EL KU-KLUX-KLAN
Origen y fundación. Después de la Guerra de Secesión, la derrota de los estados del sur acarreó una situación bastante desagradable para los blancos de esa región: los esclavos, al ser manumitidos y, por lo mismo, provistos de los derechos electorales, tenían la mayoría política en esos Estados, y de ese modo disponían de un inmenso poder frente a sus antiguos amos. Estos, juzgando que dicha situación no podía durar, decidieron obrar; así un grupo de oficiales del ejército confederal fundó, en Nashville (Tennessee), la Sociedad secreta conocida con el nombre de Ku-Klux-Klan (por lo general se considera ese nombre raro como una onomatopeya, imitando el ruido que el tirador producía al armar un fusil de viejo modelo). El Klan, o «Imperio invisible del sur», alcanzó pronto gran extensión, multiplicando las logias, llamadas «antros» (dens). Los iniciados prestaban juramento y disponían de signos de reconocimiento trasmitidos oralmente; los ritos de iniciación y las reuniones se distinguían por un aparato de capuchas y otros adornos extraños.
Al principio, la actividad del Klan se limitó a intimidar a los negros, que son muy sensibles a cuanto tiene apariencia sobrenatural, mediante expediciones nocturnas a caballo, con atavíos fantásticos, al resplandor de las antorchas, por medio de ceremonias fantasmagóricas y proclamaciones sonoras destinadas a aterrorizar a los antiguos esclavos. Pero los miembros del Klan cometieron pronto toda clase de exacciones: embadurnaban con alquitrán, emplumaban, organizaban expediciones punitivas cada vez más feroces (señores del sur, con uniforme del Klan, patrullaban los caminos, azotando a correazos a todos los negros que encontraban después de cierta hora arbitrariamente fijada), linchaban a los ne gros que querían ejercer sus derechos electorales… El gobierno federal acabó por in quietarse y votó una ley disolviendo la asociación (1871). Sin embargo, la evolución de las circunstancias fue la que sobre todo acarreó el fin de la sociedad: «El espíritu de venganza y de represión había dejado de animar al Norte; las tropas federales habían sido retiradas de los Estados del sur. Esos Estados, mediante “triquiñuelas” electorales, habían conseguido desposeer a los negros de sus franquicias y los blancos reconquistaron su antigua preponderancia económica, social y política. Cada vez parecía menos necesario un instrumento de coerción tal como el Klan, y finalmente fue disuelto por su propio jefe, el general Forest»[80].
La resurrección del Klan. El Klan había de resucitar, sin embargo, gracias a la primera guerra mundial; en efecto, los soldados de color, vueltos a América después de experimentar el desdén a las diferencias raciales practicado por las naciones europeas, estaban poco dispuestos a seguir soportando la condición inferior en que los blancos querían mantenerlos (en ciertos estados del sur, los negros son tres veces más numerosos que los blancos, y están casi privados de derechos electorales), y no tenían reparo en expresar públicamente sus ideas.
A decir verdad, el Ku-Klux-Klan no había esperado la entrada de los Estados Unidos en la guerra para renacer; en 1916, treinta y cuatro hombres, dirigidos por un antiguo pastor metodista, W. J. Simmons, plantaron una «cruz de fuego» sobre la montaña que domina a Atlanta (Georgia) y, ataviados con batas blancas y capuchas, juraron restaurar el Klan. Este último hasta solicitó su estatuto legal, y lo obtuvo en seguida, de la Suprema Corte del Estado de Georgia. El fin confesado de la asociación era «inculcar al hombre los principios sagrados de la caballería, desarrollar el carácter, proteger el hogar y la castidad de la mujer, sostener el patriotismo y mantener la supremacía blanca». Sobre todo después del conflicto, cuando los blancos, inquietos por el estado de ánimo de los antiguos combatientes negros, quisieron mantener su amenazada supremacía, el Klan tomó una extensión extraordinaria en gran número de Estados, tanto más cuanto que sus fines reales agregaban al racismo anti-negro una serie de proyectos acariciados por respetable número de norteamericanos: luchar contra los judíos, considerados como acaparadores de todo el comercio; oponerse a los progresos realizados por el catolicismo sobre el viejo espíritu protestante; prohibir la entrada en los Estados Unidos a todos los inmigrantes oriundos de los países latinos… «Ese programa, que especulaba con los prejuicios populares, estaba —observa A. Lantoine— hábilmente concebido; tal o cual norte americano, que no hubiera adoptado una parte de ese programa, pero a quien encantaba otro artículo, por su adhesión sostenía y justificaba el conjunto». Los miembros del Klan aumentaron con prodigiosa velocidad y las afiliaciones alcanzaron varios centenares por día; naturalmente, la existencia de un ritual de iniciación, con capuchas, y de un juramento solemne que el neófito prestaba, no podía dejar de ser favorablemente acogida por esos «niños grandes» que son los norteamericanos (Norteamérica es, según la expresión de C. W. Ferguson, el país de los «cincuenta millones de Hermanos»; por lo demás, hay una curiosa alianza entre el gusto por los rituales sustraídos a las miradas de los profanos y el amor a las paradas en oropeles multicolores en esa nación, donde las asociaciones de estudiantes quieren parecer Sociedades secretas, mientras que los Francmasones desfilan por las calles luciendo todas sus insignias y adornos simbólicos…). Desgraciadamente, la actividad del Klan no se limitaba a inocentes paradas y amenazas verbales: en noviembre de 1922 el número de atentados (embadurnamiento con alquitrán y emplumado, flagelaciones, linchamiento de negros y judíos, mutilaciones, quemaduras con ácidos, etc.) cometidos por el Klan o por orden suya, perpetrados en el curso de un año sólo en el Estado de Texas, superaba los quinientos, según un informe oficial dirigido al Senado. El Ku-Klux-Klan, cuyos afiliados se estimaban en alrededor de un millón (dic. de 1922), pronto se creyó bastante fuerte como para desafiar a los poderes públicos: pocas semanas después de una orden dada a la policía, por el alcalde de Nueva York, de expulsar del Estado a todos los miembros del Klan, un Klansman, vestido con su traje y sus insignias, hizo interrumpir el servicio religioso en una iglesia para leer una proclama contra los católicos, los judíos y los negros. El Klan hasta llegó a anunciar, por medio de su «Gigante imperial» Clarke, que preparaba la invasión del Continente para «unir a todas las razas blancas en una cruzada contra las razas de color y tocar a rebato contra los católicos».
Pero la caída de la Sociedad secreta estaba próxima; luego de un atentado particularmente odioso cometido en Luisiana por miembros del Klan, y que permaneció impune a pesar de las órdenes del gobernador y una investigación federal, muchos diarios redoblaron sus ataques contra las violencias cometidas por el «Imperio invisible»; replicando a esa campaña, el Klan declaró que estaba decidido a «defender su honor ante los tribunales». La publicidad había de ser fatal a la Orden; en efecto, estallaron disensiones íntimas en el seno del Klan, donde el «Brujo Imperial» Simmons fue remplazado por un tal Evans; Simmons quiso pedir a la Suprema Corte de Georgia la recuperación de su título, y se entabló un proceso en el curso del cual se revelaron al público malversaciones de toda clase: corrupción de funcionarios, desfalco de fondos que alcanzaban a un millón de dólares, amplios emolumentos sacados de las cajas del Klan por sus jefes… La opinión pública, ya hostil al Klan —a causa principalmente de la ley prohibiendo las bebidas alcohólicas, que la sociedad había sostenido con todas sus fuerzas— pronunció su condena, y el número de adherentes disminuyó considerablemente. Después de 1930 el Ku-Klux-Klan dio menos que hablar; pero conoció una segunda resurrección en 1945, y «obró» de nuevo entre los negros de los estados del sur; de todos modos, su influencia declina, y las autoridades federales están decididas a luchar firmemente contra la segregación racial.