Capítulo veintiséis

Gomph se acercó a zancadas al capitán que examinaba el silencioso campo de batalla, con los brazos cruzados sobre la coraza de mithril. Los ojos de Andzrel mostraban una expresión satisfecha mientras paseaba la mirada por el destrozado bosque de hongos y los cadáveres de los tanarukks que salpicaban el suelo como troncos talados.

—Llevad los cuerpos a los corrales —dijo el maestro de armas Baenre a los soldados—. Los usaremos de pienso para los lagartos.

Mientras hablaba, limpió la sangre de la espada con un trozo de tela. Inspeccionó la hoja, sonrió y la metió en la vaina que llevaba en el cinturón.

—Yo no guardaría eso ahora —dijo Gomph—. Lo necesitarás.

Andzrel se volvió, con una expresión de sorpresa en la cara.

—¡Archimago! —exclamó—. ¿Dónde infiernos te habías metido?

—No a tanta profundidad, pero bastante cerca —bromeó el archimago—. Te lo explicaré más tarde. —Miró a su alrededor—. ¿Cómo van las cosas por aquí?

—Todo está bajo control —comunicó Andzrel. Hizo un gesto hacia la boca del túnel que había en la pared de la gran caverna. Delante había un montón de tanarukks muertos—. Hemos empujado al enemigo al Dominio Oscuro. Se retiran para reagruparse. ¿Y Tier Breche?

—Tranquilo, por el momento —respondió Gomph—. El enemigo también se ha retirado de ese frente y hemos sellado el pozo por el que entraban. Pero a la larga los duergars se cohesionarán, se reunirán con otras unidades en algún punto de los túneles y reanudarán el asedio en cualquier parte. Sin embargo, antes de que tengan oportunidad de hacer eso, necesito que me ayudes.

—¿Algo diferente a la eliminación de cadáveres?

Gomph asintió.

—Habla —dijo Andzrel con una sonrisa.

El archimago miró uno de los cuerpos cercanos. Parte orco, parte demonio, el tanarukk era una monstruosidad robusta cubierta de zonas de pelo tosco y escamas con la apariencia de costras. Una mandíbula larga destacaba por debajo de un hocico chato, y los colmillos que se curvaban sobre el labio superior estaban picados y amarillentos. Su frente baja e inclinada le daba apariencia de idiota, impresión que acentuaba la mirada sin vida de los ojos rojos.

—Necesito atravesar las líneas enemigas —empezó Gomph—. Y una escolta. Un soldado, mejor que un mago. —Movió al tanarukk muerto con el pie—. Dime, Andzrel, ¿alguna vez han transformado tu cuerpo?

—Una vez —respondió Andzrel—. Hace años, en lagarto. Una broma de un arrogante arribista que pensó que ensillarme y cabalgarme me pondría en mi lugar. Después de darle un mordisco, pensó que ya no era tan divertido y me devolvió mi forma.

Gomph sonrió. Recordaba el día en que Nauzhror llegó cojeando a Sorcere, exigiendo un cojín porque era incapaz de sentarse. Lo llamó accidente de equitación, hasta que uno de los otros estudiantes usó un conjuro para mirar a través de la ropa y descubrió un mordisco en las nalgas. El joven y pomposo Nauzhror fue el blanco de muchas bromas después de eso.

—No daré pie a que uses los colmillos conmigo —le dijo Gomph a Andzrel con burlona solemnidad.

Los soldados tanarukks se retiraban en desorden por los túneles, gruñían y se mordían entre ellos cada vez que la estrechez causaba un atasco. Por todas partes resonaba el ruido metálico de las armas y armaduras, y se olía el hedor de la sangre de los heridos, que apartaron sin miramientos y abandonaron a su suerte. Aquí y allá se oían los gritos de los sargentos que intentaban llevar orden al caos.

Dos tanarukks avanzaban juntos detrás del resto, procurando mantenerse apartados de las masas que se empujaban, sin buscar camorra y eludiéndola. Uno tenía una frente más pronunciada que sus congéneres y canas. El otro era más ancho de hombros y vestía una cota de mallas un poco rígida. La hoja del hacha de batalla que llevaba estaba manchada de sangre. El del pelo blanco parecía que había perdido el arma y llevaba un trozo de cuero (parecía una cabellera) en una mano. Condujo a su compañero a un lado del túnel, fuera del camino de las hordas y susurró un conjuro mientras retorcía el cuero en la mano. Hizo un gesto hacia una estrecha fisura a su izquierda.

—Es por aquí —dijo Gomph—. O al menos lo era un momento antes. Lo he perdido de nuevo.

—¿Adónde va? —preguntó Andzrel, irritado.

La postura encorvada de su cuerpo de tanarukk le daba dolor de espalda. Deseaba acabar esa misión y volver al cuerpo de drow. El de tanarukk apestaba. Sin embargo, Gomph no tenía esos problemas. Usó una ilusión para cambiar de apariencia. Si se hubiera polimorfado, los componentes materiales necesarios para lanzar conjuros, como un trozo de la piel de un sabueso, por ejemplo, se habrían convertido en objetos más adecuados para un tanarukk.

O al menos eso es lo que le dijo el archimago a Andzrel. Sin embargo, el maestro de armas Baenre sospechaba que Gomph no quería soportar la pestilencia del sudor tanarukk sobre la piel.

—No sé dónde se ha metido Nimor —respondió Gomph—. Quizá está informando a sus señores. Pero siempre vuelve al mismo punto. Debe conocerlo bien.

Se escabulleron de los demás tanarukks y la pareja se apretujó por el estrecho túnel. Se extendía horizontalmente durante un trecho y luego ascendía hacia una pequeña caverna, cuya entrada estaba vigilada por duergars. El enano gris levantó el hacha cuando se acercaron.

—Traemos un mensaje urgente para el drow Nimor —dijo Gomph, adoptando la voz grave y rasposa de un tanarukk.

—¿Ah, sí? —resopló el duergar—. Eso hace cada maldito tanarukk en el simulacro de ejército de Vhok. Pues bueno, lord Nimor no está aquí.

Gomph pasó por alto el insulto. Olfateó mientras examinaba la caverna aparentemente vacía.

—Está aquí —dijo el archimago disfrazado—. Lo huelo.

—No, no está —respondió el duergar con el entrecejo fruncido—. Vuelve a tu formación.

Andzrel cerró el puño con los nudillos cubiertos de escamas y lo levantó bajo la nariz del duergar.

—Sabemos que está aquí —gruñó—. Déjanos pasar.

De pronto, el duergar se hizo más alto y fornido; hasta la mitad de alto que Andzrel. Apretó la empuñadura de su hacha, produciendo un resplandor de energía mágica que la atravesó.

—No me hagas usar esto —advirtió el duergar gigante.

—Nimor querrá escuchar este mensaje —insistió Gomph—. Dile que es del espía que envió a Menzoberranzan.

—¿Qué espía?

—Sluuguth —dijo el otro tanarukk.

—Oh…, el ilita —dijo el duergar, palideciendo.

Gomph arrugó el entrecejo.

—A Sluuguth no le gusta que retrasen a sus mensajeros —gruñó. Sacó una cadena de plata del bolsillo. De un extremo colgaba un óvalo de jade—. Nos dijo que le diéramos esto a Nimor lo antes posible —dijo—. Comentó que era importante.

Al final, el duergar asintió, se redujo al tamaño normal y se apartó.

—Entra —le dijo a Gomph, pero levantó la mano cuando Andzrel intentó seguirlo—. Tienes que dejar el arma fuera.

Gomph y Andzrel intercambiaron una mirada. Eso iba a ser un problema. Tan pronto como el hacha de batalla de Andzrel dejara sus manos ya no estaría afectada por el conjuro de polimorfización y se convertiría en una espada drow.

—Yo entregaré el mensaje —le dijo Gomph a Andzrel—. Espera aquí fuera… hasta que acabe.

Andzrel asintió.

Gomph entró en la caverna. Una vez dentro, vio que el espacio parecía una chimenea natural, con un techo alto. A buena altura había un saliente en el que Nimor estaba acuclillado, los ojos cerrados, por lo que parecía estar en el ensueño. Estaba en una postura inusual, los brazos sobre el pecho y los puños le tocaban los hombros, que estaban encorvados. La postura le recordó a un murciélago durmiendo vuelto del revés.

Al preguntarse si Nimor, también, estaría enmascarado por una ilusión, metió la mano en un bolsillo en busca de la jarra de piedra. Estaba a punto de coger un poco de la pasta que contenía cuando Nimor abrió los ojos. Se fijaron de inmediato en el óvalo de jade que giraba al extremo de la cadena que llevaba Gomph en la mano. La magia del amuleto aún era potente, aunque la araña de jade que tenía había sido reducida a añicos, por orden de Gomph, antes de dirigirse con Andzrel al Dominio Oscuro.

Nimor dio un paso y bajó levitando hasta donde estaba Gomph.

Gomph sacó la mano del bolsillo y se olvidó del conjuro que estaba a punto de lanzar. No había tiempo para la visión verdadera, tenía que prepararse para levantar una defensa mágica, si era necesario.

—¿Dónde conseguiste eso, soldado? —ordenó Nimor cuando aterrizó al lado de Gomph.

Gomph sonrió para sí. La ilusión aguantaba.

—De Sluuguth —respondió, mientras levantaba el amuleto.

Al mismo tiempo metió la mano en un bolsillo y agarró con cuidado el objeto (el prisma) por el extremo que sobresalía de la funda que había confeccionado. Había hecho algunas alteraciones mágicas al prisma antes de embarcarse en la búsqueda de Nimor, tejiendo nuevos conjuros en la magia que ya tenía el objeto.

—Sluuguth estaba atareado y no pudo traer el objeto, así que me envió a mí —continuó Gomph.

Nimor empezaba a acercar la mano a la cadena de plata, pero se detuvo.

—¿Atareado con qué? —preguntó con expresión de cautela.

—Ese mago que capturó lord Dyrr…, el de la casa Baenre. Escapó de la esfera.

—¿Gomph? —Nimor hizo un gesto despreocupado—. Viejas noticias, Gomph ya está muerto.

—No —dijo Gomph mientras sacudía la cabeza—, no lo está. Sluuguth dice que prepara algo que podría dañar nuestro ejército…, algún conjuro.

—¿Dónde está? —exigió Nimor.

Gomph se rascó los pelos erizados de la cabeza y arrugó el entrecejo. Por fortuna no necesitaba ayuda para parecer estúpido disfrazado de tanarukk.

—¿Quién? ¿Sluuguth… o Gomph?

—Gomph —dijo Nimor, irritado, con los ojos entornados.

—Oh…, sí. Sluuguth dijo que te enseñara esto —respondió Gomph, como si acabara de recordar.

Mientras hablaba, sacó la mano del bolsillo. El prisma salió de la funda de un tirón y emergió del bolsillo sin que el pegamento que lo cubría se pegara a la tela.

«Bien —pensó Gomph—. Muy bien».

Nimor miró el prisma.

—¿Qué es esto? —preguntó.

La apuesta de Gomph aún se sostenía. Al igual que muchos drows, Nimor no estaba familiarizado con los objetos mágicos del mundo de la superficie.

—Es un objeto de observación —le dijo a Nimor—. Se ve a Gomph.

—Mira tú y dime dónde está —dijo Nimor con los brazos cruzados.

—Muy bien —dijo Gomph mientras se encogía de hombros.

De nuevo, todo seguía el plan establecido. Había calculado la naturaleza sospechosa del drow. Fijó la mirada en el prisma, mientras lo inclinaba en una y otra dirección.

—No veo nada —dijo. De pronto, se detuvo—. Oh, ahí está… ¿pero Gomph es el esqueleto o el drow con la rata en el hombro?

—Déjame ver eso —dijo Nimor después de extender la mano.

Había llegado el momento. Cuando los dedos de Nimor tocaron el prisma, Gomph soltó el extremo que sujetaba y disipó la ilusión, mostrándose.

—¡Andzrel! ¡Ahora! —gritó al mismo tiempo.

A su espalda, oyó un golpe seco y un gruñido: el sonido del duergar que guardaba la puerta al ser derribado por el arma de Andzrel. Un instante después, mientras un sorprendido Nimor se alejaba, al tiempo que agitaba una mano para librarse del prisma con pegamento mágico y sacaba el estoque con la otra, Andzrel irrumpió en la caverna, con el hacha de batalla en alto. Al no estar acostumbrado a su forma de tanarukk, la descargó con torpeza, pero aún así la carga parecía formidable.

Nimor, al verse acorralado, hizo lo que Gomph esperaba. Caminó por las sombras.

Pero cuando Nimor empezó a escabullirse al Plano de las Sombras, con una sonrisa de satisfacción en los labios, el conjuro de contingencia que Gomph había tejido en el prisma se activó. Esto, a la vez, activó el tercer poder, provocando que el prisma brillara con un fogonazo cegador. Durante un instante, fue como si el sol del mundo de la superficie estuviera en la caverna. Bañaba las paredes con la luz más intensa que Gomph había visto. Nimor gritó: un aullido de angustia y un rugido de rabia al mismo tiempo. De pronto, la luz y el sonido de la voz de Nimor desaparecieron.

Gomph oyó el ruido de una hoja al cortar el aire y el ruido metálico del metal contra la piedra cuando el hacha de batalla de Andzrel cortó el aire donde había estado Nimor. Cegado, intentando recuperar la vista con parpadeos, Gomph palpó el aire a su alrededor. Sus manos extendidas sólo encontraron aire. Parecía que Nimor finalmente había huido al Plano de las Sombras.

—¡Andzrel! —llamó Gomph—. ¿Ves? ¿Dónde está Nimor?

Alguien se acercó a él. Y una mano callosa le tocó el brazo.

—No veo muy bien. —La voz de Andzrel venía de su derecha—. Pero mi visión infrarroja empieza a volver. Nimor se fue. ¿Qué te pasa?

Los ojos de Gomph estaban llenos de lágrimas. Parecía tener problemas para ver a Andzrel…, para ver cualquier cosa.

—Aún estoy… ciego. Ese destello de luz parece que me afectó más a mí, quizá porque la magia que protegía a Nimor reconoció que el conjuro del prisma era mío y me lo devolvió. No importa. Será fácil recuperar la vista.

Gomph se puso un dedo en cada ojo y lanzó un conjuro que tendría que haber disipado la ceguera, pero aunque sentía el hormigueo de la magia bajo los párpados, no recuperó la visión infrarroja. Era tan incapaz de ver en la oscura caverna como una criatura de los Reinos de la Superficie.

Y eso le preocupaba. Con las sacerdotisas de Lloth incapaces de contactar con la diosa, encontrar un conjuro restaurador sería difícil.

—¿Dónde está Nimor? —preguntó Andzrel.

—En el Plano de las Sombras —respondió Gomph—. Y sabes lo que significa eso.

—Ahora mismo, no, no lo sé —respondió Andzrel—. Lo siento, archimago.

Gomph sofocó una risa.

—Significa que está atrapado —dijo—. Para completar el camino por las sombras, Nimor necesita una sombra (si estás en el mundo de la superficie) o mucha oscuridad. Es algo que no encontrará pronto, con un prisma pegado a la mano que brilla con la luz del sol.

—Bueno hay una pieza eliminada del tablero de sava —dijo Andzrel con satisfacción—. ¿Lo siguiente?

—Volvamos a Menzoberranzan —dijo Gomph—. Tú delante, yo te sigo.

Gomph estaba junto a la base de Narbondel, con una mano en el pilar de fría piedra. Se erguía enorme ante los ojos de Kyorli. La rata miraba la oscurecida columna desde su atalaya en el hombro de Gomph, mientras los bigotes le hacían cosquillas en la oreja. A su espalda, oía cómo Nauzhror murmuraba para sí. El mago más joven devolvió las ropas de archimago a Gomph con gran desconfianza e insistió en estar presente en el ritual de iluminación. Como una araña, sentía que Gomph tenía un punto débil, aunque aún no había descubierto qué era.

Mientras se volvía para estar frente al pilar, Gomph levantó ambas manos por encima de la cabeza. Al tiempo que salmodiaba las palabras del conjuro sintió una oleada de poder hormigueante que fluyó a sus manos. Cuando alcanzó su punto álgido, las puso sobre Narbondel, para dirigir la magia al interior. La piedra fría se calentó y un crepitar débil llenó el aire. Como unas llamas que subieran por una cortina, el calor mágico empezó a elevarse poco a poco por Narbondel. Gomph no lo veía con los ojos, pero a través de los de Kyorli vio una versión apagada: un círculo de luz emitía chispas de todos los colores, del rojo más oscuro al púrpura más brillante, elevándose despacio sobre la piedra negra. Un bello espectáculo que insuflaría esperanza en aquéllos que aún mantenían al enemigo en el Dominio Oscuro.

Gracias a la memoria, Gomph se volvió hacia la casa Agrach Dyrr.

—¿Ves esto, liche? —susurró—. Escapé de tu confinamiento. Pronto iré a por ti.

Más tarde, Gomph estaba sentado en su estudio en Sorcere. Tamborileaba los dedos sobre el escritorio. Kyorli estaba sentada en su hombro, Gomph aún necesitaba los ojos de la rata para ver. Se bebió una poción que debería haberle hecho recuperar la vista, pero todo lo que veía era una serie de sombras y borrones. ¿Era una combinación de su propio conjuro de permanencia y la magia que protegía a Nimor lo que había desencadenado semejante desgracia? Con tiempo e investigando sabría las respuestas, pero con ejércitos revoloteando por las afueras de Menzoberranzan, el tiempo era un lujo que no tenía.

Un hormigueo en la nuca le advirtió de que alguien lo observaba; algo que debería ser imposible entre las paredes protegidas por la magia de su estudio. Parecía venir del hacha que colgaba de la pared, la que dejó el visitante ilita. Por un momento, se preguntó si el observador era una de las almas atrapadas allí, pero cuando le pidió a Kyorli que se diera la vuelta y echara un vistazo, no vio movimiento, ninguna cara en la hoja del hacha.

Cuando el archimago dio la espalda al hacha, una voz familiar le susurró algo. Era la voz de aquél que podía salvar las defensas de su despacho.

Vamos Lago de las Sombras, susurró la voz de Pharaun en su mente. Aboleths dijeron que barco del caos se hundió con uridezu. Llevaremos barco a Abismo y suplicaremos a Lloth.

Con veinticinco palabras, el mensaje estaba al límite del conjuro de mensaje que Pharaun usaba para contactar con Gomph. El archimago permaneció en silencio, pensando en la respuesta. Era necesario que fuera igual de breve e informativo.

—Ahora vuestra misión es más urgente. Necesitamos a Lloth. Duergars y tanarukks asedian Menzoberranzan. El liche Dyrr es un traidor. —Gomph hizo una pausa, y luego añadió con tono irónico—: ¿Un uridezu? Os deseo suerte.

La sensación de sentirse observado desapareció, y permaneció sentado en su estudio. Despacio, sacudió la cabeza. Se preguntaba si sería la última vez que sabría algo de Pharaun.