POCAS horas después Hawking despertaba a Carver de nuevo.
Este parpadeó, se frotó la cabeza y se sentó con esfuerzo.
—¿Te ha ayudado la chica?
—Sí, hemos encontrado…
—No me refiero a eso. Digo que si te ha ayudado a ti.
—Sí.
—Bien. Tengo un poco de tiempo sin Echols ni sus fotógrafos. Dime qué has descubierto y después te contestaré a lo que quieras.
Si a Hawking le impresionaron las pistas que Carver había encontrado, no lo demostró. Se limitó a asentir con la cabeza y, cuando el chico acabó de hablar, dijo:
—Tu turno. Pregunta.
—¿Cuánto hace que sabe lo de mi padre?
—Más o menos desde cuando tú deberías haberlo sabido.
—¿Por qué trabaja para Echols?
—Por lo que trabaja todo el mundo: por dinero.
—Usted dijo que era una sabandija. ¿Tanto necesita el dinero?
Hawking se reclinó en su silla y miró alrededor con una expresión rara.
—El dinero no es para mí, so zoquete, es para ti.
—Yo no necesito dinero —protestó Carver—, yo solo quiero…
—Sé lo que quieres, pero yo estoy hablando de lo que yo quiero para ti —espetó Hawking—. Ya me quedan pocos ases en la manga, y estos últimos días he estado a punto de perderlos todos. Echols me proporciona una iguala muy sustanciosa, suficiente para que dispongas de cierta seguridad económica aunque la Nueva Pinkerton desaparezca o yo me vaya.
—¿Irse usted? ¿Adónde?
—Eso es asunto mío —respondió Hawking, con aspecto aún más adusto que de costumbre—, pero el resto no. Las cosas están mucho más feas de lo que supones, y no me estoy refiriendo al trasgo de tu padre. El Times ha publicado su carta, junto a la de Scotland Yard, hace unas horas, en la edición vespertina.
—El pánico…
—Ya te dije que las noches serían muy largas. Tudd llevaba parte de razón al decir que el juego me había desbordado. Los dos nos quedamos atrás. Los dos éramos reliquias. ¿Sabes lo que se cuece ahí fuera? Siempre he dicho que esta ciudad era una casa de locos, y ahora empieza a demostrarlo. Están organizando patrullas de vigilancia. —Hawking miró a Carver y añadió—: Te voy a dejar en el centro del temporal. Si sale bien, lo capearás sin problemas; si no, en fin, al menos estará el dinero de Echols para compensarte a ti y compensar mis desvelos.
—Pero yo no lo quiero, no quiero nada. Sólo quiero…
—No te he preguntado.
En ese momento sonó el teléfono. Hawking lo descolgó y escuchó con mucha atención.
—Por supuesto —dijo—. Gracias, señor Echols. Voy para allí ahora mismo.
Dejó el auricular en la horquilla y miró a Carver con expresión adusta.
—¿Quieres tumbarte por si te desmayas cuando oigas lo que me ha dicho el fiscal?
—No hace falta —contestó Carver meneando la cabeza—, dígamelo.
—Han encontrado otro cuerpo.
Al lado del teléfono había un frutero. Hawking agarró una manzana, la frotó contra la manga de su chaqueta y, pensándoselo mejor, se la guardó en el bolsillo para más tarde.