Stuart ¡Hola!
Nos conocemos. Stuart. Stuart Hughes.
Sí, estoy seguro. Segurísimo. Hará unos diez años.
Está bien; sucede. No hace falta que finjas. Pero lo cierto es que me acuerdo de ti. Yo sí me acuerdo de ti. Difícil que olvidara, ¿no? Un poco más de diez años, ahora que lo pienso.
Bueno, he cambiado. Claro. Para empezar, tengo el pelo canoso. Ya ni siquiera puedo decir entrecano, ¿eh?
Ah, y por cierto, tú también has cambiado. Probablemente piensas que estás casi igual que entonces. Pues no, créeme.
Oliver ¿Qué es ese gorjeo amigable en el catre de pajeo que hay al lado, ese resoplar y piafar que se oye en el establo acolchado? ¿Podría ser mi caro y viejo —viejo en el sentido de antiguo— amigo Stuart?
«Me acuerdo de ti.» Qué típico de Stuart. Es de un estilo tan viejo, tan anticuado, que le gustan esas canciones horteras que en realidad son más antiguas que él. Quiero decir que una cosa es estar colgado de música barata, sincrónica con la hinchazón primaria de tus órganos libidinosos, ya sea Randy Newman o Luigi Nono. Pero estar colgado de las tonadillas pegadizas de una generación anterior, eso es tan propio, tan conmovedoramente propio de Stuart, ¿no crees?
Deja esa expresión perpleja. Frank Ifield. «Me acuerdo de ti.» O, mejor dicho, Me acuerdooo, / tú eres en mis recuerdos / el que hizo realidad mis sueños. ¿Sí? 1962. ¿Aquel australiano que cantaba en falsete con el sobretodo de piel de borrego? En efecto. El mismísimo. Y qué paradoja sociológica tuvo que haber sido. Sin ánimo de faltar, por supuesto, a nuestros bronceados primos de Bondi.[1] En la reverencia aduladora que hace el mundo ante cada subgrupo cultural, no digamos que tengo algo per se en contra de un cantante australiano. Tú podrías ser uno. Si te pinchan, ¿no cantas en falsete? En cuyo caso, yo te dedicaría una mirada franca y te estrecharía la mano sin discriminarte. Te admitiría en la hermandad humana. Así como al jugador de criquet suizo.
Y si, por algún feliz antojo, eres de verdad un jugador de criquet suizo, un producto derivado del Oberland de Berna, entonces permíteme que te diga, simplemente: 1962 fue justo el año de la primera revolución de los Beatles a cuarenta y cinco revoluciones por minuto, y Stuart canta Frank Ifield. A las pruebas me remito.
A todo esto, soy Oliver. Sí, ya sé que lo sabes. He visto que te acordabas de mí.
Gillian Gillian. Puede que me recuerdes o puede que no. ¿Algún problema al respecto?
Lo que tienes que entender es que Stuart quiere gustarte, necesita gustarte, mientras que Oliver tiene una cierta dificultad en imaginar que no te gusta. Me estás mirando con una expresión escéptica. Pero lo cierto es que a lo largo de los años he visto a gente cogerle manía a Oliver y caer bajo su hechizo casi al mismo tiempo. Claro que ha habido excepciones. Pero estás avisado.
¿Y yo? Bueno, preferiría gustarte a lo contrario, pero es normal, ¿no? Depende de quién seas, por supuesto.
Stuart No me refería para nada a la canción.
Gillian Mira, en realidad no tengo tiempo. Hoy Sophie tiene clase de música. Pero siempre he considerado que Stuart y Oliver eran polos opuestos de algo…, en lo relativo a madurar, quizá. Stuart creía que hacerse mayor consistía en integrarse, en gustar a la gente, en convertirse en un miembro de la sociedad. Oliver no tenía ese problema, siempre ha tenido más confianza en sí mismo. ¿Cómo se llaman esas plantas que giran siguiendo al sol? Helionosequé. Así era Stuart. Mientras que Oliver…
Oliver … era le roi soleil, ¿verdad? El piropo conyugal más bonito que me ha hecho en tiempo. Me han llamado algunas cosas en esta brizna sublunar que lleva el nombre de vida, pero Rey Sol es algo nuevo. Febos. Fo-Fe-Fo-Fumbus…
Gillian … trópico. Heliotrópico, es la palabra.
Oliver ¿Has notado ese cambio en Gillian? ¿La manera en que clasifica a la gente en categorías? Probablemente es su sangre francesa. Es medio francesa, ¿te acuerdas? Por parte de madre: eso debería significar, lógicamente, que tiene una cuarta parte de sangre francesa, ¿no crees? Pero, como han advertido todos los grandes moralistas y filósofos, ¿qué tiene que ver la lógica con la vida?
Ahora bien, si Stuart hubiera sido medio francés, en 1962 habría estado silbando la versión gala que hizo Johnny Hallyday de «Let’s Twist Again». Vaya idea, ¿eh? Un pensée mordaz. Hallyday era medio belga. Por parte de padre.
Stuart En 1962 yo tenía cuatro años. Lo digo para que conste.
Gillian En realidad, no creo que yo clasifique a la gente en categorías. Es sólo que si hay dos personas a las que conozco bien, son Stuart y Oliver. Después de todo, he estado casada con los dos.
Stuart Lógico. ¿Ha empleado alguien la palabra? Ya os daré yo lógica. ¡Te vas y la gente piensa que sigues siendo el mismo! Es el peor ejemplo de lógica que he visto en años.
Oliver No desprecies a les belges, a todo esto. Cuando uno de esos patriotas desenfadados se levanta de la mesa y dice: «Díganme seis belgas famosos», yo soy el que levanta la mano. Sin que me arredre lo de: «Aparte de Simenon.»
Puede que no tenga nada que ver con el hecho de que Gillian sea francesa. Podría ser la edad. Un proceso que les acontece a algunos, aunque no necesariamente nos ocurre a todos. Con Gill el tren está llegando a la estación más o menos a tiempo, con el vapor que activa su amado silbato y la caldera un poco caliente y desganada. Pero pregúntate cuándo se convirtió en adulto Stuart y el único campo de debate es si fue antes o después de que le bajaran los testículos. ¿Has visto esa foto suya en el cochecito, con un conjunto de tres piezas y pañales de raya diplomática?
¿Y Oliver? Oliver decidió hace mucho —no, sabía instintivamente— que la edad madura era un estado indigno, déclassé y, por lo general, una minusvalía. Oliver planea reducir la madurez a una única tarde tumbado en la cama con migraña. Cree en la juventud y cree en la sabiduría, y se propone pasar de la juventud lúcida a la lucidez joven con ayuda de un puñado de paracetamol y un antifaz de alguna exótica compañía aérea.
Stuart Alguien señaló una vez que se reconoce a un egomaníaco absoluto por el modo en que habla de sí mismo en tercera persona. Ni la realeza utiliza ya el plural mayestático. Pero hay deportistas y estrellas del rock que hablan así de sí mismos, como si fuese normal. ¿Lo has notado? A Bobby tal-y-cual le acusan de engaño, de trampear un penalti o cosas así, y él contesta: «No, Bobby tal-y-cual no haría semejante cosa.» Como si fuese un personaje distinto, y que se llama igual, el que recibe las críticas o asume la responsabilidad.
Lo cual, por cierto, no es el caso de Oliver. No se podría decir exactamente que sea famoso, ¿eh? Pero habla de sí mismo como «Oliver», como si hubiese ganado una medalla de oro olímpica. O como un esquizofrénico, supongo.
Oliver ¿Qué opináis de la reestructuración de la deuda norte-sur? ¿De las perspectivas futuras del euro? ¿De la sonrisa en la cara de las economías asiáticas? ¿Han exorcizado los mercaderes del metal el fantasma del miedo al colapso? Estoy seguro de que Stuart tiene opiniones sólidas y robustas sobre estas materias. No será tan grave como ciertamente grávido. Te apuesto seis belgas famosos a que no conoce la diferencia entre las dos palabras. Es la clase de persona que espera que la palabra grávido vaya seguida de laxo, besugo que es. Un dechado de probidad, y todo eso. ¿Pero no le falta, digamos, una pizca de ironía?
Gillian Oye, parad el carro los dos. Ya basta. Esto no marcha.
¿Qué impresión creéis que estáis dando?
Oliver ¿Qué te había dicho? El tren está llegando a la estación, chu chu, paf paf…
Gillian Si empezamos otra vez con eso, hay que jugar respetando las reglas. No hablando entre nosotros. De todos modos, ¿quién va a llevar a Sophie a la clase de música?
Oliver Gillian, por si no lo sabes, es una representante honoraria de «los cabalistas».
Stuart ¿Te gusta el cerdo? ¿El de verdad, el que sabe a cerdo? ¿Eres o no partidario de la modificación genética?
Oliver ¿Seis, aparte de Simenon? Está tirado. Magritte, César Frank, Maeterlinck, Jacques Brel, Delvaux y Hergé, creador de Tintín. Más cincuenta por ciento de Johnny Halliday, añado de pourboire.
Gillian ¡Basta! Sois a cual peor. Nadie sabe de qué estáis hablando. Escuchad, creo que habría que explicar cosas.
Stuart A cual peor. Eso está por ver, creo. En las circunstancias actuales.
Muy bien, me gustaría explicar algo. Frank Ifield, en realidad, no era australiano. Puede que viviese allí, pero nació en Inglaterra. En Coventry, para que lo sepáis. Además, ya que hablamos del tema, «I Remember You»,[2] para ser exactos, era una canción de Johnny Mercer escrita veinte años antes. ¿Por qué los esnobs de la cultura desprecian siempre las cosas que ignoran por completo?
Oliver ¿Explicar cosas? ¿No podemos dejarlo hasta que lleguemos al Dies Irae, hasta que un pandemónium con una polla de hidra nos azuce con su varilla de medir el aceite y un lagarto con cabeza de murciélago nos enrolle las tripas sobre un cabrestante? ¿Explicar cosas? ¿De verdad crees que debemos? Esto no es un programa de televisión diurno, y mucho menos el senado romano. Oh, muy bien, vale. Yo empiezo.
Stuart No veo por qué debe empezar él. Es absolutamente típico de Oliver. Además, toda la gente del márketing sabe que la primera historia es siempre la que se queda grabada en la mente.
Oliver Pido prime. Prime, prime, prime.
Gillian Oliver, tienes cuarenta y dos años. No puedes decir «prime».
Oliver Pues no me sonrías así. Prime. Prime, prime, prime y más prime. Anda, ríete. Sé que quieres. Por favor. Porfa.
Stuart Si no hay alternativa, prefiero ser un hombre maduro. Oficial u oficiosamente.
Oliver ¡Ah, el márketing! Mi eterno talón de Aquiles. Muy bien, Stuart puede empezar si quiere, tanteando la primera curva con el bastón de la verdad en la mano. ¡Que no se te caiga, bebé Stu! Y no te salgas de tu carril. No querrás que nos descalifiquen a todos. No tan pronto.
Me da igual que empiece él. Sólo pido una cosa, no por egomanía, interés personal o márketing, sino por decoro, por arte y por un horror general a lo vulgar. Por favor, no llames al siguiente extracto «La historia hasta ahora». No, por favor. Por favor. ¿Porfa?