MIENTRAS EMERIL SE dirigía como una centella al despacho de Tudd, Jackson guiaba al muy confuso Carver al edificio de fachadas abiertas del lado opuesto de la plaza.
—¿He hecho algo mal? —preguntó el último—. ¿Adónde vamos?
—Qué va —dijo Jackson cuando se acercaban a una puerta—, has hecho algo bien. Vamos al sector técnico.
Les abrió una pelirroja de atuendo muy formal e increíbles ojos verdes que, al verlos, pareció casi tan atónita como el propio Carver.
—¿Ya?
Jackson se estiró cuan alto era ante la atractiva mujer.
—Te lo he dicho, Emma. Hawking estaba seguro de que lo conseguiría en menos de una hora.
La pelirroja asintió con la cabeza y los condujo a una gran sala llena de máquinas raras, cables, tubos y herramientas diversas. Carver no conocía la mayor parte de los objetos, pero sí creyó reconocer el que descansaba en la mesa central: una larga bocina que se elevaba de un cilindro situado sobre una caja de madera con una manivela. Aunque había visto las salas en las que se pagaban cinco centavos para oír música con esos aparatos, no pudo resistirse al impulso de preguntar:
—¿Es un fonógrafo?
—Efectivamente —contestó la mujer—, pero con algunas modificaciones que mejoran la calidad de la grabación.
Antes de que Carver pudiera indagar sobre los detalles, un excitado señor Tudd irrumpió en la estancia, se sentó a la mesa y le indicó que tomara asiento.
—Perdona por tantos misterios, pero todos sentíamos gran curiosidad. Cuando nuestro excéntrico señor Hawking nos visitó semanas atrás para hablar de tu carta, yo conseguí que utilizara nuestro nuevo aparato de grabación; y él, en vez de cantar una canción o recitar un poema, insistió en grabar un mensaje… para ti.
—Pero todavía no nos conocíamos —objetó Carver frunciendo el ceño.
—Él estaba seguro de que te conocería —repuso Tudd con una sonrisa—. La cuestión es que dejó dicho que solo debías oír la grabación tras preguntar por la Isla de Ellis, e insistió en que solo te llevaría una hora hacer tal pregunta desde que entraras al ateneo. Yo pensé que te costaría ese tiempo simplemente familiarizarte con la biblioteca, la verdad. —Tudd señaló el fonógrafo con un dedo rollizo—. El sonido se graba mediante la vibración de una aguja diminuta, llamada estilete, que hace marcas en un cilindro de cera. Edison pensó en utilizar un disco, pero la velocidad de giro del cilindro es más constante. Una vez que la cera se seca, la misma aguja recorre las hendiduras y recrea el sonido, que es amplificado por la bocina. Lo único que tienes que hacer es girar la manivela.
Tudd, que de tan ansioso parecía un crío, le hizo aspavientos a Carver para animarle a empezar, aunque este no hubiera podido decir si su excitación se debía al aparato o al mensaje de Hawking. A él le emocionaban las dos cosas, así que giró la manivela. El cilindro rotó, la pequeña aguja se alzó y cayó. Una voz metálica y lejana salió por la bocina:
—Sabes que la carta procedía de Londres y, dada la fecha, querrás ver si encuentras algo en el manifiesto de pasajeros de ese año. Una vez que llegues a la Isla de Ellis, pregunta por el Contador. Así se llama: el Contador. Es un amigo, un antiguo paciente del manicomio, en realidad, pero no te preocupes: no muerde. Mencióname y él te ayudará a conseguir lo que necesitas.
La grabación se había acabado, pero Carver siguió girando la manivela con la esperanza de que hubiera algo más.
Tras varios segundos de solitarios chirridos, Tudd sugirió:
—Creo que ya puedes dejarlo.
—¿El Contador, eh? —dijo Emeril.
—Probablemente un loco de atar, como Hawking —comentó Tudd entre risitas.
—¿Esto es todo? —preguntó Carver.
—¿Qué más quieres? —preguntó a su vez Tudd, encogiéndose de hombros—. Ya tienes el siguiente rompecabezas. Ánimo, hijo. Adelante. Comunícanos lo que descubras.
Con todas las miradas puestas en él, Carver se levantó y se encaminó hacia la puerta. Además de que la perspectiva de encontrarse con un antiguo interno del Octágono no resultaba alentadora, la grabación de Hawking, de hacía semanas, originaba una nueva e inquietante sospecha: que el detective fuese brillante no significaba que no pudiera estar loco.