Capítulo doce

Valas despertó al sentir que algo blando y viscoso le acariciaba la mejilla izquierda. Se volvió y vio que era un tentáculo, uno de los cuatro que salían del cuerpo de una criatura marina enorme, con tres ojos rasgados.

Se alejó sin dejar de mirarlo y se encontró de espaldas con las barras de una jaula. Miró a través de los barrotes al aboleth que, despacio, retiraba el tentáculo. La criatura tenía un cuerpo de media docena de pasos de longitud, con una cola larga y plana. Su piel, de apariencia gomosa, era verde azulada, con manchas grises y una fina capa de limo. El abdomen era de un rosado enfermizo; la boca, enorme, se abría y cerraba como la de un pescado. Los tres ojos —rojos— estaban uno sobre el otro, en la frente. Los tentáculos, la mitad de largos que el cuerpo, brotaban justo detrás de la cabeza y flotaban flácidos, dejando una mancha de limo en el agua.

Valas notó el légamo en la cara, allí donde el tentáculo lo había tocado y olió el grumo que tapaba su fosa nasal izquierda. Exhaló por la nariz y lo alejó.

Comprobó sus armas y vio que los kukris aún estaban enfundados. Un vistazo le dijo que los talismanes todavía estaban prendidos a su túnica. Tranquilo y preparado, miró la prisión que lo rodeaba.

La jaula estaba hecha de hierro macizo y no veía puertas. Descansaba en el fondo del lago, sobre unas algas que le llegaban a la cintura. Más allá de la jaula brillaban pescaditos que pasaban entre las hojas de las algas. A lo lejos, las estalagmitas se elevaban hasta más allá de la superficie del agua. Los lados de esas formaciones rocosas estaban perforados por aberturas redondas por las que nadaban los aboleths. Advirtió que las estalagmitas debían de ser los edificios de Zanhoriloch.

El aboleth no hacía movimientos hostiles, sólo miraba, como un visitante en una exposición. Valas le habló con signos, con la esperanza de que lo entendiese.

¿Por qué estoy prisionero?

—Tú traspasaste los límites. —La respuesta sonó como burbujas en el agua.

Las palabras eran común de la Antípoda, un lenguaje compuesto de una mezcla de palabras simples y frases de varias lenguas de la Antípoda Oscura.

Por una buena razón, respondió Valas. Con los pulmones llenos de agua, el explorador no podía hablar.

Busco algo. Un barco de carne y hueso, hecho por los demonios.

—Tienes hambre de ese conocimiento.

Sí. ¿Has visto un barco así?

—No lo he consumido.

Valas frunció el entrecejo, desconcertado. El limo con que el aboleth le había untado la cara estaba de nuevo en su orificio nasal izquierdo. Apretó el otro y resopló por la nariz.

¿Viste ese barco… pero no te lo comiste?, preguntó de nuevo.

El aboleth agitó los tentáculos en lo que debía de ser un signo de irritación; o el equivalente drow a encogerse de hombros.

—No lo he visto. Ni he consumido conocimiento sobre eso.

¿Consumido? A Valas no le gustaba cómo sonaba eso.

¿Cómo consumís conocimiento?, preguntó.

—De nuestros parientes, cuando salimos del huevo. De otras criaturas, como tú. Las consumimos.

¿Te… las comes?, preguntó Valas. ¿Vas a comerme?

—Ése no es mi privilegio —dijo el aboleth—. ¿Tienes conocimiento de ese barco?

Valas sacudió la cabeza y la apartó con un signo enfático.

No. Me dijeron que los aboleths conocían ese barco, así que vine a descubrir si era real o un rumor.

—¿De dónde eres? —preguntó el aboleth—. ¿Cómo has llegado aquí?

Valas pensó en cómo contestar a eso. ¿Intentaba el aboleth descubrir si había venido al lago Thoroot él solo? ¿O sopesaba la información potencial que había en la mente de Valas antes de comérselo? Intentó pensar en una respuesta que no le hiciera parecer un aperitivo atractivo, al tiempo que medía sus posibilidades de escapar. El hecho de que estuviera en una jaula —y que el aboleth no se lo comiera de inmediato— era prometedor. Valas pensó que quizá lo guardaran para otro aboleth, uno con más privilegios.

Si el aboleth se iba para informar del resultado de sus preguntas a su superior, Valas podría usar el amuleto en forma de estrella que aún estaba prendido a la túnica para escapar.

Soy de Menzoberranzan, señaló Valas. Un soldado al servicio de una de las casas de esa ciudad. La matrona usó su magia para enviarme aquí, para preguntar sobre el barco demonio. Dentro de poco usará esa magia para llevarme a casa.

«Así explico mi inminente desaparición de la jaula —pensó Valas—. Y, es de esperar que los aboleths piensen que buscarme será inútil».

Una vez más, sintió que tenía la nariz llena de limo y lo expulsó. Se limpió la cara con la manga, aunque sólo sirvió para esparcirlo por la cara. Cada vez más preocupado, desistió. La imagen de la criatura drow que vigilaba las medusas surgía amenazadora en su mente. ¿Sentía un hormigueo en la oreja izquierda? Resistió el afán de tocársela, temeroso de que ya se estuviera fundiendo.

—No volverás a tu ciudad —dijo el aboleth.

Valas se estremeció, aplacando la sensación enfermiza que le atenazaba el estómago.

¿Me van a convertir en esclavo? ¿Tu ciudad no tiene una matrona… gobernante a la que apelar?

El aboleth onduló el cuerpo. Valas se preguntó si era un signo de molestia o de placer.

—Han pasado muchos flujos desde que Oothoon se reunió con alguien de la gente seca. Tú eres un mero sirviente entre los de tu gente y no justificas su atención. En cuanto a tu pregunta, ya eres un esclavo para Oothoon. Cuando la transformación se complete, empezarás a servirle.

Esta vez, Valas se tocó la oreja. Aún era puntiaguda pero sentía un hormigueo, al igual que en la parte izquierda de la cara, la muñeca y la mano izquierda. Sentía los dedos pegajosos. Al tratar de separarlos, descubrió que el índice empezaba a fundirse con el que tenía al lado y el meñique con el otro. Una membrana de piel gris crecía entre los dos dígitos deformados y ya llegaba al primer nudillo.

¿Cuánto tardará la transformación?, preguntó. Ya sentía la mano izquierda torpe.

—No más de tres boorms —dijo el aboleth—. Cuando acabe, volveré para soltarte.

Se alejó con un poderoso latigazo de la cola.

Valas no tenía ni idea de lo que era un boorm. Podría ser tan largo como un ciclo de Narbondel; en cuyo caso, aún tendría tiempo de volver hasta los demás si el conjuro de Pharaun no acababa antes. O por lo que sabía, un boorm podía ser tan corto como un latido de corazón. Echó un vistazo a su mano izquierda y se estremeció. Cuanto antes empezara, mejor. El aboleth nadaba rápido hacia la ciudad, ya no lo miraba.

Tocó la estrella de nueve puntas y sintió la tradicional distorsión de su magia. Se encontró de pie en el punto que había escogido (un buen centenar de pasos más lejos), pero la jaula estaba allí con él. Aterrizó sobre las algas, levantando una nube de tierra hasta la altura de las rodillas y desperdigó un grupo de peces diminutos y asustados.

Parte de su cuerpo tocó la jaula, ¿por eso se había deslizado a través de las dimensiones con él? La jaula era demasiado pesada para que magia del talismán la englobara, pero era la única explicación que se le ocurría.

Frunció el entrecejo. La jaula estaba encantada para contenerlo sin importar adonde fuera. Si ese broche hubiera sido más poderoso habría usado la magia para trasladarse por el lago en unos cuantos saltos siguiendo la corriente predominante hasta la catarata. Pero tenía sus límites. Después de dos saltos más como el primero se quedaría inactivo durante todo un día.

Mientras tanto, el limo dejado por el tentáculo se le extendía por la cara y por el brazo izquierdo. Llenó los pulmones de agua y la sacó por la nariz, limpiándose las fosas. ¿Cuánto tiempo le quedaba? Al menos aún gobernaba sus actos y sospechaba que sería lo único que le quedaría. La criatura drow había mostrado voluntad propia. Fue capaz de advertir a Valas que se alejara de Zanhoriloch…, para lo que le había servido.

«Es el momento de encarar el problema desde otro punto de vista», pensó el explorador.

Valas sacó otro de sus objetos mágicos de la túnica: un tubo corto de mithril no más largo que un dedo. Se impulsó con la mano izquierda —las membranas ya habían crecido hasta el segundo nudillo— y golpeó el tubo contra uno de los barrotes de la jaula. Sonó una clara y brillante nota transportada por el agua, pero no sucedió nada. Cualquiera que fuese la puerta no respondía a la magia de la campanilla.

Dirigió la mano a su última esperanza, un broche con una piedra gris achatada y rodeada por una docena de piedras diminutas sin cortar. Confeccionado por los svirfneblin, tenía el poder de envolver a su portador en una ilusión, dándole la apariencia que imaginara. En realidad no transformaba, ni podía manifestar ilusiones más complicadas —como hacer que un drow pareciera un aboleth, por ejemplo—, pero le permitiría crear sutiles cambios en su apariencia.

Giró la piedra y sintió que un cálido temblor recorría su cuerpo. Al mirar al suelo vio unas manos y pies palmeados y una cola plana. La magia del broche había funcionado, dándole la apariencia de la criatura drow.

Todo dependía de su suposición: que la magia de la jaula se disiparía cuando se completara la transformación. Empujó con las piernas y subió hasta el techo, rezando para que desapareciera.

Su cabeza chocó con los barrotes con un crujido que le hizo ver las estrellas. Con una mueca de dolor, descendió hasta el centro de la jaula.

Eso era todo. El broche era su última esperanza. Incluso la ilusión mágica de los svirfneblin no tenía nada que hacer ante la jaula que lo encerraba. Estaba atrapado. Sólo podía esperar hasta que su cuerpo se convirtiera en la ilusión que acababa de crear: la criatura drow.

«No dejaré que suceda —pensó—. Merezco una muerte honorable. La muerte de un soldado. No esto».

Tiró de uno de los kukris; el que lanzaba una descarga de energía a aquello que tocaba. La magia no le afectaría si sostenía el arma (una precaución contra heridas fortuitas), pero si clavaba la empuñadura en el suelo, sería capaz de hundírsela. Extendió la mano hacia una de las barras que hacían de suelo de la caja y usó la daga para rascar el fondo del lago, pero era demasiado duro. La jaula había aterrizado sobre una roca. Tenía que moverla a otro sitio.

Se impulsó hacia arriba y miró al lugar en el que había estado la jaula, pero sólo vio una extensión de algas que ondeaban, no el trozo aplastado que esperaba. ¿Se habría movido hacia otro lado? No, veía Zanhoriloch en la distancia. Le fallaba el sentido de la orientación. Era incapaz de ver el punto en el que estaba la jaula cuando despertó en el interior; el peso tendría que haber aplastado las algas…

Ahí estaba.

Descubrió un trozo cuadrado de algas a unos treinta pasos, pero no tenía sentido. Acababa de mirar ese punto un momento antes. ¿Acaso el limo se esparcía por sus ojos, confundiéndolos?

No. Veía tan claro como antes.

De pronto, dio con la respuesta: la jaula era una ilusión muy poderosa, se manifestaba en la vista, el tacto y el oído. No sólo los barrotes eran visibles, sino que, además, se podían tocar. Incluso sonó la campana cuando la golpeó contra uno…, o eso creyó. Pero al cerrar los ojos, al concentrarse con tanta fuerza que casi le dolía, sintió la roca bajo los pies. Deslizó uno por el suelo, y no encontró resistencia. En vez de tocar un barrote, resbaló sobre piedra desnuda.

Siguió concentrado y continuó pasando el pie por el suelo hasta que encontró resistencia: un alga. Su tacto casi le desconcentró, el recuerdo del tentáculo que había dejado el limo en la cara demasiado reciente. Entre temblores, continuó hasta que sintió algas a su alrededor y abrió los ojos.

Lo había conseguido. La jaula ilusoria había desaparecido. Era libre.

Pero ¿por cuánto tiempo? Ya no era capaz de mover la mano derecha con habilidad. Sólo tenía dos dedos, con una membrana entre ellos. Empezaba a tener una sensación extraña en el ojo izquierdo. Los dos se le cerraban y los colores que veía no eran del todo correctos. Confirmó su futuro cuando vio una masa de algo lacio y blanco que se alejaba de él. Era el pelo del lado izquierdo de su cuero cabelludo.

Volvió la mirada hacia Zanhoriloch y vio que las criaturas de la ciudad aún seguían con sus asuntos, nadando de un lado a otro entre las estalagmitas, ignorantes de su evasión. Parecía que no se había dado la alarma, y ninguno de los aboleths fue tras él para interceptarlo. La alegría lo inundó, pero duró poco. Con el corazón encogido, se dio cuenta de que su evasión era temporal. Pronto sería una criatura drow, transformado para siempre en un ser acuático. El lago sería su prisión.

Aunque sabía que no tenía esperanza, pues ninguno de sus compañeros tenía magia sanadora, y puesto que era probable que lo confundieran con un monstruo y lo mataran nada más verlo, ató el kukri a la vaina y empezó a nadar contra la corriente. Había completado su primer deber como mercenario: escapar. Lo siguiente era llevar la información a sus compañeros, aun cuando era muy poca, salvo por la advertencia de evitar Zanhoriloch a toda costa.

Entregada la información, conseguiría que uno de los demás lo matara. Si se negaban, lo haría él mismo.