Pharaun escuchó sin aparente alarma mientras Jeggred, sofocado, contaba lo sucedido. El draegloth chorreaba y le quedaban restos de agua en los pulmones. Aspiró con grandes gorjeos que debían interpretarse —cuando los producía una criatura que no era un engendro demoníaco— como sollozos.
—Se la comió —dijo Jeggred, con la cabeza gacha y los hombros abatidos—. La matrona Quenthel está muerta.
—Gracias a ti —dijo Pharaun con expresión fría.
En otro momento el comentario hubiera provocado un ataque de Jeggred, pero se quedó tan quieto como un rote en el matadero.
Danifae, que estaba en el túnel junto al río, miró a Pharaun.
—¿Es posible? —preguntó—. Sin sus conjuros, la matrona Quenthel tendría que haber sido capaz de vencer a la aboleth. Sólo con la armadura y los encantamientos se habría protegido de…
—Ha dicho que se la comió entera —interrumpió Valas—. No tuvo oportunidad.
Las secas palabras del mercenario hundieron más a Jeggred. Acuclillado, el draegloth se rodeó las rodillas con los pequeños brazos y fijó la mirada en el río.
Pharaun asintió. Mientras Jeggred contaba lo sucedido en la ciudad aboleth, en el mago crecía la confianza de que el draegloth creía que su matrona estaba muerta.
—¿Qué debemos hacer ahora, maestro Pharaun? —preguntó Danifae después de rozarle el brazo.
Pharaun advirtió que Danifae miraba a Valas, como si observara al mercenario en busca de un desafío por el liderazgo de Pharaun.
Valas, al advertir lo mismo, refunfuñó, y después se encogió de hombros.
—Sí —dijo, al cruzar una mirada con Pharaun—. ¿Ahora qué? ¿Continuamos la búsqueda del barco del caos? ¿O volvemos a Menzoberranzan?
La respuesta de Pharaun fue inmediata.
—Aún estamos bajo las órdenes de la matrona —les dijo con gran ánimo—, y yo bajo las del archimago de Menzoberranzan. A menos que nos digan lo contrario, continuamos la empresa de descubrir que le pasó a Lloth. Y eso significa encontrar el barco.
—¿Todos? —dijo Danifae cruzando una mirada.
Pharaun le sostuvo la mirada.
—Puesto que no formas parte del pacto —dijo despacio, mientras observaba la reacción de Danifae—, ¿qué razón tengo para mantenerte a mi lado?
Los ojos de Danifae resplandecieron al perder el acostumbrado control.
—¡Pero lo prometiste! —estalló.
Jeggred, al sentir la repentina tensión en el aire, levantó la mirada soltó un gruñido. Valas paseó la mirada de Pharaun a Danifae.
—¿Prometer qué? —preguntó el mercenario.
Pharaun hizo caso omiso de la pregunta.
—Tú también me hiciste una promesa —le recordó el maestro de Sorcere en voz baja. Palmeó el libro de conjuros que estudiaba antes—. Cuando te escabulliste para hablar con Quenthel, ¿te crees que no escuché?
Danifae cerró los puños. Pharaun casi esperaba que le estampara un golpe y se diera la vuelta, pero un momento después relajó los dedos. Lo miró fijamente como si intentara imaginar sus pensamientos, y luego sacudió el cabello e hizo un puchero malhumorado.
—Siempre tuviste la intención de que te traicionara —dijo—. Sabías que Quenthel estaría más segura de sí. No se habría reunido con Oothoon si…
Pharaun la interrumpió, aclarándose la garganta. Inclinó la cabeza hacia Jeggred, que se había levantado en una posición de guardia.
—¿Qué estás diciendo? —gruñó el draegloth.
—Nada —dijo Danifae en tono meloso, mientras le mostraba a Jeggred una sonrisa seductora—. Pharaun intentó conseguir de Oothoon la información de dónde estaba el barco del caos y no descubrió nada. Sabía que Quenthel tendría éxito donde él había fallado y por eso estaba celoso. Planeó desacreditar a tu señora, decirle a la matrona, siempre y cuando contactara de nuevo con Menzoberranzan, que él había descubierto dónde estaba el barco y no Quenthel.
Jeggred pensó en ello durante un momento. Luego abrió la boca en un gruñido.
—Habría mentido —gruñó, comprendiéndolo al fin—. Pharaun habría hecho que el ama quedara mal.
El mago agitó una mano, encubrió un gesto que activaba un conjuro de protección cuyas palabras pronunció en susurros.
—No hay necesidad de enfadarse —dijo a Jeggred—. Sólo es…, política. Si estuvieras en mi lugar, harías lo mismo. Cualquier drow lo haría.
Jeggred, enfurecido, le lanzó un gruñido a Pharaun y golpeó con fuerza el pecho del mago, pero el gesto no tenía fuerza. Las garras permanecieron escondidas. El conjuro protector que acababa de lanzar brilló sólo un poco al absorber sin dificultad el impacto. Lo peor de todo era el aliento apestoso del draegloth, que jadeó ante la cara de Pharaun durante un momento, mientras el mago intentaba hacerle bajar la mirada. Después el draegloth volvió a acuclillarse y se puso de espaldas para continuar rabiando.
Pharaun vio que Valas, que se había acercado en silencio por detrás de Jeggred, enfundaba los kukris. Pharaun levantó una ceja e hizo un gesto para darle las gracias al mercenario. Ni había visto ni oído que sacara las dos dagas. Le satisfacía que el explorador de Bregan D’aerthe decidiera apoyarlo a él y no a Jeggred.
—En cuanto a la oferta que te hice —continuó Pharaun, al volverse hacia Danifae—, sigue en pie. Sólo que… no es conveniente para ti que nos abandones en este momento. Al ser pocos, podría necesitarte.
Danifae permaneció con los brazos en jarras, una invitación al tiempo que un desafío.
«Es interesante ver lo rápido que empieza a desplegar sus encantos ahora que Quenthel no está», pensó el mago.
—La pregunta sigue en el aire —dijo—. ¿Qué hacemos ahora?
—Intentaremos conseguir la información que necesitamos de Oothoon —respondió Pharaun, encorvado para meter el libro de conjuros en la mochila—. O mejor, lo intento yo. Vuelvo a Zanhoriloch. Esta vez, solo.
—¿Estás loco? —preguntó Valas, al tiempo que sacudía la cabeza—. Desaparecerás en la barriga de Oothoon, igual que Quenthel. Entonces ¿qué haremos nosotros?
Pharaun se encogió de hombros.
—Sois libres de hacer lo que deseéis —dijo—, supongo. —Le hizo un guiño a Danifae y añadió—: Lo que significa que tendrás que ir andando a…, donde quieres ir. Quizá tu ama volverá para reclamarte de nuevo, o quizá nuestro valiente mercenario te escoltará. —Soltó una carcajada y palmeó la mochila—. No os preocupéis. He preparado una pequeña sorpresa mágica para los aboleths. Mis recuerdos no se añadirán a los de Oothoon.
—Arréglatelas para que así sea —dijo Danifae con una avinagrada expresión de burla.
Pharaun no perdió tiempo en prepararse. Se puso un guante de cuero para lanzar un conjuro al llegar a Zanhoriloch y se aseguró de que tenía las varitas a mano. Luego lanzó dos hechizos protectores. El primero lo defendería ante cualquier intento que hicieran los aboleths de dominar su mente. El segundo creaba ocho imágenes ilusorias de sí mismo que reflejaban cada movimiento.
Los nueve Pharauns hicieron un gesto de despedida y sonrieron cuando Valas los saludó. El segundo por la izquierda, el real, lanzó el conjuro que le permitía respirar en el agua. Imitado por los demás, se metió en el río, y tan pronto como el agua le cubrió la cabeza, pronunció la palabra que lo teletransportaría a la cámara de Oothoon.
La llegada cogió a la matriarca aboleth por sorpresa. Oothoon descansaba en su nicho, admirando una gran perla negra que sostenía en la punta de un tentáculo. Cuando Pharaun y sus dobles ilusorios se materializaron de improviso en la habitación, se sorprendió, y enrolló el tentáculo alrededor de la perla, acercando el objeto hacia el cuerpo.
Otro aboleth estaba a la entrada del pasillo en espiral, guardando la entrada. Pestañeó sorprendido al ver que aparecían de pronto nueve drows en la sala de audiencias, pero reaccionó con la celeridad de un soldado entrenado. Un latigazo de la cola lo impulsó a la cámara. Uno de los Pharauns ilusorios desapareció en un destello de energía mágica cuando el aboleth lo atravesó en un ataque tan salvaje y veloz como el de un tiburón.
Cuando el guardia aboleth se revolvió para atacar de nuevo, Pharaun levantó la mano enguantada, la flexionó e hizo una evocación con la otra mano en el lenguaje de signos. Apareció una enorme mano de piel negra. Con los dedos extendidos, se fue directa al guardia y lo envolvió. Lo oprimió con fuerza, aplastando los tentáculos contra el cuerpo. El guardia, casi cegado por un dedo que cubría dos de sus ojos, bramó con rabia y mordió la palma de la mano, que presionaba la boca del abdomen. Sin embargo, la mano era de energía mágica y los intentos eran inútiles. Forcejeó, impotente, contra el firme apretón de la mano mientras el limo de su cuerpo enturbiaba el agua que lo rodeaba.
Pharaun hizo un rápido movimiento mental y la mano transportó al guardia fuera de la habitación por el pasillo.
Todo esto sucedió en unos instantes. De inmediato, después de alejar al guardia, se volvió al mismo tiempo que sus dobles y lanzó un poderoso encantamiento a Oothoon. Un baño de energía mágica agitó el agua que rodeaba a la matriarca aboleth, y un instante más tarde vio que los tentáculos de Oothoon se relajaban. Todavía alerta, habló a Oothoon por signos, para comprobar el efecto del hechizo. Si el conjuro funcionaba, no estaría encantada sino ansiosa por hablar con su viejo amigo Pharaun.
Te pido perdón por la brusca irrupción, señaló, pero quería descubrir cómo iba nuestro pequeño plan. He oído que Quenthel se reunió contigo y que la consumiste. ¿Ahora mantendrás tu parte del pacto y me dirás dónde está el barco del caos?
Oothoon echó una mirada al pasillo, privada de su guardia y luego volvió la mirada hacia el mago.
—Tu sacerdotisa no tenía magia.
Pharaun había previsto esa respuesta.
Supongo que descubriste en sus recuerdos que Lloth no está… disponible, señaló. Con el tiempo, no obstante, la diosa despertará, y podrás usar los conjuros que acabas de adquirir.
—No consumí a Quenthel. No merecía que me la comiera.
Pharaun pestañeó.
Pero el que la acompañó volvió y nos dijo que la consumiste. Vio cómo te la tragabas entera.
—El de los cuatro brazos vio lo que yo quería que viera —dijo Oothoon, con los tentáculos oscilando y la boca abierta en lo que Pharaun supuso que era una sonrisa de oreja a oreja.
Eso hizo que Pharaun hiciera un alto. Había oído que los aboleths tenían magia mental capaz de crear ilusiones. Parecía que Oothoon había usado ese poder con Jeggred. ¿En ese momento embotaba sus sentidos con una ilusión? ¿La cámara de audiencias y el corredor estaban tan vacíos como parecía?
Pharaun llevaba un vial de ungüento que, al frotarlo en los ojos revelaría la verdad cuando se pronunciaran las palabras del conjuro que potenciaban los efectos, pero usarlo significaba meter la mano en un bolsillo del piwafwi y cerrar los párpados un momento. Si había guardias escondidos bajo ilusiones, sería el momento ideal para disiparlas.
No, confiaría en la magia que ya lo protegía. Siete de las imágenes espejo que había creado aún flotaban en el agua. Si se producía un ataque sorpresa, había una posibilidad entre ocho de que fuera blanco.
Oothoon, mientras tanto, parecía relajada. La matriarca aboleth descansaba tranquila en el nicho, el único signo de intranquilidad era que tenía la perla apretada contra el abdomen, Oothoon no llamaba a más guardias para reemplazar al que Pharaun había incapacitado y no hacía movimientos amenazadores. Probablemente se preocupaba por nada, el hechizo había funcionado. Decidió asegurarse y hacerle una pregunta a la aboleth que no respondería a menos que estuviera hechizada.
¿Dónde está Quenthel ahora?, preguntó Pharaun.
—En busca del barco del caos.
¿Le dijiste dónde estaba?
La matriarca aboleth se lo quedó mirando, pero el silencio era suficiente respuesta.
Pharaun echó una mirada a la cámara y al final descubrió las partes que faltaban del rompecabezas. Allí, colgado de la entrada, había un puñado de hebras pegajosas que parecían los restos de una telaraña. También descubrió, asomando entre las algas donde descansaba el abdomen de Oothoon, el cuello de una botella de vino. No todo lo que había visto Jeggred había sido una ilusión: Quenthel lo trabó a posta al otro lado de la entrada y más tarde, después de conseguir la información que quería de Oothoon, disolvió la barrera con alcohol.
Quenthel y Oothoon se la habían jugado a Jeggred y Pharaun, todo realzado con conjuros de ilusión. Oothoon había estado esperando su recompensa. La matriarca aboleth sabía que, tan pronto como supiera de la muerte de Quenthel, volvería…, y sería consumido.
Levantó las manos para lanzar un conjuro, pero antes de que lo completara, la perla que Oothoon sostenía apareció ante él —el real, no una de las imágenes espejo— como surgida de la nada. En el instante antes de golpear su pecho, se dio cuenta de lo que había pasado. La matriarca aboleth se la había puesto en la boca y escupido, enmascarándolo todo con una ilusión.
La perla alcanzó su pecho y explotó con un estallido sónico que le quitó el agua de los pulmones e hizo que los oídos le pitaran. Atontado, incapaz de gesticular o hablar, flotó inerme. Las imágenes espejo se disiparon por la fuerza de la descarga. Aunque se sentía débil, mareado, demasiado aturdido para moverse, una parte de su mente aún era capaz de advertir la ironía de lo que acababa de ocurrir. Había estado a punto de aturdir a Oothoon con un conjuro, pero acababa vencido por la misma forma de magia que iba a usar con la aboleth. Lo que había confundido con una perla era nada más que una de las cuentas de fuerza de Quenthel.
Después de todo, parecía como si Oothoon no hubiera sucumbido a su hechizo. Y no la habían engañado las imágenes espejo, pues había escogido al Pharaun correcto.
Lo acababan de engañar, a sabiendas de que acabaría tan indefenso como un lagarto alado en una red.
Oothoon se lanzó fuera del nicho, y salió disparada hacia el punto donde Pharaun flotaba indefenso. Con las mandíbulas abiertas, engulló a Pharaun. Seguía tan sorprendido por el estallido de la cuenta que no tuvo fuerzas para gritar mientras las mandíbulas se cerraban. La oscuridad lo envolvió y unos dientes afilados se cerraron sobre su cuerpo.