PRIMERA PARTE

LAS ORGANIZACIONES INICIÁTICAS

Capítulo 1

LAS RELIGIONES DE MISTERIOS EN LA ANTIGüEDAD

I. Egipto

Nos interesa aquí el aspecto iniciático de la religión egipcia, el esoterismo cultural y sus misterios, que, por lo demás, no podemos elucidar completamente; aún quedan puntos oscuros en la religión egipcia.

La religión egipcia, religión esotérica. Puede afirmarse con énfasis: la religión egipcia fue una religión esotérica por excelencia, cuyos ritos eran sustraídos a la vista del pueblo, al menos en su parte esencial. El templo egipcio era fundamentalmente distinto de una iglesia moderna, que está abierta a todos, aun a los incrédulos: los «profanos», los que no formaban parte del sacerdocio, no podían entrar en el santuario del dios o de la diosa (fig. 1).

Después de un patio público había una sala cuyo techo soportaban numerosas columnas (de ahí el nombre de «sala hipóstila», literalmente: «bajo las columnas»). Esta parte del templo, donde los fieles depositaban sus ofrendas al dios, era accesible bajo ciertas condiciones. Luego, seguía el santuario, al que solo podían entrar los sacerdotes: los Colegios sacerdotales eran los únicos depositarios de los ritos, de los símbolos y de las doctrinas de la religión.

templo

Fig. 1. Plano del templo egipcio.

Los ritos iniciáticos: el mito osírico. En los santuarios se desarrollaba un ritual sumamente complejo, casi siempre consagrado a un mito central: la leyenda de Osiris, cuya muerte y resurrección simbolizaban el ritmo de las estaciones. Osiris, el dios-hombre, y su hermana-esposa, Isis, eran las dos divinidades más populares del antiguo Egipto, y su culto, particularmente el de Isis, había de difundirse más tarde en toda la cuenca del Mediterráneo. Alrededor del mito de Osiris, muerto y descuartizado por su hermano Seth, y luego resucitado gracias a los poderes mágicos de su mujer Isis, giraba la mayoría de los ritos de iniciación. Osiris, el dios que muere y resucita, encarnaba a un tiempo:

En él había de tomar ejemplo el iniciado: después de la muerte, el hombre podía «devenir otro Osiris», adquirir, como ese dios, existencia eterna; pero el iniciado podía, en esta vida, deificarse, morir simbólicamente, para renacer a una existencia divina.

Morir para renacer, tal era la lección que enseñaba el mito osírico.

La leyenda se ponía en acción en los santuarios, en el curso de ceremonias secretas, durante las cuales los miembros de la jerarquía sacerdotal eran actores en una serie de espectáculos simbólicos, destinados a dar al iniciado la sensación de que moría y luego renacía a una existencia inefable. En la época romana, las pruebas iniciáticas daban lugar a una imponente representación, que nos relata Apuleyo: «Me acerqué a los límites de la muerte —nos dice—; pisé el umbral de Proserpina (es decir, la muerte), y volví pasando por todos los elementos; en medio de la noche, vi brillar el sol con su deslumbrante resplandor; me acerqué a los dioses infernales, a los dioses celestiales; los contemplé cara a cara; los adoré de cerca».

Simbolismo y doctrina. La Simbólica egipcia es aún, a pesar de los numerosos trabajos de los egiptólogos, bastante mal conocida. Como no podemos examinar todos los curiosos emblemas que se encuentran en los templos egipcios mencionemos simplemente los símbolos que más a menudo se asociaban a las figuraciones de la diosa Isis: los cuernos, el globo, el cántaro, la media luna, el niño al que está amamantando, el vestido que le llega hasta los pies, la barca, la hoz, y el Ankh, o cruz ansada (o cruz de San Antonio), cuyo significado sigue siendo misterioso; sin embargo, el ocultista Enel[14] da la siguiente interpretación: «Es el símbolo de la vida eterna, el circuito vital irradiado por el Príncipe que baja a la superficie (sobre la pasividad que él anima); penetra en las profundidades hasta el infinito, lo que está expresado por la línea vertical».

En lo que respecta a las doctrinas secretas de los sacerdotes egipcios, que tenían sin duda conocimientos bastante adelantados hasta en el terreno científico (cf. los problemas planteados por las Pirámides), son relativamente bien conocidas de los historiadores. No podemos entrar en los detalles, y hemos de conformarnos con citar algunos rasgos de esas síntesis doctrinales, en que se hallan reunidas casi todas las doctrinas clásicas del esoterismo: la organización del mundo por la acción de un Demiurgo ígneo, manifestándose fuera del caos primordial, de las Aguas tenebrosas; la aparición de las potencias divinas por parejas sucesivas compuestas por un dios y una diosa[15]; la generación múltiple de estos en el seno de la gran Unidad, que permanece siempre idéntica a sí misma; la posibilidad de una identificación del alma humana con el principio de que procede…

ankh

Fig. 2. Cruz ansada.

La teología, egipcia ejerció gran influencia sobre el pensamiento religioso cuando Alejandría llegó a ser el principal centro intelectual del mundo antiguo; las huellas se encuentran fácilmente en ciertas Gnosis[16], en los diferentes Misterios del imperio romano y, según parece, hasta en el cristianismo: según ciertos autores, en el culto de Isis estaría el origen del culto cristiano de la Virgen, pues la diosa egipcia era la simbolización de la Naturaleza, siempre fecundada, pero siempre virgen (cf. las Vírgenes negras)…

II. Grecia

Durante mucho tiempo se consideró a Grecia como la tierra donde floreció sobre todo lo que se llama «el espíritu clásico»; el gusto del orden y de la armonía, el sentido del equilibrio… En realidad hay pocos países donde el esoterismo y las religiones de los Misterios hayan proliferado más: según la expresión de Nietzsche, al lado del espíritu «apolíneo» floreció el espíritu «dionisíaco» bajo sus múltiples formas.

Dioniso. El culto de Dioniso es una de las más antiguas religiones de Misterios de Grecia; C. Autran lo hace llegar a la época prehelénica, atribuyéndole un substrato religioso indoiranio. (Dioniso es Div-an-aosba, el dios ario de la «bebida de inmortalidad», el páredro de la gran Diosa-Madre que se encuentra en todo el Mediterráneo prehelénico). Quizás habría que agregar fuertes influencias egipcias, pues la pareja Dioniso-Deméter recuerda la pareja Osiris-Isis… Sea como fuere, se comprueba la existencia, en todas las partes del mundo helénico, de Colegios, asociaciones secretas o tíasos, que celebraban a Dioniso con un culto exaltado, eco prolongado de antiguos cultos agrarios que simbolizaban la Primavera: danzas con carácter sexual muy acentuado, ebriedad colectiva, sacrificios sangrientos, prácticas mágicas diversas… Análogos a esos Misterios dionisíacos, eran los de Sabazio y su páredra Anaitis, cuyo ritual se parecía a los misterios frigios de Atis y de cuya influencia había de ser, más tarde, tan grande sobre el paganismo romano.

Los Misterios de Eleusis. De carácter más oficial eran los Misterios de Eleusis (cerca de Atenas), consagrados a Deméter; su finalidad era celebrar la unión de Zeus y de la diosa, es decir, del Cielo y de la Tierra, y de renovarla místicamente para asegurar y promover la fecundidad de la naturaleza. Lo que en ellos se encontraba, como por lo demás en todos los Misterios antiguos, no era una enseñanza, sino espectáculos simbólicos, pues la parte central de esos misterios era la reconstitución de las bodas de Zeus y Deméter. Se distinguían los «pequeños» y los «grandes» misterios, en los que se hacían iniciar sucesivamente; de ahí la distinción de dos clases de iniciados: los mistos y los epoptos.

El Orfismo y el Pitagorismo. Mencionemos también los Misterios de Orfeo, centrados alrededor del mito de Zagreo (idéntico a Dioniso), desgarrado y resucitado. La cosmogonía órfica se parece bastante a las doctrinas egipcias o hindúes. En ella se ve a la Noche producir el Huevo del mundo, cuyas dos mitades forman el Cielo y la Tierra, y de donde nace el Eros luminoso, principio de vida[17]… Pero lo que da al estudio del Orfismo el mayor interés son sus doctrinas sobre la Salvación del alma, que, encerrada en el cuerpo como en una prisión, transmigra continuamente de un ser a otro en un ciclo sin fin; la iniciación, junto con la abstinencia y el renunciamiento, permiten romper el «ciclo infernal» de los renacimientos: «Los hombres descienden de los titanes, nacieron de las cenizas de esos enemigos del dios, fulminados por Zeus en castigo de su crimen; por consiguiente, su naturaleza comporta un elemento malo, que a veces se designa como terrestre. Pero también comporta un elemento divino o celeste, pues los titanes habían devorado al hijo de Zeus. Sin admitir formalmente la noción de la caída o del pecado original, ese dualismo atestigua la idea de una mácula impresa a la especie humana y, por ese medio, plantea los términos de un problema de salvación… El ciclo sin fin de los renacimientos es la eternidad del dolor; se trata de librarse de él, y esa liberación es la finalidad de la vida órfica…» (L. Gernet y A. Boülanger). El Orfismo parece haber influido fuertemente en Platón, y por lo demás podemos preguntarnos si el famoso mito de la Caverna, en la República, no relata una iniciación practicada por una secta órfica a la que pertenecía Platón.

No olvidemos, por supuesto, el Pitagorismo, estrechamente allegado al Orfismo, y al que a menudo se ha comparado con la Masonería. Es sabido que esta Orden pitagórica, cuya fundación remontaba al Sabio legendario, cultivaba a la vez las especulaciones místicas (principalmente la aritmología), las ciencias y también la política, pues la Hermandad tomó en un momento el poder en varias ciudades griegas del sur de Italia y de Sicilia. Las tradiciones pitagóricas son demasiado conocidas para que las estudiemos aquí: todos han oído hablar, poco o mucho, de la «regla del silencio», de la división en dos categorías de adeptos y otros rasgos característicos…

III. El Imperio romano

Los primeros cuatro siglos de la era cristiana vieron un gran desarrollo de los cultos de Misterios y de las organizaciones iniciáticas de toda especie. Se asistió a la renovación, y aun a la resurrección, de antiguos cultos y antiguas doctrinas, así como al nacer de nuevos movimientos. La metrópoli intelectual de ese período había de ser Alejandría. (También en esto daremos sólo un boceto general, pues para tratar convenientemente todos los problemas se necesitarían varios tomos voluminosos).

Desarrollo de los antiguos Misterios. A medida que las mentes quedaban menos satisfechas con la religión romana, muy formalista, se comprobaba la invasión creciente del paganismo por los cultos orientales, que respondían a la búsqueda de la salvación; los Misterios se multiplicaban: Misterios de Dioniso, de Hécate, de la Gran Madre, de Serapis, de Cibeles, de Isis… El culto de Isis, particularmente, se desarrolló, y subsistió mucho tiempo frente al cristianismo. Conocemos el ritual de iniciación en esos misterios de Isis sobre todo por Plutarco, y también por Apuleyo, en su célebre novela Las Metamorfosis o el Asno de oro. Toda una doctrina esotérica podía apoyarse en esos Misterios: «Los vestidos de Isis están teñidos con toda clase de colores abigarrados, porque su poder se extiende sobre la materia que recibe todas las formas y sufre todas las vicisitudes, puesto que es susceptible de ser luz, tiniebla; día, noche; fuego, agua; vida, muerte; principio y fin. Pero la túnica de Osiris no presenta ni sombra ni variedad; sólo tiene un color puro, el de la luz. El Principio, en efecto, está virgen de toda mezcla, y el Ser primordial e inteligible es esencialmente puro»[18]. Las doctrinas isíacas ejercieron muy fuerte influencia sobre las corrientes de pensamiento de entonces, y los ocultistas nunca dejaron de aludir a la inscripción famosa del templo de Isis en Sais: «Soy lo que fue, es, o será, y ningún mortal ha levantado mi velo…».

Paralelamente se desarrollaban el neoorfismo y también el neopitagorismo, cuyo profeta fue el misterioso Apolonio de Tiana, especie de conde de Saint-Germain griego[19]; en templos secretos se destinaban toda una serie de ritos misteriosos, atribuidos al propio Pitágoras, para dar al iniciado la impresión de que se comunicaba con la esencia divina, indivisa y sin mezcla, sustrayéndose de ese modo a la fatalidad inexorable de las leyes físicas… En el siglo IV, la filosofía religiosa estaba enteramente invadida por la teúrgia, las ciencias ocultas, la alquimia y los ritos iniciáticos extraños o terroríficos; un inmenso trabajo místico, se producía en los Colegios culturales del mundo mediterráneo: «Podemos situar —nos dice J. Marqués-Riviére— el lugar de esa profusa trasformación en Egipto; los antiguos himnos, los encantamientos, las antiguas magias de los templos, las fórmulas misteriosas, las recetas secretas se amontonaban, llevados por las corrientes místicas nacidas en Grecia, en Irán, en Palestina, en el valle del Nilo. Se encuentra al dios bíblico Iao-Sabaoth que se identificará con el dios asiático Sabazio, Orfeo que será crucificado como Jesucristo… Sincretismo más mágico que filosófico, por lo demás, amontonamiento de técnicas, de fórmulas eficaces, forma preliminar de lo que llegará a ser la Gnosis cristiana». De esa mezcla, confusa, pero grandiosa, de ideas, de sentimientos y de ritos, el cristianismo no podía dejar de retener numerosos elementos[20].

Mitra. Hay que hacer un lugar aparte a la religión de Mitra, de origen iranio, traída al Imperio por legionarios romanos. Esta religión del dios solar fue la mayor rival del cristianismo antes del triunfo definitivo de este. El culto se celebraba en santuarios subterráneos, la mayoría de las veces grutas. Los iniciados, que disponían de signos secretos de reconocimiento, formaban una jerarquía de siete grados: Buitre (corax); Oculto (cryptius); Soldado (miles); León (leo); Persa (perses); Correo del Sol (heliodromus); Padre (pater). Las pruebas a que se sometía al postulante eran conocidas por su severidad. Las mujeres no podían ser iniciadas[21]. Esta religión fue combatida con saña por la Iglesia cristiana triunfante, que veía en ese culto un rival muy peligroso: como el cristianismo, el mitraísmo interponía un mediador entre la Divinidad suprema y el hombre; veamos la oración que el neófito dirigía a Mitra: «¡Salve, Señor, dueño del agua, salve, soberano de la tierra, salve, príncipe del espíritu! Señor, vuelto a la vida, la paso en esta exaltación, y en esta exaltación muero; nacido al alumbramiento que da la vida, soy liberado en la muerte y paso en la vía por ti ordenada, según la ley que has establecido y el sacramento que has instituido».

El esoterismo cristiano: la Gnosis y el Maniqueísmo. Los autores católicos negaron siempre que la religión cristiana primitiva comportara un culto secreto y doctrinas esotéricas. Sin embargo, el Nuevo Testamento posee ciertos textos bastante perturbadores (cf. el Evangelio de San Juan y alguna Epístola de San Pablo, así como el Apocalipsis). Sea lo que fuere de este problema muy controvertido, no es menos cierto que ha existido cierto número de cristianos que, deseando ir más allá de la Fe, buscaban el Conocimiento (Gnosis) perfecto, que va más allá de las apariencias sensibles y permite explicar la razón de ser de todas las cosas. «¿Qué es —escribe H. Ch. Puech— una Gnosis sino un conocimiento (el vocablo griego gnosis no significa otra cosa), pero un conocimiento que no solo está entera mente dirigido hacia la búsqueda de la Salvación, sino además, al revelar al hombre a sí mismo y al desvelarle la ciencia de Dios y de todas las cosas, le trae la salvación, o mejor, es por sí mismo Salvación?». Es decir, que el término Gnosis puede aplicarse a gran número de sistemas teosóficos, que han sido sostenidos en todas las épocas y en las más diversas religiones: las aspiraciones «gnósticas» reaparecen sin cesar en el pensamiento religioso, pues siempre hay hombres que quieren librarse de los lazos de la materia para elevarse hasta la Causa primera, hasta el Dios, desconocido… Sin embargo, en sentido restringido, la Gnosis, o, más exactamente, el Gnosticismo, designa el vasto movimiento que se desarrolló, durante los primeros siglos de nuestra era, en el seno del cristianismo. Aquellos «Gnósticos», que decían ser los depositarios del Conocimiento perfecto y salvador, disimulado bajo los símbolos de los Libros santos, transmitido oral y secretamente por los Apóstoles y las Santas mujeres (herederos de la tradición misteriosa traída por Cristo), no formaban un cuerpo homogéneo, sino que estaban divididos en gran número de pequeños grupos, de cenáculos, de capillas, de conventículos, de sociedades secretas, manteniendo relaciones unos con otros, pero a veces opuestos entre sí[22].

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Fig. 3. Diagrama de los ofitas (según J. P. Arendzen).

Las doctrinas gnósticas, cuyos orígenes son aún bastante mal conocidos (se hallan elementos egipcios, iranios, griegos, judaicos, etc.), presentan diferencias bastante sensibles de un doctor a otro, de una secta a otra, y se necesitarían numerosas páginas solo para enumerarlas. No obstante, puede encontrarse en ellas cierto número de rasgos comunes: superioridad del conocimiento sobre la fe y las obras para asegurar la salvación del hombre (cf. la distinción de Valentín entre los «hílicos», hombres materiales entregados a la perdición, los «psíquicos», hombres que se salvan por sus buenas acciones, y los «neumáticos» [del griego Pneuma «Espíritu»] o Gnósticos, que son los únicos capaces de llegar a la plenitud de la iluminación); emanación, del seno del Ser misterioso e insondable, del universo, por muchísimos intermediarios (los Eones), de los cuales el último es por lo general un «Demiurgo» malo o simplemente inferior, que ha creado el mundo sensible en que vivimos; posibilidad que tiene el iniciado de volver a su Fuente primera desarrollando el germen divino que hay en él, pues la iluminación interior (traída por el Espíritu Santo, que es «Dios en su aspecto activo, iluminador y salvador») nos da a conocer «dónde estamos y qué somos, de dónde venimos y adonde vamos» (H. Ch. Puech)… Todas esas especulaciones nacieron de una misma intuición fundamental: la angustia ante el problema del mal, el deseo de explicar cómo un mundo imperfecto y finito pudo ser creado por un Dios infinito y perfecto.

En lo que se refiere a la iniciación entre los Gnósticos, cuyos grupos eran, en suma, sociedades secretas[23], el historiador puede tener un conocimiento bastante preciso: al neófito lo iniciaban en las doctrinas de la secta por grados sucesivos, luego de pruebas; pero sobre todo había ritos iniciáticos propiamente dichos: sacramentos, fórmulas mágicas, «santo y seña», que debían abrir al alma, en su ascensión hacia el Cielo después de la muerte, libre paso a través de las siete esferas planetarias, custodiadas por «arcontes» hostiles. Había, naturalmente, signos de reconocimiento entre iniciados… En el culto secreto se empleaba toda clase de objetos rituales: los diagramas (fig. 3) resumiendo las doctrinas; las gemas conocidas con el nombre general de Abraxas (pues la mayoría llevaba grabada la palabra Abraxas, término mágico del cual la suma de los valores numéricos de las letras da 365): se observan figuras esquemáticas, personajes simbólicos (por ejemplo, un ser con cabeza de gallo, busto y brazos de hombre, piernas formadas por dos serpientes, con un broquel en una mano y en la otra un látigo), animales alegóricos como la serpiente que se muerde la cola (Uróboros) o el escarabajo, diversos motivos como un hombre o una mujer, el disco solar, la media luna y las estrellas, etc. Las gemas sirvieron de talismanes; pueden reconocerse igualmente alusiones a los ritos y a las creencias de las sectas que las usaron, y las joyas señalaban los diferentes grados de la jerarquía iniciática, que a su vez correspondía a las etapas de la liberación del alma[24].

El gnosticismo se propagó en todo el Imperio romano, a pesar de la polémica encarnizada que los Padres de la Iglesia sostuvieron. Debe notarse también un movimiento nacido de la Gnosis, pero que, a la inversa de esta, constituyó una Iglesia, animada de un espíritu de proselitismo y de conversión: el Maniqueísmo, doctrina del reformador persa Maní (216-276), religión universal, conquistadora, que extendió su influencia tanto en Occidente como en Oriente, penetrando hasta en China y en el Turquestán. Los maniqueos formaban dos categorías: los Auditores o Catecúmenos, por una parte; los «Elegidos», por la otra, que estaban sujetos a riguroso ascetismo. Esa división se encontrará entre los «Creyentes» y los «Puros» en los Cátaros o Albigenses (véase el cap. III)[25]. Estamos bien informados sobre la doctrina maniquea, la forma más radical que existe de dualismo entre los Principios del Bien y del Mal. Los ritos, el culto secreto que celebraban los Elegidos se conocen igualmente bastante bien: eran ceremonias, sacramentos muy simples, al revés de los ritos complicados de los otros Gnósticos.

La Gnosis ha sido siempre la gran tentación de muchos espíritus religiosos: muchos hombres se han visto acosados por el eterno problema del Bien y del Mal; otros han querido poseer el Conocimiento perfecto, que explica ría todo, respondería a todas las preguntas «¿por qué?»; También hubo quienes sintieron la atracción de las ceremonias misteriosas… La Iglesia católica nunca dejó de tener que combatir esas tendencias «heterodoxas». Si, luego de su triunfo, consiguió destruir el mayor número de las obras —muy numerosas— escritas por aquellos «heréticos», resultó en vano; la tradición gnóstica jamás dejó de ejercer su influencia, pero de manera secreta, lejos de las miradas; y el eco lejano, siempre vivaz, se encuentra en ciertos ritos y símbolos de la Masonería[26].