INTRODUCCIÓN

Llegué aquí porque era lo más natural. En un sentido profundo, fue lo más natural de mi vida. El animal que somos al moverse sobre la tierra fue el que me trajo. El sedentarismo que se nos impone tiene su reverso en el deporte como actividad que compensa la evidente degradación de nuestro cuerpo. Con la evolución de nuestra cultura llegamos a sublimar la actividad física como el sostén lógico de la espiritual. Algo que se ha corroborado con los estudios que comprueban que nuestra inteligencia se desarrolla con el ejercicio. Esto es algo que vengo comprobando al tener siempre mis mejores ideas mientras voy corriendo. Y llegamos aquí, a la certeza de que es necesario mover el culo para que el cerebro no se quede como el primero. Y ahí comienza otro tipo de problemas.

En un momento en el que para la sociedad nada es ajeno a la mirada comercial, mover el cuerpo para que este no deje de serlo se convierte en ambición. Lo peor es que se canalizan nobles metas particulares para conseguir otras menos interesantes y acabamos haciendo cosas extrañas. Sin embargo, al final de todo somos muy animales y tendemos a movernos como tales, hacia delante, en busca del sustento, por el celo, para ser líderes o sobrevivir. Son cosas que no se pueden perder porque lo llevamos en la mirada interior que conecta con atavismos de una lejanía abisal. Entre esos gestos primarios que nos permiten poblar y dominar el mundo está correr. Correr para perseguir, cazar, huir, jugar, explorar y competir. No soy muy mayor, o sí, cerca de los cincuenta, y sin embargo aún recuerdo cuando de pequeño cazaba persiguiendo piezas para llevarlas a los tiradores al otro lado de la montaña. Somos imitaciones en movimiento de lo que hemos sido siempre y nos juntamos como manadas los fines de semana para sublimar lo que fuimos y somos en potencia, corredores y corredoras, depredadores que entrenan para que, aunque sea solo en sueños, sigamos llevando un trozo de carne a la mesa de nuestra familia.

Por eso no somos auténticos deportistas, sino supervivientes de este tiempo extraño por si volviesen los antiguos. Qué sentido tendría si no que decenas, cientos de miles de personas salgan a participar en carreras populares todos los fines de semana con el único afán de estar en forma. No hay correlato alguno de tal magnitud en ningún otro deporte. Veinte mil personas en un medio maratón, diez mil en un maratón, cincuenta mil en un 10K, son cifras extrañas en la práctica de cualquier otro deporte, le demos las vueltas que le demos. Esos millones de personas que en todo el mundo salen a correr muchos días a la semana hacen de esta actividad el pilar con el que refuerzan su vida cotidiana. Muchos han interiorizado esta práctica como un recurso natural para energizar su vida y se esfuerzan en mantenerse como tales. Y lo hacen porque merece la pena. Sentir que en cualquier momento puedes desplazarte por la tierra con energía y hacer cualquier cosa por el camino genera una gran seguridad. Y es real, un corredor entrenado es una persona física y mentalmente muy capaz.

Así se aúnan dos sensaciones que se refuerzan, la física y la mental. El poder de la fuerza física y la fuerza del poder mental unidos son dos factores irresistibles, tanto hacia dentro como hacia fuera. Y ahí, así, de forma tan sencilla, tan natural, directa, corriendo, dominando el paisaje físico y civilizado, el corredor es feliz.

Pero, como en todo cuento, la historia no funciona sin el ogro, la bruja o el poder oscuro que doblegan las buenas intenciones, los mejores caminos y la luz de la energía más virtuosa. Y a los corredores y corredoras que solo querían seguir corriendo durante toda la eternidad hasta perderse en la extinción de la fuerza nos dijeron que haciendo determinadas cosas y de determinada manera no solo seguiríamos corriendo, sino que correríamos más y mejor. Citius, altius, fortius, cuando nosotros lo que queríamos era seguir explorando, compartiendo, participando, estar preparados para la futura caza. Y así llegamos a la amortiguación.

Aún recuerdo cuando me puse mis primeras zapatillas amortiguadas. Ya llevaba unos tres años corriendo y usaba calzado deportivo pero con suela bastante rígida. Aquellas primeras zapatillas «con muelles» me hicieron sentir como si estuviese en una colchoneta hinchable. Y ese era el supuesto camino para seguir siendo un explorador de la tierra bajo mis pies. Así que inicié el camino amortiguado con entusiasmo porque una gran marca deportiva me lo sugería y yo era crédulo, aún lo sigo siendo, al menos de lo que veo.

Nos remontamos a 1983, seis años después comencé a tener problemas en mis pies para poder seguir corriendo. Desde 1990 hasta 2012 estuve luchando contra mis pies y mis piernas para que me permitiesen seguir corriendo, disfrutando de la exploración, de la fuerza del cuerpo y de la mente y de cazar la vida todos los días. Luché arrojando contra ellos todos los modelos de zapatillas avanzadas que ofrecía el mercado, toda la medicina y farmacopea que la traumatología concebía, todas las prótesis que la ortopedia diseñaba. Hasta que mi cuerpo dijo basta y quedó impedido, imposibilitado, neutralizado para correr. Salía con la ilusión de ver el horizonte y tras correr ciento cincuenta metros tenía que volver cabizbajo apretando los dientes de impotencia a casa. Desde la frustración de esa sensación lo tiré todo, arrojé las plantillas, arrojé las medicinas, me desprendí de armatostes forrados de mecanismos y escudos y comencé a correr con dos planchas de cuatro milímetros de caucho duro atadas con unos cordones. Volví a correr e incluso a volar. Hasta que al final lo tiré todo y comencé no solo a recorrer los caminos sino a bailar con ellos.

Estamos a finales de 2013 y he vuelto a correr. Vuelvo a correr disfrutando, fortaleciéndome con ello sin hacerme daño, conociendo mejor que nunca mis límites y mis capacidades. Mis piernas han vuelto a funcionar sin atascarse como mis pies. Y ahí donde contactamos con el mundo ha estado la clave. He restablecido la comunicación con la tierra y mis pies se adaptan a ella de forma directa. Y así corro en comunicación con lo que piso, ejerciendo un dinamismo equilibrado en cada paso, de tal manera que todo el movimiento de correr busca la armonía.

Correr se ha convertido en algo más de lo que era para mí, que ya era mucho. Al aprender a correr de una forma más animal, más adaptada al terreno, cada salida es diferente, una aventura. El dinamismo del cuerpo es mucho más sofisticado, pues el ritmo, la zancada, la mirada se integran en un nivel superior en el que lo importante no es la velocidad, es tu capacidad para desplazarte con armonía sobre la tierra.

Hoy corro descalzo. Después de muchos años corriendo aprendo a hacerlo de nuevo, mejor, con todo mi cuerpo y por todas partes. La sensación es diferente, pues de forma directa el mundo está a mis pies, eso constituye todos los días una apasionante aventura en la que siempre me siento mejor conmigo y con mi entorno.

En las siguientes páginas pretendo contar mi experiencia. Sin ánimo de aleccionar a nadie, pero sí de compartir la ilusión redescubierta tras muchos años intentando correr a duras penas. Por ello, no es apropiado pensar que este libro es un manual o un método para correr descalzo. Pretendo contar cómo lo hice yo y cómo lo hicieron otros corredores descalzos mucho más hábiles y experimentados. Por suerte, esta forma de correr también me ha proporcionado la experiencia de conocer a personas magníficas que ya se iniciaron en este arte corredor hace más tiempo. Ellos nos regalan en este libro sus valiosas ideas y testimonios. Por mi parte, lo único que pretendo es hablar de mi experiencia como liberadora de todos los problemas que me aquejaron y aquejan a muchos corredores y mostrar que hay caminos diferentes e interesantes para seguir explorando en movimiento.