CAPÍTULO 5: LAS COMPETICIONES. CORRER, VOLAR O BAILAR

Las carreras populares son una fiesta, el momento en el que los corredores salen a las calles para celebrar su disfrute y medirse a sí mismos junto a los demás. Es esa celebración donde cientos, miles, en ocasiones decenas de miles de personas invaden las calles el momento de mayor motivación, en el que todo lo que puede funcionar lo hace mejor alentado por la mecánica del entusiasmo. Para mí, que estuve a punto de abandonar las competiciones por mis pasados problemas físicos en las piernas, volver y volver descalzo tiene algo de rito y sacrificio festivo. Esa idea de aventura cobra un enorme protagonismo ante ese acontecimiento emocionante en el que todo se ha dispuesto para que des lo mejor de ti mismo sin esperar nada más que la satisfacción de sentirte capaz de hacerlo.

SORPRESAS Y PREPARACIÓN

Los momentos culminantes en la vida de los corredores se producen en las carreras. Las competiciones son la pimienta que anima a seguir entrenando más y mejor. En estos eventos nos medimos a nosotros mismos, lo hacemos (aunque sea de forma involuntaria) con otros y compartimos nuestra experiencia con los seres queridos que tengan a bien acompañarnos.

Si a estos elementos comunes a todos los participantes añadimos el factor de correr descalzo, todo se pone aún más interesante.

Para el corredor descalzo el circuito de una competición, sobre todo si es su primera vez o este ha sufrido modificaciones, es una incógnita. El ritmo en el que se desarrollará la prueba está muy condicionado por la dificultad del terreno. Una prueba que discurra por asfalto dista mucho de tener que ser homogénea. Si existen tramos con asfalto desgastado, con gravilla, etcétera, puede resultar mucho más duro y dificultoso que un camino rústico lleno de piedras. Sin embargo, esta incertidumbre, lejos de resultar un problema, se convierte en un aliciente para aquellos corredores que lo que persiguen es explorar sus posibilidades en la superación de obstáculos y retos imprevistos. Asumir con alegría lo que nos pondrán por delante supone, claro está, una importante dosis de seguridad personal en las posibilidades de los pies. Eso será algo que proporcionará de forma natural el tiempo de entrenamiento.

Un aspecto positivo en la transición a correr descalzo es la claridad con la que constatamos nuestros avances en la adaptación de nuestros pies a los terrenos más diversos. Comprobar que al cabo de unos meses podemos trotar relajados por un camino pedregoso cuando en nuestros inicios éramos incapaces aporta una limpia tranquilidad a la hora de abordar un trayecto desconocido.

Encontrarse en una carrera conocida para abordarla descalzo por primera vez es como encontrarse con un viejo adversario contra el que no compites desde hace mucho tiempo, conoces su esencia, pero tienes claro que te puede salir con alguna sorpresa. Los aspectos que te pueden sorprender son las características de la superficie del circuito, que te puede ayudar más o menos a cumplir tus objetivos. La clave es que estos poco tienen que ver con los de un corredor calzado.

LA ACTITUD COMPETITIVA DEL CORREDOR DESCALZO

En principio, somos muchos los corredores descalzos que defendemos la idea de que descalzo se puede correr tan deprisa como calzado. Pero eso de entrada no es así e intentarlo puede resultar catastrófico. Por ello, al principio es importante incorporar las competiciones a la lógica de la transición. Podría parecer contradictorio competir en una transición, pero esta es larga y la motivación que supone ir a carreras y participar en ellas lo hace todo mucho más ameno.

Sin embargo, al acudir a una carrera la actitud cambia y aunque estés adaptándote vas a ir un paso más allá. Eso puede suponer un avance o un retroceso si en vez de uno son dos pasos.

Tras conseguir terminar descalzo e intacto de fuerzas el medio maratón de Albacete con mis pies en perfecto estado, consideré que esto me convertía en apto para competir a buen nivel en competiciones más cortas. No valoré el hecho de que ese medio lo corrí con una extrema precaución pues la distancia más larga que había corrido descalzo antes había sido una competición de doce kilómetros, aunque bastante duros. Así me lancé a correr la Volta a Peu de Almussafes, prueba de 10 kilómetros, para intentar mejorar la marca del año anterior que hice con huaraches. Casi consigo igualar la marca por un minuto de diferencia. El precio fue la gran ampolla sanguinolenta en la almohadilla bajo los metatarsos que supondría incorporar una dosis de dolor innecesaria en mi progresión y un retraso claro de la misma.

La fricción que supuso ir a un ritmo muy superior al que estaba acostumbrado fue mucho más dura para mis pies que una acumulación mayor de kilómetros.

De aquella experiencia me quedó al menos la agradable sensación que supuso, en gran parte del trayecto, la sensación de volar sobre el terreno. Mis pies se deslizaban de forma rápida y armónica entre los aparatosos zapatazos del resto de corredores. La capacidad de evolucionar de forma rápida entre aglomeraciones de participantes me resultaba sorprendente. Mis pies volaban y bailaban a la vez y todo resultaba perfecto.

La lección de la fricción en caliente fue dura pero clara, en ningún caso podía suponer que por poder cubrir una distancia lo podría hacer como yo quisiera. Mis pies eran mucho más duros, pero aún no podían absorber la aspereza del terreno como una suela de caucho de tres milímetros. Eso llevaría su tiempo, aunque a la vez se convertía en uno de los objetivos más interesantes de la progresión. Como motivación fundamental, esa clara impresión de que con el tiempo podría llegar a tocar el cielo con los pies. No había tenido una sensación de libertad y poderío más intensa que en esos pocos kilómetros en los que me dejé llevar descargando toda la potencia que mi cuerpo me permitía sobre mis pies.

Después de esta experiencia vino la calma. La tranquilidad de que mi objetivo era otro. De que la competición era un estimulante escenario en el que progresar, pero a mi ritmo. En este caso el escenario era el que imponía el estilo que debía adoptar para superar su reto particular. Los otros corredores eran, son, compañía pero ya no son adversarios, competidores, no pueden serlo pues sus circunstancias son otras. Puedes quedar por delante o por detrás de otros pero la sensación final resultará irrelevante. El diálogo se establece de forma interna entre el corredor descalzo y el terreno que este va descubriendo metro a metro avanzando por el circuito. Esa conversación íntima se convierte en el dinamismo que el corredor puede permitirse según su condición física general, el estado de sus pies y la dureza del terreno. Esa convergencia de fuerzas acaba siendo un vórtice para concentrar cada una de las zancadas.

Participar en una competición se convertía en una decisión más meditada, pues algunos factores podían resultar definitivos según el momento de la transición en el que me encontrase. La distancia ha sido de entrada el factor más determinante. Aunque luego pude comprobar que hay kilómetros que a la vista son inofensivos y que valen por dos y por tres. Un kilómetro de asfalto viejo calentado por el sol de mediodía de un mes de julio puede resultar insalvable en los primeros meses de la transición. Con mucho menos que eso me tocó volver rabiando de dolor al coche en un trayecto fallido en las primeras semanas de mi transición. El factor superficie se convierte en algo muy relevante en los primeros momentos y el cómo será en un circuito, en las primeras competiciones, fue algo que en principio me preocupó muchísimo.

En la medida en que tus pies se fortalecen e interiorizas tu condición de corredor que participa en una competición muy personal asumes que llegado el momento te adaptarás a lo que sea. Sería ridículo decir que me puedo permitir correr en cualquier superficie, pero en condiciones normales de lo que suele ser el mundo de las carreras populares tampoco es lógico esperar situaciones anómalas.

Al final, lo importante es mantener una actitud relajada en la competición sobre todo al principio. Esto es además fundamental para superar las situaciones más complicadas que se le pueden plantear a un corredor descalzo.

En este sentido, y en especial con la competición, la mente es el 51% porque va a determinar la adaptación y el resultado de nuestros pies. Nos movemos con ligereza o con miedo y torpeza por lo que decidamos y por nada más. Si fundimos nuestros pies contra el asfalto de forma absurda (mea culpa) por competir contra todos sin un objetivo claro ni una estrategia lógica, no podemos quejarnos de que correr descalzo sea complicado o nos produzca daño. El corredor descalzo ha vuelto a nacer como tal y también para la competición. Por ello, la relación con el correr, con el terreno, con la gente, puede replantearse desde presupuestos renovados. Correr no es algo uniforme, es algo dinámico, una conversación con el terreno, y en la medida que este es distinto el movimiento tiene que evolucionar de forma consecuente. La actitud física se flexibiliza con la mente y así la zancada, el ritmo, el movimiento de caderas se adapta al camino sin resistencia. Cada carrera se convierte en la partitura de una música improvisada como un buen concierto de jazz. Por eso, en muchas ocasiones tengo la sensación de estar bailando más que corriendo. Bailar alrededor de los compañeros de carrera, con las piedras para que rueden en vez de clavarse, con la superficie buscando la mejor sintonía entre su dibujo y el de mis huellas, todo se convierte en un acorde equilibrado que hay que mantener hasta llegar a la meta.

En la medida en que iniciar este camino supone una renovación personal, no tiene sentido acudir a una competición con cientos o miles de personas como si nada hubiese cambiado. Y cambiar es la clave, siempre a mejor. Cuando integras tu cuerpo con el entorno no puedes perder la sonrisa por muy agresivo que sea este.

Sin embargo, en la participación en competiciones tienen que existir referentes de progreso pues ello es lo que les aporta más sentido. Ese progreso se planteará en diferentes cuestiones conforme se avance. En un primer momento, el hecho de finalizar es más que suficiente. Sobre todo hablando de hacerlo en buenas condiciones y sin daños. Forzar para acabar en mal estado podríamos considerarlo inútil. En otra fase más avanzada abordar circuitos más difíciles por su longitud y/o características ayudará a seguir aprendiendo y fortaleciéndose. Y en una última fase, a mejorar tiempos en general. Es demasiado simple porque las motivaciones pueden llegar a ser infinitas, pero aun así agrupan los grandes capítulos sobre los que se entrelazan las ilusiones de los corredores: terminar, mejorar y competir. La cuestión final es cómo queremos terminar, mejorar y competir. Si finalizamos intactos y con fuerzas suficientes para volver a casa enteros, si la mejora ha supuesto unas sensaciones más plenas respecto a cómo nos hemos desenvuelto por el circuito, con todo eso es previsible que en la competición se alcance una buena posición, ¿pero es eso lo más importante?

LA RELACIÓN CON LOS OTROS CORREDORES

De momento parece claro que ver a un corredor descalzo en una competición supone una sorpresa para la mayoría de los participantes. Una sorpresa doble por la forma y por el fondo. Que las piernas no acaben en unas zapatillas último modelo, ni viejas ni malas ni buenas, que no acaben en nada que no sea el vacío de la desnudez es a la vez sorpresa y provocación. Sorpresa porque en el fuero interno de casi todos los corredores (como lo fue para mí mismo) eso no era posible. Provocación porque contraviene la religión de que cuanto más y mejor amortiguación mejor y cuanto más avanzada y sofisticada tecnología aún mejor. Para un runner, ver por primera vez a un semejante descalzo es un shock en toda regla.

Después de esa primera toma de contacto visual, las reacciones externas están condicionadas por muchas circunstancias, aunque lo más habitual es escuchar comentarios de todo tipo, en general graciosos. Lo más interesante es cuando algunos corredores, ya sea de forma introspectiva o planteándolo de forma abierta, se cuestionan y replantean algunos prejuicios muy asentados sobre cómo y con qué hay que correr.

En principio, las personas que manifiestan curiosidad sobre esta forma de correr suelen hacerlo porque intuyen una oportunidad en la misma para mejorar su práctica. Aquellos corredores que ven problemático correr descalzo no preguntan, sino que sentencian sobre los males y problemas que me acechan y que seguro que según ellos tendré. A mí todo esto me ha pillado de sorpresa porque no soy dado a hablar mucho y menos después de una carrera. Sin embargo, tanto en mi primer año minimalista como en el segundo corriendo descalzo, he hablado con numerosos corredores que se han interesado por cómo corría. En todo caso, esa difusión espontánea generada por la curiosidad desde la demostración práctica es lo que parece calar más y empuja a algunas personas a dar sus primeros trotes por esta vía.

Por otra parte, más allá de esta visión como consultor ambulante sobre el descalcismo y minimalismo, hay otra vía de relación en el escenario de la carrera que puede resultar problemática para el corredor descalzo. Algunos compañeros que entrenan descalzos en muchas ocasiones sienten, sin embargo, una gran aprensión ante la idea de correr así en una competición. Ser objeto de miradas y comentarios de forma constante no es algo cómodo y algunas personas no están dispuestas a pasar por ello.

Además, en plena carrera esa atención se convierte en tensión y no contribuye a conseguir la necesaria relajación para que los pies fluyan por el terreno. Si necesitas parar o haces cualquier gesto por pisar sientes como ciertos corredores te miran con malicia. En el maratón de Castellón de 2012 me presenté en malas condiciones porque había abusado en competiciones anteriores y tenía una sobrecarga muscular en uno de los sóleos. No iba descalzo pues corrí con sandalias. Me retiré en el kilómetro 16 y por primera vez en 32 años de asistir a competiciones sentí el bochorno y la vergüenza ajena de escuchar a un corredor que se burlaba de mí por ser minimalista y estar lesionado. Eso era un tabú que alguien sin ética rompió ese día. No es aceptable que un corredor se burle de otro de forma pública por ningún motivo, pero lo es menos que lo haga por sus desgracias. Aquel día me fui dando cuenta de que el mundo de las carreras populares había cambiado mucho en los últimos años y en algunas cosas de forma muy poco interesante.

En las competiciones evolucionas entre el río de corredores. Unos te adelantan y adelantas a otros. Que te pase un corredor descalzo imagino que puede generar cierta inquietud y como mínimo algún pensamiento al respecto. Lo mismo sucede cuando es al revés y será la psicología concreta de cada corredor en su vivencia de la competición la que genere actitudes concretas en ese momento a veces tan peculiar. Pero volvamos al principio del capítulo: no es lo mismo que te pase o que pases a un corredor que se diferencia de ti porque lleva un modelo de pantalones diferentes, o unas zapatillas de colores chillones o con una suela con un perfil diferente. El momento relevante es si te pasa o pasas a un corredor que contraviene todos los principios establecidos de la ortodoxia amortiguada. En ese caso es algo más, pues te está superando o lo estás haciendo a alguien que hace lo que se supone que es la antinorma, lo que va contra la lógica, lo perjudicial e incluso lo peligroso. No podemos plantearnos que no exista cierta reacción mayor o menor ante este hecho.

De todas formas, no corremos por lo que otros piensen o quieran de nosotros, si fuese así casi nadie lo haría. En este sentido, aunque con diferencias, todo esto me recuerda cuando comencé a correr a principios de los ochenta, cuando esta actividad resultaba un tanto extravagante para la mayoría. Esta sensación de extrañamiento ante el hecho de correr se fue diluyendo por dos vías: con la incorporación de más y más gente a las calles, con la invasión de corredores en el espacio público, y la más importante, con la generalización de la actividad física como uno de los negocios más boyantes de nuestra civilización. Correr pasó de ser el deporte más barato de todos a poder ser bastante caro. Si sumamos el coste del equipo de un corredor bien pertrechado del siglo XXI (este tema se amplía en el capítulo nueve), podemos llegar sin demasiados problemas a los quinientos euros. Desde hace algunos años, además, muchas carreras se han convertido en auténticos negocios; algo controvertido, teniendo en cuenta el origen voluntarista en la organización de las competiciones más clásicas. Correr descalzo rompe con muchas cosas y entre ellas con una parte del león del negocio del running. Eso es algo que no cae en saco roto, aunque la intención, al menos la mía, nunca haya sido la de ahorrar en material.

Al final, lo mejor de todo, es que cada vez son más las competiciones en las que nos encontramos algunos corredores de esta modalidad y, sin ningún afán sectario, el apoyo mutuo y la compañía se agradecen.

No creo que los corredores descalzos lleguemos a ser mayoritarios en la participación en competiciones, pero estoy convencido de que dentro de no mucho tiempo será tan frecuente que ya nadie le dará más importancia. Al fin y al cabo se trata de correr bien y disfrutarlo, lo demás es relativo.

LA ACTITUD DEL PÚBLICO

Hay otro tipo de participantes menos activos en las carreras que son los que las miran desde fuera, lo que solemos llamar el público. Estoy convencido de que el 95% del público de las carreras populares son familiares y amigos de los corredores, el 5% restante, personal de la organización y algún despistado que pasaba por allí. Eso significa dos cosas: que en principio existe una simpatía de base hacia los corredores en general y hacia sus allegados que corren en particular. También se presupone cierto conocimiento de la práctica tanto mayor cuanto más tiempo lleven corriendo los corredores a los que siguen. De ello se deriva un posicionamiento más o menos entusiasta sobre cómo se debe correr y todo lo que esto supone. En resumen, podemos pensar en el público de las carreras como bastante entendido e interesado.

El público es importante tanto más cuanto más dura es la prueba en la que estamos participando. Un aplauso y unas palabras de ánimo se convierten en energía para seguir con ánimo o salir de un bajón que podamos estar sufriendo. En principio no corremos para el público pero este le da un sentido más completo a una competición. De alguna forma nos reflejamos en los demás, aunque en nuestro movimiento todo sea parte de un conjunto dinámico que puede resultar más o menos interesante.

Como las reacciones del público ante la visión de un corredor descalzo no suelen ser de indiferencia a veces he tenido la sensación de que estaba generando un espectáculo. Quien pueda pensar algo parecido no sabe bien lo alejado que está de la realidad. Si hay algo que es fundamental para poder correr descalzo, o mejor dicho, si hay algo que se produce cuando corres así es una profunda concentración en lo que estás haciendo. Siempre que nos concentramos en lo que estamos haciendo se produce una disolución de los bordes de nuestro entorno. Correr en sí puede ser bastante profundo como para requerir en determinados momentos del gran esfuerzo de una línea de pensamiento y de fuerza unida para seguir avanzando. Si a ello le añades la necesaria revisión rápida y concienzuda del terreno de forma instantánea para evaluar las zonas óptimas para apoyar e impulsar, puedes salir de este mundo, algo que puede resultar peligroso en entrenamientos entre tráfico. Sin embargo, en una competición protegida de la circulación el corredor se puede permitir el lujo de apartar una parte de su atención del entorno y concentrarse en su camino. En estas condiciones sería extraño preocuparse de lo que está suponiendo tu evolución para los que miran, porque en muchos casos dejan de existir. Puedes escuchar, quizá, pero ya no ves porque miras otras cosas.

El corredor descalzo tiene el reto de afrontar los obstáculos inesperados que le ofrecerá un circuito en el que será extraño que conozca toda su superficie, junto al esfuerzo común de superar la distancia a buen ritmo. Ya es bastante y en todo caso cierta presión inicial por las miradas te la sacudes en el intento de calentar lo adecuado para que la salida sea lo más armónica posible. En todo caso la idea de fondo es que no te puede interesar la reacción del público cuando ya tienes bastante con concentrarte en tu carrera ya que en caso contrario el resultado sería un fracaso.

Las personas que ven las carreras se forman una opinión sobre lo que ven en cada una de ellas y sería difícil que les pasase por alto la presencia de los corredores descalzos. Aunque aún somos una pequeñísima minoría los practicantes de esta modalidad, eso sí, en rápido crecimiento, es algo que comienza a ser posible ver en muchas competiciones. La creación de un estado de opinión al respecto es algo inevitable e incluso deseable en la medida en que se comience a valorar la posibilidad de correr descalzo como una opción válida más. La cuestión de fondo es que los corredores descalzos como mejor podemos contribuir a ese estado de opinión es corriendo y haciéndolo bien. Es nuestro mejor argumento para que se vea como algo serio y no como una excentricidad debida a motivos peregrinos.

El público es un colectivo heterogéneo en su composición y aunque compuesto como decía por allegados, su relación con el deporte y con el hecho de correr puede ser muy variada. Parece claro que en el público de una competición puede haber bastantes corredores y, lo que es mejor, futuros corredores. Quizá sean estos los menos dados a la expresión asombrada, pero sí a la mayor reflexión de lo que puede suponer lo que ven. Cuando termina una carrera es este tipo de público el que tiene más ánimo de querer hablar conmigo y preguntarme por la experiencia. En estos casos, es una sana curiosidad la que se plantea y la verdad es que da gusto hablar con algunas personas que así se te dirigen. Otras actitudes no resultan tan interesantes aunque no sean negativas. Por ejemplo, en algunos casos algunas personas te expresan su admiración como si estuvieses logrando una gran hazaña. Pero esto no es bueno porque es irreal. Dar la impresión de que un corredor descalzo es un superhéroe es lo más lejano de la realidad que podría plantearse. Dar esa impresión además es contraproducente porque genera expectativas como mínimo extrañas. Por otra parte, no me parece bien que den más valor al esfuerzo de un corredor descalzo que al de uno calzado pues es el mismo. Lo segundo es una opción que tiene que ver más con la salud y la sensibilidad que con el esfuerzo. Si me pongo a recordar mi etapa de corredor calzado eternamente lesionado tengo claro que me resultaba mucho más sacrificado y duro salir a correr y competir de esa manera que en esta nueva modalidad.

Por ello creo que esas visiones tanto cómicas, con la susodicha pregunta de si me he olvidado las zapatillas o no tengo dinero, o las de rechazo, admiración, etcétera, son incongruentes con la realidad. Entiendo que tiene sentido manifestar curiosidad por una nueva forma de correr (aunque es más vieja que andar con zapatillas de tecnología de control y amortiguación), pero lo demás sobra. Aunque claro está que hasta que esto no sea más habitual, todas las manifestaciones descritas seguirán estando al orden del día.

CARRERAS MINIMALISTAS

A día de hoy no podemos decir que existan carreras completamente dedicadas a corredores con calzado minimalista o descalzos. Sí hay competiciones que prestan atención a esta modalidad, incorporando una clasificación específica para este tipo de corredores. Incluso las hay que le dan un mayor protagonismo programando actividades relacionadas con esta modalidad. En España han sido muy relevantes a estos efectos La Marató i Mitja (MiM) del Penyagolosa, que fue la primera carrera que incorporó una clasificación minimalista y el Cross de la Batalla de Munda en Montilla, donde se celebró el primer encuentro nacional de corredores minimalistas[9].

A partir del año 2013 son ya muchas más las competiciones que se han sumado a esta vía y es previsible que sigan creciendo, al igual que lo hace el número de personas interesadas en el tema.

Existe cierta controversia respecto a si es necesario que existan clasificaciones aparte para los corredores minimalistas o descalzos. En el ámbito de las carreras de asfalto lo veo innecesario para los corredores minimalistas, que pueden ser mucho más rápidos que cuando eran amortiguados. En el caso de las carreras de montaña, un calzado muy ligero o ir descalzo suponen casi siempre una ralentización para no castigar los pies en un terreno muy abrupto. De todas formas, estoy seguro de que con el paso del tiempo y en la medida en que haya muchos más practicantes en esta modalidad aparecerán magníficos corredores de montaña minimalistas y descalzos. Esto ya es una realidad en el caso de la corredora Pilar Raro, que en menos de un año de transición minimalista pasó de no haber corrido nunca un maratón a ganar el Maratón de Montaña de Valencia en su clasificación absoluta femenina, así como otros seis medios maratones de montaña.

De momento creo que la mayor utilidad de las carreras que prestan atención de distintas formas a esta modalidad de carrera es que consiguen difundirla y despertar interés por ella. Muchos de estos eventos se combinan además con conferencias y seminarios sobre cuestiones técnicas de correr, así como demostraciones de diferente índole sobre las posibilidades de mejorar la carrera.

También es necesario comentar que han surgido un pequeño número de empresas de material deportivo especializadas en crear calzado minimalista que suelen apoyar económicamente estos eventos. De todas formas estamos hablando de una gota en el océano de las actividades que se organizan alrededor de las carreras populares, ya sean de asfalto, ya sean de montaña o de cualquier índole.

No tengo un interés especial en este tipo de competiciones en lo referente a la competición en sí. Pero me han interesado y siguen interesando como lugar de encuentro para conocer a otros corredores que han elegido este camino. Después de muchas carreras en las que éramos uno o dos corredores minimalistas y luego en la faceta descalza siendo en numerosas ocasiones el único participante en esas condiciones, encontrarme de repente con varias decenas de compañeros en la misma modalidad era muy satisfactorio.

De todas formas, incluso en estos encuentros somos minoría. Por ejemplo, en Montilla, de unos doscientos cincuenta participantes una quinta parte eran minimalistas y solo dos descalzos.

La sensación real que he tenido en esos momentos era la de estar asistiendo a una escuela de corredores donde todos éramos alumnos y aprendíamos compartiendo experiencias. Imagino que con la progresiva extensión de la práctica de la carrera minimalista por sus evidentes ventajas llegará un momento en el que la existencia de clasificaciones aparte o encuentros de sus practicantes perderá sentido, pero eso será el tiempo el que lo diga.