Michael Corrigan estaba sentado en una sala sin ventanas del Centro de Investigación de la Fundación Evergreen, al norte de Nueva York. Observaba a una joven francesa que se paseaba por los grandes almacenes Printemps de París. Las cámaras de vigilancia del establecimiento lo reducían todo a blanco y negro, pero pudo ver que era una joven morena, alta y atractiva. Le gustó su minifalda, la chaqueta de cuero y, sobre todo, los zapatos de tacón anudados al tobillo.
La sala de escaneo parecía un cine privado. Disponía de una gran pantalla de vídeo y altavoces empotrados en las paredes, pero solo había un sitio donde sentarse: una cómoda butaca de cuero marrón con un ordenador instalado sobre un soporte pivotante en el brazo. Quien se hallara en aquella sala podía dar órdenes al sistema o colocarse un auricular con micrófono y hablar con el personal del nuevo centro informático de Berlín. La primera vez que Michael se sentó allí tuvieron que enseñarle cómo funcionaban los programas de escaneo y cómo acceder por la puerta de atrás a los canales de los sistemas de vigilancia. Ya sabía realizar sencillas operaciones de seguimiento sin ayuda.
La joven morena estaba en la sección de artículos de belleza. Michael había echado un vistazo al establecimiento unos días antes y confiaba en que su objetivo subiera por la escalera mecánica hasta la sección La Mode de Printemps. Aunque en los probadores las cámaras de seguridad no estaban permitidas, había una discretamente situada en el vestíbulo. De vez en cuando, alguna mujer, vestida solo con la lencería que se estaba probando, salía del probador para verse en el gran espejo del fondo.
La presencia de Michael en la sala de escaneo era otra prueba de su creciente influencia en el seno de la Hermandad. Al igual que su padre, Matthew, y su hermano pequeño, Gabriel, era un Viajero. En el pasado, a los Viajeros se los consideraba profetas o místicos, locos o liberadores. Tenían el poder de liberarse de sus cuerpos y enviar su energía consciente —su Luz- a otras realidades. Cuando regresaban, lo hacían con visiones e ideas que cambiaban el mundo.
Los Viajeros siempre se habían topado con la resistencia de las autoridades. Pero en la era moderna un grupo de individuos llamado la Hermandad empezó a identificarlos y a asesinarlos antes de que pudieran alterar el orden establecido. Inspirada en las ideas de Jeremy Bentham, un filósofo inglés del siglo XVIII, la Hermandad se propuso crear un Panopticón Virtual, una cárcel invisible que abarcara a todos los habitantes del mundo industrializado. Creían que cuando la gente comprendiera que estaba siendo observada en todo momento, obedecería automáticamente las normas.
El verdadero símbolo de aquella época era una cámara de vigilancia de circuito cerrado. Los sistemas de información informatizada habían dado origen a la Gran Máquina, capaz de relacionar imágenes e información para controlar vastas poblaciones. Durante cientos de años, quienes estaban en el poder habían intentado asegurar la permanencia de un sistema propio. Por fin, el control de la sociedad había pasado de ser un sueño a una posibilidad real.
La Hermandad había irrumpido en la vida de Michael y de Gabriel cuando crecían en una granja de Dakota del Sur. Un grupo de mercenarios que buscaban a su padre atacaron la casa y le prendieron fuego. Los dos hermanos lograron sobrevivir, pero su padre desapareció. Años más tarde, después de haber sido educados por su madre fuera de la Red, los Corrigan acabaron en Los Ángeles. Nathan Boone y sus hombres capturaron primero a Michael y después a Gabriel, y los llevaron al Centro de Investigación de la Fundación Evergreen.
Los científicos de la Hermandad habían construido un potente ordenador cuántico, y las partículas subatómicas del núcleo de la máquina habían hecho posible comunicarse con los otros dominios que solo los Viajeros eran capaces de explorar. Se suponía que el nuevo ordenador cuántico iba a rastrear el paso de los Viajeros a través de las cuatro barreras a los otros mundos, pero una joven Arlequín llamada Maya lo destruyó cuando rescató a Gabriel.
Cada vez que Michael consideraba su nuevo estatus, no tenía más remedio que reconocer que el ataque de Maya contra el Centro de Investigación había sido el momento decisivo de su transformación personal. Había demostrado su lealtad no a su hermano sino a la Hermandad. Cuando se repararon los daños y se estableció un nuevo perímetro de seguridad, Michael regresó al centro. Seguía siendo un prisionero, pero, tarde o temprano, todo el mundo acabaría formando parte de una inmensa prisión. La diferencia estaba en el nivel de percepción. El mundo caminaba hacia un nuevo equilibrio de poder, y su intención era hallarse en el bando vencedor.
Habían bastado unas pocas sesiones en aquella sala para que Michael cayera bajo la seducción del poder de la Gran Máquina. Había algo en el hecho de sentarse en esa butaca que hacía que uno se sintiera como Dios observando el mundo desde el cielo. En esos momentos la joven de la chaqueta de cuero acababa de pararse en el mostrador de maquillaje y charlaba con una vendedora. Michael se puso el auricular con el micro y apretó un botón. Se había conectado con el nuevo centro de informática que la Hermandad tenía en Berlín.
—Soy Michael. Quiero hablar con Lars.
—Un momento, por favor —dijo una mujer con acento alemán.
Unos segundos más tarde, Lars respondió. Siempre se mostraba deseoso de ayudar y nunca hacía preguntas impertinentes.
—Estoy en los grandes almacenes Printemps de París —dijo Michael—. Mi objetivo se encuentra en el mostrador de maquillaje. ¿Cómo consigo sus datos personales?
—Deje que eche un vistazo —repuso Lars.
En la esquina inferior derecha de la pantalla apareció una pequeña luz roja. Eso significaba que Lars tenía acceso a la imagen. Con frecuencia, varios técnicos se conectaban simultáneamente al sistema de vigilancia o uno de ellos se dedicaba a fisgar a algún guardia de seguridad aburrido de alguna sala de control en alguna parte. Esos guardias, que se suponía eran la primera línea de defensa contra terroristas y criminales, pasaban buena parte del tiempo siguiendo a las mujeres en los centros comerciales y en los aparcamientos. Si conectabas el sonido, podías oírlos cuchichear entre ellos y reír cuando una mujer con minifalda entraba en un coche deportivo.
—Podríamos reducir su cara a un algoritmo y compararla con los rostros de la base de datos de pasaportes de Francia —explicó Lars—, pero es mucho más fácil piratear el número de su tarjeta de crédito. Conecte la opción de telecomunicaciones especializadas en su monitor personal. Luego, introduzca tanta información como pueda: fecha, hora, situación… El programa Carnivore rastreará el número tan pronto como sea transmitido.
La dependienta de los grandes almacenes pasó la tarjeta de crédito de la joven por el lector magnético, y en la pantalla aparecieron unos números.
—Ahí está —dijo Lars, como si fuera un prestidigitador que acabara de enseñarle un truco a un aprendiz—. Ahora haga doble clic en…
—Sé lo que tengo que hacer.
Michael movió el cursor hasta el botón de información cruzada y al instante empezaron a aparecer datos complementarios. El nombre de la joven era Clarisse Marie du Portail. Veintitrés años. Sin problemas crediticios. Su número de teléfono. Su dirección. El programa tradujo del francés al inglés las cosas que había comprado con la tarjeta de crédito durante los últimos tres meses.
—Mire eso —dijo Lars. Una ventana en la esquina superior derecha de la pantalla mostraba una imagen granulosa de una cámara de vigilancia en una calle—. ¿Ve ese edificio? Ahí es donde vive. Tercer piso.
—Gracias, Lars. Puedo ocuparme del resto.
—Si repasa el extracto de la tarjeta de crédito, verá que ha pagado una visita a una clínica de belleza. ¿Quiere que averigüe si toma píldoras anticonceptivas o si ha tenido un aborto?
—Gracias, pero no será necesario.
La pequeña luz roja desapareció de la pantalla, y Michael volvió a quedarse a solas con Clarisse, que llevaba en la mano una pequeña bolsa con el maquillaje. Siguió recorriendo los grandes almacenes y tomó la escalera mecánica. Michael tecleó nuevos datos y cambió de cámara. Un mechón de cabello oscuro caía sobre la frente de Clarisse; casi le tocaba los ojos. Se lo apartó con la mano y miró los productos expuestos a su alrededor. Michael se preguntó si estaría buscando un vestido para una ocasión especial. Con un poco más de ayuda por parte de Lars, podría acceder a su correo electrónico.
La puerta controlada electrónicamente se abrió y entró Kennard Nash. Había sido general del ejército y consejero de seguridad nacional, y en esos momentos era el presidente del comité ejecutivo de la Hermandad. A Michael, su recia complexión y sus bruscas maneras le hacían pensar en un entrenador de fútbol.
Michael cambió la imagen a otra cámara de vigilancia —adiós, Clarisse—, pero al general le había dado tiempo de ver a la joven. Sonrió como el tío tolerante que sorprende a su sobrino hojeando una revista para hombres.
—¿Cuál es la ubicación? —preguntó.
—París.
—¿Es guapa?
—Mucho.
Mientras Nash se acercaba a Michael, su tono se hizo más serio.
—Tengo algunas noticias que pueden interesarle, Michael. El señor Boone y su gente acaban de terminar con éxito una investigación de campo en la comunidad de New Harmony, en Arizona. Según parece, su hermano y la Arlequín estuvieron por allí hace unos meses.
—¿Y dónde están ahora?
—No lo sabemos exactamente, pero nos estamos acercando. Un análisis de los mensajes de correo electrónico almacenados en un ordenador portátil nos ha revelado que es posible que Gabriel se encuentre a pocos kilómetros de aquí, en Nueva York. Todavía no disponemos de la capacidad informática necesaria para escanear el mundo entero, pero ahora podemos centrarnos en esa ubicación.
Michael, al ser un Viajero, poseía ciertas habilidades que lo ayudaban a sobrevivir. Si se relajaba de una manera concreta, si no pensaba y se limitaba a observar, era capaz de ver los cambios que se operaban en un microsegundo en la expresión facial de la gente. Podía saber si alguien mentía, y podía detectar los pensamientos y las emociones que la gente ocultaba en su vida diaria.
—¿Cuánto tiempo llevará localizar a mi hermano? —preguntó.
—No sabría decirlo, pero hemos dado un paso importante. Hasta ahora lo buscábamos en Canadá y México. Nunca se me ocurrió que se dirigirían a Nueva York. —Nash soltó una risa por lo bajo—. Esa Arlequín está loca.
En ese momento, en la mente de Michael el mundo empezó a ralentizarse. Vio una ligera vacilación en la sonrisa de Nash, una rápida mirada hacia la izquierda y el atisbo de una mueca burlona. Quizá el general no estuviera mintiendo, pero no había duda de que ocultaba algo que le hacía sentirse superior.
—Dejemos que algún otro acabe el trabajo en Arizona —dijo Michael—. Creo que el señor Boone debería tomar el primer avión a Nueva York.
Nash sonrió de nuevo como si tuviera un as en la manga.
—El señor Boone se quedará allí unos días más para evaluar cierta información adicional. Su equipo encontró una carta mientras registraba el lugar. —Nash hizo una pausa y dejó que el silencio subrayara sus palabras.
Michael observó los ojos del general.
—¿Y por qué es eso tan importante?
—La carta es de su padre. Ha estado ocultándose de nosotros durante mucho tiempo, pero al parecer sigue con vida.
—¿Qué? ¿Está seguro? —Michael saltó de la butaca y corrió hacia Nash. ¿Estaba diciéndole el general la verdad o aquello era solo otro test de lealtad? Examinó el rostro de Nash y los movimientos de sus ojos. Su actitud era de superioridad y orgullo; parecía estar disfrutando de aquella demostración de autoridad—. Bueno, ¿dónde está? ¿Cómo podemos localizarlo?
—No lo sé todavía. Ignoramos cuándo escribió la carta. Boone no ha encontrado el sobre con el matasellos o la dirección del remitente.
—Pero ¿qué dice la carta?
—Su padre inspiró la fundación de New Harmony. Quería dar ánimos a sus amigos y advertirles sobre la Hermandad. —Nash observó a Michael pasear arriba y abajo por la sala—. No parece que la noticia le haga especialmente feliz.
—Después de que los mercenarios de la Hermandad incendiaran nuestra casa, Gabe y yo seguimos alimentando la fantasía de que nuestro padre seguía con vida. Nos convencimos de que había sobrevivido y que nos buscaba mientras nosotros íbamos de una punta a la otra del país. Cuando me hice mayor, comprendí que nuestro padre no me ayudaría y que debía salir adelante solo.
—Entonces decidió que había muerto, ¿no?
—No sé adónde se fue, pero no volvió. Para mí era como si hubiera muerto.
—Quién sabe, tal vez podamos organizar una reunión familiar.
A Michael le dieron ganas de agarrar a Nash por las solapas, estrellarlo contra la pared y borrar aquella sonrisa de su cara, pero se limitó a apartarse y a recobrar la compostura. Seguía siendo un prisionero, pero eso podía cambiar. Debía reafirmar su posición y dirigir a la Hermandad en una dirección determinada.
—Supongo que han matado a todos los habitantes de New Harmony. ¿Me equivoco?
A Nash pareció disgustarle el crudo lenguaje de Michael.
—El equipo de Boone cumplió todos sus objetivos.
—¿Y la policía está al tanto de lo ocurrido? ¿Ha aparecido en las noticias?
—¿Por qué le preocupa eso, Michael?
—Le estoy diciendo cómo encontrar a Gabriel. Si los medios de comunicación no saben qué ha pasado, Boone debería encargarse de que se enteraran.
Nash asintió.
—Eso forma parte del plan.
—Conozco a mi hermano. Gabriel visitó New Harmony y se reunió con la gente que vivía allí. Las noticias de lo ocurrido le afectarán. Reaccionará, hará algo obedeciendo a un impulso. Tenemos que estar preparados.