Capítulo 15

Mellanie no estaba muy segura de lo que esperaba cuando el gran coche protegido por varios sistemas electrónicos giró por Ruejolei. ¿Un estallido de nostalgia, quizá? Sin duda aquella ajetreada calle metropolitana contenía recuerdos suficientes y no mucho tiempo antes habría dicho que todos eran buenos.

En ese momento se encorvaba en el asiento delantero junto a Hoshe Finn y miraba el rascacielos de sesenta y cinco plantas del final de la calle. Aquella forma de hoja de estoque dorada estaba entre las más altas de los rascacielos que dominaban el paisaje del centro de Salamanca. Mellanie recordaba demasiado bien la vista desde la cima. A Alessandra le gustaba que se apretara contra el grueso ventanal del ático mientras complacía a uno más de los ayudantes de algún político o a un amigo de la familia. Ésos eran los recuerdos que persistían en su memoria. Mellanie no hacía más que revivirlos mientras intentaba averiguar qué relevancia tenía para el aviador estelar cada información que conseguía.

—¿Viste alguna vez la pantalla de su sistema de seguridad?

—¿Eh? —Mellanie dejó atrás aquellos amargos recuerdos. Por alguna razón, una vez que ya no tenía que vérselas con Dudley, las cosas que había hecho de tan buena gana por Alessandra la quemaban todavía más de vergüenza—. Perdona, ¿qué?

—¿El sistema de seguridad de Baron? Hay un montón de circuitos exteriores conectados a la matriz del ático. El personal técnico se estaba preguntando si está muy generalizado.

—No tengo ni idea, Hoshe. Nunca accedió a él por una pantalla ni por un portal, por lo menos delante de mí.

—De acuerdo; suponemos que el acceso al rascacielos está bien cubierto, así como el edificio en sí.

—Bueno, la IS no pareció considerarlo excepcional cuando huí de Alessandra.

—Ya. Gracias.

Mellanie le dedicó una pequeña sonrisa. El bueno de Hoshe Finn, siempre acercándose a todos los problemas con la timidez y la precaución de un auténtico burócrata.

—Voy a ubicar al equipo del perímetro externo. El escuadrón de arresto entrará en el edificio como una compañía de servicios contratados para hacer obras de mantenimiento en un apartamento del piso sesenta y uno.

—¿Puedo subir con ellos?

—No. Es peligroso y sólo dificultarías los protocolos operativos.

—Llevaría un traje blindado y me quedaría atrás, te lo prometo.

—No. Nuestro equipo de observación dice que ahí arriba hay al menos otras dos personas con ella. Hasta que sepamos algo más tenemos que suponer que también son agentes del aviador estelar y puede que lleven armas conectadas. No pienso designar a un miembro del escuadrón de arresto para que te acompañe. Los necesitamos a todos en primera línea.

Mellanie lanzó un suspiro exagerado.

—Y, exactamente, ¿cuándo tienes programado que la vea?

—En cuanto se haya realizado el arresto y se hayan neutralizado las armas que lleve conectadas, subiremos todos.

—A Paula Myo no le importó que viera a Isabella, todo muy íntimo y personal, por cierto.

—Eso fue diferente. Entonces estábamos corriendo un riesgo, ahora no.

—De acuerdo, pero me voy a acercar bastante más al edificio. Si Alessandra se resiste, podría verse actividad armamentística desde la calle.

—Vamos a sacar a los civiles que estén justo debajo del edificio cuando entre el escuadrón de arresto. No te pongas en medio.

—Está bien, está bien. —Mellanie se bajó del coche y bajó sin prisas por la calle. Estaban en plena tarde y había un gran número de paseantes por los alrededores. Sabía que Hoshe quería esperar hasta las primeras horas de la mañana, cuando la situación fuese más fácil de contener, pero Nigel y la senadora Burnelli habían hecho caso omiso de sus objeciones. Se estaban poniendo bastante paranoicos con los agentes del aviador estelar desde lo de Daniel Alster.

Se paró delante del escaparate de una boutique y le lanzó una mirada crítica a la ropa de diseño. Era un gesto automático de lo más normal. Hoshe tenía razón, tendría que empezar a pensar qué iba a hacer después. Con la posición que ocupaba en la esfera política en esos momentos, podría hacerse con un programa capaz de competir con el de Miguel Ángel. Y, por supuesto, los productores del programa de Baron iban a necesitar una sustituía en unos diez minutos. En otro tiempo, semejantes perspectivas habrían despertado en ella una auténtica fiebre. Y también estaba Morty. Pero eso también había cambiado. No por lo que había hecho él, sino porque, por alguna razón, ella no terminaba de verse como la mujer florero de un ejecutivo, teniendo críos y esperando en casa a que él volviera tras un ajetreado día en la oficina.

Destelló el icono de la IS y se expandió en su visión virtual.

—Mellanie, tenemos un problema.

La joven no pudo evitar levantar la cabeza y mirar hacia el ático.

—¿Está vigilando? ¿Me ha visto?

—No. Que nosotros sepamos, Alessandra Baron no es consciente de su próximo arresto.

—Ah. ¿Y cuál es el problema, entonces?

—Ozzie Isaacs ha regresado a la Federación.

—¿De veras? No lo sabía.

—¿Estás segura? En los últimos días estás disfrutando de una compañía muy interesante.

—Vaya, vaya, ¿lo que oigo es un matiz de celos?

—No. Nos limitamos a recordarte que tenemos un acuerdo.

—Voy donde tú no puedes ir y te informo de cosas que tú no sabes. Vaya novedad. ¿Me estás diciendo que no sabes lo que pasó en Boongate?

—Sabemos que el aviador estelar va de regreso a Tierra Lejana. Es obvio. De lo que no tenemos certeza es de lo que va a hacer Nigel Sheldon a continuación. Su dinastía ha desarrollado un arma asombrosamente potente.

—No te consulta porque no confía en ti. Y yo tampoco estoy muy segura. Hubo mucho más que podrías haber hecho para ayudarnos.

—Ya hemos hablado de eso, Mellanie.

—Ya, ya, tú no haces cosas físicas. Pero ya da igual. Esta guerra está a punto de terminar. Me imagino que lo sabes.

—Lo que nos preocupa es cómo va a terminar.

—No lo entiendo. ¿Qué tiene eso que ver con la vuelta de Ozzie?

—No había terminado de contarnos lo que averiguó cuando Nigel Sheldon lo puso bajo custodia. Para que entendamos toda la secuencia de acontecimientos, necesitamos la información que tiene.

El vello de la nuca de Mellanie se puso de punta cuando la recorrió un escalofrío.

—Qué mala suerte por tu parte.

—Nos gustaría que te pusieras en contacto con él, y con un poco de suerte, que nos proporcionaras un enlace.

—¿Qué harías con la información?

—Con sinceridad, no lo sabemos, porque no sabemos cuál es la información. Sólo si vemos la imagen completa podemos aconsejar a la Federación sobre cómo proceder.

—El Ejecutivo no te escucha mucho en los últimos tiempos, ¿verdad?

—Estamos seguros que Nigel y los demás componentes de tu grupo de élite han decidido intentar cometer un genocidio con MontañadelaLuzdelaMañana. ¿Supongamos que hay otro modo?

—¿Qué modo?

—No lo sabemos. ¿Pero de verdad podrías vivir contigo misma si no intentaras al menos prevenir el genocidio?

—Mira, Ozzie se lo habrá contado todo a Nigel.

—¿Estás segura? ¿Sheldon se ha puesto en contacto contigo y te ha dicho que ha habido un cambio de planes? ¿Y por qué está Ozzie incomunicado? ¿Por qué es tan importante esa información para que Sheldon no quiera que salga de ahí?

A Mellanie le apetecía dar una patada en el suelo de pura frustración, nunca podía discutir con la IS, siempre le respondía con argumentos lógicos y encima con otros más emotivos.

—Llevo un par de días con Nigel. La seguridad que rodea su dinastía es absoluta. No puedo sacar a Ozzie de la cárcel; venga ya, baja de las nubes.

—No creemos que esté en la cárcel. Conseguimos seguirlo hasta que pasó a Cressat.

—¡Ah, genial! —dijo Mellanie en voz alta. Los otros peatones se la quedaron mirando y ella se limitó a devolverles la mirada con expresión furiosa—. Y ya que estoy allí, supongo que puedo hacer una pasada rápida por los botes salvavidas de la dinastía Sheldon para informar a Paul. Mira qué suerte.

—Las probabilidades de que triunfe una misión doble no son muchas.

—Ni siquiera voy a cumplir una. Ahora soy amiga de Nigel. Confío en él.

—Ozzie tomó parte en el Gran Atraco del Agujero de Gusano.

—¿En el qué?

—Mi pequeña Mel, tu nivel educativo es francamente atroz. El Gran Atraco del Agujero de Gusano fue el mayor robo de la historia de la humanidad. Bradley Johansson lo cometió para fundar los Guardianes del Ser. Huyó con miles de millones de dólares de la Tierra.

—¿Quieres decir que Ozzie es un Guardián? No me lo creo.

—Entonces pregúntale tú misma.

—Oh… —Esa vez sí que dio la patada en el suelo.

—Si dice que sí, quizá quieras considerar nuestra petición. Él sabe quién puso la barrera alrededor del Par Dyson.

—¿Cómo diablos podría llegar siquiera a Cressat? ¿Por no hablar ya de irrumpir en su celda? Nigel sospecharía si le dijera que quiero ver a Ozzie.

—Ozzie volvió con dos compañeros: un muchacho adolescente y un miembro de una especie alienígena antes desconocida. La dinastía Sheldon acaba de solicitarle a lady Georgina una chica joven y dulce para que se desplace hasta Cressat, donde debe seducir a un muchacho sin experiencia sexual. El dinero de este contrato se lo pagaron a lady Georgina desde la cuenta de la división de seguridad principal de la dinastía. Lo que es muy poco habitual. No creemos que sea una coincidencia.

—¿Quién es lady Georgina?

—Una madame de lujo de Augusta. Proporciona chicas en su primera vida a los ricos y famosos.

Aggh. ¿Y tú quieres que finja ser esa chica?

—Sí. Lady Georgina ya le ha asignado el contrato a Vanora Kingsley, una de sus últimas adquisiciones. Podemos hacer que la sustituyas, pero debemos ser rápidos. Está programado que se recoja a Kingsley en la estación de Nueva Costa dentro de ciento cuarenta minutos. Si tomas un expreso de nivel magnético a Augusta de inmediato, puedes llegar a la estación justo a tiempo.

Un taxi se detuvo junto a Mellanie y abrió la puerta. La joven lo miró y suspiró. Lo más sensato sería darse la vuelta e irse, pero sería muy emocionante infiltrarse en Cressat y conseguir hablar con Ozzie. Su mano virtual tocó el icono de Hoshe.

—Ha surgido algo. Tengo que volver a Ciudad Lago Oscuro.

—Pero… el equipo de arresto ya está en el ascensor.

—Buena suerte, Hoshe, te llamaré cuando llegue a casa.

—¿Creí que querías ver esto?

—Y quiero. Lo siento mucho, pero esto es más importante.

—¿Pero qué es?

—Te llamo más tarde, te lo prometo. —Mellanie entró en el taxi, que de inmediato se metió entre el tráfico—. ¿Qué le va a pasar a esa chica, Kingsley? —le preguntó a la IS—. ¿Tengo que meterla en un coche de un empujón o algo así? No creo que se me den muy bien ese tipo de cosas.

—Tenemos la sensación de que Jaycee no estaría de acuerdo, pero no. Ya se ha contratado a un profesional de la seguridad para que realice la operación de extracción.

—No irás a hacerle daño, ¿verdad?

—Desde luego que no. Será trasladada a un piso franco donde quedará recluida durante el tiempo que dure esta operación.

—Está bien. ¿Y qué aspecto tiene el tal chico? Tengo que saber eso al menos. —Un archivo se deslizó en su visión virtual. Cuando lo abrió se encontró mirando a un adolescente con un cabello pelirrojo salvaje y una sonrisa que era casi un gruñido—. Bueno, no esperes que me acueste con él —dijo Mellanie a toda prisa—. ¿Sabe utilizar siquiera un cuchillo y un tenedor?

—¿Qué le pasa? Nuestros aspectos femeninos están de acuerdo en que es muy mono.

Mellanie volvió a revisar la imagen.

—Quizá. Es decir, físicamente hablando. Pero se le nota el problema de actitud. Su comportamiento tiene que ser una pesadilla.

—Área en la que destacas.

—Pero qué gracioso, joder.

—Mellanie, quizá tengas que cumplir el requisito principal del contrato. Esperamos que lo entiendas.

—He hecho bastante de puta, creo.

—Estamos seguros de que la consumación sexual se puede retrasar el tiempo suficiente para que valores la situación e intentes ponerte en contacto con Ozzie. El requisito al que nos estamos refiriendo es la estipulación de personalidad que indica el contrato, que es muy importante. Por eso eligió lady Georgina a Kingsley.

—¿Qué estipulación?

—Que la chica sea… dulce.

—¡Eh! Que yo puedo ser dulce, ¿estamos? No empieces con chorradas.

—Muy bien, Mellanie. Si tú lo dices.

Una vez más Wilson esperaba para pisar un nuevo mundo. Se encontraba delante de la salida cuando el amanecer se elevó sobre Medio Camino inundando aquella isla yerma de rocas de una luz roja y unos intensos destellos de color blanco azulado. En el edificio del generador, detrás de la salida, el jinete de la tormenta estaba empezando a suministrar la energía.

Intentó no dejar que lo invadiera el engreimiento, pero con sus conocimientos de astroingeniería y mecánica orbital, los técnicos del equipo de Adam habían delegado en él de forma automática. Le había llevado veinte minutos en el panel del edificio del generador, había tenido que trazar un mapa de los sistemas primarios del Jinete de la Tormenta y de los programas de dirección antes de enviar la primera serie de instrucciones. Su visión virtual produjo un perfil de vuelo básico con una larga línea blanca curva que designaba el rumbo del Jinete de la Tormenta al describir su giro perpetuo. A los diez minutos de que aceptara sus instrucciones la matriz de a bordo, apareció una nueva línea morada, corta y roma, que mostraba la desviación que él había trazado para que regresara a la corriente de plasma. La inmensa máquina se había arrastrado por ella durante casi una hora a medida que la concentración de plasma se incrementaba a su alrededor.

A cuarenta millones de kilómetros de altura, las gigantescas aspas volvieron a girar cuando el Jinete de la Tormenta empezó a deslizarse de nuevo entre el vendaval de partículas cargadas. La pantalla de la visión virtual de Wilson le mostró el aumento de la velocidad de aquella máquina inmensa y sin embargo, sorprendentemente frágil cuando la empujaron de forma irrecuperable hacia la estrella de neutrones.

—Está cayendo, como Ícaro —dijo cuando se acercó Oscar y se colocó a su lado—. Con las alas extendidas y demasiado cerca del sol.

—Te estás tomando unas cuantas licencias poéticas —dijo Oscar—. Pero me gusta la imagen.

—¿Cómo le va a Qatux? ¿Va a poder manejar el agujero de gusano? —Wilson comprobó el estatus del Jinete de la Tormenta en su visión virtual, de momento todo se mantenía estable y la potencia de energía iba aumentando a toda prisa.

—Sabes tanto como yo. Trabajaba en la división de exploración, ¿recuerdas? Lo que me hace estar muy familiarizado con las grandes matrices que se necesitan para manipular la materia exótica. Hay un límite a lo que puede hacer alguien de carne y hueso, aunque sea una carne y un hueso alienígena muy listo. Puede que nuestro raiel sólo esté afirmando que puede hacerlo para influir en nuestro estado emocional.

—MontañadelaLuzdelaMañana controla todos sus agujeros de gusano por medio de rutinas neuronales directas.

—Y ésa es otra, ¿en tu consejo revolucionario supersecreto a alguien le dio por verificar que la tal criatura motil Bose era de verdad Bose?

—Deja de ser un gruñón tan paranoico.

—Primera regla del buen abogado, no le hagas a un testigo una pregunta cuando sabes que no te va a gustar la respuesta.

—Bueno, pues aquí tenemos la respuesta. Qatux ha terminado la secuencia de activación.

Ayub había aparcado el Volvo que contenía al raiel cerca de la puerta del edificio del generador. Después habían conectado al gran alienígena a la matriz de control de aquél a través de gruesos fardos de cable de fibra óptica que el raiel se había acoplado a las pesadas puntas de los tallos flácidos de piel que tenía detrás de los tentáculos. A Wilson aquello le recordaba a cuando se le hacía un puente al coche.

Comenzó a hacer sus ejercicios respiratorios cuando se le disparó la frecuencia cardíaca y se alegró de que Tigresa Pensamientos no estuviera por allí para percibir su ansiedad. El agujero de gusano se abrió con tanta suavidad como un iris expuesto a la noche.

—Se ha abierto a algún sitio —anunció Adam.

—Matthew, manda un robot chivato —dijo Alic.

Uno de los pequeños robots se escabulló por la cortina presurizada. Wilson se conectó a su tubo de alimentación y vio desplegarse un paisaje oscurecido. Había un suelo húmedo bajo las patas del roedor artificial, briznas desiguales de hierba que se enganchaban en su cuerpo liso. Las frondas arqueadas de unas plantas altas se mecían a lo lejos y había trozos más oscuros de árboles. El robot se apartó unos diez metros del agujero de gusano y después se alzó sobre las patas traseras y examinó el entorno. No había fuentes de calor a su alcance, ni puntos de emisión electromagnética, ni ningún espectro de luz visible; el único movimiento detectable era un viento persistente que estaba impregnado de lluvia, el final de un chubasco.

—Desde luego, no ha salido en la ciudad —dijo Adam.

—Podría ser un parque de la ciudad —dijo Rosamund.

—Lo dudo. No se registra ninguna señal de transmisor de nodos —dijo Johansson—. Hasta nuestra querida Ciudad Armstrong tiene cobertura completa de la red.

—De acuerdo, allá vamos —dijo Adam.

Wilson oyó que Jamas arrancaba el coche blindado y se hizo a un lado a toda prisa. El bajo vehículo curvado avanzó con pesadez y se deslizó por la cortina presurizada.

—Sigue intacto —dijo Adam—. Definitivamente es el campo, no hay ninguna ciudad visible. No, esperad, veo algo en el horizonte. Una bruma de luz naranja. Hay una especie de asentamiento por allí. Y bastante grande, supongo.

—Debería ser Ciudad Armstrong —dijo Qatux—. Creo que el agujero de gusano ha salido a veinte kilómetros al suroeste de su límite meridional. Ésa era mi intención.

—Eso debería ponernos en el parque Schweickart —dijo Jamas—. Reconozco las constelaciones. Por todos los cielos soñadores, es Tierra Lejana, seguro. ¡Estoy en casa!

—Realizando escáner con sensores activos —dijo Adam—. A mí me parece que está despejado. Bradley, si aquí fuera hay algo más grande que un conejo, se ha camuflado a la perfección.

—Gracias, Adam —dijo Bradley—. Vamos a pasar, chicos, de prisa, por favor.

Los restantes coches blindados y los camiones Volvo arrancaron también.

—Vamos —dijo Wilson. Se adelantó y sintió la cortina presurizada que le rozaba el traje blindado como una suave brisa al tiempo que la luz roja se desvanecía a su alrededor. Y por segunda vez en su vida, Wilson Kime llegó a un planeta alienígena con un solo paso de gigante. La gravedad descendió de repente. Algo a lo que no estaba acostumbrado, no en la red de trenes del TEC. La mayor parte de los planetas congruentes con la vida humana tenían una gravedad parecida a la de la Tierra y nunca se notaba demasiado la transición.

Uno de los Volvos tocó el claxon con estrépito tras él y tuvo que apartarse de un salto. El movimiento lo envió casi medio metro por el aire. Se echó a reír cuando volvió a hundirse en el suelo. Su mano virtual marcó el código para desbloquear el traje y se alzó el visor del casco. Aspiró el aire nativo, perfumado con el aroma a lluvia reciente y un toque de pino.

—Podrían haberlo hecho —dijo sorprendido—. Podrían haberlo hecho de verdad.

—¿Quiénes? —dijo Anna. Se bajó de la parte de atrás de un Volvo y extendió los brazos con cautela para no perder el equilibrio.

—El movimiento marginal Aries, querían terraformar Marte. Habría evolucionado y se habría convertido en algo parecido a esto si hubieran tenido la oportunidad.

—¿Dejas de pensar alguna vez en Marte? —le preguntó su mujer.

—No hay suficiente atmósfera en Marte para convertirlo en un planeta congruente con la vida humana —dijo Oscar. No parecía muy impresionado.

—Tenían proyectos para compensarlo. Querían recoger hielo del cinturón de cometas, meter bacterias modificadas genéticamente que liberarían oxígeno del suelo, instalar espejos orbitales, hacer perforaciones que atravesaran el manto.

—Suena caro.

—Los planetas lo eran en aquellos tiempos —le dijo Wilson con tono razonable.

El Volvo que transportaba a Qatux pasó poco a poco por el agujero de gusano arrastrando tras de sí el grueso fardo de cables de fibra óptica. Dos personas con trajes blindados salieron del agujero de gusano tras el camión asegurándose de que el cable no se enganchaba en nada.

—Ya ha pasado todo el mundo, señor —informó Kieran.

—Gracias —dijo Bradley—. Qatux, ya no necesitamos el agujero de gusano.

Wilson sólo tuvo tiempo de revisar por última vez el Jinete de la Tormenta antes de que se cerrara el agujero de gusano. Al igual que le pasó a Ícaro, su destino ya estaba sellado. La gruesa corriente de plasma lo había empujado mucho más allá del punto Lagrange y sus agotados motores ya no tenían la reserva delta-V para dar la vuelta. Todo lo que quedaba era la larga y perezosa caída hacia el olvido bajo la asombrosa gravedad de la estrella de neutrones.

El agujero de gusano se fue encogiendo y quedando en nada, su clausura definitiva desvió el fardo de fibra óptica, que cayó al suelo como una serpiente herida de muerte. La ruptura reforzó la sensación de lejanía de Wilson: estaban solos de verdad. Y a juzgar por el silencio, no era el único que lo pensaba.

—No tengo mucho que deciros —anunció Bradley—. Y casi menos mal, porque andamos desesperadamente escasos de tiempo. Pero me gustaría agradecerles a nuestros amigos no guardianes el haber venido y que al final creyeran en nosotros. A aquéllos de vosotros cuyos ancestros han estado conmigo desde el comienzo, me gustaría expresaros mi gratitud por los terribles y frecuentes sacrificios que han hecho, es su sangre lo que nos ha traído hasta aquí en este momento. En consecuencia, el resto de la humanidad estará en deuda con los Guardianes del Ser, por todo lo que han soportado para que nuestra especie pueda ser libre al fin.

Wilson miró a su alrededor y vio que todos los Guardianes que habían ido con ellos bajaban la cabeza en señal de respeto. Se unió a ellos, más desazonado de lo que le gustaría al admitir que Bradley estaba en lo cierto. La historia mostraría a los Guardianes bajo una luz muy diferente a partir de entonces.

—Y dado que éste es nuestro momento, no lo desperdiciemos más —dijo Bradley—. Ayub, tendrías la amabilidad de ponerte en contacto con los clanes, por favor, tan rápido como puedas.

—¡Stig! —chilló Keely—. Stig, estoy captando algo en la onda corta. Es nuestra frecuencia.

Stig se inclinó hacia delante y frunció el ceño. Estaba oscuro en la parte de atrás del cuatro por cuatro Mazda Volta, un refugio en el que podía darle vueltas a la situación sin que nadie lo viera. Al pequeño convoy de vehículos de los Guardianes, cinco coches y siete de aquellos Voltas ligeramente blindados, le había costado casi una hora atravesar la trastornada y dañada ciudad. Y durante todo el trayecto había estado captando informes de los Guardianes que cubrían la ruta de salida del aviador estelar. Sus varios intentos de alcanzar el gran camión MANN se habían quedado en nada. Los vehículos del aviador estelar tenían un buen blindaje y unos campos de fuerza incluso mejores. También respondían a cualquier ataque con una fuerza extrema. Más de una docena de edificios que albergaban a francotiradores guardianes habían quedado reducidos a escombros ardientes.

Al convoy del aviador estelar le había llevado menos de treinta minutos trasladarse desde la Plaza 3P al comienzo de la autopista Uno. Se le habían unido más de dos docenas de Range Rover Cruiser más que salían disparados de las calles laterales para unirse al convoy. Con tanta potencia de fuego a disposición del aviador estelar, Stig no había tenido alternativa y les había ordenado al resto de los francotiradores que se retiraran. Los habrían masacrado si hubieran intentado algo.

La propia persecución de Stig había sido frustrantemente lenta mientras esperaban a que otros equipos de Guardianes se reunieran con ellos y tomaban una ruta paralela a la del aviador estelar para salir de la ciudad. Por supuesto, a esas alturas los servicios de emergencia civiles estaban empezando a responder al desastre lo mejor que podían, lo que empujaba a más personas y vehículos a las carreteras que quería usar Stig. Al fin habían llegado a la autopista Uno una hora después y sólo para encontrarse con que el convoy del aviador estelar había repartido minas muy sofisticadas a su paso. La primera había eliminado un Ford Shanghi, matando a los cinco Guardianes que iban en su interior. Después de eso, Stig tuvo que ordenarles que condujeran por los márgenes de la carretera y evitaran la amplia franja de cemento amalgamado por enzimas, lo que redujo su velocidad todavía más.

—¿Quién nos llama? —preguntó Stig. No se le ocurría ningún otro grupo de Guardianes que operara alrededor de Ciudad Armstrong.

La sonrisa de Keely era de incredulidad.

—Bradley Johansson.

—No es posible —dijo Stig con aspereza al tiempo que sus manos virtuales arrancaban la señal de la matriz de radio especializada de Keely.

—… punto de encuentro número cuatro —decía la voz conocida de Bradley—. Deberíamos estar allí en unos veinte minutos.

—¿Quién es? —preguntó Stig.

—Ah, ése pareces tú, Stig.

—¿Señor?

—Eh, Stig —dijo Adam—. Me alegro de oírte, chaval.

—Por todos los cielos soñadores, no podéis estar aquí.

—Entiendo. Después de que te descubrieran en L.A. Galáctico, terminaste en nuestro piso franco de Venice. Asignamos a Kazimir para que te recogiera.

—¿Adam?

—En carne y hueso, por suerte. Hemos tenido algún que otro problema para llegar, no me importa decirlo.

—¿Cómo? ¿Cómo podéis estar aquí?

—Esto no es una llamada segura, Stig. Te lo contaré dentro de un momento en el punto de encuentro cuatro. Según Bradley, deberías saber dónde es.

—Sí, por supuesto.

—Bueno, pues si somos lo que parecemos, te vemos allí.

El punto de encuentro cuatro era una estación de bombeo del alcantarillado situada a casi un kilómetro de la autopista Uno, a cincuenta y siete kilómetros de Ciudad Armstrong. Había una pista de acceso que llegaba hasta ella y que no estaba señalizada. La estación en sí estaba detrás de una pequeña colina y desde la autopista Uno no se veía.

Stig condujo él mismo el Mazda Volta y les ordenó a todos los demás que esperaran en el desvío. En cuanto dobló la curva vio los grandes vehículos aparcados allí, sus faros atravesaban la noche con unos haces brillantes. Unas figuras conocidas se acercaron caminando cuando aparcó, con amplias sonrisas en la cara. Stig salió con un tropezón, sin terminar de creérselo y Adam le dio un abrazo de oso.

—Me alegro de verte, chaval —dijo Adam con brusquedad.

—Por todos los cielos soñadores, creíamos que os habíais quedado tirados allí.

—¡Eh! Ya deberías saber que no es tan fácil acorralarme.

—Sí, pero… —Stig se interrumpió cuando apareció Bradley—. ¡Señor!

—Me alegro de verte, Stig.

Stig le tendió la mano para darle la bienvenida. Y después todo empezó a ir mal. Entre los haces brillantes se movía una mujer con un simple forro polar y unos pantalones. Tenía los hombros encorvados y se estremecía como si tuviera un resfriado. Después estornudó y su cabello oscuro se agitó en un rápido remolino bajo la gravedad de Tierra Lejana. Stig jamás olvidaría aquel rostro letal y elegante, ni siquiera en la paz de los cielos soñadores.

—¡Cuidado! —chilló. La mano se le fue a la pistolera. Consiguió sacar una metralleta y girar el arma.

Adam se colocó delante de él y le bajó el brazo de golpe para apartar el arma de Stig.

—¡Quieto!

Stig se echó hacia atrás con un tambaleo. Tanto Bradley como Adam habían levantado las manos para reprenderlo. Varias personas más que permanecían fuera de los vehículos, y a los que Stig no conocía, se habían puesto tensos.

—Ésa es Paula Myo —chilló.

—Buenas noches —dijo la investigadora con calma, después volvió a estremecerse, se ciñó más el forro polar y se cruzó de brazos.

—Pero…

—Ahora tenemos aliados —dijo Bradley. No había ninguna traza de burla en su voz.

—¿Paula Myo?

—Entre otros, como Nigel Sheldon, oh, y estoy seguro de que recuerdas al almirante Kime.

Wilson se adelantó.

—En realidad ahora es el ex almirante. Es un placer conocerle, Stig.

—Ah. —La pistola de Stig colgaba sin fuerzas a su lado.

—Ah, sí —dijo Adam y las sombras hacían que fuera difícil ver si lo que tenía en la cara era una sonrisa de satisfacción—. Casi se me olvida, recuerdos de parte de Mellanie.

Stig no pudo evitarlo. Se inclinó un poco más hacia ellos, sólo para asegurarse.

—¿Paula Myo?

—La misma que viste y calza —dijo Bradley—. Vamos, Stig, ahora dime cuál es la situación.

Stig permitió que lo llevaran hasta el grupo de vehículos. Justo cuando empezaba a contarle a Bradley que habían utilizado una bomba de combustible aéreo miró por encima del hombro para comprobarlo otra vez. Paula Myo se abrazaba con fuerza, como si le doliera algo; un preocupado Wilson Kime le preguntaba si se encontraba bien. Por alguna razón, ver a aquella mujer en Tierra Lejana era más extraordinario que su borroso vislumbre del propio aviador estelar.

Adam y Bradley hicieron planes a toda prisa cuando Stig les explicó lo que había ocurrido en la plaza de la Primera Pisada. Los tres camiones Volvo con su valiosa carga para el proyecto de la venganza del planeta se dirigirían de inmediato al sur, rumbo a las montañas Dessault, para encontrarse con los equipos técnicos que estaban montando las estaciones de viento. Adam dirigiría el grupo y se llevaría a Kieran, Rosamund y Jamas con él para conducir, a pesar de la impaciencia de los tres por unirse al grupo que perseguía al aviador estelar. Paula anunció que acompañaría a Adam, anuncio que el líder recibió sin hacer ningún comentario. Wilson, Anna y Oscar accedieron a quedarse con Paula para ver si podían ayudar con los aspectos técnicos de la venganza del planeta. En privado, Wilson estaba cada vez más preocupado por el aspecto desmejorado de la investigadora.

Bradley iba a dirigir al resto en la persecución del aviador estelar, encabezándola con los tres coches blindados. Las Garras de la Gata y el equipo de París se apuntaron para ir con él. Tanto él como Stig pensaron que con su experiencia en combate y sus armas, los Guardianes contarían con una ventaja significativa sobre las tropas del Instituto algo menos armadas.

Eso los dejaba sólo con Qatux. Tigresa Pensamientos había escuchado y observado sin hacer comentarios mientras los dos equipos se repartían.

—Deberíamos ir con Bradley —dijo en ese momento.

—Si quieren —dijo Bradley.

—Pues claro —asintió Tigresa Pensamientos con entusiasmo—. El aviador estelar les lleva ventaja. Lo que lo convierte en una persecución difícil y cuando lo alcancen, va a haber una gran lucha. Los Guardianes se van a volver locos, están tan comprometidos e inspirados, es como una religión. Que es lo que le mola a Qatux. Ahí es donde está el calor humano de verdad, así que nos quedamos con él. —Después miró a Adam—. No se ofenda.

—¿Entiende usted, mi querida dama, que no podemos garantizar su seguridad personal en un tiroteo? —dijo Bradley.

Tigresa Pensamientos mascó su chicle por un momento antes de hacer una mueca.

—Ya, me lo imagino. Pero vamos a ver, tampoco es que vaya a perder una gran vida, ¿no? Mellanie me llevó a que actualizara mi depósito de seguridad antes de irnos; sólo borré la mayor parte de esta vez.

—El valor de todas y cada una de las vidas humanas es inestimable.

—Es usted muy mono, que lo sepa.

Era una esas mañanas en las que Mark no había despertado del todo, ese momento de somnolencia acogedora, cuando estás en una cama calentita con la mujer que amas acurrucada contra ti. Movió la cabeza un poco y acarició a Liz con la barbilla, con cariño. Su mujer se apretó contra él y después se besaron con languidez, sin prisas. Se acariciaron con las manos. Mark empezó a quitarse la camiseta y Liz se alzó para ponerse a horcajadas de él sin quitarse el picardías, el nuevo de tela semiorgánica que imitaba a la seda negra. Se lo había puesto cada noche desde que él había vuelto. El modo en que se hacía traslúcido a medida que el cuerpo de su dueña se iba calentando y sus movimientos se hacían más urgentes ponía a mil a Mark. Liz había sacado el máximo partido de la prenda la noche anterior, que era por lo que su marido estaba tan adormilado al llegar el alba.

La enormemente erótica visión del delicioso cuerpo de su mujer tensándose como una atleta sobre él quedó borrada por un orgasmo que estuvo seguro que tenía el acompañamiento de un coro de ángeles.

—Es cierto —murmuró Mark en la oscuridad unos minutos después—. Si lo haces mucho te quedas ciego.

Muy cerca de él, Liz lanzó una risita. Mark recuperó la vista y la vio quitándole la camiseta de la cara. Le dedicó a su mujer una sonrisa de absoluta satisfacción.

—Buenos días —le dijo ella con tono apreciativo.

—Buenos días.

Los dedos femeninos juguetearon entre los labios de su marido.

—Creo que te estás haciendo más joven, ya casi no puedo seguirte como antes.

Mark esbozó una gran sonrisa de complacencia aunque no estaba muy seguro de que pudiera arreglárselas para hacerlo otra vez sin contar primero con un buen rato para recuperarse. Lo que pasaba con Liz era que era una mujer de lo más cachonda, tanto como parecía, ¿y cuántos hombres podían presumir de tener una esposa así?

—Hacen falta dos —le aseguró.

Liz le dio un beso rápido y se bajó de la cama.

—Será mejor que vaya a hacerles el desayuno a los niños; la escuela se estará preguntando por qué los mando todos los días muertos de hambre.

—Claro. —Mark casi lo sentía. Estaría bien poder pasarse un día entero holgazaneando juntos en la cama. No lo habían hecho desde que habían sacado a Barry del tanque matriz.

Se tomó su tiempo en la ducha, después se vistió y se preparó para ir al trabajo. La sudadera corporativa de color malva del TEC con las mangas amarillas entró con bastante facilidad, los pantalones de color dorado y verde eran una talla mayor que los que usaba en el valle de Ulon, y además tenían una cintura elástica. Mark le echó un vistazo al modo en que una pequeña ondulación de tripa le colgaba sobre los pantalones. Tengo que hacer algo, no puede ser.

Como si tuviera tiempo. Si acaso, su horario diario se había hecho incluso más apretado desde que había regresado el Buscador.

Sandy dejó escapar un chillido de felicidad cuando entró en la cocina. Abandonó su huevo hervido y corrió a rodearle la cintura con los brazos.

—¡Papi! ¡Papi!

Mark le acarició el pelo y le dio un beso en la coronilla.

—Eh, buenos días, cielo.

—Hola, papá. —Los ojos de Barry brillaban de admiración.

Sandy no lo soltaba. Mark tuvo que llevarla a la mesa y sentarse a su lado antes de que la pequeña se planteara comerse algo más de su huevo.

—No entramos en tu habitación esta mañana —dijo la niña con los ojos muy abiertos y serios—. Hicimos bien, ¿no? Mami dijo que deberíamos dejaros solos, que tú necesitas un montón de sueño de mayores para recuperarte de todo el cansancio después de salvarnos a todos.

—Ah, ya, eso es. Gracias, cariño. Pero no fui sólo yo el que ayudó en la misión de la Caribdis.

Barry se rió entonces de su hermana.

—Sueño de mayores. ¡Qué pequeñaja!

—¿Qué? —preguntó Sandy con expresión herida.

—Mira que eres tonta. ¿Es que no sabes lo que estaban haciendo?

—¿Qué?

—Ya está bien, los dos —dijo Liz con firmeza—. Dejad a vuestro padre que desayune en paz. —Tenía una sonrisa tímida cuando le puso el desayuno delante.

—Gracias, señora Vernon.

—Un placer, señor Vernon.

Mark empezó a zamparse sus huevos, beicon, gofres, salchichas y tomates. De acompañamiento le colocaron un plato de tortitas empapadas en jarabe de arce y coronadas con fresas y un cono de nata montada.

—Para que recuperes las fuerzas —dijo Liz con aire enigmático.

Aghh. —Barry hizo una mueca.

A Mark le costó no sonreír.

Otis Sheldon apareció justo cuando Mark estaba terminando. Panda ladró encantada cuando el piloto entró en la soleada cocina.

—¡Otis! —exclamó Barry muy contento y se acercó corriendo a él—. Llévame a la plataforma de montaje hoy. ¡Por favor! ¡Por favor! Papá siempre me está prometiendo que me va a llevar, pero nunca lo hace.

—Tu padre es el hombre al que tienes que pedírselo. Ahí arriba, es el que manda.

—¡Papi! —Sandy le dedicó una sonrisa de adoración.

—Hola, Liz. —Otis le dio un beso rápido en la mejilla.

—Siéntate. ¿Quieres un poco de café?

—Gracias. Quizá media taza.

—¿Qué podemos hacer por ti?

—Sólo pasaba para llevar a Mark al agujero de gusano de la plataforma. —Después miró a Mark—. ¿Has comprobado tu buzón de mensajes?

—Eh, no. —Mark estiró una mano virtual de color dorado y negro, y quitó la restricción de acceso nulo. Lo había cerrado la noche anterior para poder disfrutar de un rato de privacidad ininterrumpida. En su buzón esperaba un archivo de prioridad uno, enviado por Nigel Sheldon. Ay, Dios—. Gracias, Otis —dijo un poco avergonzado.

Una doncella robot le llevó una taza de café a Otis. Mark revisó el mensaje y después gruñó un tanto desesperado.

—Pero si acabáis de volver.

Otis se encogió de hombros con amabilidad.

—Así es el trabajo.

—¿Qué pasa, chicos? —preguntó Liz.

—Otro vuelo —dijo Mark.

—Y papá se está impacientando —dijo Otis.

—Eso tiene que ser… —Liz dejó de hablar mientras le dedicaba a los niños una mirada de culpabilidad.

—¿Qué pasa? —preguntó Barry.

—Eso es —le dijo Mark a su mujer.

—Oh, por Dios. Tened mucho cuidado —le dijo Liz a Otis.

—Pues claro.

Otis llevó a Mark al agujero de gusano situado a corta distancia que llevaba al grupo de plataformas de montaje de la órbita. Tenía un antiguo Daimler cupé descapotable que conservaba en perfecto estado. Lo alimentaba un motor de combustión. Mark no estaba seguro de si tenía matriz de conducción, aunque tampoco importaba mucho con Otis al volante, los reflejos de aquel hombre eran increíbles.

—¿Has hablado con Nigel? —preguntó Mark después de apretarse el cinturón todo lo que pudo.

—Sí, una reunión menor en Cressat anoche. Al parecer ya es oficial, la dinastía cree que el aviador estelar está detrás de la guerra.

A Mark le llevó un momento digerir la noticia.

—¿Estás de coña?

—No. Es confidencial, ¿estamos? Daniel Alster era uno de sus agentes. Mi padre no estaba nada contento. El aviador estelar utilizó a Alster para pasar a Boongate, en estos momentos está de regreso en Tierra Lejana. Así que también vamos a enviar una fragata allí por si intenta escapar en el Marie Celeste.

—La hostia. ¿Y cuántas fragatas quiere Nigel en activo?

—Ésa es una pregunta capciosa. Un mínimo de tres a Dyson Alfa, y nos gustaría que dos visitaran Tierra Lejana. Aunque se habló de enviar al Buscador allí en su lugar. Un montón de personas importantes se unieron a los Guardianes y ahora están aisladas de la Federación.

—Pero le dijiste que no tenemos cinco montadas todavía, ¿no? —dijo Mark, bastante nervioso.

—Sabe cuál es la situación. También hay un pequeño problema de abastecimiento con las bombas nova. Todavía no tenemos muchas.

—Pero, Otis, todavía no hemos terminado de incorporar nuestros procedimientos a los sistemas de montaje de las fragatas. Contábamos con otra semana antes de la misión a Dyson Alfa. Ni siquiera estará preparada la Escila para operar en el vacío, le faltan como dos días.

—No seas tan modesto, tienes cuatro terminadas y otras seis en fase de montaje.

—Sí, pero todavía no las han probado a nivel dos, por no hablar ya de hacerles las pruebas de vuelo. Montamos la Caribdis con chicle y un poco de suerte. No se puede seguir pilotando fragatas en ese estado, hay que integrarlas bien; cualquier otra cosa terminará siendo fatal y no me refiero sólo a largo plazo.

—Ya lo sé, lo sé mejor que nadie. Soy yo el que tiene que pilotar esos malditos cacharros, acuérdate. Llama a quien quieras, Giselle coordinará las solicitudes de personal por ti para que puedas concentrarte en la parte de la ingeniería.

—¡Pues qué bien! —exclamó Mark, no estaba demasiado impresionado cuando entraron en el aparcamiento del edificio de la salida—. Me gustaría llevarme allí a todo el equipo de diseño, para empezar. Quizá así aprendan al fin la diferencia entre la teoría y la práctica.

Otis esbozó una gran sonrisa.

—Diseñadores e ingenieros, que jamás se encuentren los dos.

—Haré todo lo que pueda, ya lo sabes.

—Ya lo sé, Mark. Lo sabemos todos.

Por la noche, metido en el asiento delantero del pasajero del Volvo, mientras Rosamund los llevaba hacia el sur cruzando la planicie Aldrin, Adam no veía ninguna diferencia entre aquél y cualquier otro mundo normal de la Federación congruente con la vida humana. La gravedad baja no era perceptible, salvo cuando se encontraban con algún que otro bache en la carretera y el camión realizaba un ligero planeo antes de bajar al suelo. Las granjas eran más o menos iguales en todas partes, y tan cerca de la capital la tierra no era otra cosa que campos amplios y grandes extensiones de bosques que se adentraban en la oscuridad más allá de lo que podían captar sus implantes. Era la ausencia de ciberesfera planetaria lo que le daba una mayor sensación de aislamiento con respecto a los mundos que conocía. Lo único que tenían allí para comunicarse eran unas matrices de onda corta. Aunque, como él era el primero en admitir, tampoco es que hubiera nadie más a quien llamar en aquel planeta dejado de la mano de Dios. Pero la falta de información era difícil de soportar.

Al menos podía disfrutar de cierto grado de soledad. Le había preocupado que Paula insistiera en viajar con él en el mismo vehículo, al final la investigadora se había decantado por el segundo camión, con Oscar, el que conducía Kieran. Lo que sin duda había sido el segundo milagro del día; a Adam, de hecho, empezaba a preocuparle. No sabía qué variante del virus de la gripe había cogido Myo, pero era obvio que la estaba afectando mucho. No era muy habitual que en esos tiempos una enfermedad tan sencilla venciera a alguien, lo que implicaba que quizá fuera extraterrestre. Hacía treinta años que no había ningún caso de plaga alienígena, desde la epidemia de sarampión de Hokoth. Que la Federación sufriese una en esos precisos momentos no dejaba de ser bastante irónico.

Se dijo que estaba preocupado sobre todo porque la investigadora quizá fuese portadora y podría contagiarle el bicho a él y a los demás. Paula había hecho todo lo posible por quitarle importancia pero él había visto la película de sudor de su frente, los largos e incontrolables estremecimientos que le sacudían los miembros. La había afectado muy rápido. La investigadora no había mostrado síntomas en el Ganso de Carbono, donde habían estado discutiendo la táctica para el aterrizaje en Puerto Perenne. Ése sí que había sido un momento surrealista, allí estaba, sentado con Paula Myo y tomando té juntos mientras formulaban la mejor estrategia, ambos reuniendo sus conocimientos y experiencia sin reservas, al menos por parte de él. Y mientras tanto, aquel pequeño discurso que había pronunciado Myo en la estación de Narrabri no dejaba de dar vueltas por su mente ni un solo momento. Estaba cavilando tanto que no le habría extrañado que Myo se lo notara.

Después de eso, la investigadora había desaparecido prácticamente de su radar de preocupaciones cuando entraron en Tierra Lejana y se encontraron con los Guardianes. Hasta cierto punto suponía que, una vez que hubieran entregado su valiosa carga a los Guardianes que esperaban en las montañas Dessault, él se alejaría hacia el atardecer mientras sus amigos evitaban que la investigadora lo siguiera, y después disfrutaría de una jubilación tranquila en alguna granja los años que le quedaran. Salvo que el único modo de que ocurriera eso era si alguien mataba a Myo. E incluso en ese caso, su versión renacida aparecería en el horizonte antes o después. La realidad era que aquella absurda vendetta a muerte que estaban librando los dos sólo podría terminar de verdad con la muerte de Adam. Además, él sabía mejor que nadie que no podría pasar más de un par de horas en una granja sin morirse de aburrimiento. Tendría que regresar a la Federación y pasarse la vida huyendo otra vez. Lo extraño era que esa perspectiva no era tan deprimente como podría parecer en un primer momento.

Por alguna parte, entre el constante gruñido profundo del motor, comenzó a abrirse paso un desagradable crujido metálico. Adam miró a su alrededor, alarmado. Hacía tanto ruido que pensó que debía proceder de su camión, Rosamund ya estaba frenando con suavidad.

—Tengo un problema —dijo Kieran por el canal general.

Para cuando Rosamund dio marcha atrás y se colocó cerca del segundo camión, Kieran ya estaba llenando el canal con palabrotas bastante fuertes pero poca información real. Adam se bajó de la cabina y dio la vuelta. La carretera que estaban usando era la ruta principal que unía los mercados de esa región con la ciudad; en un principio tenía una superficie de cemento amalgamado por enzimas, pero ésta se había ido encogiendo poco a poco bajo el ataque de la tierra y las malas hierbas, y las grietas y los baches que siempre tardaban décadas en repararse. En esos tiempos se parecía más a una simple pista de tierra muy utilizada con zanjas de drenaje congestionadas a ambos lados. Adam ya estaba teniendo serias dudas sobre el tiempo que les llevaría llegar a las montañas y ésa era una buena infraestructura para lo que había en Tierra Lejana. Según los supuestos mapas que llevaba almacenados en los implantes, las carreteras desaparecían del todo unos ciento cincuenta kilómetros más al sur, donde la planicie Aldrin se convertía en un mar de praderas deshabitadas.

—¿Qué ha pasado? —gritó.

Una especie de vapor espeso cruzaba como un torbellino los haces de los faros del Volvo. Kieran los atravesó con zancadas coléricas y una expresión furiosa en su rostro demacrado y anguloso. Golpeó el gancho de una de las cubiertas del motor y ésta se replegó. Una llama saltó a la noche.

Kieran se agachó y se protegió la cara con las manos.

—¡Por todos los cielos soñadores! —En su voz había un matiz de dolor.

Oscar bajó de un salto de la cabina y se adelantó a toda prisa con un fino extintor. Dirigió el potente chorro de partículas de gel de color azul hielo a la maquinaría ardiendo y apagó el fuego en cuestión de segundos.

Kieran hacía una mueca mientras se sujetaba la mano.

—Déjame ver —dijo Adam.

Tenía la piel roja y ya estaban empezando a salirle ampollas. Wilson había traído un botiquín de la cabina de su camión y empezó a ponerle un poco de pomada.

Oscar le lanzó al motor otro par de chorros con el extintor.

—Está apagado pero estamos jodidos —dijo al asomarse al interior de la maraña ardiente de metal—. No vas a conseguir que reparen esto fuera de un garaje y es probable que ni siquiera allí. Confía en mí, sé de motores y esto no es más que chatarra.

Adam le lanzó a Jamas una mirada que era casi una acusación, aunque sabía que no era ni profesional ni justo. Pero era Jamas el que se había encargado de organizar el transporte por tierra.

—Funcionaban a la perfección cuando los cargamos en Wessex —dijo Jamas a la defensiva—. Yo mismo los llevé para que los revisaran en el concesionario.

—Lo sé —dijo Adam—. Hay averías. Es una auténtica putada que pase ahora, pero no te preocupes. Tenemos sitio suficiente en los otros dos Volvos para continuar.

Trabajaron con rapidez bajo las luces de los faros de los camiones. Adam era más que consciente de lo visibles que eran en medio de aquellos cultivos abiertos y mal iluminados. Fuera del alcance de la luz del fuego, los lobos comienzan a reunirse sin que nadie los vea. Los campos de fuerza estaban desconectados, lo que aumentaba la sensación de vulnerabilidad. Agradeció que los tres Volvos llevaran carritos robot, que empezaron a descargar los cajones nacarados del camión estropeado de Kieran.

—Voy a echarle un vistazo a ese camión —le dijo Oscar a Adam—. A ver si puedo averiguar qué ha pasado.

—Bien —dijo Adam con aire distante. Estaba observando a los carritos robot que se movían por allí. La superficie de la carretera, húmeda y desigual, no les ponía las cosas fáciles a las maquinitas. Estaban diseñadas para trabajar en los suelos planos de los almacenes y las zonas de carga. Los cajones se tambaleaban en ángulos alarmantes, pero las abrazaderas de los carritos robot evitaban que se cayeran.

Ya habían transferido la mitad de los cajones de plástico cuando Adam gritó de repente «¡alto!». Su mayordomo electrónico respaldó la orden y detuvo al carrito robot que tenía justo delante. Adam se acercó a él seguido por Wilson, Anna y Jamas. La tapa del cajón tenía a cada lado un par de cerrojos del tamaño de una mano, iban encajados en la tapa y para abrirlos había que levantarlos. Uno colgaba abierto. Adam se quedó mirando la solapa suelta de metal mate y después empezó a levantar los demás cerrojos del cajón.

—¿Qué? —preguntó Wilson—. Uno de esos no se suelta solo.

—No, no se suelta —dijo Adam—. Están diseñados para no abrirse, de eso se trata. No se abren de repente sólo porque los sacudan un poco. —Rosamund y Kieran llegaron cuando Adam abría el último cerrojo—. Jamas, échame una mano.

Entre los dos quitaron la tapa. Adam y Wilson iluminaron el interior con sus linternas y Adam se encontró contemplando una pequeña versión privada del infierno.

—¡Oh, joder! No me lo puedo creer.

Los cinco componentes del interior del cajón habían sido envueltos en una gruesa esponja plástica verde azulada para el viaje. Alguien había utilizado un máser con ellos. La esponja plástica se había fundido y convertido en una brea ennegrecida, manchando los componentes y acumulándose en el fondo del cajón. Todos los revestimientos que albergaban los sistemas electrónicos de mantenimiento en un costado de los componentes estaban totalmente deslustrados allí donde habían aplicado el máser.

Se hizo un silencio absoluto cuando todo el grupo se quedó mirando el cajón. Después de eso, empezaron a mirarse entre ellos. Adam tampoco podía culparlos. El también estaba intentando averiguar quién era el culpable más probable, pero no podía permitir que el ambiente se envenenara demasiado, todavía tenían que trabajar juntos y ya se estaban dividiendo otra vez en los Guardianes y la Marina.

—No perdamos la calma hasta que solucionemos esto —dijo—. Quiero que se abra y se inspeccione el resto de los cajones. Dos personas en cada cajón, ahora mismo no necesitamos crear más desconfianza.

Con los carritos robot descargando todos los Volvos, les llevó un cuarto de hora abrir todos los cajones. Paula no ayudó, se quedó sentada en los escalones de la cabina del tercer camión con una manta alrededor de los hombros mientras los otros quitaban las tapas. En total, alguien había saboteado cuatro cajones, todos con un máser.

—Estaban bien cuando dejamos Wessex —insistió Jamas—. Lo sé porque ayudé a embalarlos. —Miraba furioso a Wilson y Oscar.

—¿Todavía tenemos sistemas suficientes para hacer que funcione el proyecto de la venganza del planeta? —preguntó Wilson.

—No estoy seguro —dijo Adam—. Kieran, ¿tú qué crees?

—Por todos los cielos soñadores. No lo sé. Creo que funcionará de todos modos, eso era lo que decía Bradley, lo que les llevamos sólo lo hace más eficiente.

—Aumenta la probabilidad de éxito —dijo Wilson.

—Así que esto la ha reducido un punto, otra vez —dijo Rosamund.

—Es uno de nosotros —dijo Kieran con fiereza—. Uno de vosotros, los de la Marina.

—Eh, eh —dijo Adam a toda prisa—. Podría haber sido cualquiera de nuestro grupo.

—Ya has oído a Jamas, todos los componentes estaban bien cuando los embalamos.

—Si no es Jamas el que lo ha hecho —dijo Anna.

Jamas dio un paso hacia ella.

—¿Me está acusando?

—¡Alto! —Adam les lanzó una mirada exasperada—. Esto sólo ayuda al aviador estelar. No sabemos si es una de estas personas. —Le lanzó a Jamas una mirada dura—. Déjalo ya. Podría haber sido cualquiera de los que viajamos juntos, incluyéndonos a ti y a mí, incluso Johansson.

—¡Eh! —protestó Jamas—. No me jodas, no es Johansson.

—Ya está bien. No lo sabemos y, de todos modos, es probable que nunca lo averigüemos hasta que todo termine —dijo Adam—. Tuvimos suerte de ver que habían abierto el cajón. De ahora en adelante sólo tenemos que vigilarnos. Lo que no significa de modo automático que alguno de nosotros sea culpable. ¿Está claro? —Se quedó mirando a los Guardianes y esperó hasta que todos y cada uno aceptaron su autoridad. Cosa que hicieron de mala gana, pero al final todos asintieron salvo Jamas, que lanzó las manos al aire para admitir la derrota—. Gracias —dijo Adam sin alterarse—. Wilson, de ahora en adelante, nadie de tu equipo va o hace nada solo, y eso va por los Guardianes también. Desde este punto todo se convierte en una empresa conjunta, y eso incluye ir al retrete.

—Buena idea —dijo Wilson.

—Quiero que se vuelvan a sellar los cajones y que regresen a los camiones. Vamos a llegar al punto de encuentro, que conste, y los componentes que llevamos van a cambiar las cosas. A trabajar.

—Una cosa —dijo Oscar en voz baja cuando los otros volvían con los cajones.

—¿Qué pasa? —preguntó Adam. Era una pregunta casi retórica porque ya se lo imaginaba.

—No fue sólo la suerte lo que hizo que tuviéramos que descargar los cajones. La caja de cambios del Volvo estaba vacía, se había salido todo el aceite. Uno de los sellos estaba suelto. El trasto entero se sobrecalentó y se caló.

—Eso no puede ser, ningún problema podría crecer tanto. ¿Qué hay de los sensores?

—Buena observación —dijo Oscar con aire incómodo—. Creo que alguien sobrescribió el programa de la matriz de conducción. Tampoco puedo estar seguro, por supuesto.

—¿Y la fuga? ¿Qué la provocó?

—Hay un montón de daños provocados por el fuego así que, una vez más, es imposible decirlo con certeza. Pero si tu chaval, Jamas, tenía razón cuando dijo que lo llevó a que lo revisaran, es imposible que un sello se hubiera roto tan pronto.

—Maldita sea. —Adam le lanzó a los dos camiones que quedaban una mirada furtiva—. ¿Y qué hay de los otros?

—Si ha sido un sabotaje, el que lo hiciera no va a usar el mismo método dos veces, lo encontraríamos en cuanto ocurriera el primero. Puedo comprobar los dos, por supuesto, pero yo sugeriría que lo mejor es reiniciar sus matrices desde la memoria original del fabricante. Con eso debería borrarse cualquier geniecillo desagradable que haya sobrescrito algo en la matriz. Y le echaré un buen vistazo a la caja de cambios, de todos modos. Si de verdad hay un fallo de diseño en los sellos, entonces una fuga no debería ser muy difícil de detectar.

—Claro, yo voy contigo. —Casi como en los viejos tiempos.

—Cómo no.

Para cuando se pusieron de nuevo en marcha, habían perdido casi una hora. Rosamund conducía otra vez el Volvo que iba en cabeza y alcanzaba una velocidad casi límite para las difíciles condiciones de la carretera. Adam tuvo que dar el visto bueno al uso de los sensores activos para asegurarse de que no había ninguna sorpresa desagradable en la desigual superficie. Si conducían sin parar, no debería llevarles más de día y medio alcanzar el punto de encuentro de las estribaciones del sur.

Kieran y Oscar se habían unido a Adam en la cabina, junto con Paula. La investigadora se había retirado de inmediato al pequeño cubículo que se utilizaba para dormir en la cabina principal, con la manta ciñéndole bien los hombros. Adam esperó media hora para asegurarse de que no había ningún problema urgente con los Volvos y después recogió un botiquín y deslizó la fina puerta de compuesto a un lado. Había muy poco espacio detrás. Había una litera en la pared trasera con sólo sitio suficiente para que una persona pudiera ponerse de pie delante. Unas taquillas situadas bajo la litera servían para guardar los objetos personales.

Las rejillas de aire acondicionado expulsaban una desagradable corriente de aire caliente. Adam encendió la tenue luz azul. Paula se sentó en la litera de abajo todavía envuelta con la manta. El modo en que tenía el brazo doblado bajo la lana gris y el bulto que hacía la mano dejó helado a Adam. Cuando la miró a la cara se quedó paralizado. Era como si la investigadora no hubiera dormido en una semana y estaba demacrada, como si la piel se le estuviera derritiendo envuelta en sudor. Era un cambio fisiológico repentino e inquietante.

—Dios, ¿pero qué le está pasando? —le preguntó mientras cerraba la puerta, por alguna razón no quería que los otros la vieran así.

Un gran estremecimiento recorrió entera a la investigadora y la obligó a hacer una mueca. Tenía el cabello empapado en sudor y pegado al cráneo y apenas se movía. Paula se limitó a mirar a Adam con sus delicados ojos hundidos en una piel oscurecida que parecía un enorme cardenal. Lo único que no vacilaba era el arma que tenía bajo la manta.

—No estoy aquí para asesinarla —dijo Adam. Qué estupidez acabo de decir. Después soltó un bufido irónico—. De hecho, necesito su ayuda. Usted es la que va a tener que averiguar cuál de nosotros es el traidor.

La boca apretada de Paula se alzó en una ligera sonrisa.

—¿Supongamos que soy yo?

—Oh, venga ya.

—¿Quién mejor? Llevo ciento treinta años persiguiendo a Johansson para intentar encerrarlo.

—Usted nos dio los datos de Marte. Por mucha presión política que estuviera sufriendo, no lo habría hecho si fuera un agente del aviador estelar.

Myo volvió a guardarse la pistola en la funda.

—No debería haberlo hecho, de todos modos.

—Lo consideré una señal de humanidad que al fin se abría paso hacia la superficie.

—Entonces es que es idiota.

—¿Es que cree que no es humana?

—Más bien lo contrario. —Paula volvió a echarse poco a poco en la litera haciendo más de una mueca antes de terminar de acostarse—. La raíz de mi determinación es que me importan las personas, las protejo. Eso es lo que nos convierte en adversarios.

Adam lanzó una carcajada amarga.

—Si eso es verdad, debería ser usted la presidenta del Partido Socialista Intersolar. Nos importan las personas, queremos auténtica justicia social para todo el mundo.

—¿Qué justicia le ofreció usted a Marco Dunbar?

—¿A quién?

—O a Nick Montrose, o a Jason Levin, o a Xanthe Winter.

—No conozco a ninguna de esas personas.

—Pues debería. Las mató. Todas estaban en el tren de StLincoln cuando pasó por la estación de Abadan.

La sensación de culpa recorrió a Adam como un estoque electrificado y apretó la mandíbula con fuerza.

—Zorra.

—Por favor, ahora no intente subirse al carro de la moral con sus creencias ideológicas, ni siquiera suponga que estamos en pie de igualdad de algún modo. Los dos sabemos quién tiene razón aquí.

Adam estudió el perfil medio encogido de la investigadora bajo la luz tenue mientras iba desapareciendo su cólera.

—La verdad es que está hecha una mierda. ¿Qué le pasa?

—Una especie de gripe extraterrestre. Últimamente he estado en muchos planetas. Podría haberla cogido en cualquier parte.

—Tenemos unos botiquines bastante buenos con nosotros. —Adam dio unos golpecitos en el maletín que llevaba—. Déjeme ejecutar un escáner de diagnóstico.

—No. No es nada contagioso.

—¡Sólo faltaría!

—Déjelo, Elvin.

—Ya sabe lo que tiene, ¿no? —A Adam no se le ocurría qué podría ser para que Myo no quisiera hablar de ello.

—¿Quiere mi ayuda o no?

—Sí —suspiró él—. Juraría que los Guardianes que me traje conmigo eran de fiar.

Paula se colocó de espaldas y cerró los ojos. Parecía muy frágil en aquella postura.

—Empiece por el principio, lo más básico de todo. Usted sabe que no es un agente del aviador estelar, ¿no?

—Sí.

—Muy bien. Hasta que tenga una prueba definitiva de la inocencia de una persona, no puede confiar en nadie del grupo.

—¿Ni siquiera en usted?

—Ya se lo he dicho. Llevo ciento treinta años intentando detener a Johansson. Para el propósito de este ejercicio, debe considerarme sospechosa. Yo sé que no lo soy, pero no puedo demostrárselo de forma física.

—Tiene usted una visión del mundo muy morbosa, investigadora, joder, y eso va gratis. Continúe, ¿cómo descarto a la gente?

—Lo más probable es que el sabotaje ocurriera después de que nosotros nos uniéramos a su grupo.

—Sí. Me ocupé del embalaje y carga de esos cajones. Habría sido difícil dispararle con un máser al contenido de uno de los cajones en el almacén, por no hablar ya de cuatro.

—De acuerdo entonces. —Paula empezó a toser, su cuerpo se sacudió de un modo tan alarmante que Adam estiró los brazos para sujetarla. La investigadora apartó la mano con un gesto cuando la tos remitió—. Estoy bien.

—No, no lo está. Jesús, ¿la han envenenado? ¿Es eso?

—No. Sólo deme un poco de agua, por favor.

Adam encontró una botella de agua mineral en una de las taquillas. Era doloroso ver a la investigadora intentando tragar, tomaba sorbos tan pequeños que era como ver beber a un bebé.

—Para empezar por los Guardianes —dijo Paula—. ¿Puede alguien de este mundo responder por ellos con absoluta confianza? Si no es así, el aviador estelar podría haber tenido acceso a ellos igual que hizo con el amigo y asesino de Kazimir McFoster.

—Bruce. Maldita sea, sí, intentaré comprobarlo, pero el único enlace que tenemos es de onda corta, no se le olvide. No se puede decir que sea muy seguro. E incluso en ese caso, ¿quién puede responder por cada minuto de la vida de alguien?

—Lo sé. En cuanto al equipo de arresto de la Marina, proceden de la misma oficina de París que Tarlo, al que corrompieron hace varios años. Si el aviador estelar pudo llegar a Tarlo, entonces, en teoría, podría haber llegado a cualquiera de los demás.

—Ésa era su oficina —dijo Adam cada vez más inquieto.

—Lo era, sí. Como ya le he dicho, no me descarte por una cuestión sentimental o por creer que soy incorruptible. Tiene que ser lógico.

—De acuerdo, ¿qué hay de los otros? ¿Las Garras de la Gata?

—En primer lugar, no han estado en contacto, estaban detrás de las líneas enemigas. Lo que les ocurrió allí es desconocido. Claro que, todos son delincuentes extremadamente peligrosos. Podrían haber hecho esto en beneficio propio.

—¡Cristo bendito! Lo que nos faltaba ahora mismo, otro grupo dispuesto a amargarnos la vida.

—Es una posibilidad remota, pero no deje de tenerla en cuenta. La pareja más inusual que tenemos con nosotros son Qatux y Tigresa Pensamientos. —Paula volvió a toser y después dejó caer la cabeza sobre la fina almohada—. Con franqueza, no creo que Qatux sea un agente del aviador estelar, pero tampoco es el ciudadano raiel más fiable ni normal del mundo y su insistencia en venir con nosotros no es habitual. Plausible pero extraño. En cuanto a Tigresa Pensamientos, piense en Mata Hari.

—Que era bailarina y cortesana. Con el debido respeto, Tigresa Pensamientos no tiene tanta categoría.

—Así que conoce la historia, estoy impresionada; eso no está en su expediente.

—Soy una caja de sorpresas, investigadora. Bueno, ¿y qué hacemos con Tigresa Pensamientos?

—La clasificamos como una incógnita definitiva. Si ella es nuestra saboteadora, entonces creo que ya hemos perdido. Pero una vez más, la decisión es suya.

—De acuerdo, eso nos deja con los dos Kime y Oscar.

—Todos los cuales estaban a bordo del Segunda Oportunidad. Sabemos que había un agente del aviador estelar a bordo. Por tanto, todos sospechosos.

—De acuerdo —dijo Adam con la voz entrecortada—. Así que estoy solo de verdad. —Entonces se dio cuenta de que en realidad no lo estaba, que había un pequeño hecho que Paula no sabía. Sonrió y estuvo a punto de contárselo. Después se detuvo. En primer lugar, tampoco tenía la certeza de que ella no fuera un agente del aviador estelar. Lo único que tenía era la corazonada de que no podía serlo, no la Paula Myo que él conocía. Lo que no basta para decidir el resultado de una guerra. Y en segundo lugar, no podía permitir que la investigadora lo supiera.

—¿Qué? —Paula lo miraba.

—Nada. Así que si no puedo descartar a los individuos por el motivo, tengo que examinar la oportunidad, ¿no?

—Muy bien, Elvin. Por lo que yo calculo, tuvo que tener lugar durante el vuelo del Ganso de Carbono. Los camiones no estuvieron vigilados durante un vuelo de nueve horas, cuando cualquiera podría haber bajado a la cubierta de carga sin que lo vieran. —La voz de Paula se había ido debilitando y había terminado por cerrar los ojos—. Necesito dormir —dijo—. Tengo mucho frío.

—Necesito que siga conmigo sólo un momento más, por favor. Había gente en la bodega de carga. —Adam giró los cerrojos del botiquín y sacó una matriz de diagnóstico.

—Incluyéndolo a usted y a mí durante buena parte del tiempo. Que es por lo que sólo se sabotearon cuatro cajones. El agente del aviador estelar no podía arriesgarse a realizar un proceso más prolongado, podrían haberlo visto.

Adam puso un parche de diagnóstico en la frente fría y húmeda de la investigadora y ejecutó el programa.

—¿Por qué no se limitó a hacernos volar por los aires?

—¿Qué está haciendo? —Paula intentó apartar la matriz de diagnóstico, pero Adam le cogió la mano y se la sujetó. La investigadora no tuvo fuerzas para detenerlo.

—Averiguar qué diablos le pasa. —La pequeña pantalla de la matriz empezó a llenarse de datos. El pulso de la mujer era alarmantemente rápido.

—No —gruñó Paula, inspirando entre dientes.

—Cristo, si casi no tiene tensión. Concéntrese por mí, si había un agente del aviador estelar en el Ganso de Carbono, ¿por qué no nos hizo volar por los aires?

—Buena pregunta. Aquí se aplica la solución más simple: no lo hizo porque no pudo. No tenía acceso al armamento pesado adecuado.

—Las Garras de la Gata y el equipo de París sí. Igual que la mayor parte de mis Guardianes.

—Eso está bien, ya podemos empezar a eliminar gente. De los Guardianes que viajan con nosotros, ¿quién no tiene un traje blindado agresor?

—Rosamund y Jamas. —La matriz terminó de revisar el organismo de Paula—. No detecta ninguna infección viral. —Adam hizo una pausa—. Según la lectura, da la impresión de que está sufriendo una conmoción.

—Un buen veredicto —soltó Paula—. Estoy sufriendo una reacción física a una experiencia traumática. —Cerró los ojos con un parpadeo y después los abrió de golpe—. Bueno… ninguna de las tres personas de la Marina que están con nosotros llevaba un blindaje agresivo. Nelson les dio trajes protectores.

—¿Qué hay de usted?

—Igual que los tres de la Marina, mi blindaje es protector. Es cierto que llevo armas, pero nada que pueda acabar con un Ganso de Carbono, y desde luego no con un par de disparos. Usted debe de tener acceso a varias armas.

—Lo tengo. —Adam apretó los dientes—. ¿Qué trauma? ¿Qué es lo que le está haciendo esto? Por Dios, Paula, su cuerpo no puede soportar este maltrato.

—Usted —dijo la investigadora con una sonrisa burlona—. Píenselo, si el agente del aviador estelar está con nosotros en los Volvos, tenemos que ser yo, Wilson, Anna, Oscar, Rosamund o Jamas.

—¿Qué quiere decir con que soy yo?

—Quería arrestarlo, pero tuve que dejar que viniera aquí, donde podrá eludirme cuando termine la misión. No puedo hacerlo. Es injusto. Total y absolutamente injusto. Usted es un asesino de masas. No puedo olvidar eso. Creí que podía, pero no puedo. Mi cuerpo sólo está recordándomelo.

Adam se la quedó mirando, cada vez más horrorizado.

—¿Está en estado de conmoción por dejarme libre?

—Sí.

—Joder, Paula, esto tiene que parar. —El mayordomo electrónico de Adam empezó a desplegar tratamientos para la conmoción. Adam sacó una mascarilla de oxígeno del botiquín, la conectó al pequeño filtro del extractor y se la puso sobre la boca a la investigadora—. Empiece a respirar con tanta regularidad como pueda. Voy a darle un sedante para intentar calmar su cuerpo.

Paula gimió, después se apartó la mascarilla.

—Fue el camión de Kieran el que se averió; ese chico debería haber notado que algo iba mal antes de que empeorara lo suficiente como para incendiarse.

—¡A la mierda con eso! Su vida es bastante más importante.

—No lo es. Tenemos que averiguar quién es el traidor, el delincuente. Si está con nosotros, volverá a atacar.

Adam sacó un tubo de aplicación del maletín, el sedante se aproximaba bastante a lo que el programa médico de su mayordomo electrónico le decía que usara.

—Aguante, ¿me entiende? Haremos que supere esto. No se atreva a fallarme ahora, no se atreva, joder.

Un ángel entró en la mansión sin previo aviso, provocando un buen jaleo entre el personal de seguridad que estaba de guardia esa mañana. No querían dejarla entrar, pero la joven hizo caso omiso de sus protestas con ese desdén desenfadado de la aristocracia, el legado de cualquier hijo importante de una dinastía.

Orion, que vagaba por la amplia terraza que se asomaba a la enorme piscina, escuchó la discusión y volvió la vista para mirar por las puertaventanas abiertas. El ángel se encontraba justo al otro lado del formal vestíbulo abovedado de la mansión, enmarcada por la puerta principal abierta. Apenas pudo creer lo que veía. Era tan bella que le dolieron los ojos; alta, con la piel dorada y unos hombros fuertes y anchos. Su rostro largo tenía los pómulos más marcados que había visto jamás, eran preciosos aunque hicieran que la barbilla resultara más prominente. El cabello, liso y de un color castaño claro, estaba cortado como un manto largo y ahusado que le llegaba por la mitad de la espalda y se movía como una única capa de seda satinada cada vez que echaba la cabeza hacia un lado. Sus piernas, que en ese punto Orion habría matado por poder ver, estaban ocultas dentro de una falda larga de fino algodón de color morado rojizo con un estampado verde de flores. El muchacho sí que tuvo el placer de ver el estómago perfectamente marcado de la chica entre la falda y una sencilla camisola blanca de algodón.

Era, le dijo al personal de seguridad, Jasmine Sheldon. ¿Es que no lo sabían? ¿Es que no sabían que era una de las nietas de quinta generación de Nigel, que estaba en su primera vida y que era de ascendencia directa? ¿De qué otro modo podría entrar en una residencia de los Sheldon a menos que tuviera el visto bueno del departamento de seguridad de la familia? ¿Nadie les había dicho que siempre comenzaba las vacaciones semestrales en esa mansión? Sus amigos de la facultad se dejarían caer un par de días después. Hasta entonces ella pensaba disfrutar de unos días tranquilos ella sola. Si había algún problema, podían hablar con la oficina de la dinastía en Illanum. Ellos solucionaban cualquier dificultad con la que se encontraban los miembros más importantes de la familia. Además, era obvio que ya no podía volver, el taxi ya estaba a medio camino de la entrada de la finca. Se alojaría en la habitación Bermuda. No hacía falta que la acompañaran arriba, ya conocía el camino. Sus tres maletas la siguieron como empleados acobardados.

¡Uau! —dijo Orion en un suspiro después de que la joven desapareciera por las amplias escaleras. Observó al humillado personal de seguridad hacer un corrillo para discutir aquello, las líneas verticales de los tatuajes CO verdes y rojos que tenían en las mejillas resplandecían agitadas. Después se separaron para escabullirse por el gigantesco interior de la mansión—. ¿Y ahora qué hago?

No había nadie que le pudiera sugerir el rumbo que debiera tomar, justo cuando más necesitaba un consejo. Muy diferente a la noche anterior. El personal de seguridad se había mostrado educado pero firme cuando llegaron a la mansión. Orion era libre de utilizar cualquier instalación del edificio que quisiese, incluyendo el balneario y el gimnasio del sótano. Si necesitaba alguna ropa concreta o cualquier otro artículo comercial, sólo tenía que pedirlo y se lo llevarían. El personal de cocina le prepararía la comida que quisiese. En cuanto a los terrenos, por favor quédese a menos de cuatro kilómetros y medio de la mansión, aparte de eso podía pasear por donde desease.

Ozzie no estaba por ninguna parte. Habían desayunado juntos bastante tarde mientras Ozzie les explicaba a Orion y Tochee las razones de aquel arresto domiciliario. Orion no había entendido del todo los entresijos políticos, sólo que Ozzie y su amigo Nigel habían tenido una gran pelea sobre el modo en que iba la guerra y un delito en el que Ozzie había estado implicado décadas atrás formaba parte de la discusión.

—Todo quedará aclarado antes de que acabe la semana —dijo Ozzie—. Nigel me estará besando el culo y rogándome que le perdone. Ya lo veréis.

—A mí no me importa —dijo Tochee—. Éste es un lugar agradable para pasar un tiempo. Me han prometido acceso continuado a vuestras bases de datos. Después de tantos viajes, es un placer disfrutar de un respiro para poder ampliar mi educación.

—Sí, vale —le dijo Orion—. Puedo quedarme por aquí y pasar una semana de lujo. —El muchacho sonrió para demostrar que hablaba en serio, pero no dejaba de darse cuenta que todo aquello eran las típicas chorradas de Ozzie. Después de pasar tanto tiempo juntos, era un misterio que Ozzie todavía pensara que podía engañar a cualquier de ellos. Era bastante obvio que estaban metidos en un lío tremendo con Nigel Sheldon y no había nada que Ozzie pudiera hacer para sacarlos.

Orion encontró a Tochee y Ozzie en el estudio de la planta baja, paseando por una proyección del generador de la Fortaleza Oscura. Ozzie se encontraba en lo que parecía un anillo de cometas brillantes y daba la sensación de que estuviera vadeándolos mientras le rodeaban la cintura.

Las conchas exteriores rotaban poco a poco alrededor de Tochee y él. Unas ecuaciones luminosas verdes flotaban sobre ellos como nubes matemáticas.

—Creo que vuestro conocimiento de física es mayor que el de mi planeta —dijo Tochee—. Puedo ofrecer muy pocas perspectivas sobre la naturaleza de la teoría de los fundamentos cuánticos. Es posible que se deba de nuevo a una mala traducción, pero una transección de campo geométrico cinco no es un tema del que haya oído hablar jamás, por no hablar ya de saber cómo se manipula.

—No pasa nada, tío —dijo Ozzie con magnanimidad—. Sólo estaba pensando en voz alta.

—¡Una chica! —soltó Orion de golpe. Se encontraba al borde de la proyección, incapaz de seguir adelante porque la imagen estaba generando un campo de fuerza—. ¡Hay una chica!

Tanto Ozzie como Tochee se dieron la vuelta para mirarlo.

—¿Cómo dices? —preguntó Ozzie.

—Una chica. —Orion agitó los brazos e hizo gestos furiosos para señalar la puerta del estudio—. ¡Ahí fuera, una chica!

—Ah. ¿Así que hay una chica ahí fuera? —dijo Ozzie.

—¡Sí!

—¿Y?

—Ozzie, es increíble, es guapísima.

—Mira, tío, ya te lo he dicho: las manos lejos del personal de seguridad.

—No, no, que no.

—¿Que no?

—No es de seguridad.

—¿Y entonces quién es?

—Una Sheldon. Hubo una especie de confusión, está aquí de vacaciones. Pero, Ozzie, la van a echar en cuanto hablen con la oficina de la dinastía en Illanum.

—Sí, es probable.

—¡Ozzie!

—¿Qué? Dios, puedes ser muy pesado.

—Detenlos.

La cara de Ozzie se arrugó con una expresión de perplejidad.

—¿Por qué?

—Creo que lo entiendo, amigo Orion —dijo Tochee—. Te sientes atraído por esa joven hembra de tu especie. ¿Es una titi de lo más follable? ¿Quizá parecida a Andria Elex, del programa de la unisfera sobre los hábitos de apareamiento humanos en el mundo de Toulanna al que accedimos en el hotel?

Un mortificado Orion se puso de un color rojo brillante.

Ozzie le lanzó a Tochee una mirada vagamente sorprendida antes de volverse hacia Orion.

—¿Le enseñaste a Tochee esa clase de programas? Creí que había bloqueado el acceso al porno.

—¡Ozzie, olvídate de eso! Tiene que quedarse. Quiero… quiero… —El muchacho levantó las manos, desesperado.

—¿Tirártela hasta dejarla rendida?

—No. Bueno… Ya sabes. Es que no quiero que se vaya. Jamás he visto a nadie como ella. Por favor.

—De acuerdo, en realidad es muy sencillo, chaval: pídele que se quede.

—¿Qué?

—Acércate a ella. Sonríe. Di «hola». Empieza una conversación. Si os lleváis bien, pídele que se quede. Si dice que sí, yo te respaldo con Nigel si nuestros nazis se ponen pesados.

—¿Qué son los nazis?

Ozzie juntó las manos e hizo un gesto para espantarlo.

—Ve a hablar con ella. Vamos. Y recuerda, no intentes hacerte el listo. Lo que eres es lo que te hace interesante. ¡Y ahora fuera! Estoy intentando salvar al universo y no me queda mucho tiempo.

La puerta del estudio se cerró detrás de Orion. El muchacho no terminaba de entender cómo había terminado otra vez en el pasillo y sin mucho más de lo que tenía al entrar. Ozzie no le había servido para nada en absoluto. Y eso le dolía. Él contaba con Ozzie.

—Piensa —se dijo con firmeza. Quizá Ozzie tuviera razón, quizá debería empezar sólo saludando. Cualquier otra cosa parecería desesperada.

Volvió a su habitación y se frotó los dientes con un montón de gel y después se aclaró la boca dos veces. Ya le resultaba más fácil peinarse gracias a la peluquera del hotel Ledbetter. La crema dermatológica biogénica activa había hecho milagros con sus granos de la noche a la mañana. Una rápida comprobación en el espejo le mostró un rostro que estaba relativamente presentable, desde luego mucho mejor que cuando habían salido del sendero. Sólo llevaba una camisa naranja de manga corta y un bañador que le llegaba por la rodilla, por lo que sintió la tentación de vestirse un poco mejor, pero eso no sería propio de él y parecería que estaba intentando impresionar.

Bueno, así que… ¡adelante!

No la encontró. No estaba en la habitación Bermuda cuando llamó con vacilación a su puerta y tampoco estaba en ninguno de los salones. Cuando se aventuró en la cocina, el cocinero no la había visto.

Después de veinte minutos de búsqueda infructuosa, se rindió. El personal de seguridad debía de haber recibido la autorización para echarla. Salió sin prisas a la terraza casi a punto de llorar. Era tan guapa, y él incluso estaba preparado para hacer el ridículo nada más abrir la boca. Cualquier cosa, sólo para estar en su presencia un solo momento. Se apoyó en la barandilla de piedra que había sobre la terraza inferior, donde la piscina ovalada se extendía hacia los jardines. En general, le había ido mejor recorriendo los senderos.

—Hola. ¿Tú formas parte del personal?

Orion dio un salto y giró en redondo. La chica estaba sentada justo detrás de él, en una de las tumbonas, vestida con un albornoz de color melocotón claro. Un dedo delicado subió un par de gafas de sol plateadas para poder mirarlo bien.

—Eh, no.

—Ah, ¿y de qué rama eres?

—No vivo en ningún árbol. —Ya lo había dicho antes de poder evitarlo. Orion cerró los ojos y gimió, sabía que su lamentable cara estaría poniéndose roja otra vez.

Jasmine Sheldon se echó a reír. Era un sonido suave y encantador, pero no le pareció burlón.

—Perdona —le dijo Orion, avergonzado—. Últimamente he visto un montón de árboles y no dejo de pensar en ellos. Esto, soy Orion.

—Hola, Orion. Yo soy Jasmine.

El muchacho se sentó en la tumbona, a su lado.

—¿Qué estás leyendo? —Un gran libro encuadernado en cuero descansaba en las piernas de la chica. Orion se giró para leer las letras plateadas de la cubierta. Los cien mayores acontecimientos de la historia humana.

—Lo encontré en la biblioteca —dijo la chica—. Estaba leyendo sobre el Gran Atraco del Agujero de Gusano.

—¿En serio? ¿Menciona a Ozzie?

—No creo. Pero no lo he leído entero.

—¿Y qué hay de un tío llamado Nazi? ¿Está en alguno de los acontecimientos?

—Jamás he oído hablar de él. Tiene un índice en la parte de atrás. —Jasmine se lo pasó—. ¿Y por qué estás aquí?

—Es una historia muy larga. —Orion hojeó el libro, que consistía sobre todo en fotos y hologramas, hasta que encontró el índice. Había un montón de columnas de letra pequeña que al joven le costó leer.

La chica sonrió y se estiró para ponerse cómoda en la tumbona.

—Va a ser un verano muy largo. Suponiendo que ganemos la guerra.

El albornoz que le rodeaba las piernas se abrió cuando se echó. Orion se sintió muy orgulloso de sí mismo por no quedarse mirando, al menos no por mucho tiempo. Tenía unas piernas largas y poderosas. Seguramente era más fuerte que él. Era una idea que convirtió su estómago en una especie de gelatina fría.

—¿Y bien? —le preguntó la chica—. Yo acabo de llegar de la facultad. No tengo nada interesante que contarte, sólo meses de clases y tardes de deportes.

Orion notó que los inquisitivos ojos de la joven eran verdes.

—Oh, yo vivía en Silvergalde. Mis padres se perdieron por los senderos de los silfen, así que yo echaba una mano en el Ultimo Pony. Es una taberna de Lyddington. Bueno… pues Ozzie apareció un día…

Aquella chica era un auténtico ángel. Orion jamás habría creído que podía sentarse a hablar con una chica y que a ella le interesaría lo que él le dijera, por no hablar ya de que la chica fuera alguien tan impresionante como Jasmine. No era sólo su belleza física lo que lo cautivaba, además era una persona encantadora. Estaba impaciente por oír su historia y hacía preguntas, y se asombraba y le impresionaban las cosas que él había visto y hecho, las privaciones que habían soportado. Orion empezó a relajarse, aunque sabía que estaba parloteando demasiado. Pero la joven se reía con él. Compartían el mismo sentido del humor.

Después de un par de horas, Tochee salió a la terraza. Jasmine se sentó de golpe y en su rostro se registró un auténtico placer.

—¡Oh, Dios mío! —dijo—. Estás diciendo la verdad.

A Orion le molestó un poco la implicación, pero la joven parecía tan emocionada que la perdonó al instante.

—Amigo Orion —dijo Tochee a través de una de las mejores y más finas matrices Ipressx que sujetaba con el manipulador—. ¿Es ésta la…?

—Ésta es Jasmine —se apresuró a decirle Orion a su amigo alienígena.

—Te doy la bienvenida, Jasmine —dijo Tochee—. Y espero que seamos amigos.

—Estoy segura —dijo la joven con coquetería.

—Voy a sumergirme en el agua —dijo Tochee—. Será un alivio. Temo que no le he sido de mucha ayuda a mi amigo Ozzie esta mañana.

—Creo que la Fortaleza Oscura es algo que tiene que solucionar solo —dijo Orion.

Tochee se deslizó hasta la barandilla de piedra del borde de la terraza y se alzó para colocar la mitad superior del cuerpo encima. La piscina estaba unos seis metros más abajo. Las cadenas locomotoras se contrajeron y la criatura sujetó mejor la matriz.

—¿No irás a saltar? —preguntó Orion.

Tochee se lanzó de la terraza superior y aterrizó en la piscina con un tremendo chapoteo.

Jasmine dejó escapar un chillido de emoción y los dos corrieron hasta la barandilla. Tochee salía a la superficie cuando los jóvenes se asomaron al borde.

—El agua está a la temperatura perfecta —exclamó. Sus cadenas empezaron a cambiar otra vez y se aplanaron para convertirse en largas aletas. El alienígena salió disparado por la piscina, tan ágil como un delfín.

—¡Estupendo! —dijo Jasmine. Se quitó el albornoz y se subió de un salto a la barandilla.

Orion se quedó mirando aquel cuerpo esbelto y perfecto en un acto de devoción casi religiosa. La joven vestía un sencillo traje de baño blanco de una pieza hecho de una tela brillante. Fue entonces cuando Orion supo que estaba enamorado y que se casarían y pasarían el resto de sus días hasta la eternidad en la cama, haciendo lo que le había visto hacer a Andria Elex, sólo que mejor y durante más tiempo.

—No, espera —exclamó—. Está demasiado alto.

Jasmine le lanzó una sonrisa maravillosa y un tanto guasona.

—El último es una nenaza —gritó, y saltó.

La preocupación de Orion se convirtió en auténtico asombro. Jasmine pareció doblarse en pleno vuelo de modo que se tocó los tobillos con las manos, después dio una voltereta, rotó hacia el otro lado, giró de espaldas y se estiró para entrar en el agua sin salpicar.

Orion se quedó mirando con la boca abierta. La joven se deslizaba por debajo del agua en una larga curva que la devolvió a la superficie cinco metros más allá de donde había entrado.

—Nenaza —le gritó a Orion con una carcajada—. ¡Nenaza, nenaza, nenaza!

Con una sonrisa de desdén, Orion trepó a la barandilla y saltó. Tenía razón, aquello estaba muy, muy alto. Agitó las piernas como si estuviera pedaleando como un loco. Al menos se acordó de taparse la nariz con la mano justo antes de llegar al agua. Por desgracia, para entonces se había inclinado un poco y aterrizó de lado. El agua dura lo golpeó con fiereza.

Luchó por subir a la superficie con todo el costado entumecido. Eso fue al principio. El escozor de verdad comenzó cuando quedó flotando arriba y a Orion se le escapó un gruñido de dolor.

La risa de Jasmine se cortó de repente y unos segundos después la tenía a su lado.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó.

—Claro. Bien. Sin problemas. —Tenía la sensación de que la camisa estaba hecha de metal. Se la desabrochó con cierto esfuerzo y después se encontró con que Jasmine lo arrastraba a los escalones de uno de los lados.

—Serás tonto —lo riñó. Pero todavía había una sonrisa enorme en su rostro.

Orion se las había arreglado para sacar un brazo de la manga. Se aferró a los escalones con el otro.

—¿Jasmine?

—Sí. —La joven seguía sonriéndole y le brillaban los ojos.

—¿Tienes novio? —No tenía ni idea de dónde había sacado los redaños para preguntarle eso.

La joven se inclinó y lo besó. Pareció durar un buen rato. Orion no estaba muy seguro de cuánto. Tenía la lengua de la joven dentro de la boca, provocando grandes fuegos artificiales en centros de placer que él ni siquiera sabía que existían.

Cuando Jasmine se apartó, Orion parpadeó sin saber muy bien qué hacer y la vio esbozando una sonrisa maliciosa.

—Eso era un no —le dijo Jasmine con picardía. Después se apartó de un empujón de los escalones y flotó de espaldas sin dejar de sonreírle—. Por si no te habías dado cuenta.

—No, si me di cuenta —susurró él sin poder contenerse.

El brazo de la joven se movió de repente y lo salpicó con un buen montón de agua. Orion la salpicó a su vez. Jasmine se echó a reír y empezó a levantar espuma con los pies. Orion se quitó del todo la camisa y se lanzó a perseguirla.

Estuvieron jugando en la piscina durante casi una hora hasta que Jasmine dijo que iba a volver a su habitación a secarse y prepararse para el almuerzo.

—Vuelvo en un momento —le prometió mientras se ponía otra vez el albornoz—. Pídele al cocinero que me haga una hamburguesa, con patatas italianas, ya sabes, las que llevan especias. Y una ensalada.

—Lo haré —le prometió Orion con aire leal.

Salió de la piscina y encontró una toalla en la taquilla que había junto a las duchas.

—Vuestra asociación parecía estar desarrollándose bien, amigo Orion —dijo Tochee. El alienígena estaba tomando el sol en la terraza inferior, junto a la piscina. Casi todas sus frondas de colores volvían a estar secas y se agitaban bajo la cálida brisa.

—¿Tú crees? —preguntó Orion mientras veía a Jasmine subir las escaleras que llevaban a la terraza superior. La joven lo saludó muy contenta cuando llegó arriba, después entró a toda prisa en la mansión.

—No soy un juez experto en tu especie, amigo Orion, pero os comportabais del modo más armonioso juntos. En mi opinión, la joven disfrutaba con tu compañía. Si no fuera así, no habría permanecido contigo, no tenía ninguna obligación.

—¡Eh, eso es cierto! —Orion recogió la empapada camisa naranja—. Voy a buscar al cocinero y después voy a coger una camisa limpia. ¿Tú quieres algo?

—Creo que me gustaría probar un poco más de la lasaña fría de verduras, con col, por favor.

Ozzie había comenzado la mañana lleno de determinación. Una determinación impulsada por la cólera, como él era el primero en admitir. Habría sido estupendo demostrarle a ese idiota pomposo de Nigel que podía arreglar el generador de la barrera de Dyson Alfa. Se puso a la tarea con la mente abierta y una explosión de entusiasmo. Por desgracia, no tardó en averiguar que tener a Tochee con él no era tan buena idea. Le irritaron un poco las preguntas constantes del alienígena y las respuestas llenas de disculpas a los interrogantes que planteaba él. Pronto quedó claro que Tochee sólo tenía un conocimiento muy limitado de física. Si era algo que se extendía a toda su especie, a Ozzie muy pronto dejó de importarle. Lo único que deseaba era una pequeña perspectiva, que Tochee pudiera aproximarse al problema desde un ángulo diferente. Pero de eso nada.

Para cuando Tochee se fue para «tomarse un respiro», Ozzie podría haber gritado de alegría. También había quedado deprimentemente claro que habían hecho un trabajo excelente, un gran trabajo, en los análisis de los datos con los que había regresado el Segunda Oportunidad. Una alarmante cantidad de los cuales a él todavía le costaba entender. Si hubiera estado conectado con un interfaz máximo y tuviera un acceso total tanto a su depósito de seguridad como a la IR de su asteroide, quizá hubiera conseguido familiarizarse con la plétora de teorías que los físicos habían reunido. E incluso en ese caso, eran sólo teorías.

Pero en esa vida sus conexiones se limitaban a los implantes de biochips que había recibido mientras se preparaba para recorrer los senderos de los silfen. Y aunque el personal de seguridad de la mansión era cortés hasta la extenuación, seguían sin permitirle acceder a la unisfera.

Un siglo después, Ozzie todavía se encontraba dentro de la gran proyección de las grandiosas conchas enrejadas que envolvían sus peculiares anillos y lanzó una efusiva maldición. Las nubes verdes de ecuaciones que resumían las mejores ideas que había tenido la humanidad sobre el problema se retiraron y se llevaron su luminiscencia a las esquinas del estudio. Ozzie estuvo a punto de cerrar la proyección. Una vez que había visto la Fortaleza Oscura, se dio cuenta de que sus primeras nociones sobre el dispositivo se estaban convirtiendo a toda prisa en una fantasía inspirada por la arrogancia. Sus manos virtuales golpearon varias columnas de iconos como si fueran insectos molestos y la proyección giró a su alrededor y ejecutó un ciclo completo. Seguía sin tener ningún sentido así que hizo resucitar la segunda imagen, una simulación de las conchas después del fallo de la barrera. La signatura cuántica externa era tan simple como era posible, pero sin una imagen más precisa era imposible ver lo que estaba haciendo en realidad, qué sección del generador estaba alterando. Y el Segunda Oportunidad no había vuelto jamás a echar una mirada más de cerca. La nave estelar había mantenido la vigilancia durante su visita a la Atalaya, pero los datos que recibía desde semejante distancia eran constantes. No había cambiado nada. Ozzie devolvió la imagen a una reproducción en tiempo real. Esa grabación no era más que un borrón de datos contra un telón de fondo de estrellas alienígenas. Cosa que tampoco lo ayudó mucho. Entonces le lanzó una mirada sorprendida, no había cambiado todavía. Le dijo a su mayordomo electrónico que ejecutara el final de la grabación y resaltara cualquier variación que detectara. Una noción intrigante comenzaba a rondarle la cabeza.

Se abrió la puerta del estudio y entró una chica. Hasta Ozzie se quedó impresionado por lo maravillosa que era. Claro que el modo en que se quedó allí de pie, con un albornoz que había dejado completamente abierto por delante para revelar un bañador húmedo, era más que probable que contribuyera a aquella impresión meteórica. Después de pasar tanto tiempo recorriendo los senderos, no era sólo Orion el que estaba desesperado por disfrutar de la compañía de una mujer.

—Ah, hola —dijo—. Tú debes de ser la chica Sheldon.

La joven le lanzó una mirada de complicidad y cerró la puerta de un modo tan deliberado y firme que a Ozzie se le aceleró el corazón.

—Jasmine Sheldon, según el certificado que me franqueó la puerta principal —dijo mientras avanzaba hacia Ozzie. Una mano recorrió con gesto sensual el cabello húmedo—. Pero los dos sabemos que eso es una mentira piadosa. La oficina que tiene la dinastía en Illanum me dio un resumen muy bonito de todos los líos que hay por aquí. Muy amable por tu parte.

—Ah, bueno, ya sabes cómo es, el chaval ha tenido unos años muy duros. Eres, bueno, lo menos que podía hacer por él.

La joven seguía avanzando, Ozzie no sabía muy bien si lanzarse sobre ella o correr tan rápido como pudiese en dirección contraria.

—¿Y qué hay de ti? —le preguntó la chica—. ¿También lo has tenido difícil en los últimos años?

—Vaya, eres tremenda. Al menos el chico morirá con una sonrisa en los labios.

La joven se detuvo justo delante de él con una sonrisa pecaminosa jugueteando en sus labios.

—Eres muy famoso, Ozzie. Espero que no te importe, pero no puedo resistirme a pedirte un pequeño favor.

—¿Y cuál es?

—Un beso. Eso es todo. Sólo. Un. Besito.

Ozzie contuvo el aliento y comprobó la puerta que tenía la chica detrás.

—No sé, tía.

—Ohhh. —Los labios femeninos se unieron en un puchero afligido—. Te lo agradecería mucho, no todos los días se conoce a una leyenda viva.

—Ah…

La chica se puso de puntillas y frunció la boca para recibir un beso. Levantó las manos a ambos lados y se aferró a las de Ozzie, los dedos se entrelazaron. Se besaron.

El mayordomo electrónico de Ozzie le dijo que los puntos-i de las palmas de sus manos estaban siendo activados por control remoto para permitir que un programa de un entorno simulado se descomprimiera en sus implantes. Un icono de desconexión de emergencia comenzó a destellar con fuerza cuando se activaron los programas antiintrusos de Ozzie, pero aquella extraña incursión electrónica le interesaba más que cualquier otra cosa así que le concedió al programa autoridad absoluta virtual para realizar el interfaz y puso los programas antiintrusos en modo de vigilancia.

El resultado fue como si lo teletransportaran al interior de una muñeca rusa de imágenes. Se encontraba en el fondo de una esfera gris traslúcida ataviado con un sencillo mono blanco, con la chica que tenía delante ataviada con la misma prenda. El rostro de la joven era ligeramente diferente al de la chica física, algunos rasgos se habían realineado y tenía el cabello más corto y dorado, pero desde luego era ella. Fuera de la esfera, unas réplicas gigantescas de él y la chica seguían entrelazados en un beso que todavía podía sentir de un modo bastante agradable en los labios. Más allá, los datos de la Fortaleza Oscura giraban como una nebulosa de bruma, encerrados por las paredes del estudio.

Ozzie levantó la mano para tocarse la boca, una sensación que se superpuso a la del beso. Después lanzó un gruñido de desdén.

—Muy bien —dijo—. ¿Quieres decirme lo que está pasando?

—Claro, pero primero, por favor intenta mantener el beso.

—Como si fuera a ser tan difícil.

—Muy gracioso. Esta simulación debería ser inmune a cualquier sensor que haya en la mansión y aquí vamos acelerados así que el beso será un buen camuflaje. Y no te emociones, semental, un minuto en tiempo real es lo único que vas a catar.

—Es un placer conocerte, nena. ¿Y tú eres?

—Mellanie Rescorai. La IS me ha enviado para averiguar lo que te ha pasado.

—Yo conozco ese nombre. Ah, sí, la que se coló en mi casa con diez mil invitados.

—Eso mejor coméntalo con la IS. Tengo una subrutina IS actualizada que puedo descomprimir en una matriz, si podemos encontrar alguna independiente y lo bastante grande en la mansión.

—Mis implantes deberían ser capaces de apañarse —dijo Ozzie. Después le pidió a su mayordomo electrónico que despejase cinco de los biochips, que desviase sus archivos y programas hacia el resto y que erigiese unos buenos cortafuegos.

—Lo dudo —dijo Mellanie.

—Intentémoslo, ¿quieres?

La superficie de la burbuja gris destelló con unas líneas chillonas de color mandarina y malva. El mayordomo electrónico de Ozzie le dijo que los biochips se estaban llenando rápido.

Las líneas se asentaron y convirtieron en espirales entrelazadas.

—Hola, Ozzie —dijo la subrutina IS.

—Guay —dijo Ozzie.

—Estabas a punto de revelar quién construyó la barrera cuando el departamento de seguridad de Sheldon interrumpió el enlace.

—Ah, sí, menuda noche la de aquel día. —Le explicó lo que Bailarín de las Nubes le había contado sobre la raza anomina.

—Así que no van a reparar el daño —dijo la subrutina IS.

—No parece.

—MontañadelaLuzdelaMañana no será un problema durante mucho más tiempo —dijo Mellanie—. Nigel y los demás han decidido utilizar la bomba nova contra Dyson Alfa. También van a destruir cualquier otra estrella que haya colonizado MontañadelaLuzdelaMañana para asegurarse de que está muerto y no puede volver a amenazarnos.

—¿Más de una estrella? —preguntó Ozzie, espantado.

—Les preocupa hasta qué punto puede haberse extendido. Ha tenido mucho tiempo desde que cayó la barrera.

—La radiación borrará del mapa a cualquier criatura viva en toda esa sección de la galaxia —dijo Ozzie—. ¿Es que no lo saben, coño? Dios, no me extraña que Nigel me quisiera aquí encerrado.

—Lo saben —dijo Mellanie—. Pero no queda más remedio.

—¿Podéis ayudar? —le preguntó Ozzie a la subrutina IS—. ¿Es que no veis que nos equivocamos al hacer eso?

—Éticamente hablando, es un error. Si embargo, es lo que requiere vuestra supervivencia. No es una decisión que debamos tomar nosotros.

—Vale, mira. He estado revisando los datos de la Fortaleza Oscura. Es obvio que el agente del aviador estelar utilizó una versión modificada de la bomba de llamarada original con la que golpeó el sol de Tierra Lejana. La distorsión cuántica es bastante clara. Eso es lo que ha jodido el generador, todo el mundo está de acuerdo con eso. Creí que habría que repararlo pero ahora ya no estoy tan seguro.

—¿Por qué no? —preguntó la subrutina IS.

—Porque el efecto es continuo. Durante todo el tiempo que el Segunda Oportunidad estuvo en el sistema de Dyson Alfa, estuvo grabando la misma anormalidad cuántica. En otras palabras, los sistemas del generador podrían estar todavía en buen estado pero no van a funcionar con normalidad mientras se esté alterando su estructura cuántica. La alteración no es más que el proverbial palo en las ruedas.

—La quitamos y el mecanismo reanuda su funcionamiento normal.

—Es lo único que se me ocurre —dijo Ozzie—. Nuestro último y definitivo intento de redención. ¿Al menos me ayudaréis con eso?

—¿Cómo te propones quitar el dispositivo que altera el mecanismo?

—Quiero meterle una bomba nuclear al muy cabrón. ¿Qué otra cosa podemos hacer?

—Dudo que un explosivo nuclear funcione. Si el dispositivo está produciendo un efecto parecido al de un sancionador cuántico, el misil o bien se convertirá en energía antes de llegar o sus componentes dejarán de funcionar, igual que el propio generador.

—Entonces utilizamos uno de nuestros sancionadores cuánticos, cambiamos el efecto de un campo a un haz, apuntamos al mecanismo del aviador estelar y rezamos para que nuestra tecnología tenga un alcance mayor. La Marina utilizó sancionadores cuánticos para eliminar bombas de llamaradas y funcionó.

—Suponiendo que estés en lo cierto sobre todos los demás factores, eso parece práctico.

—Eso me imaginé.

—¿Crees que Nigel estará de acuerdo? —preguntó Mellanie.

—Pues no —dijo Ozzie con resentimiento—. No cree que se pueda arreglar el generador. Él y su alegre banda de psicópatas ya se han decantado por el genocidio. No va a dejarme enviar una de sus naves a una misión inútil.

—¿Entonces por qué te molestas con esto?

—Muy sencillo, tía, ahora que sé lo que hay que hacer, puedo ponerme a hacerlo.

—¿Tú?

—Claro, ¿por qué no?

—¿Tienes una nave estelar?

—Técnicamente hablando, sí.

—¿A qué te refieres cuando dices técnicamente? —insistió Mellanie—. ¿Es que tu asteroide tiene VSL?

—No, no, no va por ahí. Soy dueño del cuarenta y cinco por ciento del TEC. Acepté llevarme un cinco por ciento menos que Nigel porque toda esa mierda corporativa no es lo mío. Así que, técnicamente hablando, soy dueño del cuarenta y cinco por ciento de todas las naves estelares que haya construido.

—Creí que era la dinastía la que construía las naves.

—¿Quieres cometer un genocidio cuando puede evitarse?

—No.

—Bien.

—Pero acabas de decir que Nigel no te dejará subir a una de las naves. Ni siquiera va a dejarte salir de los terrenos de la mansión. El informe de seguridad que me dieron en Illanum fue muy claro en ese sentido.

—Sí, es una pena porque eso significa que los dos vais a tener que sacarme de aquí. —Ozzie hizo una pausa y miró a Mellanie—. ¿Sabe Nigel que eres tú la que ha venido?

—No —dijo la subrutina IS—. Interceptamos a una chica que se había procurado en lady Georgina. Mellanie es una sustituta encubierta.

—Está bien, de acuerdo, ¿entonces vais a ayudarme?

—No veo cómo puedo hacerlo —dijo Mellanie.

—Si puedes, ¿me ayudarás?

—Supongo.

—¿Qué hay de vosotros? —El nudillo virtual de Ozzie dio unos golpecitos en la pared virtual de la esfera. Las líneas naranjas y violetas giraron alrededor del punto de impacto—. ¿Vais a dejar de mirar por fin los toros desde la barrera?

—Así sólo tenemos una capacidad limitada. Cressat no forma parte de la unisfera, hace poco le han optimizado los filtros del interfaz; suponemos que para que el proyecto de los botes salvavidas de la dinastía no se viera comprometido.

—Ya, ya. Necesito que os infiltréis y subvirtáis la red y los sensores de seguridad de esta mansión. Nada físico, ya sé que le tenéis auténtica fobia al mundo real. ¿Pero al menos podéis hacer eso por mí?

—Debería ser posible.

—Por fin surge la luz de vuestra humanidad. De acuerdo, Mellanie, quiero que te vayas.

—¿Irme?

—Sí. Esta noche. Peléate con Orion, o algo así. Después de que oscurezca. Que te recoja un taxi o un coche. Yo diré que me voy a quedar en el estudio para revisar los datos de la Fortaleza Oscura, pero mientras aquí nuestros amigos se ocupan de los sistemas de seguridad, yo me largo al camino de entrada. Tú puedes esperarme con la puerta del coche abierta.

—Me parece muy tosco —dijo Mellanie, indecisa.

—Lo más sencillo es siempre lo mejor. Cuantas menos cosas puedan ir mal, menos cosas irán mal.

—Supongo.

—La puerta del estudio —dijo la subrutina IS—. Observad el pomo.

Ozzie miró más allá de las versiones gigantes de él y Mellanie, todavía con los labios deliciosamente entrelazados y después a través de los datos nebulosos de la Fortaleza Oscura. El pomo de latón de la puerta del estudio estaba rotando con un movimiento de una lentitud agónica.

—Oh, mierda —gruñó—. Esto no. Por favor.

Orion fue a decirle al cocinero lo que quería Mellanie para comer, después dijo que él tomaría lo mismo y se aseguró de que se ocuparan también del almuerzo de Tochee. Se colgó la camisa todavía empapada al hombro y comenzó a cruzar la mansión rumbo al estudio. Todo había ido tan bien con Jasmine que sabía que Ozzie no le iba a creer. Ni siquiera estaba seguro de confiar en sus propios recuerdos de aquella mañana. Pero la sensación era estupenda. ¡Una chica perfecta, y encima le gusto!

Abrió la puerta del estudio.

—Eh, Ozzie —soltó de pronto—, no te vas a creer… —Y se detuvo porque Jasmine estaba allí dentro. Ozzie y ella se estaban separando y su abrazo no había sido un simple beso, Orion vio que se habían cogido de las manos. Se separaron a toda prisa, los dos con enormes expresiones de culpabilidad en la cara.

—Oye, esto, chaval, ahora no te montes la película al revés, tío —le rogó Ozzie.

Orion se dio media vuelta y echó a correr. Los pasillos de la mansión eran largos y amplios y pudo ganar velocidad enseguida. Corrió con todas sus fuerzas. La camisa se le cayó del hombro. El muchacho siguió corriendo al tiempo que le empezaban a correr las lágrimas por la cara. Un sollozo devastador brotó de sus labios y resonó por toda la mansión.

Mellanie contuvo el aliento de repente cuando Orion se alejó corriendo.

—¡Maldita sea! —El rostro del muchacho había parecido tan horrorizado que no le resultaba fácil saber que ella era la causa de tanto dolor.

—¡No me lo puedo creer! —chilló Ozzie. Su rostro se crispó en una mueca de angustia y levantó las dos manos para apelar a los cielos—. Acabo de traumatizar al chaval… y seguro que para siempre. ¡Joder! —Cogió de repente la mano de Mellanie—. Ve tras él, arréglalo.

—¿Qué? —Creyó que lo había oído mal. Su mayordomo electrónico le dijo que el punto-i de Ozzie estaba intercomunicado con el suyo. «Ésta es la excusa perfecta para que me vaya», le envió en un mensaje de texto.

—Está loco por ti —dijo Ozzie—. ¿No lo entiendes? Jamás le había cogido una mano a una chica, por no hablar ya de pasar una mañana entera con una. Por el amor de Dios, lo mío ya no tiene remedio pero a ti te escuchará. Tienes una sola oportunidad de arreglar las cosas. A menos que lo hagas, va a quedar deshecho para toda su vida. —«No tienes que irte hasta la noche. Utiliza el tiempo para arreglar las cosas con el chaval. Nosotros nos ocuparemos de la red de la mansión.»

—Pero… —A Mellanie le exasperaba la actitud de Ozzie. Era casi como si pensara que el muchacho era más importante. O bien es un actor magnífico. Estaba bastante segura de que todo el personal de seguridad estaría accediendo a su pequeño drama por los sensores de seguridad de la mansión.

—No seas zorra —dijo Ozzie con dureza—. Recuerda para qué te han pagado. —«Vamos, corre tras él.»

Mellanie se desprendió de la mano de Ozzie de un tirón, para lo que no le hizo falta interpretar mucho. Tenía la sólida sospecha de que le estaba hablando en serio.

—Sí, jefe —le soltó enfadada, y salió del estudio hecha una furia.

No hacía falta ser un genio para saber dónde estaría Orion, ella también se había retirado del mundo más de una vez. Había dejado la camisa tirada en las baldosas del pasillo. Mellanie la recogió y empezó a subir las escaleras. La red de la mansión le dijo cuál era la habitación del muchacho.

—¿Orion? —Mellanie llamó con suavidad a la puerta. No hubo respuesta—. ¿Orion? —dijo, más alto esa vez. Siguió sin oír nada así que le dijo a la red de la mansión que abriera el cerrojo de la puerta. Pasó un momento mientras la matriz de gestión doméstica le pedía a seguridad la autorización, después el mecanismo se abrió con un chasquido. Mellanie entró y encontró las cortinas corridas. Contuvo una sonrisa. El típico cliché. Lo extraño era que el joven no tuviera música rock sonando a todo volumen, alguna canción gótica envuelta en angustia sobre el dolor y la muerte. Claro que era muy probable que Orion jamás hubiera oído música rock, después de todo, había crecido en Silvergalde. Oh, mierda, ¿y si le gusta la música folk?

Orion estaba encogido en la cama, dándole la espalda a la puerta. Se aferraba con una mano al colgante que le rodeaba el cuello.

—Fue culpa mía —dijo Mellanie en voz baja.

—Vete. —Había una extraña vibración en la voz del muchacho.

—Orion, por favor, fue una tontería. ¿Tienes idea de la celebridad que es Ozzie? En la Federación todo el mundo piensa que es un santo, o un ángel caído, o algo así. No pude resistirme. ¿Sabes lo que dirían en la facultad si saben que me ha besado Ozzie? De hecho, la gente sabría al fin que existo.

—Eso son chorradas.

—Es cierto. —Mellanie estiró el brazo y le acarició el hombro—. No es muy distinto de pedirle un autógrafo. Y nos diste un susto, eso es todo, por eso parecíamos sorprendidos.

—Me refería a que todo el mundo sabe que existes. Eres… fenomenal.

La joven puso las rodillas en el colchón y se inclinó sobre él. El chico le dedicó una mirada hosca, pero no se apartó.

—Estás llorando —exclamó Mellanie. Eso la conmocionó.

—Quería casarme contigo —gimió Orion—. Te quiero, Jasmine.

—¿Qu…? ¿Tú? No, Orion, uno no se enamora de alguien después de sólo una mañana.

—Pues yo sí. Incluso cuando estabas discutiendo con el personal de seguridad, supe que jamás querría a nadie más.

El muchacho parecía tan afligido y aterradoramente sincero que Mellanie se quedó helada. Le cogió una mano y le dijo a su mayordomo electrónico que iniciara un interfaz segura. El mecanismo le dijo que no podía. Un rápido escáner pasivo de sus implantes fue incapaz de detectar tatuajes CO en el cuerpo del muchacho.

—¿Orion? —le preguntó Mellanie con curiosidad—. ¿Tienes algún implante?

—No. —La mano del muchacho se aferró esperanzada a la de Mellanie—. ¿Hablas en serio, que Ozzie y tú no estabais empezando algo?

—No estábamos empezando nada. —Era ridículo tener que consolar a aquel ingenuo muchacho cuando los asuntos reales de la guerra seguían sin resolverse; sin embargo, era su conciencia la que le impedía salir de allí sin más. Dios, es peor que Dudley. En realidad, no, eso no es justo. Dudley jamás fue tan vulnerable. Ni tan dulce.

—Oh. —El chico no parecía muy convencido.

—Créeme —le dijo Mellanie en voz baja—. Si fuera otra cosa, si me gustara, ¿haría esto?

—¿Qué?

Y lo besó.

Fuera estaba oscuro, el sol de Cressat se había puesto casi una hora antes. Mellanie yació en la cama, escuchando la respiración regular de Orion durante varios minutos, antes de saber con certeza que estaba dormido. Se bajó del colchón de gel con tanto cuidado como pudo para no despertarlo. El muchacho estaba espatarrado de lado, con una mano colgando por el borde. Mellanie sonrió cuando subió el fino edredón y lo cubrió con él. Orion suspiró entre sueños y se acomodó satisfecho bajo la tela. Ni siquiera se movió cuando la joven le dio el más suave de los besos en el hombro.

No me extraña, tiene que estar agotado después de todo lo que le he hecho hacer. Sintió un cierto orgullo perverso al recordar hasta qué punto se había corrompido el muchacho durante aquella larga tarde. Soy una chica muy mala. Y disfruto de cada minuto.

Mellanie no se molestó en intentar encontrar el bañador y el albornoz, el jaleo podría despertar al chico; se limitó a recorrer desnuda los largos pasillos de la mansión para regresar a la habitación Bermuda. Su sonrisa no dejó de brillar un instante durante todo el trayecto. No podía sacarse la cara del chico de la cabeza, las expresiones de sorpresa y temeroso placer. El cuerpo del joven había respondido tan bien. Algunas de sus reacciones la hicieron reír y después ahogar un jadeo. ¡Qué mala!

En la habitación Bermuda colocó la mano en la matriz del escritorio y su punto-i se comunicó de forma protegida con la red de la mansión. La subrutina IS estaba establecida en las matrices, esperándola.

—Nos hemos infiltrado en la red —le dijo—. Ozzie podrá dejar el edificio sin que se den cuenta. Te esperará junto a la primera barrera del camino de entrada.

—De acuerdo, voy a llamar a un taxi de Illanum. Dame quince minutos.

Las doncellas robot hicieron su equipaje mientras ella se daba una ducha rápida. Antes de irse, escribió una breve nota y la selló en un sobre.

Uno de los miembros de seguridad se encontraba en el vestíbulo cuando Mellanie bajó las escaleras, una mujer a la que recordaba de esa mañana. ¿Jansis? El taxi de la oficina de la dinastía acababa de aparcar fuera.

—¿Quiere darle esto a Orion por la mañana, por favor? —preguntó Mellanie y le tendió el sobre.

—¿Se va ya? —La mujer parecía un tanto sorprendida.

—Ya he hecho aquello para lo que me pagaron. —Mellanie no percibió ninguna suspicacia y volvió a tenderle el sobre.

—De acuerdo. —La mujer cogió el sobre.

Mellanie bajó los amplios escalones con la esperanza de no mostrar demasiadas prisas. El taxi era el mismo tipo de limusina Mercedes de color granate que la había llevado a la mansión. Su equipaje se metió en el maletero abierto mientras ella ocupaba uno de los asientos delanteros. No le gustaba conducir de forma manual así que le dijo a su mayordomo electrónico que elaborara una ruta a la estación de Illanum.

—Y frena todo lo que puedas cuando lleguemos a la primera barrera —le ordenó.

El coche siguió el camino serpenteante durante algo más de un kilómetro por los parques que rodeaban la mansión antes de frenar. Mellanie abrió la puerta y Ozzie entró de un salto.

—Guay —dijo con tono de admiración cuando se acomodó a su lado—. Lo hemos conseguido.

El Mercedes empezó a coger velocidad. Ozzie le ordenó que cambiara a control manual y delante de él salió un volante que él cogió con las dos manos. Una imagen luminosa optimizada apareció en el parabrisas, mostraba los árboles del parque como fantasmas plateados.

—¿Cómo está Orion? —preguntó Ozzie.

Mellanie esbozó una amplia sonrisa. Era una respuesta automática, no podía evitarla. Y tampoco le apetecía demasiado evitarla.

—Está muy bien.

Hubo algo en su tono que hizo que Ozzie le lanzara una mirada perpleja.

—¿Qué piensa de mí?

—Que eres el anticristo.

—Gracias.

Mellanie observó el paisaje monocromo que pasaba por las ventanillas.

—Espero que sepas dónde tiene su base naval la dinastía Sheldon porque yo desde luego no tengo ni idea.

—Lo he estado pensando. La salida de Cressat se ha expandido y por allí había un montón de tráfico. Así que al menos parte de las operaciones se realizarán aquí.

—¿Dónde? Es un planeta entero y éste es el único medio de transporte que tenemos.

—Relájate. Una de las razones por las que Nigel se empeñó en mantenerme encerrado es porque estoy muy metido en el TEC. Ya te lo he dicho, la mitad es mía.

—También dijiste que era él el que se ocupaba de la gestión diaria de la empresa.

—Es cierto. Puedo colarme por la mayor parte de las barreras de seguridad de la dinastía, pero supongo que ésta me va a crear algún problema. Conozco a Nigel. Un proyecto de esta envergadura, y diseñado además para salvarle el culo, va a disparar al máximo toda su paranoia corporativa. Todos los protocolos de seguridad que rodeen al proyecto van a ser nuevecitos y resplandecientes, y serán inmunes a mis privilegios de autorización. Sólo hay un sitio en el que puede construir algo tan secreto. Sólo espero que no haya cambiado demasiado el personal original.