Ocho patas, ocho.
Martilleando sobre las piedras, golpeteando, golpeteando, tamborileando, tamborileando, de impaciencia.
Habían acabado la batalla, sus festines, habían devorado a sus hermanas, fortaleciéndose con cada jugoso bocado. Abotargadas y exhaustas, permanecieron en torno a la piedra octogonal. Miles de ojos clavados en miles de ojos, ocho patas, ocho, tamborileando, golpeteando.
No podían comer más. No podían luchar más. El cansancio las mantenía en su sitio, como lo había querido Lloth desde el principio. Los miles se convirtieron en ocho: las ocho más fuertes, las ocho más astutas, las ocho más tortuosas, las ocho más despiadadas. Una se fusionaría con la Yor’thae. Otra recibiría el manto de diosa, la deidad del Caos.
Sólo una, a la que las demás servirían… si la Única les daba esa elección y esa oportunidad. Si no, ellas, como los miles de sus hermanas muertas, serían devoradas.
Las arañas sabían que no podrían influir en la elección. La competición había terminado hacía mucho, la lucha estaba decidida, y solo Aquélla que Era el Caos tenía en sus manos la decisión final. Las arañas sabían que no podían ser tan arrogantes. No se engañaban pensando que se podría deshacer lo que se haría. La guerra de la descendencia había terminado.
Ocho patas, ocho, que tamborileaban nerviosamente sobre el suelo.
Más allá del capullo del sanctasanctórum, los drows no se mostraban tan conformes. Estaban henchidos de orgullo, se ponían a sí mismos por encima de Lloth, se consideraban más valiosos o superiores. Se atrevían a presumir de conocer bien a Lloth, de conocer el resultado de la elección antes que todos los demás, y osaban conspirar y confabularse para negar a sus rivales el lugar que les correspondía.
Eran unos locos, y las arañas lo sabían. La frivolidad los hacía errar a cada paso que daban, y su destino hacía mucho tiempo que estaba decidido.
La conspiración estaba escrita por la Señora del Caos, y eso era lo más asombroso y fascinante de todo. Por los caminos de Lloth no se avanzaba recto, ni hacia ningún destino cierto.
Eso era lo más hermoso.
Las arañas lo sabían.
El momento se aproximaba.
Las arañas lo sabían.
Ocho patas, ocho, que tamborileaban sobre las piedras, golpeteando, golpeteando, tamborileando, tamborileando, la paciencia bajo presión, en tensión, destrozada.
Ocho patas, ocho.