; por el contrario, existía una afectación desde el punto de vista psicológico, en forma negativa hacia el niño de parte de la cuidadora Anney.

»Todos los entrevistados coinciden en que Anney, la cuidadora, es una persona violenta, agresiva, conflictiva. Dicha conducta hacia el niño y a otras personas, fue asumida por Anney en las entrevistas, en las que además, admitió haber dejado al niño sin su presencia y la de algún otro cuidador».

El Ministerio Público desarrolló los elementos que soportaban las acusaciones contra los cinco detenidos. Luego de identificar a los imputados: Anney del Carmen Montilla Oropeza, Valentina del Carmen Oropeza de Montilla, Yure Overdan Hernández Medina, Gellinot Rocirit González Quevedo y Doris Coromoto Oropeza de Akel, la Fiscalía estableció lo que denominó, «la relación precisa y circunstanciada de los hechos».

El relato recuerda que el 30 de mayo de 2006 nació Dayan González, «quien durante los primeros años de vida estuvo bajo el cuido y vigilancia de su madre y que estudió en el Centro Educación Inicial Papagayo, ubicado en Porlamar, estado nueva Esparta».

Relata el Ministerio Público:

«Basándose en la supuesta necesidad que la ciudadana Gellinot González tenía de que una persona le cuidara a su hijo, en virtud de que laboraba en el Bingo Charaima de dicha ciudad insular, y más aún, tomando en consideración una relación amorosa, la ciudadana Anney Montilla se mudó y residió desde el año 2010, con la ciudadana Gellinot González y el niño Dayan González.

»Para el período escolar 2010-2011, el niño Dayan González estudiaba en el CIEI Papagayo, y ya para el mes de octubre 2010 presentaba los dedos de la mano derecha inflamados, hematomas en brazos, espalda y rostro, y de acuerdo con el testimonio de la maestra, transmitía miedo al momento en que se le preguntaba respecto a la forma y autoría de dichas lesiones. En virtud de ello, las representantes del colegio citaron a Gellinot, la madre de Dayan, e imputada de autos, reunión en la que refirió el maltrato al niño.

»Se conoce que, después del llamado de atención de las maestras, el niño Dayan González no fue llevado más al colegio y cuando le preguntaron a su madre el motivo, ella presentó una constancia médica de fecha 24/11/2010, donde indicaba que el niño tenía una lesión en la mano. Constancia firmada por Liborio Ingala, médico cirujano, presuntamente avalado por el Seguro Social. En virtud de ello, levantaron un informe que fue remitido a la Defensoría de Niños, Niñas y Adolescentes, del municipio Mariño del estado Nueva Esparta. El caso fue conocido por el ciudadano Jairo Ramón Marcano Hernández, quien formalmente indicó que citó a la ciudadana Gellinot para una audiencia el 17/03/2011, y ante la conducta remisa de no acudir, la citó personalmente para el día 06/04/2011.

»Al momento de hacer la citación, el funcionario Marcano logró sostener entrevista con Gellinot González. Consta que le pudo observar al niño cicatrices en el cuerpo y que en el cachete tenía una marca de quemadura, en proceso de curación.

»En fecha 06/04/2011 se da una reunión donde se orienta a Gellinot González respecto de la inasistencia del niño a clases y firmó un compromiso de cumplimiento.

»Observa esta representación conjunta del Ministerio Público, que las lesiones, atentado a la integridad física, maltrato infantil, negligencia en el cuido, e incumplimiento de los deberes de vigilancia y educación, por parte de Gellinot González y Anney Montilla, en contra de Dayan, estaban siendo materializados desde otubre de 2010, un año antes del desenlace final, donde se le arrebató la vida a este niño indefenso. Y es que las agresiones físicas no se circunscribían al niño Dayan, sino que trascendían a su madre Gellinot, quien era observada por las compañeras de trabajo cuando llegaba con hematomas en el rostro.

»Es evidente el incumplimiento por parte de la madre de la víctima del deber de cuidado; toleró y consintió todas las lesiones que le fueron inferidas a la víctima, desde el mismo momento que mintió ante los representantes del Colegio Papagayo respecto a la autoría de las mismas, y más grave aún, al no alejar al niño de la fuente de peligro».

La Fiscalía refiere la visita domiciliaria a la casa de Anney Montilla y Valentina Oropeza, y la computadora incautada con 557 archivos con imágenes fotográficas:

«El registro histórico corrobora y concuerda plenamente con el resultado de observaciones realizadas por el médico forense Rodolfo De Bari al momento del levantamiento cadavérico, en fecha 1o de diciembre de 2011.

»Al respecto, las lesiones enunciadas por el especialista, fueron producto del maltrato y trato cruel a los cuales fue sometido el niño Dayan González por parte de la persona encargada y autorizada por su madre para su cuido, a saber, la imputada Anney Montilla, quien como ha quedado evidenciado, tenía esa responsabilidad desde el mes de agosto 2011. La data de las lesiones, concatenada con las fotografías, hace suponer que le fueron producidas, en el período en que la víctima convivió con la victimaria, en la ciudad de Guanare».

«Quedó evidenciado de las actas procesales —prosigue la Fiscalía— que el imputado Yure Hernández, quien es enfermero adscrito a la Dirección General de Policía del estado Portuguesa, visto los conocimientos científicos que tiene por su profesión, y ante el llamado que le fuese realizado, por Anney Montilla, prestó los primeros auxilios, con el apoyo de un médico de la localidad, quien le indicaba qué medicina o componente tenía que ser administrado al niño, vista la sintomatología que presentaba. Una de esas oportunidades, fue cuando le fue producida la lesión, a nivel del mentón.

»La reiteración de la asistencia de los primeros auxilios y atención primaria a la víctima, por parte de Yure Hernández, quedó en evidencia el día 1o de diciembre de 2011, cuando es llamado telefónicamente por Anney. En ese sentido, las actas procesales muestran que Yure Hernández repite la práctica utilizada en actos anteriores, es decir, llama al médico Gustavo Barillas Plaza, quien le indicó que le diera un analgésico y lo llevara a un centro asistencial.

»El imputado Yure Hernández, tomando en consideración sus conocimientos sobre enfermería, debió acudir a los organismos competentes que salvaguardan los derechos de los niños y adolescentes, con el fin de exponer el maltrato y lesiones que, desde meses anteriores, había presentado el niño Dayan González, actuación que hubiese impedido el desenlace trágico, desencadenado por las lesiones y agresiones a la integridad, por parte de Anney Montilla».

En cuanto a la ciudadana Valentina Oropeza, alega el Ministerio Público:

«Quedó plenamente evidenciado en las actas procesales, que laboraba en calidad de secretaria del colegio Sinaí donde fue inscrito con su mediación el niño Dayan González. Es de resaltar que la víctima para esa época ya estaba bajo el cuido de Anney Montilla y que para justificar las ausencias de clases, consignaron otro reposo médico, de fecha 1/11/2011, por presentar celulitis en su mano derecha.

»Este hecho refleja que en el colegio Sinaí de Guanare se utilizó el mismo modus operandi aplicado en el colegio Papagayo de Porlamar para justificar la inasistencia de Dayan a clases, cuando en realidad no era llevado por estar golpeado, lesionado, maltratado en partes de su cuerpo, visibles para cualquier persona. La imputada Valentina Oropeza, efectivamente convivía con su hija y el niño Dayan González, en Guanare. Del levantamiento planimétrico se puede observar que el inmueble está compuesto por dos habitaciones, dos baños, un área común de sala comedor y cocina, es decir, que en este inmueble, Valentina tenía contacto directo con la víctima y observó las lesiones y maltratos de los cuales el niño era objeto por parte de su hija. En las imágenes se puede observar que, sin lugar a dudas, Valentina Oropeza compartía diariamente con la víctima, no solo en el inmueble, sino en otros lugares y espacios.

»Adicionalmente, Valentina Oropeza acudió el 1o de diciembre de 2011 al centro asistencial Clínica del Este de Guanare, llevando al niño Dayan González, donde indicó que la víctima se había caído de una moto, mostrando discrepancias en cuanto a las fechas del hecho, pero corroborando y apoyando la tesis de su hija Anney Montilla».

«Por su parte —agrega el documento de la Fiscalía—, la imputada Doris Coromoto Oropeza de Akel, quien es hermana de Valentina Oropeza, y tía de Anney Montilla, quedó evidenciado que mantenía contacto permanente con su familia, compartiendo en diversos lugares y eventos. Anney Montilla también la visitaba en su residencia, e inclusive laboró para Doris Oropeza en el local comercial La Casa del Pastelito, inmueble que fue objeto de destrucción y saqueo, en fecha 5 de diciembre de 2011.

»Consta igualmente de las actas de entrevistas tomadas a las ciudadanas Nithaylud Figueredo González y Nicole Sequera González, que Doris Oropeza había golpeado o maltratado, al niño Dayan González. Doris Oropeza acudió al llamado de su sobrina Anney Montilla, el 1o de diciembre de 2011 a las 2 pm, con el fin de trasladar a la víctima a la Clínica del Este, donde falleció».

El Ministerio Público procede a recordar «que Gellinot González, estuvo en Guanare entre el 23 y el 27 de noviembre de 2011. Que el día 26, Gellinot y Anney compartieron con el niño en un evento social y que Gellinot regresó a Porlamar el día 27 de noviembre. Un día después, Anney Montilla acudió a una fiesta, en la que se queda hasta las 5:30 am, de donde se fue a desayunar con su amiga Eylen Martínez, para luego ambas ir a la casa de Anney. Allí, la víctima, de acuerdo con la versión de Eylen Martínez, le dio un vaso de agua, y ella no le observó lesiones aparentes en su rostro».

«Estima esta representación conjunta del Ministerio Público —prosigue el documento— que desde ese mismo día, el 29 de noviembre de 2011, hasta el día 1o de diciembre de 2011, se suceden una serie de hechos en el inmueble de Anney Montilla, consistentes en maltratos, lesiones en diversas partes del cuerpo, abuso sexual, quemaduras, golpes, puntadas, arañazos que le produjeron la muerte al niño Dayan González.

»Del análisis de distintas experticias se concluye que el niño Dayan González presentaba politraumatismos en diversas partes del cuerpo, con heridas recientísimas, recientes y antiguas, signos que evidencian que se trata del Síndrome del Niño Maltratado, evidencias de abuso y violencia sexual, antiguas y mantenidas.

»En cuanto al autor material de dichos hechos, cargados de rabia, sadismo y desviaciones, de acuerdo al resultado de la experticia de identificación y análisis de huellas de mordedura, se logró determinar fehacientemente, que la autora de las dos mordeduras que presentaba el niño para el día de su deceso, a saber, una en la espalda y otra en el brazo izquierdo, fueron realizadas, por la imputada Anney Montilla».

Para la Fiscalía, este fue el desenlace:

«Los hechos, que comenzaron como maltrato y lesiones, continuaron con un acto sexual violento por parte de la imputada Anney Montilla contra la víctima que era un niño de 5 años de edad, que no se podía defender, y que era víctima de maltrato físico y verbal durante más de un año, lo que lo hacía más vulnerable a su cuidadora. Si bien es cierto que la intención primigenia de la imputada se presume no era causar la muerte, sino saciar su psicopatología, está probado el desprecio al bien jurídico de la integridad física, libertad sexual, y vida, que exteriorizó al utilizar un objeto para abusar sexualmente de la víctima, en una forma sádica e inmoral, previendo que el mismo podría causar un daño a los órganos internos de la víctima, tal como evidentemente ocurrió.

»La complicación a nivel general de los órganos vitales del niño devino en la búsqueda de asistencia médica, y salió a relucir la idea de la coartada del accidente en motocicleta donde presuntamente al niño le había pasado la moto por el estómago, por lo cual la imputada Anney Montilla le ocasionó una lesión en la región estomacal, que terminó de trastocar los órganos internos, le originó una lesión en la pierna derecha, y le roció un líquido caliente que le causó quemaduras de primer y segundo grado en la entrepierna derecha y en la región hipogástrica.

»El conjunto de lesiones, abuso sexual y maltrato físico, generó que el niño Dayan González entrara en una etapa de agonía que llevó a la imputada Anney Montilla a llamar al imputado Yure Hernández para que brindara los primeros auxilios y que, ante las indicaciones del médico Gustavo Barillas, se vio en la necesidad de llamar a la imputada Doris Oropeza con el fin de que los llevara al centro asistencial. Ya estando en el centro Clínico del Este, el niño es sujeto a una serie de exámenes que evidencian: deshidratación, malas condiciones, múltiples hematomas, y en el muslo derecho, signos de inflamación y quemadura. Y se indicó como diagnostico: traumatismo abdominal, perforación visceral, deshidratación, sepsis, quemadura superficial. Y según el ecosonograma abdominal, peritonitis. Se ordenó el traslado al hospital para que fuera intervenido quirúrgicamente, siendo que una vez ingresado a la ambulancia ocurre un shock séptico en el cual la víctima fallece, aproximadamente a las 5:30 horas de la tarde, en la Clínica del Este».

El documento del Ministerio Público finaliza señalando los delitos y la solicitud de enjuiciamiento a los imputados. Para Anney del Carmen Montilla Oropeza: abuso sexual, y trato cruel, homicidio intencional a título de dolo eventual, y lesiones graves, en calidad de autor material; para Gellinot Rocirit González Quevedo: abuso sexual y trato cruel, homicidio intencional a título de dolo eventual, y lesiones graves, en calidad de autor en comisión por omisión; para Yure Overdan Hernández Medina: encubrimiento en el delito de homicidio intencional a título de dolo eventual, y abuso sexual, trato cruel, y lesiones intencionales graves, en grado de cómplice no necesario; para Valentina del Carmen Oropeza de Montilla: trato cruel, y lesiones graves, en calidad de autor en comisión por omisión; y para Doris Coromoto Oropeza de Akel: lesiones personales menos graves, y trato cruel, en grado de cómplice no necesario.

En la audiencia preliminar del 17 de febrero 2012, las imputadas Anney Montilla, y su tía Doris Oropeza manifestaron no querer declarar. Aceptaron hacerlo, Valentina del Carmen Oropeza, Yure Hernández y Gellinot González.

El enfermero —quien ratificó como su defensor privado a su hermano Magdiel Hernández— reiteró lo declarado ante el tribunal y los organismos de investigación. Sostuvo su inocencia en todos los hechos que le imputaron.

Gellinot González, con Georgeri Puerta como defensor privado, también insistió en su inocencia. Solo agregó su interés en que se determinara la identidad del responsable de abusar sexualmente de su hijo.

La imputada Valentina del Carmen Oropeza fue breve: dijo que ella pasaba muy poco tiempo en su casa y que no tenía conocimiento de que Dayan era maltratado.

Anney titubeó. Quien se había comportado retadora en los interrogatorios policiales, la que se había resistido a la detención, la líder del grupo de detenidas, se confundió. Justo en el momento en que la juez Erkel procedió a imponer a los acusados la forma alternativa de prosecución del proceso, y con ello, brindaba la posibilidad de admitir su culpabilidad, Anney dijo: «sí, quiero admitir». El Ministerio Público y la defensa se sorprendieron. El resto de los imputados había rechazado tal opción. Entonces, el defensor público de Anney, el abogado Francisco Barrios, se activó de un brinco y solicitó el derecho de palabra. Aseveró que su defendida no entendía el significado de «admisión de los hechos», y que la rechazaba. Y así quedó cerrada, la posibilidad de su confesión.

Mateo, el exesposo de Doris, estaba casi seguro de que el tribunal decidiría que la madre de sus hijos, por tener delitos menores, transitaría el juicio en libertad. La comunidad estaba atenta a esta posibilidad, y alertaba el riesgo de que Doris fuera liberada. Los mensajes de texto, advertían: «el poder puede intentar liberar a Doris».

Sin embargo, para el día de la audiencia preliminar no hubo convocatoria para tomar las calles del pueblo; apenas algunos motorizados rondaron por las calles aledañas al Palacio de Justicia. La gente seguía los acontecimientos a través de la redes, con información que se filtraba desde la sede de la Comandancia de la Policía en Guanare.

La juez Elker Torres Caldera decidió llevar a juicio a los cinco imputados y mantener «la privación judicial preventiva de libertad» para todos, en las prisiones respectivas —las cuatro mujeres en Coro y el enfermero en Tocuyo—. Y en el caso de Valentina del Carmen Oropeza, la juez —tal como lo había anunciado el penalista Guzmán— habría de ser más contundente: modificó la calificación de los delitos. El de trato cruel y lesiones graves, fue cambiado por los de violencia sexual, trato cruel, y homicidio intencional a título de dolo eventual, y lesiones graves. Los mismos de Anney y Gellinot.

Para Yure, el enfermero, el delito fue de encubrimiento en el homicidio intencional a título de dolo eventual y abuso sexual, trato cruel y lesiones intencionales graves en grado de cómplice no necesario.

En el caso de Doris Oropeza, la juez desestimó los alegatos del defensor Omar Gatrif, quien pedía que se decretara el sobreseimiento de la causa, que se desestimara la calificación jurídica de lesiones menos graves, y trato cruel. Y al igual que al resto, ordenó que siguiera detenida. Para negar esta posibilidad, la juez argumentó que Doris se encontraba «incursa, en un concurso real de delitos, cuya pena excede a los tres años».

Oída la manifestación de los acusados, la juez ordenó la apertura del juicio oral y público contra Valentina del Carmen Oropeza, Anney Montilla Oropeza, Gellinot González Quevedo, Yure Hernández Medina y Doris Oropeza de Akel.

El temor del comisario Arias y el abogado Guzmán se materializó: el tribunal negó la solicitud para realizar la prueba de ADN a los implicados. El abogado defensor de Doris Oropeza, Omar Gatrif, alegó que la investigación ya había concluido, y que «es un derecho personalísimo del acusado, aceptar la práctica de la misma». Solo Valentina del Carmen estuvo dispuesta a que le efectuaran la prueba. Los otros cuatro rechazaron tal posibilidad. Y a pesar de los alegatos del Ministerio Público que manifestó «que el conocimiento del resultado del frotis anal, fue posterior a la presentación del acto conclusivo», el tribunal declaró sin lugar la práctica de la prueba de ADN: «ya que la misma es extemporánea, en virtud de que la fase de investigación finalizó, con respecto a los acusados».

Con esta decisión, el hombre que dejó su semen en el cuerpo de Dayan, quedó sin ser responsabilizado como agresor sexual.

Algo más de dos meses después de haberse realizado la audiencia preliminar —el 23 de abril— la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia radicó en los tribunales de Caracas la realización del juicio por el asesinato contra Dayan. Aceptó así el máximo tribunal del país, la solicitud de los abogados defensores, quienes como estrategia, querían alejar la presión que la comunidad de Guanare podía ejercer durante la realización del juicio.

El pueblo reaccionó tibiamente ante la noticia. El tiempo había suavizado la dureza del dolor.

Los kilómetros de distancia entre Caracas y Guanare operaban como hielo para bajar los ánimos previos a la realización del juicio. Y el tiempo, como siempre, conspiraba a favor del olvido. Solo algunas páginas de Internet y un espaciado activismo en las redes sociales, mantenían vivo el recuerdo de Dayan y exigían la aplicación de justicia.

El expediente 706-12 quedó en manos del juez Tercero de Juicio, Cristóbal Martínez Murillo, un comisario retirado del CICPC.

En medio de la campaña electoral a la Presidencia de la República, y la cuestionada reforma del Código Orgánico Procesal Penal, publicada en Gaceta Oficial el 18 de junio de 2012, el inicio del juicio fue convocado para el lunes 16 de julio.

Pero el 16 de julio no llegaron las boletas de traslado para las cuatro detenidas en Coro. Esta situación es frecuente en los procesos judiciales venezolanos y, en este caso, con los detenidos en prisiones alejadas de Caracas, el juicio prometía durar tiempo. Además, también habrían de ser trasladados testigos y expertos desde Guanare y Margarita, situación que prolongaría más la resolución, jurídicamente hablando, del crimen de Dayan.

La audiencia fue diferida para una semana después.

El 23 de julio fue un día largo para los imputados. A medianoche, las cuatro mujeres habían salido bajo custodia militar, desde la prisión ubicada en el estado Falcón. Según ellas, sin ingerir alimento alguno. Desde su llegada las mantuvieron en los sótanos del Palacio de Justicia de Caracas, esperando el inicio de audiencia. Desde la prisión de Tocuyito, Yure Hernández llegó cerca del mediodía. Para esa hora el juez Cristóbal Martínez tenía otras ocupaciones —probablemente almorzar— por lo que el inicio se postergó para las 2:30 de la tarde.

Tarea dificultosa la de intentar caminar por los alrededores del Palacio de Justicia. Los abogados de los imputados por el crimen de Dayan, todos del interior del país, se veían perdidos en la burocracia, la mendicidad, el hampa, la basura y los malos olores. En un intento por trasladarse desde la puerta principal a los sótanos, Mateo, el exesposo de Doris, tuvo que sortear las escaleras, plagadas de excrementos y moscas verdes gigantescas. Así y todo, los familiares y defensores de los detenidos lograron acceder a una sencilla pollera, preparándose para una sesión que, desde muy temprano, los mantenía tensos y nerviosos.

Omar Gatrif y Magdiel Hernández, abogados de Doris y Yure, habían logrado convencer a sus defendidos de que la salida estratégica debía ser solicitar el procedimiento especial para admisión de los hechos. En el peor de los casos, eso les permitiría a ambos salir en libertad al cumplir un tercio de la pena, según lo establecido en el Código Orgánico Procesal Penal.

De acuerdo con los hermanos del enfermero —Magdiel y Bernardo Hernández— Yure se negaba a admitir los hechos. Le preocupaba lo que sería de su vida luego de su libertad, más aún al formar parte de una familia con escasos recursos económicos, que no lo podría enviar lejos del odio del pueblo, alternativa que sí consideraba Mateo para Doris. Pero un argumento lo convenció: hasta los representantes del Ministerio Público habían anunciado que estaba previsto que el juicio por el crimen de Dayan se prolongaría más allá de un año, tiempo en el que permanecería en prisión, para posiblemente tener el mismo resultado, ser declarado culpable. Admitir los hechos en cambio, le permitiría recibir el beneficio de la libertad con la conmutación de la pena, es decir el pago con días de trabajo por días de cárcel. En la cuenta de los abogados defensores estaba que ambos habían cumplido ya casi 8 meses de prisión.

Mateo, exesposo de Doris, comentó que también le costó convencer a la madre de sus hijas para que admitiera los hechos. Pero estaba claro, ella hacía lo que él le indicaba.

Camino a las 3 de la tarde, los pasos de efectivos de la Guardia Nacional llamaron la atención de la entrada de la sala tres del lado oeste del edificio de tribunales. Los cinco imputados, esposados, con sus manos hacia delante, se deslizaban arrastrando sus pies sin tener cadenas. De primera Anney, quien tal vez llegue a 1 metro 50 de estatura. Vestida de jean, una franela morada y un reloj combinadísimo morado, con la cabeza erguida, escrutaba nuevas caras, mirando a los ojos y con un leve gesto en su boca que helaba al emitir una cínica sonrisa. Ninguna expresión de vergüenza o incomodidad; ni siquiera de cansancio por el viaje, Gellinot a su lado, bastante más alta de tamaño, se inclinaba para escuchar comentarios, o tal vez instrucciones. Ella también combinó su reloj con la franela, en su caso de color rosado. Sus uñas estaban pintadas del mismo tono. Valentina, tan bajita como su hija, vestida con chaqueta y pantalón de jeans, amparaba sus ojos bajo unos gruesos lentes. Doris se veía afectada. La única con vestido, estampado hasta los pies, se cubría con un delicado suéter blanco. Tragaba grueso y parecía a punto de llorar. Se lamentaba casi en susurro, de que su vida y la de su familia se hubiesen visto destruidas por tan solo un comentario que la acusaba de golpear a Dayan. «Nunca se probó que ella lo golpeó ni cómo ni dónde ni cuándo», acotó su abogado. Yure, el enfermero, con sus 39 años, pasaría fácilmente por un joven de 25. De apariencia frágil, utilizaba su espalda para tomar distancia de las mujeres, aunque obligatoriamente tenía que mantenerse al lado de ellas. Fueron minutos de espera mientras la secretaria del tribunal daba las instrucciones para que los imputados y demás interesados ingresaran a la sala.

Trascendió que las cuatro detenidas habían aumentado de peso, desde la audiencia preliminar. Ellas mismas comentaron que los tres primeros meses fueron una tortura, que, aisladas y amenazadas, temían por sus vidas, pero que ya los ánimos habían bajado y que incluso compartían con otras presidiarías.

En esos minutos antes de la audiencia, defensores y familiares intentaban dar ánimo a los imputados. Doris tenía la esperanza de salir ese mismo día. Yure estaba claro en que no tendría esa posibilidad, pero aspiraba a que, al admitir los hechos, pudiese hacerlo en unos dos o tres meses.

Valentina no mostraba el aspecto de rezandera y ensimismada como la habían descrito quienes la conocían. De indiferente, tal vez. Pero el centro de la atención era Anney. Podría decirse que disfrutaba el momento como un espectáculo.

Gellinot andaba en otros asuntos. Tenía un reclamo a su madre Rosa Quevedo: haber inculpado a Doris de golpear a su hijo. Gellinot le planteaba la posibilidad de que admitiera que había mentido en el testimonio que había rendido a pocas horas de conocer la muerte de Dayan, cuando, cargada de dolor, había incluido a Doris y Yure en sus acusaciones. La discusión en voz baja fue presenciada en la sala de audiencias. Al terminar, Gellinot, como en costumbre, lloró al lado de Anney, quien la trató con total indiferencia.

Después de la escena, la abuela de Dayan dijo que ella se negaría a declarar en el juicio y que la misma prohibición la trasladaría a sus nietas. Decisión que de alguna manera procuraba favorecer a Gellinot y Anney, porque su primer testimonio fue el que más las hundió, aunque esa no hubiese sido su intención.

Pocos asistieron. Ni siquiera hubo curiosos. La mamá de Gellinot, los hermanos de Yure, el exesposo y la cuñada de Doris.

Y una periodista.

Camino a las 3 de la tarde, Cristóbal Martínez anunció el inicio de la audiencia con una voz tan menuda como su tamaño. La solicitud inmediata de los abogados de Doris y Yure fue que se escuchara la admisión de responsabilidad de ambos. Luego de un prolongado debate en el que se unieron el fiscal vigésimo de competencia nacional, Daniel Guédez, y la fiscal novena del área metropolitana de Caracas, Lidis Sánchez, el juez acordó la sentencia para ambos. Para considerar el dictamen, los abogados defensores le recordaron al juez que ni Doris, ni Yure tenían el agravante del artículo 217 de la Lopnna, según lo había determinado la juez primera de control Elker Torres.

Transcurrida más de una hora, el juez Cristóbal Martínez sentenció:

Doris Coromoto Oropeza de Akel: 10 meses, 14 días y 16 horas de prisión.

Yure Overdan Hernández: 2 años y 9 meses de prisión.

Los rostros de ambos evidenciaron que veían la puerta de la libertad.

La siguiente audiencia fue convocada para una semana después —30 de julio— en lo que sería el inicio del juicio propiamente dicho. Arrancaría el proceso con Gellinot, Valentina y Anney como imputadas por los delitos de homicidio a título de dolo eventual, abuso sexual, trato cruel y lesiones graves. Las dos primeras en calidad de comisión por omisión y Anney como autor material.

Los cinco imputados regresaron a sus prisiones respectivas. Yure y Doris quedaban en manos de un juez de ejecución, quien se encargaría de hacer valer las sentencias.

Había satisfacción por parte de los defensores de ambos, como consecuencia del resultado obtenido. «No estoy contento con lo que estoy haciendo, pero el fin justifica los medios», declaró Ornar Gatrif, abogado de Doris.

El fiscal Daniel Guédez también se sintió complacido: «al admitir los hechos confirman los argumentos del Ministerio Público. Queda ahora por demostrar la culpabilidad de las tres implicadas restantes, quienes son señaladas por delitos muy graves. Creo que esto es un espaldarazo al trabajo de los fiscales».

La primera reacción a los resultados de esta audiencia fue a través de las redes sociales. En la página Justicia para Dayan González afloraron decenas de comentarios que fueron aumentando con el paso de las horas. El dolor y algo de desinformación se hicieron evidentes ante la inminente liberación de Yure y Doris.

En principio hubo confusión sobre el proceso, al asegurar que la audiencia fue de carácter privado —fue pública, solo que la gente no asistió— y atribuyeron equivocadamente la presencia de dos fiscales —Apolonio Cordero y Simara López—, cuando en realidad ellos habían sido separados del caso desde que el Tribunal Supremo de Justicia radicó el juicio en Caracas. Se evidenció que el pueblo guanareño se sentía harto de la impunidad. A esto se unió el desconocimiento del contenido del expediente, lo cual generó falsas expectativas en torno a las posibles sentencias (la gente había hablado de la pena máxima) sobre Yure y Doris. La interpretación sobre la decisión del juez Tercero de Juicio, aumento la desconfianza del sistema de justicia.

Las cadenas a través de los BlackBerrys reiteraron el escepticismo con el que la sociedad venezolana percibe a las instituciones.

La indignación se reveló a través de algunas frases transmitidas por Facebook:

«¿Será que estos jueces no tienen hijos ni familia?».

«Que se pudran todos en el infierno».

«Lo cierto es que en Guanare nunca más podrán vivir. Tendrán que irse del país».

«… El dinero todo lo puede porque el TSJ se vende, los policías se venden, todos los organismos públicos se venden, no me queda más nada que decir, solo aconsejar que cuiden a sus hijos porque cualquiera puede venir a matarlos, a violarlos a maltratarlos, y si el victimario tiene poder, ese crimen no paga…».

«Gracias al gobernador Castro Soteldo por haber alcahueteado que el juicio fuera en Caracas y no en nuestro estado…».

«¿Qué harías tú si te tropiezas con uno de esos depravados? Que toda Venezuela se entere. Corre la voz si tienes y quieres a tus hijos. En un gobierno como este siempre reinará la impunidad. Pero las leyes divinas jamás se prestarán para favorecer a estos asesinos de ángeles en la tierra».

La audiencia fue registrada con algunos datos errados. Hasta el trabajo periodístico fue atacado por los guanareños bajo el señalamiento de que los reporteros nada habían hecho para evitar la sentencia. Con seguridad, para Yure será muy difícil hacer vida en ese pueblo. Eso lo tienen más claro Doris y Mateo, quienes ya vendieron lo que quedó de su casa, pensando en mudarse de allí. La rabia sigue viva en Guanare.

Una marcha fue convocada para el viernes 27 de julio: «A las 9 de la mañana todo el mundo a la plaza Bolívar con globos blancos para exigir justicia por el niño Dayan González». Ese día amaneció lloviendo. Efectivos de la Guardia Nacional y funcionarios policiales fueron movilizados en previsión de cualquier evento violento. Nadie llegó. Y a las 11:45 am un sismo de magnitud 4.2 se registró en Guanare. La protesta quedó reducida a catarsis a través de mensajes encadenados.

La patóloga Amalia Pagliaro había citado a su amigo el comisario Arias en un parque cercano a su casa. Era una tarde fresca. Los niños correteaban y reían. Ella destacaba en especial eso, que reían. Se sentaron relajados en un banco. Arias, con su gesto típico de las piernas estiradas y los brazos extendidos, y Amalia, más bien recatada, aunque un vestido casual de colores, le daba un aire juvenil de informalidad. Ambos estaban maravillados con una guacamaya que estaba en un árbol cercano. «Por eso amo este país», comentó Amalia de buen ánimo.

—Me llamó la maestra Rossany, la de Margarita —dijo Arias a su amiga.

—Me sorprende el cariño que le has agarrado a ella. Tú, usualmente tan distante con testigos y protagonistas de los casos que investigamos —le observó Amalia.

—Tienes razón, ella logró conmoverme. Creo que fue quien más luchó para tratar de salvar la vida de Dayan. Y es a quien siento más activa en las redes sociales, quien más pendiente está de que se haga justicia, y posiblemente sea una de quienes más ha llorado al niño. Le comenté mi apreciación de lo que puede suceder, y espero que se cumpla: Gellinot y Anney recibirán la pena máxima. Valentina es probable que esté cerca de ello.

—No sé si esas mujeres, me refiero a Gellinot y Anney —precisó la patóloga—, tengan conciencia de la monstruosidad que cometieron. Me dicen que continúan siendo pareja. En mi criterio, eso evidencia la complicidad de ambas en el maltrato a Dayan.

—La llamada de Rossany fue para contarme —indicó Orlando— lo que para ella es una señal de Dios: Dayan apareció en la escuela. Estaban pasando lista a los niños que salían, pues entenderás que se han puesto más rigurosos en el Colegio Papagayo, y de pronto una maestra nueva que nunca conoció a Dayan, comenzó a llorar y desesperarse porque un niñito a quien había observado parado en la cola de salida, ya no estaba. Lo buscó, lo buscó, y nada. Entonces la directora le mostró una foto y le preguntó: «¿es éste el niño que viste y ahora no encuentras?». Ella dijo que sí. Era Dayan.

—Ya nos habían advertido que eso iba a suceder —comentó con un suspiro Amalia.

—El otro que me llamó fue el inspector Filippo, ¿lo recuerdas? —preguntó el comisario.

—¡Claro! Andaba muy abatido con este caso.

—Pues siguió abatido —agregó Orlando—. Tanto, que se retiró del CICPC. Me dijo que después de hablar con su esposa, que también se vio muy afectada, decidieron comprarse un terrenito y dedicarse a la agricultura. Le sentí además, cierta molestia por lo que él califica de «falta de diligencia» en la realización de la prueba de ADN. «Hay un agresor de niños suelto por Guanare», me dijo. También me asomó que en este caso debería haber más detenidos.

—Los cabos sueltos —respondió Amalia—. Es una lástima que se retire, me parecía un buen policía.

—Por cierto —la atajó Orlando—, ¿por qué estamos hoy en un parque? ¿Por qué no en un teatro, o en tu casa, o en la mía, o en un restaurante?

—Porque aquí, donde vemos a los niños disfrutar, y mientras nos empapamos de alegría y vida, te quiero dar una gran noticia. Una noticia que me hace muy feliz: mi hija Valentina está embarazada. Al fin voy a ser abuela —musitó Amalia aferrada a la mano de Orlando, mientras unas lágrimas se asomaban en sus ojos.

El comisario Arias se quedó en silencio mirando el cielo. Pasados un par de minutos, sonreído, susurró:

—Abuelo. Hay esperanzas.