Niall Swalt iba en bici a la oficina de Aventuras en la Gran Tríada cuando comenzó el ataque primo. Seguía yendo todos los días, aunque el turoperador no había visto ni un solo cliente desde que Mellanie había regresado de sus cortas vacaciones. Por alguna razón, la oficina central de Wessex no había cancelado su contrato y todos los viernes por la noche su programa contable le pagaba su sueldo, así que todos los lunes por la mañana él volvía a la oficina para pasar otra semana haciendo lo que le daba la gana durante las horas de trabajo. Que consistía sobre todo en acceder a TSI varios. Se metía en Seducción Asesina por lo menos una vez a la semana.
Fue el silencio lo primero que notó mientras pedaleaba por el último tramo de carretera que llevaba a la verja de los empleados. Con la oficina situada al final de la terminal principal de la estación del TEC, estaba acostumbrado al murmullo constante de la multitud que asediaba la entrada principal. Según los programas de noticias locales, más de un tercio de la población de Boongate se había ido ya y todos los demás estaban impacientes por reunirse con los ausentes. Niall no tenía muy claro lo de las cifras oficiales, a él le parecía que eran muchos más. Todos los días iba al trabajo en bicicleta desde su piso de dos habitaciones y tomaba el camino más largo que rodeaba la inmensa estación. Así no quedaba atrapado en el enorme atasco de gente que llegaba por la autopista. Había tantos coches abandonados en los arcenes de las vías de acceso que el Gobierno empleaba diecisiete equipos para que se llevaran los vehículos, y ni con eso podían seguir el ritmo. Y no sólo eran los arcenes de la autopista los que estaban atascados, por supuesto. Muchas personas atravesaban en coche el mismo laberinto de calles que utilizaba él en el distrito comercial y que rodeaban la estación, y aparcaban en cualquier sitio libre antes de rodear el edificio para llegar a la puerta principal. Algunas mañanas se encontraba con cientos de coches que habían aparecido durante la noche y que habían convertido las calles en una carrera de obstáculos entre los que él tenía que abrirse paso.
Cualquiera que llegara y dejara su coche, después tenía que soportar una espera de casi dos días a medida que la inmensa multitud de personas se iba arrastrando poco a poco hacia el refugio seguro de la entrada principal de la terminal. Niall no sabía cuántas personas había entre la autopista y la entrada, a él le parecía que toda la población estaba allí. Vestían costosos abrigos semiorgánicos o se envolvían los hombros con sábanas de plástico para protegerse de la lluvia deprimente de los tempranos meses invernales de Boongate. Había habido muchos días que, cuando Niall había aparecido, estaba granizando. Una vez nevó durante treinta y seis horas. Cosa que había sometido a la multitud, la había dejado en un estado de desdicha y mal humor, pero nada la había hecho callar jamás.
Niall estaba a sólo trescientos metros de la verja de empleados cuando se dio cuenta que lo que faltaba era el sonido, que la mayor parte de los días se podía oír a más de un kilómetro de distancia. Rodeó un gran Toyota Lison de diez plazas que había aparcado enfrente de la zona de descarga de un almacén y frenó de repente. Cuando se subió las gafas se dio cuenta de que había dejado de llover. Una buena noticia, sí, pero no lo suficiente para detener el gruñido constante de rabia apenas contenida. Levantó la vista. El campo de fuerza había cubierto la ciudad y unas nubes oscuras iban rodando sobre su resplandeciente superficie. Un segundo campo de fuerza cubría la estación, desviando las brumas que habían quedado atrapadas bajo la cúpula de la ciudad.
—Oh, mierda —susurró con miedo. Jamás se había permitido creer que los alienígenas regresarían.
El filtro de noticias de su mayordomo electrónico dejó pasar una alerta que le anunciaba que se estaban detectando agujeros de gusanos en muchos de los sistemas estelares de toda la Federación. Su primera respuesta fue mirar por encima del gigantesco edificio de la terminal, con sus largos y curvados techos de cristal. Después se impuso el instinto de supervivencia y empezó a elaborar diferentes rutas en su mente. Como empleado, tenía acceso a varias zonas restringidas dentro del complejo de la estación, había un buen número de formas que le permitirían llegar a los andenes sin ni siquiera tener que unirse a las hordas del exterior.
Soltó los frenos y empezó a pedalear otra vez. Había ocho guardias en el exterior de la verja de empleados, todos con flexoarmaduras y armados. Por lo general sólo había dos miembros del personal de seguridad dentro de su cabina que siempre le daban paso cuando les mostraba su pase de la compañía. Esa vez hicieron que Niall pusiera la palma de la mano en un sensor que llevaba uno de ellos para comprobar su pauta biométrica.
—Tienes que estar de coña —gruñó el guardia desde el interior de su casco—. ¿Un representante de un turoperador?
—Nosotros seguimos trabajando —protestó Niall—. Es de verdad. Comprueba mi expediente. Hace semanas que vengo todos los días. Me queda un grupo en Tierra Lejana que va a volver. Tiene que haber alguien aquí para recibirlos.
—Pues tengo noticias para ti, hijo, no van a volver. Mira a tu alrededor.
—¿Y si vuelven?
Se produjo una larga pausa mientras el guardia consultaba con su superior.
—Está bien —dijo al fin—. Puedes pasar.
—Gracias.
La barrera reforzada que cruzaba la acera se levantó y Niall pasó empujando la bicicleta, sintió un cosquilleo en la piel al atravesar el campo de fuerza. Cuando montó al llegar al otro lado, el guardia se dirigió a él.
—Hijo, si te queda algo de sentido común, irás directamente a los andenes y cogerás un tren a Gralmond o uno de sus vecinos.
—Si vuelve mi grupo, lo haré.
Ni siquiera el grueso blindaje pudo ocultar que el hombre sacudía la cabeza.
Niall pedaleó lo más rápido que pudo hasta la oficina. Durante todo el camino, su mayordomo electrónico estuvo actualizando las noticias que tenían de la situación. Las naves alienígenas estaban entrando en tropel en el sistema de Boongate, alrededor de la órbita del tercer gigante gaseoso. Miles más surgían en otros sistemas. Las noticias locales le dijeron que el TEC había cerrado de forma temporal el agujero de gusano que llevaba a Wessex.
—Hostia puta. —Iba a haber un motín, Lo sabía.
Cuando llegó a la oficina metió la bicicleta por la zona de recepción y la aparcó contra el mostrador. Había una bolsa que siempre guardaba en la trastienda con algo de ropa para cambiarse. La recogió y miró por la pequeña habitación. Aventuras en la Gran Tríada tenía una caja fuerte en el suelo para guardar el cambio de la caja y varios vales de viaje. El señor Spanton, el gerente, le había dado a la huella biométrica de Niall un acceso temporal cuando se había ido «de vacaciones», justo después del primer ataque de los primos. Niall puso la mano en el sensor de la cerradura y las bandas internas de malmetal levantaron la puerta. El dinero en metálico estaba dividido en divisas diferentes. No se molestó con la moneda de Boongate y las estrellas vecinas, era de suponer que sus Departamentos del Tesoro no podrían seguir respaldando la moneda nacional durante mucho más tiempo. En dinero procedente de planetas más alejados de ese nuevo ataque, tenía aproximadamente el equivalente a unos quince mil dólares de la Tierra. Se lo metió en los bolsillos de la cazadora y se volvió hacia la matriz de la oficina, que tenía un enlace directo con el sistema de información y venta de billetes del TEC. Por sorprendente que pareciera, su autorización de acceso todavía lo dejó entrar, aunque tampoco había demasiada información disponible. Wessex parecía haber cerrado al tráfico la mitad de sus agujeros de gusano y había grandes restricciones en los restantes. No había indicación alguna sobre cuando se volverían a abrir.
Sólo si la Marina consigue repeler esta invasión, pensó Niall. Pero si por algún milagro lo conseguían, él iba a estar preparado. Utilizó la cuenta de Aventuras en la Gran Tríada para comprar un billete de primera clase a Gralmond, como le había sugerido el guardia. Estaba a cuatrocientos cincuenta años de distancia, justo al otro lado de la Federación, lo más lejos de Boongate que era posible ir. Contuvo el aliento mientras el sistema del TEC procesaba la solicitud, pero a los pocos segundos le asignó a su tatuaje de identidad el billete de primera clase.
Alguien llamó a la puerta de la oficina. Niall dio un salto, sobre todo porque se sentía culpable. Había un hombre fuera. Alto y bastante atractivo, con el cabello rubio y caído. La clase de tío que practicaba muchos deportes, su figura de anchos hombros dejaba mal el cuerpo bastante más fofo de Niall. Estaba diciendo algo y señalaba con el dedo algo de la oficina.
—Lo siento —Niall se dio unos golpecitos en la oreja y después puso la mano en el sensor de la cerradura—. No le oía —dijo mientras se cerraba la puerta.
—Gracias por dejarme entrar —dijo el hombre, su voz tenía un claro deje americano terrestre.
—No estamos muy ocupados. —Qué tontería más grande acabo de decir. Niall quería mirar hacia la puerta que llevaba a la trastienda, aunque estaba bastante seguro de que el hombre no podría ver la caja fuerte abierta del suelo.
—Necesito cierta ayuda. Ah… no sé su nombre. —Su sonrisa era de esas que te hacía confiar en él de inmediato.
—Niall. ¿Qué clase de ayuda?
—Verá, Niall. Unos amigos míos llevan un tiempo atrapados en Tierra Lejana, pero acaban de mandarme un mensaje diciéndome que han conseguido salir. Vienen de camino hacia aquí. Qué le parece la puta suerte que han tenido. Resulta que vuelven en plena invasión alienígena. En fin, que necesito salir al andén para recibirlos. Una vez que volvamos a estar todos juntos, intentaremos salir de Boongate.
—Ahora mismo no sale ningún tren de Boongate. Precisamente estaba comprobándolo.
—Lo sé, pero empezarán a circular otra vez en cuanto se acabe la invasión. Eso no me preocupa. Mi problema son mis amigos. No puedo decepcionarlos. ¿Puede llevarme a la salida del agujero de gusano de Medio Camino? Iría yo solo, pero hay un montón de sistemas de seguridad por allí y me preocupa que no me permitan pasar para recibirlos, ahora mismo está todo el mundo muy nervioso. Van a volver y se van a quedar empantanados aquí. Lo que sería una pésima noticia para todos. Si le sirve de algo, puedo hacer que merezca la pena. Que merezca la pena de verdad.
A Niall le cayó todavía mejor aquel tipo; era obvio que era un tío normal y corriente, y además, rico. Todos los que iban a Tierra Lejana eran ricos. Y tenía razón en cuanto a la seguridad, mira lo que había pasado en la verja de empleados esa mañana. Niall podía salir muy bien de aquello si jugaba bien sus cartas, quizá pudiera añadir un par de los grandes a su recién hallada fortuna.
—Bueno, sí, el Mercedes de la compañía está autorizado a llegar justo hasta la zona de tránsito de Tierra Lejana. Puedo llevarlo yo mismo, no hay problema.
La sonrisa llena de seguridad del hombre se ensanchó todavía más.
—Eso es lo que quería oír.
Hoshe acababa de llegar a la oficina de Londres cuando comenzó el ataque de los primos. Unos inmensos campos de fuerza se desplegaron sobre la antigua ciudad y cubrieron el cielo de un gris turbio. Al mirar por encima del Támesis vio las formas oscuras de los aerorrobots que salían de sus silos. Eran más grandes que cualquier máquina voladora que hubiera visto jamás.
Su mayordomo electrónico le dijo que lo llamaba Inima.
—¿Estás bien? —le preguntó su mujer.
—Sí, estoy en el despacho. ¿Y tú qué tal?
—Aquí estamos a salvo, ¿verdad Hoshe?
—El sitio más seguro de la Federación, te lo prometo. ¿Quieres que vaya a casa?
—No. Quédate ahí. No quiero que te preocupes por mí.
—No me preocupo. Te quiero. Voy ahora mismo.
—No, Hoshe. Tengo el resumen de las noticias en mi visión virtual. Los ataques no son cerca de la Tierra. Quédate en el trabajo.
—Quiero estar contigo, por si acaso. —Por si acaso qué, era lo que no sabía. Si caía la Tierra todo se habría acabado. Y ni siquiera Paula podría conseguirle plazas en el bote salvavidas de alguna dinastía.
—¿Deberías viajar ahora? —le preguntó su mujer.
—Pues claro. Si algo atraviesa ese campo de fuerza, dará igual donde estés. Voy a coger un taxi.
—No quiero ser una molestia.
—No lo eres.
Hoshe cogió el abrigo que tenía colgado en el gancho de la puerta. Un icono rojo de alta prioridad destelló en su visión virtual. Era el capitán Kumancho, que lideraba el destacamento de la Seguridad del Senado que estaba siguiendo a Victor Halgarth.
—¡Maldita sea! —Hoshe tocó el icono con su dedo virtual de color turquesa.
—Acabamos de llegar a Boongate —dijo Kumancho—. Victor ha ido a uno de los almacenes que hay en el área de clasificación de la estación. Pertenece a una compañía llamada Sunforge, una empresa local de transporte y mensajería. Estamos extrayendo los datos ahora mismo.
—De acuerdo. ¿Estáis en posición?
—Hacemos lo que podemos. Hoshe, esto es un caos. La mitad de la población del planeta está acampada fuera de la estación. El TEC acaba de cerrar el agujero de gusano, debimos de ser el último tren que entró. Mi gente está preocupada por si no podemos volver.
—Mierda. Está bien, déjamelo a mí. ¿El equipo de los Halgarth está con vosotros?
—Sí.
—Bien, eso está bien. Me pondré en contacto con Warren Halgarth, coordinaremos el enfoque y pondremos en marcha el proceso para sacaros en cuanto el TEC reabra el agujero de gusano. También intentaré conseguir información sobre eso.
—Gracias, Hoshe.
—¿Sabes qué hay en el almacén de Sunforge?
—Todavía no. Vamos a empezar a ejecutar una operación de infiltración una vez que nos hayamos establecido.
—¿Necesitáis ayuda de la gente local? Puedo hacer la solicitud desde la oficina, llevará más peso.
—Creo que estamos solos, Hoshe. El Gobierno de aquí prácticamente se ha derrumbado. Los equipos de seguridad de la estación del TEC y el cuerpo de policía de la ciudad siguen aguantando, casi, pero no van a mover ni un dedo por una pandilla de espías que pide colaboración. No te preocupes, podemos ocuparnos de Victor y el almacén.
—De acuerdo, mantenme informado cada hora. Estaré en el despacho. —Hoshe se quedó muy quieto un momento mientras maldecía a todos y cada uno de los dioses que conocía, después volvió a colgar el abrigo del gancho. Su dedo turquesa tocó el icono de Inima.
—Cariño, lo siento. Ha surgido algo.
—No te preocupes —dijo Anna. Su boca pequeña esbozó una sonrisa tensa mientras estiraba los hombros del uniforme de gala de Wilson y le quitaba las arrugas—. Tú y yo sabemos que hiciste todo lo que pudiste. No había alternativas, ni respuestas para todo. Les dijiste cómo estaban las cosas y te dieron el presupuesto que quisieron.
Varias personas los miraban mientras ellos permanecían muy pegados junto a la puerta de la cámara subterránea del edificio del Senado, eran los ayudantes de los otros miembros del Gabinete de Guerra que estaban reunidos y que llevaban así treinta minutos. Era como si Wilson y Anna fueran radiactivos, nadie los saludó, nadie intercambió naderías, ni siquiera Daniel Alster y Patricia Kantil. Que Wilson no estuviera en una reunión del Gabinete de Guerra era una indicación clara de que lo que se estaba hablando dentro. En aquella sala no se estaba desarrollando ningún debate medido y bien fundamentado, era una lucha abierta por el poder.
—Maldito sea Nigel por no decirnos lo que tenía —murmuró Wilson. Su voz se alzó lo suficiente como para provocar unas cuantas miradas de los ayudantes más cercanos—. Maldito sea por no compartir la información.
—Acababan de dejar la nave a punto —le dijo Anna dándole unos golpecitos en el brazo.
—Eso dice él —siseó su marido—. Escúchame, coño. Ya nadie confía en nadie.
—¿Y cómo vamos a confiar? —Anna miró a su alrededor y lo apartó un poco más de los ayudantes inmaculadamente vestidos, educados y obedientes—. No sabemos quién está trabajando para el aviador estelar.
—Esto no es sólo por el aviador estelar. Míralos a todos. —Inclinó la cabeza y señaló a los ayudantes—. Todo lo que las dinastías y las familias de los grandes ven aquí es una oportunidad para quedar por encima del resto. Se están concentrando en la política interna mientras la especie humana se enfrenta a la extinción.
—Eso no es del todo justo.
—Ya, claro. —La tensión y la angustia lo estaban poniendo de los nervios. Que me hagan esperar fuera como a un colegial arrastrado delante del director, vamos, hombre. He hecho un buen trabajo—. Mierda, no hago más que compadecerme. —Su visión virtual le mostraba una pantalla táctica del Pentágono II, donde la Marina seguía vigilando por si había alguna señal de actividad prima. Sólo habían pasado siete horas desde que los agujeros que llevaban al espacio de la Federación se habían cerrado. No tenía tiempo para todas aquellas chorradas. Tenían que organizar la respuesta de la Marina de inmediato. Eso si era él el que iba a organizaría.
—Eh, déjalo ya. —Anna le acarició la cara con la nariz—. Seguramente sólo están decidiendo qué medalla van a darte.
Wilson le dedicó una mirada cansada.
—Gracias.
—Sabes que me quedaré contigo, ¿no?
Wilson la besó.
—No podría haber llegado hasta aquí sin ti.
—Estará bien tener una vida de verdad, los dos juntos. Jamás he tenido un marido rico. Y todavía no he visto tu casa de York5.
—Te va a encantar. Tenemos una zona del tamaño de Oregón a la que he estado dando forma y plantando. Y el chateau necesita reformas.
—Suena bien. Yo, un tatuaje de crédito ilimitado y todos los diseñadores de interiores de este lado de la Federación.
Su marido la abrazó con fuerza.
—Todo irá bien. Ya verás.
Se abrieron las puertas de la sala de reuniones. Rafael Columbia salió con paso firme. También lucía el uniforme de gala, hecho a medida e impecable, lo que lo convertía en una encarnación perfecta de la autoridad competente. Hasta los ayudantes se irguieron cuando apareció.
Wilson no sabía que Rafael estaba en el Gabinete de Guerra. Lo que sólo podía significar una cosa.
—Mierda. —Al menos ya no tenía que seguir esperando, ya tenía la certeza. Ni siquiera tengo que pasar por esta humillación, no tengo ninguna necesidad.
—Wilson —Rafael adoptó la actitud seria que correspondía al momento y le tendió la mano.
Podría decirle que se la metiera donde le cupiese.
Anna emitió un ligero ruidito con la garganta.
Wilson le estrechó la mano. Como lo haría un auténtico oficial, con dignidad.
Estarían orgullosos de mí en la academia, si todavía existiese.
—Lo siento —dijo Rafael—. Me dijeron que entrara después de llamarte a ti.
—No pasa nada. —Como César le dijo a Bruto—. No creo que ninguno de los dos esté en una posición envidiable.
Rafael asintió con gesto comprensivo.
—Están preparados para hablar contigo.
—Claro.
Anna le apretó la mano. Wilson entró con Rafael en la sala de reuniones para enfrentarse al Gabinete de Guerra. Por sorprendente que pareciera, fue sólo la presidenta Doi la que lo miró a los ojos cuando él se colocó a la cabecera de la mesa. Heather Antonia Halgarth sólo parecía aburrida mientras que Nigel Sheldon tenía una expresión afligida. Era una señal muy reveladora, que el hombre cuya nave de guerra familiar y cuyo proyecto armamentístico privado acababa de salvar a toda la Federación pudiera sufrir una derrota política justo después.
Rafael se colocó justo detrás de Wilson.
—Almirante —dijo la presidenta Doi—. Hemos revisado las actuaciones de la Marina y la suya antes y durante esta última y «desastrosa» invasión. Decir que nos ha parecido deficiente sería quedarse muy corto, cortísimo. En vista de la catastrófica pérdida de vidas, exigimos su dimisión inmediata.
Discútelo. Dile que la follen. Nadie podría haberlo hecho mejor.
—Como desee —dijo con tono frío.
Rafael se acercó a él.
—Almirante, sus códigos de autorización de la Marina han sido revocados. Se le pondrá en la lista de inactivos, la medida es de cumplimiento inmediato.
Wilson apretó los dientes.
—Bien.
—Gracias por lo que has hecho, Wilson. El personal de la Marina te lo agradece —dijo Rafael con énfasis.
Wilson se volvió para mirar al nuevo almirante en jefe en potencia.
—Quiero que tú y todos los que están aquí sepan algo.
—Si tiene algo que decir, por favor póngalo en su último informe —dijo Doi con tono formal.
Wilson sonrió a la presidenta y disfrutó del modo en que aquella mujer quería que saliera de la sala sin armar escándalo. Todavía no tenía confianza suficiente para intentar darle una orden directa.
—El aviador estelar es real. —Se aseguró de mirar directamente a Rafael y vio el pequeño sobresalto de sorpresa en los rasgos por otro lado serenos del hombre—. Lleva mucho tiempo manipulándonos.
—¡Ya está bien! Señor Kime —dijo Doi.
—Sus agentes estaban a bordo del Segunda Oportunidad. Desconectaron el generador de la barrera.
Rafael parecía violento. Wilson miró a todos los presentes. La única persona que le prestaba atención era Justine Burnelli y su expresión parecía más culpable que sorprendida. Interesante.
Después se encogió de hombros y miró al Gabinete de Guerra, como si ya le diera igual.
—Compruébalo —le dijo a Rafael cuando se dio la vuelta para irse.
Nigel observó la espalda de Wilson cuando dejó la sala del comité. El estallido de aquel hombre había sido fascinante. Le divirtió la reacción de los demás que rodeaban la mesa. Doi, como era de esperar, se sentía humillada por la afirmación de Wilson. Heather parecía aturdida. Rafael preocupado. Mientras que Justine estaba haciendo lo mismo que él, mirar a su alrededor. Las miradas de ambos se encontraron y Nigel le sonrió. La senadora le devolvió una mirada vacía deliberada.
Nigel no podía olvidar la urgente llamada de Campbell menos de veinticuatro horas antes para preguntarle en nombre de la senadora cuál era la política de la dinastía con respecto a Myo. Después del ataque de los primos, Campbell también le había dicho que la senadora y la investigadora solicitaban una reunión personal urgente. No sabía muy bien sobre qué, pero dado que el equipo de observación de Nelson le había hablado de las actividades de Mellanie en Illuminatus, no era una solicitud que él pensara denegar. Pero en ese momento estaba empezando a preguntarse qué clase de relación tenía Justine con Wilson. Una cosa era segura, esa reunión iba a ser mucho más interesante que la que se celebraba en aquel instante.
—Creo que ya podemos continuar —dijo Doi una vez que se cerraron las puertas y volvió a levantarse el escudo alrededor de la sala de reuniones—. Me gustaría proponer que el almirante Columbia asuma el mando total de la Marina, una medida que entraría en vigor de inmediato.
—Apoyo la moción —dijo Toniea Gall.
Cómo no…, pensó Nigel. Después sorprendió la sonrisa de aprobación de Heather.
—¿Quiénes están a favor? —preguntó Doi.
Nigel levantó el brazo con pereza junto con todos los demás. Alan Hutchinson le lanzó una sonrisa fiera de simpatía de la que Nigel prefirió no hacer caso. Si a Heather le sorprendió, no lo demostró. La discusión que habían entablado las dinastías tres horas antes a través de un enlace ultraseguro había sido feroz. Sólo una pequeña parte del resentimiento se había volcado en la primera parte de la reunión del Gabinete de Guerra. Hasta la intensidad de éste había escandalizado un poco a ciertas personas como Crispin Goldreich y Toniea Gall. Claro que detrás de los escudos electrónicos, Heather siempre maldecía como un peón de obra.
—Me gustaría darles las gracias por su confianza —dijo Rafael. Parecía muy sincero—. Quiero asegurarles que estoy decidido a acabar con la amenaza prima de una vez por todas. Señor Sheldon, dijo que pondría a nuestra disposición su arma.
Todos se volvieron hacia Nigel. Incluso ahora, pensó con cansancio. Por un momento le apeteció salir como una furia. Alcanzar a Wilson, rodearle los hombros con un brazo y largarse los dos juntos a algún bar.
La Federación que él había creado y liderado durante tanto tiempo quería sus armas. No era así como se suponía que tenía que ser. El día que había salido a Marte para reírse de Wilson y los otros astronautas fue el día que rompió con el viejo sistema, Ozzie y él habían hecho libre a todo el mundo. Y ahora he contribuido a construir el arma más repugnante con el que nadie haya soñado jamás. Yo quería que viviésemos entre las propias estrellas, no que las apagásemos.
—Sí —dijo con desdén. Cuánto se parecía Rafael a los antiguos oficiales militares, audaces con sus elegantes uniformes, con ese acento tan positivo mientras daban sus informes sobre ataques de precisión y daños colaterales mínimos—. A menos que los primos accedan a negociar un cese de las hostilidades, utilizaré nuestra arma contra su mundo natal.
—¿Garantizará eso su erradicación? —inquirió Hans Brant.
—El arma, cuando se dispara contra una estrella, libera un estallido de energía del nivel de una nova y destruye a la estrella en el proceso. Ese estallido envolvería la civilización de Dyson Alfa entera. Como sin duda a estas alturas ya se habrán extendido más allá de su estrella original, los especialistas tácticos de mi dinastía han propuesto una estrategia de cortafuegos. Realizaremos misiones de exploración centradas alrededor de Dyson Alfa y convertiremos en nova todas las estrellas en las que detectemos su presencia. Lo cual, por supuesto, esterilizará toda la vida en los sistemas estelares vecinos.
Se produjo un silencio absoluto en toda la mesa.
—Querían ganar, ¿no? —les dijo Nigel con tono inflexible.
—Nos hemos mostrado reticentes a tratar el genocidio en el pasado, y teníamos razón —dijo Rafael—. Eso es lo que nos convierte en humanos. Pero ya no podemos seguir permitiéndonos ese lujo. Si permitimos que los primos sobrevivan, se convertirán en una amenaza continua para nuestra existencia. Tienen bombas de llamaradas y ningún escrúpulo a la hora de usarlas. Tienen agujeros de gusano y a partir de ahí podrán desarrollar naves VSL. Si eso ocurre, se extenderán por esta galaxia como un virus y pondrán en peligro incluso más especies que la nuestra. No podemos permitir que ocurra eso. Todo se reduce a una ecuación muy sencilla: ellos o nosotros.
—Muy bien —dijo Doi—. Es la recomendación de este Gabinete de Guerra que se utilicen todos los medios posibles para deshacernos de la amenaza prima, hasta el punto e incluyendo su exterminación completa. Propongo esta moción.
—La apoyo —dijo Rafael.
—Por favor, voten, damas y caballeros —dijo Doi.
Fue unánime.
—Gracias —dijo Rafael.
—¿Cómo se van a ocupar de los primos que quedan en el espacio de la Federación? —preguntó Crispin.
—Los 23 Perdidos serán los más fáciles —dijo Rafael—. Tienen muy pocas naves en esos sistemas. Nos limitaremos a sacar nuestras tropas de insurgentes y a utilizar un sancionador cuántico contra cada planeta. No sobrevivirán a eso. Los 48 Nuevos son más problemáticos.
—¿Te parece? —dijo Alan Hutchinson con tono cortante—. Para empezar, no vas a colocar a Wessex en la misma lista que al resto de los invadidos. Tiras un sancionador cuántico en mi mundo y te meto tal puta bomba atómica en tu dinastía que os mando de vuelta a la Edad de Piedra.
—Nadie va a borrar Wessex del mapa —dijo Heather—. Cálmate, Alan. Es uno de los 15 grandes, puede recuperarse de la radiación de la llamarada. Narrabri está protegida por los campos de fuerza y no será tan difícil volver a plantar las tierras de cultivos. En cuanto al resto, la tierra que has dejado sin cultivar no cuenta. No tiene valor económico y no hay nadie viviendo allí.
—Siguen necesitando una biosfera que funcione —dijo Justine.
—La mitad de las masas de tierra quedarán completamente intactas —dijo Hans Brant—. La actividad de la llamarada duró menos de una hora en total. Y el impacto que tendrá la radiación en el océano es mínimo. En esencia, la biosfera permanece igual en Wessex, al igual que en los otros 48 Nuevos.
—No es tan sencillo —dijo Justine—. El enjambre de partículas se extenderá por todo el planeta, habrá repercusiones por todas partes.
—Con mucho, el peor impacto lo recibirá el hemisferio que miraba a la estrella durante el tiempo que duró la llamarada. El resto es controlable. Mira Tierra Lejana, allí la llamarada duró semanas y conseguimos regenerar los continentes. Todo ese planeta ha vuelto a cobrar vida. No va a haber gente que se quede sin oxígeno. El tiempo que llevará restaurar el ciclo del carbono es insignificante a escala planetaria.
—Resulta que yo he estado en Tierra Lejana —dijo Justine—. Sólo es habitable una proporción mínima y eso después de más de siglo y medio de duros esfuerzos. Es un error inmenso clasificarlo entre los mundos normales congruentes con la vida humana. Esos 48 Nuevos no serán habitables; tenemos que sacar a la población de allí. No sé Wessex, ése es un caso excepcional, pero el resto hay que evacuarlo.
—No estoy proponiendo que se abandone Wessex —dijo Rafael—. Sin embargo, en estos momentos hay cuatro mil quinientas naves primas completamente armadas en el sistema de Wessex. No tenemos cuatro mil quinientos misiles Douvoir en nuestro inventario, por no hablar ya de los ciento setenta mil que necesitaremos para eliminar las naves primas de todos los 48 Nuevos.
—¿De verdad enviaron tantas? —preguntó Toniea Gall.
—Sí —dijo Rafael—. Lo que significa que tendremos que evacuar la mayor parte de esos sistemas. La Marina no puede enfrentarse a cuarenta y ocho armadas.
—¿Con cuántas puede enfrentarse? —preguntó Doi.
—Suponiendo que la producción de la clase Moscú continúe sin interrupciones, calculamos que podemos despejar cinco sistemas estelares antes de enfrentarnos a una pérdida de contención. Todavía no sabemos qué clase de amenaza suponen las naves. Tienen dos opciones y ambas presentan dificultades únicas para nosotros. En primer lugar, pueden dirigirse hacia los planetas congruentes con la vida humana y romper nuestras defensas por pura invasión numérica, para después aterrizar y establecer una colonia armada. Lo que significa, por supuesto, que podemos utilizar sancionadores cuánticos contra ellos cuando hayan bajado y se hayan concentrado.
—¿Y la segunda opción? —preguntó Crispin.
—Que intenten huir. Con una media de tres mil quinientas naves en cada sistema, poseen equipo y capacidad de fabricación suficientes entre todos como para terminar montando un motor con capacidad VSL. Una vez más, tendrán que reunirse para empezar el proceso de fabricación, lo que los hará vulnerables a un misil Douvoir.
—¿Cuánto tiempo llevará fabricar ciento setenta mil misiles Douvoir? —preguntó Toniea Gall.
—Es probable que pudiéramos completarlos en menos de nueve meses siempre que autoricemos un proyecto de emergencia absoluta. No creo que podamos disponer de tanto tiempo. Si siguen planeando colonizar los 48 Nuevos, podrían estar en la órbita de cada uno de ellos antes de una semana.
—Está hablando de evacuar hagan lo que hagan los primos —dijo Justine.
—Sí. Ésa es la opción que preferimos. Que aterricen todos y después los eliminamos con un sancionador cuántico.
—Ya tenemos un problema monstruoso con los refugiados de los 23 Perdidos y la mayor parte eran mundos con poblaciones pequeñas. ¿Cuántas personas viven en los 48 Nuevos?
—Sin incluir Wessex —dijo Nigel—, unos treinta y dos mil millones de personas.
En esa ocasión el silencio fue incluso más profundo.
—Es imposible —dijo Hans Brant—. ¿Verdad?
—Sacarlos físicamente a través de los agujeros de gusano es posible —dijo Nigel—. Sin embargo, dar cabida a una diáspora de semejante magnitud dentro de los restantes planetas de la Federación no es factible en absoluto. No hay sitio para que pueda vivir tanta gente; sólo el hecho de alimentarlos únicamente con raciones básicas nos llevaría a la bancarrota a todos los demás.
—Entonces tenemos que enfrentarnos a esa perspectiva —dijo Justine—. Yo, por lo menos no pienso considerar siquiera cualquier otra propuesta que incluya abandonar a esas personas. Las guerras instigan de forma inevitable un cambio social; al parecer éste está resultando ser el nuestro.
—Un sentimiento muy noble, querida —dijo Hans Brant—. Pero incluso aunque el Senado asumiera poderes draconianos y obligara al resto de la Federación a aceptar a los refugiados, algunos planetas se resistirían.
—¡No podemos darles la espalda a treinta y dos mil millones de vidas! —bramó Justine.
—Hay una alternativa —dijo Nigel sin alzar la voz—. Arriesgada, por supuesto. —En ese momento no sintió más que desprecio por el modo en que todos se volvieron hacia él con esperanza y desesperación en la mirada—. Abrimos cuarenta y siete planetas nuevos y nos limitamos a transferir las poblaciones a ellos directamente para que puedan reconstruir sus sociedades.
—Por el amor de Dios, hombre —dijo Alan—. No se puede soltar a miles de millones de personas en mundos sin desarrollar. Necesitan ciudades, infraestructuras, un gobierno… ¡alimentos!
—Lo sé —dijo Nigel—. Todo eso tendría que prepararse de antemano.
—Pero… tenemos menos de una semana —balbuceó Toniea Gall.
—Como dijo Einstein una vez, el tiempo depende de la posición relativa del observador.
Cuando la presidenta Doi dio por finalizada de forma oficial la sesión del Gabinete de Guerra, Justine esperó en su sillón mientras los otros líderes dinásticos se acercaban a Nigel a darle las gracias y las felicidades. Hasta Heather fue lo bastante conciliadora como para felicitarlo. En cuanto a Doi, Justine no había visto jamás a la presidenta tan feliz, era patético, casi cruzó corriendo la antesala para contarle a Patricia Kantil el resultado. El rostro de Patricia no tardó en lucir una sonrisa radiante de incredulidad.
Qué estúpida, pensó Justine. Era como si con declarar que algo era posible ya se convirtiera en realidad. Y todo lo que habían acordado en el Gabinete dependía de que nada más saliera mal. ¿Cómo va a reaccionar el aviador estelar?
—¿Querías verme, según creo? —dijo Nigel. Se había acercado y se encontraba junto a su sillón. Justine levantó la cabeza. ¿Y cómo le digo yo ahora que estoy buscando al agente número uno que ha metido el aviador estelar en la Federación? Posó la mano en el ligero abultamiento de su vientre. Necesito asegurarme una plaza en uno de los botes salvavidas, sólo por si acaso.
—Así es —dijo la senadora.
—Excelente. Con una condición.
—¿Y cuál es? —preguntó con cierta inquietud.
—Que tú y la investigadora Myo os traigáis a Mellanie con vosotras.
Justine se quedó con la boca abierta.
—¿Eh?
—Mellanie Rescorai. Hace ya un tiempo que quiero conocerla. Está con la investigadora, ¿no? Regresaron juntas a la Tierra al dejar Illuminatus.
—Sí —dijo Justine mientras luchaba por recuperar la serenidad. ¿Cómo sabe él eso? Y lo que es más importante, ¿por qué lo sabe?
—Excelente. Lo haremos después de haber hecho ese estúpido anuncio público. Las oficinas del TEC de Newark deberían proporcionarnos cierta privacidad. —Sonrió—. Me alegro de que estés bien después del atentado de ese asesino. Dile a Gore que estoy impresionado, como siempre.
—Se lo diré —le prometió Justine.
Edmund Li sabía que era una estupidez quedarse. Debería haber abandonado Boongate semanas antes, cuando esa vaga colección de parientes y amigos que componían su familia había partido en un tren que los había llevado a Tanyata. Lo habían llamado cada vez que había disponible una conexión con la unisfera, en un horario que era incluso peor que la conexión con Tierra Lejana; le habían enseñado imágenes de la tienda de campaña en la que vivían y escenas de la vida diaria de Tanyata. Así que tenía un buen esbozo de los suyos y de los otros cincuenta mil que se habían extendido por una ciudad improvisada no lejos del océano; uno de los ocho campamentos parecidos que rodeaban la estación del TEC. Todo el mundo estaba ayudando a poner los cimientos de su nueva ciudad, levantando infraestructuras y haciendo un trabajo que por lo general siempre les habían dejado a los robots. Todos ayudaban, todos conocían a sus vecinos. Se respiraba ese espíritu pionero que los mundos humanos habían perdido desde que se habían abierto los primeros planetas trescientos años antes. A pesar de las privaciones, parecía un buen sitio para vivir.
Con todo, Edmund no se había ido. Y lo más estúpido era que, técnicamente hablando, ya ni siquiera tenía un empleo, a la división de inspección de mercancías de Tierra Lejana ya no le quedaba nada por hacer. En Tierra Lejana nadie importaba nada. Su equipo no tenía nada que escanear ni analizar. Además, los otros se habían ido un par de días después de la visita de los de Inteligencia Naval y ya sólo quedaba él. Había observado cómo iban reduciéndose y quedándose en nada todas las demás oficinas del pequeño edificio de administración, lo que lo convertía en el funcionario gubernamental de Boongate que, de hecho, estaba a cargo de todos los viajes a Tierra Lejana.
Al principio había seguido haciéndolo por la oficina de París de la Marina, que le había pedido que siguiera vigilando el tráfico entre Boongate y Tierra Lejana. Era importante, habían dicho Renne y Tarlo. Después de un tiempo empezó a intrigarle Tierra Lejana y lo que estaba pasando allí. No había razón suficiente para quedarse, eso ya lo sabía, y sin embargo… Las personas que abandonaban Tierra Lejana eran casi todas iguales, todos los vuelos de los Gansos de Carbono iban atestados de emigrantes que habían vendido casi todo lo que tenían para comprar un billete. Llegaban encorvados por el peso de un mundo con gravedad normal y más cargados todavía de lamentables expectativas sobre la Federación. Edmund ya tenía suficiente si conseguía recoger todos sus nombres antes de que desaparecieran en la terminal de la estación donde creían que iban a encontrar santuario. Al hablar con ellos pudo ir haciéndose una imagen de los extraños desórdenes que afligían a Tierra Lejana, los sabotajes criminales y el ascenso del Instituto como fuerza de la ley y el orden en Ciudad Armstrong.
Pero eran las personas que seguían viajando a Tierra Lejana las que despertaban de verdad su interés. Era incomprensible que alguien decidiera ir allí en esos momentos. Sin embargo, seguían apareciendo con sus billetes de ida y vuelta: personal técnico para el Instituto, personal de seguridad para el Instituto, gerentes para el Instituto. No había personal del Instituto en los vuelos que llegaban de Tierra Lejana; sin embargo, ellos debían de ser las únicas personas que quedaban en el planeta que tenían billetes de vuelta.
En su celo por entender mejor aquel ignorado planeta, realizó innumerables búsquedas por la unisfera en busca de información. Por primera vez en su vida empezó a prestar atención a lo que los Guardianes, estaban diciendo. Sí, eran una panda de terroristas psicópatas, pero puestas en el contexto de todo lo que estaba presenciando, sus afirmaciones adquirían sentido, por desagradables que fuesen.
La semana anterior, hasta los vuelos de los Gansos de Carbono se habían detenido cuando los pilotos y las tripulaciones habían desertado para dirigirse a partes más seguras de la Federación. Después, el personal de apoyo técnico del TEC empezó a desaparecer de la estación. Le sorprendió un poco que el agujero de gusano que llevaba a Wessex siguiera operativo porque quedaba muy poco personal de mantenimiento para manejar el extremo de Boongate. Buena parte del trabajo de ingeniería rutinario se llevaba a cabo por control remoto desde ese mundo de los 15 grandes.
Ése habría sido el momento más adecuado para irse y Edmund lo sabía. La IR que controlaba la salida a Medio Camino la cerraría sin duda cuando hubieran caducado los componentes suficientes y se alcanzaran los límites de seguridad programados. Podría durar un día o seis meses, Edmund no era ningún experto. Tampoco importaba mucho, sin las tripulaciones de los Gansos de Carbono ya no había forma de llegar a Tierra Lejana. Se sentía casi culpable de tener esos pensamientos, a esas alturas se consideraba casi la única persona a la que le importaba el destino de aquel lejano planeta, el vigilante solitario de la frontera que observaba el vacío.
Y después, tres días antes, algo había cambiado. El enlace de comunicaciones entre Medio Camino y Tierra Lejana se abría a las horas de siempre pero el tráfico de mensajes que entraba en la unisfera de la Federación no era ni siquiera el uno por ciento del habitual y llegaba todo cifrado. Cualquier mensaje o llamada que intentara entrar en Tierra Lejana era rechazado, incluyendo sus propias solicitudes oficiales que pedían información a la Casa del Gobernador. Tierra Lejana había quedado aislada por completo.
Durante tres días, Edmund Li mantuvo una vigilia solitaria en su oficina desierta, esperando para ver qué pasaba. Y entonces atacaron los primos.
Siguió la invasión a través de los programas de noticias y los avances oficiales del Gobierno. El enjambre de naves que salieron a tres UA de la estrella. La bomba de llamarada disparada contra la estrella. Una superarma secreta de la Marina que era aterradoramente potente y que había extinguido la bomba de llamarada pero a costa de un precio muy alto. Y después, otra más que se disparó contra la estrella de Boongate. La Marina se vio obligada a volarla también. Los sensores de los satélites que orbitaban alrededor de Boongate captaron las olas oceánicas que bramaban por la corona de la estrella, y también registraron el incremento repentino y mortal de radiación solar que iba invadiendo el planeta.
Sin aviso previo ni explicación, se cerraron todos los agujeros de gusano primos que enlazaban con la Federación. Los humanos habían ganado, si no se contaba con los miles de naves de guerra que se iban reuniendo como nubarrones alrededor de cuarenta y ocho mundos de la Federación.
Fue el mal tiempo lo que seguramente salvó a Edmund. Se había pasado un par de horas sentado ante su escritorio, accediendo a reportajes y relatos de primera mano de la invasión, con alguna que otra escapada a la máquina de café en busca de tazas de té. Después de desvanecerse los agujeros de gusano, empezó a rastrear los datos de los sensores de los satélites de Boongate y vio el impacto directo que la tempestad de radiaciones estaba teniendo sobre el planeta. La atmósfera absorbía y debilitaba hasta cierto punto la energía electromagnética antes de que llegara al suelo. Aun así, la dosis era mucho mayor de lo que la mayor parte de las plantas y animales podían soportar con comodidad. La primera oleada de radiación de partículas llegó no mucho más tarde y prácticamente acabó con la ionosfera en los primeros minutos. Era mucho peor de lo que habían predicho los expertos que estaban en los estudios. Los suministros de energía que estaban fuera de los pueblos y ciudades protegidos por los campos de fuerza se volvieron erráticos o se cortaron por completo por las subidas de tensión. Todos los satélites civiles se desconectaron al quedar expuestos y dejaron los sensores de las plataformas de defensa planetaria como única fuente de información. Las tormentas boleares bajaron de los polos barriendo todo el espacio, sus colores pálidos y bailarines impusieron una belleza extraña en la destrucción que atravesaba en silencio el mundo entero.
Edmund salió para contemplar el primero de los espectáculos de luces aurales que giraban alrededor del campo de fuerza de la ciudad. En el aparcamiento todavía quedaban charcos del chaparrón nocturno que había caído antes de que los campos de fuerza de la estación y la ciudad desviaran las nubes. Sólo había un coche en el cemento, el suyo, un Honda Trisma de quince años. Se colocó junto a él cuando la fosforescencia de color malva y melocotón salió ondulándose del horizonte a una velocidad supersónica. Hasta las nubes se habían retirado ante la marea de los elementos, dando lugar a un cielo despejado de invierno. Cuando entrecerró los ojos para mirar al sol, se convenció de que podía ver los puntitos brillantes en el disco cegador.
Los fucilazos parpadearon sobre la ciudad. Durante un momento, eclipsaron tanto el sol como las luces boreales. Unos riachuelos de iones morados patinaron por la curvatura de la cúpula del campo de fuerza. Después volvió la aurora en todo su esplendor, reflejando su ardiente luminosidad por todo el cemento mojado.
La unisfera les estaba diciendo a todos los que estaban fuera de los campos de fuerza que buscaran refugio de inmediato. Los rayos volvieron a destellar, un estallido más largo en esa ocasión. Edmund empezó a contar a la espera del trueno hasta que se dio cuenta de lo inútil que era. Había largos destellos que se mezclaban con las cintas de luz boreal y aumentaban su intensidad, contribuyendo a ahogar el cielo normal. Los rayos estallaban entre las varias franjas de colores variados que se ondulaban en el cielo. Era un manto mortal y extrañamente hermoso en el que se envolvía aquel planeta, pensó.
Su mayordomo electrónico le dijo que el Gabinete de Guerra iba a dirigir un mensaje de urgencia a la Federación. La ciberesfera del planeta no transmitía nada más. Edmund ni siquiera sabía que la IR gerente podía hacer eso. Ya era hora, pensó, no nos vendría mal saber lo que está pasando y lo que ocurrió en la batalla. El TEC todavía no había reabierto el agujero de gusano que llevaba a Wessex, aunque era obvio que el agujero de gusano paralelo de amplitud cero estaba manteniendo a Boongate conectado con la unisfera.
La imagen que se alzó en su visión virtual le mostró a la presidenta Doi sentada a la cabecera de una mesa imponente y flanqueada por Nigel Sheldon y Heather Halgarth. Edmund frunció los labios: impresionante, desde luego. Unos subtítulos le daban el nombre de los demás miembros del gabinete; la cantidad de poder político reunido allí indicaba que lo que se hubiera decidido era definitivo. Se reclinó sobre su Honda para escuchar su destino.
—Estimados ciudadanos —dijo Doi—. Comenzaré diciéndoles que las incursiones primas en el espacio de la Federación han llegado ya a su fin, al menos para un futuro inmediato. Una fragata ha conseguido llegar a la Puerta del Infierno y destruir los generadores de agujeros de gusano instalados allí. No puedo darles detalles sobre la nave ni el arma utilizada por razones obvias de seguridad, pero basta decir que ahora tenemos a nuestra disposición un arma de una potencia realmente formidable. Por desgracia, como estoy segura de que todos comprenderán, eso no elimina la amenaza de los primos por completo. Ya hay miles de naves de guerra primas en el espacio de la Federación a las que tendremos que enfrentarnos. Además, los primos desplegaron bombas de llamaradas cuyos efectos siguen sintiéndose en los segundos 48 Mundos. No hay nada que podamos hacer para desviar la radiación que satura esos planetas. En pocas palabras, con toda probabilidad, sus biosferas quedarán inhabitables. Incluso si fuera posible un programa de regeneración, como puede ocurrir en Wessex, todos esos mundos volverán a ver un conflicto armado cuando la Marina se enfrente a las naves primas restantes a lo largo de las próximas semanas. Por tanto, y con gran pesar, he informado a los líderes planetarios que no nos queda más alternativa que evacuar sus mundos.
—Mierda —murmuró Edmund. En el fondo siempre había sabido que el discurso iba a decir algo parecido, pero aun así, apenas empezaba a asumir la enormidad de lo que estaba diciendo la presidenta. ¿Pero a dónde vamos a ir todos?
—Dado que acomodar a unos treinta mil millones de personas desplazadas es casi una imposibilidad incluso para nuestra sociedad —dijo Doi—, tendremos que adoptar una solución bastante novedosa.
A Edmund no le gustó cómo sonaba eso. Su mayordomo electrónico le dijo entonces que un vehículo acababa de atravesar el cordón de seguridad de nivel dos que rodeaba la sección de la salida de Tierra Lejana. El agente frunció el ceño. ¿Quién demonios iba a visitar esa parte de la estación y sobre todo en esos momentos?
Nigel Sheldon se inclinó hacia delante y tomó la palabra tras la presidenta, su expresión era sincera y llena de confianza.
—Cuando estábamos construyendo nuestro primer agujero de gusano, a Ozzie se le ocurrieron unas operaciones matemáticas para manipular la dinámica de flujo temporal interno de la materia exótica. Realizamos una pequeña prueba hace un par de siglos utilizando uno de los agujeros de gusano de la división de exploración del TEC y el concepto funcionó. No se ha utilizado desde entonces porque no hemos tenido ninguna aplicación práctica ni comercial para él. Hasta hoy. Lo que haremos es modificar los agujeros de gusano que llevan a los planetas cuyas biosferas están muriendo. Dentro de una semana se abrirán a toda la población en un éxodo que será organizado por cada gobierno nacional. No utilizarán trenes para atravesarlos, sino que se les pedirá que vayan a pie o en coche, o que tomen autobuses, pueden incluso ir en bicicleta si quieren. El otro extremo saldrá a un mundo nuevo y congruente con la vida humana de la fase tres. Sin embargo, no saldrá hasta dentro de diez o quince años, o incluso más si es necesario. Para ustedes, sólo habrán pasado unos segundos pero fuera, el resto de la Federación habrá tenido tiempo para construir ciudades y pueblos básicos con una infraestructura en funcionamiento que pueda darles cabida. Sé que esto les parecerá sobrecogedor, pero los mundos en los que se encuentran ahora se están muriendo y tenemos que movernos deprisa para evitar más pérdidas de vidas.
El coche era un Mercedes matriculado a nombre de Aventuras en la Gran Tríada. Edmund se levantó y se quedó mirando al otro lado de la inmensa estación, a la carretera que llevaba a la terminal. De hecho, podía ver el coche, una lustrosa limusina de color rojo borgoña que pasaba a toda velocidad. La llevaban con el control manual y pasó sin detenerse por el cruce donde debería haber girado hacia el único andén de pasajeros. Tampoco era que nadie estuviera utilizando el agujero de gusano de Medio Camino. En su lugar, se estaba dirigiendo al bloque de oficinas y el aparcamiento donde se encontraba Edmund. Había algo muy raro en todo aquello. Conservaba el suficiente instinto policial como para comprobar la pequeña pistola de iones que llevaba y después corrió hacia el otro extremo del edificio.
—Todos nos comprometemos a llevar esta operación de rescate a su conclusión con éxito —dijo la presidenta Doi—. Senadores, líderes planetarios, las dinastías; todos estamos unidos en esta determinación. No importa el coste o los esfuerzos necesarios, no les fallaremos —dijo con énfasis. Después suspiró con compasión—. Que Dios los acompañe a todos.
El Mercedes entró en el aparcamiento justo cuando Edmund llegaba al final del edificio. Se asomó a la esquina y vio que la gran limusina aparcaba junto a su Honda. Se abrió una puerta y salió un hombre alto y rubio. Edmund ahogó un grito en cuanto le vio la cara, lo reconoció al instante, Tarlo. Había recibido la alerta policial que se había emitido en toda la Federación veinticuatro horas antes. Al principio, Edmund había pensado que era una especie de error, o una broma, pero al comprobar el certificado de la orden se dio cuenta de que era real.
Tarlo se quedó mirando el Honda durante un momento, después giró la cabeza y examinó poco a poco el aparcamiento desierto. Edmund volvió a agacharse tras la esquina. La orden decía que Tarlo contaba con muchas armas conectadas a su cuerpo y que era muy peligroso. Contó hasta cinco y se arriesgó a echar otro vistazo. Tarlo estaba entrando en el bloque de oficinas. La puerta del Mercedes seguía abierta. Edmund utilizó los implantes de retina para enfocarla. Había un cuerpo tirado en el suelo alfombrado de la limusina, un joven gordinflón al que le habían partido el cuello. Sus ojos muertos miraban los magníficos centelleos que, como las aguas del muaré, velaban el cielo de Boongate.
El Café de la Quinta Parada estaba en un extremo del centro comercial Rocher, encajado entre una franquicia de los Kebabs de Babs y Madre en Flor, una tienda de ropa premamá barata. La autopista B77 pasaba justo al lado, dirigiéndose directamente a la estación planetaria de Narrabri, situada a cuatro kilómetros al oeste. Incluso en ese momento, con la tormenta boreal ardiendo en el cielo fuera del campo de fuerza de la megaciudad y miles de naves alienígenas sueltas en el sistema, y con la mitad de las salidas de la estación todavía cerradas, el tráfico era tan intenso como siempre.
Bradley Johansson y Adam Elvin no le prestaban mucha atención a los vehículos que pasaban a toda velocidad. El portal que había encima del mostrador acababa de empezar a repetir el anuncio del Gabinete de Guerra.
—Por todos los cielos soñadores —murmuró Bradley—. Eso sí que no me lo esperaba. Qué solución más ingeniosa. No me extraña que Sheldon parezca tan satisfecho.
Adam le lanzó al portal una mirada escéptica.
—Creo que engreído es un término más adecuado.
—Vamos, Adam, deberías aprender a ser más caritativo, sobre todo en épocas de crisis. Además, construir la infraestructura que necesitan cuarenta y siete mundos es un proyecto estatal enorme y centralista. Justo la clase de cosas que tú apruebas.
—No me conviertas en un estereotipo. No soy ningún admirador de los gobiernos centralistas, la tendencia suele ser hacia la corrupción y el alejamiento. Una sociedad integradora debería devolverle el poder al nivel de la comunidad local.
—Hmm, recuérdamelo otra vez, ¿cuántos ángeles hemos contado en ese alfiler?
—Has empezado tú. Y son cuarenta y ocho mundos. Maldita sea, ¿cómo coño van a trasladar todas esas fábricas a un nuevo planeta? —Se quedó mirando por el ventanal. Más allá de la autopista, la megaciudad se extendía hacia el horizonte envuelto en niebla tóxica, inmensas urbanizaciones que se alternaban con distritos industriales, cosidos todos por las curvas de las vías del tren y las autopistas. Cada pocos kilómetros, las enormes estructuras de las refinerías o los hornos de fundición se alzaban entre las bajas extensiones, como catedrales y castillos en un paisaje medieval. El crepúsculo se arrastraba sobre la cúpula protectora del campo de fuerza ofreciéndole algo más de potencia a la iridiscencia que asediaba a la ciudad en el exterior.
—Cuarenta y siete —dijo Bradley—. Hutchinson no se va a mover de aquí; ya ha terraformado este mundo una vez. Incluso si la llamarada mata toda forma de vida que haya fuera de la ciudad, los robots tractores se limitarán a volver a plantarlo todo. En cualquier caso, toda esa empresa del viaje en el tiempo tendrá que emplear los generadores de los agujeros de gusano de la estación planetaria de Narrabri. No, este mundo seguirá existiendo por muchos daños que sufra. Treinta y dos mil millones de personas dependen de él.
—Ya. Esas bombas que hemos… Sabía que la Marina tenía que estar desarrollando armas más potentes que los misiles Douvoir, pero coño, ¿algo que puede dañar una estrella? ¿Crees que el aviador estelar se lo esperaba?
—No, no lo creo. —Bradley le sonrió a su taza de café de plástico—. Una vez más, nos ha subestimado. Esta guerra pretendía destruir ambas especies. Ahora está a nuestro alcance una victoria decisiva. Doi y Sheldon utilizarán esas armas, sean las que sean, contra Dyson Alfa.
—Y tampoco fue tan listo en Illuminatus. Jenny me ha informado que Paula Myo al fin consiguió arrinconar a Bernadette.
—¿De veras? —Bradley alzó las cejas—. Fascinante. A estas alturas Myo ya debe de estar convencida de que el aviador estelar es real. Y el fallido intento de asesinato contra la senadora Burnelli también añadirá peso a nuestra historia. Me pregunto si deberíamos intentar lanzar un último escopetazo a la Federación.
—No lo escuchará nadie, ni hoy ni en mucho tiempo. —Adam indicó el portal, que en ese momento mostraba a Miguel Ángel de vuelta en su estudio. Hasta su serenidad parecía haber quedado sacudida por el anuncio del Gabinete de Guerra, los comentaristas que tenía con él parecían casi haberse quedado sin palabras—. Me preocupa más que los agentes del aviador estelar capturaran la cabeza del Agente. Una vez que analicen su célula de memoria, estaremos contemplando un fallo de seguridad muy importante.
—Comprendo que es inquietante, Adam, pero tengo la sensación de que el margen que tenemos se puede medir en días si no es en horas. Incluso si el aviador estelar ha averiguado dónde estamos y lo que estamos haciendo, le llevaría tiempo lanzar una ofensiva contra nosotros. Si fuera listo, habría dejado al Agente a merced de los encantos de la Marina. Entrarán con las armas en ristre a la menor oportunidad.
—Quizá, pero tenemos que tener en cuenta la posibilidad. Y con Kime destituido, hemos perdido un activo en potencia muy importante. Con Columbia, Oscar no tendrá nada parecido a la influencia que tenía.
—¿Ha descubierto algo ya en los diarios del Segunda Oportunidad?
—No lo sé. Ha pasado tanto tiempo a bordo de su nave que no he podido ponerme en contacto con él. —El mayordomo electrónico de Adam le dijo que Marisa McFoster estaba llamando—. ¿Sí? —dijo.
—Estamos en Boongate —le dijo la joven—. Victor Halgarth ha entrado en un almacén de la estación que pertenece a la compañía Sunforge. Señor, además de nosotros, hay un montón de observadores que podrían ser de la policía siguiendo a Victor.
—No me sorprende, las autoridades estaban vigilando a Bernadette en Illuminatus. Verás que algunos son del departamento de seguridad de los Halgarth. ¿Podéis meteros en una ubicación segura?
—No estoy segura. Esto es un desastre. La estación está prácticamente sumida en la anarquía. Después del anuncio de Doi, todos los que quedan en el planeta están dirigiéndose al edificio de la terminal, pero el resto de la estación está desierta. No vamos a poder hacer mucho sin que nos vean.
—Entiendo. Tenemos varios equipos en Boongate. Les daré autorización para que se pongan en contacto y os proporcionen todo el respaldo que se puedan permitir. Entretanto, mantenme informado.
—Sí, señor.
—Víctor Halgarth en Boongate y el planeta entero a punto de ser evacuado —caviló Bradley—. Ésta es una oportunidad notable para nosotros, Adam. Quizá podamos interceptar al aviador estelar aquí, en la Federación. Todavía no ha vuelto a casa y tiene un periodo de tiempo ínfimo para regresar a Boongate. El TEC no se va a arriesgar a volver abrir el agujero de gusano para el transporte normal por miedo a que se produzca una estampida.
—Mellanie dejó Illuminatus con Paula Myo —dijo Adam—. ¿Quieres que intente llamarla otra vez y vea si puede convencer a la investigadora?
—No, usaremos a la senadora Burnelli, está mejor ubicada que Myo y tiene la fuerza política necesaria para bloquear por completo el agujero de gusano de Boongate.
—¿Cuánto tiempo crees que le llevara al TEC modificar el generador del agujero de gusano para hacer ese truco del viaje en el tiempo?
—Sheldon habló de una semana. Sospecho que es una cuestión de programación más que de cualquier modificación física, en los últimos tiempos todo lo importante es un problema informático.
—De acuerdo. Mientras tú haces eso, yo voy a preparar nuestro tren. Es posible que todavía lo necesitemos.
—Por supuesto. —Bradley revolvió los posos de café—. Sabes, es muy probable que el aviador estelar también esté en la estación de Narrabri, preparándose para atravesar a la fuerza el agujero de gusano de Boongate, igual que nosotros. ¿No te parece irónico? ¿Me pregunto si habrá alquilado el almacén que hay al lado del nuestro?
—No lo ha hecho.
—Si tú lo dices, Adam. Pero tenemos que reorganizar nuestros equipos para vigilar en persona la salida de Boongate.
—Pondré a unos cuantos a trabajar en eso.
—¿Nos queda alguien? Tenía entendido que andábamos bastante escasos tras lo de Illuminatus.
—Puedo prescindir de los suficientes para una operación sencilla como ésta. Sólo vamos a notar la falta de músculo si tenemos que entrar a la fuerza de verdad.
—Bueno, desde ahora, vas a tener unos cuantos «músculos» más. Voy a unirme a tu equipo de forma permanente. Ya no hay mucho más que pueda hacer en la Federación. Y es hora de que vaya a casa a enfrentarme a nuestro castigo.
—Eso está bien; tenerte a ti a bordo les subirá la moral a todos los Guardianes. Necesitan un incentivo ahora que hemos perdido el contacto con Tierra Lejana.
La estación que el TEC tenía en Newark tenía agujeros de gusano que la conectaban con más de veinte planetas de la fase uno, incluyendo tres agujeros de gusano a Augusta. Sus terminales y áreas de clasificación se agazapaban en lo que había sido el antiguo aeropuerto y lanzaban un laberinto arterial de carreteras y conexiones ferroviarias hacia la extensa urbanización que lo rodeaba. Nigel miró por la ventana de la oficina del gerente, en el último piso del rascacielos de administración y vio la autopista de peaje de Nueva Jersey curvándose alrededor del perímetro de la estación. La antigua ruta todavía metía y sacaba de la estación enormes cantidades de carga y pasajeros, aunque la estaban suplantando los nuevos túneles que había abierto el TEC para llevar los trenes directamente hasta Manhattan y por la costa este. Más allá de la carretera, las aguas frías y grises de la bahía de Newark lamían la costa de Staten Island. En ese momento, la cúpula reluciente del campo de fuerza se arqueaba sobre los edificios y parques de la isla, dándole al aire un tono vaporoso, como si una leve bruma Marina se hubiera asentado sobre la tierra.
El mayordomo electrónico de Nigel le mostró las imágenes de los sensores de seguridad, Campbell recibía a sus visitantes en el vestíbulo. Justine Burnelli se desabrochó un abrigo blanco como la nieve ribeteado de piel y le dio a Campbell el recatado beso de una amiga de confianza. Nigel se había dado cuenta de que Justine estaba embarazada cuando llegó a la reunión del Gabinete de Guerra, la pequeña hinchazón de su vientre ya era bastante visible bajo el elegante vestido gris de cachemira que llevaba. Le sorprendió, alguien de su edad y posición casi siempre utilizaba un tanque matriz. Cuando lo comprobó con Perdita, ésta tampoco sabía nada, por no hablar ya de quién era el padre, cosa también poco habitual. Las familias de los grandes siempre llegaban a importantes acuerdos financieros en lo que concernía a sus hijos, sin embargo, no se había archivado nada en el registro legal de Nueva York. Los sensores de seguridad le mostraron que los implantes de la senadora mantenían un enlace muy cifrado con la unisfera, que Nigel supuso que llevaba directamente a Gore.
La investigadora Myo estaba igual que la recordaba, su encantador rostro abrumado siempre por una expresión un tanto melancólica. Vestía un traje de chaqueta bien cortado de color azul y carbón con una blusa de color salmón y le habían cepillado el pelo hasta dejárselo brillante. Nada que indicara que menos de treinta horas antes había estado embutida en un traje blindado, en medio del tiroteo de Illuminatus.
Pero toda su atención, en realidad, estaba reservada para Mellanie. A su cabello dorado y algo ondulado le había dado un cepillado somero que lo había dejado algo desaliñado. Eso, y el modo que tenía de apretar la mandíbula con aire resentido, le daba una apariencia agresiva. Una falda blanca cortísima, botas largas de ante y una sencilla camisa vaquera conseguían darle un aspecto que era a la vez moderno y barato. Dudley Bose se pegaba a ella como si hubiera una especie de membrana que los mantuviera unidos. La malhumorada cólera que se filtraba por su rostro juvenil era la misma que Nigel recordaba de la infame ceremonia «de bienvenida».
Nigel se giró hacia la puerta de la oficina cuando llegó el ascensor. Notó que Campbell se las había arreglado para mantenerse lo más lejos posible de Mellanie durante el trayecto en el pequeño ascensor. Así que Perdita tenía razón.
—¿Preparado? —preguntó Nelson. El jefe de seguridad de la dinastía también había captado las implicaciones de la reunión, claro que él había estado observando los acontecimientos de Illuminatus con mucha más atención que Nigel.
—Estaría bien conseguir por fin unas cuantas respuestas —dijo Nigel. Después se estiró la americana del traje. Estúpida vanidad.
Saludó a Justine y a Paula con tono formal y después se volvió hacia Mellanie.
—Al fin.
La joven le lanzó una mirada confusa.
—Disculpe.
—He estado siguiendo sus recientes actividades con gran interés. Para mí es muy emocionante conocerla al fin en persona. —Afirmación que se quedaba bastante corta. En persona, aquella chica era fabulosamente atractiva: gran figura, una apariencia un tanto salvaje, como si acabara de mantener relaciones sexuales… y quisiera más. Nigel retuvo la mano de la periodista, que no intentó recuperarla y se limitó a fruncir los labios con aire malicioso mientras lo miraba.
—Para mí también —dijo. La voz de Mellanie debió de bajar un par de octavas.
—Hola otra vez —dijo Dudley. Se las arregló de algún modo para deslizarse delante de Mellanie y tender la mano.
—Dudley, me alegro de ver que se está recuperando. —Nigel evitó cualquier inflexión por si el neurótico astrónomo captaba la ironía.
—Y todo gracias a mi Mellanie. —La mano del científico rodeó los hombros de su novia. Ésta no intentó ocultar la expresión de desaprobación.
Nigel les sugirió a todos que se sentaran cuando el sello electrónico se activó alrededor del despacho.
—Bueno, todo esto parece muy serio, Justine. No puede ser sólo por tu batalla con Valetta en el comité.
—En cierto modo lo es —dijo Justine—. Ahora son los Halgarth los que controlan la Marina.
—Sí, pero yo tengo la bomba nova. Y los demás tenemos mucho peso en el presupuesto de la Marina. Heather está contrarrestada. Así es como funciona la Federación.
—Yo tengo una pregunta —dijo Paula.
—Me lo imagino —dijo Nigel con ligereza—. He pasado la mayor parte de las últimas horas intentando averiguar cuál es.
—Durante el último siglo he estado presionando al Ejecutivo de la Federación para que se llevaran a cabo inspecciones de todos los envíos realizados a Tierra Lejana, sin ningún éxito. Ese tipo de exámenes me habría permitido restringir los envíos de armas de los Guardianes y es posible que incluso impedirlos por completo. Justo antes de ser asesinado, Thompson Burnelli descubrió que ha estado usted oponiéndose a esa medida durante todo este tiempo. Me gustaría saber por qué.
Nigel no pudo evitar la mirada de socorro, ayúdame a salir de ésta que le lanzó a Daniel Alster, que estaba en su posición habitual, a un lado, a un práctico par de metros.
—¿Eso he hecho? No tenía ni idea, ni recuerdo…
—No hay ningún archivo de que haya una política sobre eso —dijo Daniel a toda prisa.
—Esto es vital —dijo Paula—. Thompson creía que era verdad.
—Averígualo —le dijo Nigel a Daniel—. Llama a Jessica ahora mismo.
—Señor.
Nigel dirigió una mirada furtiva a Mellanie, que le dedicó un guiño juguetón y cruzó las piernas. Se preguntó cuál sería el mejor enfoque con una chica como ésa. Quizá no andarse con rodeos y pedirle que se acostara con él. Lo más probable. Aunque una cosa que no entendía era Dudley. ¿Qué podía ver aquella chica en semejante tipo?
—Eh… nuestra oficina política ha estado siguiendo esa política —dijo Daniel.
Parecía violento.
—¿Por qué? —preguntó Nigel.
—Lo ordenó Ozzie.
—¿Ozzie?
Parte de la tensión abandonó la postura de Paula.
—No tenía ni idea de que el señor Isaacs participara en las decisiones de la oficina política de su dinastía.
—Por lo general no lo hace —dijo Nigel—. De hecho, nunca, que yo sepa. Pero Ozzie tiene las mismas participaciones en el TEC, así que en lo que a mí respecta, tiene derecho. ¿Estás seguro? —le preguntó a Daniel.
—Sí. —Daniel le lanzó a Paula una mirada curiosa—. Dio instrucciones a la oficina política de que adoptara esa estrategia en 2243.
—Oh, vaya —dijo Paula—. El año del Gran Atraco del Agujero de Gusano. El año en que Bradley Johansson fundó los Guardianes y robó dinero suficiente para comenzar sus operaciones. Así que el aviador estelar nunca tuvo nada que ver. Los Guardianes detuvieron los registros. Sabía que tenían un acceso de alto nivel al Ejecutivo pero nunca pensé que el señor Isaacs estuviera detrás de ellos.
—Bien —dijo Nigel y agitó un dedo mientras los miraba—. Explicaciones, por favor. Y ya.
—Es muy sencillo —dijo Justine—. Wilson Kime tiene toda la razón, el aviador estelar es real. Financió la observación de Dudley de Dyson Alfa a través de una sociedad benéfica educativa falsa. Tenía agentes a bordo del Segunda Oportunidad.
—También se ha infiltrado en la Marina —dijo Paula—. Wilson descubrió pruebas de que sus agentes estaban a bordo del Segunda Oportunidad, pero a continuación alguien del Pentágono II manipuló esas pruebas. No pudo hacerlas públicas. Creemos que un satélite de sensores modificado fue el responsable de interferir con el generador de la barrera y soltar a los primos. La misión entera era una argucia gigantesca diseñada para provocar una guerra entre los primos y nosotros para debilitar a ambas especies.
Nigel por fin sabía cómo se había sentido Wilson al aterrizar en Marte. Él había convertido una estrella en nova para neutralizar la mayor amenaza a la que se había enfrentado jamás la humanidad, después había encontrado el modo de salvar treinta y dos mil millones de vidas humanas y sólo para enterarse de que, ya para empezar, la guerra que había destruido sus estrellas era sobre todo culpa suya.
—Hostia puta. —Lanzó una mirada de súplica a Nelson, pero el jefe de seguridad estaba luchando con su propia conmoción.
—Si tenéis razón en esto… —empezó a decir Nelson.
—La tenemos —dijo Mellanie con remilgo.
Nelson le lanzó una breve sonrisa molesta.
—Entonces es probable que los Guardianes estén en lo cierto cuando dicen que el aviador estelar se ha infiltrado en la dinastía Halgarth.
—En esencia, sí —dijo Paula—. Nuestro enfrentamiento final con sus agentes en Illuminatus lo ha confirmado. La mayor parte de los Halgarth no están afectados en absoluto, por supuesto. Pero aquéllos que tienen posiciones estratégicas han sido dominados. Christabel va reconociendo poco a poco que hay algo raro y nos está ayudando con toda discreción a rastrear a los sospechosos. No tardará mucho en trasladar sus sospechas a Heather.
—¿Y Columbia? —preguntó Nelson—. ¿Es uno de ellos?
—No lo sabemos.
—Hijo de puta —gruñó Nigel—. Bueno, eso deja las cosas claras, no vamos a entregarle las bombas nova a la Marina. ¡Jesús! ¿Y Doi? ¿Qué hay de ella? Los Guardianes dijeron que era una de ellos.
—Creemos que eso fue simple desinformación —dijo Paula—. Isabella Halgarth, una agente confirmada del aviador estelar, contribuyó a organizar ese escopetazo. Sin embargo, Isabella también tuvo una relación con Patricia Kantil.
—Ayudó a urdir las decisiones políticas que dieron lugar a la formación de la Marina —dijo Justine—. Hasta cierto punto nos han manipulado a todos.
—Alessandra Baron es una de sus agentes —dijo Mellanie—. La muy zorra.
Nigel se sintió aturdido cuando su mentalidad expandida empezó a examinar el problema. Había una gran cantidad de cólera acumulándose en su mente, ese tipo de antagonismo animal directo que se daba cuando te engañaban. Pero lo contrarrestaba la sorpresa, y la simple inquietud por la situación. ¡Maldita sea, nos cegaron!
—Hagamos lo que hagamos, no podemos hacer esto público —decidió—. Ahora mismo no. Necesitamos la confianza absoluta de los ciudadanos en el Gobierno para el futuro inmediato. Las poblaciones que estamos intentando salvar dependen de que el resto de la Federación se una y apoye la estrategia del viaje en el tiempo. Ésa tiene que ser nuestra prioridad número uno. Acabar de raíz con los traidores se puede hacer con discreción en una operación paralela. Supongo que tendréis alguna idea de cómo hacerlo, por eso estáis aquí, ¿no?
—En lo principal, sí —dijo Paula—. Para empezar, sólo con ser consciente de la manipulación, ya la invalida.
—¿Y se puede saber qué espera lograr el aviador estelar? —preguntó Nelson—. Ya tiene su guerra, ¿qué más puede conseguir?
—No estoy segura —dijo Paula—. Los Guardianes dicen que quiere destruir, o como mínimo debilitar, ambas especies, lo que lo convertiría en el poder dominante de esta sección de la galaxia. Yo especularía que nuestra bomba nova ha alterado esos planes. Ahora los humanos son capaces de destruir a los primos. La Federación continuará existiendo y seremos bastante más fuertes. Desde un punto de vista militar, ya ha fracasado.
—Sólo si la Marina y nosotros seguimos atacando —dijo Nelson—. Ahí será donde concentre su influencia ahora. Yo lo haría. Después de todo, no se puede decir que los primos estén indefensos todavía. Aún tienen el generador de la Puerta del Infierno y bombas de llamaradas. Si dudamos por culpa del aviador estelar, todavía podrían asestarnos un golpe devastador.
—Entonces tenemos que lanzar un ataque contra Dyson Alfa de inmediato —dijo Nigel—. Allí es donde está el generador de la Puerta del Infierno. No se lo digas a la Marina, no consultes con nadie más. Hazlo y punto.
—La Caribdis debería volver a estar al alcance de nuestras comunicaciones dentro de un día —dijo Nelson—. Y el Buscador ya está en casa. La construcción de las fragatas ya está en marcha. Podemos despegar en unas cuarenta y ocho o setenta y dos horas.
—Ocúpate de eso —dijo Nigel—. Y hazlo tú en persona, Nelson. Dios sabe si se habrá infiltrado también en nuestra dinastía. ¿Hay algún tipo de prueba para saberlo? —le preguntó a Paula.
—Tenemos que esperar hasta que vuelvan los resultados de Isabella. Una vez que entendamos lo que le hizo a ella, quizá podamos reconocerlo en otros. Pero no espere que sea rápido ni sencillo. Podría llevarnos décadas encontrar al último de todos.
—¿Está leyendo sus recuerdos? —preguntó Nelson.
—Tengo a un raiel haciéndolo por mí, sí.
Nigel no pudo evitar esbozar una sonrisa de admiración. La investigadora Myo siempre iba un paso inesperado por delante.
—¿Cree que Ozzie es un agente del aviador estelar?
—Es difícil decirlo. Por lo que acabo de oír, yo diría que estaba ayudando a los Guardianes. Tendremos que leer sus recuerdos para estar seguros. ¿Sabe dónde está?
—Perdimos su rastro en Silvergalde —dijo Nigel—. Su último mensaje decía que se había ido a preguntarles a los silfen qué sabían de las barreras del Par Dyson. No se le ha visto desde entonces.
—Ya veo —dijo Paula.
—¿Tiene alguna idea de qué es el aviador estelar? —preguntó Nigel. Su mentalidad expandida comenzó a acceder a los archivos que tenía la dinastía sobre los Guardianes. No eran demasiado útiles, sólo resúmenes de investigaciones llevadas a cabo por la Junta Directiva de Crímenes Graves.
—Es el superviviente del arca Marie Celeste que se estrelló en Tierra Lejana —dijo Paula—. Que es casi lo único que sabemos. Bradley Johansson afirma que se apoderó de los humanos que investigaban el arca, así que cualquier dato procedente del Instituto es sospechoso por razones obvias. No tenemos ni idea de dónde vino, el aspecto que tiene, su tamaño, ni siquiera sabemos si respira oxígeno. Incluso ahora, su existencia sólo se puede deducir por el comportamiento de sus agentes. Es el mito perfecto del coco.
—Hijo de puta —murmuró Nigel con acento colérico. Estaba indignado; no, de hecho, estaba ofendido, que un alienígena así pudiera mover a los humanos a su antojo como si fueran piezas de ajedrez. Una influencia maligna invisible que se arrastraba por su Federación, subvirtiendo y corrompiendo todo lo que tocaba como una especie de demonio medieval. No era de extrañar que nadie quisiera creer en él—. ¿Cómo ha podido pasar desapercibido durante tanto tiempo?
—Porque es cauto y trabaja a muy largo plazo —dijo Paula—. Lo que, de hecho, nos da la primera pista sobre su naturaleza. Es obvio que es muy longevo. Dada su estrategia para eliminarnos a nosotros y a los primos de modo que los suyos puedan extenderse sin estorbos por esta sección de la galaxia, piensa en términos de siglos, si no son milenios.
—Pero debe de tener una base en alguna parte, una presencia física. Tenemos que ser capaces de rastrearlo.
—Bradley Johansson y Adam Elvin son ambos entes físicos y reales —dijo Paula con una sonrisa pesarosa—. Jamás he conseguido arrestarlos. Lo que me da una teoría en cuanto a la ubicación del aviador estelar.
—¿Dónde? —preguntó Justine con aspereza.
Paula se levantó y se acercó a la ventana de la oficina, donde quedó perfilada por el cielo gris y borroso del exterior. Le hizo un gesto a Nigel para que se acercara. Juntos miraron el área de clasificación de la estación, donde largos trenes serpenteaban por los raíles plateados y blancos.
—Johansson y Elvin conocen y entienden muy bien el juego de las actividades encubiertas —dijo—. Están siempre moviéndose, no tienen un hogar permanente, evitan las relaciones, los vínculos, las amistades, cualquier cosa que pueda atarlos. Por eso me he pasado la vida persiguiéndolos, nunca estaban en un solo lugar el tiempo suficiente para que yo los alcanzara; eso y la cobertura política que les proporcionó el señor Isaacs.
Nigel cayó en la cuenta de algo y tuvo la sensación de que el aire frío del mar que había quedado atrapado bajo el campo de fuerza se había colado en su despacho. La carne de gallina le cubrió la piel de los antebrazos. Bajo él, los trenes entraban y salían deslizándose por los túneles que llevaban a las ciudades de los estados de la costa este, desde Nueva York hasta Miami. El lado escarpado de las salidas arrojaba la luz de estrellas lejanas por el suelo, en elipses largas y pálidas.
—Oh, Dios bendito, no.
—Es la conclusión más lógica —dijo la investigadora—. El aviador estelar es un ser alienígena. Como mínimo, requerirá las proteínas de su mundo nativo, cultivadas o sintetizadas. Su cuerpo llamaría la atención si alguien lo viera. ¿Qué sería más fácil que tener su propio vagón de mercancías? Estaría viajando siempre, sería libre de ir siempre donde quisiese, siempre tendría su propio entorno.
—La IR de nuestro control puede investigar los archivos, buscar trenes que nunca paren —dijo Nigel con la garganta seca. Era inútil y él lo sabía.
—El vagón cambiará de locomotora e incluso de compañía, pasará meses o años en una vía muerta, o dentro de un almacén, vagará por planetas en los que haya vías; el aviador estelar incluso cambiará y modernizará los vagones a lo largo de las décadas.
—Podría estar en cualquier parte —dijo Nigel con voz espantada.
—Según los Guardianes, regresará a Boongate y desde ahí a Tierra Lejana.
—La salida de Boongate está cerrada. Y así permanecerá a partir de ahora.
—Eso espero.
—¿Qué quiere decir con eso? No permitiré que la abran.
Paula miró a Nelson y después volvió a mirar a Nigel.
—Nelson y usted se habrán dado cuenta ya que hay alguien muy bien situado en su dinastía que tiene que ser un agente del aviador estelar, ¿no?
Nigel inclinó un poco la cabeza, estaba claro que odiaba decir lo que fuera.
—Si viaja como afirma usted, es obvio que ése es el caso, por doloroso que sea. Ha contado con mucha ayuda a lo largo de los años. Sólo espero que no haya subvertido mi dinastía como ha ocurrido con la de Heather.
—No hay pruebas de eso. Y Johansson nunca ha dicho nada.
—El visto bueno definitivo —murmuró el líder dinástico con sarcasmo.
—Me gustaría sugerir que no dejemos más a los Guardianes al margen —dijo Justine—. Saben más que nadie sobre el aviador estelar. Si vamos a intentar capturarlo, no nos vendría mal su ayuda.
—¿Cómo? —preguntó Paula mientras regresaba a su asiento—. No sabemos cómo ponernos en contacto con ellos. La Marina perdió a su última pista importante, el Agente, en Illuminatus.
Justine miró a la investigadora y le dedicó un encogimiento de hombros con ademán de disculpa.
—Llevo ya un tiempo en contacto con Bradley Johansson.
Nigel consiguió hasta lanzar una risita, puro humor negro. Se contuvo de inmediato cuando vio que la investigadora le lanzaba una mirada sombría.
—Me gusta —dijo recostándose en su sillón—. Una conspiración dentro de una conspiración. Es irónico, siempre pensé que sería yo el objeto de un movimiento secreto de resistencia, no que terminara participando en uno. Ponte en contacto con Johansson por nosotros, Justine, pregúntale si le gustaría celebrar una reunión para unir recursos. Deberíamos llamar también a Wilson, puede ayudarnos a mantener la Marina vigilada; tendrá simpatizantes suficientes dentro del Pentágono II que le puedan echar un ojo a Columbia.
—Hay alguien a quien también me gustaría traer —dijo Mellanie.
—Lo siento —dijo Nigel—. No confío demasiado en la IS, sobre todo después de su falta de ayuda de hoy.
Mellanie le lanzó una mirada de desprecio.
—Yo tampoco. Y no sea tan condescendiente.
—Créame. Después de lo que le pasó a Dorian en el Isla de Chipre, no me atrevería.
—¿Cómo sabe…?
Nigel le dedicó a la asombrada jovencita una sonrisa irresistible.
—Ya le he dicho que estaba siguiendo sus actividades.
Mellanie se recostó un momento, después se recuperó y le lanzó una sonrisa maliciosa.
—Lo que quiero, en realidad, es que uno de sus agujeros de gusano recupere el motil Bose, si no le importa.
—¿Qué es el motil Bose? —Nigel le lanzó a Dudley Bose una mirada suspicaz.
—Los alienígenas que ustedes llaman los primos son en realidad una única conciencia distribuida en miles de millones de cuerpos individuales —dijo Mellanie—. El motil Bose es el que contiene los recuerdos de Dudley; los descargaron en su interior después de capturarlo; fue él el que advirtió al Conway. Después se las arregló para escapar y llegar a Elan. Mis amigos lo están protegiendo por mí. —La joven miró aquellos rostros silenciosos y sorprendidos que ocupaban el despacho antes de dedicarle a Nigel una sonrisa burlona—. Creo que eso significa que la partida es para mí.
El mayordomo electrónico de Morton lo despertó. Los sensores que las Garras de la Gata habían colocado por todo el distrito de Randtown estaban captando una señal desde un punto situado a doscientos kilómetros, justo encima del Trine’ba. Era un mensaje repetido en la misma secuencia de saltos entre canales que utilizaba la Marina, sin embargo, el cifrado era el que Mellanie le había dado. Cuando utilizó la clave, el texto se imprimió en su visión virtual. «Morty, tengo un agujero de gusano abierto para vosotros. Por favor, responde, Mellanie.»
—¡Coño! —Se incorporó a toda prisa. La cueva que estaban utilizando estaba a oscuras. Un par de luces mostraban un espejeo de color amarillo pálido, suficiente para revelar la escarcha medio derretida que chorreaba por la roca. Rob estaba de guardia, vestido con toda la armadura y sentado junto a la entrada dentada como una especie de ídolo vudú de pesadilla. La Gata, que se suponía que estaba durmiendo, estaba en la posición de la Palma Lunar encima de su saco de dormir. Lo miró sin decir una palabra, lo que hizo que a Morton le entrara un escalofrío a pesar de que el tejido semiorgánico de su saco de dormir mantenía su temperatura corporal a un nivel perfecto. Los supervivientes estaban acurrucados en sus sacos y mantas como crisálidas gigantes, todos juntos al otro lado de la cueva. Estaban inmóviles, aparte de David Dunbavand, cuyos gemidos se extendían por toda la cueva cada vez que temblaba dentro de sus gruesas envolturas. Los botiquines habían ayudado a estabilizarlo, pero en los últimos días no había mejorado mucho.
De pie, junto al montón de equipo, en medio de la cueva, estaba el motil Bose. Apenas se había movido de esa posición desde el día que habían subido al refugio. Lo habían envuelto en varias capas de tela semiorgánica para mantenerlo caliente y razonablemente seco. Cada par de días, uno de ellos bajaba con una burbuja hasta el Trine’ba y regresaba con agua contaminada para que el motil pudiera comer. A Morton le parecía que no estaba en muy buena forma a pesar de las protestas de Bose de que se encontraba bien.
—¿Y cuál es el mensaje? —preguntó la Gata.
El casco de Rob se había vuelto hacia Morton.
—Es Mellanie. Nos ha abierto un agujero de gusano. Lo sabía. Sabía que cumpliría su palabra.
La Gata exhaló sin prisas.
—Espero que tengas razón. La Marina dejó muy claro su programa. —Después empezó a ponerse la armadura.
—Ya, ya, bueno, que te follen.
La comunicación de la Marina la habían recibido esa tarde, les decían que los iban a evacuar tres días después. Hasta entonces debían poner fin a todas las misiones de combate y limitarse a observar a los primos. Les había levantado la moral a todos y había hecho estallar al instante una discusión sobre lo que iban a hacer con el motil Bose. Rob estaba a favor de pegarle un tiro allí mismo y fingir que todo aquel asunto no había pasado. Hasta los supervivientes habían puesto objeciones.
Las manos virtuales de Morton se movieron a toda prisa por los iconos de comunicación, desviando su respuesta a través de su red de sensores de modo que la transmisión no pareciera proceder de ningún sitio cercano al collado donde se encontraba su cueva. Sólo por si acaso.
—¿Mellanie?
—¡Morty! Hola, oh, Dios, cariño, ¿estás bien?
—Claro. Bien. ¿Qué tal tú?
—Bien. No tenemos mucho tiempo. Este agujero de gusano puede sacaros de ahí, a todos. ¿Dónde estáis?
—Mellanie, ¿cómo se llamaba tu estilista cuando vivíamos juntos?
—¿Qué? Ah, ya veo, qué paranoico. Era Sasha la que me emperifollaba para ti. ¿Vale?
—Vale. ¿Y qué es lo que va a pasar? ¿Lo de la Marina está aclarado? A mis colegas no les apetece mucho salir por patas después de volver.
—Todo aclarado. Ahora tengo unos aliados, los mejores. Ya lo verás. Por favor, daos prisa.
—De acuerdo, ésta es la ubicación. —Morton le envió un archivo con las coordenadas.
—Danos treinta segundos. —La señal se interrumpió.
Morton se levantó y dio unas cuantas palmadas.
—Muy bien, chicos, nos largamos de aquí. ¡Hay que moverse! No tenemos mucho tiempo.
Los cuatro supervivientes se removieron cuando se encendieron por completo todas las luces y parpadearon con expresión adormilada.
—Rob, sal ahí —dijo Morton—. A ver si localizas el agujero de gusano. Se va a abrir en cualquier momento.
—De acuerdo.
—Dudley. Vas a tener que ir andando hasta allí.
—Puedo arreglármelas, gracias —respondió el motil Bose a través de su matriz.
—Yo me quedo contigo cuando pasemos —ronroneó la Gata con suavidad. Ya estaba junto a Morton, con el casco en una mano y una mochila colgada del hombro.
—Lo mejor del día, sin duda —replicó Morton. Les echó una mano a Simon y Georgia para levantar la camilla de David y colocó su casco junto a las piernas del herido. La Gata se limitó a caminar junto a ellos sin ofrecer su ayuda mientras se abrían camino por las resbaladizas rocas.
—Joder —dijo Rob—. ¡Está aquí!
—¿Qué hay al otro lado? —preguntó la Gata con aspereza.
—Como una de sala grande. ¡Eh! Veo a Mellanie. Y con ella hay una especie de soldados.
Morton sonrió para sí. Tuvo que resistir el impulso de decir, ya os lo dije.
Fuera granizaba con fuerza. Morton arrugó la cara para defenderse del frío glacial que le mordió la piel cuando salió por la estrecha entrada de la cueva y pensó que ojalá se hubiera puesto el casco. El agujero de gusano se había abierto a unos metros de la entrada de la cueva, un círculo muy fino y plateado colocado sobre el aguanieve sucia que parecía una luna llena. En el interior se distinguían unas formas oscuras. Rob estaba justo delante del agujero, una figura negra y alta que avanzaba con zancadas decididas. Después, el fulgor plateado lo rodeó con un chapoteo y el antiguo delincuente había pasado al otro lado.
—Así que Mellanie ha vuelto a lograrlo —dijo Simon—. Tienes toda una mujer a tu lado, Morton.
—Sí —dijo él alargando las palabras, de repente estaba muy impaciente por verla, mucho.
Se abrió camino por la incómoda superficie, prestando más atención a sus pies que al resplandeciente círculo plateado que tenía delante. El frío era gélido y le mordía las orejas y las mejillas. Después, el aire zumbó a su alrededor y se encontró atravesando el campo de fuerza. Parpadeó para defenderse de la luz brillante. Un aire cálido empezó a fundir de inmediato el hielo que se le había posado en el pelo y el traje.
Estaban en una cámara de confinamiento para el entorno alienígena de una división de exploración del TEC. Había accedido a suficientes reportajes sobre sus misiones para reconocerla al instante. Una cámara esférica de cincuenta metros de diámetro con paredes negras absorbentes. Unas rayas rojas y amarillas marcaban las cámaras de aire y los nichos de los instrumentos mientras que unos ventanales amplios situados a media altura permitían que el personal del Centro de Operaciones tuviera una visión directa de lo que estaba pasando. Un aro de luces los iluminó desde el techo, a él y al grupo que había ido a recibirlos. Morton ni siquiera advirtió a los demás. Mellanie se encontraba justo delante de él con una falda blanca agradablemente corta y una camisa vaquera abierta casi hasta el ombligo. Tenía las manos en las caderas y lo miraba con fijeza, con los ojos brillantes y una sonrisa enorme.
—¡Morty! —dijo mientras echaba a correr hacia él.
Morty estuvo a punto de dejar caer a David Dunbavand cuando lo rodearon los brazos de su chica. Alguien le quitó la barra de la camilla y pudo devolverle el abrazo. Después empezaron a besarse con pasión y él ya estaba preparado para arrancarle la camisa y tirársela allí mismo, en el suelo de la cámara.
Mellanie se apartó un poco y agitó la cabeza. El cabello dorado flotó a su alrededor y se mordió la lengua con aire coqueto.
—Has vuelto a echarme de menos, ¿eh?
—¡Oh, Dios, sí!
Mellanie se echó a reír. Era algo parecido a la burla y desde luego el tono era triunfante.
Varias personas iban pasando a su lado. Médicos que se apiñaban alrededor de David Dunbavand. Personal de seguridad con campos de fuerza activados que portaban carabinas recortadas ayudaban a Rob a quitarse la armadura mientras otros cogían la bolsa y el casco de la Gata y alejaban a los demás supervivientes del agujero de gusano. Tres de los militares rodeaban al motil Bose mientras otro le quitaba las capas de ropa que le envolvían el cuerpo. Mandy lloraba, consolada por un paramédico.
El agujero de gusano se cerró en silencio tras ellos.
—Por favor, quítese el traje, señor —dijo uno de los miembros del equipo de seguridad.
Morton hizo lo que le dijeron. La Gata se despojó de su armadura tomándose a propósito su tiempo para hacerlo.
—Todo despejado —anunció al fin el jefe del equipo de seguridad.
Se abrió entonces una puerta de una cámara de aire. Dudley Bose entró en la cámara. Era la primera vez que Morton veía al astrónomo revivido. No le impresionó mucho. Un joven agobiado por un horno nuclear de energía nerviosa que hacía que se moviera a sacudidas, la angustia y la incredulidad tiraban de su rostro como un campo de gravedad de un mundo pesado.
Morton se preparó para una pequeña escena. Después de todo, él seguía besuqueándose con Mellanie. Pero Dudley no hizo caso de ninguno de los presentes en la cámara y corrió hacia el motil Bose. Su velocidad estuvo a punto de hacerle caer, el muchacho seguía careciendo de coordinación. Se detuvo temblando a un metro del alto alienígena. Dos de los tallos sensoriales de éste se giraron para mantener al hombre a la vista.
—¡Devuélveme mis recuerdos! —le chilló Dudley al motil—. Quiero volver a ser yo otra vez. —Después levantó los puños con gesto incierto.
—Por supuesto —dijo el motil Bose desde su matriz—. ¿Qué creías que iba a hacer con ellos? Somos uno solo, Dudley, más que hermanos.
—Yo… yo… —La saliva salía disparada de la boca de Dudley—. Tengo que saberlo. ¿Qué pasó? ¿Qué me hicieron?
—Nos mataron, Dudley. Nos dispararon a sangre fría. Nuestro cuerpo humano original murió en Dyson Alfa.
Dudley se tambaleó, al borde de la apoplejía.
—¿No se lo dijiste? —le preguntó Morton a Mellanie.
La joven sacudió la cabeza.
—Será mejor que lo calme —murmuró. Parecía exasperada, una madre que tenía que correr tras un hijo especialmente latoso.
Morton la miró y después miró a Dudley. Por el amor de Dios, ¿pero qué ve en ese tipo?
—Vamos, Dudley —dijo Mellanie cogiéndole una mano—. Podemos solucionar todo esto después.
—¡No! —El científico se soltó de un tirón, dejándola sorprendida. La joven hizo una mueca ante la fuerza que había utilizado su novio. Morton dio un paso hacia ellos. Rob y la Gata aparecieron de repente junto a él y la mano de la Gata se posó en su hombro.
—No —ronroneó.
—Lárgate, cojones —bramó Dudley—. Piérdete y déjame en paz conmigo mismo, fulana estúpida. Estoy aquí, ¿entiendes? Estoy aquí, entero. Puedo volver a ser yo. No intentes impedirlo, no te metas. Que no se meta nadie.
El rostro de Mellanie se endureció.
—Como desee, señor Bose.
—Tienen… tienen un sitio que podemos usar —dijo Dudley levantando la vista para mirar los tallos sensoriales del alienígena con gesto de súplica—. Unas instalaciones médicas. Podemos empezar de inmediato.
—Muy bien —dijo el motil Bose.
La cabeza de Dudley giró a pequeñas sacudidas, como si fuera un robot. Se centró en uno de los miembros del equipo médico que había entre el atentísimo público.
—Usted. Usted dijo que había una sala de tratamientos.
—Sí. —La mujer se acercó y levantó un poco la cabeza para mirar los tallos sensoriales del alienígena con expresión asombrada. Asimiló el módulo electrónico que se fundía con la carne, el cable óptico que lo unía a la matriz—. No sé si esto va a funcionar.
—Confíe en mí —dijo el motil Bose—. Este cuerpo está construido alrededor del concepto de transferencia de memoria. Es sólo cuestión de modificar el interfaz.
—De acuerdo entonces, por aquí. —Llevó al Bose humano y al motil hacia una de las puertas de las cámaras de aire. Cinco de los miembros del personal de seguridad los rodearon. Las carabinas no llegaban a apuntar del todo al motil que se iba anadeando, pero casi. Justo antes de llegar a la puerta, el motil Bose giró un tallo sensorial hacia Mellanie.
—Ha sido un placer conocerla, por cierto. Ya veo que soy un hombre afortunado, aunque un tanto desagradecido en este momento. Me gustaría hablar con usted después.
Mellanie le dedicó al alienígena una agradable sonrisa.
—Será un placer, Dudley.
—¿Qué quieres decir con eso de desagradecido? —preguntó la voz quejumbrosa de Dudley cuando atravesaron la puerta—. Y además, ¿a ti qué te importa?
—Uno nunca se aburre con Mellanie —dijo una voz alegre al oído de Morton.
Éste se giró y no se lo pudo creer. El que estaba a su lado era Nigel Sheldon.
—Vaya, ya dijo que tenía aliados —comentó Morton con tono sarcástico.
—Y no hablaba en broma. —Nigel le lanzó al agujero de gusano cerrado una mirada nostálgica—. Quizá quiera volver cuando su amiga le haya terminado de explicar lo que está pasando.
—Lo dudo. ¿Y se puede saber dónde estamos?
—En Augusta. —Después Nigel se inclinó un momento ante Simon—. Señor Rand, he oído grandes cosas sobre usted. Le acompaño en el sentimiento. Randtown era un concepto maravilloso.
—Señor Sheldon —respondió Simon muy serio—. Gracias por su ayuda.
—Agradézcaselo a Mellanie. Y ahora tenemos baños, comida y respuestas esperándoles. Tómenlo todo en el orden que prefieran.
—Todo a la vez —dijo Morton. Se acercó a donde Mellanie se había quedado mirando la cámara de aire abierta y la rodeó con un brazo. La joven esbozó una sonrisa distante y después miró a Nigel con una expresión que era tan confusa como preocupada.
—Deme una respuesta cuando esté preparada —le dijo Nigel. Había un cierto matiz crispado en su voz.
Rob se volvió hacia la Gata cuando todo el mundo empezó a salir de la gran cámara.
—No lo entiendo —se quejó—. Tiene a Morton comiendo de la palma de su mano. Me da la sensación de que a Sheldon también lo pone cachondo. Dicen que Miguel Ángel se cepilla a todos los colaboradores de su programa, hombres o mujeres. ¿Qué coño ve en Bose?
Alic Hogan había dejado de hacer muecas y suspirar cada vez que se movía en su silla. Le dolía cada parte del cuerpo, con mayor o menor intensidad y el movimiento creaba un número incontable de punzadas adicionales. Tampoco podía tomar demasiada medicación si quería conservar cierta agudeza mental. Y no se podía decir que la piel curativa fuera el blando cojín que afirmaban sus fabricantes.
El simple hecho de estar vivo ya le dolía.
En la oficina de París nadie prestaba atención a sus desgracias. La mitad habían sufrido heridas peores en Illuminatus. Salvo Vic, por supuesto. Vic sufría un dolor muy diferente. Aquel gigante permanecía sentado ante su escritorio hora tras hora, surcando los datos como un metavirus. Todos ellos se habían puesto a revisar los archivos de Tarlo en busca de cualquier pista que pudiera llevarlos hasta él. Un equipo forense estaba examinando su apartamento, analizándolo todo, desde el gel de dientes hasta el ADN del cabello, en busca de algo, lo que fuera, que les dijera cómo lo había dominado el aviador estelar.
Jim Nwan fue repartiendo tazas de café entre las personas que estaban trabajando en el nido de escritorios que habían reunido en medio de la sala. Alic cogió la suya sin apartar los ojos de los resultados de los bonos de la RDNA; Tarlo había sido muy diligente a la hora de rastrearlos y había conseguido archivos de los compradores. Ninguno de los cuales le había mostrado a Alic. Pero apuesto a que el aviador estelar los tiene todos.
Su café estaba perfecto, sin azúcar y sólo una nube de crema. La aceptación era el único resultado decente que habían sacado de Illuminatus, ya era uno más del equipo de París. Era extraño lo mucho que eso significaba para él. Era extraño cómo iban cambiando las lealtades. Alic ya aceptaba la existencia del aviador estelar. Buena parte de lo que había pasado adquiría sentido una vez que se incluía como factor a tener en cuenta la influencia del alienígena. Claro que tampoco se lo había dicho todavía al almirante. El modo en que el Gabinete de Guerra había despedido a Wilson Kime había provocado una autentica onda de choque en toda la Marina, incluso en la oficina de París, que siempre había estado al mando de Columbia; el modo en que habían convertido a Kime en chivo expiatorio era vil y despreciable. Pero el único tema del que hablaban de verdad era el proyecto del viaje en el tiempo.
—No encuentro ni un maldito rastro de la observación de Baron —se quejó John King—. Debe de haberlo borrado todo.
Alic le echó un vistazo al gran portal montado en la pared que mostraba el programa de Miguel Ángel. El invitado era el senador Goldreich, que estaba explicando cómo se iban a preparar los mundos nuevos para recibir a los refugiados. Su mayordomo electrónico cambió el acceso al programa de Alessandra Baron. Su invitado era un hombre pálido llamado Dimitri Leopoldvich que estaba comentando las tácticas que debería utilizar la Marina para enfrentarse a los miles de naves de guerra primas que quedaban en la Federación.
—Llama directamente al equipo de observación —le dijo Alic a John—. Que te envíen copias de sus informes.
Después le lanzó al portal una mirada asesina. Sólo Dios sabía el daño que estaría provocando Baron a largo plazo. Desde que había empezado a escucharla de verdad, estaba seguro de que no oía nada más que desdén y burlas por todo lo que había hecho la Marina. La periodista estaba cargándose la confianza de los ciudadanos, socavando la autoridad de los gobernantes. Y todo bajo el disfraz de una entrevistadora dura.
Su mayordomo electrónico le dijo que estaba entrando en la oficina una llamada segura para Renne. Por su visión virtual corrió un archivo que le mostró el expediente de Edmund Li. El hecho de que llamara desde Boongate fue suficiente para despertar el interés de Alic.
—Pásamela a mí —le dijo a su mayordomo electrónico.
—Estaba intentando hablar con Renne —dijo Edmund Li.
—No está disponible —le dijo Alic. No había ayudado mucho a subir la moral de la oficina el hecho de enterarse de que no había ni una sola plaza en ninguna clínica de la Federación donde se pudiera someter a la policía al proceso de renacimiento; los cálculos más optimistas hablaban de siete años antes de que quedara un hueco. Todo el mundo tenía trabajo acumulado con las víctimas de las pérdidas corporales de los 23 Perdidos y eso había sido antes de la nueva invasión—. Soy su comandante. ¿Cuál es el problema?
—Tarlo está aquí.
Alic chasqueó los dedos para que todo el mundo prestara atención cuando pasó la llamada a un enlace general para que la escuchara todo el equipo.
—¿Cómo lo sabe?
—Porque ahora mismo está ahí arriba, en mi despacho.
—¿Y dónde está usted? ¿Dónde está su despacho?
—Estoy en la estación planetaria de Boongate, en la sección de Tierra Lejana. Ahora mismo estoy metido en la oficina de vuelo de los Gansos de Carbono, en el edificio de administración, en la planta baja. Tarlo está en la oficina de seguridad del tercer piso. Yo conseguí cargar un programa de escrutinio de seguimiento para poder seguir lo que está haciendo.
—¿Cuántas personas tiene con usted? —preguntó Alic.
—Ninguna.
—¿Qué?
—Aquí no hay nadie más. Sólo él y yo. Y que yo sepa, somos los únicos que estamos en la sección de Tierra Lejana.
—¡Cristo! —Alic vio su propia consternación reflejada en los rostros del equipo que lo rodeaba—. ¿Qué está haciendo?
—Se está apoderando de los sistemas de seguridad que protegen el perímetro. Aquí hay un montón de armas, se instalaron por si algo hostil llegaba de Tierra Lejana. Es material anticuado, pero todavía tiene bastante potencia. Y controla todo el campo de fuerza, no hay forma de salir ni de entrar. Yo he inutilizado un par de sensores de la habitación que estoy utilizando para que no pueda verme, pero si me muevo de aquí, los sensores internos del edificio me van a señalar al instante.
—Creí que había dicho que tiene un programa de seguimiento cargado en las matrices de seguridad.
—Y lo tengo.
—Entonces debe de tener copias de sus códigos. Puede tomar el mando de la red de la sección, cerrarla por completo.
—De eso nada. Ahora que está metido en la red, está instalando sus propias rutinas de gestión. Está sacando poco a poco el programa de seguimiento.
—¡Mierda! —Alic dejó caer el puño sobre la mesa e hizo una mueca al sentir el estallido de dolor de las quemaduras—. De acuerdo, Edmund, ¿está usted armado?
—Sí, una pistola de iones, Cok 8000, ochenta por ciento de carga. No creo que sirva de mucho contra Tarlo. He tenido acceso a la orden que mandaron ustedes. Esas armas que lleva conectadas son de mucho peso.
—Escuche, vamos a ir a sacarlo de ahí.
—¡Ja! El agujero de gusano que lleva a Boongate está cerrado. El TEC no va a abrirlo ahora, la gente volvería a la Federación y Sheldon y Doi quieren obligar a todo el mundo a ir al futuro. El único modo que tiene de llegar a mí es dentro de veinte años.
—Inaceptable —dijo Vic. El matiz categórico de la voz del gigante era intimidante.
—Lo vamos a sacar de ahí, se lo prometo —le dijo Alic a Edmund—, aunque tengamos que llevar una nave estelar a Boongate. Ahora escuche, quiero que mantenga este enlace abierto de forma permanente. Transfiera todos los datos que haya captado su programa de seguimiento. Después voy a ponerlo en contacto con alguien de nuestro departamento técnico. Ellos verán si hay alguna forma de que pueda usar su pistola de iones para inutilizar físicamente el generador del campo de fuerza.
—Está de coña. Está en un edificio que está unos trescientos metros de éste.
—De acuerdo, ¿qué hay de trajes blindados y trajes con campo de fuerza? Supongo que el departamento de seguridad tendrá alguno.
—Claro. Ahí arriba, donde está él.
—Entonces traeremos a un experto táctico para que analice su situación. No pierda la calma, conseguiremos que salga de ésta.
—Si usted lo dice. Pero me gustaría descargar mis recuerdos en un depósito de seguridad, si no le importa.
—Por supuesto, vamos a poner uno en marcha de inmediato. —Chasqueó los dedos y le hizo un gesto a Matthew Oldfield, que asintió a toda prisa.
—¿Saben por qué está aquí Tarlo? —preguntó Edmund.
—No, no lo sabemos.
—Pueden decírmelo, saben. Que ahora no me voy a poner a filtrar información clasificada a nadie.
—De veras que no lo sabemos, pero tiene que estar relacionado de algún modo con Tierra Lejana.
—Sí, ya me imaginaba que estaba aquí para ayudar al aviador estelar a volver a casa.
—¿Qué sabe usted del aviador estelar? —preguntó Alic, sorprendido. ¿Es que soy el único que no sabía que era real?
—No mucho, la verdad. Últimamente han estado pasando cosas raras en Tierra Lejana. Tendría sentido, eso es todo.
—Supongo que tiene razón. Escuche, ahora voy a dejarlo con mi equipo, de acuerdo. Voy a empezar a trabajar en un modo de llegar a Boongate.
—¿Cómo? —preguntó Vic.
Alic se levantó.
—El almirante. Tiene el peso necesario para hacernos pasar.
—¡Ja! No va a aceptarlo.
—Si no lo acepta, entonces dimito. —Miró a su alrededor, las caras sorprendidas y las leves sonrisas de aceptación—. No es una gran amenaza, ya lo sé. Pero es lo único que tengo.
—Entonces puedes decirle que nosotros dimitimos contigo —dijo John King. Y los demás también dijeron: «Coño, claro» y «Yo también».
Vic posó una mano en el hombro de Alic.
—Buena suerte. Y gracias, jefe.
Cuando se cerró la puerta del despacho de Alic, el jefe tuvo que sentarse a toda prisa y exhalar con fuerza. Todo tenía un límite, hasta la impulsividad. El equipo lo miraba por la cristalera. La verdad era que la sensación era de lo más agradable.
Y qué coño. Ese cabrón de Tarlo intentó matarme. Eso lo convierte en algo personal.
Su dedo virtual tocó el icono del almirante. Le complació ver que lo hacía sin vacilación. El mayordomo electrónico del almirante le dijo a Alic que su nivel de acceso se había reducido a un grado siete.
—Esperaré —le dijo al programa.
Rafael Columbia tardó dos horas y media en contestar.
—Puedo concederle cinco minutos —le dijo a Alic.
—Hemos localizado a Tarlo.
—Entonces arréstenlo.
—Está en Boongate.
—Mierda. Tendrá que esperar, Hogan. Lo cogeremos cuando salga allá donde Sheldon los mande.
—Lo necesitamos ahora, señor. Es un agente del aviador estelar. —Alic cerró los ojos, medio esperaba que un rayo cayera del cielo allí mismo y lo dejara frito ante su propio escritorio.
—Dios, usted también no. Pensaba que usted era de fiar.
—Y soy de fiar, señor, por eso se lo estoy diciendo. Píenselo. Tarlo es un traidor, un agente doble, de eso no cabe duda. Yo era una de las personas contra las que estaba disparando en Illuminatus. ¿Para quién trabaja, señor? Si no es el aviador estelar, ¿quién está intentando destruir la Federación? Dígamelo. Déme otro nombre y los perseguiré el tiempo que haga falta.
Hubo una larga pausa.
—No pueden ir a Boongate —dijo el almirante—. Esto es información clasificada pero los agujeros a los Segundos 47 no se volverán a abrir. El Gabinete de Guerra ha decidido que no podemos arriesgarnos a que haya una estampida para volver a la Federación. Esas poblaciones deben ir al futuro.
—Usted tiene la autoridad necesaria, señor. Puede hacer que el TEC nos abra el agujero de gusano de Boongate. Mi equipo y yo nos quedaremos después en Boongate e iremos al futuro con el resto de la población. Pero debemos llegar allí antes de la evacuación. Debemos establecer las intenciones del aviador estelar. La Marina necesita saberlo. Tiene que verlo, ¿no?
—Cree de verdad en él, ¿no?
—Todos creemos en él, señor.
—Muy bien, Hogan. Si lo vamos a hacer, no se introduce nada en los archivos hasta que se produzca una conclusión satisfactoria. Y no es negociable.
—Lo entiendo.
—Bien. Reúna a su equipo y vayan a Wessex. Veré lo que puedo hacer desde aquí.
—Gracias, señor.
—Y, Hogan, si se equivoca, quédese en Boongate. No habrá futuro para usted, en ninguna parte, nunca. ¿Entendido?
—Entendido, señor.
Mellanie bajó por el amplio pasillo de la mansión con la bata negra de encaje aleteando tras ella. Las luces de la pared, esculpidas en forma de cisne, estaban amortiguadas y arrojaban un fulgor rojizo que profundizaba las sombras entre los arcos. Eran las dos de la mañana y no había nadie más por la casa.
La sensación de culpabilidad por lo que estaba haciendo sólo lo hacía más emocionante. Morton no se había ni movido cuando Mellanie había dejado la habitación que ocupaban los dos. Randtown lo había dejado más cansado de lo que estaba dispuesto a admitir.
La puerta se abrió incluso antes de que Mellanie llamara. Allí estaba Nigel, ataviado con un albornoz de color esmeralda con el cinturón flojo. La sonrisa codiciosa que lucía su rostro era la misma que Mellanie había visto en los hombres incontables veces, aunque había pensado que quizá con él fuera diferente. La cogió de la mano y la metió a toda prisa en el dormitorio.
—Pero qué… —empezó a decir ella.
—No querría que mis mujeres se pusieran celosas —murmuró Nigel al tiempo que le lanzaba al pasillo una mirada teatral antes de cerrar la puerta.
—No lo están, así que no finjas lo contrario.
—Muy bien. —Nigel se apretó contra ella mientras sus manos le quitaban la bata. Después bajó la boca hacia la de ella.
Mellanie le plantó una mano en el pecho y lo apartó.
—¿Es que no vas a decirme hola antes?
—No te hagas la novia victoriana conmigo. Eres tú la que ha venido a mí. —Nigel sonrió y después se acercó a la enorme cama—. Ahora ven aquí. —Dio unas palmaditas en el colchón peludo, que se onduló con pereza.
—¿Qué es esto, tu salón de orgías principal? —le preguntó la joven con malicia.
—Sería tu habitación.
Mellanie le lanzó una mirada de admiración a la decoración clásica en tonos blancos y morados mientras se acercaba y se sentaba junto a él.
—Bonita, supongo.
—Pero por supuesto que tendríamos orgías aquí. En serio.
La joven tuvo que echarse a reír, era un hombre imposible, y honesto.
—Sí, ya lo sé. Ya he conocido a Aurelie. Para que hablen de cómo hacer sentirse inferior a una chica. Y ella ni siquiera necesitó un perfilamiento para tener ese aspecto.
—Ves, hasta te gustan mis otras mujeres. ¿Qué otro incentivo necesitas? —Le bajó con la mano uno de los tirantes del picardías y luego la deslizó hasta el pecho expuesto.
—Esto es muy halagador, Nigel.
—Quiero que sea placentero, no halagador.
Mellanie gimió con avidez. Su nuevo amante le había bajado el otro tirante y tenía el picardías arrugado alrededor de la cintura. Las manos masculinas sabían exactamente cómo moverse por su piel, siempre tenía que pasarse una eternidad enseñándoles eso a los otros hombres.
—Ya lo es —confesó.
—Entonces di que sí.
—No. Ahhh. —De hecho, Mellanie sintió que su cuerpo temblaba debido a la ligera presión que estaban aplicándole aquellos dedos. No era una respuesta que la joven pudiera controlar.
Nigel la depositó con suavidad sobre el colchón y después se desató el albornoz.
Mellanie lanzó una risita.
—¡Nigel!
—¿Qué esperabas? —preguntó él con modestia—. Soy el gobernante de la galaxia, después de todo.
—Dios, un hombre que se ha alterado la polla para que haga juego con su ego.
Nigel esbozó una amplia sonrisa.
—¿Qué te hace pensar que me la han alterado?
A Mellanie le entró otro gran ataque de risa.
—Lo retiro, tu ego es más grande.
—Date la vuelta.
—¿Por qué?
—Un masaje. Para empezar.
—Oh. —Se dio la vuelta y sintió que un aceite que estaba a la temperatura del cuerpo le iba cayendo por la columna. Nigel empezó a frotarlo después—. ¿Cómo supiste lo del Isla de Chipre? —le preguntó.
—Si te lo dijera, te enfadarías conmigo. Y deseo demasiado acostarme contigo como para arriesgarme.
—No me enfado.
—Sí que lo harás. ¿Por qué no quieres casarte conmigo?
—¿Con franqueza?
—Sí.
—No querría compartirte con nadie. Me gusta esto, es divertido. E incluso disfrutaría sumándome a tus otras esposas. Pero en plan permanente… No es para mí. Lo siento.
—Eh, me encanta. Celos.
—No soy celosa. —Mellanie intentó darse la vuelta para protestar, pero las manos de Nigel acababan de llegarle a las nalgas. Tuvo que apretar los dientes para no chillar.
—¿Qué saca la IS de vuestro acuerdo? —preguntó Nigel.
—Dios, ¿hay algo que no sepas?
—Para empezar, eso no lo sé, ya ves tú.
—Dice que sólo quiere saber lo que pasa, eso es todo. Yo puedo entrar en sitios donde no hay cobertura de la unisfera.
—Era de esperar. ¿Y sabía algo de la naturaleza de los primos?
—Lo averiguó en Randtown. Pirateó sus comunicaciones a través de mis implantes.
—Y la muy puñetera no nos dijo nada. Qué hijaputa. —Nigel fue bajando por sus muslos.
—¿Crees que también es hostil?
—Creo que es una esnob. Creo que nos mira por encima del hombro, como si fuéramos los vecinos de baja estofa que rebajan el nivel de la galaxia. No es beligerante de un modo activo, pero como todos los esnobs, siente fascinación por lo que no es. De ahí tú y otros como tú. También tiene sentimientos, que es por lo que nos ayuda en alguna que otra ocasión. Sin embargo, siempre lo racionaliza como algo totalmente diferente, caridad o una consideración nacida de la superioridad. El problema es que no sé si nos ayudaría si tenemos que enfrentarnos al genocidio. Es probable que ni ella lo sepa tampoco. Sospecho que terminará esperando hasta el final. Y para nosotros ya va a ser demasiado tarde.
—¿Por eso decidiste convertir en nova a MontañadelaLuzdelaMañana?
—Entre otras razones. No nos va a ayudar nadie. ¿Te molesta, esa decisión?
—Sentí a MontañadelaLuzdelaMañana —dijo Mellanie poco a poco—. Pude oír sus pensamientos. Mis implantes estaban bloqueando a sus motiles soldado así que en el plano físico estaba a salvo, pero seguía asustada. No creo que podamos compartir un universo con él. Sabes, carecía por completo de emociones. Me refiero a que en su mente no había ninguna analogía a lo que nosotros tenemos. Iba a decir que no se puede razonar con él, pero ése el problema, es ultrarracional. No hay forma de conectar. Ni siquiera la IS pudo hacerlo entrar en razón y que viera las cosas de un modo lógico. Tiene que desaparecer, Nigel, es el único modo de que estemos a salvo.
—Date la vuelta.
La joven hizo lo que le decían. El calor había desaparecido de su cuerpo, recordar Randtown y la monstruosa mentalidad de MontañadelaLuzdelaMañana era capaz de matar cualquier pasión. Pero entonces Nigel comenzó a trabajar en su vientre, sus pechos y muslos, y Mellanie se olvidó de todo aquello otra vez a una velocidad asombrosa.
—Bueno, ¿y cómo lo supiste? —preguntó Mellanie.
—¿Hm?
—Lo del Isla de Chipre.
—Ah. —Nigel se puso boca abajo para mirarla—. Miguel Ángel es hijo mío, el decimoquinto.
—¿Qué? Estás de broma. No me dijo nada.
—No es algo de lo que esté orgulloso. Más bien lo contrario, en realidad. Se fue como una tromba cuando tenía diecisiete años.
—Uau. Apuesto a que eso no pasa muy a menudo.
—No —dijo Nigel con sequedad—. Fue la clásica rebelión adolescente, incluso dijo, «Ya verás», cuando se fue. Después fue y se labró una carrera sin ayuda de nadie. De hecho, estoy bastante orgulloso de él por eso. Por lo general, la oveja negra suele volver sin que nadie la vea un siglo después, con el rabo entre las piernas para conseguir un cargo seguro de mando medio en la dinastía.
—¿Así que te dijo que yo me iba a Illuminatus?
—No. No entendíamos lo que estaba pasando, Mellanie. Cosa que a personas como a Nelson y a mí nos cuesta mucho aceptar, sobre todo en un momento como éste. Hice un trato con Miguel Ángel. Me dijo que tú andabas a la caza de los abogados de Nueva York así que Nelson los encontró en el clínica Azafrán y le dio la información. Queríamos saber por qué eran tan importantes para ti. Después de todo, parecía una simple estafa financiera de Wall Street más.
—Lo voy a matar.
Nigel pasó las manos por el pelo desastrado de la joven.
—Ya te dije que te ibas a enfadar.
—¡Con él! ¿Cómo voy a confiar en él otra vez tras esto?
—¿Confiaste en un periodista?
—Touché.
—Así que sigo siendo el favorito, ¿no?
—Estás entre los cien primeros de mi lista —respondió Mellanie con tono ligero.
—Por eso te deseo. Eres tan diferente de todas las otras chicas que tengo.
Mellanie le trazó los labios con el dedo.
—Tienes que salir un poco más.
—Di que sí. Prueba sólo un par de años. Todavía puedes tener tu carrera, si eso es lo que te preocupa.
—Pero no sería mi carrera, verdad, no si fuese tu mujer. Conseguiría todas las noticias y todas las exclusivas, pero no por ser yo.
—¿Y la diferencia entre eso y tener a la IS de agente es…?
—Quizá no la haya —dijo la joven en voz baja—. Quizá sólo esté cansada de ser una puta.
—Nadie ha dicho que seas una puta.
—Lo he dicho yo. —Mellanie suspiró y se arrastró por el ondulante colchón para coger su picardías. Hizo una mueca al ver el rastro oleaginoso de aceite que fue dejando en la cama.
—Para llegar hasta aquí desde donde estabas tras el juicio de Morton hay que tener una determinación asombrosa —le dijo Nigel.
—No me pareció que fuera muy difícil meterse en tu cama, la verdad.
—No me refería a mi cama, me refería a aquí, esta pequeña cábala, o rebelión, o lo que quieras llamar a nuestro variopinto equipo. ¿Es que no lo ves? Lo que vamos a decidir dentro de unas horas va a determinar el futuro de la especie humana. Ni Doi, ni la Marina, ni el Senado, ni las dinastías. Nosotros. Has llegado al enfrentamiento final. Vas a hacer historia, Mellanie; vas a ser la reina Isabel de tu generación, o Marilyn Monroe, o Sue Baker. No dudes ahora.
Mellanie miró avergonzada al picardías que sujetaba en la mano. No se sentía muy histórica.
—No sé quién es ninguna de esas mujeres.
—¿De veras? Ah. Bueno, el caso es que te has ganado un sitio en la mesa. Por eso eres tan irresistible; eres maravillosa y dura, la fantasía de cualquier hombre. Y la mía en particular.
—Eres un encanto.
—Hace mucho tiempo que no me llaman eso.
Mellanie bostezó.
—Será mejor que vuelva. No quiero que Morty se despierte sin mí.
—De acuerdo —dijo Nigel con desconsuelo—. Pero recuerda que la oferta sigue en pie.
—Gracias. Es tentador. ¿Incluye una plaza en tu bote salvavidas si todos tomamos la decisión equivocada?
—Sí —se rió él—. Tienes un camarote de primera clase reservado, y con vistas.
—Déjame adivinar. Al lado del tuyo.
Nigel abrió mucho los brazos.
—¿Dónde si no?
—¿Hay una ducha por aquí? Necesito quitarme todo este aceite.
Nigel esbozó una sonrisa lasciva y salió de la cama.
—Te lo enseñaré.
—No es… Oh, está bien.
La guió hacia una puerta de cristal empañado que resplandecía con un tono turquesa.
—Dime una cosa. ¿Qué ves en Bose?
—No lo sé —se encogió de hombros Mellanie, incómoda con la pregunta, una pregunta tonta teniendo en cuenta lo que se habían pasado una hora haciendo—. Antes me era útil.
—¿Y ahora?
—No estoy segura. ¿Crees que funcionará la transferencia de recuerdos?
—Mi mayordomo electrónico dice que todo parece ir sobre ruedas. Lo sabremos con seguridad después del desayuno.
El baño sólo era un poco más pequeño que el dormitorio. Mellanie miró a su alrededor, encantada con el tema egipcio, después se echó a reír al ver los escandalosos murales. Nigel se acercó al yacusi hundido del medio que estaba lleno de agua aromatizada que hacía espuma con furia.
—Las duchas son tan aburridas —le dijo—. Déjame quitarte eso con la esponja.
Mellanie y Morton se reunieron con la familia de Nigel para desayunar en la terraza. Justine y Campbell ya estaban allí, totalmente amoldados y charlando con los demás.
Mellanie ocupó su lugar, no lejos de Nigel, que le dedicó una cortés bienvenida. Le dijo al camarero que tomaría huevos revueltos y zumo de naranja y después ayudó a Nuala con el biberón del pequeño Digby. El bebé ya tenía algunos de los rasgos de Nigel.
Después llegaron Wilson y Anna, que recibieron el saludo cálido de Nigel. A Mellanie le pareció que el ex almirante tenía un aspecto demacrado y exhausto. El recibimiento sincero y cálido de los presentes en la mesa contribuyó a animarlo un poco.
Llegó el plato de Mellanie con la comida cocinada a la perfección. Se puso a comer mientras intentaba escuchar todas las conversaciones a la vez. La cantidad de poder político y financiero reunido en aquella mesa era fascinante. Le pareció que el modo en que todo el mundo parecía quitarle importancia a la influencia que tenían era muy atractivo.
Los terrenos de la mansión eran preciosos, aunque la magnitud era un poco intimidante cuando se trataba de tener una vida familiar. No parecía molestar demasiado al harén. El mayordomo electrónico de Mellanie entró en archivos de las esposas de Nigel que databan de cien años antes y se los resumió, todas parecían proceder de familias ricas, no como ella. Quizá por eso se sintieran tan cómodas en aquel entorno. Notó el entusiasta interés que despertaban aquellas personas en Morton, aunque el antiguo ejecutivo se esforzaba por disimularlo. Era la clase de estatus y poder que había pensado en labrarse hasta que Tara Jennifer Shaheef se había convertido en un problema en potencia.
Con todo, decidió Mellanie, decirle que no a todo aquello iba a ser mucho más difícil de lo que se había imaginado en un principio. Quizá sólo un par de años de matrimonio…
Llegó Paula Myo; vestida como siempre con un cuidado traje de chaqueta, era con toda seguridad la persona más formal que había en la terraza. Rechazó el desayuno, pero aceptó la taza de té que le ofreció un camarero.
—Qatux está preparado —le dijo a Nigel.
Morton había dejado de comer al llegar la investigadora y se había quedado muy quieto. En ese momento dejó el cuchillo y el tenedor y se levantó para mirarla.
—Investigadora —dijo con una cortesía forzada.
La terraza se quedó en silencio cuando los miró todo el mundo.
—No hagas una escena —susurró una humillada Mellanie entre dientes. No le pareció que el hombre la oyera.
—Morton —dijo Paula.
—¿Contenta de verme?
—Es interesante verle.
—Bueno, niños —dijo Nigel—. Haced el favor de jugar sin pelearos, los dos sois invitados.
Mellanie había rodeado la muñeca de Morton y tiraba de él intentado obligarlo a sentarse.
—Así que le interesa, ¿eh? Es irónico lo que hace la vida. Usted destrozó mi vida y ahora resulta que soy parte esencial de su futuro.
—Es posible que esté involucrado en la forma que tengamos de enfrentarnos al aviador estelar. Pero no se puede decir que sea esencial.
—¿Qué quiere decir con eso de que «estoy involucrado»? —dijo Morton—. ¿Tiene idea de los riesgos que corrimos para traerle al motil Bose? ¿La tiene?
—Soy muy consciente de su tendencia a correr riesgos inapropiados, así como de la autojustificación con la que se engaña con posterioridad.
—Oiga…
Mellanie se vio casi arrastrada de la silla al intentar contener a Morton cuando éste intentó moverse hacia Paula.
—Déjalo ya —gritó la joven—. La mataste, ¿qué esperabas?
Morton le lanzó a Mellanie una mirada conmocionada.
—¿Es eso lo que piensas? —preguntó.
Su chica pensó que ojalá esos estupendos implantes que le había puesto la IS tuvieran una función que pudiera dar marcha atrás al tiempo. Con unos simples segundos bastaría.
—Bueno, ¿lo hiciste? —le preguntó con tono débil.
Morton se sentó, toda su beligerancia había desaparecido.
—No lo sé —dijo con voz ronca—. No me acuerdo.
El brazo de Mellanie le rodeó un hombro.
—No importa, Morty. Ya se acabó. Lo pasado, pasado está.
Nigel exhaló un suspiro bastante audible y arrugó su servilleta.
—Bueno, como al parecer se ha acabado el desayuno, supongo que será mejor que empecemos.
Dudley Bose y el motil Bose estaban esperándolos en el despacho de Nigel. Mellanie se dio cuenta de que Dudley no había dormido la noche anterior, era bastante obvio. Tenía la piel de debajo de los ojos oscura, igual que justo después de conocerlo. Un rastrojo le oscurecía la barbilla y las mejillas, y seguía con la misma ropa que llevaba el día anterior, una camisa de color óxido y unos vaqueros arrugados. Pero no era la misma fatiga angustiada que había sido su compañera permanente durante aquellos primeros días. De hecho, Dudley parecía contento. Se había quedado mirando por el estudio con los ojos vidriados, casi como si acabara de despertar de un largo sueño.
Mellanie no le había perdonado del todo lo que la había llamado el día anterior delante de todo el mundo, aunque hubiese sido en el calor del momento, así que le dio un besito fraternal en la mejilla.
—¿Cómo estás?
—Bien —dijo y sonrió como si fuera una revelación—. Sí, bien. Es gracioso, ¿no? Recordar cómo fallecí es, de hecho, bastante liberador. Por lo general les provoca unos problemas tremendos a las personas a las que han sometido a un renacimiento. Recuerdo lo que me dijiste sobre la ex mujer de Morton.
—Creo que ya estaba un poco chiflada antes —dijo Mellanie.
A Morton no le había sentado muy bien que lo excluyeran de la reunión.
—Gilipollas arrogante —le había murmurado a Nelson después de que el jefe de seguridad de la dinastía le dijera que no estaba en la lista.
—Te lo contaré todo, te lo prometo —le había dicho Mellanie. De hecho, para ella era un alivio que no estuviera allí. Dudley y él en la misma habitación podría ser bastante violento. Todavía no tenía ni idea de qué iba a hacer sobre el tema… dejar a Dudley con suavidad, supuso. Claro que Morton ya no tenía el atractivo de antes. Era un hombre excitante, pero también lo era Nigel.
—¿Fue…? —Mellanie no sabía muy bien cómo preguntarlo—. Tu muerte, tú…
—Fue rápido. Ni siquiera supe que iba a ocurrir. MontañadelaLuzdelaMañana me pegó un tiro y punto. Lo único repugnante es conservar algunos de sus recuerdos de cuando me diseccionó para extraer la célula de memoria, eso sí que es repulsivo. —Miró a su alrededor y alzó una ceja cuando Wilson y Anna entraron en el despacho—. Almirante, me alegro de verlo de nuevo.
Wilson le lanzó una mirada asombrada antes de verse atraído por el motil.
—Dudley, me alegro de que al final haya conseguido volver.
—Ha sido una ruta interesante —dijo el motil Bose.
—Gracias por la advertencia —dijo Wilson—. Le debo una. El Conway no habría podido regresar de otro modo.
—La Federación tenía que saberlo —dijo Dudley con modestia—. ¿Qué otra cosa podía hacer?
La mirada de Wilson se posó en el humano, un poco desconcertado por las dos versiones.
—Por supuesto.
Mellanie tampoco sabía qué pensar de Dudley. Le molestaba un poco. Por lo general, Dudley era casi incapaz de abrocharse la ropa sin que ella estuviera allí para tranquilizarlo y decirle que lo estaba haciendo bien. Y allí estaba, seguro de sí mismo y sereno mientras hablaba con la persona que más odiaba de todas. Ése no era su Dudley, ya no; ni siquiera le lanzaba miradas furtivas y lujuriosas.
Nigel rodeó al motil Bose y le lanzó una mirada curiosa antes de sentarse detrás de su escritorio. Era increíble tener a una criatura en su despacho cuyos otros segmentos consideraban a todas las demás especies de la galaxia como aberraciones que había que exterminar. Su mayordomo electrónico lo tranquilizó, los sistemas de seguridad del despacho estaban examinando a la criatura de forma constante.
Lo que no parecía satisfacer a Nelson, que ocupó una posición inusualmente cercana junto al escritorio de Nigel. Campbell acompañó a Justine hasta un largo sofá de cuero y le tendió un brazo con gesto cortés para ayudarla a sentarse. Se estaba comportando de un modo muy protector, incluso había ocupado una habitación junto a la de la senadora la noche anterior.
La puerta del estudio se cerró detrás de Paula. Se activó el sello electrónico que cubrió los ventanales de una ligera neblina.
—Paula —dijo Nigel—. Si quieres empezar.
—Por supuesto. —Paula se colocó delante de un gran portal que cobró vida y mostró a Qatux—. Gracias por reunirte con nosotros —dijo.
—Es un placer. Reconozco a muchos de los humanos que te acompañan. Tantas figuras poderosas. Qué cargadas deben de estar las emociones de esa sala.
—Para todos es un estímulo lo que está pasando —dijo Paula—. Debería decirles a todos los presentes que Qatux está hoy con nosotros porque después de Illuminatus…
—De hecho —dijo Dudley—. Creo que debería hablar yo primero. Tengo una información de gran importancia.
Nigel no dijo nada, de hecho le intrigaba bastante aquel nuevo y sereno Dudley que tenía toda la audaz confianza del viejo astrónomo que había hecho una campaña tan eficaz para que lo incluyeran en el vuelo del Segunda Oportunidad, pero sin el factor irritante. Sorprendió a Mellanie hundiéndose entre los cojines y frotándose la frente con la mano mientras evitaba cualquier tipo de contacto visual con Dudley.
—De acuerdo, Dudley —dijo Nigel con falsa cortesía—. Por favor, adelante.
—Sé lo que es el aviador estelar —dijo el astrónomo.
—¿Qué? —preguntó Nigel.
—Hay algo que me gustaría a cambio de participar hoy aquí.
—¿Disculpe?
—He sufrido mucho y estoy contribuyendo más que cualquier otra persona. Creo que debería recibir cierto reconocimiento, ¿no?
—¡Dudley! —dijo Mellanie—. ¿Entiendes lo que es esto?
—A la perfección, gracias, Mellanie. ¿Estás segura de que lo entiendes tú?
—¿Qué quiere? —preguntó Nigel.
—Continuar como su asesor jefe sobre MontañadelaLuzdelaMañana si éste consiguiera destruir la Federación.
—Ah —dijo Nigel—. Ya veo. Un camarote en uno de mis botes salvavidas. —Vio que Mellanie empezaba a ruborizarse, los hombros de la chica se alzaron de pura rabia.
—No se puede decir que sea excesivo para usted —dijo Dudley.
—No. ¿Y esta petición se extiende a su nuevo gemelo?
Dudley se encogió de hombros.
—Si usted quiere.
Nigel sintió la tentación de esperar lo suficiente para oír lo que Mellanie iba a gritarle a su antiguo amante, porque era obvio que estaba a punto de hacerlo… por desgracia, en esos momentos lo último que les hacía falta era una disputa.
—Así se hará.
—Gracias —dijo Dudley—. Muy bien, mientras estaba en la estructura que nosotros llamamos la Atalaya, el Segunda Oportunidad transmitió una señal al mundo de Dyson Alfa.
—Eso ya lo sabemos —dijo Wilson—. Oscar encontró una grabación del despliegue de la antena en los diarios de los archivos. Pero el aviador estelar llegó a ellos antes de que pudiéramos decírselo a nadie.
—¿Pero sabe lo que transmitió? —preguntó Dudley, impaciente por mantener su ventaja.
—No.
—Era una advertencia de que el Segunda Oportunidad era una nave alienígena y debería ser destruida. El mensaje estaba cifrado en la pauta de comunicación de los primos.
—No lo entiendo —dijo Wilson.
—Lo cierto es que los primos dejaron Dyson Alfa antes de que se erigiera la barrera —dijo Dudley—. Sus motores de fusión les permitían colonizar todos los demás planetas y asteroides grandes de su sistema. Se dieron cuenta de que algún día se agotarían todos los recursos de su sistema estelar. Varios de los agrupamientos de inmotiles enviaron naves a su estrella vecina, Dyson Beta, para establecer allí colonias. Son una especie muy estrecha de miras y arrogante, los primos. Supusieron que Dyson Beta tendría recursos materiales y nada más. Se equivocaban, el inmotil que iba a bordo de la primera nave estelar encontró otra especie alienígena. Fue consecuente con su naturaleza y luchó contra la nueva especie hasta que la sometió. Después, absorbió su base industrial y científica. Y fue entonces cuando empezó el auténtico problema.
»Los primos de Dyson Alfa, los primos originales, tienen la continuidad muy arraigada en su alma, forma parte integral de su identidad, pueden recordar a sus ancestros comenzando a pensar, su propia adquisición de conciencia. Esos pensamientos antiguos los inmovilizan en lo que son. Un inmotil solitario y alejado tres años y medio de su agrupamiento de inmotiles original tenía una actitud un poco más flexible. La especie nativa de Dyson Beta estaba desarrollando la genética, un concepto que es verboten para los primos. Pero el inmotil de la nave estelar empezó a utilizar la genética para modificarse físicamente y Dios sabe que hay un montón de limitaciones y deficiencias menores en todas las criaturas. Mejoraron a los motiles de forma notable, lo que llevó a una mejora subsiguiente en los inmotiles. Para empezar, recuperaron la capacidad de moverse.
Dudley le dedicó a su público una sonrisa desprovista de humor.
»Los primos de Dyson Alfa se quedaron horrorizados. Llamaron a los híbridos de Dyson Beta alienígenas-primos y los consideraron abominaciones heréticas. Comenzó una guerra que terminó de forma abrupta cuando aparecieron las barreras alrededor de ambas estrellas. MontañadelaLuzdelaMañana sólo volvió a ver el universo cuando cayó la barrera y recibió una señal de un inmotil cuya pauta de comunicación lo identificó como MontañadelaLuzdelaMañana 17.135. Era un agrupamiento secundario que MontañadelaLuzdelaMañana había puesto en una de las primeras naves estelares. Eso es lo que es el aviador estelar.
—¿El aviador estelar es MontañadelaLuzdelaMañana? —preguntó Mellanie.
—Una versión alienígena-prima de MontañadelaLuzdelaMañana, sí. Estaba en una nave estelar que debía de estar en el espacio entre Dyson Alfa y Beta cuando se establecieron las barreras. Cuando no pudo atacar a su objetivo ni volver a casa, debió de huir al espacio interestelar y al final se estrelló en Tierra Lejana.
—Me temo que no —dijo Wilson—. Lo comprobé con el director del Instituto, James Timothy Halgarth en persona. El Marie Celeste no pudo venir de Dyson Beta, no había estado en el espacio el tiempo suficiente para llegar tan lejos.
—Si está basando ese supuesto en información del Instituto, entonces debe considerarse invalidado —dijo Paula—. El director le habría mentido para ocultar la auténtica naturaleza del aviador estelar.
—Nos han metido en la peor de las guerras —murmuró Nelson.
—¿En qué sentido? —preguntó Campbell.
—Esto es una guerra civil. Siempre son las más violentas y las que se luchan con más encono. Y nosotros estamos en medio.
—No, estamos luchando por el aviador estelar —dijo Nigel—. Somos sus tropas de asalto, nos guste o no. Si lo que nos ha dicho Dudley sobre los primos originales es verdad, entonces el aviador estelar sabe que nunca permitirán que los alienígenas-primos sobrevivan. Nos está utilizando para luchar contra ellos y destruirlos, a ellos y, mira qué oportuno, a nosotros mismos en el proceso. Somos la nueva clase de motil, puede manipularnos y enviarnos a morir mientras él permanece a salvo tras las trincheras.
—Por eso MontañadelaLuzdelaMañana tenía bombas de llamaradas —dijo Wilson con tono aliviado—. La tecnología no se la filtramos nosotros a Dyson Alfa, los primos ya la tenían. Fue el aviador estelar el que nos metió en la cabeza esa teoría. ¡Eh! Un momento. Cuando cayó la barrera, detectamos una signatura cuántica inusual dentro de la Fortaleza Oscura. Antes no estaba allí. —Se volvió hacia Nigel—. ¿Tienes acceso protegido a los archivos de la Marina?
—Sí.
—Que tus físicos compare esa signatura con las bombas de llamaradas.
—Buena idea. —La mentalidad expandida de Nigel extrajo los archivos y empezó a hacer las comparaciones. Seguía pareciéndole divertido el modo en que a la gente siempre se le olvidaba lo que era antes que nada, lo único que estaban viendo en ese momento era al líder de la dinastía.
—Esto sigue sin tener sentido —dijo Anna—. Es obvio que el aviador estelar es capaz de desactivar la barrera. ¿Y por qué no lo hizo cuando llegó a Dyson Alfa en el Marie Celeste y lanzó la bomba de llamarada? ¿O por qué no volvió a Dyson Beta y dejó salir a su propia especie?
—¿Quizá porque los constructores de la barrera todavía seguían por allí? —dijo Wilson—. Necesitaba que transcurriera un intervalo decente antes de poder arriesgarse a llevar a cabo cualquier intento de rescate. Seguramente por eso huyó tan lejos en un principio.
—Aun así, maquinó la misión del Segunda Oportunidad. ¿Por qué no hizo que nos mandaran a Dyson Beta para liberar a los alienígenas-primos? Los primos originales seguirían encerrados.
—No sabía lo que iba a pasar más que nosotros —dijo Paula—. De este modo gana sea cual sea el resultado. Si los constructores de la barrera seguían por allí y hubiera intentado desactivar la barrera que rodea a Dyson Beta, habrían detectado el intento y nos hubieran detenido. Al intentarlo en Dyson Alfa, puede ver si las barreras siguen vigiladas. Si no es así, libera una especie ultrahostil que entra directamente en conflicto con nosotros, una raza con un historial demostrado de belicismo y una base tecnológica lo bastante avanzada como para construir el tipo de armas necesarias para librar una guerra interestelar. Las dos especies luchamos y nos debilitamos, dejándolo a él libre para rescatar Dyson Beta y que su especie pueda salir a una galaxia donde las dos amenazas más cercanas se han reventado casi hasta el borde de la extinción. —La investigadora frunció los labios con pesar—. Casi lo que ha estado advirtiendo Bradley Johansson durante todo este tiempo.
Los resultados se deslizaron por la visión virtual de Nigel.
—Las signaturas cuánticas son parecidas —les dijo a los presentes—. No son idénticas, pero desde luego están basadas en el mismo principio. Por lo que hemos podido determinar, la bomba de llamarada prima funciona alterando las propiedades de la masa que la rodea, que en sí tampoco es un pariente muy lejano de nuestro sancionador cuántico. Podemos deducir que si se cambian las propiedades de componentes suficientes de la Fortaleza Oscura, éstos son incapaces de llevar a cabo la función para la que fueron pensados y la barrera cae.
—Así que por fin sabemos a qué nos estamos enfrentando —dijo Justine—. Supongo que a nadie le importará si se lo digo a Johansson.
—Siempre y cuando no digas nada hasta que se haya solucionado el problema del aviador estelar —le dijo Nigel—. Esto sigue sin ser para consumo público.
—Bueno, ¿hasta qué punto seguimos teniendo un problema? —preguntó Justine—. Tenemos un arma que con toda probabilidad el aviador estelar no esperaba que produjéramos. Tu bomba nova nos dará una victoria absoluta sobre MontañadelaLuzdelaMañana. Ahora que sabemos que existe podemos neutralizarlo.
—¿Paula? —preguntó Nigel—. ¿Podemos neutralizarlo?
—No estoy segura. Qatux, ¿sabes hasta qué punto se extiende su influencia?
—Es obvio que todo esto es muy emocionante para todos ustedes —dijo el raiel con su voz suave y cantarina—. Ojalá pudiera compartir esa experiencia.
—Qatux, por favor, responde a la pregunta —dijo Paula con tono severo.
—Isabella Halgarth entró en contacto con muchas personas que sufrían la misma superposición compulsiva. Están distribuidos en estructuras de tres personas basadas en el viejo sistema humano de las células de espionaje. El controlador puede ponerlas en contacto para operaciones concretas, pero, aparte de eso, trabajan aisladas.
—¿Entonces entiendes el método que utiliza el aviador estelar para controlarla a ella y a los otros?
—Es una técnica muy sofisticada que indica que el controlador tiene mucha experiencia a la hora de manipular las rutinas de pensamiento de otras criaturas. Una entidad de tipo primo tendría una ventaja obvia sobre las mentalidades individuales, su comprensión de la constitución mental opera a un nivel instintivo.
—¿Qué le hizo a Isabella? —preguntó Mellanie, en su voz pesaba la agitación. Era obvio que temía lo que estaba a punto de oír, pero tenía que saberlo de todos modos.
—En sus rutinas de pensamiento, lo que ustedes llamarían personalidad, se infiltraron modificadores alienígenas del comportamiento. Se comportaba como una humana normal en circunstancias normales, pero dentro de ese marco, actuaba únicamente en interés del aviador estelar. Piensen en ello como si deshuesaran su mente como una manzana y el agujero se llenara con los deseos del aviador estelar.
—¿Qué edad tenía cuando ocurrió eso? —preguntó Paula.
—Cinco o seis años. El recuerdo es borroso. Estaba en Tierra Lejana con sus padres. Éstos la llevaron a una habitación que se parecía a un hospital, ella tenía miedo. Después de eso, su mente dejó de ser suya.
—Agghh. —Mellanie arrugó la nariz—. ¿Le hizo eso a una niña de seis años? Pero qué mierda.
—Ahh —suspiró Qatux—. Compasión. Lo he experimentado con frecuencia en los recuerdos humanos. Es uno de sus sentimientos más exquisitos. ¿Se plantearía compartir la suya conmigo, Mellanie?
—Eh. ¡Pues no!
—¿Así que en realidad no sabes lo que está pensando el aviador estelar? —dijo Paula.
—No —dijo Qatux—. Sin embargo, hay trazas residuales de su presencia dentro de la mente de la humana que traicionan ciertos aspectos de su carácter.
—¿Por ejemplo?
—Alteraciones hechas en las directivas originales. Isabella y los otros agentes recibieron de repente nuevas instrucciones cuando la Federación anunció que se estaba construyendo una nave estelar. En un principio trabajaban sobre la suposición de que se abrirían una serie de agujeros de gusano hasta Dyson Alfa. Tuvo que alterar toda su estrategia para incorporar el desarrollo del viaje superluminal. Isabella tampoco era consciente del sancionador cuántico que se ha utilizado, esperaba que la Marina utilizara bombas de llamarada contra la segunda invasión de MontañadelaLuzdelaMañana. Ésa era la información que los suyos estaban pasándole al equipo de Seattle.
—Y nosotros la mejoramos —dijo Wilson con tono tenso.
—¿Isabella tiene algún recuerdo que indique que Alessandra Baron es una agente del aviador estelar? —preguntó Mellanie con impaciencia.
—Sí. Isabella entró en la operación para ocultar a los abogados de Nueva York cuando Alessandra Baron se enteró de que usted los estaba investigando.
—¡Ya te tengo, zorra! —Mellanie dio un puñetazo en el aire—. ¡Sí!
—Eso no es relevante en este momento —dijo Paula con desdén—. Qatux, ¿Isabella sabe dónde está el aviador estelar o dónde va a estar?
—No. Sólo sabe lo que se supone que tiene que hacer. Estaba en Illuminatus para unirse a los abogados una vez que les hubieran dado sus nuevas identidades. Entonces todos recibirían sus nuevas misiones.
—Johansson dice que ahora regresará a Tierra Lejana —dijo Justine.
—No puede —le dijo Nigel—. El agujero de gusano de Wessex a Boongate no volverá a abrirse al transporte.
—Entonces está confinado en la Federación —dijo Paula—. Qatux, si ponemos bajo custodia a los agentes conocidos del aviador estelar, ¿puedes leer sus recuerdos por nosotros? En algún momento deberíamos encontrarnos con uno que sepa dónde está. Es importante que lo aprehendamos lo antes posible. ¿Vendrás a la Federación para ayudarme?
—Me parecería una empresa muy estimulante. Desearía estar vinculado a través de tus propias funciones de percepción e interpretación.
Paula se enfrentó a la imagen del raiel sin ningún tipo de expresión en el rostro.
—Ya lo hemos hablado. No puedes lixiviar mi estado emocional.
—¿Acaso no es una tarea urgente? ¿No es así como se comportan los humanos? ¿No se negocia el precio por adelantado?
—Bueno, sí —dijo Paula, desconcertada por la petición—. Pero tendrás acceso a los pensamientos del agente, experimentarás sus emociones. Es nuestro pago habitual.
—Sus niveles emocionales están muy reducidos, suprimidos por los modificadores de comportamiento del aviador estelar. Imitan los sentimientos verdaderos, pero no los experimentan, de ahí no saco nada. Tú, sin embargo, investigadora, sentirías muchas cosas a medida que se pone punto final a este caso, la culminación de ciento treinta años de trabajo. Sabría lo que es.
—Yo… —Paula miró a su alrededor en busca de ayuda.
—Debería dejar que se cociera en su propio jugo —dijo Mellanie—. Pero voy a ser buena. Mi precio es una entrevista cuando haya terminado todo esto.
—¿Dejará que lo sienta todo a través de usted? —preguntó Paula.
—No, pero conozco a una chica que sí, y ya está conectada para la tarea. —Mellanie se volvió hacia el portal con aire victorioso—. Qatux, ¿qué le parece si le consigo a alguien que es mucho más emotiva que la investigadora? En serio, esta tía es un poco fría.
—Eso sería aceptable.
—Genial. Nelson, voy a necesitar unos guardaespaldas que me ayuden a recogerla.
—¿Guardaespaldas? No irá a raptar a alguien, ¿verdad?
—No son para mí, son para ella. No soy muy popular entre sus amigos.
—Puedes llevarte los guardaespaldas —dijo Nigel. Después esbozó una gran sonrisa de admiración—. ¿Algo más?
—Un billete en expreso a Ciudad Lago Oscuro.
—Por supuesto.
—¿A quién va a arrestar? —le preguntó Mellanie a Paula.
—A todos los agentes con los que Isabella entró en contacto.
—Bien, entonces eso incluye a Baron. Quiero cubrir ese arresto para el programa de Miguel Ángel.
—No fue ella la que la utilizó y abusó de usted —dijo Paula—. Ya no es humana.
—Nunca lo fue —dijo Mellanie con brusquedad.
—Suponiendo que todo esto nos lleve al aviador estelar, ¿qué vamos a hacer con él cuando lo encontremos? —preguntó Justine.
—Ejecutarlo —dijo Wilson.
—Sin ruido ni alboroto —se apresuró a decir Nigel.
—Si Johansson tiene razón al decir que está intentando regresar a Tierra Lejana, y ha tenido razón en todo lo demás, entonces tendrá que llegar a Boongate a través de Wessex —dijo Justine—. Los Guardianes están en guardia por si ocurre. Ahora quizá fuera un buen momento para ayudarlos. Tenemos a Morton y su escuadrón, podrían eliminar cualquier cosa que protegiese el tren del aviador estelar.
Nigel le lanzó a Nelson una mirada inquisitiva.
—Podrían ser la punta de lanza —dijo Nelson—. Pero la operación tendría que ser nuestra. No pienso consentir que haya grupos de delincuentes correteando cerca de los generadores de agujeros de gusano, por muy buena que sea la causa. Hemos trasladado de momento a la mitad de nuestro personal técnico a Narrabri para que ayuden a modificar los generadores de los agujeros para el proyecto de los asentamientos futuros. No podemos arriesgarnos a que haya ningún tipo de tiroteo por allí.
—De acuerdo —dijo Nigel—. Nos instalaremos en Narrabri. En nuestra estación planetaria hay espacio suficiente para ocultar todo esto y podemos llevar allí a Qatux sin llamar la atención. Vamos a empezar.