Capítulo treinta y seis

Gomph esperó en la gran cámara del templo de la casa Baenre, observando a través de los ojos de Kyorli cómo los miembros de la guardia de la casa arrastraban a los prisioneros, atados por los tobillos y las muñecas, para ejecutarlos. Una compañía de soldados de la casa Agrach Dyrr había intentado salir del complejo después de que la casa Baenre retirara las tropas para luchar contra los tanarukks, pero por fortuna, los soldados de la casa Xorlarrin los capturaron. La casa Baenre había reclamado esos prisioneros como botín, prisioneros que serían «sacrificados» en el templo, por el bien que harían. Pero, con la diosa muda, ¿realmente serviría de algo?

Mientras apremiaban al prisionero de la casa Agrach Dyrr hacia el templo (a diferencia de los otros, no muy herido), Gomph se interpuso en el camino del guardia que lo arrastraba y levantó una mano.

El guardia se detuvo de inmediato.

—¿Archimago?

Gomph se agachó y bajó a Kyorli hasta la altura del prisionero. Usó la vista de la rata para mirar a los ojos del preso, que le lanzó una mirada desafiante.

Sí. Ese iría bien.

—Este cautivo no va a ser ejecutado…, sacrificado —le dijo al guardia—. Llévalo a Sorcere y entrégaselo al maestro Nauzhror. Dile que necesito al prisionero de guerra… para mis propósitos.

De las profundidades del templo, detrás de las puertas de adamantita que llevaban al santuario de Lloth, llegó un grito agudo y áspero, seguido de una voz suplicante. Mientras tanto, unos esclavos transportaban el cuerpo del último soldado que acababan de ejecutar. Pasaron ante Gomph y lo tiraron fuera, a los pies de un lagarto de monta. Un momento más tarde, Gomph oyó cómo éste mordía y deglutía. Era el sonido de un lagarto que disfrutaba del banquete de la victoria.

El prisionero paseó la mirada de Gomph al cuerpo que se estaba comiendo el lagarto, como si intentara dilucidar quién era menos malo.

—Gracias, archimago —dijo el Dyrr—. Te serviré bien.

—Quizá lo harás —dijo Gomph con una sonrisa—. Parte de ti, al menos. —Entonces, de pie, se dirigió al guardia—. Llévatelo.

Mientras esperaba a que terminaran los sacrificios, Gomph levantó la cabeza y forzó la mirada para mirar al techo. Mediante la vista de Kyorli, vio movimiento (el rápido movimiento de las arañas cuyas telarañas llenaban la gran bóveda), pero sin detalle. Las telarañas eran una bruma, los hilos borrosos. Kyorli sólo veía a una distancia limitada. Las ratas confiaban más en el olfato y el tacto de sus bigotes que en la vista.

Gomph tendría que ser cuidadoso. Triel había sabido por Andzrel lo que le había pasado. Pero de momento seguía engañada, porque le aseguró que las pociones le habían devuelto la vista. Como los demás nobles de la casa Baenre no se fijaba en Kyorli (su mascota); pero si descubría que el archimago de Menzoberranzan estaba ciego, lo consideraría débil. Y a los débiles —en la casa Baenre, al igual que en las demás casas de Menzoberranzan—, se les jubilaba sin contemplaciones.

Con eso en mente, se volvió al oír que se acercaban unos pasos por detrás de las puertas de adamantita. Al mirar a través de los ojos de Kyorli, advirtió a Triel entre las sacerdotisas que se desplegaban por la gran cámara.

—Matrona —dijo con una profunda reverencia—. Tengo noticias. Buenas noticias.

Triel avanzó hacia él. Los bigotes de Kyorli le hicieron cosquillas al archimago en la mejilla cuando la rata se estiró para olfatear. Gomph vio que unas líneas rojas cruzaban la cara y el pelo de la matrona, salpicaduras de la sangre por los latigazos que había dado. Las serpientes de su látigo se agitaban, las lenguas lamían las manchas de sangre en forma de telaraña que tenía en la túnica blanca.

—¿Sabes algo de Quenthel? —preguntó Triel.

—Sí —respondió Gomph.

Siempre atento a la telaraña política y su lugar en ella, Gomph omitió cualquier referencia a Pharaun. Sólo mencionaría a su subalterno si se le preguntaba por él.

—Quenthel y los demás han descubierto el paradero de un barco del caos y planean navegar hasta el Abismo —dijo—. Allí descubrirán qué ha pasado con Lloth. Pronto acabarán nuestros problemas. Si es que nuestra hermana es digna de la tarea que le encomendaste.

Justo como Pharaun había esperado, Triel sonrió ante el comentario irónico de Gomph.

—Nuestra hermana es menos brillante que algunas, pero es leal… cuando le conviene —concedió Triel—. En especial en asuntos que conciernen a Lloth.

Gomph juró para sus adentros cuando la atención de Kyorli se centró en una de las arañas que había descendido, de pronto, frente a ellos. La cara de Triel era un borrón, y no era capaz de leer su expresión; pero si obligaba a Kyorli a volver la cabeza revelaría su debilidad.

—Ya veo —dijo el archimago, mientras asentía con aire pensativo.

—¿Seguro? —preguntó Triel, y su tono era algo burlón.

Por fortuna, la araña que observaba Kyorli se situó detrás de Triel, y eso la situó en el ángulo de visión de la rata. Al ver a través de los ojos de Kyorli, Gomph vio que los dedos de Triel se movían.

Entonces sabes que Quenthel ha estado en el Abismo más de una vez, señaló.

—Por supuesto —respondió Gomph con suavidad—. Encubriste su muerte con bastante cuidado, pero tengo mis métodos para descubrir los secretos más oscuros de la casa. ¿Adónde más podría haber ido el alma de Quenthel, durante los cuatros años que transcurrieron entre su muerte y su resurrección? Entiendo por qué la escogiste. Sólo me pregunto…

—¿Qué? —espetó Triel.

—Por qué la diosa la envió de vuelta —continuó Gomph—. Seguro que Quenthel era una sirvienta leal. ¿No habría querido Lloth tenerla cerca?

—Quizá tenía otros planes para Quenthel —respondió Triel—. Asumir el liderazgo de Arach-Tinilith, por ejemplo, que es precisamente lo que ocurrió.

—O llevar a cabo la tarea actual —añadió Gomph—. Seguro que está entre los poderes de nuestra diosa prever las crisis y prepararse con tiempo para afrontarla.

—Desde luego —respondió Triel—. ¿Quién mejor que ella, que conoce el terreno, para conducir una expedición al Abismo? —Hizo una pausa—. ¿Eso es todo lo que tienes que informar?

—Por el momento —dijo Gomph, después de hacer una reverencia—, matrona. Te lo haré saber tan pronto como reciba otro informe.

Triel lo despidió y se alejó.

Gomph suspiró aliviado y sacudió la cabeza. Si Triel sabía que aún estaba ciego, lo dejaba pasar. Si Lloth les concediera conjuros, Triel y las demás sacerdotisas le habrían hecho recuperar la vista en un momento. El hecho de que ninguna de ellas pudiera hacerlo era otro recordatorio de los poderes que ya no poseían. Dejarle con su fingida vista ayudaba a Triel a mantener su ficción de poder.

Mientras se dirigía a la salida del templo, se preguntó qué encontraría Quenthel en la Red de Pozos Demoníacos y por qué la habían devuelto a Menzoberranzan hacía años, si iba a acabar dirigiendo una expedición al Abismo. Quizá su hermana formaba parte de un designio superior de la Reina Araña. Si era así, a su vuelta a la Ciudad de las Arañas la balanza del poder se inclinaría a su favor; seguro que lo haría si tenía éxito en la empresa. No podía perder de vista a Quenthel.

Por decirlo así.

Aliisza se agachó en el saliente que daba al lago y bajó la mirada hacia el barco. Era de fabricación demoníaca; eso estaba claro por el hueso y el tejido vivo que se había usado para construirlo. En cubierta había cuatro drows y un draegloth: Pharaun y sus compañeros.

El mago y la sacerdotisa Quenthel discutían; igual que cuando Aliisza se los encontró por primera vez cerca de Ammarindar. Detrás, el draegloth insultaba a un uridezu que parecía estar atado a la cubierta. El uridezu se estiró, rechinando los dientes, mientras el draegloth sostenía una rata por la cola y luego le arrancaba la cabeza de un mordisco. Los demás drows, el mercenario y la bella fémina que tanto irritaba a Aliisza, parecían mantenerse apartados de la discusión, esperando con paciencia a que acabara.

Los ojos de Aliisza se demoraron en Pharaun que vestía con elegancia, como siempre, con ese precioso cabello blanco. Por los fragmentos de discusión que le llegaban, parecía que el grupo de drows partiría pronto; aunque quizá había alguna duda sobre cuántos de ellos harían el viaje. Alguien, o algo, tenía que servir de alimento…

Ah. Era eso.

—Es un barco del caos —dijo Aliisza en voz alta, orgullosa de sí misma. Luego pensó que era un detalle que le gustaría saber a Kaanyr.

—¿Adónde planeas navegar, mi querido Pharaun? —reflexionó Aliisza—. ¿El Abismo? —Soltó una carcajada y se apartó el cabello negro y rizado.

—Seguro que preferirías quedarte y pasar algún tiempo conmigo antes que visitar a tu horrible diosa. Al menos, estoy viva… y soy sensible a tus plegarias.

Ahogó una risita y decidió demorar el informe a Kaanyr Vhok: de cualquier modo estaba demasiado ocupado con el aburrido asedio. Se quedaría en el Lago de las Sombras y tendría algo de diversión.

«El placer —reflexionó— debería estar antes que los negocios».

«Siempre…».