—¿Qué hay, Phil? Soy Greg —dijo la voz de Gawill—. ¿Cómo van las cosas?
Carter echó automáticamente un vistazo por la vacía sala de estar, aunque sabía que Timmie estaba en su cuarto con la puerta cerrada.
—Todo va bien —dijo Carter.
—Pensé que quizá habrías hablado con tu mujer, esa noche.
—Qué va —Carter aspiró el humo del cigarrillo a medio fumar.
—Vamos, Phil. Que conmigo puedes hablar. No hay nadie ahí, ¿verdad?, o ¿está el chico?
—Qué va —repitió Carter.
—Sé que Hazel no está —dijo Gawill arrastrando las palabras con su voz de barítono; Gawill, el que lo sabía todo.
Hazel se había retrasado un poco esa noche, pero podía aparecer por la puerta de un momento a otro, pensó Carter. Aunque, evidentemente, Gawill tenía a alguien vigilando la casa en este momento, pues él acababa de llegar.
—¿Qué se te ha ocurrido ahora, Greg? —preguntó Carter.
—¿Va a seguir viendo tu mujer a ese majadero? ¿Te prometió algo?
A Carter le apetecía colgar el teléfono pero no hizo más que apretarlo con la mano izquierda indignado y sin decir ni palabra.
—No sé por qué no me contestas, Phil.
—Porque no tengo nada que decirte. Lo siento —y colgó el auricular.
Entró entonces en la cocina y se sirvió un whisky que se bebió de un trago. Las cosas no habían progresado ni un ápice desde que había hablado con Hazel el martes por la noche. Hoy era jueves. Entre ellos las relaciones eran de auténtica hostilidad y a Carter le preocupaba que Timmie lo hubiese notado. Carter estaba en realidad esperando que Hazel dijese algo, pero Hazel no había dicho nada más. Sería cuestión de una semana, o quizá algo más hasta que surgiese otro compromiso falso, como el ir una noche a casa de Phyllis Millen, el estudiar con las que trabajaban en la oficina los casos de que era responsable, o cualquier otra cosa, y se volvería a ir con Sullivan. Tal vez estuviese con él ahora, aunque ya era un poco tarde, después de una de sus heures bienes que habría empezado ese día después de las cinco. Bueno, en realidad, Hazel había dado su respuesta, iba a continuar viendo a Sullivan y acostándose con él. Si sus intenciones en sentido contrario fuesen serias ya se lo habría dicho a estas alturas. Hazel se figuraba que la quería tanto, que lo aguantaría. Esa era la cuestión.
Carter se sintió más inclinado a hacer lo que estaba pensando desde la conversación del martes por la noche: hablar con Sullivan y pedirle que dejase de verla o… o ¿qué? La ley no podía intervenir para proteger sus derechos y vigilar a Hazel. Carter sonrió. Lo único con lo que podía contar era con una buena causa de divorcio. Pero perdería a Hazel. El mundo era muy curioso.
Hazel entró, se fijó en el vaso que tenía en la mano, y le dijo:
—Buenas noches.
—Muy buenas. ¿Te sirvo una copa?
—Acabo de tomarme una, gracias. El señor Piers, nuestro sociólogo máximo, se presentó hoy e insistió en que me fuese a tomar una copa con él. De paso me ha dado otro mamotreto de sesenta páginas para que se lo acabe esta noche —dejó caer las fotocopias grapadas de un manuscrito en la mesa de delante del sofá, luego se estiró y se desperezó sonriendo—. Perdona, estoy entumecida. ¿Nos vamos a cenar esta noche a ese restaurante chino? A Timmie es un sitio que le gusta y a mí no me apetece preparar la cena teniendo que hacer esto esta noche.
—Por supuesto. Muy bien —y Carter se fue a darle a Timmie la buena noticia de que iban a ir a un restaurante chino.
En conjunto se sentía un poco mejor esta noche que las dos noches anteriores, pues había tomado una decisión. Por muy inútil y estúpido que fuese, iba a pedir a Sullivan que dejase de acostarse con su mujer. Así conseguiría, al menos, alguna contestación por parte de Sullivan: la promesa de que lo haría, una promesa a medias, o un «vete a la mierda». Meditó sobre los pros y los contras de llamarle por teléfono para concertar una cita, y decidió no hacerlo por la sencilla razón de que Sullivan podía o escurrir el bulto o posponerla, pues Carter no tenía la menor duda de que Hazel le había contado la conversación que habían tenido el martes por la noche.
El viernes, Carter se fue directamente desde la oficina a casa de Sullivan en el autobús de la Segunda Avenida. Llovía ligeramente y había cierta fragancia primaveral en el aire fresco. Carter tocó el timbre del piso de Sullivan y miró su reloj: eran las seis menos diecisiete minutos. Podía ser incluso demasiado pronto. También pensó, sonriendo forzadamente, que Hazel podía estar con él. Oyó entonces el portero automático y, en vez de meterse en el pequeño y lento ascensor, la emprendió escaleras arriba. Al llegar al tercer piso, el de Sullivan, un hombre, que bajaba precipitadamente, le dio un empujón que casi le derribó. El rudo golpe le enfureció a Carter. El individuo no pronunció ni una palabra para excusarse y siguió bajando las escaleras a tal velocidad que la chaqueta se le levantó por detrás. La puerta de abajo se cerró de un portazo.
—¡Phil, Phil! —dijo Sullivan jadeando. Estaba de pie en el umbral de su puerta, que estaba abierta y se asía a ella desesperadamente.
Carter frunció el ceño.
—¿Qué ha pasado? —preguntó mientras subía los últimos escalones.
—Entra —Sullivan se aflojó la corbata y se desabrochó el cuello.
—¡Jesús! Pasa. Me has salvado la vida. Vamos, vamos a tomar una copa —dijo, dirigiéndose hacia el carrito de las bebidas que tenía en una esquina de la sala de estar.
Carter cerró la puerta después de entrar.
—¿Que te he salvado la vida?
—Perdona, lo necesito —añadió mientras se llevaba a los labios un vaso de whisky puro—. Ese tipo… ¿Viste a ese individuo corriendo escaleras abajo?
—Sí.
—Es uno de los amigos de Gawill. Tocó el timbre. Yo no sabía quién era pero le dejé entrar. Me dijo que venía a verme para algo de mi seguro, o algo parecido —Sullivan se pasó la lengua por los labios. Hasta los labios se le habían quedado blancos como la leche y tenía cara de muerto, como si se hubiese quedado sin sangre—. Sacó una navaja y arremetió contra mí, agarrándome por la camisa.
Carter vio que tenía un botón de la chaqueta medio arrancado y que la pechera de la camisa estaba arrugada.
—Si no hubiese oído tu llamada habría acabado conmigo —dijo Sullivan.
Sullivan le pareció despreciable. Este es el cerdo cobarde que se acuesta con Hazel, pensó Carter en un abrir y cerrar de ojos, y echó a andar hacia Sullivan. Sullivan no se dio cuenta de sus intenciones hasta que tuvo a Carter encima, entonces Carter le asestó un golpe con la mano en un lado del cuello.
El golpe dejó a Sullivan anonadado. En ese momento Carter se encegó como se había cegado en la cárcel después de encontrar muerto a Max, aunque ahora no pensaba ni en Max ni en nada. Carter no vio realmente a Sullivan hasta que este estuvo en el suelo, retorcido, agarrándose el estómago como si le doliera, pero inmóvil. Entonces se quedó parado un par de segundos, para recobrar el aliento, y luego le escupió y le dio una patada que falló.
Se dirigió hacia la puerta y se volvió. No le cabía duda de que Sullivan estaba muerto. En ese momento vio en el asiento de la butaca, cerca de la cual yacía Sullivan, uno de los pies griegos de mármol: se fijó en él porque ese no era su sitio. A continuación cerró la puerta y bajó las escaleras. Las bajó a un paso normal, consciente de que su velocidad era normal, pero intrigado por quién sería el hombre de Gawill. ¿Sería el individuo musculoso que había visto en casa de Gawill con la rubia?
Al llegar a la acera se sintió ligeramente mareado durante un momento y se paró para tomar aire varias veces. Pero, por Dios, se dijo a sí mismo, no te pares a pensar. Sigue adelante. Meditó sobre esas palabras, sigue adelante, pero sin concederles un sentido específico y sin que supusiesen un plan de acción a seguir. Irguió la cabeza y continuó andando hasta la esquina para dirigirse en dirección norte. No estaba más que a unas diez manzanas de su casa y le apetecía andar. En un bar se paró y se tomó rápidamente un whisky con agua.
—¡Hola, Phil! —exclamó Hazel alegremente cuando entraba por la puerta—. ¿Sabes lo que ha ocurrido hoy? ¡Algo increíble!
—¿Qué? —dejó caer en el sofá el World-Telegram que acababa de comprar.
—Que me han ascendido.
—¡Vaya! ¡Enhorabuena!
Le miró mientras seguía sonriendo.
—Y para celebrarlo he comprado unos pichones. Los vi en un escaparate y no pude resistir la tentación. ¿Te apetece un pichón?
—Creo que sí. ¿Y a ti te apetece una copa?
—Sí, por supuesto.
Y todo transcurrió tranquila y muy agradablemente hasta poco antes de las nueve, en que sonó el teléfono.
—¿Está la señora Carter, por favor? —preguntó una voz de hombre.
—Sí, un momento —dijo Carter—. Es para ti, Hazel.
Hazel vino de la cocina donde estaba apilando los platos y cogió el teléfono.
Carter encendió un cigarrillo. Sabía de lo que se trataba.
—¡Dios mío! —exclamó—. No… No… Ciertamente no… No, no le he visto —miró a Carter que le devolvió la mirada interrogativamente—. Creo que hace tres días, tal vez cuatro, pero hablé con él esta misma mañana… ¡Oh! —se dejó caer en el borde de la butaca—. Muy bien… Muy bien, naturalmente. Gracias —soltó el auricular y, como lo colgó mal se cayó del receptor con estrépito; luego lo volvió a colocar en su sitio.
—¿Qué pasa? —preguntó Carter.
—¿Qué ocurre, mamá? —Timmie se levantó del suelo, dejando sus libros, y se dirigió hacia ella.
—David ha muerto.
—¿Muerto? —dijo Timmie—. ¿Se ha matado en coche?
—Le han asesinado —dijo Hazel con voz temblorosa—. Gawill, tiene que haber sido él. Gawill o uno de sus amigos. Ese canalla vicioso —golpeó con el puño el brazo de la butaca.
Carter le trajo un whisky puro.
Ella agarró el vaso mecánicamente, pero no se lo bebió.
—Han dicho que fue hace un par de horas. Iba a cenar con los Lafferty, que fueron a recogerle. Entraron en la casa y un vecino les contó que había oído un ruido extraño hacia las seis, como de una persona que se caía. Lafferty, entonces, pidió al conserje que abriera la puerta y le encontraron —las lágrimas dieron cierta tirantez a su voz.
—¿Cómo le han matado? —preguntó Carter.
—Le golpearon la cabeza con algo. Creen que con uno de los chismes griegos de mármol —dijo Hazel.
Carter tragó saliva. Estaba de pie entre Hazel y la cocina.
—¿Quieren que vayas allí?
—No. Dijeron que quizá tengan que hablar conmigo mañana. Los Lafferty les dijeron que me llamasen. Supongo que estarán llamando a todos sus amigos, pero no sé qué van a conseguir con eso, cuando a quien debían llamar es a Gawill —cogió el teléfono y empezó a marcar un número.
—¿Está la policía en casa de Sullivan? —preguntó Carter. Por primera vez se le ocurrió pensar en las huellas dactilares del chisme de mármol y, por supuesto, del tirador de la puerta.
Hazel no le contestó.
—Oiga, soy la señora Carter. Quiero decirles que sé casualmente que David tenía un enemigo. Gregory Gawill. Vive en Long Island. No sé la dirección. Espere un momento. Phil, ¿cuáles son las señas de Gawill?
Carter tuvo que pensarlo un momento, pero las sabía.
—Calle 147, número 1788, de Jackson Heights.
Hazel repitió claramente ante el teléfono:
—Calle 147, número 1788, de Jackson Heights.
Carter sabía que el lanzar a la policía contra Gawill era lanzarla directamente contra él. El hombre que bajaba las escaleras debió de verle. Pero Carter se dio cuenta de que él no podría identificar a aquel individuo, si tuviese que hacerlo. No le había visto lo suficiente. Hoy había llegado un poco tarde a casa. ¿Cómo lo iba a justificar? Hacia las 6,10 en vez de las seis. En cualquier caso iba a insistir en que no había estado en el apartamento de Sullivan, a no ser que las huellas dactilares le delatasen.
—Es muy complicado —decía Hazel por el teléfono—. David supo siempre que era un granuja y que le detestaba —se quedó callada escuchando—. Perfectamente… De acuerdo. ¿Puedo volver a llamarle esta noche más tarde? ¿Habrá alguien ahí?… Ah… De acuerdo. Cuando quiera. Adiós —colgó el teléfono—. Van a ir directamente a casa de Gawill. No le van a llamar por teléfono.
—¿Cuándo sucedió?
—Creen que entre las cinco y las siete. Yo he dicho que David generalmente no llegaba a casa hasta después de las cinco y media. Según parece alguien que le seguía entró en su casa detrás de él. No creo que haya sido Gawill personalmente, ¿no te parece? —miró seriamente a Carter como si este supiese la respuesta.
Carter pensó que en el rostro de Hazel ya se observaban los estragos del dolor, a pesar de la lógica de sus palabras. Si a él le hubiese ocurrido algo, algo irremediable, su semblante no habría adquirido esa expresión. Carter sacudió la cabeza rápidamente.
—No lo sé. Supongo que pudo haber sido Gawill. Las huellas dactilares podrán aclararlo —empezó a decir.
Timmie miraba alucinado a Hazel, con la boca ligeramente abierta. Carter pensó que tenía el aspecto de un niño al que acababan de matar a su padre.
—No parece que estés nada impresionado —dijo Hazel a Carter.
—¡Impresionado! —exclamó Carter abriendo los brazos—. ¿Qué quieres que haga? ¡Claro que estoy impresionado! ¿Van a volverte a llamar esta noche?
—No sé. No creo —miró el reloj—. Llamaré a los Lafferty más tarde, esta misma noche. Yo… —se levantó despacio con una mano en la garganta.
—¡Hazel! ¿Te sientes mal? —Carter se acercó más a ella.
—Un poco mareada. Me parece que me voy a tumbar. Pero si llaman por teléfono…
Carter asintió con la cabeza.
—¿Y por qué no te tomas esa copa? Te sentará bien.
—No, gracias —entró en el cuarto de baño.
Volverían a llamar por teléfono de nuevo esta noche. Carter estaba seguro de ello. Carter puso una mano en el hombro de Timmie, que estaba de rodillas al lado de la butaca mirando fijamente el sitio vacío donde Hazel había estado.
—Timmie, quizá debieras irte a la cama tú también.
La contestación de Timmie fue un sonoro gruñido al que siguió un torrente de lágrimas mientras apoyaba la cabeza en el asiento del sillón. Pero, de repente, se puso de pie.
—¡Pon la radio! A lo mejor nos dicen quién lo hizo. ¡La tele!
Carter puso la televisión, aunque sabía que en las noticias de las diez no dirían nada.