19

El jueves de la primera semana que Carter pasó en Jenkins and Field, los Carter invitaron a Sullivan a cenar. Hazel se esmeró en la preparación de una buena cena —sopa de pepinos fría, un plato muy complicado de ternera, bacón y queso gratinado, espárragos con salsa holandesa y, de postre, un soufflé de limón—. Estaba de muy buen humor.

—¡Vaya, mi plato favorito! Eres estupenda —le dijo Sullivan al entrar en la cocina con su primera copa.

Carter había adivinado, de alguna manera, que diría exactamente esas palabras, aunque Hazel no le había mencionado que el plato de ternera fuese su plato favorito. Hazel estaba guisando como si verdaderamente le divirtiese hacerlo. Siempre daba la impresión de que le divertía guisar, pero esta noche parecía divertirle más. Y Timmie también parecía haberse animado al ver a Sullivan.

—¿Cuánto tiempo vas a tardar en eso? —preguntó Sullivan a Hazel.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó mientras partía unos rábanos en rodajas.

—Sí, sí. No es preciso que conviertas mis rábanos en pequeños tulipanes. ¿No te vas a sentar con nosotros?

—¡Qué poco agradecido es! —dijo Hazel riendo y mirando a Carter.

—Es una esclava —dijo Sullivan haciendo un gesto a Carter para que entrase en la sala de estar.

Timmie les siguió pero Carter observó que Sullivan le miraba. Timmie, que estaba pendiente de Sullivan, se azaró un momento, pero, entonces, bastó con que Sullivan le hiciese un gesto para que se retirase a la cocina con las manos en los bolsillos de sus nuevos pantalones largos. Sullivan lo tenía bien educado, pensó Carter. El nunca habría podido hacer eso con su hijo.

—¿Has vuelto a saber de Gawill? —preguntó Sullivan en voz baja.

—No.

—Me alegro —Sullivan se volvió, frunciendo ligeramente el ceño, hacia la cocina—. No quería echar a Timmie, pero tampoco quería que lo oyese. Bueno, esperemos que se calle, especialmente contigo.

—¿Y contigo?

Sullivan sonrió.

—Todavía estoy en este mundo. No, hace tiempo que no me fisgan, a no ser por la llamada telefónica de que te hablé.

—¿Y en qué consistía eso de fisgarte?

—Bueno, en primer lugar creo que me siguieron de cerca un par de veces —Sullivan bajó la vista hacia un cenicero en el que estaba apagando un cigarrillo—. Estoy seguro de que Gawill quería que yo supiese que me estaban siguiendo. Fue cerca de mi casa. Quería asustarme un poco.

—No comprendo qué se proponía —dijo Carter.

—Asustarme para apartarme de su camino. Esto ocurría cuando yo andaba indagando sobre él en muchos hoteles de Nueva York hace cuatro o cinco años. Pero no he notado que me sigan desde… hace por lo menos un año.

Carter no creyó lo de «hace por lo menos un año».

—¿Te seguían —dijo Carter— cuando Gawill estaba todavía en Fremont trabajando en Triumph? ¿Y después, cuando estaba en Nueva Orleans?

—Sí. Por una pequeña cantidad, o cualquier otro tipo de favor, tenía un tipo, deambulando por mi calle, que me seguía un par de manzanas si me dirigía a pie a algún sitio —se alzó de hombros—. No era agradable, pero nunca me preocupó lo bastante como para denunciarlo a la policía.

¿Y por qué no?, pensó Carter, ¿acaso porque no quería revelar que Hazel le visitaba mucho? Carter dejó la copa en la mesa y cruzó los brazos. Entonces sus dos dedos pulgares le empezaron a latir simultáneamente, y aflojó las manos.

—¿Sabe Hazel lo de que te seguían?

—No —dijo Sullivan—. No quería que se preocupase.

O que dejase de acudir a su casa, pensó Carter.

—¿No crees que te siguen ahora?

Sullivan sonrió a Carter.

—Ahora que Gawill anda por aquí, quizá piense que no es preciso pagar a alguien para que me siga.

Carter también sonrió.

—¿Crees que Gawill te sigue en persona? ¿Que te está vigilando?

—Si lo hace, lo hace con discreción. Yo no lo he visto. ¿Me lo comunicarás, verdad, si vuelves a saber de él?

—Sí. Es una lata que sigas teniendo esa preocupación.

—Es mi enemigo. Y vale la pena saber lo que tu enemigo está haciendo, o incluso pensando.

Ninguno de los dos volvió a hablar durante unos momentos. Sullivan ya le había preguntado cómo le iba en su nuevo trabajo y Carter le había dicho que razonablemente bien. Durante los quince días siguientes su trabajo iba a ser de oficina, después tendría que ir a Detroit para quedarse allí dos o tres semanas. Sullivan no había demostrado la menor sorpresa, y ni siquiera interés, por el hecho de que fuese a estar ausente algún tiempo, o por lo menos no lo había dejado ver.

Entonces entraron Hazel y Timmie, y Hazel y Sullivan hablaron de otras cosas, como la nueva acuarela que Priscilla Elliott había pintado y que había regalado a Hazel porque le gustaba. Ya estaba enmarcada y colgada entre las dos ventanas que daban a la calle. Hablaron de Europa en el mes de julio, pero ni en esto intervino, o no pudo intervenir, Carter, a pesar de que era él, y no Sullivan, el que iba a hacer el viaje. Timmie se interesó mucho por el viaje y preguntó a Sullivan si había partidos de fútbol en julio en Rapallo, la ciudad donde Hazel quería pasar algún tiempo.

—Rapallo —dijo Sullivan— es una ciudad demasiado pequeña como para tener campo de fútbol. Para ver un buen partido creo que es mejor ir a Génova.

Y Timmie se sentó en un almohadón mirando un poco tristemente a Sullivan, como si de repente se diese cuenta de que Sullivan no iba a estar con ellos, que lo iba a estar su padre, y que su padre no entendía mucho de fútbol.

Sullivan definió la cena como una obra de arte y Hazel sonrió radiante. También Timmie estaba radiante. Carter, sin embargo, se pasó la noche haciéndose daño en los dedos al agarrar el cuchillo o el asa de una taza con demasiada fuerza, hasta que el dolor le puso nervioso. Decidió entonces que debía consultar a un especialista para que lo operase. Esto ocurría a las diez y cuarto. Una hora después, cuando Sullivan se marchaba, había cambiado otra vez de idea. Al fin y al cabo el especialista, al que Hazel le había hecho ir, le dijo que después de cortar el hueso y el cartílago la articulación probablemente encajaría bien, pero que no recuperaría todo el movimiento y que, posiblemente, le seguirían también los dolores.

—¿Estás contento, querido? —le dijo Hazel sonriendo.

—Sí —contestó estrechándola fuertemente entre los brazos y besándola en el cuello. La sentía muy de verdad al abrazarla y, sin embargo, faltaba entre ellos algo que había habido. ¿En quién había desaparecido ese algo, en Hazel o en él? ¿O en los dos?