Capítulo 2

LA SANTA VEHME

Orígenes. La Santa Vehme es la más célebre de las Sociedades secretas de fines justicieros. Ese temido tribunal nació hacia mediados del siglo XVIII, durante el período de desorden y bandidaje que se instauró en Westfalia después que Federico I desterró del Imperio a Enrique, el León, duque de Sajonia y de Baviera[67]; como el emperador no podía mantener el orden en todo ese territorio comprendido entre el Rin y el Weser, los bandidos y los malhechores aprovecharon para saquear el país; para poner fin a esa anarquía se constituyó la Vehme, que sustituyó a las autoridades judiciales desfallecientes. En el siglo XIV, esta Sociedad secreta tenía un poderío sin limites, y llegó a contar, en su apogeo, con más de cien mil afiliados o Wissenden «los que saben», su jurisdicción fue reconocida en 1371 por el Código concedido por el emperador Carlos IV a Westfalia. Finalmente, las ordenanzas judiciales de los emperadores Maximiliano y Carlos V hicieron inútil ese procedimiento expeditivo… No obstante, aun después del siglo XVI, el temible poderío de la Vehme siguió ejerciéndose en la sombra, y esa Sociedad secreta solo desapareció definitivamente después de la invasión de Alemania por las tropas napoleónicas (1811).

Organización y procedimiento de la Vehme. La Vehme inspiraba respeto con mezcla de temor, pues tenía numerosos adherentes, que pertenecían a todas las clases sociales, obligados por su juramento a ejecutar los fallos del tribunal. Los afiliados, que disponían de signos de reconocimiento, formaban una jerarquía: los Frohnboten, encargados de aplicar las sentencias; los Freischöffen («francojueces»); los Stuhlberren («francocondes»), que presidían los tribunales. Las asambleas de la Vehme se realizaban generalmente al aire libre: las audiencias eran, ya sea públicas, ya sea, en ciertos casos, reservadas a los juramentados (heimliche Acht, «tribunal secreto»); había una ley escrita, que se mantenía secreta y que estaba prohibido comunicar a los profanos. La única pena prevista era la de muerte: la sentencia se ejecutaba inmediatamente después del juicio, colgando al reo del árbol más próximo.

A los acusados se les notificaba tres veces para que comparecieran, y cada vez tenían seis semanas y tres días para contestar. Si el acusado aceptaba comparecer ante el tribunal, tenía el derecho de presentar hasta treinta testigos de descargo. Si lo condenaban, la sentencia de la Vehme era notificada, después de la ejecución, mediante un cuchillo clavado en el árbol en que se había colgado al criminal. Si el acusado no obedecía a ninguna de las tres citaciones, se le condenaba por contumacia y se le «desterraba del Imperio»: si tres afiliados de la Vehme conseguían echarle mano, tenían el derecho de colgarlo del árbol más cercano… Se comprende fácilmente que semejante tribunal, con tan expeditivo procedimiento y con tan gran número de afiliados, inspirara un temor por lo menos tan grande como la Inquisición española; por lo demás, el recuerdo ha quedado muy vivo en Alemania.