Capítulo 5

—¿QUÉ? —dijo Carver—. ¿Cómo…?

—Ha sido fácil. Estaba repartiendo la ropa limpia y no hacía más que oír crujidos. Al principio creí que eras una rata, pero luego me picó la curiosidad, fui a mirar y te vi trasteando con la cerradura esa. Estabas tan concentrado que no hubieras visto ni a un elefante. Tendrás que admitir que tu sentido de la ley y el orden es bastante estrambótico, entregas a Finn pero tú te saltas las reglas a la torera.

Carver se puso rígido y soltó:

—Tú al menos sabes dónde está tu madre; hasta la ves una vez al mes. Lo único que pasa es que no tiene dinero para mantenerte. A mí me abandonaron en la puerta del orfanato en un cesto de mimbre, como a un personaje de cuento. Me encantan las historias de misterio, pero el mayor misterio que conozco soy yo mismo. ¿Está mal que quiera averiguar algo de mis padres?

—No —contestó Delia con más dulzura—, pero no creo que la señorita Petty te haya ocultado nada.

—Pues te equivocas —contestó Carver sin pensar.

—¿De veras? ¿Y qué has averiguado? —preguntó Delia y, al verlo dudar, le dio un puñetazo en el hombro—. No voy a decírselo a nadie, Carver. Nos conocemos de toda la vida. ¿Me lo enseñas?

Carver se moría por compartir su secreto con alguien. ¿Por qué no con Delia?

—Vale, pero aquí no.

La agarró por el codo y la condujo a un aula vacía del segundo piso. Ya era de noche y la única luz provenía de una farola de la calle. Como de costumbre, la oscuridad lo reconfortó. También hacía más fresco. Le preocupó que Delia tuviera frío, pero vio que ella sonreía complacida al recibir en el sudoroso rostro el aire que se colaba por una raja del cristal de la ventana.

Carver había empezado a pensar en lo guapa que se había puesto cuando Delia lo miró con dureza y espetó:

—¿Y bien?

El chico exhaló un gran suspiro y sacó la carta.

—¿De tus padres? —preguntó, asombrada, Delia—. ¿Están vivos? ¿Por qué no te lo dijo la señorita Petty?

—Léela y lo sabrás todo —contestó Carver haciéndole señas para que se acercara.

Ambos estudiaron solemnemente la carta. Carver, que ya se la sabía de memoria, trató de ver más allá de las palabras para sentir la presencia de su padre, del hombre que sostenía la pluma, que pensaba los pensamientos. El esfuerzo lo puso nervioso, aunque no entendiera por qué.

—Ha puesto «filosa» en vez de «afilada» —dijo señalando la palabra.

—Eso suena a londinense —comentó Delia. Cuando acabó de leer, su ceño estaba tan fruncido como un mar encrespado—. Tiene muchas faltas y parece escrita por… por un loco.

Carver se puso a la defensiva.

—Puede que no tenga mucho sentido a propósito, que sea como una pista. Habla de una oreja en el hombro, ¿verdad? Pues esa es mi marca de nacimiento.

—¿Dónde?

Ansioso por demostrar que llevaba razón, Carver se bajó la camisa para enseñarle la espalda desnuda.

—No estás tan enclenque, que conste. Has echado un poco de músculo y todo.

Carver hizo lo posible por no sonrojarse.

—¿La ves? En el hombro derecho.

Delia se acercó.

—¿Cuánto hace que no te bañas? Yo no veo más que roña.

Carver sintió sus dedos sobre la piel y fue una sensación muy placentera hasta que la chica empezó a frotar a lo bruto.

—¡Que no sale! ¡Que es una marca de nacimiento! —protestó.

—Perdón. Es verdad que parece una oreja. Carver… la carta es de tu padre…

—¿Y qué hago con ella? —Carver volvió a ponerse la camisa—. A la señorita Petty no puedo decírselo.

—Yo podría buscar alguna especie de ayuda oficial —dijo Delia—, alguien que tenga acceso a los registros, como…

—¡Roosevelt! —exclamó Carver muy animado—. ¿Si tú puedes escribir al Times, por qué no voy a escribir yo a Roosevelt?

—Yo estaba pensando en un funcionario o un bibliotecario —dijo Delia con cara de preocupación—. ¿Al Comisionado de la Policía? Eso es como si le escribieras a Sherlock Holmes.

Pero Carver no la escuchaba.

—Ha sido cazador y cowboy y sheriff. Seguro que me ayuda, si alguien nos presentara… y yo le causara buena impresión… lo mismo hasta me daba un trabajo, como tú con lo del Times, ¿no crees?

Antes de contestar, Delia lo miró boquiabierta un momento. Por fin dijo:

—Es que estará muy ocupado, ¿sabes?, acabando con la corrupción de la ciudad y todo eso, y tratando de resolver ese asesinato…

—Yo digo que no se pierde nada por probar, ¿y tú?

—Bueno —respondió Delia lentamente—, por probar…