EMPRENDEDORES Y BOMBEROS
Cómo saber si uno tiene madera de emprendedor
El falso emprendedor
Existen auténticos emprendedores y falsos emprendedores. No me refiero a falsos en el sentido moral, en el sentido de que pretenden engañar a alguien, sino en el sentido de que se están engañando a sí mismos.
Vamos a ver dos estadios muy básicos de falso emprendedor para después adentrarnos en la naturaleza del verdadero emprendedor.
En el nivel más básico de falsos emprendedores, se encuentran las personas que denomino «emprendedores NIF». Para éstas, ir al notario y constituir una sociedad mercantil supone convertirse en emprendedores. De hecho, uno de los síntomas de la persona que en realidad no tiene un ápice de emprendedor es el habitual y pomposo comentario de: «El día tal voy al notario», como si ir al notario le diese a uno el carné de emprendedor.
Emprender no es dar de alta una sociedad en el registro mercantil o independizarse de la empresa en la que uno trabaja. Eso son sólo trámites administrativos o legales que permiten trabajar por cuenta propia en lugar de por cuenta ajena. Está claro que un negocio debe operar bajo un número de identificación fiscal y una forma legal determinada. Son pasos necesarios para emprender, pero no es emprender.
Esta distinción puede parecer una obviedad, pero no lo es. Se llevarían las manos a la cabeza si supieran la cantidad de personas para quienes tener un NIF procura una increíble tranquilidad y seguridad.
Ir al notario nos permite fanfarronear en una cena de amigos de que acabamos de iniciar un negocio o de que tenemos nuestra propia empresa, pero, de momento, lo único que hemos hecho ha sido gastar dinero.
En un segundo estadio, tenemos las personas que denomino «emprendedores idea feliz». Para éstos una idea de negocio determinada, conseguir una franquicia, exportar o importar en exclusiva una marca o producto determinado supone ya ser emprendedor. La idea se convierte en su salvavidas, en la piedra filosofal que todo va a solucionado. Veremos más sobre esto en la tercera parte.
Emprender no es dar de alta una sociedad, no es montar una tienda, una agencia de publicidad o una empresa de exportación. Emprender no es montar un negocio. Emprender no es siquiera un modo de trabajo.
¿Qué es entonces emprender?
Emprender es una forma de enfrentarse al mundo, es una manera de entender la vida con la que no todo el mundo se siente a gusto. ¿Y cuál es esa forma de vida? Es aquella en la que la persona disfruta con la incertidumbre y la inseguridad de qué pasará mañana. El verdadero emprendedor es aquel a quien lo incierto procura un especial placer.
En cierta ocasión, esperando en una sala para entrar a un plató de televisión donde iba a ser entrevistado a propósito de uno de mis libros, tenía a mi lado a un miembro del Cuerpo de Bomberos de Barcelona. Le pregunté por su profesión. ¿Por qué bombero?, quise saber. Su respuesta fue rotunda. Me dijo: «Todo bombero no desea otra cosa en la vida más que ser bombero. Va más allá de la vocación. Ser bombero te proporciona una forma de vida que ninguna otra profesión te ofrece, la posibilidad de arriesgarte en un escenario real. Esto no es teatro, no es un parque de atracciones donde los riesgos son ficticios. Los riesgos que corremos cada día son reales; un incendio, un escape de gas, un edificio que se ha derrumbado… No puedes imaginarte lo que se siente, es adrenalina pura, es una forma de vida que se convierte en una droga a la que no se puede renunciar».
El bombero no mencionó cuánto cobraba ni cuántos días libraba. Me contó que había sido maestro de escuela y que, sin embargo, desde pequeño había tenido (¡Y sentido!) la necesidad de ser bombero. Mientras ejercía de maestro se preparó para las oposiciones a bombero, y cuando las hubo aprobado, abandonó las aulas para ponerse el casco y apagar fuegos. Y ahí estaba, a punto de entrar a un plató de televisión para explicar su última aventura por las calles de Barcelona.
Pues igual que la persona con vocación de bombero acaba siéndolo, el emprendedor con vocación, tarde o temprano, también. No podrá evitarlo.
El bombero disfruta con la incertidumbre y la experiencia del riesgo. He aquí la primera prueba de fuego (¡nunca mejor dicho!) que deben pasar un bombero y un emprendedor. Si usted es una persona que no disfruta con la incertidumbre, es que no es un emprendedor. Es cierto que uno puede acostumbrarse a la incertidumbre y que ésta es a menudo la causa de muchos dolores de cabeza de los emprendedores, pero otra cosa bien distinta es saber que a uno le vencen la incertidumbre y el riesgo.
Hay gente que prefiere la seguridad, la rutina o, sencillamente, que sea otro quien acarree con la responsabilidad de unas nóminas. No es mejor ni peor. Es una opción perfectamente válida. Pero esas personas, cuando montan un negocio, se estrellan. Porque no se da la característica esencial que todo emprendedor debe tener: el deseo de moverse en un entorno incierto.
La Asociación de Jóvenes Emprendedores de Murcia me invitó una vez a dar una conferencia a sus asociados. Una persona con quien compartí la clásica mesa redonda con que suelen clausurarse estos eventos dio una definición de empresario que no puede ser más acertada: «El empresario es la persona que se mueve en un mundo incierto para que los que trabajan para él crean que ese mundo es seguro».
El mundo es, por definición, incierto. Nadie puede asegurar nada, ni tan siquiera el presente. Pero no a todo el mundo le gusta sentir eso en su piel todas las mañanas laborables (y no laborables) de su vida.
Emprender es el acto de reducir la incertidumbre en uno de los actos más antiguos de la humanidad: el intercambio, el comercio.
Emprender es esa forma de vida y de encarar el mundo: aceptar la incertidumbre como el principal de los ingredientes. Aún más, de hecho, la verdadera y única causante de que la acción emprendedora tenga sentido es la propia incertidumbre.
Jorge Wagensberg escribió: «La felicidad requiere que el futuro sea incierto». Pues el emprendedor, aún lo requiere más.
Un rasgo que caracteriza a los auténticos emprendedores es que no contemplan la posibilidad del fracaso. No es que estén ciegos o sean ilusos. Seguramente no lo son y sus dosis de realismo son elevadas. Pero su ilusión puede más que todo ello. Me dijo Juan Mateo, emocionado: «Cuando emprendes de verdad, el fracaso no lo contemplas. Todo empieza con un sueño. Te imaginas un escenario que te emociona lo suficiente como para dejarte la vida por conseguido. Es como cuando te casas. En principio es para toda la vida. Tiene un punto de locura, de inconsciencia. El fracaso no entra en los planes, ni tan siquiera se considera».
No pierda el tiempo. Si ahora ya sabe que nunca va a ser capaz de adaptarse a esa incertidumbre, plantéese si llevar a término el negocio que le ronda por la cabeza. No piense en su idea, analice si le apetece que esa idea sea la que traiga la incertidumbre a su vida.
Emprender por el placer de emprender
Recuerdo otra conversación con un emprendedor nato que tiene más de siete negocios, da empleo a varios cientos de personas y factura más de 100 millones de euros anuales. Le pregunté si siempre había querido ser emprendedor. Me respondió así: «No, de pequeño quería ser médico. Pero cuando lo soñaba, no me imaginaba a mí mismo con la bata blanca curando gente, sino que imaginaba que era el fundador y propietario de siete hospitales con más de mil médicos en plantilla…».
Asistimos con este testimonio a la segunda característica del emprendedor. Emprender se convierte en un medio y en un fin al mismo tiempo. Es parecido a lo que sucede con la creatividad.
Cuando un científico o un artista intentan crear algo nuevo, su campo de acción, su disciplina o especialidad es instrumento y fin. Un escritor que desea crear un nuevo estilo literario hace de la literatura una herramienta y una meta a la vez. Asistimos a la denominada motivación intrínseca de las cosas. Bajo esa motivación, cualquier estimación de riesgo es estéril. Sencillamente, se desea lo que se hace y punto.
Es un deseo que nace dentro de uno y que no goza de mayor explicación. En este segundo caso, no hace falta que uno se plantee si se sentirá a gusto en la incertidumbre porque, como la persona de la que di su testimonio, lo único que desea es consolidar los siete hospitales. ¿Qué sentido tiene? Ninguno. Tiene el mismo sentido que pintar el Guernika o escribir Cien años de soledad. Como dijo Paul Auster en su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras tratando de explicar en qué consistía escribir: «¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa. Esa necesidad de hacer, de crear, de inventar es sin duda un impulso humano fundamental. Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene? Ninguno que se me ocurra…».
Puede pensarse que el emprendedor quiere ganar dinero, hacerse millonario, quiere dejar su impronta en el mundo, quiere ser alguien, quiere crear empleo, crear riqueza en su región y un largo etcétera de motivaciones que justifiquen la utilidad de su acción emprendedora. Puede haber algo de todo ello, pero el verdadero emprendedor va más allá de todo eso. La realidad es que él, como Auster afirma en el caso del creador literario, no puede hacer otra cosa.
Carlos Barrabés, creador junto a su hermano José Cristóbal de la web líder de venta de material de escalada y de alta montaña comenta en uno de los programas emitidos en TVE2 por la Escuela Banespyme: «Un emprendedor se reconoce a si mismo porque tiene un vacío interior. Esto no quiere decir que no sea feliz. Posiblemente sea feliz. Pero tiene un vacío interior, realmente profundo, que llenar. Y la única manera que tiene de llenar ese vacío interior es creando conceptos. Y no muchas cosas más. Con eso ya sabe si es un emprendedor o no».
Recomiendo escuchar este testimonio en directo en www.banespyme.org[3] Porque una cosa es leerlo y otra oírlo con la voz quebrada y emocionada de un emprendedor.
Fijémonos que el concepto del que habla Carlos Barrabés no es muy distinto al de vacío interior que mueve al artista a crear. Hay mucha concomitancia entre los motivos del emprendedor y los del creador a los que se refería Paul Auster.
De hecho, varios de los entrevistados me aseguraron que reconocían al verdadero emprendedor porque «al ganador se le adivina en la mirada. Lo ves en los ojos, en cómo te mira cuando te habla del negocio que va a montar. Y cuando fracasa, lo vuelve a intentar».
Otro me dijo: «Reconozco al verdadero emprendedor porque cuando me explica su proyecto y le pregunto “¿Lo tienes claro?”. Me responde que no hay nada que desee hacer más».
La ilusión, motor y combustible al mismo tiempo
Tanto el que soñaba con sus siete hospitales como el que amaba la incertidumbre deseaban más que nada en este mundo ser empresario y bombero, respectivamente. Uno deseaba el riesgo y el otro la posibilidad de crear algo grande.
Ambos testimonios contienen la esencia de lo que significa ser emprendedor.
El amor a la incertidumbre y el placer por la propia actividad emprendedora proporcionan tanto el motor como el combustible que mueve al emprendedor: la ilusión.
Si en algo han coincidido las decenas de testimonios con los que he contado para la elaboración de este libro, ha sido en este punto. El emprendedor saca su energía de un combustible llamado ilusión. Para emprender, como hemos avanzado en el anterior asalto, hay que tener una ilusión enorme, descomunal, infinita.
He aquí varios testimonios suficientemente elocuentes:
«Un emprendedor no se hace en una escuela de negocios. Nunca. Emprender es un acto emocional».
«Creo que ser emprendedor no es cuestión de conocimientos sino de carácter, y en estos casos, como antiguamente se decía, “A quien Dios no da, Salamanca no presta”».
«El verdadero emprendedor no necesita motivos externos. Lo hace para sí mismo, tiene que ver con su carácter».
Hemos hablado ya de la ilusión en el anterior asalto. Es lo que diferencia al verdadero del falso emprendedor. Es más, cuando se acaba la ilusión, es habitual que muchos negocios se vengan abajo.
Más allá de su motivo, cuya irrelevancia ya he puesto de manifiesto, la naturaleza del emprendedor, que le impele a disfrutar del propio acto de emprender y de la incertidumbre que conlleva, es su verdadero motor. La naturaleza del emprendedor genera en él una ilusión tan infinita como inagotable.
Fuera de ésta cualquier otra motivación da como resultado a un tendero, a un tenedor de acciones o aun propietario de una empresa. Pero no a un emprendedor con todas sus letras.
Si no es su caso, tampoco hay que arrojar la toalla. Queda una opción: no tener naturaleza de emprendedor, pero poseer un salvoconducto para ello. A ello me refiero en el siguiente asalto.
—RESUMEN—
Emprender no es una acción puntual, no es un lance de juego. Emprender es una forma de vida. El verdadero emprendedor necesita y abraza la incertidumbre. Si la incertidumbre le vence, piénseselo. El auténtico emprendedor disfruta emprendiendo, el acto de emprender es un medio y un objetivo al mismo tiempo.
La persona con carácter emprendedor es aquella que ama la incertidumbre y el propio acto de emprender.
Segundo FCF: no tener carácter emprendedor.