LOS CARBONARIOS
Orígenes. Los Carbonarios dieron mucho que hablar en el siglo pasado, y muchas novelas los han traído a escena. Si sus confabulaciones son bien conocidas, estamos mucho menos informados sobre sus orígenes: parece que el antepasado del carbonarismo fue una sociedad completamente inofensiva: los Leñadores o Carboneros. Era una especie de compañonaje, que agrupaba, como su nombre lo indica, a los leñadores y otros trabajadores de los bosques, pero que admitía en su seno a hombres de todas las clases de la sociedad. Esta «Masonería forestal», cuyos lugares de reunión, o talleres, eran de preferencia al aire libre, daba lugar a ritos de iniciación, a signos y santo y seña, etc. Esa Sociedad cultivaba la beneficencia mutua, y también la diversión, la tranca alegría. ¿Cómo se pasó de esa inocente corporación a los Carbonarios, italianos o franceses, que tanto dieron que hacer a la policía de la Restauración? La filiación sigue siendo bastante misteriosa, aun cuando parece posible señalar un papel al coronel Oudet (amigo del célebre general Mallet), fundador de una Sociedad secreta antinapoleónica, los Filadelfos u Olímpicos; Oudet, para propagar sus doctrinas, parece que se apoyó en los Carboneros del Jura, a quienes se supone hallarse en los orígenes de los. Carbonarios italianos. Las relaciones entre la francmasonería y los Carbonarios permanecen también bastante misteriosas.
Los Carbonarios italianos. La Sociedad de los Carbonarios fue introducida en el sur de Italia hacia el final del reinado de Murat como rey de Nápoles, y sin duda por franceses, que al parecer la organizaron sobre el modelo de la Hermandad de los Carboneros, o «Buen primazgo», del Jura. El desarrollo de los Carbonarios italianos como potencia política fue obra de un protegido de Murat, el ministro de la policía Maghella; este, adversario de Napoleón, consiguió persuadir a Murat de que se uniera a los aliados en 1814. El ideal de Maghella era lograr la independencia de Italia, bajo una monarquía constitucional; con ese fin se sirvió de los Carbonarios, que le parecían un instrumento muy útil contra el poder absoluto, ya viniese de Napoleón o de los Borbones, lo que ocurrió cuando los antiguos soberanos volvieron a ser dueños del Reino. La sociedad vio aumentar su poderío con extraordinaria rapidez: «En ciertas ciudades de Calabria y de los Abruzos —observa J. Heron Lepper—, toda la población masculina estaba iniciada». Los Carbonarios llegaron a formar un verdadero Estado en el Estado, reclutando adeptos en todas las clases dé la sociedad, dando instrucción militar a sus miembros y hasta juzgando las faltas de los afiliados por un tribunal secreto, no permitiéndose la apelación al Derecho común sin autorización de ese tribunal. Cuando regresó a Nápoles el rey Fernando, el ministro de policía de este, Canosa, emprendió encarnizada lucha contra esos Carbonarios, llegando hasta fundar una sociedad rival, los Calderari, cuyos miembros cometieron tales excesos que fueron suprimidos en 1816 por decreto real. Mientras tanto, los Carbonarios se hacían cada vez más poderosos, y en Calabria y los Abruzos nacía cierto número de Sociedades cuyos miembros, organizados militarmente, cometían gran número de crímenes políticos; el soberano acudió a un general inglés para combatirlos. Otras sociedades, más moderadas, surgían en los diversos Estados de la Italia meridional y septentrional, cuyo fin común era la lucha contra el poder absoluto, unido al deseo de expulsar a los austriacos del norte del país… La historia de los Carbonarios italianos, y de las múltiples agrupaciones nacidas de ese tronco común, es muy compleja, y no podemos entrar en los detalles. Anotemos solo que la causa de la independencia fue derrotada por las tropas austriacas, que invadieron el reino de Nápoles y restablecieron el absolutismo, así como en el Piamonte… No obstante, el movimiento no se extinguió, y el Carbonarismo no dejaría de multiplicar, en el correr del siglo XIX, las tentativas para hacer triunfar sus designios.
Después de 1821, numerosos Carbonarios se refugiaron en el extranjero, donde organizaron Logias, mientras que en toda Italia surgía toda clase de sociedades revolucionarias, bajo nombres diversos; después del levantamiento de 1831, Austria restableció de nuevo su dominación en Italia.
Luego, la dirección del movimiento revolucionario pasó a manos distintas de las de los conspiradores primitivos: en abril de 1834, un grupo de refugiados políticos de diversas naciones, reunidos en Berna, se entendieron para fundar una sociedad revolucionaria, internacional y secreta: la Joven Europa. Era obra de Mazzini, que más tarde se ocupó más particularmente de la filial italiana, la Giovine Italia. Sabido es cómo la actividad de todas esas sociedades secretas tomó gran parte en la formación de la unidad italiana y en la lucha contra la dominación austriaca: no desarrollaremos ese capítulo de la historia europea, de que tratan todos los manuales, y lo conocemos bastante; sabemos, por ejemplo, que Luís Napoleón Bonaparte (el futuro Napoleón III) estuvo afiliado a una rama de los Carbonarios, y que, por lo demás, siguió fiel a su juramento de contribuir a la liberación de Italia…
Los Carbonarios franceses. El Carbonarismo tuvo una evolución totalmente curiosa; hemos visto, en efecto, que esa Sociedad nació de una antigua corporación de filantropía y ayuda mutua, los Carboneros, y que, importada a Italia, llegó a ser temible potencia política que solo los ejércitos austriacos pudieron —momentáneamente— reducir; en 1820, esos Carbonarios fueron introducidos en Francia por dos jóvenes franceses iniciados en Nápoles y que, habiendo iniciado a cinco amigos, formaron entre los siete una Gran Logia que pronto enjambró por toda Francia: Los procedimientos adoptados por la Gran Logia de Francia[73] para crecer en número y en influencia estaban calculados sabiamente para asegurar a un tiempo el secreto y la seguridad. El mayor cuidado presidía la elección de los reclutas, y los nuevos miembros solo eran admitidos luego de minuciosa investigación de sus antecedentes. Las reuniones se llevaban a cabo de noche y en lugares solitarios. Todas las órdenes se trasmitían verbalmente. En público, los miembros se comunicaban entre sí con señas en caso de necesidad. En el momento de su iniciación el candidato juraba, sobre un puñal, odio a todas las monarquías.
«Cuando se creaba una nueva logia[74], dos miembros de la Gran Logia iniciaban al primer miembro y lo nombraban presidente. Ellos quedaban como vicepresidente y censor; pero aun el nuevo presidente ignoraba la jerarquía de aquéllos en la Gran Logia, con la cual el vicepresidente hacía el enlace, mientras que el censor fiscalizaba la administración interior de la logia. Para reducir el riesgo de traición, el número de miembros de una logia quedaba limitado a veinte, y se prohibía toda comunicación entre logias subordinadas». En 1822 había alrededor de sesenta mil Carbonarios en Francia, reclutados principalmente entre militares, estudiantes y obreros. El fin principal de la organización era derribar por la fuerza a la monarquía, y cada afiliado debía poseer un fusil y veinte cartuchos. El cargo de gran maestro fue ofrecido a La Fayette, que aceptó, al mismo tiempo que los otros principales jefes del partido liberal (Manuel, d’Argenson, etc.) se adherían al movimiento.
A pesar de su organización muy centralizada, la sociedad no pudo derribar el poder establecido tan pronto como esperaba. El 29 de diciembre de 1821 era la fecha fijada para la sublevación general, que había de partir de Belfort, y la proclamación de la República; pero La Fayette llegó demasiado tarde a la cita fijada, y fue un fracaso completo. Mientras tanto, la policía real había olido la vasta conspiración que se preparaba, y algunas tentativas infructuosas en Marsella, Lyon, Saumur, La Rochelle, solo tuvieron el efecto de precipitar las medidas de represión violenta (episodio de los «Cuatro sargentos de La Rochelle», que fueron decapitados en París, después de un proceso ruidoso). Además, en la sociedad faltaba unión, los afiliados de las provincias estaban descontentos de obedecer a jefes de quienes ni siquiera sabían los nombres. Sin embargo, los Carbonarios franceses siguieron completando contra la Restauración hasta 1830 y sus afiliados se fundieron luego en las sociedades revolucionarias hostiles a Luís Felipe, cuyos miembros fueron los artesanos de la República de 1848.
Organización y jerarquía de los Carbonarios. Desde su fundación en 1814, los Carbonarios italianos adoptaron una organización calcada a un tiempo sobre las costumbres de los antiguos «Carboneros» del Jura y sobre la Masonería. Los afiliados o «Buenos Primos» estaban divididos en Aprendices y Maestros. «Según el ritual de la orden, una Logia o Venta carbonaria debía estar en un lugar revestido de madera y embaldosado. En una de las extremidades había un tronco sin labrar, sitial del maestro, sobre el que se colocaban diversos objetos —un trozo de tela, agua, sal, un crucifijo, hojas de árboles—, varas, fuego, tierra, una corona de espino blanco, un ovillo de hilo, y para completar esos emblemas, tres cintas, una azul, una roja y una negra. En la pared, detrás del maestro, figuraba un triángulo irradiado, con las iniciales de la palabra reservada al grado de maestro. A la izquierda, un triángulo con las armas de la “venta”. A la derecha, dos triángulos con las iniciales de las palabras sagradas de los Aprendices»[75]. Una Gran Logia o Alta Venta (Alta Vendita) estaba en Nápoles, y servía a la vez de Consejo Supremo y de Corte de apelación; dictaba las leyes y los reglamentos de la Orden, y llevaba dos registros: el «Libro de Oro», que contenía los estatutos de la sociedad; el «Libro negro», que contenía la lista de los candidatos no aceptados y de los miembros expulsados por una u otra razón. El ritual de iniciación era de inspiración netamente religiosa: «En el grado de Aprendiz, el candidato tenía los ojos vendados y juraba sobre el hacha de guardar los secretos de la Sociedad, y socorrer a sus Buenos Primos en tiempos de aprieto. En el grado de maestro, el oficiante recibía el nombre de Pilatos, y sus dos asistentes, los de Caifas y Herodes. Se le vendaban de nuevo los ojos al candidato que, en el curso de la ceremonia, representaba el papel de Jesús»[76]. Según ciertos autores, había dos o tres grados superiores; el ceremonial de uno de estos era particularmente desarrollado: el candidato estaba atado a una cruz, y unos afiliados, disfrazados de soldados austriacos, hacían una descarga general de sus fusiles, cargados solo con pólvora. La existencia de esos grados sigue siendo conjetural.
Con los progresos crecientes de la represión, los Carbonarios, acosados por la policía, debieron reducir al mínimo el ritual de iniciación; Mazzini relata así de qué modo, cuando era muy joven, fue iniciado por cierto Doria:
«Me hizo saber que las persecuciones del Gobierno y la prudencia requerida para alcanzar el fin hacían imposible asambleas aun poco numerosas, por lo que me ahorrarían ciertas pruebas, ritos y ceremonias. Me interrogó sobre mi firme propósito de acción y de obediencia a las instrucciones que podrían dárseme, y también de sacrificio si el bien de la Orden lo exigiera. Luego, tras ponerme de rodillas, sacando un puñal de la vaina, recitó la fórmula del juramento prestado por los iniciados de la jerarquía inferior, y me la hizo repetir después. Me comunicó dos o tres signos que me permitirían reconocer a mis hermanos, y me despidió».
Los Carbonarios franceses reformaron el ritual, despojándolo del elemento religioso, que predominaba en la organización italiana[77].