15. ¿SABES DE QUÉ VA?

Terri Verás, Stuart y yo nos entendíamos bastante bien. Reñíamos por un par de cosas, como las vacaciones: él nunca quería tomarlas, y cuando lo hacía no sabía estar sin hacer nada. No he visto nunca a nadie tan infeliz como Stuart en una playa. Pero era un hombre generoso, le divertía comprarme cosas, vivíamos bien, teníamos amigos que venían a vernos. Podríamos haber seguido casados: cielo santo, gente en peor situación que la nuestra sigue casada y no piensa que algo vaya mal.

Supongo que convendríamos en que la cosa empezó a disolverse el día en que estuvimos dieciocho minutos con la terapeuta. Pero discreparíamos respecto al porqué. Y no vamos a ir a ningún terapeuta para analizar esa discrepancia. Tampoco tuvimos que analizarla ante el juez. Los dos queríamos el divorcio, no había hijos, Stuart era generoso, como he dicho. ¿Por qué tomarse la molestia de repartir la verdad al igual que los bienes? Conque ahí sigue esa desavenencia nuestra, esa discrepancia respecto a la verdad. Ahí sigue como un pedazo de chatarra en el fondo del océano. Ya sabes: estás nadando, hace un día precioso, el agua es cristalina, eres feliz y lo único que alcanzas a ver es ese montón de chatarra que se oxida en el fondo. El hogar de un puñado de cangrejos. Es lo único que ves.

Stuart ¿Terri? ¿Me sigues preguntando acerca de Terri? Mira, esa historia es agua pasada para mí, se acabó para siempre. Te diré lo siguiente: expongo mi caso para que conste en acta y lo dejo así. Si no me crees, tanto peor. O sea: mi relato no es negociable.

Muy bien, así que empezamos a vivir juntos, nos casamos, Terri al principio no quería hijos, pero no había problema. Nos entendíamos, lo pasábamos bien, hacíamos jogging juntos. Luego…, bueno, digámoslo así. Por alguna razón, Terri estaba obsesionada por Gillian. Hacia esa época decidió también —y me lo dejó bien claro— que nunca había querido tener hijos conmigo. ¿Y qué se puede hacer en ese caso? Si alguno de los dos necesitaba un terapeuta, era ella. Pero el problema era irremediable. Nunca podría ser lo que yo consideraba un matrimonio completo. Por tanto nos separamos. Más tarde nos divorciamos. Fue doloroso, pero queríamos cosas distintas del matrimonio, y en cuanto reconoces esto ya es hora de dejarlo, ¿verdad? Fin de la historia.

Terri «Mi relato no es negociable». ¿De verdad dijo eso? ¿Soy yo el problema, soy hipersensible, o esto parece tan frío como diez grados bajo cero? Los términos de un negocio pueden no ser negociables, la política exterior norteamericana puede no ser negociable, pero aquí estamos hablando de relaciones humanas, Stuart, ¿o no te has dado cuenta?

Es un hecho. Stuart fue profundamente maltratado por su primera mujer. Estaba herido, dolido como no sabía que se pudiese estar. Le hizo pasar un mal trago, dejándole en la estacada para irse con su mejor amigo. Stuart tardó mucho tiempo en volver a confiar. Otro hecho. Conmigo, volvió a aprender a tener confianza. Otro hecho. El simple hecho de que algunos te hayan maltratado no significa que dejes de pensar en ellos. Normalmente es al revés. Como en el caso de que te obsesionen. Otro hecho más. Stuart había hablado de hijos cuando nos casamos, y yo le dije que no estaba preparada y él dijo que daba igual, que disponíamos de todo el tiempo del mundo. Un hecho. Stuart no volvió a hablar del tema hasta la semana después de nuestra visita frustrada a la terapeuta.

Ahora bien, esta siguiente parte no es un hecho, sino mi opinión ponderada, que concebí de golpe un día, y todo en mi interior lo confirmaba, cada instinto, cada región de mi cerebro, cada momento de observación, cada forma de mirar al pasado. ¿Recuerdas lo que estaba diciendo sobre las mentiras francas al principio de una relación? Y la que dijo Stuart, la más grande de todas fue: «Quiero tener hijos contigo.» ¿Sabes por qué es mentira? Porque la verdad, que me costó tres años de matrimonio averiguar, es la siguiente: lo que Stuart quería, lo que quería que yo tuviese no eran mis hijos sino los de Gillian. ¿No lo ves?

Eh, Stuart, esto, en cambio, no es negociable.

Gillian ¿Sabes lo que le pasa a Oliver?

Volvió de Lincolnshire de un humor de perros. Sophie corrió a la puerta y lo siguiente que oí fue a Oliver subiendo a toda prisa la escalera. Sophie volvió y dijo: «Papá está de mal humor.»

Los humores de la gente. ¿Cómo reaccionas ante ellos? No soy terapeuta y tampoco valdría de mucho si lo fuera. Lo único que puedo hacer es lo que siempre he hecho: actúo con naturalidad, me mantengo lo más alegre posible, y si Oliver no aguanta mi talante, lo siento pero tendrá que apechugar con el suyo. No soy —¿cómo es esa palabra horrible?— beligerante. Pregunto y escucho si me lo piden y cuando me lo piden. Estoy a su disposición si él me necesita. Por otra parte, no soy una enfermera ni tampoco una madre, salvo con mis hijas.

Cuando bajó le pregunté qué tal había pasado el día.

—Zanahorias. Puerros. Patos.

Le pregunté por el tráfico.

—La autopista estaba llena de cobardes, panolis e impostores.

Así que hice un último intento de normalidad. Le llevé a ver las estanterías que había puesto Stuart. Las miró durante un largo rato, escudriñándolas desde muy cerca, retrocediendo como si estuviese en la National Gallery, dando golpecitos con los nudillos en la madera, contorsionándose para ver cómo estaban sujetas a la pared, jugueteando con un nivel de aire que Stuart se había dejado. Era un numerito típico, aunque un poquito más exagerado que de costumbre.

—No están pintadas —dije para llenar el silencio.

—Yo nunca me habría dado cuenta.

—Stuart ha pensado que a lo mejor querías pintarlas tú mismo.

—Bien por Stuart.

No sirvo para esta clase de conversación, como te puedes imaginar. Cuanto más mayor me hago, más quiero que la gente vaya directamente al grano.

—¿Qué te parecen, entonces, Oliver?

—¿Qué me parecen? —Hizo de nuevo la escena de las piernas separadas, barbilla sobre el puño, rascado de cabeza de museo de arte—. Creo que está perfecto lo que vosotros dos habéis cocinado juntos, eso me parece.

Le dejé plantado. Me fui a la cama. Oliver durmió en la habitación de invitados. A veces ocurre eso. Si las niñas lo advierten, les decimos que papá se quedó a trabajar hasta tarde y que no quiso molestar a mamá cuando fue a acostarse.

Stuart Tropecé con Oliver en el patio. Inmediatamente depositó en el suelo una bandeja de escarolas y ejecutó una pantomima de complejas reverencias y ademanes de rascarse. Se enrolló en un dedo la punta de un pañuelo de tal modo que la parte restante casi me ondeaba delante de las narices. Estaba claro que lo hacía para recordarme algo.

—Oliver —le pregunté—, ¿a quién estás imitando?

—A tu criado —contestó.

—¿Por qué?

—¡Ajá! —exclamó torciendo la mitad de la cara en una mueca y dándose unos toques en el costado de la nariz con un dedo—. Recuerda siempre que ningún hombre es un héroe para su criado.

—Probablemente eso es cierto —respondí—. Pero puesto que en realidad nadie tiene ya criados, me parece un aforismo más bien extemporáneo.

Oliver Antaño, antes de que mi amo me rescatase, caí bajo. Vendía toallas de playa y guantes de horno que sacaba de pilas de cajas de plástico. Fui vendedor a domicilio de una empresa de alquiler de vídeos que tal vez no fuese estrictamente kosher. Metía folletos en los buzones. Incluido el mío. Lo cual no era tan onanista como parece. Comprendí que si, con un infame giro del hombro para ocultar el acto, colaba cincuenta o más folletos chillones por debajo de mi felpudo, era improbable que el dueño protestase, y la carga de repente se hacía más liviana. Una vez cursé a través del conducto de ventilación de chez moi un supuesto fajo supernumerario de las cenas especiales que ofrecía los martes la Estrella de Bengala, que están tan orgullosos de sus instalaciones como de su servicio de entrega a domicilio («Curry corriendo»), y al día siguiente me aproveché de dicha oferta y me fundí mi mísero sueldo escoltando a mi Meilleure Demie al Especial Luz de Vela. Recuerdo que nos beneficiamos del plato de verduras gratuito por cada consumición superior a diez libras.

Stuart afirmaría sin duda que me estaban impartiendo una lección elemental en las laderas germinales del capitalismo de riesgo. Curioso que yo me sintiera, más bien, como un desprotegido esclavo del salario al que le explota un gran miserable.

Plus ça change, ¿eh?

Gillian Podrías tomarlo como una traición. Seguramente Oliver lo haría. Pero tuve una súbita visión retrospectiva de cuando sufrió su depresión. De modo que telefoneé a Stuart a su oficina y le dije que estaba preocupada porque Oliver trabajaba demasiado. Hubo un silencio, seguido de una risa sorprendentemente áspera y de un nuevo silencio. Por fin, Stuart dijo: «En mi opinión, Oliver cree que cualquier trabajo es trabajar demasiado.» Dio la impresión de que realmente despreciara a Oliver y a mí también por ser la mujercita que llama al jefe para hablar de su marido. El también hizo de jefe: no de viejo amigo —y ex marido—, sino de empresario y de casero. Luego se repuso y empezó a preguntar por las niñas y todo volvió a la normalidad.

Probablemente no soy la persona adecuada para tratar con un depresivo. Pero no es culpa mía, ¿no?

Oliver Por cierto, no era de un sabio teutónico. La frase sobre criados y héroes. Era de madame Cornuel. ¿Has oído hablar de ella? No, yo tampoco. Lo he consultado. «Una bourgeoise famosa por su mordacidad», leí. «A su salon afluían hombres de letras a fines del siglo XVII». Ah, pero ¿por qué acordarse de ella? Stuart ha dictaminado que su lucidez es «extemporánea». Borrémosla de la memoria, eliminemos su única aportación al diccionario de citas, «puesto que nadie tiene ya criados».

Ellie No es que yo quiera «llegar a algo». Así hablan los padres.

Es sólo que está perfectamente claro que «no voy a ninguna parte». Así también hablan los padres. Por supuesto.

Disfruta el instante. Lo hago. Prueba cosas distintas. Pruebo. No te ates. No me ato. Sólo se es joven una vez. Lo sé. Goza tu libertad. Lo intento.

Así que no vale la pena. ¿Qué le dije a Oliver cuando trató de liarme con Stuart? Le dije que los divorciados de mediana edad no eran mi debilidad. Ni los divorciados dos veces, como resultó ser él. Y no lo son.

Mira, no estoy enamorada de Stuart. Ni es probable que lo esté. Voy a su casa una vez por semana, una vez cada diez días. Sigue tan desnuda y sin decorar como al principio. Solemos ir a cenar, tomamos una buena botella de vino. Después volvemos al piso y a veces me quedo a dormir con él, a veces echamos un polvo rápido y luego me marcho, y otras veces ni siquiera eso. ¿Ves? No es un gran problema. No es una relación que cueste mantener.

Sólo que si yo estuviese interesada, muy interesada, sé que iba a sufrir. Y me jode cantidad pensarlo. Tendría que estar contenta, ¿no? Pero no lo estoy. Con él estoy jodida de verdad.

¿Sabes lo que pasa? O sea, a mí me parece obvio. Tan obvio como… bueno, el hecho de que su piso esté completamente desnudo, salvo por los montones de camisas y de cacharros que deja para la mujer de la limpieza, y una de las razones de que esté tan desnudo es que se pasa el día en St. Dunstan’s Road poniendo estanterías y demás.

Los adultos son una mierda, ¿vale?

Sophie Mamá está rarísima últimamente. Mirando por la ventana, como dije. Se olvida de que tenemos música los martes. Creo que está preocupada por papá. Tiene miedo de que otra vez pille un muermo.

Procuré pensar en algo que la animase. Conque le dije: «Mami, si a papá le ocurriese algo, siempre podrías casarte con Stuart.» A mí me parecía una idea sensata, ya que tiene mogollón de dinero y nosotros siempre andamos pelados.

Mami simplemente me miró y salió corriendo del cuarto. Al cabo de un rato volvió y vi que había estado llorando. Y puso esa cara que significa que vamos a tener una charla en serio sobre alguna cosa.

Luego me dijo algo que no me había dicho nunca. Que Stuart y ella estuvieron casados antes de que ella se casara con papá.

Lo pensé un poco.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Bueno, pensábamos decírtelo si lo preguntabas.

Eso no es una respuesta, ¿eh? Es como decir, por ejemplo, ¿oh, mami, alguna vez papá ha estado casado con la princesa Di? Ahora ya sé que tengo que preguntar para que me digan algo.

Lo pensé un poco más y parecía evidente, en realidad.

—¿O sea que estás tratando de decirme que Stuart es mi verdadero padre?

¿Lo adivinas? Un torrente de lágrimas. Abrazos. Me dijo que no era cierto en absoluto. ¿Conoces esa forma que mamá tiene de decir: «No es cierto en absoluto»?

¿Por qué no nos dijo que Stuart y ella estuvieron casados? A no ser que, por algún motivo, hubiese un secreto. ¿Qué otra cosa puede ser?

Dijo que yo no debía decírselo a Marie. Quizá estén esperando a que ella pregunte.

—Bueno —dije, procurando ser juiciosa—, me figuro que siempre podrías volver a casarte con él.

Mami dijo que tampoco esto debía decírselo a nadie.

Pero yo pregunté. ¿No te acuerdas? Esa noche papá volvió a casa borracho. Pregunté quién era Stuart y mamá dijo que no era más que un simple conocido. Podrían habérmelo dicho entonces, ¿no?

Stuart ¿No están llenos actualmente los periódicos de historias horribles? ¿Viste el otro día aquel caso de un hombre que había sufrido abusos sexuales en un hospicio hace muchísimos años? Es terrible traicionar la confianza, ¿verdad? Y luego pasa el tiempo, y las cosas no mejoran. Aquel chico creció, intentó olvidarlo, no pudo y veinte años después rastreó el paradero del… cuidador que le había hecho aquello. El tipo tenía por entonces unos sesenta años, así que en cierto modo los papeles se habían invertido: estaba a la merced de alguien más fuerte, como lo había estado el chico todos aquellos años antes.

Conque se dio a conocer a su violador, se lo llevó en su coche y lo despeñó por un acantilado. No, esto resulta demasiado limpio. Primero le obliga a rezar. Qué interesante, ¿verdad? Le deja que se arrodille y rece. Posteriormente dijo a la policía que le habría perdonado si él hubiese rezado por sus víctimas, pero lo único que hizo fue rezar por él mismo. Entonces arrastró al anciano hasta la cima del acantilado y lo tiró a patadas. Eso es lo que dijo, que lo despeñó a patadas. Dijo a la policía que podía enseñarles las marcas de los patinazos donde su víctima había tratado de agarrarse al suelo. No encontraron piel ni pelo del cuerpo. No, no es así, precisamente encontraron pelo a medio camino del acantilado. Una bufanda de fútbol con pelos grises adheridos a ella. Era una bufanda de Portsmouth, me acordaré siempre. Azul y blanca. Portsmouth.

Es una historia terrible, ¿verdad? Y todavía lo es más si piensas que el asesino debió de considerar que su acción era justa. En cualquier caso, era menos de lo que el viejo merecía. En todo caso, probablemente pensó que le arrojaría al vacío suavemente.

La otra cosa que recuerdo es que dijo a la policía que le sorprendió la calma que sintió después. Dijo que se había ido a su casa, se había preparado una taza de té y había dormido perfectamente.

Oliver Otra cosa. El nivel de burbuja de míster Cherrybum. Lo miré y pensé: Esto es lo que todos necesitamos. Algo con que medir el nivel de nuestro espíritu.[15] Ponlo sobre el alma humana / y, cuando sube o baja, / la burbuja te dirá en el medio / si estás alegre o serio.