De este modo hemos ofrecido al lector el cuadro de las principales sociedades secretas. Hubiéramos podido, si hubiésemos tenido lugar, dar más amplios de talles de esas organizaciones; hubiéramos podido, igualmente, mencionar muchas otras agrupaciones más o menos secretas, que nos hemos visto obligados a pasar por alto: entre las Sociedades «iniciáticas», los Odd Fellows (que son, después de la Francmasonería, la organización norteamericana que tiene el mayor número de afiliados), los Chevaliers de Pythias (que dicen continuar la Orden pitagórica, y están muy difundidos en los Estados Unidos), sin contar las múltiples capillitas que existen en ciudades como París (cf. las obras de P. Geyraud), Lyon, Nueva York, Londres o Berlín, ciudades donde las sectas religiosas desconocidas para la mayoría del público son legión; entre las Sociedades políticas, las organizaciones balcánicas (Comitadjis de Macedonia, Ustachis de Croacia, etc.), los Caballeros de Colón (Sociedad secreta católica, dirigida contra la francmasonería y difundida tanto en el Canadá como en los Estados Unidos), las agrupaciones clandestinas en la Rusia zarista, la Hetaira griega, las sociedades polacas, los Comuneros españoles en el siglo XIX, y muchas otras… Si solo quisiéramos enumerar todas las sociedades secretas que han existido, o existen aún, apenas hubiera bastado este trabajo.
Ahora quisiéramos dar una idea de la importancia que presenta el estudio objetivo de todos esos movimientos:
Las organizaciones iniciáticas nos muestran el «reverso de la decoración»: al lado de las filosofías «oficiales» y de las religiones «positivas», se entrevé todo un mundo extraño y oculto cuya influencia ha sido mucho más importante de cuanto se cree generalmente. En lo que se refiere a las sociedades políticas, es inútil destacar el papel de primer plano que han representado en la génesis de los diferentes cambios de régimen y de las revoluciones sucesivas, en todos los tiempos y en todos los países…
¿Por qué hay Sociedades secretas? Muy a menudo se ha planteado esa pregunta. Seguramente la respuesta será diferente según qué organización se encare y según los fines que esta persiga. Pero hay una comprobación general que los psicólogos han hecho a menudo: porque el ser humano es naturalmente propenso al secreto en todas sus formas, quiere preservar en él un santuario en el cual «los demás» no tendrán acceso, y porque posee igualmente el deseo, no de divulgar ese secreto, sino de compartirlo, con un pequeño número de allegados o de amigos: es particularmente típico en el caso de los niños que, se ha observado muchas veces, forman una suerte de mundo cerrado, que trata de substraerse a la atención de los adultos, y posee sus tradiciones particulares; existen costumbres, juegos, cuentos, estribillos, que los padres o maestros no enseñan, pero que los niños se trasmiten uno a otro[82]; a menudo se ha comprobado el hecho de que las más anodinas asociaciones quieren, con frecuencia, dárselas de sociedades secretas, e «inician» a sus adherentes.
Los hombres sienten más o menos confusamente el deseo de una jerarquía cualitativa, fundada, no en la fuerza o en la riqueza, sino en el valor, conferido este último por un rito, que adquiere valor sobrenatural y hace pasar al «iniciado» a un plano «superior»; como observa P. Geyraud, «el atavío que recibe un obrero carpintero Bon-Drille del Tour de France no le agrega un ápice suplementario a conocimientos técnicos en el arte de la madera; no aumenta, pues, su valor profesional en el sentido laico del vocablo. Pero le confiere otra calificación, una transposición en un plano superior, una especie de coeficiente sobrenatural». Eso explica igualmente la existencia de un juramento y de ritos de iniciación en el seno de los grupos puramente políticos, pues dicho ceremonial exterior confiere a los afiliados mayor confraternidad, mayor confianza en su papel. Ciertamente, los motivos por los cuales los individuos se afilian a sociedades secretas no son siempre elevados: al lado de los hombres que, en las organizaciones políticas, lucharon sinceramente por su ideal, hubo naturalmente «aprovechadores» o personajes que trataban únicamente de satisfacer sus instintos de violencia; y, en las sociedades iniciáticas, todos sabemos que a veces se han unido a ellas elementos poco interesantes: ambiciosos que especulaban con el espíritu de solidaridad que reina en ellas para «hacerse relaciones útiles»; charlatanes que explotaban la credulidad pública… Sea como fuere, hemos querido hacer un estudio estrictamente objetivo. El lector que deseare emprender investigaciones más adelantadas sobre todos los asuntos que hemos tratado, hallará a continuación una Bibliografía metódica.