Capítulo 31

A primera hora de la mañana del día siguiente, Maya trepó al tejado del antiguo hospital para caballos, en el centro del mercado de Camden. Los caballos y el matadero habían desaparecido a finales de la era victoriana, y el edificio de dos plantas estaba ocupado por tiendas que vendían jabón natural y alfombras tibetanas. Nadie se fijó en ella mientras permaneció de pie junto a la veleta con la silueta de un caballo a galope.

Desde allí observó a Hollis cruzar el mercado y entrar en el túnel de ladrillo que conducía a las catacumbas. Linden había pasado la noche en la tienda de instrumentos de percusión, y Hollis tenía que avisarla cuando el Arlequín francés saliera del apartamento secreto.

Había pasado las últimas veinticuatro horas yendo de un lado a otro de Londres. Cuando el incendio en Vine House, ayudó a Jugger y a sus amigos a salir del jardín trasero. Luego, los cuatro tomaron un taxi cerca de Vauxhall Bridge que los llevó hasta un apartamento vacío en Chiswick, propiedad del hermano de Roland. Los free runners estaban acostumbrados a vivir fuera de la Red, y los tres prometieron a Maya que permanecerían ocultos hasta que las autoridades dejaran de investigar la muerte de los dos cadáveres de la furgoneta de la floristería.

Gabriel había dicho a Jugger que se alojaba en una tienda de instrumentos de percusión del mercado de Camden, de modo que Maya supuso que Linden y Madre Bendita lo estaban protegiendo. Pasó el resto del día vigilando la entrada de las catacumbas, hasta que Hollis llegó a la tienda. Madre Bendita la habría matado por aquel acto de desobediencia, pero Hollis era un amigo. El podría organizar las cosas para que Maya pudiera ver a Gabriel sin correr peligro.

Estaba de pie en el tejado cuando Linden salió del túnel de ladrillo. El Arlequín, con la espada en el estuche metálico colgada al hombro, fue a desayunar a un café con vistas al canal. Diez minutos más tarde, Hollis salió del túnel e hizo una seña a Maya. Despejado.

Hollis la guió entre los instrumentos y las tallas de madera hasta la pequeña y lóbrega habitación en la que yacía el cuerpo del Viajero. Maya se arrodilló junto a la cama y tomó la mano de Gabriel. Sabía que estaba vivo, pero eso no le impedía sentirse como una viuda que acariciara a su marido muerto. En la isla había visto el libro de san Columba y estudiado sus ilustraciones del infierno. No le cabía la menor duda de que Gabriel había ido allí en busca de su padre.

Ninguna de las habilidades que Thorn y el resto de los Arlequines le habían enseñado, le servían en ese momento. No había nadie contra quien luchar, ningún castillo con murallas y puertas de hierro. Habría hecho cualquier sacrificio con tal de salvar a Gabriel, pero no podía hacer nada.

La puerta de acero del apartamento rechinó al abrirse. Hollis parecía sorprendido.

—¿Eres tú, Winston? —preguntó.

Maya se alejó de la cama y desenfundó su pistola. Silencio. Linden apareció entonces en el umbral. El hombretón tenía las manos en los bolsillos y sonreía.

—¿Vas a dispararme, Maya? Recuerda siempre que hay que apuntar un poco hacia abajo. Cuando uno está nervioso, tiende a disparar demasiado alto.

—No sabíamos quién había entrado. —Maya guardó el revólver.

—Pensé que tal vez vendrías. Madre Bendita me contó que tienes un attachement sentimental con Gabriel Corrigan. Cuando desconectaste el teléfono vía satélite, comprendí que probablemente te habías marchado de la isla.

—¿Se lo has dicho a Madre Bendita?

—No. Ya se enfadará bastante cuando llegue a Skellig Columba y vea que a Matthew Corrigan solo lo protegen una joven estadounidense y unas cuantas monjas.

—Tenía que ver a Gabriel.

—¿Y ha valido la pena? —Linden se sentó a horcajadas en la única silla que había en el cuarto—. Está tan perdido como su padre. Aquí no hay nada salvo un cascarón vacío.

—Estoy decidida a salvar a Gabriel —dijo Maya—. Solo necesito hallar la forma de hacerlo.

—Eso es imposible. Se ha marchado, ha desaparecido.

Maya reflexionó un instante antes de hablar.

—Tengo que hablar con alguien que sepa todo lo que se puede saber acerca de los distintos dominios. ¿Conoces a alguien así en este país?

—Eso no nos concierne, Maya. Nuestras leyes dicen que los Arlequines solo protegemos a los Viajeros en este mundo.

—Nuestras leyes me importan un bledo. «Cultiva la imprevisibilidad». ¿No es eso lo que escribió Sparrow? Quizá haya llegado el momento de hacer algo diferente. Nuestra estrategia no está funcionando.

—Maya tiene razón, Linden —intervino Hollis por primera vez—. En estos momentos, Michael Corrigan es el único Viajero que está en el mundo, y se ha puesto al servicio de la Tabula.

—Ayúdame, Linden, por favor —rogó Maya—. Lo único que necesito es un nombre.

El Arlequín francés se levantó y se dispuso a marcharse. Cuando llegó a la puerta, se detuvo y vaciló, como un hombre que intenta encontrar el camino en la oscuridad.

—En Europa hay varios expertos en el tema de los dominios, pero solo hay una persona en la que podamos confiar. Era amigo de tu padre y, por lo que sé, sigue viviendo en Roma.

—Mi padre nunca tuvo amigos, lo sabes tan bien como yo.

—Tal vez, pero esa fue la palabra que Thorn utilizó —dijo Linden—. Deberías viajar a Roma y comprobarlo por ti misma.