Capítulo 14

Maya caminó por East Tremont y giró en Puritan Avenue. Justo al otro lado de la calle se hallaba su escondite: el Tabernáculo del Bronx de la Divina Iglesia de Isaac T. Jones. Vicki Fraser se había puesto en contacto con el párroco, y este había permitido que los fugitivos permanecieran en la iglesia hasta que idearan un nuevo plan.

A pesar de que Maya habría preferido salir de Nueva York, la zona de East Tremont del Bronx era mucho más segura que Manhattan. Era un barrio obrero bastante dejado, con las típicas calles donde no hay tiendas importantes y solo unos pocos bancos. En East Tremont también había cámaras de vigilancia, pero era difícil esquivarlas. Las cámaras del gobierno vigilaban parques y escuelas; las privadas estaban en el interior de las tiendas de vinos y licores, enfocadas claramente hacia la caja.

Hacía tres días que Maya y Alice habían escapado del mundo subterráneo de la terminal de Grand Central. De haber sido por la mañana, quizá se habrían tropezado con equipos de trabajadores, pero era de madrugada, y los túneles estaban oscuros, fríos y desiertos. Las cerraduras y los candados de las puertas eran modelos estándar y no fueron rival para Maya y su pequeña colección de ganzúas. Contaba además con el generador de números aleatorios que llevaba colgado al cuello. Cuando llegaba a un desvío, apretaba el botón del artilugio y escogía una dirección en función del número que aparecía en la pantalla.

Pasaron bajo las calles de Midtown y siguieron los túneles del metro que se dirigían hacia el oeste de Manhattan. Cuando emergieron a la superficie, era un nuevo día. Alice no había comido, ni bebido, ni dormido desde que salieron del loft, pero la muchacha había permanecido a su lado. Maya paró un taxi y pidió al taxista que las llevara al parque de Tompkins Square.

Antes de acercarse al monumento de los Niños más puros, se aseguró de que nadie las estaba esperando. Una sensación desagradable —algo parecido al miedo- la invadió. ¿Y si Gabriel había muerto? ¿Y si la Tabula lo había capturado? Se arrodilló en el frío pavimento y leyó el mensaje: G A Londres. Sabía que Gabriel necesitaba encontrar a su padre, pero en ese momento su decisión le pareció casi una traición. Thorn tenía razón: un Arlequín nunca debía vincularse emocionalmente con un Viajero.

Cuando salió del parque, vio que Alice, de pie junto al taxi, le hacía señas frenéticamente con la mano. Aquel acto de desobediencia por parte de la muchacha le molestó, hasta que se dio cuenta de que Hollis y Vicki acababan de llegar en otro taxi.

Preguntaron dónde estaba Gabriel y explicaron que ellos le habían perdido la pista y que, cuando por fin salieron del metro, se refugiaron en un hotel fuera de la Red, en Harlem. Ninguno de los dos dijo nada de lo que había ocurrido en el hotel, pero Maya intuyó que el guerrero y la virgen se habían convertido finalmente en amantes. La timidez de Vicki ante Hollis había desaparecido por completo. Sus contactos en el loft de Chinatown habían sido siempre fugaces, pero en esos momentos ella lo cogía de la mano o del brazo, como reafirmando el vínculo que los unía.

El Tabernáculo del Bronx de la Divina Iglesia de Isaac T. Jones era un nombre muy rimbombante para un par de habitaciones alquiladas encima del Happy Chicken Restaurant. Maya cruzó la calle, se acercó a las empañadas ventanas del establecimiento y vio a dos aburridos cocineros montando guardia ante los fogones. La noche anterior había comprado allí la cena en aquel local de comida para llevar y había descubierto que la carne no estaba solo cocinada, sino que la habían congelado, descongelado, cortado, golpeado con mazos y frito hasta cubrirla con una costra crujiente.

A pocos metros del restaurante había una puerta que conducía al tabernáculo. Maya la abrió y subió por la empinada escalera. Una fotografía enmarcada del profeta Isaac T. Jones colgaba sobre la entrada, y Maya utilizó otra llave para entrar en una estancia llena de bancos dispuestos en hileras. El púlpito para el orador y el estrado de los músicos de la iglesia se hallaban al fondo de la sala. Justo detrás del púlpito había unas ventanas que daban a la calle.

Hollis había empujado algunos bancos contra la pared, y sus desnudos pies hacían crujir el suelo de madera mientras ejercitaba una serie de movimientos que constituían la base de las artes marciales. Mientras tanto, Vicki estaba sentada en uno de los bancos con un ejemplar de Las cartas escogidas de Isaac T. Jones. Hacía ver que leía, pero con el rabillo del ojo lo observaba lanzar patadas y puñetazos al aire.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó Vicki—. ¿Encontraste el cibercafé?

—He acabado en una heladería Tasti D-Lite de Arthur Avenue. Tenían cuatro ordenadores con acceso a internet.

—¿Has podido contactar con Linden? —preguntó Hollis.

Maya miró alrededor.

—¿Dónde está Alice?

—En el cuarto de los niños —contestó Vicki.

—¿Qué está haciendo?

—No lo sé. Hace un rato le preparé un sándwich con crema de cacahuete y mermelada.

Los servicios religiosos de la iglesia duraban casi toda la mañana del domingo, de modo que el tabernáculo disponía de una habitación contigua con juguetes para los más pequeños. Maya se acercó y miró por la ventana. Alice había desplegado una bandera de la iglesia sobre una mesa y la había rodeado de todos los muebles que había en la habitación. La Arlequín supuso que la muchacha estaría sentada en el oscuro centro de su improvisado fortín. Si la Tabula irrumpía en la iglesia, tardarían un poco más en localizarla.

—Parece que ha estado ocupada.

—Intenta protegerse —dijo Vicki.

Maya regresó al centro del tabernáculo.

—Si Gabriel tomó un avión hacia Londres el sábado, significa que lleva allí setenta y dos horas. Estoy segura de que fue directamente a Tyburn Convent para preguntar por su padre. Linden me ha dicho que los Arlequines nunca han tratado con esas monjas y que no tiene ni idea de si Matthew Corrigan está o ha estado allí.

—Entonces ¿cuál debe ser nuestro próximo movimiento?

—Linden opina que deberíamos ir a Inglaterra y ayudarlo a encontrar a Gabriel, pero hay dos problemas relacionados con la identificación. Dado que Gabriel creció fuera de la Red, el pasaporte falso que le proporcionamos se corresponde con los datos que introdujimos en la Gran Máquina. Eso significa que su pasaporte es el más limpio de todos, es el que más probabilidades tiene de ser aceptado por las autoridades.

Vicki asintió lentamente.

—Pero la Tabula seguro que tiene información biométrica de Hollis y de mí.

—Y también de Maya —intervino Hollis—. No olvidemos que pasó unos años viviendo en Londres, dentro de la Red.

—Linden y yo tenemos recursos para conseguir una identificación limpia que no puede ser rastreada cuando estemos en Europa, pero es demasiado arriesgado para cualquiera de nosotros utilizar nuestros pasaportes actuales en un viaje en avión. La Tabula cuenta con apoyo en las distintas agencias gubernamentales de segundad. Si descubren nuestras identidades falsas, lanzarán una alerta antiterrorista con nuestro perfil.

Hollis menó la cabeza.

—¿Y cuál es el segundo problema?

—Que Alice Chen no tiene pasaporte. No hay forma de que podamos llevárnosla en un avión a Europa.

—Bueno, ¿qué se supone que debemos hacer? —preguntó Hollis—. ¿Dejarla aquí?

—No. No vamos a implicar a esta congregación. Lo más sencillo sería reservar una habitación en un hotel, esperar a que se duerma y marcharnos.

Vicki parecía escandalizada, y Hollis estaba indignado. «Nunca lo comprenderán», pensó Maya. Eso mismo le había dicho Thorn cientos de veces. Un ciudadano normal no era capaz de comprender la forma en que un Arlequín veía el mundo.

—¿Te has vuelto loca? —exclamó Hollis—. Alice es la única testigo de lo que ocurrió en New Harmony. Si la Tabula se entera de que sigue viva, la matará.

—Existe un plan alternativo. Pero deberéis aceptar el hecho de que, a partir de este momento, las decisiones las tomaremos Linden o yo.

Maya había empleado deliberadamente un tono áspero e inflexible, pero Hollis no parecía intimidado. Miró a Vicki y sonrió.

—Me parece que vamos a escuchar la solución a nuestros problemas.

—Linden lo ha dispuesto todo para que podamos marcharnos en un barco mercante que partirá con destino a Gran Bretaña —dijo Maya—. Cruzar el Atlántico nos llevará una semana, pero al menos nos permitirá entrar en el país sin pasaporte. Estoy dispuesta a proteger a Alice de la Tabula en Nueva York, pero no podemos ocuparnos de ella eternamente. Cuando lleguemos a Londres, le proporcionaremos una nueva documentación y la dejaremos en un entorno seguro.

—De acuerdo, Maya. Ya has dejado claro tu punto de vista-dijo Hollis. —Los Arlequines quieren estar al mando. Ahora, danos un minuto para que lo consideremos.

Mientras Hollis y Vicki se sentaban aparte en un banco, Maya se acercó a una ventana y contempló el cementerio de Saint Raymond, al otro lado de la calle. El lugar estaba tan abarrotado y era tan gris como la ciudad misma. Las lápidas, las tumbas y las tristes estatuas se amontonaban sin orden.

El hecho de que Vicki y Hollis estuvieran enamorados lo cambiaba todo; significaba una vida juntos. «Si son listos», se dijo Maya, «intentarán evitar tanto a la Tabula como a los Arlequines. No hay futuro en esta guerra interminable».

—Hemos tomado una decisión —anunció Vicki. Maya regresó al centro de la sala y reparó en que los dos amantes estaban sentados a cierta distancia el uno del otro—. Yo te acompañaré con Alice en el barco a Inglaterra.

—Y yo me quedaré unas semanas en Nueva York y haré creer a la Tabula que Gabriel sigue aquí —dijo Hollis—. Cuando haya terminado, tendrán que pensar en cómo sacarme del país.

Maya dio su aprobación con un gesto de asentimiento. Hollis no era un Arlequín, pero estaba empezando a pensar como si lo fuera.

—Es una buena idea —dijo—, pero ten cuidado.

Hollis miró fijamente a Vicki.

—Claro que tendré cuidado. Lo prometo.