LOS IMPUTADOS
«Caía el sol, cuando aparecieron unas camionetas de esas grandes, negras, las que usan los ricos que nunca pasan por aquí, por esta zona. De ellas se bajaba gente recién bañada, perfumada, hombres y mujeres. Mi hija me comentó después que ese día, lo más importante de Guanare había entrado a casa de Anney. Unos 20 ¿serían?, es mi cálculo. Esas casas son muy pegadas, ¿sabe?, y de lo que hace uno, se entera el otro. Bueno, de casi todo. Las paredes tienen oídos, y el cielo es común en nuestros patios. Había corrido la voz de que como era luna llena, los brujos se alborotaban y los espíritus salían de cacería, y que como esa muchacha andaba en asuntos raros, había inventado una ceremonia para malograr a la criatura. Porque al niño ni se le veía, pero sabíamos que estaba adentro, en la casa. Los invitados llevaron licor que tomaban a pico’e botella. Sus voces se oían con eco, fuertes, como en película de miedo. Comenzaron a pintarrajearse la cara de oscuro para confundirse con lo malo, y a colocarse unos trapos largos, unas túnicas negras que les cubrían los cuerpos. Ya no se podía diferenciar quiénes eran hombres y quiénes mujeres. Luego prendieron unos velones y los pusieron en el suelo en forma de círculo, ellos se quedaron detrás, y en el centro sentaron en el piso a la criatura, que estaba paralizada. Los ojos húmedos del niño miraban un punto indefinido. Uno de ellos, digo uno, porque se escuchaba como voz de hombre, pero quién sabe, empezó a cantar en un idioma que nunca habíamos oído. La voz le salía del estómago y todos empezaron a seguirlo. Era así como en la iglesia, que el cura lee un canto y nosotros replicamos, pero esto era feo. Algunos se retorcían y se tiraban al piso, cual pataleta de muchacho. El niño temblaba, pero ya era muy poco lo que se veía de él, porque el círculo se fue cerrando y cerrando…».
Antonio, Ricardo, Josefina, Petra, Manuela, vecinos unos, amigos de vecinos otros, y amigos de los amigos de los vecinos. Y así. Muchos en Guanare narran en detalle esta visión, que habría sido capturada en video por el dueño de un BlackBerry. El video nunca apareció.
Rosa Quevedo, abuela de Dayan, junto a sus nietas Nithaylut y Nicole, cuentan haber visto otra filmación que habría registrado restos de una ceremonia efectuada en casa de Doris, la tía de Anney. «Hay una piscina, al lado se ven cuadros con rostros de árabes, retratos. Cosas diabólicas porque según, estaban entregando en un rito satánico la vida del niño, a cambio de riqueza».
Los investigadores tenían lo que parecía un buen dato, distinto al de los ritos diabólicos, pero que podía coincidir en la asistencia: en un apartamento de una conocida odontóloga, se habrían realizado orgías a las que llevaban al niño. La hermana de Dayan también aseguró haber escuchado a una funcionaría policial, referirse al hecho.
Y una versión con inevitable contenido político completa la especulación: «son esas fiestas paganas que montan los seguidores del presidente Chávez, que como él tiene cáncer, están entregando vidas inocentes para intercambiarlas por la suya».
Durante semanas, después de la muerte de Dayan, una muñeca con alfileres clavados en los ojos, recibía a cualquier curioso, bajo lo que debió ser un portal, en los restos de la casa de Doris. Una reportera comentó haber encontrado en la casa de Anney otro muñeco con alfileres en el cuerpo.
El pueblo gritaba: ¡brujas!
La realización de estas ceremonias teniendo como víctima a Dayan, quedó descartada por la policía. Tampoco se encontraron indicios de que al niño lo llevaran a orgías o fiestas similares. Pero en este aspecto, un funcionario sembró la duda: «no nos dejaron, o no pudimos, investigar esas bacanales». Oficialmente, los ritos satánicos son producto de la imaginación de los guanareños, para quienes la decisión de no profundizar sobre lo que ocurría en esos eventos, se tomó para proteger a los poderosos.
El viernes 2 de diciembre, Guanare era un rumor. La mensajería de texto y los pines de los BlackBerrys se convirtieron en un masivo y arbitrario registro del asesinato de Dayan. A través de las redes sociales, circularon detalles sobre las torturas que presentaba el cuerpo del niño, y se mostraron las primeras fotos después de su deceso.
El silencio de los medios de comunicación tradicionales aumentó la especulación. El comisario, jefe del CICPC Portuguesa, Carlos Gárate (poco después removido de ese cargo), había convocado en privado a los periodistas, solicitándoles que bajaran el volumen al tema. «Necesitamos detener a otras personas que podrían escaparse si revelamos nombres. Agradecería que solo se refirieran a una extraña muerte, y que el caso está siendo investigado». Los periodistas cumplieron. Una escueta información refirió la muerte de un niño de 5 años que había sido trasladado a un centro de salud, presentando hematomas en su cuerpo. Se dijo que dos mujeres estaban detenidas.
Más nada.
Para el pueblo fue una afrenta. Los jefes policiales y miembros del ejecutivo regional habían perdido la oportunidad de tranquilizar con la verdad. La pretensión de ocultar los hechos solo generó más inquietud y desconfianza. Las autoridades parecían no enterarse de lo que corría por Internet, o por las redes sociales, ni caminaban por la plaza, ni salían a tomarse un café, ni hablaban con los comerciantes, ni con sus familiares. La gente sintió que había una decisión expresa de guardar silencio. Y eso lo interpretó, como la activación del poder, para proteger a los involucrados.
El sábado 3 de diciembre se convocó una rueda de prensa en el CICPC. El error se prolongó. La información resultó vaga e incompleta. Los implicados no fueron identificados. Solo se dijo que estaban detenidos en los calabozos de la policía local. «No se pueden revelar más detalles de la investigación, hasta tanto no se recaben las pruebas de rigor y se tenga una construcción de los hechos, ya que apenas se está en proceso de interrogatorio y se trata de un caso complejo…». Como un cuchillo, la indignación en Guanare cortaba la paz cotidiana.
Pero el periodismo se activó. Los reporteros lograron, a través de sus fuentes, obtener los datos que no habían suministrado las autoridades. Pudieron así los guanareños conocer el domingo, a través de la prensa regional, los nombres y rostros de los cinco implicados, con un detalle adicional: anunciaban que faltaban otras detenciones. Apoyados en información extraoficial de primera mano, los periodistas precisaron que se investigaban al menos otras cuatro o cinco personas que constituían un grupo social muy activo en la ciudad.
El domingo, los mensajes ya no solo insistían en el crimen y sus detalles; también alertaban sobre la posible liberación de los implicados. Los textos repetían que una de las detenidas, Doris Oropeza, exesposa de un árabe llamado Mateo, conocido comerciante de la zona, y cuya prosperidad había crecido como contratista del gobierno, iba a ser liberada y enviada a Cúcuta.
El pueblo iba agregando elementos de juicio sobre cada detenido, hasta tal punto, que manejaba su propia versión de los hechos, aún antes de iniciarse la primera audiencia, convocada para el lunes 5 de diciembre.
Las historias eran enriquecidas con datos que, sostenidos sobre hechos, inventos y exageraciones, construyeron una teoría que se ha mantenido en paralelo a las investigaciones policiales y a las del Ministerio Público.
La ira no fue casual. El 29 de septiembre de 2011 —dos meses antes de la muerte de Dayan— los cuerpos de un comerciante de 40 años, César Edilson Afanador, y de su hijo Yessefer, de 7 años, fueron encontrados en la autopista José Antonio Páez, a una hora y 20 minutos de Guanare. Las primeras investigaciones señalaron a una banda apodada Los Migueleros, que venía actuando desde hacía tiempo en la zona. Padre e hijo habían sido asaltados y estrangulados, y luego sus cuerpos lanzados a la carretera. Sobre los responsables de este crimen, se venía insistiendo en la participación de funcionarios policiales del estado Portuguesa, sin que ningún acto de justicia corroborara la versión. La acción oficial atribuyó de inmediato la responsabilidad a dos adolescentes de 14 y 16 años de edad y, de manera extraoficial, se filtró que un policía estaría involucrado en el hecho. Luego se dijo de dos. Y realmente fueron diez.
Para el lunes 5 de diciembre, ninguno de los funcionarios responsables había sido detenido.
El pueblo, que se había visto impactado por esa tragedia, estaba seguro de que el poder protegía a los culpables.
Solo fue en enero 2012, después de la sacudida de Guanare, cuando diez policías regionales fueron imputados por este doble asesinato.
Si las autoridades de Portuguesa pensaron que el crimen de Afanador y el de su hijo, había sido olvidado por los habitantes de Guanare, se equivocaron. La certeza de la impunidad contribuyó a la convocatoria para que el pueblo se congregara desde el lunes en la mañana, frente a la sede del Palacio de Justicia. Todos se sentían testigos de la muerte de Dayan. En las calles del pueblo se había iniciado un juicio público, y la cita a las puertas de los tribunales era para constatar que la sentencia se cumpliera: que esos cinco imputados no se salvaran de la aplicación de justicia.
La gente salió de sus casas, casi en silencio. Los comercios se mostraban vacíos, se esperaba la llegada de algunos estudiantes, y hasta el alcalde de Guanare, Rafael Calles y su esposa Lorena Pimentel, habían invitado a asistir a una marcha que recorrería parte de la ciudad.
El llamado del alcalde para integrarse a la movilización tuvo una inmediata explicación política: Rafael Calles confrontaba problemas con el gobernador Wilmar Castro Soteldo (a pesar de militar ambos en el partido de gobierno). El alcalde sabía, además, lo que los guanareños habían repetido a través de las redes: Doris, una de las detenidas, era exesposa de Mateo, contratista de la gobernación. Por su origen sirio, se llegó a asegurar que Mateo era amigo del Ministro del Interior y Justicia, Tarek El Aissami.
En Guanare, al igual que en muchas partes del mundo, la comunidad árabe se muestra muy unida, incluso profesando distintas creencias religiosas. En esta región, en los últimos años, lo que más ha identificado a esa comunidad en términos de opinión pública, ha sido su activa participación en la política, en apoyo al gobierno de Hugo Chávez, en cuyo gabinete y en diversos organismos públicos, es común un apellido de esa procedencia. En Portuguesa, uno de los rostros que con más frecuencia asume la beligerancia, como vocero del Partido Socialista Unido de Venezuela a través del Frente de Profesionales, es el de Sabek Haitam, encargado del área de prensa de ese movimiento. Su estrecha relación con el ministro Tarek El Aissami era tan conocida, que se aseguraba que eran primos, sin que nadie lo desmintiera. Un suceso sangriento obligó a aclarar que solo eran entrañables amigos, desde la época de luchas estudiantiles en la Universidad de los Andes.
La amistad y confianza del ministro El Aissami hacia Haitam, se manifestó al designarlo Director de Servicios de Vigilancia y Seguridad Privada del despacho del Interior y Justicia. Ese cargo lo ocupaba el 7 de enero de 2010, cuando Haitam, luego de salir de su trabajo y compartir un rato con unos amigos en la urbanización El Paraíso, en Caracas, fue interceptado por una banda delictiva que lo obligó a detenerse e ir a su apartamento en la avenida Fuerzas Armadas del municipio Libertador, el cual desvalijaron. Luego de darle vueltas por distintos puntos de la ciudad, lo abandonaron en el sector UD4 de Caricuao, al oeste de la capital, con seis tiros en su cuerpo. Ya recluido en el Hospital de Clínicas Caracas, 40 funcionarios del Ministerio de Relaciones Interiores y de la Guardia Nacional y del Ejército, fueron convocados para donar sangre. Las primeras declaraciones del ministro Tarek El Aissami sobre el hecho, no ocultaron la preocupación por su amigo. Llegó a admitir que el hampa estaba ganando la batalla. Combatirla, ha estado precisamente bajo su responsabilidad.
Los organismos de seguridad actuaron con diligencia para la detención de los responsables del atentado contra Sabek Haitam, quien ya recuperado, instaló su activismo político en Guanare. En pocos días, dos muertos y tres detenidos era el balance contra la banda que había herido y robado al funcionario. Familiares de una de las víctimas, un estudiante del Iutirla[0], José Daniel Bastardo, denunciaron que al joven lo habían asesinado, simulando un enfrentamiento. El cadáver registró heridas de bala, sin precisión de la cantidad. Según cercanos y compañeros de estudio, al joven le «sembraron» una pistola, y su cuerpo había sido entregado a sus seres queridos con una velocidad inusitada, en una ciudad en la que la morgue suele estar atiborrada de víctimas de la violencia, y sus familiares han de esperar varios días, para poder darles sepultura.
La vinculación que estableció la comunidad entre Sabek Haitam y Mateo, el exesposo de Doris, y de ambos con el Ministro del Interior y de Justicia, fue automática. El pueblo encontró una razón para sospechar la posible interferencia del poder en el proceso. Y había otra: Mateo era contratista del gobernador del estado, Wilmar Castro Soteldo.
El mandatario regional se enredó procurando aclarar este hecho. Primero guardó silencio, y luego trató de salvar la responsabilidad de Mateo sin nombrarlo en el caso del niño. Después intentó negar que el exesposo de Doris fuese contratista de su despacho. Lo último fue inútil: el mismo Mateo se encargó, no solo de hacer pública su relación con el gobernador Castro Soteldo y con la exmandataria —y predecesora— Antonia Muñoz, ambos del partido de gobierno, sino que aseguró tener relaciones con otros importantes personajes del poder regional y nacional.
«El día de la muerte del niño estaba en la gobernación porque soy contratista de allí», había asegurado Mateo, cuyo nombre verdadero es Basel Akel Awar, de origen sirio, nacionalizado en 2002.
Mateo, separado desde 2006 de una de las imputadas, Doris Oropeza, y con sentencia de divorcio de fecha 7 de abril de 2010, habla de ella como «mi esposa», «la mujer», «mi señora». Nunca la refiere por su nombre.
—Mi esposa —relata Mateo— me llama como a las 2 y media. No le respondo el teléfono porque estoy ocupado. En eso, me envía un mensaje: «ven a la clínica porque el niño…», ni el nombre me sé de él, «estamos en la clínica». Entonces sí la llamo y me dice que en la clínica no lo pueden atender, que tienen que llevarlo al hospital. Le digo, bueno, voy a llamar al jefe de los bomberos, para que te envíe una ambulancia. No hay problema. El jefe de los bomberos se llama Miguel Godoy, me dice, dame 10 minutos y dime dónde te mando la ambulancia. Me vuelve a llamar la mujer: «al niño no lo pudieron montar en la ambulancia porque se puso muy mal». Le respondo: espérame, que voy para allá. Y me fui a la clínica. Llego solo en mi camioneta; estaban tratando de revivir al niño, como a la media hora se muere, yo estoy presente viendo la cosa. No le veo al niño ese maltrato. Un rojo en el muslo, pensé en una irritación, o sea, no le paré. No me interesó. Se muere el niño, estoy allá, está la mujer, y está la carajita, que es la que realmente cometió esa atrocidad. Mi esposa es inocente de todo. También estaba la mamá de la carajita, había enfermeras, médicos, había un anestesiólogo que yo conozco que Se llama Walid El Aissami. Lo vi encima de la camilla tratando de revivir al niño. Al rato llegan el CICPC y Fiscalía, yo todavía inocente de todo. Un funcionario del CICPC que conozco, me dice: «¿Tu esposa trajo al niño para acá? ¡Váyanse!». Yo miro a la mujer y le pregunto: ¿qué pasó aquí? Ella me asegura: «que yo sepa, nada». Le contesto al funcionario, yo no sé nada, hermano, yo no he matado a nadie, y no me voy de aquí, y ella tampoco. Como a las 7 de la noche sale la fiscal y me comunica: «El niño tiene maltrato, se presume hasta violación». Todavía un funcionario le aconseja a la mujer: «es mejor que se vayan, porque por mirones, van a chupar. Este problema es feo». Ella insiste: «es que yo no tengo nada que ver». Nos quedamos afuera, y los funcionarios: «acompáñennos a la delegación del CICPC. ¿Ella trasladó al niño?», le preguntan. «Sí, ella lo trajo en la camioneta», digo yo. Nos fuimos a la comisaría, y a los 15 minutos me alerta un funcionario: «Mateo te van a ir a allanar la casa». Agarré mi camioneta y corrí para allá. Cuando llego ya están ellos en el sitio y les digo a la fiscal y al comisario: ¿Por qué coño están allanando mi casa? Me atajan, «cálmese». El comisario me pregunta: «¿Usted porta arma de fuego, la tiene aquí en la casa, o algo?». Le digo, «hermano, me voy a calmar porque aquí no tengo nada ilícito lo que haya ilícito me lo ponen en acta, me hace el favor». Buscaron los testigos y voltearon la casa patas pa’bajo. La casa de mis hijas. Cuando la voltean toda, me dicen: «venga para que firme el acta, no conseguimos nada, no hay evidencia de nada».
A través de las redes sociales y la mensajería, se hablaba de la presencia de Mateo en la clínica. Trascendió la escena en la que regañó a Doris, ordenándole que se callara. Lo recuerdan a él, tomando el control de la situación; quienes estuvieron en los últimos momentos de vida de Dayan, refieren a una enfermera preguntándole si era su padre, y Mateo respondiendo que sí. Después él negó haberlo hecho.
Mateo y el poder para salvar a Doris, y eventualmente al resto de los imputados, era una de las preocupaciones del pueblo, cuando se fue congregando ese lunes en la mañana para vigilar, para asegurarse de que nadie interfiriera en la justicia.
El pueblo tenía su versión de la realidad. Abundaba información sobre los detenidos. La relación entre ellos había quedado dibujada en un grupo denominado «Mujeres de Ambiente», constituido por homosexuales, la mayoría del sexo femenino, que se reunían para la realización de fiestas, con consumo eventual de licor y droga. A ese grupo la población le atribuía la presencia de personajes variados: intelectuales, policías, jueces, médicos, hasta el hijo de un gobernador, y finalmente los detenidos: Anney, su tía Doris, Gellinot —la mamá de Dayan— y Yure, el enfermero. Solo Valentina del Carmen Oropeza, la madre de Anney, era excluida de su participación del desenfreno social. Sin embargo, a Valentina la gente la culpaba por parecer inocente: «porque con su sumiso proceder, y su fidelidad religiosa, engañó al pueblo, haciendo creer que era una mujer buena, cuando en realidad había permitido que en su casa se torturara a Dayan, y había sido cómplice en tratar de ocultarlo», repetían.
Visitantes de otras regiones comenzaron a sumarse a los habitantes de Guanare. Los más jóvenes se apostaban a la entrada del pueblo y llevaban a los curiosos en sus bicicletas —cual gira turística— hasta las casas de Anney y Doris, que ya habían sido saqueadas. «¿Dónde torturaron a Dayan?», preguntaban. Mentalistas, religiosos, vengadores populares, aspirantes de fortuna, asumían que entraban a la casa del horror, a un santuario, o a un lugar sobrenatural. Se llevaban pedazos de tela, de vidrio, restos de madera, como si fuesen objetos de colección. Si en alguno de ellos veían una marca que pareciese sangre, el hallazgo podía ser disputado, aunque las diferencias eran manejadas con discreción. En los espacios donde presumían que el niño había sufrido más, se guardaba un espontáneo silencio; algunos rezaban. Lo que suponían propiedad de Anney o Doris, lo escupían, lo destrozaban, lo trituraban. Se corrió el rumor de que en la casa de Doris estaba oculta una caja fuerte. Para encontrarla trataron de cavar hasta bajo la piscina. Durante semanas, las viviendas en las que estuvo Dayan fueron objeto de culto y de morbo. Guías espontáneos narraban historias, describían cada recoveco. La ruta la acompañaban unos perros callejeros, que parecían haber asumido la función de resguardar los lugares, lo cual sumaba algo de misterio, en especial si era de noche. Las viviendas fueron marcadas con grafitis, selladas con insultos cargados de rabia, impregnados de dolor.
Doris Oropeza
A pesar de su divorcio, Doris se sigue identificando como la esposa de Mateo: Doris Oropeza de Akel, de 37 años, se declara cristiana bautista. Tuvo dos hijas de su matrimonio, que para 2012 tienen 18 y 12 años. Casada desde 1992, se divorció en 2010. Públicamente mantenía excelentes relaciones con Mateo, quien para amigos comunes, «nunca dejó de quererla y pretendía una reconciliación». Ella, al parecer, no. Los funcionarios policiales registraron testimonios de amigos de Doris que comentaban que ella había decidido tiempo atrás que su felicidad estaba al lado de las mujeres. Se divorciaron bajo la manera más expedita, apelando al artículo 185-A del Código Civil, el cual permite hacer efectiva y legal la separación, en muy poco tiempo.
Doris —tía de Anney y hermana de Valentina, ambas imputadas— es referida como bonita, delicada y gentil. Sus amigos aseguran no haberle conocido novio, antes de Mateo. «De origen humilde, su mamá trabajaba en el área de limpieza de la policía, y con ella siempre fue estricta en lo de la conducta», aseguran. Se dedicó al comercio, vendía ropa por encargo. Luego con el apoyo de su marido, montó un local llamado La Casa del Pastelito, que se convirtió en visita obligada de muchos comensales en Guanare. Ella misma administraba el local, con tanto éxito, que para el momento de la muerte de Dayan estaba todo listo para abrir una sucursal, mucho más grande.
Al ser detenida, Doris tenía menos de dos meses de haberse realizado una operación estética, para aumentarse las mamas y reducirse grasa en el abdomen. Ella, como el resto de los imputados, fue objeto de evaluación psiquiátrica. El Ministerio Público quería dejar claro que los detenidos eran imputables, que sabían diferenciar el bien del mal.
El examen mental realizado por psiquiatría forense, describe a Doris como «angustiada». Y agrega: «da una versión en cuanto al niño, luego da otra, y pregunta si eso la compromete más en el problema». Otros elementos a destacar, son: «su excesiva terquedad, escrupulosidad e inflexibilidad, en temas de moral, ética y valores; preocupación por los detalles, las normas, las listas, el orden, la organización de los horarios, hasta el punto de vista de perder el objeto principal de la actividad; es reacia a delegar tareas o trabajo, adopta un estilo avaro en los gastos pura sí y para los demás, y muestra rigidez y obstinación».
Durante un tiempo, Doris le dio empleo a su sobrina Anney. En decenas de fotos, aparece compartiendo junto a ella y Gellinot. También con Dayan. En Margarita la recuerdan visitando a la madre del niño, junto a una amiga, alta, morena. Y el CICPC acumuló en los BlackBerrys y en la computadora, fotos de ella en plan familiar, con sus hijas, su exesposo Mateo, junto a Gellinot, Anney y Dayan.
Desde el momento de su detención, el 2 de diciembre, Mateo no ha dejado de manifestarle apoyo moral y económico.
Doris fue quien buscó a Dayan por casa de Anney. Ellas, junto a Yure, el enfermero, lo trasladaron hasta la Clínica del Este, el día de su muerte. Lo hizo en su camioneta Chevrolet, modelo Silverado, blanca, placas A72AP2A.
Doris asumió cubrir los gastos de la clínica, pero también fue Doris quien trató de impedir que a Dayan le realizaran la autopsia. Y ella se sumó a la versión según la cual el niño se había caído de una moto.
Este fue parte del testimonio que rindió Doris ante las autoridades:
«Recibí una llamada de mi sobrina, me dijo que Dayan estaba mal. Salí de una vez a su casa. Al niño lo montan en la parte delantera de la camioneta. Me dicen que fuéramos a la clínica que ya habían llamado a Gustavo Barillas (el pediatra); llegamos por emergencia y vi al niño hinchado, que pedía agua, le dolía su estomaguito. El doctor dijo que era de operación. El que hablaba era el chico, el enfermero, con el doctor. Hasta allí no supe más. Se puso grave el niño, llamé a mi esposo para que enviara una ambulancia porque el doctor mandó a que nos lo lleváramos al hospital. Cuando llegó la ambulancia el niño se puso mal, empezó a vomitar, trataron de revivirlo, hasta que el niño murió. Estoy diciendo lo que yo vi, hasta donde yo sé. Camino al hospital, Anney no me dijo nada. No tengo conocimiento de las heridas del niño.
»Yo no soy lesbiana. Yineska Urbina es hermana de la mamá de mi ahijada. Soy amiga de la familia en general. Nunca he consumido drogas —agregó Doris al negar que tuviese una relación de pareja con Yineska y que formase parte de Mujeres de Ambiente.
»Nunca vi que Anney maltratara al niño —continuó—. Las únicas lesiones que le observé fueron en la manito y en la boquita. Cuando el niño murió estaba nerviosa, no me acuerdo si mi esposo me agarró por el brazo, me tiró contra la pared, y me dijo “cállate”.
»No sabía que Yure había curado al niño antes; no lo conocía, (el testimonio posterior de Mateo admite lo contrario, al afirmar: “ella lo conocía conjuntamente conmigo desde hace muchos años, porque nosotros vivíamos en La Arenosa que es cerca de la casa de Yure”). No frecuentaba fiestas donde Yure estuviera —agregó Doris.
»Yo estaba impactada. No vi realmente al niño. No tengo el corazón tan malo. No sé por qué la abuela del niño dice que yo lo golpeaba. Tampoco sé por qué la hermana del niño, Nicole Sequera, afirma también que yo le pegaba, ella solo se quedó una vez a dormir en mi casa. No sé quien pudo haber violado al niño. No sabía que había sido violado».
Sobre las marcas y cicatrices que tenía, Doris opinó: «Bueno, el niño era muy tremendo, según me decía Gellinot. No sé cómo se formó esa última quemadura. Yo no dije lo de la moto. No sé por qué el doctor Barillas afirma que yo lo dije. Le pregunté a Anney cómo se formó eso y me dijo que empezó con unas burbujitas, que le puso sábila, Cola.ped y Viavox. Eso fue lo que me dijo», finalizó su testimonio Doris.
El personal de la Clínica del Este asegura que escuchó a Doris referirse a la caída de Dayan de la moto. Los guanareños dicen haberse acostumbrado a ver con naturalidad su relación con Yineska Urbina. Y a pesar de ser la más discreta del grupo social llamado Mujeres de Ambiente, investigadores del caso le atribuyen mayor protagonismo junto a su exesposo Mateo, por el supuesto «aporte de dinero a las celebraciones y viajes».
«Perra, asesina», pintaron en letras inmensas sobre la única pared que quedó en pie de la lujosa casa en la que vivía Doris con sus hijas, y que alguna vez compartió con Mateo.
Los pobladores de Guanare mantenían la atención sobre Doris, quien por tener la mejor posición económica, y su marido importantes relaciones políticas con el régimen de turno, pensaban que podía salir impune del proceso en su contra, y favorecer con ello al resto de los involucrados. Mateo anuncia que, en cuanto Doris recupere su libertad, se la llevará junto a sus hijas, muy lejos, de ser posible fuera del país.
Valentina del Carmen Oropeza
En la casa de Valentina del Carmen Oropeza —la señora Carmencita para todos— Dayan fue torturado. A la mamá de Anney, el pueblo la había percibido en sus 50 años como una mujer sumisa, sacrificada, víctima de la violencia de su marido Emiliano, quien la golpeaba con frecuencia. Había llegado hasta el cuarto semestre de educación especial. Además de Anney, fue madre de un varón —mala conducta, según los vecinos— quien fue asesinado por una banda de delincuentes mientras consumía licor, a pocas calles de su casa. «Ese muchacho reprodujo la violencia de su padre contra su madre. Había botado al papá de su casa», cuenta José, quien lamenta ya no tener a Emiliano de vecino. «A veces nos tomábamos unas cervecitas». Admite José, sin embargo, un antecedente violento en Emiliano: «en esa misma casa, hace más de 20 años, dicen que él mató a un hombre con un arma blanca, en el baño, pago un tiempo, pero después salió».
Valentina es seguidora ferviente de la iglesia bautista. Acudía todos los días al templo, y siempre se refería al Señor como su guía. Ella se quejaba de que su madre —todavía viva aunque con salud delicada después de un accidente cerebro vascular— tenía como favorita a una tercera hermana. Compartía en las ceremonias con sus compañeros creyentes las referencias a las agresiones de su esposo, las cuales asumía como parte de la enseñanza del Señor. De Anney, su hija, a veces se quejaba. Citaba su rebeldía, y aseguraba que por eso había optado por estar el menor tiempo posible en su casa.
La presencia de Valentina se hizo casi imperceptible para el personal de la Clínica del Este el día que murió Dayan. Y su estilo lacónico lo prolongó durante los interrogatorios policiales y ante el tribunal, donde se limitó a decir que el niño estaba bajo la responsabilidad de su hija, y que ella nunca veía a Dayan. Fotografías y declaraciones de testigos, desmintieron esa versión. No solo por la casa donde vivían: pequeña, con dos habitaciones, dos baños, y un área común de sala, comedor y cocina, lo que hacía imposible no tropezarse constantemente con el niño. A esa realidad se sumaron decenas de fotos que la registran con Dayan, compartiendo en la casa y en la playa.
También está el argumento que los pobladores utilizan como un garrote. Valentina, con esa actitud servicial, había inclinado su vocación al área educativa. Primero, trabajó en el liceo Carlos Muñoz Oráa, y luego, desde 1997, se había incorporado al Colegio Sinaí, administrado por la iglesia bautista, en donde era una especie de secretaria-maestra. La directiva del colegio excusa el desliz de haber obviado la regla sagrada de exigir rigurosa documentación para el ingreso de Dayan a esa institución educativa (lo inscribió Anney, de manera irregular), con el argumento de la plena confianza que todos tenían, en «la buena señora Carmen». Después, cuando el niño se ausentó, fue ella quien llevo el reposo firmado por el medico José Luis Valderrama, y ante la prolongada inasistencia y las preguntas de la maestra Sara, fue Valentina del Carmen quien informó que el niño se había caído de una bicicleta. En la clínica, ella acompañó la versión del accidente con la moto.
Esta fue la versión de Valentina ante el tribunal, luego de ser detenida:
«Es muy poco lo que puedo aportar. Soy dueña de la casa y no me la paso allí. Participo en las actividades de la iglesia. El niño dormía con mi hija, en el cuarto de afuera. El día que ocurrió el hecho estaba trabajando, cuando entro a la casa llega el enfermero y mi hija llamó a su tía para ir a la clínica. Habían acostado al niño en mi cuarto».
Y se refiere al día del allanamiento en su casa: «Para la inspección tomaron la foto en mi cuarto, no en el cuarto del niño; me preguntan por las sábanas que estaban en la lavadora, no lavadas.
»No tenía tiempo para cuidar a Dayan —agrega con parquedad Valentina—. No sé de sus hematomas, porque yo no lo vestía. Casi ni compartía con el niño, estaba trabajando para el Señor. Mi hija Anney tiene una buena conducta. No estuve de acuerdo cuando llevó el niño a la casa, pero ella es mayor de edad, es amiga de la madre y se conocen. No le va a entregar un hijo así. Si la mamá se lo entrega es porque le tiene confianza. Yo no le entregaría un hijo mío a otra persona, es delicado. Y hasta aquí declaro. Es todo».
Yure Hernández
Yure Overdan Hernández Medina es licenciado en enfermería con 18 años de experiencia. Soltero a sus 39 años, vive en casa de su madre, su padre falleció. Allí comparte ese espacio, no solo con su mamá, sino con su abuela, dos hermanos y dos hermanas, una de las cuales tiene dos hijos de 15 y 4 años. Amigo de Anney, afirma haber tenido una breve relación de dos meses con Norelys Nieves, funcionaria policial, miembro del grupo Mujeres de Ambiente. Los comentarios sobre su desempeño profesional varían, aun cuando la mayoría son favorables. «A veces era un poco flojo y se acostaba en las habitaciones vacías», confesó alguien del personal de administración de la Clínica del Este. Excompañeros de trabajo le atribuyen ser un hombre colaborador. Es miembro de una familia numerosa, 9 hermanos. Amigos cercanos destacan que solía hablar mal de las mujeres, con la excepción de su mamá. Ha trabajado en diferentes centros asistenciales en los que construyó amistades con médicos, a varios de los cuales consultó por el caso de Dayan, y algún otro llegó a firmar un reposo médico que sirvió de coartada para que el niño se ausentara del colegio.
Yure trabajaba en la Comandancia de la Policía de Guanare, donde otros dos hermanos laboran también como policías, y uno como obrero. Su abogado es Magdiel Hernández, hermano mayor.
Bernardo, otro de sus hermanos, y funcionario policial, le atribuye a Yure esta frase, una vez que fue detenido: «Dios me va a sacar de aquí porque él sabe que soy inocente».
«Nuestra familia nunca ha estado presa, ni siquiera por una pelea —asegura Bernardo—. En este caso ha habido una presión social y quieren involucrar a mi hermano, quien ayudó al niño como otras tantas veces ha ayudado a gente en Guanare. “¿Tú crees que si hubiese sabido que ese niño había sido maltratado y violado, hubiera ido?”, me preguntó Yure. Lo quieren culpar por haber atendido al niño, lo que es parte de su deber. Y por haber compartido con Anney, con la tía Doris y otras mujeres, que si bien se reunían, el niño no estaba allí. Una vez, cuando lo llamaron, le dijeron que el niño se había caído por unas escaleras en Margarita y se había roto la barbilla. Y lo curó. También comiendo se había metido accidentalmente un tenedor entre labio y encía. Entonces quieren meter en un saco lesiones viejas que, según la mamá, el niño ya tenía. Mi hermano me asegura que ellas parecían mujeres normales. Norelys fue novia de él. Mi hermano es un hombre sano. Duerme con mi sobrino de 4 años y todo normal. Una persona enferma, es enferma. Él en cambio es muy dado a ayudar. No tenía carro, ni saldo en su celular, siempre estaba pendiente de hacerle el bien a la gente. La exigibilidad de su conducta como enfermero, era salvar al niño, y mi hermano lo intentó», insiste Bernardo, hermano de Yure.
Esta es parte de la declaración que Yure rindió ante el tribunal:
«Al mediodía me llama Anney porque en la noche se le cayó el niño de la moto y le había pasado por la pierna. Fui hasta la casa de Anney, el niño estaba arropado, cargaba una franelita, se encontraba de lado y se quejaba de dolor. Llamo a Barillas (el pediatra), me contesta y le digo que un niño de una amiga se cayó de una moto, que le había pasado por la entrepierna y que le veo la barriguita creciéndole. Me dice: “lo morado de la pierna puede ser una fisura a nivel de fémur y hay que hacer rayos X; lo del abdomen, hazle una placa para descartar una eventualidad, y cualquier cosa me mandas un mensaje”. Le digo, doctor, él tiene dolor. Me pide que le pregunte a Anney qué analgésico tenía a la mano y ella me indicó que Cataflán. “Qué edad tiene y cuanto pesa”; ella me dice que tiene 5 años y pesa aproximadamente 28 kilos. Él me indica que le administre 8cc de Cataflán, se le suministra. Y me informa que a partir de las 3 iba a estar en la clínica trabajando. A las 2 y 15 Anney me vuelve a llamar que el niño está peor. Llego hasta la casa de ella y me dice que el niño está que se desmaya y respirando muy rápido. Le digo, está malo. Ella lo estaba vistiendo, poniendo los monitos. Llegó la tía y sacamos al niño de la casa cargado hasta el carro; yo le digo que lo llevemos hasta la Clínica del Este porque allí se encuentran los especialistas. Lo trasladamos a emergencia. El doctor Barillas me informa: “tiene una peritonitis, vamos a hacerle los exámenes”; la tía de Anney dice “yo pago”. El doctor le manda a hacer un eco abdominal, no se visualiza nada porque tenía mal el estomaguito. “Si el niño tiene peritonitis debe ser operado en el hospital”, explica el doctor. Él da órdenes para que vayan preparando todo, para recibir al niño. La tía llama al esposo y dicen que tienen una ambulancia de los bomberos para llevarlo al hospital. A eso de las 5 o 5 y media de la tarde, llega una ambulancia del cuerpo de bomberos. Acomodan la camilla, tienen que poner un tubo para sostener la cabecera de la camilla, para que el niño quedara semisentado porque tenía dificultad respiratoria. Los paramédicos lo meten a la ambulancia y el tubo que le habían colocado a la camilla se peló y el niño quedó en posición horizontal. Me monto en la ambulancia para acomodarle la cabecera, los paramédicos cerraron la compuerta. Al arrancar, el niño comienza a vomitar. Lo coloco de lado y le digo al paramédico que pare. Se abren las compuertas, estaban allí todavía el pediatra Gustavo Barillas y el doctor Walid El Aissami, que conjuntamente con el médico de guardia, comenzaron a reanimar al bebé. El niño fallece. Se le avisa a Anney y a la tía Doris. El doctor Barillas me dice: “Yure hay que hacerle autopsia, porque esto está raro”, mas no especificó qué era lo raro que veía. Le contesto que estoy de acuerdo. Me mantuve ahí, hasta que fueron a tomarme declaración en el CICPC como testigo. Les informo que hace como dos o tres meses, estando en la casa de Nohemí, una amiga, Anney llevó al niño. Contó que se le había caído y se había roto la barbilla. Le hice la cura, la cual no consideré de puntos. Como a los dos días me llama de nuevo y me dice que el niño se pelaba y se quitaba la curita. Después no había visto más a ese bebé. La última vez que compartí con Anney fue el 10 de noviembre cuando pagaron los aguinaldos».
Ante la insistencia de los investigadores respecto a la evaluación a Dayan que hizo Yure como enfermero, declaró: «Al niño le noté la lesión en la parte frontal; en la parte de acá del muslo, tenía la peladura, pero no tan fea; la parte de atrás no la vi; el abdomen sí, esa parte del tórax no la tenía; lo del cuello, y las manos, no; tampoco me percaté de los pies; y en el ano, no le vi esas lesiones.
»No sabía que el niño había sido abusado sexualmente —alegó Yure en su defensa—. El examen físico lo hace un médico, yo me limito a prestar primeros auxilios. Anney lo que me había dicho es que el niño se le había caído en la noche de una moto; a primera vista, creo que el caucho le ocasionó esa lesión. Llamo al médico porque me preocupo. Solo una vez me quedé en casa de Anney. No sé quién pudo haber violado al niño, ni Anney me comentó nunca sobre eso. No entiendo por qué me imputan, si lo que hice fue prestar el auxilio para que lo llevaran al médico. No sabía que los actos de curación que le hacía, constituían encubrimiento. Tengo 18 años de servicio como enfermero. He trabajado en el Hospital Miguel Oraá, en la Clínica del Este, la Clínica Razzetti, en la Clínica San Miguel Arcángel, el Centro Médico Portuguesa, en la Unidad de Diálisis Coromotana, y actualmente en la Clínica de la Policía. Atendí al niño en dos oportunidades. A Anney me la presentó Norelys hace dos años, a quien tengo cuatro años onociendo».
En la evaluación mental que le fue realizada a Yure, se destaca: «se torna resistente a la entrevista, refiriendo que sus abogados deberían estar presentes. Posteriormente colabora. Manifiesta en su discurso el asumir que en múltiples oportunidades, le realizó curas al niño».
Pocas horas después de Yure estar detenido, corrió el rumor de que se había suicidado. Fue eso, un rumor. Sus hermanos desde la policía, ya estaban procurando —en la medida de lo posible— su seguridad.
El personal de la Clínica del Este que compartió con Yure meses de trabajo, le recrimina que no haya advertido que el niño venía siendo maltratado. No le creen; consideran que un enfermero lo puede detectar de inmediato. Recuerdan que él llevaba la iniciativa en la sala de emergencias y que cuando el personal de la ambulancia de los bomberos manifestó que no podían trasladar al niño porque no tenían oxígeno, Yure aseguró que se hacía responsable porque era licenciado en enfermería.
Yure aparece compartiendo en diversas fotos con el grupo Mujeres de Ambiente.
Gellinot González
La mamá de Dayan, inscrita como Gellinot Rocirit González Quevedo, nació en Guanare el 24 de mayo de 1980, 20 días después de que la yegua Gelinotte, ganara fácilmente una carrera de la Triple Corona. Su nombre se inspiró en este animal, cuya vida fue exitosa. Su proeza hizo leyenda: en 2009 resultó electa como la mejor yegua de todos los tiempos, según un portal especializado.
A los 16 años, Gellinot tuvo su primera hija, Nicole, y dos años después, a Nithaylut. Ambas de padres distintos, han sido criadas por su madre Rosa Quevedo, desde que eran bebés.
Las pocas amigas que la recuerdan viviendo en Guanare, dicen que Gellinot se mostraba como una muchacha tranquila, aunque con muy mala cabeza para cosas del corazón. «Le gustaban los malandros». En sus estudios era floja, apenas terminó el tercer año de bachillerato. Arrancando el siglo XXI, para escapar de su mala fama en Guanare, y buscando algún trabajo, se fue a Margarita, sola. Pasaron varios años para que la relación con su madre e hijas se reanudara.
En Margarita algunos refieren con cariño a Gellinot. Hasta que apareció Anney. Antes de eso, nadie la recuerda como agresiva con su hijo, al contrario. Cuando nació el niño, mantuvo una estable relación con un comerciante de la isla, Orlando Serrano, quien nunca vivió con ella, pero se comportó como un buen padre para Dayan, y un leal compañero con Gellinot. Hasta el último momento, le brindó apoyo a ella y al niño, ignorando que le había mentido (en Margarita pensaba que lo cuidaba su joven de confianza, Gina, y en Guanare creía que estaba con su abuela). Orlando Serrano nunca imaginó que el niño estaba en manos de Anney. No fue al entierro de Dayan, se encontraba enfermo. Sobre la losa de su primera tumba, alguien colocó «Dayan Serrano». Pero la fosa se comenzó a hundir y tuvieron que cambiarlo de lugar, donde quedó como «Dayan González».
En algo coinciden quienes se han relacionado con Gellinot: es irremediablemente mentirosa. «No las piensa, dice una amiga en Margarita. A veces se le olvida, y a una misma persona le cuenta dos versiones de un mismo hecho. Así sucedió con el niño y sus supuestas caídas».
Gellinot es alta, fuerte, con una dulce sonrisa. Llora con extrema facilidad. «Podría haber sido actriz», refiere una excompañera de trabajo del bingo en Porlamar, quien recuerda con pena la frecuencia con la que Gellinot llegaba golpeada, con moretones e hinchada. En el trabajo se habían acostumbrado a sus enormes lentes de sol.
De poca vida social, sin beber, ni fumar, la trae a su memoria Reina Suárez, con quien Gellinot vivió año y medio, tiempo del embarazo y posterior nacimiento del niño. Reina es prima del padre de Dayan, relación para Gellinot efímera y oscura, por tratarse de un hombre con antecedentes penales, que estaba preso cuando su hijo nació, y que poco después de salir en libertad, fue asesinado a tiros.
Con Dayan bebé, Gellinot vivió de habitación en habitación, trabajando en casinos de la zona, como azafata. Para cuidar al niño contaba con Reina, y con una joven llamada Gina, quien asegura que era una madre amorosa y esplendida con su niño, hasta que apareció Anney.
Gellinot y Anney tuvieron empatía apenas se conocieron a través de un amigo llamado Jean Carlos. Un día, luego de un viaje a su pueblo, Gellinot regresó a la isla de Margarita con Anney como cuidadora de Dayan, y decidida a vivir con ella. En los lugares donde residían, duraban poco. Los escándalos eran cotidianos. Anney tomó posesión de su espacio, de su carro, de sus ingresos y de su hijo. La alejó de sus afectos, y ella lo aceptó.
Los cuidados de Gellinot sobre Dayan fueron decayendo, según percibía su entorno. Anney le espiaba las comunicaciones telefónicas, tal vez por eso cambiaba de aparato con frecuencia. En su último teléfono fueron encontrados mensajes de texto que evidenciaron que ella mantenía una relación virtual con un preso que cumplía pena en Margarita. Posiblemente, uno de esos mensajes lo leyó Anney.
Quienes conversaron con Gellinot una vez que fueron detectadas las primeras señales de maltrato, como el Defensor de los Derechos del Niño, o las maestras del Colegio Papagayo, afirman que no se mostraba como una madre amorosa. Los policías que la interrogaron aseguran que no se refería al niño como lo haría una mamá. Y el examen mental que le realizó el forense, después de su detención, precisa: «llora por momentos, sin embargo se evidencia que no hay una situación de duelo, como lo debería tener una madre con un hijo recientemente fallecido».
Solo en una ocasión se conoce que Gellinot haya admitido que su hijo era objeto de violencia. Pero mintió en los detalles. Fue ante las maestras en Margarita, y atribuyó la responsabilidad a un marido árabe, que quería imponer a su hijo una educación severa, casi militar. De resto, siempre negó cualquier agresión. De su boca salían las más inverosímiles historias, que utilizaba como excusa, para tratar de explicar las huellas visibles del maltrato en Dayan. Como aquella que le dijo a la maestra Rossany ante las marcas en su rostro: que el niño había convulsionado y la carita se le había puesto morada. A todas las versiones procuraba darle credibilidad con un solo hecho objetivo: Dayan era de piel muy blanquita.
Gellinot en ningún momento, ante nadie, ni autoridad, ni afecto, culpó a Anney de los daños causados a Dayan. Incluso después de hacerse públicos detalles de las torturas a su hijo, se resiste a creer que ella tenga la responsabilidad.
Gellinot había estado en Guanare, entre el 23 y el 27 de noviembre, pocos días antes de la muerte de Dayan. Las investigaciones policiales determinaron un par de salidas nocturnas, junto a Anney y otras amigas. Quienes las acompañaron afirman que Dayan no estaba con ellas. Una tarde la pasaron en un parque, los tres. Los expertos forenses opinan que es imposible que la mamá de Dayan no notara las heridas que ya tenía su hijo.
Esta es la declaración que ante las autoridades rindió Gellinot:
«Soy la madre del niño, tengo 10 años viviendo en Margarita, el padre del niño está muerto, el padre de crianza se llama Orlando Serrano, tiene 52 años de edad. Desde chiquitico él tuvo una niñera que se llama Gina. Soy madre soltera, me encargo de mis hijas. Conozco a Anney Montilla porque un amigo la lleva al apartamento y me la presentó. Sabía de su procedencia y sí mantuve una relación con ella, de dos o tres años. Vivía conmigo y el niño. Nunca le di mal ejemplo al niño de un beso, de una caricia. Yo trabajaba, ella trabajaba al principio, después no. Mi hijo vivía conmigo desde que nació, se lo di a Anney porque ya tenía dos de mis hijas con mi mamá. Me vengo unos días en noviembre porque Anney me dijo que el niño tenía una celulitis. Vine preocupada para ver cómo estaba mi hijo. Solo tenía un morado aquí, en la cabeza unos puntos y lo de la mano. Lo vi perfectamente bien. Pasamos un día diferente. El lunes hablé con él, el martes, el jueves el día que murió también. Yo estaba en Margarita y Anney me contó que el niño tenía cólico. Le dije por teléfono, “papi te van a llevar al médico”. Me llaman con que el niño está hospitalizado. Me dan permiso y salgo desesperada a comprar pasaje. Llamo a mi mamá y le digo que el niño está hospitalizado. Doris me insiste: “vente”. No sabía cómo salir de la isla. Me informan que el niño está muerto. En el aeropuerto me desmayé y luego logré llegar a Guanare. Le pedí a mi mamá que fuera al forense porque allí tenían al niño. En Barquisimeto le digo a mi mamá: ¿cómo es eso que mi hijo fue violado, estrangulado? Cuando llego, abrazo a mis hijas. Me preguntan por odontólogas, que el niño fue torturado. Mi hijo se cortó el labio con un tenedor, por esa lesión supe que él sufría de queloide. Desconozco lo que le pasó en la cabeza, desconozco lo de la moto. Si a mi hijo le hicieron esas cosas pido justicia, pero yo no estaba aquí. Yo no formo parte de sectas satánicas, ni de orgías. Mi mamá sabe quién soy yo. Mi trabajo es fuerte, soy sola, no cuento con nadie. Yo adoraba a mi hijo. La gente que me conoce sabe que yo amaba a mi hijo. Ella (Anney) me maltrataba a mí. Cometí un error. Eso de violación, asfixia, no sabía nada. Yo me fui, y no vi al niño moreteado. Yo no maté a mi hijo. No tuve la culpa. ¿Cómo iba a matar a mi propio hijo?
»Anney nunca me presionó para regresar —insiste Gellinot defendiendo a su pareja—. Cuando estuve en Guanare, pasé el día con el niño en el Complejo Ferial, comimos hasta las 12 de la noche. No recuerdo nada, no recuerdo si vi al niño desnudo. Cuando llegué, Anney me dice: “voltéate para que el niño te vea”. Salió corriendo, se golpeó con un mueble, se le hizo un moradito aquí. Le compré unos lentes, pasamos un día diferente. Mi hijo era muy inteligente, extrovertido, arreglaba su cama, agarraba solo el vaso. No es bruto. ¿Que por qué se golpeó tanto? Tengo informe médico de que el niño se golpeó con un tenedor, el niño se cayó por unas escaleras y le agarraron puntos en la mandíbula. Hablaba con el niño y me decía que estaba bien. Tengo el informe del doctor Valderrama que dice que tenía celulitis.
»Con Anney tenía dos años y medio. No voy a mentir, tenía relaciones homosexuales con Anney. Le entregué mi hijo por mi trabajo. Es muy duro, tengo horario fuerte. A la niñera le daba fiebre, vómito. Y yo en enero me venía para acá. Decidí inscribirlo aquí en un colegio cristiano. Cuando vine, el niño ya sabía escribir. Me deletreó su nombre.
»Yo no fui criada en un lugar de violencia. No le entregué el niño a mi madre, por desobediente, ella tiene a mis hijas y llevarle al niño era otra carga más. Además, no era para toda la vida, era solo por pocos días. Cuando lo vi, el niño no tenía esas lesiones, solo lo de la frente, la cabeza y la mano. Lo de la mandíbula fue en Margarita, él brincó, jugó, hay fotos en mi teléfono. El niño se bañaba solito. No observé las quemaduras en la entrepierna, un golpe aquí —señalando la pierna— él saltó, estuvo desde las 3 de la tarde. No revisé la región anal de mi hijo. Él es estítico y sufría mucho en el baño. No le vi lesiones en las uñas de los pies. Cuando le noté los tumorcitos en la frente me dijeron que el niño se había golpeado con una nevera. Nunca sospeché que el niño era maltratado. Aunque Anney no tiene hijos, había cuidado a otro niño, al hijastro de su hermano. No consumo alcohol, ni sustancias estupefacientes o psicotrópicas. Sí vi una foto de Anney consumiendo con una muchacha, Norelys, que es policía, que no me gustó. Supe que consumía droga, en ese momento. No soy amiga de Doris, ella es la tía de Anney. Nunca había visto a Yure. Sabía que había curado al niño con lo de la cabecita, pero no lo conozco. Una vez denuncié a Anney por violencia, aun así, sentí que no era mala, te hablo con la verdad. No conozco ninguna mordedura en el cuerpo del niño. Si Anney lo hizo, esa mordedura en el brazo izquierdo, fue cuando yo no estaba aquí.
»No sé quién violó al niño, hay muchas personas involucradas, no sé. La última vez que lo vi fue el 27 de noviembre. Tuve conocimiento de mi hijo el jueves a las 12:45, que me dijeron que iban para la clínica, y a las 5 me notificaron de la muerte del niño. Llego a Guanare el viernes a las 3 de la tarde. Mi mamá me había dicho que solo Anney estaba presa, y me detienen. No sé por qué, no hice nada, por mala madre. Al principio Anney no era así, no maltrataba al niño, mi mamá sabía que ella no era así. Ya íbamos para los tres años juntas», declaró Gellinot en su interrogatorio.
En un segundo testimonio, Gellinot agrega:
«Yo no maltraté a mi hijo, y de mi vida no tengo que darle explicaciones a nadie. A mí me están culpando porque permití el abuso sexual. Si abusaron de él con un objeto, dónde está el objeto, cómo puedo saber quién violó a mi hijo porque yo no tengo marido. Pocos días antes de su muerte lo vi en perfecto estado, no estaba golpeado, tenía una sutura en la cabeza, lo de la quemada tampoco lo sabía, me enteré el día que muere. Averigüen quién violó a mi hijo, de quién es el semen, dónde está el objeto que le introdujeron. A mí me duele mi hijo», insistió Gellinot en esta nueva oportunidad.
Anney Montilla
Anney tendrá 26 años el 1o de noviembre de 2012. Sin oficio conocido, cuentan sus maestras que a duras penas culminó el bachillerato. Menuda de tamaño, pero musculosa, transitó su adolescencia ejercitándose en Tae Kwon Do; llegó a ser cinta negra y ganar una medalla en los juegos nacionales, representando al estado Portuguesa. En la práctica del deporte cultivó algunas de las amistades que después se autodenominaron Mujeres del Ambiente. Hija de Emiliano, con registros de violencia contra su madre Valentina, aseguran los vecinos que ella y su hermano —quien después fue asesinado a patada limpia— botaron al padre de su casa. Anney lo sustituyó, incluso en las agresiones contra su madre.
Es difícil encontrar alguna frase gentil entre quienes conocieron a Anney. «Tremenda, inestable, maluca, buena para nada», son expresiones comunes. Sin embargo, era muy solicitada socialmente. Compañías femeninas ocasionales le reconocen liderazgo, acompañado de cierto temor. En la Clínica del Este la recuerdan pegada al teléfono hablando sin parar. Varias de sus amigas se presentaron al centro asistencial ante su convocatoria. Frente a todos, esa tarde le expresaba a Dayan palabras de cariño, le solicitaba que fuera dócil para dejarse inyectar, y le prometía la bicicleta nueva, tan ansiada por él, para cuando viniera el Niño Jesús. Rompió en llanto apenas le informaron de la muerte de Dayan. «¡Mi niño, se murió mi niño!», gritó entre lágrimas.
En las casas donde vivió en Margarita, recuerdan que con tan solo una mirada controlaba a Dayan. Lo paralizaba de temor. Rosa, la mamá de Gellinot, no la quería. Las hijas de Gellinot —Nicole y Nithaylut— intentaron una comunicación, y ella las borró de su BlackBerry. A Gina, la muchacha que cuidó al niño en Margarita antes que ella, la corrió. A Reina, quien fungió de abuela paterna de Dayan, la separó de Gellinot y el niño. La misma Gellinot solicitaba a sus amigos que no la llamaran, para no tener problemas con ella. El carro de Gellinot lo manejaba ella en Margarita, y luego se lo llevó a Guanare. Gellinot trabajaba y la mantenía. El dinero que le aportaba su antigua pareja, Orlando Serrano, se lo daba a ella. Golpeaba a Gellinot siempre, todas las semanas, a cada rato, según testigos.
Mientras Gellinot trabajaba, Anney salía con amigas, comía en restaurantes; en uno de ellos, El Caney de Felo, lugar al que acudía con frecuencia, fue donde le enterró el tenedor en la boca a Dayan, frente a trabajadores y comensales.
Desde finales de agosto 2011, Anney vivió con Dayan en Guanare. Estaba bajo su cuidado. Lo inscribió irregularmente en el colegio; solo presentó una autorización de la madre y la ley exige un documento de custodia. Se aprovechó de que su mamá Valentina trabajaba allí. Era el colegio Sinaí, de la iglesia bautista, donde ella también había estudiado.
Dayan y Anney dormían en el mismo cuarto, muy pequeño, en una de las dos habitaciones que tenía la casa —hoy destruida— de su mamá Valentina. Fotos recabadas muestran un colchón en el piso, y ropa, maletas, carteras y peroles amontonados en una esquina. En ese espacio fue torturado Dayan.
En los interrogatorios policiales, Anney se mostró dura y retadora. Quedó registrado que se resistió a ser detenida. Los funcionarios notaron que al principio trató de simular que cojeaba —para reforzar la coartada de la caída de la moto— pero al rato, ni eso le importó y caminó normal. Se le realizó una evaluación forense que determinó que no tenía golpe alguno.
Sostiene su inocencia frente a los maltratos, abuso sexual y posterior muerte de Dayan. Por momentos insinúa que el responsable de la violación podría ser Yure, el enfermero. Hasta a su madre le ha costado defenderla. Testigos de esa relación dicen que Valentina le teme.
La evaluación psiquiátrica que le hicieron a Anney, realizada por el forense, la describe como «ansiosa, con contradicciones importantes en su discurso, con incorporación de elementos falsos en sus ideas, tratando de dar una buena impresión de sí misma; niega completamente lo sucedido. Trata de justificar la situación con elementos poco creíbles; suspicaz. Se torna irascible cuando se le confronta. Se descartan signos y síntomas de enfermedad mental».
El informe agrega que Anney «presenta un trastorno antisocial de la personalidad, el cual es de un pronóstico reservado y de grave impronta, que se caracteriza por: fracaso para adaptarse a las normas sociales; deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros; impulsividad o incapacidad para planificar el futuro; irritabilidad y agresividad, hechas evidentes por peleas físicas repetidas o agresiones; despreocupación imprudente por su seguridad, o la de los demás; irresponsabilidad persistente, es incapaz de mantener un trabajo; falta de remordimiento, como lo muestra la indiferencia, o la justificación de haber dañado».
El 7 de diciembre de 2011, seis días después de la muerte de Dayan, este fue el testimonio de Anney ante el tribunal:
«Conozco a Gellinot desde hace casi cuatro años. Vivíamos en Margarita, el bebé tenía un año, lo cuidábamos entre las dos. Lo castigaba, lo normal, con la correa, igual su madre. Ella me puso la confianza de su bebé porque me conocía. Gellinot me dijo que fuera a trabajar a Guanare, “lo inscribes allá”. Tengo aquí casi cuatro meses. En el colegio me pidieron un papel de la Lopnna y la autorización para inscribir al niño.
»El bebé sufrió una lesión con una pelota, los deditos los tenía así, el doctor dijo que no tenía fractura, le compramos una pelotita, le hacíamos masajes Gelli y yo, allá en Margarita. El bebé se cae y se saca los dientitos. Estábamos en El Caney de Felo, y el bebé con el tenedor se sacó el diente, los dueños del Caney llamaron al hospital y nos dijeron que le echáramos una cremita porque no era de coserlo. Cuando llegamos a Guanare venía con la manito así, la tenía moradita, lo llevé al médico en Guanare, el doctor le revisa la mano y dice que el bebé tenía celulitis y me dio un récipe y fui a casi todas las farmacias, le mandó 16 ampollas. Compré Viavox, Cataflán, por si el niño tenía dolor. Como al bebé le cumplí todo el tratamiento y no le vi mejoría, él tenía rotico por aquí (señala la mano), antes de llevarlo al médico le eché Rifocina. Él se quitaba las costricas porque le picaban mucho. Llamo a mi tía pata que me lleve a un pediatra y me dice que ella está hospitalizada la clínica San Miguel Arcángel, llego allá con el bebé y la enfermera me dice que llame a un doctor, pero estaba de viaje, venía de Mérida que lo espere. Me manda a que le doble el dedito y que le coloque una venda elástica por ocho días. Había fotos que le envié a su madre, yo estaba con una prima. Él sudaba y tenía mucho dolor. Llamo a mi tía, el niño tiene mucho dolor, le digo, y ella me respondió: “aflójale la venda”. Lo puse a ver televisión y como yo no le ponía cuidado, me mordió. Estaba con mi sobrina Melani viendo televisión, sale corriendo y me dice: “tía, Dayan está llorando”, y él se quita la venda y le digo que no se muerda los dedos. Le quito la venda al bebé. Me partió un Cataflán malcriadamente, y mi prima me dice que no le ponga cuidado, que llora para llamar la atención. El otro día le digo a mi tío que le estiráramos los dedos. El niño era hiperactivo, corría, paseaba bicicleta, veía comiquitas. El niño se acuesta en otro cuarto y en ese momento se quema el bombillo, empieza a llorar, salgo corriendo, qué pasó Dayan, “me caí”, y se cortó por acá (señala la mandíbula). Llamo a Yure para que lo cure, Norelys cargaba mi carro y Yure me manda que me quede quieta que él es muy gordito. Fui a Farmatodo y le compré más curitas y Yure me dice que sí, que estaría bien. Pasa el tiempo y el niño se había curado, él me decía que le picaba y lo tenía con el adhesivo que Yure me dio, tenía gasa, curitas. Llega Gellinot a la casa, le dieron tres días de permiso, cuando ella entra, el niño sale corriendo y se cae. El niño trata de llorar cuando la ve, se alegra. Compartió con nosotras, estaba tranquilo. El día sábado se celebraba un día diferente en el parque. Observo al niño y estaba caminando como raro, abierto, le comento a Gelli, ¿no ves cómo camina el niño?, la mamá dice: “esa es la gordura”. El niño jugó, cuando se cayo en la casa él se había tomado un tetero y salió corriendo para la nevera y se golpeó. Había dicho que estaba contento que tuvo un sueño. Llegamos a la casa y luego la mamá se fue. Él se sabía vestir y bañar solo. Una noche antes de que el bebé muriera, él estaba acostado y movía una pierna y me dijo que le dolía: “aquí tía, solo sóbame, quiero dormir en aquel cuarto”. Él caminaba ron un dolor, y mi mamá es de las que llega de noche, ya que tiene muchas actividades en la iglesia trabajando. Me daba pena con Gelli porque mi mamá nunca estaba. Terminé de lavar tarde y le pregunto a mamá dónde está el Cola.ped. Le coloco sábila al niño, las pelo, las pongo en la nevera primero, y le fregué las sábilas. Le digo a Dayan que si le dolía mucho que lo llevaba al médico, me dijo “sóbame”. Al día siguiente nos despertamos al mediodía, el niño estaba con burbujitas y se quejó de que le dolía y me asusté y le pregunto a Yure que si sabe de un pediatra y me dice, “tranquila ya voy para allá, la sábila lo quema más”. Llegó con unas goticas, le doy cinco goticas, llamo a un taxi, no me contesta nadie, llamo a mi tía que tenía como un mes que no la veía, le pido que viniera rápido porque el niño estaba mal. Llegamos a emergencia. El bebé se quejaba. Estábamos esperando que bajara el doctor Barillas, al niño le colocan oxígeno y nos dicen que es una peritonitis, le mandaron a hacer todos los exámenes. El doctor dijo que era de operación, mi tía contestó, “que lo operen”, que si era por plata que no pararan. El niño estaba en la camilla, tiene dolor, lo veo que estaba botando espuma por la boca y le pregunto a Yure y contesta que es normal. Le digo al doctor por qué no lo atienden, al niño lo iban a sacar al hospital en una ambulancia, pero la ambulancia no tiene oxígeno y el doctor me dice “no hay problema”, porque era un paseíto. Cuando lo montan en la ambulancia el niño empieza a botar más espuma por la boca. El niño vomitó. Abren la ambulancia y lo bajan, y de allí no sé qué más pasó.
»Siempre estaba con el niño. A veces compartía con Miguel, un bebé que tiene 10 años, y con Norelys. Una vez Yure se quedo en mi casa porque era tarde, cuando pagaron los aguinaldos. El niño era hiperactivo e inteligente, cuando llevó la taza a la nevera se golpeo y tumbo los potes, y sí, él mismo se golpea. Él era blanquito y de nada se le hacían moraditos. El bebé no tenía moretones, el único en la frente y en la pierna. Ni en los brazos, ni en su cuerpo. A él le pegábamos, lo normal. No le vi el ano porque cuando le sobé la pierna tenía un bóxer.
»Yure no era amigo mío, era más amigo de Norelys —intenta aclarar Anney en su testimonio.
»Soy mujer, tenía relaciones sexuales con la madre del niño, vivíamos juntas. Una vez consumí droga en la casa de Norelys y me dieron ganas de vomitar, a veces muy raro tomo cerveza y fumo cigarrillos. Norelys Nieves es policía.
»Jamás sostuvimos relaciones homosexuales frente al niño. ¿Cómo pueden haber violado al niño, si siempre estaba conmigo? Él no tenía quemadura, la única fue la que le apareció en la clínica. Él caminaba un poco abierto y dice que solo le dolía la pierna. Él hacía pipí y pupú normal, nunca dijo, “me duele el rabito”. Nunca nada, no me lo explico. De ser yo, jamás en la vida, de ser la mamá tampoco.
»Cuando yo salía con mis amigas él se quedaba en la casa acostadito, no cargaba al niño para las fiestas.
»Quería mucho a Dayan. No sabía hablar cuando lo conocí. La madre no tenía con quien dejar el bebé, y siempre he estado con ella y el niño, casi cuatro años juntas. Ella vio quién era yo, y me confió su hijo.
»Mi mamá tampoco podía verle golpes a Dayan, usa lentes súper grandes, ella no está pendiente de cada cosa mía, lo único que hacía en la mañana era que dejaba el tetero hecho pero no lo cuidaba, pendiente de su iglesia, es maestra del niño en el colegio.
»Si el niño tenía una mordedura en su cuerpo fue que jugando lo mordí, y eso fue en Margarita. No me percaté de los hematomas en los dedos. Yo no bañaba al niño, él se vestía solo, no sé si se había tropezado.
»He llorado demasiado. Nadie sabe lo que uno tiene por dentro, a mí se me murió un hermano. El dolor de uno, solo lo sabe Dios», expresó en su interrogatorio Anney.
Jamás en su historia la plaza Bolívar de Guanare había reunido una multitud tan compleja. Gente que esperaba la marcha de los estudiantes y la alcaldía, y se mantenía a la expectativa de lo que ocurriría, con los señalados como responsables del asesinato y maltrato a un niño de 5 años. Entre muchos, estaban los vecinos de las casas de Anney y Doris, quienes silentes, con cabezas gachas, con cara de tristeza o culpa, solo alcanzaban a comentar ante el pertinaz interrogatorio de alguien que los reconocía, que nunca escucharon nada. Ni un llanto, ni un grito de dolor. Decían que sí, que les parecía extraño haber dejado de ver al niño, pero insistían: «nunca un llanto, nunca un grito».
Era lunes 5 de diciembre, día en que serían trasladados a tribunales los cinco detenidos: Anney, Gellinot, Doris, Valentina y Yure, acusados de homicidio, abuso sexual y lesiones graves contra Dayan González.
En esta ocasión los medios regionales sí habían informado con detalle sobre el hecho, finalmente.
La marcha había partido del edificio Rental, tomó la carrera 5a para dirigirse hasta la plaza Bolívar, desde donde siguió hasta la gobernación. Pero el mandatario regional, Wilmar Castro Soteldo, no estaba allí. La movilización continuó hasta la sede del Poder judicial. Sus consignas repetían: «no al maltrato infantil» y «no a la impunidad». En paralelo, los mensajes seguían circulando por las redes: «atentos que se nos van a ir», «el poder va a pretender liberar a Doris», «no dejen que los lleven a otro tribunal», «el gobierno va a intentar dejarlos en libertad», «no dejes que esas lacras se vayan». Sin embargo, al mediodía el ambiente en Guanare seguía siendo todavía pacifico.
Cuando la marcha llegó a la sede de los tribunales, quienes la encabezaban, entre ellos el alcalde Rafael Calles, exigieron la presencia de las autoridades judiciales. A la movilización se habían sumado tres autobuses de estudiantes de la Unellez. En el fragor de la espera de ser atendidos, se escuchó una consigna: «si los dejan en libertad, los matamos».
Los recibió el juez rector Osmiyer Rosales, quien aclaró que no se encargaba de la parte penal, pero que estaría atento a lo que ocurriera. «Les garantizo que se cumplirá el debido proceso. Hasta ahora no hemos tenido ningún tipo de presión».
El tribunal estaba fuertemente custodiado. Equipos antimotines de la Guardia Nacional del destacamento 41 y funcionarios de la policía local rodeaban el Palacio de Justicia. La tensión se había ido apoderando de Guanare.
Ya cerca de las 2 de la tarde un grupo había ejecutado daños materiales al portón y al tapasol de La Casa del Pastelito, propiedad de Doris Oropeza. La situación no pasó a mayores porque intervino la brigada motorizada de la policía.
A los manifestantes algo había tranquilizado la promesa del juez rector, pero la presión de los rumores fue calentando la situación.
El máximo esfuerzo de la gente era por lograr ver a los cinco detenidos. Todos se mantenían en alerta, suponiendo que iban a intentar trasladarlos a escondidas, para luego facilitar su fuga.
La audiencia se inició, cerca de las 2:30 de la tarde. Hora y media después, a las 4, fue sorpresiva y torpemente suspendida por 48 horas. El argumento: la ausencia de la defensa de una de las acusadas, Doris Oropeza, quien había designado un abogado que no aceptó, y requería que le fuese nombrado un defensor público. Este formalismo, que aplicó la juez temporal de Control 1o, Elker Torres, quien tenía poco tiempo en el cargo —venía de ser secretaria del tribunal— fue realizado por dos de las detenidas. El gesto de Anney y Gellinot chocando sus palmas con alegría, se filtró de inmediato por la mensajería y redes sociales.
A los cinco detenidos los trasladaron a los calabozos del Palacio de Justicia. Y un detalle escapó a las autoridades: desde la avenida, a través de unas pequeñas ventanas enrejadas, ubicadas un poco por encima del nivel del piso, se puede ver hacia el pasillo de los sótanos, donde los procesados son retenidos. Y aun cuando a los presos no se les puede llegar a observar, en ocasiones se escuchan sus voces, en especial, si gritan. En una ciudad tan tranquila como Guanare, nadie se hubiese alarmado por la posibilidad de que desde la calle se pudiese establecer comunicación con imputados. De hecho, es usual observar a familiares conversando, en voz muy alta, o amigos lanzando cigarrillos. Pero ese día, la gente desahogaba todo tipo de improperios hacia el sótano, y unas voces femeninas —se presume que de Anney y Gellinot— comenzaron a responder con igual fuerza y con rudas groserías. Retaron al pueblo.
Se formó una batalla campal. Un grupo comenzó a quemar basura. Los vidrios del Palacio de Justicia, nada preparados para manifestaciones, cayeron a las primeras pedradas. Algunos cuentan que en la confusión, o actuando como manifestantes, efectivos de la Guardia Nacional lanzaron lacrimógenas a los sótanos de los tribunales, donde estaban los detenidos. El edificio tuvo que ser desalojado.
Un primer mensaje corrió como por arte de magia: «quemen La Cobacha». Se referían a la discoteca, hasta hace poco propiedad de Mateo, el exesposo de Doris (la policía afirma que él sigue siendo el propietario), a la cual asistían los más prominentes personajes de la sociedad guanareña. Allí era frecuente encontrar a altos funcionarios de la policía del estado, algunos militares y variedad de jefes de entes públicos. Mucho se habló de un agasajo que había realizado Mateo para la celebración del Día del Policía. Comentario entre los periodistas fue que les había regalado celulares touch a los funcionarios. La Cobacha parecía intocable porque además está ubicada a 50 metros de la Comandancia de la Policía. Eso no frenó al pueblo.
Nadie intervino para detener a las masas enardecidas, a pesar de que los organismos de seguridad conocían, igual que el resto del pueblo, «la ruta de la venganza». Eran las 6:30 de la tarde.
Pero La Cobacha no era suficiente. A las 7:30 de la noche, la furia se consumó contra la tienda La Roca, una zapatería propiedad de una hermana de Mateo. La casa de Anney fue destrozada, y hasta a la residencia de Norelys, la inspector jefe de la policía, llegaron los daños. A La Casa del Pastelito la remataron, y la nueva sede que estaba montando Mateo como sucursal, y aún no había inaugurado, también. Pero caso especial para la poblada, fue la casa de Doris, no solo por ser la más lujosa, grande, con piscina, jacuzzi en el baño, parrillera, sino que la gente estaba convencida de que «el árabe tenía una caja fuerte». Nada quedó de pie. Nunca se encontró tal caja, aunque sí se llevaron, según Mateo, 70 mil euros y un kilo de oro.
Semanas después de los sucesos, el exesposo de Doris seguía indignado. Acusaba a los autores de la agresión, y a las autoridades, por igual. «Algunos funcionarios del gobierno propiciaron los saqueos, y otros no hicieron nada para impedirlo. Todo apuntaba a mí. Decían que yo había pagado 200 mil bolívares, y que ella (Doris) iba a salir en libertad. Gente que me tiene envidia, porque yo comencé lavando carros, vendiendo empanadas en la calle, y poco a poco me fui ganando la confianza, primero de Antonia Muñoz (exgobernadora), con mi empresa llamada Carconca, y después con el actual gobernador, Wilmar Castro», acusa Mateo.
«Me acabaron los dos negocios —continúa el comerciante La Casa del Pastelito y un negocio que iba a inaugurar en una semana, al que le había gastado mil 500 millones de bolívares, La Gran Casa del Pastelito. Un negocio mayor, ubicado al lado de la bomba Victoria. También lo volvieron un desastre. ¿Quién le va a responder a mi hermana y a mi cuñado, que le quitaron más de mil 500 millones, en la zapatería? ¿Y mi casa? Era la más lujosa. No lo digo por echarme, porque todo el mundo conoce que soy la persona más sencilla, pero llevaba años tallando esa madera porque yo soy carpintero. En las puertas estaban mis hijas labradas con la paloma de la paz. En la otra puerta, El Divino Niño. Mis ventanas y la cocina eran puro mármol y caoba. Tenía bibliotecas inmensas de caoba. Los televisores eran de última tecnología. Mi vida era trabajar por mis hijas porque ellas se lo merecen. La mayor estudiaba Odontología en San Juan de Los Morros y tuvo que retirarse mientras esto pasaba. La casa tenía lujos y las mejores comodidades, seguridad, todo lo que podía pedir un ser humano. Lo hice con sacrificio. Pero yo tengo en mi poder una investigación exhaustiva que voy a hacer llegar al ministro, en la que se demuestra que gente del CICPC, de la policía, del gobierno regional y nacional, están involucrados en esto que pasó. Son representantes del gobierno. Ellos tendrán que pagar».
Mateo no puede evitar defender con pasión a Doris:
«Yo estoy seguro, pongo las manos al fuego, por la inocencia de la mamá de mis hijas. Son 24 años conociéndola, aunque se han visto casos, no. Ella nunca llegó a ir a una discoteca, a una tasca, lo que hacía era trabajar, se paraba a las 5 y media de la mañana para ir al negocio hasta la 1 de la tarde cuando recogía a la niña, se iba a almorzar a la casa, ahí duraba hasta las 2:30 o 3, y de ahí salía a hacer compras, que la carne, que el pollo, todo para La Casa del Pastelito. Entonces, ¿de dónde sacó tiempo, para hacer ciertas cosas? Ella iba a la iglesia bautista. Mis dos hijas asisten a la iglesia y ella las acompañaba de vez en cuando. La mamá de Anney —¡esa sí que es una santa, Valentina!— es bautista desde hace como 15 años. En mi casa nunca había fiestas, ni bochinche. Ni siquiera se visitaban los vecinos. Yo tampoco, mi trabajo no me dejaba tiempo para nada, al final del día visitaba a mis hijas, me iba con mi cuñado para el club hasta las 11, 11:30. De hecho, soy una persona solitaria, no me pueden involucrar con nadie. Cuando me provocaba tomar, yo me iba para La Cobacha y me sentaba solo con una botella de whisky que terminaba y luego me encerraba, nunca en día de semana.
»No voy a decir que Doris, mi esposa, era una santa, pero era una mujer normal. A ella la detienen el viernes, cuando voluntariamente había ido a declarar. Yo la acompañé. Hasta yo declaré y decían que me iban a detener. ¿A mí? Como al mediodía, cuando iba a salir, me dicen: “ella tiene que estar ahí, adentro”. Yo me paro, ¡epa, comisario!, ¿qué está pasando aquí? ¿Ella está detenida o está como testigo? Dígame de una vez. “No, Mateo, eso lo va a decidir la fiscal ahora”. Y ahí viene la parte cruel. Yo veo dos muchachas marimachas que son policías, que se sientan ahí, porque las habían llamado a declarar. ¿Qué pasa en ese momento? Que duran horas buscando detener a mi esposa, para sacarme dinero. Porque de todos los que están ahí, el único que cuenta con recursos económicos, más o menos, soy yo. Les dicen a las muchachas (es un cuento que me echaron, aunque no tengo pruebas): “en el teléfono de la autora material, de la sobrina de la mujer, se consiguió un video donde ustedes se están metiendo droga en una fiesta de lesbianas”. Ahí aparecen las dos mujeres policías. Los funcionarios les dicen: “esta grabación se la vamos a dar al comandante de la policía. Ustedes van a estar botadas y presas, a menos que colaboren, para dejar detenida a la esposa de Mateo”. Las muchachas, ¿qué dicen?: “¡A nosotras qué nos importa, con tal que nos dejen sueltas!”. Y las muchachas declaran que vieron a la mamá de mis hijas pegarle al niño porque no quería comer. Y ahí también se inventan el cuento de que es lesbiana. Yo tengo 24 años con ella y no soy caído de la mata. Llega un emisario, que por seguridad no puedo decir quién es, y me dice: “Mateo, nosotros sabemos que tu esposa nada tiene que ver, pero para no hacerte gastar 5 mil millones de bolívares, consíguenos mil”. Un detective. Mil millones para no comprometerla a ella. Yo me niego, porque le digo a él, hermano, primero no los tengo, y segundo, ella no tiene nada que ver con eso, no les voy a dar ni medio. Hagan lo que les dé la gana», concluyó Mateo.
Transcurridos seis meses, en los organismos de investigación no se había recibido prueba o acusación alguna de Mateo contra funcionarios policiales por extorsión.
Por la explosión de Guanare, nadie fue investigado.
La noche del lunes, Guanare estaba vestida de fuego. En medio de la confusión y la anarquía, desde un vehículo habían disparado contra un grupo de manifestantes. Dos heridos y unos 30 detenidos, dejaron los disturbios. Los detenidos, en su mayoría estudiantes, fueron liberados en pocas horas. Pero ahora sí: la información no solo había sacudido al país; también había sido referencia obligada en las noticias internacionales.
Pocos durmieron en la ciudad que el martes, aletargada, amaneció custodiada en sus puntos más vulnerables por efectivos militares. Con celeridad, desde el Tribunal Supremo de Justicia se dio la orden de realizar la audiencia ese mismo día. Las clases habían sido suspendidas por 48 horas y los locales comerciales funcionaban a media máquina.
Y apareció la política. Los representantes del partido oficialista acusaron a la oposición de manejar las redes sociales y propiciar el caos. En el ojo del huracán estaba el gobernador Wilmar Castro Soteldo, quien con los directivos policiales en rueda de prensa, negó cualquier vinculación con los detenidos. Pero el mandatario no las tenía todas consigo. Honorio Pérez, representante del Movimiento Tupamaro, cercano al gobierno, aseguró que existían muchos indicios de que eran ciertos los rumores que por las redes sociales no dejaban claro qué relación tenía Castro Soteldo con una de las implicadas. La exgobernadora Antonia Muñoz, compañera de partido del mandatario regional, declaró que la inacción de los cuerpos de seguridad había permitido los actos vandálicos en Guanare.
Castro Soteldo huyó hacia delante y convocó a una movilización a través de «mujeres revolucionarias» para el viernes 9 de diciembre, en protesta por la muerte del niño y contra la violencia infantil.
Más allá de las 7 de la noche del martes, en la audiencia reanudada, el Ministerio Público solicitó el aplazamiento, para las 8:30 de la mañana del día siguiente, por la hora, según lo establece la Ley. Así se hizo. La causa No 1C-6830-11 continuó hasta mitad de la tarde del miércoles 7 de diciembre de 2011. A la cabeza, la juez temporal de Control 1o, Elker Torres Caldera. Los imputados: Anney del Carmen Montilla Oropeza, Valentina del Carmen Oropeza de Montilla, Yure Overdan Hernández Medina, Gellinot Rocirit González Quevedo y Doris Coromoto Oropeza de Akel. Los defensores públicos: Yaritza Rivas, Francisco Barrios, Omaira Rodríguez, Paul Abreu Briceño, y el defensor privado Magdiel Hernández. Los fiscales Sexto del Ministerio Público, Apolonio Cordero y Simara López. El fiscal 20 de competencia nacional, Daniel Guédez.
Los delitos: homicidio intencional calificado por alevosía, trato cruel, lesiones personales graves y abuso sexual.
Decisión: se ratifica medida privativa de libertad para los cinco imputados.
El comisario Arias y la patóloga Pagliaro, a pesar de que intuían la explosión del pueblo, presenciaron conmocionados los sucesos de Guanare. La comunicación con sus fuentes en los organismos de seguridad se bloqueó durante 24 horas. Impávidos ante la violencia, decidieron monitorear los hechos desde la residencia de una juez amiga.
—Los saqueos fueron selectivos en las casas y locales comerciales vinculados con los imputados —analizó el comisario—. Lo que quedó claro, es que los organismos de seguridad nada hicieron para impedirlos. O porque se sintieron desbordados, o porque en el fondo ellos compartían el sentimiento de la gente.
—Es que todo el pueblo, y esto incluye a las fuerzas del orden, conocían la ruta de los lugares que iban a ser destruidos. Eso nos consta —precisó Pagliaro—. ¿Qué más irá a suceder?
—Al pueblo le ha tranquilizado conocer que los cinco imputados serán llevados a juicio. Lo más importante ahora es que ese proceso sea llevado con justicia y con transparencia y que mantengan a los ciudadanos informados. Fue un grave error el silencio, en especial en este pueblo tan dolido por lo que le hicieron a Dayan —reflexionó el comisario.
—La transparencia —repitió Pagliaro—, todavía siento que hay cabos sueltos.
—Y nosotros tenemos trabajo por delante. ¿Tendrás alguna bebida fuerte, por ahí? —le solicitó Arias a su amiga juez—. Intentemos pasar este mal trago, con uno bueno.