Danifae siguió a Pharaun a través de la puerta circular que había en el interior de la estalagmita. Luego, por un corredor que subía en espiral. El agua estaba enturbiada por el limo de los aboleths que los guiaban. Danifae lo notaba cada vez que respiraba. Un aboleth la seguía de cerca, empujándola hacia adelante.
El pasillo por el que nadaban era gris y tan brillante como una perla. Tenía talladas unas líneas profundas que revelaban la piedra que había debajo. Muchas de esas líneas eran como espirales o parecían fluctuar. Danifae las miró, preguntándose si era una forma de lenguaje escrito. Entonces recordó que los aboleths no necesitaban textos escritos. Cualquier conocimiento que contuvieran las mentes pasaba a las generaciones futuras cuando los recién nacidos se los comían.
Sonrió con tristeza, apenada de que Lloth no hubiera dado a los drows la habilidad de adquirir conocimientos de esa manera. Sin embargo, había otras maneras de descubrir lo que uno necesitaba saber…
El corredor pasaba ante varias puertas redondas y al final daba a una habitación que debía estar cerca del centro de la estalagmita. Al entrar, Danifae se detuvo cerca de Pharaun y dejó que el peso de la cota de malla la pusiera de pie. El aboleth que la seguía entró en la sala y se quedó lo bastante cerca para alcanzarla con los tentáculos. Observó que el primero estaba en una posición similar, al otro lado de Pharaun.
Al fondo de la habitación, en un nicho, había un aboleth que imaginó que sería Oothoon. La criatura descansaba en lo que parecía un nido de algas esponjosas. De vez en cuando usaba un tentáculo para arrancar un pedazo y se lo metía en la boca. Su piel azul verdosa tenía manchas blancas, como lapas, y el abdomen era de un rosado más oscuro que el de los demás. Buscó en vano una pista sobre su sexo pero no descubrió ninguna y pensó que la criatura era hermafrodita, aunque los otros se referían a Oothoon como la matriarca de los aboleths.
Sintió un cosquilleo en la cabeza y un instante más tarde crepitó una chispa mágica en el agua. El hormigueo se desvaneció al activarse el conjuro protector de Pharaun. Miró a Pharaun de soslayo y vio que asentía. Su arriesgada intuición había resultado cierta. La magia era lo bastante fuerte para mantener apartado el sondeo mental de los aboleths.
Oothoon rebulló y se incorporó un poco. Un mendrugo de algo que estaba atrapado bajo el enorme cuerpo del aboleth, que parecía carne fresca pero dejaba una mancha verde en el agua, se arremolinó en la corriente y flotó hacia el suelo. Carne de aboleth, decidió Danifae, al advertir la piel moteada.
Como si no pasara nada, Oothoon dejó que uno de sus tentáculos se acercara a Pharaun para flotar a un palmo de su rostro. Otro se movió hacia Danifae.
Pharaun se llevó la mano a la espalda, donde Oothoon no la vería.
Tranquila, señaló.
Danifae miró el tentáculo, advirtió el olor a sebo rancio. Al temer que esa ligera exposición la transformara, contuvo la respiración. Un momento después, Oothoon retiró el tentáculo que amenazaba a Pharaun y, cuando Danifae empezó a ver puntos blancos ante sus ojos y se vio obligada a inhalar, el otro. La criatura entornó los tres ojos, en lo que a Danifae le pareció una sonrisa felina.
—¿Por qué habéis venido? —preguntó Oothoon con una voz que sonaba como burbujas retumbantes.
Danifae dejó que Pharaun llevara la voz cantante. El mago usó el lenguaje de signos drow, que Oothoon parecía comprender. La matriarca aboleth debía de haber consumido uno o dos drows en el pasado.
Siglos atrás, un barco demonio visitó vuestra ciudad, empezó Pharaun. Después de dejar Zanhoriloch se metió en una tormenta y se perdió en este plano. Lo estamos buscando.
—¿Por qué?
Nuestra líder, una poderosa sacerdotisa de Lloth, desea encontrarlo. Quiere usarlo para navegar hasta el Abismo, para reunirse con su diosa.
Danifae, que empezaba a fruncir el entrecejo, miró de soslayo a Pharaun. Quenthel le había especificado a Pharaun que no dijera nada de ella o de su búsqueda. ¿Se lo decía a la aboleth sólo por despecho?
«No», pensó Danifae, con los ojos entornados mientras examinaba al mago. Pharaun tramaba algo.
—¿Por qué vuestra líder desea hacer eso? —De nuevo la respuesta de Oothoon era una pregunta.
Quiere consumir a Lloth, respondió Pharaun, con expresión angustiada.
Los cuatro tentáculos de Oothoon empezaron a crisparse al unísono. Al igual que los de los guardias. ¿Sorpresa, quizá? ¿O humor ante una declaración tan audaz? Danifae no ahondó en la cuestión. Miró a Pharaun, preguntándose qué diría después. Cruzó una mirada con él advirtiéndole que no dijera nada.
—Tu líder es idiota —dijo al fin Oothoon—. Su diosa la devorará.
Nuestra líder no es una novicia sin experiencia, sino la sacerdotisa de rango más alto, respondió Pharaun. Conoce un conjuro que le permite matar a un dios. Cualquier dios.
Al oír tamaña mentira, Danifae tuvo que esforzarse para mantener una expresión tranquila. No importaba la trama que estaba urdiendo Pharaun, no quería estropearla. Después de todo, había sido astuto con el demonio Belshazu. Tramaba algo más de lo mismo.
—¿Quién es tu líder? —preguntó Oothoon.
Q-u-e-n… Pero cuando Pharaun empezó a deletrear la palabra, Danifae se vio obligada a darle un codazo al mago, disfrazándolo de gesto fortuito.
¡No!, señaló, mientras hacía el gesto entre señales de la mano.
El mago continuó como si nada.
T-h-e-l.
—Quenthel —repitió el aboleth, y luego cerró los labios como si el sonido fuera dulce. Sus tres ojos parpadearon—. Nunca he oído hablar de ella.
No me sorprende, respondió Pharaun. Venimos de una ciudad de la Antípoda Oscura que está a muchas leguas de aquí.
—¿Menzoberranzan?
¿Has oído hablar de ella?, dijo Danifae con una mirada de sorpresa.
—El que escapó de la jaula le dio el nombre a Jooran.
Y ese aboleth te informó, concluyó Pharaun, cortando a Danifae antes de que hiciera más preguntas a Oothoon.
—Sí. Lo encontré en la mente de Jooran cuando me lo comí.
Danifae se estremeció, se preguntó si Oothoon tenía el hábito de comerse a todo aquél que entrara en la sala del trono. Dejó que su mano bajara hacia la maza que colgaba del cinturón. Si la aboleth arremetía con los tentáculos, usaría la magia del arma para apartarlos. Luego recapacitó y apartó la mano de la maza. El hecho de que les hubieran dejado entrar en la sala de la matriarca aboleth con las armas no era muy tranquilizador. Era evidente que los aboleths no temían a las armas mágicas…, o a los conjuros de Pharaun, si se daba el caso.
Un breve escalofrío de aprensión recorrió a Danifae. ¿Saldría de allí con vida? Se dio cuenta de que dependía de Pharaun y se despreció por ello.
El mago volvía a hacer señas. Danifae estaba distraída y sólo captó el final.
… dinos dónde está, y arreglaré un encuentro con Quenthel, le dijo el mago a Oothoon.
La matriarca aboleth parpadeó.
—¿Con qué propósito? —preguntó.
Pharaun apartó el trozo de carne de aboleth con el pie y levantó la mirada.
Para comértela, dijo sin ambages.
Danifae entornó los ojos. Esperaba que Pharaun fanfarroneara.
Los tentáculos de Oothoon se retorcieron.
—¿Comerme a una sacerdotisa drow lo bastante poderosa para matar a un dios? —preguntó la aboleth con una voz que burbujeaba de alegría—. Te burlas de mí.
No del todo, respondió Pharaun. Los conjuros de Quenthel son fuertes, pero tarda mucho en lanzarlos. Es débil físicamente, tanto como cualquier drow. Como lo sabe, mantiene a su lado todo el tiempo a un semidemonio para protegerla. Si los separas con algún truco, será incapaz de defenderse. Lleva unos objetos mágicos despreciables: las únicas armas peligrosas que tiene son un martillo, que es mágico y golpea a distancia, y un látigo de serpientes, cuya mordedura es venenosa.
Danifae se quedó pasmada por la audacia de Pharaun. Acababa de decirle al aboleth lo que necesitaba para vencer a Quenthel. Lo único que se había dejado era que la sacerdotisa ya no tenía acceso a la magia de Lloth. Había cebado el anzuelo con las supuestas capacidades de Quenthel para matar dioses. Oothoon, previendo la adquisición de semejante conjuro, salivaba. Lo más extraño de todo era que el mago lo había hecho delante de Danifae. ¿Se daba cuenta de que se lo diría a Quenthel? ¿Contaba con ello? Quizá la jugada del mago era más complicada…
Danifae sacudió la cabeza. No podía especular con qué estaba pensando un hombre que se había enfrentado con el ingenio a un demonio y había ganado. Hizo un gesto rápido con la mano, el signo que indicaba que quería hablar con él en privado.
Pharaun frunció el entrecejo, luego se volvió y se dirigió de nuevo a Oothoon.
El conjuro que sustenta a mi compañera se desvanece, le dijo a la aboleth. Para lanzarlo de nuevo, tengo que sostener su mano un momento. Invocará una pequeña esfera negra alrededor de las manos. No te alarmes, no es dañina. ¿Tengo tu permiso para proceder?
La aboleth entornó los ojos, una expresión que sin duda había adquirido de los drows.
—Lo tienes.
Los dos guardias se tensaron, mientras observaban cómo Pharaun tomaba las manos de Danifae. Un momento después, aparecía una esfera de oscuridad lo bastante grande para cubrirlas y pasaron a hablar con los dedos. Con series rápidas de tamborileos en la palma de la mano.
¿Tienes la intención de sacrificar a Quenthel?
El destino de Menzoberranzan está en juego, respondió Pharaun. Estoy seguro de que la matrona Baenre lo consideraría un sacrificio honroso. Si estuviera en mi lugar, haría lo mismo.
Danifae apenas podía discutir la lógica. Y cambió a un tema más acuciante: ella.
Me pides que te apoye. Traicionar a una diosa de mi fe. ¿Por qué? Menzoberranzan no me importa.
¿Qué hay de Eryndlyn?, preguntó Pharaun.
¿Qué?, respondió ella.
¿No te gustaría volver algún día?
Eso hizo que Danifae hiciera una pausa.
Visité Eryndlyn más de una vez, tamborileó Pharaun. Conozco muy bien la plaza que rodea las Cinco Columnas. Con un simple encantamiento, podría enviarte allí.
Ya no me queda nada en Eryndlyn, respondió. Ni casa, ni familia.
¿A qué otro lugar querrías ir?
Danifae respondió rápido.
Quenthel no lo permitirá nunca, afirmó. No después de perder a Halisstra… y Ryld.
No, dijo Pharaun, mientras negaba con la cabeza. No debería; pero yo sí. Así que la pregunta es la misma, si no es Eryndlyn, y desde luego tampoco Ched Nasad, adonde te gustaría ir. ¿Adónde querrás ir? ¿A Llacerellyn? ¿A Sschindylryn?
Muy a su pesar, Danifae se quedó con la boca abierta. Sschindylryn era una ciudad famosa por los portales y la conocía porque era el hogar adoptivo del que quizá fuera el único drow en toda la Antípoda Oscura que la ayudaría a deshacer el conjuro que la ataba a Halisstra. Si pudiera…
Al ver que Pharaun le estudiaba el rostro, e irritada consigo misma por revelar sus pensamientos, se recompuso.
Por un momento casi lo creyó, sabía que no debía tener esperanzas. Pero por experiencia sabía que las promesas, en especial las que hacía un compañero drow, rara vez se mantenían.
Sin embargo, había una oportunidad. Durante la caída de Ched Nasad, Pharaun arriesgó la vida para salvarla. Danifae aún intentaba desentrañar el porqué. ¿Qué había ganado? Quizá el rescate fue un impulso debido a la lujuria. Esa emoción podía impulsarlo.
¿Era el momento de cambiar la lealtad de Quenthel a Pharaun? Le dio vueltas a la idea. Ganarse la buena voluntad de Quenthel para descubrir lo que le había pasado a Lloth le ofrecía la oportunidad de recuperar la magia y quizá obtener un favor especial de la diosa oscura. Quenthel era la drow de rango más alto entre los menzoberranios, y si Danifae estaba condenada a servir prefería hacerlo al más alto nivel. Ser prisionera de guerra era una cosa; ser sirviente de una refugiada sin hogar de una ciudad en ruinas, otra. La servidumbre de Danifae con Quenthel fastidiaba a Halisstra.
La primera hija de la casa Melarn podría haber matado a Danifae por antojo, pero cuando la prisionera de guerra se convirtió en el juguete de Quenthel, Halisstra tenía que responder ante la matrona de Arach-Tinilith.
Después de tantos años de reverencias y sumisos murmullos, al fin era capaz de escoger su camino, de actuar, pero aún le quedaba un trecho para ser libre. Aún existía el vínculo. Aún sentía esa conexión indestructible con Halisstra Melarn.
Quenthel era una aliada poderosa y si jugaba sus piezas de sava con tino, acabaría de mano derecha de Quenthel…, si la búsqueda para encontrar a Lloth tenía éxito. De lo cual, dada la carencia de logros, no estaba muy segura.
Pero en Sschindylryn, si el viejo mago aún seguía vivo, al fin sería libre. ¿Libre para qué? ¿Adónde iría? Si Eryndlyn había sufrido el mismo destino que Ched Nasad, ya no quedaba nada para ella. Podía ir a Menzoberranzan o cualquier otra ciudad, pero ¿como qué? Una drow libre, pero sin patronos, sin casa que la protegiera. Aunque si tenía una bienhechora, una matrona —alguien como Quenthel Baenre, por ejemplo— encontraría un hogar en Arach-Tinilith.
Danifae decidió jugar sus piezas con cuidado, empezando con una mentira.
Lo haré, dijo. No le diré nada a Quenthel. Pero primero asegúrate de que saben dónde está el barco y de que está en condiciones de navegar.
Pharaun sonrió e inclinó un poco la barbilla a modo de asentimiento. Entonces disipó el globo de oscuridad, soltó la mano de Danifae y se volvió hacia Oothoon.
¿Bueno?, preguntó. ¿Has decidido aceptar mi oferta?
—Dame a Quenthel y te diré dónde está el barco del caos —dijo la matriarca aboleth después de agitar un tentáculo.
Danifae levantó una ceja. Al verlo, Pharaun asintió. Era evidente que se daba cuenta de lo mismo que ella, habían venido en busca de un barco, pero ninguno de ellos había mencionado qué clase de barco. Sin embargo, había la probabilidad de que Valas lo hubiera hecho.
Descríbelo, señaló Pharaun. Convéncenos de que sabes de él.
La aboleth cerró los ojos, como si rememorara un recuerdo lejano.
—Estaba hecho de hueso y se movía por la superficie del lago. Las criaturas que lo habitaban tenían tu forma y parecían vivas, pero eran pálidas e hinchadas y sabían a muerte, a insectos. El que consumió la que engendró a mis madres estaba infestado de cosas blancas que se retorcían.
Gusanos, señaló Pharaun, su cara no expresaba el asco que Danifae llevaba escrito en el rostro.
—Sí. Una experiencia incómoda, en especial cuando la criatura se convirtió en ácido en su estómago. La que engendró a mis madres casi murió y no hubiera vuelto a comer una de aquellas criaturas aunque contuviera los secretos de los dioses.
Danifae se aferró a ese importante punto.
¿Cuándo consumió tu antepasado al mane?, preguntó. ¿Cuándo visitó el barco tu ciudad? ¿U ocurrió después de perderse?
—Después —respondió Oothoon—. La estúpida criatura volvió cuando su capitán se doblegó.
Describe al capitán, señaló Pharaun.
—Era una criatura de tierra, con dos patas para andar, dos para aguantar y una cola larga que se movía sin parar, como una alga en una corriente cambiante —respondió Oothoon—. La cara del demonio recordaba la de las diminutas criaturas que se escurren por las cavernas, con un hocico que olisqueaba el aire.
Un uridezu, señaló Pharaun, con una mirada de complicidad. Lo que nos dijo Belshazu.
Valas podría haberle comentado ese detalle al aboleth, señaló Danifae.
Valas no distingue un demonio de otro, respondió Pharaun después de negar con la cabeza. No reconocería un uridezu si lo tuviera delante, ni recordaría las especies demoníacas que mencionó Belshazu de pasada. Oothoon dice la verdad. Su antepasado consumió al mane y con él, el conocimiento de dónde se hundió el barco.
Sabemos que el navío se perdió en una tormenta. ¿Quedó destruido?, señaló a Oothoon.
—Cuando el mane se alejó del barco a nado, aún estaba entero —respondió Oothoon—. La tormenta lo inmovilizó y mató a la tripulación, pero no dañó el barco.
Danifae resopló. Como si la matriarca aboleth les fuera a dar cualquier otra respuesta, después de que Pharaun revelara sus planes de poner el barco a flote y poner rumbo al Abismo.
¿Y qué hay del demonio?, preguntó Pharaun.
—También quedó inmovilizado por la tormenta.
El mago pensó un momento, luego asintió, al parecer, satisfecho con las respuestas de Oothoon.
Muy bien, señaló. Dime dónde está el barco, y yo arreglaré un encuentro con Quenthel.
—No —respondió Oothoon, encolerizada. Durante un momento, Danifae pensó que el trato estaba roto, que la aboleth había decidido comérselos a ellos—. Me darás a la sacerdotisa, y después de consumirla, te diré la localización del barco.
Danifae suspiró. Punto muerto. Pero para su sorpresa, Pharaun asintió.
Acepto, le dijo a la aboleth.
Mientras Oothoon gorjeaba de alegría, los dos guardias los sacaron de la habitación a empujones. La audiencia había terminado.