INTRODUCCIÓN

No hay cuestión que haya suscitado más controversias apasionadas que el estudio de las agrupaciones calificadas de Sociedades secretas. Pero es fácil observar que en todas las épocas se han asimilado a las «Sociedades secretas» los grupos más diversos: poblaciones enteras, los judíos por ejemplo, han sido consideradas como obrando misteriosamente en la sombra; también se ha atribuido a ciertas órdenes religiosas, la de los jesuitas, por ejemplo, toda clase de artimañas subterráneas… Puesto que esa expresión se ha utilizado a diestra y siniestra, será necesario definir lo más exactamente posible al comienzo de una obra sobre ese tema, qué debe entenderse por esas dos palabras[1].

Empleos abusivos de la expresión. En primer lugar debe observarse que todas las agrupaciones que trataron de sustraerse a la atención no fueron necesariamente «Sociedades secretas». Tanto es así, que los miembros de ciertas organizaciones, que están muy lejos de ser clandestinas, en tiempo normal, se vieron obligados, cuando hubo persecuciones, a constituir momentáneamente grupos que presentaban ciertas analogías exteriores con las «Sociedades secretas». (Ejemplos: la Iglesia católica en el Imperio romano; los protestantes franceses después de la revocación del Edicto de Nantes…).

Por otra parte, todas las organizaciones de tipo oficial o gubernamental consideradas a veces como «Sociedades secretas», salen del cuadro de la presente obra: así la Inquisición, con su temible presencia y sus múltiples espías y afiliados, no constituía una Sociedad secreta, aun cuando la actividad de algunos de sus miembros fuese clandestina y misteriosa.

Sociedades secretas políticas y Sociedades secretas iniciáticas. Es posible, de acuerdo con A. Lantoine[2], distinguir dos clases de Sociedades secretas:

  1. Las Sociedades secretas «políticas». Son asociaciones que tratan de disimular su actividad, o al menos el nombre de sus miembros, cuya acción va dirigida ya sea al margen de los organismos oficiales (es el caso de las Sociedades con fines «justicieros»), ya sea, lo más frecuente, contra el poder existente (son las Sociedades «políticas» propiamente dichas). Lo que caracteriza a tales grupos, por más organizados y jerarquizados que estén, es su duración limitada: «Una Sociedad secreta solo dura si su objetivo domina los tiempos. Si el objetivo es político, se extingue forzosamente con la causa que la hizo nacer.» (A. Lantoine).
  2. Las Sociedades secretas «iniciáticas». Estas sociedades no intentan, en modo alguno, disimular su existencia (salvo cuando se las persigue); sus leyes, su historia, sus lugares de reunión, sus doctrinas, y hoy, hasta los nombres de sus adherentes, no son un misterio para nadie. Esas agrupaciones solo guardan verdaderamente «secretas» sus ceremonias —a las cuales no puede asistir el «profano»— y los signos de reconocimiento, que permiten a los afiliados reconocerse. Lo que las diferencia de una simple sociedad «cerrada» es que esas organizaciones confieren a sus afiliados una iniciación, tienen ritos más o menos complicados, y celebran una especie de culto. (Véase más adelante lo que por eso debe entenderse).

La distinción es, sin embargo, bastante difícil en ciertos casos: así, miembros de auténticas organizaciones iniciáticas han aprovechado el secreto de las reuniones para entregarse a actividades políticas; por otra parte, muchas agrupaciones con fines puramente temporales han sentido la necesidad de adoptar una jerarquía y ritos análogos a los de las Sociedades iniciáticas.

Estudiaremos ahora lo que los afiliados entienden por Iniciación, pues este término, a fuerza de estar rodeado de misterioso prestigio, ha acabado por perder todo sentido preciso en el lenguaje popular.

La Iniciación; sus caracteres y sus fines. De modo general, la iniciación puede definirse: un proceso destinado a realizar psicológicamente en el individuo el paso de un estado reputado inferior del ser a un estado superior, la trasformación del «profano» en «iniciado»; mediante una serie de actos simbólicos, de pruebas morales y físicas, trata de dar al individuo la sensación de que «muere» para «renacer» en una vida nueva (de ahí la expresión frecuentemente empleada de «segundo nacimiento»). De manera más precisa, pueden distinguirse tres elementos complementarios:

  1. La «iniciación» propiamente dicha, la introducción en un mundo «superior», en un estado psíquico «más perfecto» que el estado profano. En el límite, la iniciación llegaría a ser una verdadera «deificación»: su fin sería entonces conducir al ser «más allá de todo estado condicionado». (Así, Rene Guénon escribe: «Aquí no se trata de comunicarse con otros seres, sino de alcanzar y realizar uno mismo tal estado supraindividual, claro está, no como individuo humano, lo que sería evidentemente absurdo, sino en cuanto al ser que se manifiesta como individuo humano en cierto estado lleva también en él las posibilidades de todos los demás estados»). Es, pues, una realización puramente interior del ser humano, la realización de una posibilidad que el individuo llevaba en sí, en estado virtual: por ejemplo, los «ritos de paso» en las sociedades primitivas (véase más adelante) «realizan» la mutación de la infancia en la edad adulta; pero el adulto está «en potencia» en el niño… He aquí ahora cuáles son las características generales de la iniciación así entendida:

    Seguramente, el «profano», para poder ser «iniciado», debe estar provisto de ciertas disposiciones: los autores insisten a menudo sobre las aptitudes naturales que hacen al iniciable, aptitudes sin las cuales los ritos serían letra muerta…

    Pero el individuo no puede «iniciarse» a sí mismo. (Por lo demás, «iniciado» procede del latín initium, «comienzo» y, por extensión, «entrada». El «iniciado» es aquél a quien se ha «puesto en el camino»). En eso es en lo que el iniciado se distingue del místico, que muy a menudo es un aislado, un «irregular»[3]: el individuo no puede ser «iniciado» más que por una organización «iniciática» (de ahí el carácter social de la iniciación). Sin embargo, en la mayoría de los casos no es una doctrina propiamente dicha lo que la organización enseña al nuevo afiliado; se limita a trasmitirle lo que Guénon llama una «influencia espiritual». Los adeptos han desarrollado con insistencia el carácter «incomunicable al profano» de la iniciación, pues de lo que en esta última se trata es de estados por realizar interiormente. «Lo que puede enseñarse —dice Guénon— son únicamente métodos preparatorios para la obtención de esos estados; lo que sobre este particular puede proveerse de afuera es en suma una ayuda, un apoyo, que facilitan muchísimo el trabajo que se ha de cumplir, y también una fiscalización que aparta los obstáculos y los peligros que pueden presentarse». El «Secreto iniciático» es, por naturaleza, «inexpresable», y solo la iniciación puede llevar a su conocimiento. Aristóteles escribía, hablando de los Misterios de Eleusis, «no aprender, sino experimentar»: en los Misterios no se aprendía una doctrina secreta, sino que se experimentaban sentimientos[4]. El «secreto iniciático» es verdaderamente incomunicable, pues cada uno «personaliza» en cierto modo los datos del simbolismo tradicional de los ritos. Por eso los escritores masónicos pueden sostener sin paradoja, cuando «profanos» conocen sus ritos hasta en los menores detalles, que, no obstante, el «secreto masónico» no ha podido ser penetrado y no puede serlo: «Ya no hay otro secreto en nuestros Misterios —escribe un masón, G. Persigout— que no sean los que residen en el asilo inviolable de las palabras». El mecanismo psicológico por el cual operan las diversas «pruebas», terroríficas o extrañas, que se encuentran en todas las sociedades secretas de Misterios, y que parecen absurdas a quien las estudia de manera superficial, es aún bastante mal conocido; he aquí, sobre el particular, la teoría de otro masón eminente, J. Boucher: «Los ritos obran por una suerte de impregnación del subconsciente, al que dan un poder y una eficiencia reales[5]».

    Por la Iniciación, el ser se realiza, pues, de una manera «auténtica», hace pasar sus posibilidades latentes de la potencia al acto. Una vez alcanzada, la iniciación se hace «permanente», sigue siendo un estado adquirido una vez por todas, y que nada podrá borrar, según los adeptos; tanto, que para R. Guénon, es absurdo hablar de un «exmasón», puesto que la cualidad de «Masón» es inamovible (por lo demás, los ingleses designan al francmasón excluido o renunciante con la expresión unattached Mason).

    Pero los autores agregan en seguida que es necesario que la iniciación haya sido real.

    Por último, la Iniciación no es un proceso pasivo, sino algo esencialmente activo, que sigue siendo simple virtualidad si el individuo no coopera luego con todo su ser. De este modo los teóricos de la masonería explican la mediocridad en que permanecen ciertos Hermanos, aun después de su iniciación: «No sabréis en Masonería sino lo que hayáis encontrado vosotros mismos.» (O. Wirth). En suma, el proceso iniciático es triple:

    1. Aptitud inherente al individuo.
    2. Impregnación del subconsciente.
    3. Trabajo de «realización» que el individuo debe cumplir.
  2. Los ritos iniciáticos son esencialmente pruebas, físicas y morales, que apuntan a obrar sobre el psiquismo del individuo. Se desarrollan a veces en público (por ejemplo, los ritos que señalan el paso de la adolescencia a la edad adulta entre los pueblos primitivos), pero, más a menudo, en secreto: los ritos iniciáticos practicados por las Sociedades secretas son, por definición, «Misterios», que el neófito se compromete por juramento a no revelar jamás a los profanos. Se considera, además, que los ritos iniciáticos tienen una eficacia inherente que no depende de lo que en sí mismo vale el individuo que los realiza: lo que cuenta es la función y no el que la desempeña (así como los «sacramentos» religiosos no dependen del valor moral del sacerdote que los confiere). Por otra parte, han de observarse hasta en sus menores detalles, sin lo cual no puede obtenerse ningún resultado efectivo. Pero —diferencia capital— a la inversa del bautismo cristiano, por ejemplo, que obra sean cuales fueren las disposiciones del neófito, el rito iniciático queda sin efecto si no se confiere a un individuo iniciable, susceptible de ser iniciado. Por último, siempre acuden al simbolismo: todo rito posee además un sentido simbólico en todos sus elementos constitutivos, sentido que únicamente los «iniciados» son capaces de interpretar, al menos en principio; e inversamente, «todo símbolo produce, para el que lo medita con las disposiciones necesarias, efectos rigurosamente comparables a los de los ritos» (R. Guénon). Por ahí se encamina la iniciación hacia el conocimiento.
  3. La jerarquía iniciática: en tanto que el «místico» alcanza en seguida la plenitud de la intuición, el iniciado adquiere el conocimiento solo progresivamente: la «vía iniciática» es —dícese a menudo— «activa», «larga» y «laboriosa» para el individuo que la aborda. De ahí la existencia de una jerarquía en todas las organizaciones iniciáticas: los diversos «grados» marcan las etapas sucesivas de la Iniciación, los grados relativos de perfección alcanzados por los iniciados. Toda una organización, a menudo muy complicada, preside la elección de los adeptos y el respeto de las tradiciones; en la ejecución de los ritos y en su descubrimiento progresivo a los afiliados se observa una gradación minuciosa…

Iniciación y esoterismo. La palabra «esoterismo» procede del griego eisôtheô (literalmente: «hago entrar»), y el significado del término se desprende inmediatamente de su etimología: «Hacer entrar es abrir una puerta, ofrecer a los hombres del exterior que penetren en el interior; simbólicamente, Trabajo de “realización” que el individuo debe cumplir. Impregnación del subconsciente es revelar una verdad escondida, un sentido oculto. De hecho, todos esos sentidos están contenidos en ese vocablo que significa exactamente una doctrina secreta, una explicación del mundo revelada en una asamblea selecta, aislada del exterior y de la multitud, y muy a menudo de la boca al oído» (J. Marqués Riviére).

  1. Hemos visto que la iniciación no es en sí misma conocimiento, y que los diferentes «Misterios» jamás consistieron en la exposición dogmática de una doctrina, sino en una serie de ritos y operaciones destinadas a dar al individuo la sensación de una muerte, seguida de una resurrección, de un «nuevo nacimiento». Sin embargo, a través de la asombrosa plasticidad de los símbolos utilizados por los diversos rituales, ceremonias, técnicas, leyendas sagradas y representaciones iniciáticas, puede encontrarse toda una serie de temas que hacen menos tensos los ritos y las pruebas en la mayoría de los Misterios, temas implícitos, variables, aunque muy próximos unos de otros, con que se puede hacer una suerte de fenomenología. Lo que debe señalarse es que todas las iniciaciones comienzan con un «viaje» en las tinieblas, en el curso del cual se ofrecen escenas aterradoras a las miradas del recipiendario, se le aplican diversas «pruebas» destinadas a darle la sensación de que muere. «El alma, en el momento de la muerte —decía ya Plutarco—, experimenta la misma impresión que los que están iniciados en los grandes Misterios. Primero son carreras al azar, peligrosos recodos, marchas inquietantes y sin fin a través de las tinieblas. Luego, antes del final, el terror llega al colmo: escalofríos, temblores, sudores fríos, espanto». La impresión de muerte se obtiene empleando métodos más o menos brutales, por medios sumamente diversos; pero existe siempre. Le sigue casi inmediatamente una subida hacia la luz, una iluminación brusca; como dice igualmente Plutarco, «pero luego se ofrece a los ojos una luz maravillosa, se pasa por lugares puros y prados en los que retumban las voces y las danzas; palabras sagradas, apariciones divinas, inspiran religioso respeto. Entonces el hombre, ya perfecto e iniciado, hecho libre y paseándose sin impedimento, celebra los Misterios». Ese esquema fundamental («bajada» y luego «subida»), expresado en una multitud de símbolos diferentes, pero análogos, puede aplicarse a gran número de mitos y creencias. En los trabajos de P. Gordon y G. Persigout (véase Bibliografía), se encuentran notables tentativas por hallar la significación última del proceso iniciático; he aquí dos interpretaciones complementarias: las fases de la Iniciación reproducirían simbólicamente las del proceso cosmogónico (nacimiento del universo), la organización del caos por la Luz; sería también una especie de regeneración ficticia del ser, de reintegración a las prerrogativas que la humanidad ha perdido por la caída de Adán: por la Iniciación, los «iniciados» volverían a colocarse en las condiciones requeridas para alcanzar el Conocimiento perfecto… La Iniciación completa sería a la vez, según G. Persigout.
    1. Purificación del ser, que «muere» a sus deseos profanos para llegar a ser una criatura perfecta: es la «Gran Obra espiritual» de los alquimistas[6].
    2. Iluminación, que da el medio de encontrar la «Palabra perdida», de llegar al Conocimiento que nuestros antepasados perdieron.
    3. Reintegración simbólica en los privilegios que el individuo poseía en el origen, antes de la caída.
  2. Si las múltiples formas de iniciación ofrecen cada una distinta interpretación del esquema bajada-subida, muerte-resurrección, hay un tema sobre el cual todas están de acuerdo: el de la Sabiduría perdida: «Los reflejos del Conocimiento —escribe G. Persigout— brillan en el corazón de los Hombres, como en un espejo roto, cuya deformación aumenta por el hecho de que cada uno de los trozos dispersos se toma por un todo». De ahí la idea varias veces expresada de una Tradición secreta, trasmitida en las diversas épocas y en formas diferentes a toda una serie de Reveladores sucesivos, de modo que todas las religiones procederían, en realidad, de la misma Fuente… En nuestros días es sobre todo Rene Guénon[7] quien ha desarrollado la antigua concepción según la cual el esoterismo es algo anterior a la religión establecida: «donde la toma como soporte —escribe— en cuanto medio de expresión o de realización, no hace más que unirla efectivamente a su principio, y en realidad representa, frente a ella, la Tradición anterior a todas las formas exteriores particulares, religiosas u otras». La necesidad de atribuirse una tradición sumamente remota —hasta concebida como anterior al mundo en que vivimos— es común a todos los esoterismos; de ahí el problema de la «filiación iniciática»: cada agrupación ha intentado probar su fabulosa antigüedad gracias a la idea de una sucesión regular e ininterrumpida de adeptos, que forman una especie de «cadena» (cf. la preocupación de las Iglesias cristianas por establecer la «sucesión apostólica» de sus vicarios). A esta transmisión «horizontal» en el tiempo, por la conservación del patrimonio original a través de los estadios sucesivos de la humanidad, algunos agregan hasta una transmisión «vertical», intemporal, es decir, lo «suprahumano» a lo humano: esta idea de una «Iglesia invisible» y oculta a los profanos, depositaría de la tradición, se encuentra en los Rosa-cruces del siglo XVII y entre numerosos autores contemporáneos, como R. Guénon, que desarrolla la idea de los «centros espirituales», vinculados estos «a un centro supremo que constituye el depósito inmutable de la tradición primordial[8]».
  3. A la luz de lo que su iniciación les ha sugerido, muchos afiliados a sociedades secretas han desarrollado sistemas filosófico-religiosos, donde se encuentran las mismas ideas fundamentales:

    Como todos los ocultistas, los pensadores da ese género se han visto atormentados por los problemas más abstrusos: ¿Por qué hay algo, en lugar de totalmente nada? ¿Cómo fue creado el mundo? ¿Por qué existimos? ¿Por qué reina el mal en la tierra? ¿Cuál será la suerte del hombre y del universo?… Desde el principio el hombre ha querido conocer las causas de su origen, el fin de su existencia y su destino después de la muerte; y en todos los tiempos hubo sociedades secretas cuyos afiliados pretendieron estar en condiciones de comprender las leyes que rigen al mundo, y poseer el Secreto inefable que permite resolver el problema fundamental. «¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos?»: he ahí los tres interrogantes cruciales que se han planteado a muchas mentes, junto con el deseo innato que tiene el hombre de poseer un poder sin límites.

Sed de conocimiento integral, voluntad de poderío sobrenatural: tales son —escribe R. Le Forestier— las fuentes profundas de donde surge el Ocultismo, sean cuales fueren las formas que este adopte: «teología, teúrgia, magia anti-demoníaca, astrología o alquimia». Por lo demás, al margen de la iniciación misma, hubo también, en el pitagorismo o ciertas Gnosis por ejemplo, una verdadera enseñanza secreta, la divulgación de una doctrina a un círculo de auditores selectos. Pero es un error confundir «iniciación» y «doctrina secreta». (Así, la Cábala es una filosofía secreta, y no una «iniciación»).

En lo que se refiere a los sistemas mismos, que son teosofías que hacen amplio uso de los símbolos y de los mitos, únicos medios de explicar lo inefable, pueden parecer sumamente frondosos y extravagantes[9]. Pero es fácil descubrir su articulación general, que siempre responde al esquema: ¿Cómo han sido creados el universo y el hombre? ¿Cómo está constituido el mundo actual, y cuál es en este el lugar del ser humano? (o: «el principio, el medio y el fin de los tiempos»). En suma, son verdaderas «Filosofías de la Historia», tomando ese término en un sentido muy lato. En cuanto a las teorías, se encuentran casi todas las tesis clásicas del Ocultismo: el principio del mundo sobrenatural verdadera causa del mundo natural, pues lo que cae bajo el control de los sentidos es «un conjunto de cosas invisibles manifestadas visiblemente»; la analogía entre el universo, el «gran mundo» (macrocosmo) y el hombre, el «pequeño mundo» (microcosmo); las teorías sobre la Creación, que muy a menudo acuden a la unión de un principio masculino y de un principio femenino y hallan la antigua doctrina del Huevo del mundo, que contiene desde el comienzo, en estado de gérmenes, todos los seres que se desarrollarán y luego se diferenciarán mediante múltiples despliegues…

Esas corrientes de pensamiento designadas con el nombre general de Ocultismo han ejercido una influencia mucho más importante de cuanto a simple vista pudiera creerse: desde la más remota antigüedad ha existido una sucesión ininterrumpida de organizaciones más o menos secretas cuyos adeptos cultivaron las «Ciencias misteriosas»[10]; se halla igualmente un eco más o menos lejano en ciertas ceremonias religiosas, así como en diversas tradiciones populares. Sobre el particular pueden indicarse aquí las relaciones entre las organizaciones iniciáticas y las religiones «positivas»: estas últimas son, por su proselitismo, instituciones exotéricas, es decir, abiertas a todos sin distinción, en tanto que las Sociedades iniciáticas son esotéricas, es decir, reservadas, en principio, a los que poseen una calificación particular. En ciertos casos, el exoterismo y el esoterismo coexisten en el seno de un mismo grupo; entre los mormones, para tomar un ejemplo moderno, existen dos clases de ritos: los ritos públicos, accesibles a todos, y los ritos sagrados practicados en los templos, a los cuales solo pueden asistir los sacerdotes[11]. Pero, muy a menudo, las Iglesias empeñaron una lucha sin cuartel contra los cultos «secretos» y las doctrinas reservadas a «iniciados»: basta con recordar la lucha despiadada que el catolicismo llevó, desde su fundación, contra el esoterismo y los cenáculos iniciáticos.

La Iniciación y las Sociedades secretas entre los Primitivos. El caso de los pueblos llamados primitivos (que, según los ocultistas, serían al contrario sociedades regresivas, degeneradas, en que la mentalidad llamada «prelógica» representa los vestigios más groseros de la «palabra perdida») es de los más interesantes. La iniciación existe en dos grados:

  1. Hay primero una iniciación común a todos los miembros de la tribu: son los ritos del paso, que marcan la mutación brusca de la infancia al estado adulto. Se somete a los jóvenes, en el curso de una ceremonia pública que sobreexcita su imaginación, a pruebas físicas a menudo crueles (tatuajes, mutilaciones, etc.), sufridas con mucha frecuencia luego de un ayuno total muy prolongado. Todo esto apunta a mantener en los adolescentes un estado de alelamiento y temor de naturaleza hipnótica, en el curso del cual se enseñan a los neófitos las creencias fundamentales de la tribu. Hay en eso estrecha alianza entre las técnicas de gobierno y la magia, donde el orden social refleja fielmente el orden cósmico de la naturaleza. (La supervivencia lejana de esos «ritos de paso» se encuentra en las «novatadas» que en muchas grandes escuelas infligen los «antiguos» a los «nuevos», así como en la tendencia, mantenida en la sociedad moderna, de solemnizar la mayoría de edad).
  2. Pero existen igualmente, entre los primitivos, auténticas Sociedades secretas: los etnólogos han descrito, en África central, por ejemplo, numerosas asociaciones de brujos y de fetichistas, asociaciones a menudo rivales, cada una de las cuales posee un sistema de signos secretos de reconocimiento, una mitología particular y ceremonias distintas, a veces sangrientas.

Plan de estudio. Es necesario limitarse a algunos ejemplos característicos, tanto más cuanto que las agrupaciones cuya influencia ha sido real son, en verdad, de número bastante restringido. Seguiremos el plan siguiente:

  1. Las «organizaciones iniciáticas». (Preferimos el término «organizaciones», puesto que esos grupos, como hemos visto, son más bien cerrados que verdaderamente secretos). Cierto es que Oriente, particularmente China, las Indias y el Tibet, poseen gran número de ritos esotéricos, cultos de Misterios[12] sin contar las agrupaciones con fines sobre todo políticos… Pero la tarea superaría los límites de esta obra, y estudiaremos, en el orden cronológico, las agrupaciones iniciáticas del mundo mediterráneo, limitándonos a las principales:
  2. Las «Sociedades secretas políticas»: son más conocidas por el público que las precedentes. Nos contentaremos, pues, con dar los ejemplos más destacados, luego de haber estudiado las características generales[13].