No cabe duda de que durante algún tiempo correr descalzo va a seguir siendo muy llamativo para mucha gente. Parece claro que llamar la atención no es para nada el objetivo de aquellos que corremos descalzos, aunque de momento no podamos evitarlo. Un síntoma claro es que la reacción de los demás ante esta forma de correr se convierte en muchos casos en un elemento de diversión y curiosidad bien entendida. Una vez superados los primeros días o el primer día cuando nos cruzamos con algún conocido o desconocido que nos mira como si estuviese teniendo alguna alucinación, se pasa a la fase de «ya tengo bastante con mirar lo que piso como para preocuparme por los demás».
Pero que uno quiera quedar al margen de lo que los demás miren o piensen no implica que no escuches o no te interpelen. Además, cuando esa atención se intensifica por distintas circunstancias pueden pasar cosas curiosas. Y la variedad resulta muy sorprendente: desde un vecino que me amenazó con denunciarme si me hacía daño en los pies hasta el barrendero de mi barrio, otro experto en analizar el suelo con quien tuve una exhaustiva conversación sobre el tipo de objetos que podrían ser problemáticos y cómo evitarlos, pasando por los desinhibidos niños que con todo su desparpajo quieren que les expliques el cómo, el porqué y el fondo de las razones de hacer algo contrario a lo que les indican sus mamás. Se me ha llegado a utilizar políticamente en un medio maratón, en el que un corredor que iba detrás de mí iba gritando a todo el mundo que la mandataria de la región era la que me había quitado las zapatillas. También resultan graciosas las reflexiones espontáneas de los padres que, ante la pregunta exigente de sus hijos de por qué iba descalzo, buscan razones tan peregrinas como que estaría protestando por algo o que sería alguna promesa religiosa.
En este capítulo quedan reflejadas las curiosidades que nos cuentan corredores descalzos de toda España, porque aunque esta forma de correr se extiende y crece por todas partes, aún sigue resultando exótica para mucha gente. ¿Qué hubiesen pensado nuestros ancestros si nos hubiesen visto con unas zapatillas de colorines? Supongo que cosas parecidas a las que ahora piensan nuestros convecinos: ¿cómo puede correr así?
Anécdotas como tales no tengo, todo lo que en ese aspecto me ha ido ocurriendo durante estos ocho meses que llevo corriendo descalzo ha sido escuchar todo tipo de comentarios a mi paso por diferentes lugares; me han llamado de todo, la gente no se corta nada y opinan y comentan gratuitamente como si de un jugador de fútbol se tratase… Me he llegado a sentir como un futbolista (a veces árbitro) en un partido de fútbol… He recibido desde ánimos ensalzando mis partes nobles, hasta desprecio por el simple hecho de pasar por un lugar en un momento determinado corriendo descalzo.
Las anécdotas más comunes son los comentarios de la gente al verte correr descalzo o con huaraches. Mis compañeros me han comentado que, en las salidas de las carreras, la gente que tengo enfrente está callada, pero que en cuanto me doy la vuelta me señalan los pies y comienzan a murmurar.
Como sabrás, hay comentarios de todo tipo (que si es que estoy haciendo una promesa, que si llevo las Adidas Jesucristo, etcétera…). En un medio maratón, con huaraches, al adelantar a un tipo, este me gritó algo así como «¡vaya amortiguación llevas! ¡por el kilómetro 10 seguiremos el rastro de sangre de tus muñones!». Mi respuesta fue más o menos: «No te veo con cara de pillarme en el kilómetro 10». Creo que no le hizo ninguna gracia que le adelantara un tipo con chanclas, aunque si yo le adelanté, él tampoco sería ninguna máquina.
Un patrón que he observado en las carreras es que la gente a la que adelanto hace comentarios jocosos, no en tono despectivo y algunos bastante simpáticos, pero sí en plan de guasa. Sin embargo, los que me adelantan suelen hacer algún comentario dando ánimos o interesándose por el tema.
También he notado que hace unos años nadie sabía de qué iba la cosa; sin embargo, ahora casi todo el mundo conoce el tema.
Cuando corro suelo ir muy centrada en lo mío y trato de no estar pendiente de los comentarios. Al principio esa era mi manera de «protegerme». Cuando corres descalza la gente mira y comenta cosas que habitualmente no son desagradables, pero, sobre todo al principio, molesta ser el centro de atención de todas las miradas. Cuando comencé solo corría descalza unos minutos y los comentarios eran del tipo: «¡Esa chica está loca!». Ahora que corro durante más rato y un poco (no mucho) más rápido, los comentarios son de admiración. De modo que he pasado de ser una loca a poco menos que una heroína capaz de hacer la gran proeza de correr descalza.
Como he dicho, aunque al principio oyese comentarios mientras corría, no solía parar. Últimamente me resulta más difícil hacerlo porque la gente me aborda y es rara la vez en que no tengo que pararme para explicarle a alguien por qué corro descalza. Quizá lo más raro me pasó una vez mientras corría por la acera de un paseo y un vehículo que iba por la calle aflojó mucho la marcha para ponerse en paralelo a mí. Después el conductor bajó la ventanilla, dio un grito y paró el coche en mitad de la calle. Yo me acerqué porque pensé que tenía un problema o que quería preguntarme por una dirección, pero no era nada de eso. ¡El conductor quería saber por qué corría descalza! Su cara mostraba curiosidad real y sus maneras eran amables, pero estaba formando un auténtico atasco allí detenido mientras yo no salía de mi asombro. Le respondí muy rápido que buscara información en Internet sobre el barefoot running y que volviera a poner en marcha el coche, que se estaba formando un tapón.
En esta última carrera del Cuervo, estando esperando la salida, me encontraba en último lugar del pelotón (lugar desde donde siempre salgo en todas las carreras ya que corro por disfrute), un señor del público (de unos 60 años, calculo) me llamó en voz alta y me pregunto a gritos: «¿Tú qué? ¿vas a correr así?». Mi compañero, con sus amortiguadas de x euros, le contestó «la crisis, que es muy mala». Este hombre se descalzó con toda rapidez y se dirigió hacia mí diciéndome «toma, hombre, ponte estos mismos», me acerqué a él dándole las gracias y le expliqué que yo corría así.
En otra carrera, ya recuperando, se me acercaron dos chavales diciéndome que por favor les enseñara las plantas de los pies, ya que uno de ellos le porfiaba al otro que yo tenía que llevar algo pegado en las plantas para poder correr sin zapatillas, se las enseñé y este chico me las tocaba y retocaba totalmente alucinado.
Los típicos comentarios: que si vas de promesa, te vas a resfriar, que adelanta como Kung Fu, sin hacer ruido, ¡con lo bien que yo creía que iba, va este y nos adelanta descalzo, picha!, etcétera.
Bueno, varias, sobre todo los que somos de pueblos pequeños, el cuchicheo que hay entre los vecinos y lo de siempre: que te vas a clavar algo, que si las chinchetas, que cuidado con los vidrios… Pero bueno, de eso ya sabemos todos. Una en particular es que al finalizar un entreno me quité los huaraches e iba descalzo, y un amigo va y me dice: «ya sabía yo que correr con las chanclas esas no era bueno, pero ¿para qué vas corriendo y descalzooooo, quieres que te lleve?».
El día del medio maratón de Castellón asistí a una comida en la que había varias personas a las que no conocía, y estábamos en un grupo tomando el aperitivo y alguien comentó que un amigo que estaba allí y yo habíamos corrido el medio. Uno del grupo nos dijo que él había asistido como espectador y había visto a un loco que corría descalzo. Le pregunté por qué creía que debía de correr descalzo y nos dio una disertación sobre varias posibilidades, entre ellas una en la que, según él, posiblemente tenía los dedos mal y no se podía calzar según qué zapatillas para correr y otra en la que quizá era una promesa como se hace en algunos lugares en Semana Santa. Lo más interesante de todo fue la cara que puso cuando le dijeron que yo había corrido descalzo.
En una ocasión, en un recorrido de entreno, me junté con dos corredores y hasta que llevábamos corriendo cerca de una hora no se dieron cuenta de que iba descalzo.
Y en la mayoría de las carreras bastante gente te pregunta si te duele o si tienes la planta de los pies como un callo, la cuestión es que seguramente (por lo menos yo) pierdo bastante tiempo en responder preguntas y hago un tiempo algo peor de lo que haría, lo cual me da absolutamente igual, ya que corro para disfrutar de las sensaciones y la satisfacción de hacerlo libremente.
Tengo unas cuantas que me han hecho mucha gracia.
Los sustos. Corriendo descalzo eres un corredor silencioso, nadie te oye venir. Ha sido mucha la gente que se ha asustado cuando los he adelantado (nunca queriendo), pero el mejor susto fue el de un hombre de unos 60 años que notó una presencia acercándose por su espalda (serían las 6:30/7:00 am, noche cerrada y paseo semidesierto) y al pasar por su lado, dio un salto alejándose de mí y en posición, literal, de karateka dio un grito de guerra (o susto) que incluso a mí (que no me lo esperaba) me asustó. Solté un: «Joder, ¡qué susto!», a lo que respondió: «¡y tú a mí!», y disculpándome me alejé a carcajada limpia, no lo pude evitar y cada vez que me acordaba me entraba la flojera y no paraba de reír.
Otra anécdota, pero esta vez con sandalias, fue cuando me paró la policía secreta. Siempre salgo a correr a primera hora de la mañana (6:00 am) y un día se paró un coche a mi lado y salió la conductora, dirigiéndose hacia mí. Pensé que iría a preguntarme por una calle y me extrañó que fuese la conductora y no el acompañante el que preguntara. Total, que espero a que se acerque y me enseña la placa y me pide la documentación. Como era previsible, no la llevaba y, después de explicarle que había salido a correr, entonces me pregunta por el calzado. Al final, acabó confesándome que ella había sido corredora en un buen equipo, pero una lesión de rodilla la apartó del tartán para siempre y que le gustaría volver a correr y le había llamado la atención mi calzado. Le hice un taller avanzado de minimalismo y, la verdad, vi cómo la chica se fue contenta y con bastante información.
Y, para acabar, mi estreno en competición popular con sandalias no fue el esperado. En una carrera de 5 kilómetros y habiendo salido muy rápido (3:20 min/km), sobre el kilómetro 2,5 una sandalia saltó por los aires. Se había rajado uno de los agujeros laterales. Paré a ver si podía arreglarlo y hacer un apaño, pero era imposible. Al ver que no paraban de pasar corredores, dudé sobre qué hacer, si retirarme de la carrera o… acabarla descalzo. Rápidamente me descalcé la otra sandalia y salí escopeteado, adelantando corredores como si estos estuviesen parados. Hubo zonas de los últimos dos kilómetros y medio donde el asfalto estaba verdaderamente roto y aquello era una auténtica lija y un pedregal. Logré acabar la carrera satisfecho, pero dolorido, con una media, habiendo parado y todo, de 3:45 min/km. Los percances en las plantas de los pies tan solo fueron de dos dedos abrasados en su yema en cada pie. Sinceramente, pensé que el balance iba a ser mucho peor.
Ya he hablado del anecdotario sinfín que sufro en mis carnes. Una de ellas me ocurrió un día que me descalcé por el Ferial de Almería (ideal para barefoot); me paró un señor y me dijo que corría como los indios que él había conocido en Sudamérica cuando era emigrante, no se si serían los tarahumaras, porque se lo pregunté y no supo decírmelo.
Otra ocurrió al finalizar el medio maratón de Almería 2012, que corrí con mi primo. Muchos corredores se sintieron atraídos y nos preguntaban si funcionaban «esas zapatillas o calcetines tan raros», claro, mi primo llevaba unas Vibram y son de todo menos discretas.
En este tiempo me ha pasado de todo, desde las típicas bromas y comentarios de gente que te cruzas caminando, corriendo o en bici, a caras o expresiones de asombro, y también que te piten o griten desde los coches… Incluso que te regañen como si fueses un niño pequeño.
En las carreras te puedes encontrar de todo, desde gente que te felicita o que te dedica expresiones de ánimo o asombro a gente que se queda atrás cuando la adelantas, comentando con los colegas que adónde irá ese loco, asegurando que no llegarás muy lejos así o que seguro que te has quitado las zapatillas un minuto antes, que no puede ser que estés corriendo así desde la salida.
La anécdota más divertida hasta la fecha ha sido cruzarme con un grupo bastante numeroso de turistas japoneses mientras corría por los bosques de la Alhambra. El guía japonés que encabezaba el grupo me vio y empezó a decirme cosas que no entendí mientras me hacía gestos con el pulgar levantado. Toda la gente que iba detrás en el grupo empezó a apartarse con exclamaciones de asombro echando mano a las cámaras de fotos mientras se iban haciendo a un lado para dejarme pasar. Os aseguro que algo así te deja la sonrisa en la cara durante un buen rato.
La que recuerdo con más cariño fue en México, corriendo el Ultramaratón de los Cañones. En la línea de salida tuve la oportunidad de saludar al campeón tarahumara Arnulfo Quimare, quien, al verme descalzo, me preguntó con cara de incredulidad si iba a correr así. Yo le respondí que iba a intentarlo, a ver qué tal era el terreno. Me dijo que era «muy chingón»: lo era.
Al día siguiente, lo comentamos con unas risas. Él quedó segundo en la carrera de 100 km, pero alucinaba con el buen estado de mis pies.
Otra anécdota fue al llegar a la meta tras los 63 km de montaña de la MiM (Marató i Mitja) en Castellón. Allí, un juez de la Federación Española de Montaña no dejaba de repetirme que no se lo podía creer y quiso fotografiar y tocar la planta de mis pies.
La que más me sorprendió fue tener el privilegio de salir a correr un rato con dos grandes campeones de las carreras de montaña como Iván Ortiz y Pablo Criado, y que me comentaran que leían mi página web, y me preguntaran ellos a mí acerca de correr descalzo y la transición. Nos hicimos una foto todos descalzos. Más tarde, ese mismo día me presentaron a Eduard Jornet, el padre de Kilian, y cuando me dijo que también había oído hablar de mí me quedé sin palabras.
Cada jueves vamos a correr descalzos por las calles de Dénia y a la gente en general le parecemos unos bichos raros y se aparta… pero cada vez somos más.
Soy profesor de Educación Física en un centro de educación especial y estoy en pleno desarrollo de un proyecto de intercambio de experiencias a nivel europeo: Barefoot School Experience.
La mayor anécdota personal es la de ver en mi pueblo gente corriendo descalza después del I Encuentro Nacional de Corredores Descalzos, en Montilla, en febrero de 2013. La difusión del barefoot fue tanta en redes sociales como en el pueblo, donde ya existe una asociación de corredores descalzos y se pretende batir el récord de corredores descalzos en febrero de 2014. De empezar a correr descalzo por curiosidad a crear afición en Montilla al barefoot running :-)
Realmente, suelo correr descalza en los entrenamientos y solo al final de ellos, no suelo correr por lugares concurridos, no por ir descalza, ¡por supuesto!, sino porque soy bastante solitaria, así que tampoco tengo muchas anécdotas que contar, únicamente la cara de estupefacción que pone la gente cuando te ve pasar corriendo sin zapatillas y además viendo que no vas necesariamente lenta… la verdad que es divertido :))) Muchos murmuran en alto: «¿dónde vas descalza?», otros simplemente miran…
La gente se extraña, te mira y murmuran: «Ahí va un loco corriendo descalzo». A veces me han parado para preguntarme por qué corro descalzo y siempre me han incitado para que no lo haga, todavía la gran mayoría no asimila que pueda haber corredores que disfrutemos corriendo descalzos.
Me han pasado muchas cosas. Se han parado conductores a preguntarme si me pasaba algo mientras entrenaba y en carreras oficiales me han dicho de todo. Quizá la frase que más me impactó fue hace dos años en el maratón de Málaga, cuando otro corredor me preguntó que qué habría hecho para tener que pagar tanto (en alusión a alguna promesa, penitencia o sacrificio, supongo). Aparte de esas cosas, un día escondí las zapatillas mientras corría descalzo (salía y volvía con ellas puestas de casa por las miradas de los vecinos) y luego no las encontraba. Estuve un buen rato buscándolas.
Comentarios varios. Uno que dijo: «Así no gastas de lo tuyo», respondí: «Ni de lo tuyo tampoco».
Algún niño que decía «papá, ese señor corre descalzo». Una chica que dijo «vaya huevos»; otra: «Debe de ser una promesa». Y alguna otra que abría la boca de manera exagerada (se podía aprovechar como nueva estación de metro).
En un par de ocasiones me preguntaron, y hay que decir que con respeto, por qué corría descalzo. Después quedaron agradecidos de mis explicaciones.
Me quedo con las constantes miradas de los transeúntes (aun corriendo con sandalias), con los comentarios por lo bajini (y preguntas directas) de los corredores con los que me cruzo, y con el estupor familiar ante la imagen de unos pies totalmente llenos de suciedad que contrastan con mi amplia sonrisa.