SEGUNDA PARTE

GENERALIDADES

Capítulo 1

LAS SOCIEDADES SECRETAS POLÍTICAS

Parecidos y diferencias entre Organizaciones iniciáticas y agrupaciones políticas. Hicimos observar, al principio de esta obra, que es a menudo bastante difícil hacer una demarcación estricta entre Sociedades secretas «iniciáticas» y Sociedades «políticas». Por lo demás, la diferencia no está tanto en las formas exteriores (siempre hay, en toda sociedad secreta, sea cual fuere su naturaleza, un juramento, cuyos términos se reducen, en todos los casos, a poco más o menos: «Juro obediencia a la Orden, y no revelar jamás sus secretos»; además, siempre hay un ceremonial de admisión del neófito: todos sabemos que los «conspiradores» de todos los tiempos emplearon ritos, pruebas y ornamentos que se parecen mucho, exteriormente, a los de las organizaciones iniciáticas); está en cambio en los fines perseguidos por las diversas Hermandades, «supratemporales» en el caso de las Sociedades iniciáticas, «temporales» en el caso de las Sociedades políticas: ahora bien, está comprobado que cierto número de organizaciones de estatutos teóricamente suprapolíticos se han ocupado también de proyectos de reforma social, vinculados a veces estrechamente a sus fines filosóficos (cf. los «rosacruces»). Para tomar un ejemplo bastante conocido, no puede negarse que la Francmasonería haya desempeñado un papel político importante, sin que por eso deba exagerarse dicha influencia; cierto número de polemistas han llegado hasta denunciar un vasto «complot masónico» dirigido por «los judíos» (o «el imperialismo británico», «el bolchevismo», «los trusts norteamericanos», «el partido radical», hasta el propio Satanás[66]; casi todo se ha sostenido), apuntando a «destruir todas las religiones» y a «tomar el poder en todos los países» gracias a asesinos asalariados, autores de todos los «crímenes políticos» cometidos desde el siglo XVIII hasta nuestros días, empezando por el Terror (lo que es falso históricamente, pues si los francmasones tomaron una parte activa en la Revolución «benigna» de los años 1879-91, luego fueron arrollados por los jacobinos: se ignora demasiado a menudo que la Convención mandó cerrar las Logias y envió a la guillotina a gran número de Hermanos, empezando por el gran maestro, que no era otro sino el duque de Orleáns, «Felipe-Igualdad»…); sin embargo, no hay que exagerar en el otro sentido, y negar que la Masonería haya influido jamás en la evolución política de ciertos países (cf. su papel en Francia, en el voto de las leyes sobre la separación de la Iglesia y del Estado)…

De todos modos, hay un medio que permite reconocer que una sociedad más o menos secreta pertenece a una de las dos categorías distinguidas por Lantoine; ese medio es el conocimiento del valor profundo de los ritos y de los símbolos; si estos últimos tienen un sentido de orden filosófico, moral o religioso, es una Sociedad «iniciática»; si, al contrario, no tienen ninguna significación intrínseca y figuran solo para impresionar la imaginación del neófito, se trata de una Sociedad «política» (o de una agrupación de fantasía, pues también las hay, pero entonces no es una sociedad secreta…). Según Rene Guénon, habría otro medio de distinguir una Sociedad «iniciática» de una Sociedad «política»: en la primera es, muy a menudo, imposible atribuir a los ritos ya los símbolos un autor determinado; en la segunda, el ritual es instituido generalmente por una personalidad conocida.

Caracteres generales de las Sociedades políticas: ensayo de clasificación. Lo que, desde el comienzo, llama la atención en las Sociedades secretas puramente políticas es su duración limitada: mientras que las Organizaciones iniciáticas tienen fines «trascendentes», algo como las religiones, las Sociedades políticas tienen una duración bastante corta; en efecto, como muy a menudo están lejos de mantener buenas relaciones con el Estado, no pueden tener una organización complicada y locales bien instalados como las Sociedades iniciáticas, que tratan de ser reconocidas o, cuando menos, toleradas, por los poderes públicos; además, siempre tienen fines definidos: una vez satisfechos estos, ya no hay «Sociedad secreta», pues ya no tiene razón para ocultar su existencia (la agrupación puede también desaparecer a pesar suyo, cuando la policía consigue destruirla…).

En lo que se refiere a las condiciones favorables para el nacimiento de esas Sociedades secretas, hay que anotar en primer lugar la existencia de una autoridad celosa, que no tolera ninguna crítica y obliga a la oposición a «colocarse en la clandestinidad»; pero, como observa muy justamente A. Lantoine, siempre hubo «conspiradores», hasta en los regímenes más democráticos, donde las teorías más hostiles al gobierno reinante pueden expresarse… Por otra parte, los periodos de marasmo económico y social se señalan igualmente por el nacimiento de numerosas Sociedades secretas: así, por ejemplo, las Sociedades «justicieras» nacen, muy a menudo, cuando un gobierno débil es incapaz de mantener el orden. Habría en esto materia para gran número de investigaciones, pues a los sociólogos les ha interesado bastante poco todos esos problemas relativos a la existencia de las Sociedades secretas, de las que no ha carecido ningún país del mundo, en todos los períodos de su historia.

Las Sociedades secretas políticas podrían clasificarse según los fines por ellas perseguidos; así se distinguirían:

Las Sociedades «justicieras» que substituyen a la justicia legal cuando se juzga que esta flaquea.

Las Sociedades con fines propiamente «políticos», que combaten, ya sea una dominación extranjera, ya sea un régimen opresivo; en esta categoría pueden incluirse las que tienen fines internacionalistas, e igualmente las que tratan de conquistar el poder en provecho propio.

Las Sociedades criminales, aun cuando muchos historiadores no las consideran como verdaderas «Sociedades secretas»: «A pesar de su misteriosa solidaridad —escribe A. Lantoine—, los gangsters y los malvados explotadores de mujeres no deben interesarnos aquí… Lejos de querer modificar el estado social, lo explotan y de él viven… A nuestro parecer, solo merecen la denominación de secretas las asociaciones cuyos miembros (al menos en principio) no buscan un beneficio personal». Sin embargo, como lo observa el mismo autor, podría decirse que las Sociedades criminales son las únicas Sociedades «secretas» en el pleno sentido del vocablo «clandestinas»: «Cada cual tiene una regla, obedece generalmente a uno o varios jefes, y prepara sus golpes con la más estrecha discreción. Sus hazañas son las que las señalan a la atención pública y sus rivalidades a la vigilancia policial».

No podemos, evidentemente, estudiar todas las Sociedades secretas «políticas»: haría falta un volumen entero solo para enumerarlas. Como tenemos que limitarnos a algunos ejemplos, estudiaremos sucesivamente: