Gomph caminaba a grandes pasos por uno de los pasillos principales de Sorcere, seguido de cerca por Kyorli, que corría a toda prisa tras él, y Prath, que se tambaleaba bajo el peso de los libros de conjuros que Gomph había reunido a toda prisa. Desde que los duergars habían sido expulsados de Tier Breche, y una vez sellado el túnel, la mayoría de los estudiantes habían atendido a la llamada de sus casas. Los aprendices corrían en una y otra dirección por los pasillos, con los brazos cargados de grimorios y objetos mágicos, rumiando entre dientes como un rebaño de rotes mientras los seguían baúles andantes.
Gomph mantenía un círculo de hilo de cobre cerca de los labios.
—Magos de la casa Baenre —llamó, hablando por el hilo encantado—. Dirigíos a la cámara de observación.
El hilo zumbó, haciendo que los dedos de Gomph hormiguearan. Luego el objeto lanzó un débil destello rojo y se deshizo. Gomph se quitó el polvo de cobre de los dedos, abrió los portones de la cámara de observación y entró.
Igual que el resto de Sorcere, las paredes de aquella gran sala circular estaban revestidas de planchas de plomo y estucadas con sangre de Gorgona y polvo de piedra de conjuros. Las runas estaban repujadas sobre la superficie con filigrana de oro para prevenir todavía más las intrusiones indeseadas o el espionaje. Ningún mago, sin importar su poder, se podía teletransportar allí o sondear las mentes de los estudiantes y los profesores.
Sin embargo, era posible ver el exterior desde allí, gracias a una enorme bola de cristal que flotaba en el centro de la habitación. A la esfera estaba vinculado el ojo de un águila, encerrado en una jaula dorada que había bajo la esfera de cristal. Cuando Gomph y Prath entraron en la cámara, el águila agitó las alas y lanzó un grito de excitación. La esfera giró y rotó para estar frente a los dos drows. El segundo ojo del águila, que llenaba la bola de cristal de un lado a otro, clavó una mirada voraz en ellos.
O más bien la fijó en Kyorli. Chasqueó el pico y soltó otro graznido mientras se lanzaba contra las barras de la jaula. La rata, mofándose, se sentó y se acicaló los bigotes, mientras hacía caso omiso del aleteo enloquecido del águila.
Kyorli, para, ordenó Gomph. Ven aquí.
Kyorli obedeció la orden telepática y se acercó a su amo. Subió con destreza por el piwafwi de Gomph y se arrellanó en el hombro. Después empezó a hacerle cosquillas en la oreja con los bigotes. Prath, mientras tanto, se encorvó para dejar los libros de conjuros en el suelo.
—El águila tiene hambre —le dijo Gomph—. Encuentra algo de carne cruda, pero no te vayas a cortar otra punta del dedo. Los vas a necesitar.
Prath sonrió.
—Pensé que necesitarías más, archimago —dijo, mientras buscaba en la bolsa que llevaba al hombro—. Así que me detuve en la cocina cuando volvía del almacén de componentes. El cocinero me dio esto.
Sacó un trapo encerado, y desenvolvió un trozo de carne del tamaño de un puño. Con la venia de Gomph lo sostuvo ante las barras de la jaula. El águila lo desgarró con glotonería, arrancando trozos sanguinolentos con el pico y al final metió un trozo muy grande en el interior. Quedó satisfecha con ese trozo, y pronto lo convirtió en un borrón de sangre.
Mientras, Gomph saludó a los magos de la casa Baenre que estaban en la habitación y les indicó que tomaran asiento en el círculo de sillas que rodeaba la jaula y la bola de cristal. Estaba contento de ver a Julani, un maestro de evocación. Su colega hizo una reverencia, llevándose sus dedos largos y flexibles al pecho. Los siguientes en llegar fueron una pareja de estudiantes de décimo año. Grendan era un varón atractivo con una aptitud especial por la ilusión. Gomph se preguntó cuánto de esa buena apariencia era natural y cuánto magia; en especial por el olor a pelo quemado que rodeaba al mago. A juzgar por las quemaduras en la capucha del piwafwi, al estudiante debía haberle salpicado uno de los proyectiles incendiarios de los duergars.
Su compañera, Noori, era igual de bella, con cejas arqueadas y el cabello blanco, que le caía más allá de los hombros en suaves ondulaciones. Era de alta cuna, prima de Gomph y Triel, pero abandonó el culto a Lloth para entrar en Sorcere y estudiar magia de adivinación. Al recordarlo, Gomph se preguntó si Noori habría tenido una premonición, hacía muchos años, de la muerte de Lloth. Parecía que había sido capaz de escapar a las heridas durante la reciente batalla. No mostraba ni una marca. Ni de hollín.
El último mago en entrar en la sala fue Zoran, un estudiante de segundo año, fastidioso. Constantemente tomaba decisiones incorrectas en clase y usaba la magia de modo frívolo e inapropiado. Gomph se sobresaltó al verlo, en especial cuando advirtió la varita de maravillas en su cinturón. Zoran era diminuto, incluso para ser un varón, y no tenía barbilla, hecho más pronunciado porque llevaba un moño en la coronilla. Lo habrían herido en la batalla, no recordaba que cojeara.
Cuando los cuatro magos se sentaron en las sillas, esperando en silencio las instrucciones, Gomph abrió una de las puertas de la cámara de observación y miró a uno y otro lado del pasillo. Al no ver a nadie, las cerró despacio.
—¿Eso es todo? —le preguntó a Julani—. ¿No hay nadie más de nuestra casa?
El maestro de evocación sacudió la cabeza.
—Sólo Nauzhror —dijo—, que envía sus disculpas. Estaba… demasiado ocupado para acudir. El resto está muerto o herido de gravedad en Arach-Tinilith.
Una leve tensión en los ojos de Julani le indicó a Gomph que también sabía que quedaban pocas curaciones que hacer allí.
Gomph suspiró. Tan pocos magos de la casa Baenre y sólo uno de ellos maestro. Lanzó un conjuro de cierre a las puertas, le hizo un gesto a Prath para que tomara asiento y luego se sentó en el trono que controlaba la bola de cristal.
—Os invito a observar al enemigo —les dijo a los demás magos—. Mirad.
Con un gesto de los dedos, hizo girar la bola de cristal, y el ojo se volvió para mirar la pared sur. El pájaro de la jaula enmudeció y se quedó quieto, las alas plegadas y las zarpas aferradas a la barra. Se concentró y miró dentro del ojo del águila.
Los muros de Sorcere se disolvieron, y en un instante se vio Arach-Tinilith. Su mirada penetrante dejó atrás la mole en forma de araña y continuó a través de las paredes de la caverna, de piedra y túneles y piedra… hasta que llegó a una cavidad en la que estaban cuatro individuos. Uno era un drow, vestido con ropas inmaculadas de color gris. El tipo que estaba a su lado era un semidemonio conocido por todos, al menos por su reputación. Los otros dos eran duergars, rechonchos y grises: uno con una cicatriz que le recorría la mejilla y el otro tenía un cetro de piedra.
Al dejar el ojo centrado en esa escena, Gomph devolvió la conciencia a su cuerpo. Dentro de la bola de cristal, las figuras hacían gestos y hablaban enfadados, a juzgar por el modo en que el duergar daba golpéenos con el cetro en la palma de la mano mientras el semidemonio intentaba intimidarlo con su altura, mostrando los colmillos, parecidos a los de un tiburón. El drow, mientras tanto, se volvía hacia el semidemonio y los duergars una y otra vez, y hablaba rápido con gestos apaciguantes.
Los otros magos miraron el objeto, con expresión pensativa.
—¿Ésos son los líderes del ejército que nos asedia? —preguntó Julani.
Descansaba los codos en los brazos de la silla y sus dedos delgados estaban rodeados de chispazos de enfado.
—Reconozco al príncipe heredero Horgar de Gracklstugh y su guardaespaldas, y ¿ése es Kaanyr Vhok? —preguntó Grendan.
—El mismo —dijo Noori—. Los tanarukks que asedian el sur son la Legión Flagelante.
—Eso nos deja a uno —dijo Gomph.
—El de en medio…, el drow —dijo Prath, cerrando los puños—. Ése es Zhayemd, el bastardo de la casa Agrach Dyrr que nos traicionó en los Pilares del Infortunio.
—Su verdadero nombre es Nimor —dijo Gomph—. Nimor Imphraezl.
—¿Es un mago? —preguntó Julani.
—No lo creo —respondió Gomph—. Aunque lo rodea una fuerte aura mágica. Creo que es más de lo que aparenta. Y desde luego tiene suficientes objetos mágicos. Detecto magia en las armas, varios objetos de las ropas, los anillos…
Se detuvo un momento, para observar los dos anillos que llevaba. Uno lo reconoció como objeto protector, pero el otro —ese anillo negro y delgado que no parecía tener más sustancia que una sombra— era bastante inusual. Gomph nunca había visto nada parecido.
De pronto se dio cuenta de lo que debía ser. Desde el momento en que Triel le dijo que Nimor, de algún modo, introdujo un asesino en los pasillos interiores del gran montículo de la casa Baenre, se rompía la cabeza pensando en cómo había podido suceder.
El anillo en el dedo de Nimor debía de ser un objeto mágico que transmitía la capacidad de caminar por las sombras. Eso lo convertiría en un personaje difícil de atrapar. Era bueno que los magos pudieran observar desde la distancia, sin ser vistos. De otro modo, Nimor podría haberse alejado por las sombras.
Gomph sacudió la cabeza.
—Nuestra matrona descubrió que Nimor pertenece a una organización llamada Jaezred Chaulssin. Por desgracia sabemos poco sobre ese grupo, salvo el nombre —continuó Gomph.
Zoran jugaba ocioso con la varita de maravillas.
—Así que sabemos su nombre. ¿Y qué? —preguntó con insolencia.
Gomph resistió el deseo de freír al chico.
—Un nombre es poder —dijo, dirigiéndose a los demás—. Nos ayuda a definir nuestro blanco. Parece ser la piedra angular que une dos ejércitos que de otro modo serían enemigos. —Señaló las figuras de la bola de cristal. Aún no habían llegado a las manos pero seguían la discusión—. Quita la piedra angular y la alianza se desmoronará. Los duergars y los tanarukks se matarán entre ellos y la victoria para Menzoberranzan estará asegurada.
—¿Qué sugieres? —preguntó Julani mirando a Gomph.
—Atacar todos a la vez —respondió el mago—. Todos nosotros, lanzaremos nuestros conjuros más mortíferos al unísono. Nimor, seguramente los resistirá, pero algunos seguro que daréis en el blanco.
Prath se levantó de la silla y soltó la cuerda de la funda de una varita que llevaba en el cinturón.
—¿Vamos a teletransportarnos a la caverna? —preguntó.
Gomph hizo un gesto tranquilizador, indicándole al mago que volviera a su asiento.
—No necesitamos teletransportarnos a ninguna parte —dijo—. Lanzaremos los conjuros desde aquí.
—¿Cómo? —preguntó Grendan con expresión de sorpresa.
—A través de esto —dijo Gomph, mientras señalaba la bola de cristal—. Desde su creación, la he imbuido de…, complementos, el conocimiento de los cuales debéis jurar que mantendréis en secreto.
—Ah —dijo Julani—. Por eso sólo has convocado a magos de la casa Baenre. —Se llevó las puntas de los dedos flexionados al pecho, sobre su corazón—. Que el veneno de Lloth me consuma si divulgo lo que estoy a punto de oír.
Gomph miró a cada uno de los magos, y uno por uno asintieron y pronunciaron juramentos de silencio.
—Esto no es sólo un objeto de observación —les dijo Gomph—. Después de prepararlo como lo he hecho, puede usarse para lanzar conjuros a un blanco determinado, en este caso, a Nimor. Sólo funcionará con conjuros que tengan alcance visual y también que sepan limitar la distancia. Entonces, ¿cuáles son vuestros conjuros más potentes?
Uno por uno, los demás magos describieron qué conjuros lanzarían. Gomph rechazó algunas sugerencias y aprobó otras. Cuando fue el turno de Noori, ésta extendió las manos.
—No sé si mis conjuros serán útiles —dijo con humildad—. Son de adivinación.
—Al contrario, Noori —dijo Gomph con una sonrisa—, contribuirás con el más útil de todos. Para usar la bola de cristal, primero tenemos que lanzar un conjuro que apuntará al sujeto que queremos atacar. Ahí es donde entras tú. Por favor lanza un conjuro de localización sobre el drow.
Con una leve reverencia que no ocultó del todo la sonrisa, Noori se puso en pie. Sacó un retal de cuero de un bolsillo y lo usó para dar brillo a la bola de cristal. Mientras lo hacía, Nimor se hizo más grande dentro de la bola de cristal, su cara y pecho la llenaron toda.
Con un gesto de Gomph, Noori volvió a su asiento. Mientras, Gomph percibió como si Nimor lo buscara con la mirada. ¿El drow sentía que alguien le observaba y miraba a su alrededor para localizar la fuente?
Gomph sacó un pellizco de arena de un bolsillo del piwafwi y lo derramó frente a él, mientras pronunciaba las palabras de un conjuro menor de creación. Apareció un reloj de arena diminuto sobre la jaula del águila, y la arena empezó a caer.
—Lanzad los conjuros cuando caiga el último grano de arena —les dijo a los demás—. Aseguraos de que todos acaban en el mismo instante.
Después de comprobar cuidadosamente que llevaba todos los objetos protectores y de meterse a Kyorli en la manga, Gomph empezó el conjuro.
Escogió uno de nigromancia, de los más poderosos de su arsenal. Despacio, con un ojo en el reloj de arena, salmodió con voz áspera palabras cuyo poder arañó el interior de su cuello y le hizo sangrar. Apenas estaba atento a los conjuros de los demás magos.
Julani mantuvo ambas manos al frente, los dos primeros dedos ahorquillados, en un gesto que invocaría un poderoso rayo, y Grendan amasaba el aire con los dedos, creando una ola hipnótica de color cambiante. Prath había escogido uno que invocaría un proyectil mágico; un conjuro menor, pero probablemente el mejor que podía lanzar el estudiante de primer año. Zoran, mientras tanto, se retrepaba con vagancia en la silla, con una sonrisa en el rostro. Gomph anhelaba darle una paliza mágica al chico insolente, pero no se atrevía a interrumpir el conjuro. El reloj de arena estaba casi vacío.
Cuando cayó el último grano, Gomph pronunció la última palabra del conjuro y oyó que los demás hacían lo mismo. El dedo índice se tornó momentáneamente esquelético cuando un delgado rayo del color del hueso brotó de la yema y atravesó la bola de cristal, dirigiéndose como un rayo al pecho de Nimor. En ese mismo instante, el rayo brotó de los dedos de Julani, llenando el aire con el retumbar del trueno y el olor del ozono. La pauta hipnótica de Grendan se dirigió al blanco. Zoran había dicho que lanzaría uno que le haría desternillarse de risa, incapacitándolo, pero sacó la varita de maravillas y la activó. Un chorro de gemas inútiles brotó de la punta. Mientras tanto, los tres proyectiles mágicos que había lanzado Prath se desviaron en alguna defensa mágica que rodeaba a Nimor, justo lo que esperaba Gomph.
No, rebotaron… de vuelta al chico. Lo que era imposible.
Gomph intentó gritar una advertencia:
—¡Protegeos! Los conjuros… —fue lo que consiguió decir.
Entonces su conjuro de muerte le fue devuelto. El rayo, blanco como un hueso, frío como un sepulcro, le alcanzó el pecho, en el mismo lugar en el que había apuntado a Nimor. Su piwafwi encantado absorbió el conjuro, la capucha, las bocamangas y el ribete se desintegraron al instante como ropas podridas. Además, el conjuro lo empujó a un lado como si un rote le hubiera pateado la cabeza. Cayó de la silla y acabó despatarrado en el suelo.
Mientras caía oyó que Prath soltaba un gruñido cuando sus tres proyectiles mágicos percutían y producían agujeros profundos y sanguinolentos en el pecho del chico. Al mismo tiempo, dos rayos alcanzaron a Julani, pasaron por su cuerpo en un abrir y cerrar de ojos para arrancarle las manos, los pies y la tapa de los sesos. Murió al instante. Grendan, mientras tanto, babeaba al tiempo que la pauta hipnótica aparecía frente a su cara. A su lado, Zoran levantó las manos cuando el chorro de gemas de la varita le fue devuelto, cayendo sobre su pecho. Una le alcanzó en la cabeza, arrancando el poco sentido que le quedaba y cayó de la silla, inconsciente.
Al levantar la cabeza, Gomph vio que la bola de cristal se tornaba blanca. Cayó al suelo con un crujido, tiró la jaula y la partió en dos. Dentro, el águila soltó un graznido agónico cuando el ojo que le faltaba, partido en dos y llorando sangre, volvió a su cuenca.
Gomph miró la destrucción que había causado su plan. Estaba furioso consigo mismo. El experimento había resultado un desastre para la casa Baenre: Julani estaba muerto, Prath —a juzgar por la respiración entrecortada y los gorgoteos— moriría pronto si no lo ayudaban con magia, Grendan sería un idiota babeante durante algún tiempo y Zoran…, bueno, caer inconsciente era lo que se merecía por usar un arma tan caprichosa en circunstancias tan serias. Noori estaba incólume, pero sólo disponía de magia de adivinación. Además, estaba demasiado ocupada llorando sobre su amante para ser de utilidad, aunque sus conjuros fueran más poderosos.
Gomph había esperado, a medias, que Nimor tuviera magia que le protegiera de conjuros, pero sólo un puñado de ellos habría vuelto no todos. Y desde luego no aquellos conjuros, como la pauta hipnótica, cuyo blanco era una área y no el drow. Fuera cual fuese el objeto o conjuro que protegía a Nimor era el resultado de un conjuro único, más allá del poder de la mayoría de los magos.
Gomph conocía al único mago capaz de una magia tan poderosa: el liche drow Dyrr.
Al levantarse del suelo, se calmó al ver que Kyorli, indemne, salía de su manga. Mientras se sentaba, un objeto afilado le pinchó la cadera. Pensó que sería una de las gemas de Zoran pero se dio cuenta de que el objeto estaba en el bolsillo de su piwafwi. Metió la mano y para su sorpresa encontró un prisma de cuarzo. En el interior danzaban chispas tan brillantes como soles en miniatura, la evidencia de la magia lumínica atrapada en el interior.
¿Cómo había llegado a su bolsillo?
Lo miró de un modo absorto, mientras medio oía la respiración dificultosa de Prath. Pensaba enfurecido. Se las tendría que ver con Nimor, pero ¿cómo? Cualquier conjuro que dirigiera al extraño drow rebotaría hacia el lanzador, incluso el conjuro que afectara una zona no lo mataría. Sin embargo, Nimor tenía un punto débil. Uno que parecía, en apariencia, ser su fuerza…
Caminar por las sombras.
Al mirar el prisma, empezó a sonreír. Con cuidado, lo volvió a meter en el bolsillo. El insignificante objeto mágico (un artefacto trivial de los Reinos de la Superficie diseñado para iluminar pasillos oscuros) los desembarazaría a todos de Nimor Imphraezl.
Sin tener que lanzar ningún conjuro.