Nimor se inclinó sobre el mapa de Menzoberranzan que estaba extendido sobre el suelo de la mina. Las esquinas estaban sujetas con trozos de plata del tamaño de un puño. Señaló con la espada.
—La araña que tenemos intención de matar tiene dos cabezas —dijo el drow a los tres duergars y dos demonios que estaban alrededor del mapa—. Cortad una de ellas y el cuerpo muere. —La punta del arma pinchó el borde meridional de la ciudad—. Una cabeza está aquí: Qu’ellarz’orl, la meseta donde está la primera casa. —Movió el arma, señaló un punto en el borde septentrional de la ciudad, donde una caverna más pequeña sobresalía de la principal—. La otra es Tier Breche, que aloja tres de las instituciones más importantes de Menzoberranzan: Sorcere, Melee-Magthere y, la más importante, el gran templo de Lloth, Arach-Tinilith.
—Duras piedras que romper —dijo Horgar, que estaba a la izquierda de Nimor.
El príncipe duergar apenas llegaba a la cintura del drow pero tenía los hombros más anchos que el delgado Nimor. Miraba el mapa con el ceño fruncido mientras se acariciaba la calva. Sus dos guardias —duergars como él, uno con una cicatriz que le iba desde el mentón hasta la oreja— tenían la mirada puesta en la pareja de semidemonios que estaban al otro lado del mapa.
—Exactamente, príncipe heredero —respondió Nimor—. Por eso quiero que los duergars acometan el asalto frontal a Tier Breche, por el túnel del norte. Tus tropas organizarán un asedio, entonces usarás las catapultas para lanzar bombas quemapiedras sobre Sorcere y Arach-Tinilith, y convertirlas en ruinas humeantes.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —dijo Horgar—. Ese túnel estará lleno de arañas de jade. Seríamos capaces de abrirnos paso con una o dos, pero no todas.
Con una sonrisa, Nimor metió la mano en un bolsillo y sacó media docena de óvalos planos de jade, cada uno con un agujero por el que pasaba una cadena de plata con un nombre grabado. Mientras los sostenía por los extremos de la cadena, Nimor los sacudió para que tintinearan.
—Gracias a un socio que consiguió entrar en Menzoberranzan, os garantizo que no serán un problema —dijo al duergar.
—¿Y dónde estarán los tanarukks mientras nosotros atacamos? ¿Defendiendo la retaguardia con valentía? —dijo el príncipe después de soltar un gruñido.
Eso provocó como respuesta otro gruñido de Kaanyr Vhok, que mostró sus dientes y llevó la mano a la empuñadura de su espada llena de runas.
—Mi Legión Flagelante puede vencer a tus hombres seta en cualquier momento —refunfuñó, con una mirada de enojo—. Porque incluso nuestros orcos serían un hueso duro de roer para…
Un tirón de Aliisza en el brazo contuvo su fanfarronada. Le lanzó una mirada aunque escuchó lo que ella le susurró a la oreja. Y bajó la espada lentamente.
—Caballeros, por favor —dijo Nimor—. Escuchadme. —Se volvió hacia Vhok—. La Legión Flagelante entrará en combate. Tomarás Donigarten, el suministro de agua y comida de la ciudad, y luego caerás sobre Qu’ellarz’orl desde el este. Eso obligará a las matronas a retirar sus defensores al sur y permitirá a los duergars tomar posiciones en el norte. Pero no todos los duergars. Al menos una compañía debe marchar junto a los tanarukks, entremezclarse con sus filas para dar la impresión de que nuestra fuerza se dedica a atacar la primera casa de Menzoberranzan.
—¿Seremos una mera distracción? —preguntó Vhok con el entrecejo fruncido.
—No del todo —le aseguró Nimor, con un centelleo en los ojos—. También tienes la oportunidad de vencer. Es una ocasión excelente. He dado los pasos necesarios para apartar a la casa Baenre de la batalla con una pequeña sorpresa. Una vez que eliminemos a Triel, las demás féminas de la casa Baenre empezarán a disputarse el trono. Las compañías que capitanean empezarán a luchar unas contra otras, lo que las mantendrá demasiado ocupadas para preocuparse por algo tan insignificante como defender la ciudad. Cuando las demás vean a Baenre confundida, notarán su debilidad y atacarán. Una o más de ellas intentarán usurpar la posición de Baenre como primera casa. Mientras están ocupadas luchando entre ellas, las tropas de Vhok pueden entrar y ocupar Qu’ellarz’orl.
—Una teoría interesante —dijo Vhok con el ceño aún fruncido.
—No es sólo teoría —replicó Nimor. Hizo una pausa y se sacudió el polvo de roca de la manga de su camisa gris—. Es la naturaleza drow. Somos como arañas que reaccionan al temblor de una telaraña. Cuando pensamos que tenemos la presa a nuestra merced, atacamos.
—Sólo que esta vez, los drows serán la presa —dijo Nimor—. Menzoberranzan caerá. Te lo garantizo.
Triel observó con mirada gélida al prisionero que estaba ante ella, un joven drow. Estaba tirado de espaldas, en el suelo de la sala de audiencias, las muñecas atadas a la espalda, y presos los tobillos también. Los pantalones negros y la camisa estaban hechos jirones. Los cortes revelaban innumerables desgarros que goteaban sangre en el suelo. El cabello en un lado de la cabeza estaba quemado y la cara se le veía llena de ampollas. Tenía un ojo cerrado que le lloraba, el párpado hinchado, pero el otro miraba a Triel desafiante.
Triel arrugó la nariz ante el hedor del pelo y la piel quemada mientras jugaba con una daga, la que quedaba en la bandolera del tipo cuando lo capturaron. Podía decir por el hormigueo que sentía en los dedos que era mágica; al igual que las otras cuatro que mataron a otros tantos de los guardias de élite.
—Ésta es el arma de un asesino —comentó, mientras se la entregaba a una de las féminas que la flanqueaban: dos de las guardias de la casa que la asistían en todo momento, con los escudos mágicos y las mazas preparadas.
Un tercer miembro de la guardia, una oficial, dio un paso al frente para acabar el informe.
—Capturamos al intruso en el quinto nivel, matrona Baenre —dijo—. Creemos que pretendía llegar a tus aposentos.
Triel miró a la oficial, que, a pesar de todo lo que pasaba, parecía como si le acabaran de pasar revista. La cota de malla de adamantita era de un negro lustroso y tenía el largo cabello blanco trenzado con esmero. Permanecía atenta, una maza pulida colgaba de su cinturón y tenía una ballesta de mano atada a cada muñeca. Cinco arañas negras, bordadas en el hombro de la túnica plateada, anunciaban su rango.
—¿Cómo consiguió entrar, capitana…? —Triel dejó que la frase quedara en el aire, una invitación evidente para que dijera el nombre.
—Capitana Maignith —respondió la mujer, que cruzó una mirada con Triel durante el tiempo apropiado—. No entró por ninguna de las puertas de abajo. Pregunté a la guardia, a conciencia. Todas estaban en sus puestos y las defensas aún están activas. No consiguió deslizarse entre nosotras. Tiene que haber venido de arriba.
Dicho eso, la capitana Maignith miró al segundo oficial, un teniente de los jinetes de lagartos, que estaba varios pasos atrás, como correspondía a un varón. Vestía pantalones ajustados de cuero acolchado y un piwafwi con cenefas plateadas. Llevaba el casco plateado en el brazo y parecía tener problemas para mirar a Triel a los ojos.
—Matrona, yo… Mis jinetes no vieron nada en la muralla exterior —tartamudeó.
Triel, divertida, captó el tono de las palabras. Un pendiente mágico le dijo que el teniente decía la verdad, como esperaba. No oía los trinos reverberantes que acompañaban a la mentira.
Jugueteó con el mango del látigo que colgaba de su cinturón, gemelo del que llevaba su hermana Quenthel. Las víboras sisearon, expectantes, percibiendo su deseo. El teniente se merecía un castigo y lo recibiría a su debido tiempo.
Su mano se apartó del látigo.
—Ve a por tu lagarto —dijo.
El teniente dudó un momento demasiado largo, con una mezcla de alivio y desconcierto en la cara. De pronto, al recordar su posición, hizo una profunda reverencia y se fue.
El cautivo sonrió satisfecho, complacido por el revuelo que había causado.
A Triel no le gustó la mirada y sacó una varita de hierro trenzado que colgaba junto a su látigo. La punta tenía una diminuta pluma blanca que apuntó al cautivo mientras pronunciaba la palabra de activación. De la varita no salió nada, pero el efecto fue instantáneo. El cautivo gritó, un sonido de horror que reverberó en la sala de audiencias. Si sus manos hubieran estado libres, habría abrazado sus piernas. Se sacudió de atrás a delante, entre gimoteos. Cuando Maignith le dio un golpe con la punta de la bota gritó de nuevo y se apartó un poco, dejó ver una mancha de orina entre las salpicaduras de sangre.
Triel suspiró. No deseaba perder el tiempo. Había muchos temas que requerían su atención. En las afueras de Menzoberranzan, un ejército de duergars, tanarukks y otras razas menores se preparaba para asaltar la ciudad. Triel debería estar en la sala de guerra, hablando con los oficiales que tenían que mantener a raya a los invasores, pero habían intentado asesinarla. No era el primero, por supuesto, y necesitaba saber quién estaba detrás.
¿Una de sus hermanas había decidido que lo haría mejor como matrona? ¿Necesitaba Triel fortalecer las defensas internas? ¿Otra de las casas nobles había enviado al asesino? ¿Quizá la casa Barrison Del’Armgo? Eso parecía improbable, pues la segunda casa estaba igual de débil que la de Baenre. Después de la desastrosa batalla en los Pilares del Infortunio, Mez’Barris volvió con lo que quedaba de sus dispersas tropas, y con el penoso relato de cómo sus tropas habían perdido un cuarto de sus fuerzas en un túnel secundario y todo su convoy de suministros.
Mientras esperaba a que volviera el teniente con el lagarto, Triel caminó hacia la silla, parecida a un trono. Era enorme, tenía forma de araña forjada en adamantita sólida y se apoyaba en ocho patas curvadas. La silla estaba imbuida de poderosos conjuros, uno de los más importantes era un símbolo mágico que devolvería al instante cualquier ataque dirigido a la matrona al que fuera lo bastante idiota para llevarlo a cabo. La silla era un símbolo de Lloth, pero aunque la diosa permanecía en silencio, su magia aún funcionaba, pues estaba encantada por magos.
Mientras Triel permanecía sentada con las piernas cruzadas en la silla (las dos guardianas personales se acercaron para permanecer a su lado) pensó en Gomph y se preguntó, una vez más, dónde estaba el archimago de la ciudad.
La puerta de la sala de audiencias se abrió y el olor rancio a lagarto flotó por la habitación. El teniente entró, dirigiendo la montura por las riendas. El lagarto entró con dificultad por la puerta, las almohadillas pegajosas de su patas producían débiles sonidos de succión cuando las levantaba del suelo. Con un cuerpo dos veces más grande que el de un drow (tres si se contaba la cola) era un espectáculo formidable. Su piel correosa relucía con una luminiscencia azul que alumbraba un poco la sala, de otro modo oscura. Mientras dejaba atrás al cautivo, volvió la cabeza a un lado, para inhalar el olor del prisionero. El asesino, aún bajo los efectos de la varita de Triel, gimoteó y se encogió.
La matrona tamborileó con los dedos en el frío metal del trono.
—Por lo que veo —dijo expresando en voz alta sus pensamientos—, el asesino no podía escalar la parte exterior de la estalagmita. Si así fuera, los lagartos habrían identificado su olor. El teniente cerró los ojos, aliviado.
—Lo que hace que me pregunte una cosa —continuó Triel—. ¿Cómo consiguió entrar?
La lengua del lagarto siguió con su típico movimiento, mientras lamía la sangre derramada por el suelo. Sus ojos negros miraban al cautivo sin pestañear.
Triel sonrió.
—Tu montura parece hambrienta, teniente —comentó—. ¿Por qué no le sueltas el bozal y dejas que se alimente?… de una parte no vital, por supuesto.
Con una sonrisa, el teniente hizo lo que le ordenaban.
El lagarto tensó la cola, expectante, su piel luminiscente se tornó, durante un momento, de un azul más oscuro, pero esperó a la señal de su amo antes de saltar hacia adelante. Los colmillos quebraron el hueso con un fuerte crujido. Cercenaron las piernas del asesino a la altura de los tobillos. El asesino soltó un chillido mientras sus pies desaparecían en la boca del lagarto. Y quedó inconsciente.
El oficial agarró las riendas del lagarto y lo apartó.
Triel miró sin inmutarse la sangre que caía a borbotones sobre el suelo.
—Cauterizad esas heridas —ordenó.
Obedientemente, Maignith dio un paso al frente y golpeó los tobillos del prisionero con la cabeza de la maza. La magia del arma provocó una llamarada y cauterizó las heridas. Cuando éstas dejaron de sisear, Maignith agarró lo que quedaba del pelo del asesino, le tiró la cabeza atrás y le dio una bofetada para despertarlo.
El único ojo visible del asesino pestañeó y se abrió. La cara quemada, antes roja, se había vuelto gris.
—¿Quieres vivir? —preguntó Triel.
Al menos, el asesino parecía recuperado de los efectos de la varita.
—Vas a matarme de todas formas —barboteó.
—No necesariamente —respondió Triel—. Es obvio que posees algo de talento para acercarte tanto a mis aposentos. Quizá te reclute para mi casa.
—¿Sin pies?
—Tenemos magia regenerativa —respondió Triel.
—Ya no —dijo el asesino, estremecido al intentar una sonrisa—. Lloth está muerta.
—¡Blasfemo! —gritó Triel, después de ponerse en pie y de sacar el látigo.
Durante un instante o dos, las víboras del látigo se retorcieron, entre siseos de furia. ¿Cómo se atrevía ese varón a hablarle de este modo? Ella, que fue la primera en recibir el favor de Lloth y matrona de la casa Baenre. En las profundidades de su mente reconoció que el miedo gobernaba su furia. La ausencia de noticias de Quenthel la llenaba de preocupación, que crecía a cada ciclo que pasaba. Pero si Lloth despertaba de su silencio y descubría que Triel no había castigado al varón por su insolencia…
Entonces Triel se dio cuenta de que la estaba provocando. El asesino pretendía que se acercara. No veía qué ataque podría lanzarle, herido y atado con cuerdas mágicas como estaba, pero no había sobrevivido tantos siglos por subestimar a sus enemigos. Acarició cada una de las víboras para calmarlas y luego volvió a guardar el látigo.
La gracia de Lloth estaba fuera de su alcance, pero Triel tenía otras habilidades mágicas a su disposición. Usó una: el poder de su voz. Bajó hasta un tono seductor y sedoso, que vibraba con energía mágica y empezó a plantar una sugestión en la mente del cautivo.
—También podrías decirme quién te envió —le dijo—. Si es la matrona de otra casa, no tiene nada que temer. No voy a malgastar mis tropas en devolverle el golpe con este asedio. Si es una de mis hermanas, ganarás lo mismo por servirme a mí. Así que dime… ¿quién te contrató?
—No soy un simple mercenario —dijo el asesino entre dientes. Ah, el orgullo. Triel podía trabajar con eso.
—Por supuesto que no. Estás orgulloso de quién eres. ¿Por qué no compartes esa información conmigo? Seguro que al hablarme de ti no traicionas a la matrona que te envió.
—No sirvo a mujeres —escupió el asesino—. Y pronto ningún varón lo hará. El Señor Oculto se encargará de ello.
Una onda de tensión atravesó la habitación cuando los oficiales y guardias reaccionaron a oír el nombre. Con esfuerzo, Triel mantuvo la compostura. Se centró en la información que se le acababa de escapar.
El culto a Vhaeraun estaba terminantemente prohibido en Menzoberranzan. Admitir que uno lo seguía equivalía a suicidarse lentamente, pues sus adoradores eran torturados hasta la muerte en un esfuerzo por sonsacarles los nombres de otros blasfemos. El asesino acababa de firmar su sentencia de muerte, lo que significaba que cualquier promesa que hiciera Triel para perdonarle la vida sería inútil.
No, quería morir. Y despacio.
Triel bajó la mirada hacia él.
—Si esperas que Vhaeraun te recompense, piénsatelo de nuevo —le dijo—. Fallaste. Tendrás suerte si tu dios se levanta la máscara para escupirte. Y tus compañeros de conjura son débiles. Mira lo que han enviado para hacer el trabajo, ¿un chico? No merecen ni mi desprecio.
El ojo bueno del asesino brilló.
—Ríe mientras puedas —replicó—. Pronto llorarás, cuando llegue la Jaezred Chaulssin.
Triel sonrió para sí cuando pensó en el nombre. Era obvio que se trataba de una organización, quizá surgida durante la rebelión de esclavos que habían sofocado hacía muy poco. ¿Serían algunos andrajosos refugiados de las ruinas de la ciudad llamada Chaulssin?
—Nunca he oído hablar de Jaezred Chaulssin —dijo con desdén—. Son tan insignificantes como ineficaces.
—Sí, muy ineficaces. Mi señor trajo un ejército hasta el umbral de tus puertas —dijo el prisionero después de soltar un graznido a modo de carcajada.
Triel tomó buena nota de la información.
—¿Entonces tu señor es un duergar… o un tanarukk? ¿Kaanyr Vhok?
—Mucho más que eso. Mucho más que ese mercenario de Vhok. Mi señor tiene poderes con los que sólo has soñado. Fue él quien planeó la derrota de tu ejército en la batalla de los Pilares del Infortunio.
—Ah, ¿fue él? —preguntó Triel mientras levantaba una ceja. Imaginaba a quién se refería pero necesitaba confirmarlo—. Entonces no hay duda de que le gustaría que supiera su nombre; saber qué varón se ha atrevido a atacar a la matrona Baenre en su propio hogar. O tiene miedo de mí, como deberían tener todos los buenos jovencitos drows.
Esa pulla, combinada con la sugestión mágica de Triel, inclinó la balanza.
—Mi señor no es drow normal y corriente —dijo—. Nimor es…
Se calló, consciente de que había revelado demasiado.
—¿Nimor? —gruñó Triel. El nombre era desconocido. Entonces cayó en la cuenta—: Quieres decir el capitán Zhayemd de Agrach Dyrr, ¿no es así? ¿El traidor que condujo el ejército duergar hasta nuestras puertas?
—Muy pronto, tu señor —asintió el asesino, desafiante.
Triel pensó en ello un momento. Zhayemd era un nombre falso; ¿también era falsa su pertenencia a la sexta casa? Se preguntó hasta dónde llegaba la traición de Agrach Dyrr. ¿Nimor persuadió a los soldados para atacar a sus aliados o tenía el respaldo de la misma casa? Ésa era una cuestión importante, pues el hogar de Agrach Dyrr estaba asediado por fuerzas de Menzoberranzan, que serían más útiles contra duergars y tanarukks.
Triel decidió echarse un farol.
—Sabía que tu señor no era un Agrach Dyrr —le dijo al asesino—. Nunca lo había visto antes; conozco a todos los oficiales importantes de esa casa. La matrona Yasraena y yo somos… aliadas. Hasta donde lo pueden ser dos matronas.
—Yasraena Dyrr no tiene importancia.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Triel, poniéndose rígida.
—Un varón gobierna la casa Agrach Dyrr: el liche drow. Vhaeraun ha restablecido el orden natural de las cosas, igual que hará en todo Menzoberranzan, cuando ganemos esta guerra.
Triel oyó una respiración leve a su lado y recordó al teniente. Rápida como una serpiente, dio un latigazo en su dirección. Las cinco víboras, entre siseos de alegría, hundieron sus colmillos en la piel oscura. El oficial se quedó inmovilizado y luego soltó un débil barboteo cuando puso los ojos en blanco. Se desplomó en el suelo como una estalactita rota.
El lagarto lo olfateó una vez y de inmediato se puso a comer, masticando la cabeza con fuertes crujidos. Triel miró a Maignith.
—Ni una palabra de esto a nadie.
—Cuenta con nuestro silencio, matrona —dijo Maignith, después de dirigir una significativa mirada a cada una de las guardianas que estaban a ambos lados de Triel.
La matrona se volvió al cautivo. Estaba encantada de que al final sucumbiera a su sugestión mágica. Le estaba dando más información, de la que había esperado. Se humedeció los labios como un lagarto que olía sangre y siguió adelante.
—¿Fue el liche quien te envió aquí? ¿Fue su magia la que te trajo?
—No… y no.
—¿Quién lo hizo, entonces?
—El mismo Nimor. Y aunque he fallado, él no. Para él tus defensas son tan débiles como telarañas. Me escoltó entre las sombras hasta tu fortaleza sin problemas.
—¿Nimor está entre estas paredes? —jadeó Maignith.
—Lo estaba —respondió el asesino con una sonrisa de satisfacción.
Triel frunció el entrecejo. No era por el hecho de que Nimor fuera capaz de infiltrarse en el corazón de la casa Baenre —la masiva estalagmita vaciada para formar el Gran Montículo— sino que después de cumplir tal proeza, se habría ido de nuevo. El problema era por que no se había quedado para atacar. ¿Por qué dejar atrás a un débil vasallo para hacer el intento? Era evidente que sabía que lo iban a apresar.
El asesino interrumpió sus reflexiones con una carcajada.
—Pronto verás el poder de Nimor y su grandeza, cuando dirija el asalto final contra esta casa. Eso si vives para…
Triel descubrió que el desafío y la entereza nunca se habían desvanecido de la mirada del asesino, durante todo el tiempo que había estado hablando. Y sólo había bajado la vista de la silla cuando pensaba que ella no lo miraba.
—¡Guardias! —gritó—. ¡Escudos!
Al instante, las mujeres que la flanqueaban se pusieron en movimiento, y levantaron los escudos entre Triel y la única amenaza posible: el asesino.
En el momento que los dos escudos chocaron, la sala de audiencias se llenó de un estallido de energía mágica. Las llamas surgieron desde donde estaba el asesino. El rugido fue tan fuerte en los tímpanos de Triel que casi ahogó los gritos de los guardias, cuyos cuerpos se ennegrecían como la carne requemada.
La magia de los escudos resistió, y la fuerza de la explosión se hizo sentir por encima, por debajo y alrededor de la silla donde Triel estaba encogida. Sintió aquel baño de calor como poco más que un rubor, pero nada del estallido, a excepción de que los escudos se vieron empujados hacia atrás, contra la silla. El trono no acusó la explosión de la bola de fuego que el asesino llevaba en su interior. Triel imaginaba el porqué. El ataque estaba dirigido al asesino que la llevaba, no a ella. La información sobre Nimor —y que éste sabía dónde interrogarían al fallido asesino— era incuestionable.
Todo esto lo descubrió en el instante que siguió a la explosión, la cual le asaeteó los tímpanos de pitidos.
Maignith y las otras dos guardianas yacían en el suelo tan quemadas que resultaban irreconocibles. El lagarto, también, acurrucado e inmóvil en una esquina de la sala.
Su piel ya no brillaba.
Del cuerpo del asesino sólo quedaban los huesos, que brillaban como ascuas mientras desprendían un humo negro y aceitoso.
Triel se estremeció, consciente de que había estaba a punto de morir. Por un momento supo lo que era el miedo. No era de extrañar que el asesino tuviera tantas ganas de hablar. Necesitaba mantenerla cerca hasta que el conjuro se activara.
Triel oyó ruido de pasos en el vestíbulo. Se acercaban a toda velocidad a la puerta de la sala de audiencias. Asió las patas de su silla, con fuerza para dominar el temblor de las manos. Estremecida ante el olor a carne quemada, miró por encima del cuerpo ennegrecido de su guardiana. Y vio a una capitana de la guardia de la casa que entraba en la sala. Los ojos de la mujer mostraron asombro cuando vio los cuerpos achicharrados.
—Matrona —jadeó. La capitana estaba sin aliento, como si hubiera corrido—. ¡El enemigo se acerca a la ciudad!
—¿Por dónde?
—Por las cavernas del sureste. Nuestras patrullas tuvieron una escaramuza con ellos en la Caverna de los Tentáculos Seccionados y en la Cueva de Ablonsheir.
—¿Eran tanarukks o duergars lo que encontraron las patrullas? —preguntó Triel.
—Ambos, pero la mayoría eran tanarukks.
—¿Cuántos?
—Imposible decirlo —dijo la capitana después de encogerse de hombros—. Pero parece que los ejércitos se han unido y se abren paso a toda velocidad por el Dominio Oscuro. Alcanzarán los aledaños de la ciudad en cualquier momento.
Triel apretó los dientes. ¿Se trataba de una maniobra de diversión… o de un asalto en masa? A juzgar por el avance, los tanarukks y duergars intentaban entrar en Menzoberranzan por uno de los nueve túneles que había entre el lago Donigarten y el borde de la meseta, pero ¿por cuál saldrían? Y si conseguían entrar en la gran caverna, ¿cuál sería su blanco? En circunstancias normales, esperaría que los atacantes presionaran por el norte, a través de la gran caverna, cortando Donigarten y los depósitos de hongos, el principal suministro de agua y comida de la ciudad, para asegurarse de que Menzoberranzan no tendría sustento durante el asedio. Pero dado el momento escogido para el intento de asesinato (que si hubiera tenido éxito, habría hundido a su casa en el caos) quizá tenían otro blanco. La casa Baenre sería el primer objetivo en un asalto a Qu’ellarz’orl. Si estaba en lo cierto, la fuerza principal de ataque vendría por los túneles más cercanos a la meseta.
¿Aún tenía tiempo de cerrar la brecha? No se atrevía a enviar la guardia de la casa. Sería necesaria para defender el complejo Baenre si el enemigo entraba en la ciudad. Sólo había una compañía Baenre lo bastante cerca.
—Retira nuestras tropas del asedio de la casa Agrach Dyrr —ordenó Triel—. Envíalas inmediatamente a las cavernas que están por debajo del extremo oriental de la meseta. Ordénales que resistan a cualquier precio. Y diles a las demás casas que envíen sus tropas para defender las demás cavernas que conducen a Narbondellyn. La casa Barrison Del’Armgo en especial. Nuestras tropas serán las primeras en soportar lo más duro del asalto, pero Del’Armgo debe reforzarnos. Deja Agrach Dyrr a los Xorlarrin.
—Como ordenes, matrona —dijo la capitana con una reverencia.
Cuando la capitana se alejó a toda prisa, Triel se mordió el labio, rogando haber tomado la decisión correcta.
¿Dónde infiernos estaba Gomph cuando más se le necesitaba?