CAPÍTULO 3: MINIMALISTA O DESCALCISTA. ¿O LO MEJOR DE AMBOS MUNDOS?

Podría dar la sensación de que, al abordar la modalidad descalza como forma de correr, de alguna manera le resto interés al minimalismo. En principio, solo por mi introducción al minimalismo correr descalzo se convirtió en una opción. Aunque hay diferencias importantes, sobre todo en lo que supone respecto a la protección por correr con calzado o no, los fundamentos son similares. Creo que además lo más interesante es aprovechar las ventajas que en cada circunstancia te ofrece una modalidad u otra. Pero en el fondo lo importante es la pisada, el hecho de que, tanto en la vía minimalista como descalzo, el que trabaja la amortiguación es el pie y ningún elemento interfiere de forma relevante en este hecho.

No me corresponde a mí entrar a valorar los aspectos biomecánicos y médicos de correr sin amortiguación y de lo negativo de correr con esta. Por la parte científica, los estudios del doctor Lieberman y sus colaboradores en la Universidad de Harvard[6] ya son más que reveladores. Y por otra parte mi humilde pero intensa experiencia es aún más esclarecedora para lo que yo necesito. Dos años después de abandonar el calzado amortiguado y todos los elementos auxiliares, como plantillas personalizadas, mis piernas están como recién estrenadas. Mis pies tienen una fortaleza inimaginable en otro tiempo. Ahora, tras duras competiciones las secuelas de sobrecargas, etcétera, son mínimas. Con anterioridad me sentía como un corredor con piernas de cristal, siempre a punto de romperse en mil pedazos, algo que a menudo sucedía, incluso comenzaba a suceder de forma continua.

Se supone que el calzado convencional para correr te compensa los impactos (amortiguación), conduce tu pie para que la forma de incidir sobre el suelo sea la más equilibrada, corrigiendo supuestos defectos de supinación o pronación (control), y te protege de los elementos agresivos de la superficie. La realidad es que para la absorción de esos impactos el pie ya está preparado de forma óptima. La pisada se equilibra con naturalidad por sí misma en la estructura conjunta del pie y la pierna. La protección y aislamiento del calzado amortiguado es tan grande que al final pierdes una forma rica e intensa de sentir el mundo.

Cuando comienzas a correr sin amortiguación y son tus pies los que soportan el grueso del trabajo te das cuenta de lo bien diseñado que está ese órgano para cumplir su función. No solo eso, todos los aditamentos artificiales utilizados para cubrirlo comienzan a parecerte cada vez más toscos e imperfectos. Sin embargo, la adaptación inicial puede ser complicada porque al haber tenido tantos años los pies enclaustrados entre algodones, estos son incapaces de resistir la más mínima agresividad del exterior. En ese sentido, iniciar la transición protegiendo el pie, en concreto la planta, tiene una gran utilidad. Fueron en mi caso los huaraches y las sandalias los que me proporcionaron la protección necesaria en la planta y una buena sensación de libertad por la parte superior. Acostumbrarme a esa posición tan abierta del pie supuso que ya no me apeteciese volver a cubrírmelo con zapatillas, aunque fuesen minimalistas. Sin embargo, tengo muy claro que existen modelos de zapatillas que permiten una gran libertad en el movimiento y trabajo del pie y que por los testimonios de otros corredores sé que son muy cómodas de llevar.

Para mí, la protección es lo más importante que un calzado minimalista tiene que ofrecer a un corredor. El diseño natural supone facilitar que el pie trabaje sin obstáculos o con los mínimos posibles. Así, el corredor minimalista, cuando comienza a serlo, va incorporando una nueva dimensión sensorial a través de sus pies. Eso se trasladará en ocasiones de forma algo dolorosa, porque se comenzarán a mover músculos y tendones atrofiados por la falta de uso, en otras por el placer de sentir que nos movemos mejor: hay una armonía que comienza con más claridad a ras de suelo y que procede de la liberación de lo que podríamos pensar como un punto ciego en el cuerpo. Corremos sobre nuestros pies, pero con el calzado convencional parece que lo hacemos sobre nuestras zapatillas, que han ido alcanzando un enorme protagonismo. Las sucesivas capas de tecnología que se complementaban, superponían y que se arrogaban el papel salvador e impulsor de nuestras piernas ocultaban al pie. Si lo pensamos, cuando visualizamos a los corredores siempre pensamos en las zapatillas como un elemento insustituible, pegado al cuerpo, como si fuese una prótesis que nuestros genes olvidaron incorporar a nuestro bagaje. Por tanto, acabamos considerando a nuestros pies como una parte incompleta, imperfecta y un tanto absurda por su aparente inutilidad en nuestro cuerpo. Aunque en el fondo te queda la sensación de que parece mentira que el ser humano haya pasado tantos milenios sin poder correr ante la ausencia de tanta tecnología de soporte. Y, la verdad, da un poco de miedo pensar que uno se autoengaña o se deja engañar con tanta facilidad.

Sin embargo, cuando te inicias en el minimalismo y, como en mi caso, a través de los huaraches, los pies comienzan a recuperar un lógico protagonismo. Ver cómo los pies trabajan en todo tipo de superficies, cómo los dedos, esos gordezuelos e inútiles apéndices, se expanden para recoger el aterrizaje y ayudar a equilibrar la pisada, te permite entender mejor muchas cosas. Con posterioridad, conforme se van fortaleciendo, tienes la vivencia de su protagonismo real y disfrutas al constatar lo bien que funcionan en su cometido. En muchas ocasiones le comentaba a mi mujer que me sentía como si me estuviese transformando en un animal porque notaba cómo bullían, en ocasiones de forma dolorosa, los músculos y los tendones, como queriendo transformarse. Estas sensaciones se multiplican en intensidad cuando comienzas a correr descalzo.

¿QUÉ ES EL MINIMALISMO?

Si tenemos que aportar una definición de minimalismo y nos basamos en el origen de la expresión, nos centraríamos en la idea de conseguir un fin con los mínimos medios. Esta expresión, trasladada al mundo de los corredores, podríamos plantearla en el uso de un calzado que interfiriese lo mínimo posible en el movimiento natural del pie. Por lo general se plantean esas características en un calzado que no tenga inclinación entre el talón y la puntera, lo que se suele llamar 0% de drop. También se plantea que el grosor de la suela no sea superior a los diez o doce milímetros, aunque existen de cuatro o menos. Además se da por hecho que no hay ningún mecanismo interno de control de la pisada o de amortiguación añadida. Sí se aceptan elementos de agarre, como dibujo o tacos en la suela.

Resulta razonable pensar que cuanto más delgada sea la suela y menos de todo tenga dicho calzado más minimalista será. Desde ese punto de vista, el calzado extremo en el minimalismo serían los huaraches con una suela muy fina lo que más se aproximaría a esa máxima libertad del pie. El resto de composiciones de calzado cubierto, con otros grosores de suela, suele recomendarse a las personas que están empezando o corren por terrenos muy exigentes, como en el caso de carreras de montaña.

En esa búsqueda de una mayor naturalidad en la pisada como aproximación a la sensación y mecánica de correr descalzo podemos encontrar procedimientos y actitudes muy distintas. Estas suelen estar ligadas a la situación desde la que se acerca el corredor a este planteamiento. Es muy diferente hacerlo desde una situación problemática en la que se padecen lesiones o dolencias en las piernas y se busca una solución para las mismas, que hacerlo como una forma de experimentar para mejorar sus marcas.

Los que comienzan desde una situación de penuria por las lesiones no suelen darle mucha importancia al hecho de tener que usar calzados minimalistas para comenzar poco a poco. Estos, entre los que me incluyo, ya partimos de cero y todo avance es mejora. El tener que ir despacio, incluso muy despacio al principio, está asumido y cualquier signo favorable en el estado general no solo es bienvenido sino que es celebrado.

Los corredores que parten de una situación sin problemas especiales y quieren experimentar con el minimalismo suelen ser reacios ante el hecho de tener que reducir la intensidad de sus entrenamientos. En la medida en que esta búsqueda obedece a una intención de mejorar la transición, se plantea sin renunciar a mejorar sus resultados en competición. En estos casos, la adopción del minimalismo puede resultar más complicada porque puede llevar aparejados problemas musculares por el cambio de sistema sin graduar la intensidad de introducción del mismo.

En esta segunda situación se suele recurrir a menudo a las llamadas zapatillas de transición, que, si bien no tienen las acusadas características de amortiguación, inclinación o control en su caso, no son minimalistas. En muchos casos también se practica una transición híbrida que lleva a la alternancia entre calzado amortiguado y minimalista, de forma que se va abandonando el primero en la medida que se va incorporando el segundo. Dependiendo de las características de cada corredor, estos procedimientos resultan más o menos efectivos. Lo que siempre es inevitable es una cierta progresividad para incorporar el minimalismo sin que suponga el padecimiento de nuevos problemas musculares.

Como se puede constatar, la vivencia y la práctica del minimalismo corriendo es algo muy personal, y la forma de incorporarlo no tiene un patrón único, aunque existen recomendaciones muy bien planteadas y sistematizadas. Los corredores tienen a su disposición mucha información en la red, que, aunque a veces es algo confusa al leer las experiencias de los corredores en los foros, también ofrece contenidos de gran calidad, como el libro digital editado por correrdescalzos.es sobre iniciación en el minimalismo[7].

Así, de una forma u otra, la búsqueda del minimalismo se concreta en una mayor naturalidad al correr a través de una gran diversidad de opciones, aunque con puntos comunes. Las nuevas sensaciones que conlleva se viven de forma diferente y están muy vinculadas a la protección inicial de la que se parte. A menos protección mayor libertad y naturalidad, pero más necesidad de que la progresión sea más lenta. Llegados a este punto, la protección es la piedra angular sobre la que pivota el calzado minimalista. Los pies blanditos de los corredores que llevábamos toda la vida embutidos en capas impenetrables no tienen en principio una buena relación con las piedras. Esto será algo que marcará la evolución de muchos corredores minimalistas y descalcistas: el cambio de concepto de cómo se corre. Cuando corres con un escudo de gomas mullidas, corres como un elefante porque nada te afecta; sin embargo, cuando corres minimalista o descalzo te ves obligado a correr como un humano. ¿Y eso cómo es? Pues usando la inteligencia que nos permite distinguir lo que nos puede hacer daño si lo pisamos. La mejor protección por tanto nos la otorga nuestra mente, aunque con unos límites que están en la piel.

Se puede correr con diferentes niveles de protección o con las que otorga la piel, dependiendo de las circunstancias y la actitud en la carrera. Lo que parece bastante claro es que todos los corredores que inician el camino del minimalismo también comienzan un tiempo de experimentación muy abierto respecto a las diferentes elecciones de calzado por situación, etcétera. Y es que conforme vas liberando a los pies del escudo amortiguante te ves obligado a tener muchas cosas en cuenta que hasta ese momento no habías valorado. Eso puede conllevar un cierto estrés en la medida en que se incrementa la presión en aspectos que antes no eran un problema, aunque por otro lado abre nuevas sensaciones y posibilidades. En ese aspecto, el correr minimalista no es más fácil, pero sí es más rico, tanto en sus implicaciones como en lo que supone para el cuerpo. Así, cuanta más protección exterior, menos protección interior, pues correr minimalista y descalcista desarrolla la habilidad de fluir por el mundo sin hacerte daño. Por ello, el corredor minimalista vive en ese equilibrio inestable de buscar por un lado una mayor sensación de libertad y por otro la protección justa para no perderla y que sus posibilidades de desenvolverse en el terreno no se vean mermadas.

DESCALCISMO DEFINITIVO
O RELAJACIÓN LIBERADORA

Todas las elucubraciones acerca del equilibrio entre protección y libertad de movimientos del pie saltan por los aires si la opción es correr descalzo. Es algo evidente, pues ya no hay interferencias y la opción se establece de forma radical entre toda la persona y el mundo, porque al fin y al cabo el contacto más directo y cotidiano que tenemos con este es con los pies.

En principio, el corredor que quiere comenzar a hacerlo descalzo lo suele tener todo en contra: la familia se preocupa, muchas personas de distintos ámbitos de relación suelen verlo como una excentricidad, el propio entorno urbano no está pensado para ir descalzo, más bien lo contrario, y al final está el propio corredor con sus dudas y debilidades. Lo que puede empujar a alguien a correr descalzo será una poderosa razón; la cuestión es si prevalecerá ante muchas pequeñas pero intensas oposiciones.

En ese salto radical una de las cuestiones para seguir adelante es la aceptación de que correr descalzo es tan distinto a hacerlo calzado que es mejor olvidar lo que hacíamos antes. Eso no es fácil y el contraste inicial es muy fuerte por lo limitado que te puedes llegar a ver los primeros días. Aunque también en esa situación que te constriñe existe mucha fuerza, porque en todo momento se comprende que es una posición que evolucionará hacia mejor. También se asume de forma muy rápida que correr descalzo no es una panacea y que se puede correr pero se hará peor o mejor según el trabajo y la condición física del corredor. Además, otra idea clara es que para competir siempre se van a tener más condicionantes con el terreno que los corredores calzados, que son casi inmunes a él, al menos a corto plazo. Por todo ello, lo más práctico es tener claro que se está en el mundo de los corredores, pero en un plano con otras ventajas e inconvenientes, y aun con eso se puede disfrutar todavía más.

Si hay algo que supone un elemento de atracción en la transición descalcista es la masiva invasión de nuevas sensaciones que inunda al corredor. Es extraño, sobre todo porque la atención tiene que cambiar y eso de entrada no es fácil. El corredor calzado mira al horizonte, pero por lo general no presta gran atención a nada en particular. El corredor descalzo desarrolla un escáner de gran precisión que ubica cada minúsculo obstáculo en el espacio que centésimas de segundo después ocuparán sus pies. Son miradas distintas, para el corredor calzado la mirada es necesaria, el corredor descalzo analiza con minuciosidad automática. La tensión de esta dinámica, que resulta algo obsesiva, se vincula a otras sensaciones que son las que al final tiran de la mirada como un apoyo invisible. Y es que el contacto de los pies desnudos con la tierra, la piedra, el asfalto o cualquier otro tipo de superficie posible despierta una invasión de sensaciones que están pidiendo reacciones no acostumbradas a nuestro cerebro calzado. Ese órgano necesita acostumbrarse tanto como los pies al hecho de estar ante el mundo de forma directa. Es así como de repente nos obligamos a procesar una cantidad enorme de información que hasta ese momento era innecesaria porque no existía. El problema es que esa información se vincula a algo tan primario como nuestra seguridad, y ante la falta de acomodo de dos órganos que han permanecido ciegos ante el mundo durante muchos años e incluso décadas se genera mucha confusión. El final feliz de la historia está en que nuestra capacidad de adaptación al medio es enorme y resulta mayor aún si de lo que se trata es de recuperar las funciones que de forma natural poseemos.

El tiempo necesario para integrar la asimilación de esas sensaciones tan intensas que nos proporcionan nuestros pies tiene mucho que ver con la capacidad de estos para resistir la nueva fricción. Así, ese roce continuo, la opresión de las piedras, la incidencia de los ángulos agudos del dibujo de baldosas decorativas de aceras y mil elementos más que inciden con agresividad en la piel de nuestros pies, constituye el frente sobre el que se irán endureciendo y fortaleciendo. Y no será rápido, más bien será muy lento. Por lo que asumir que no puede haber prisa en ese tránsito es lo mejor para seguir adelante. Cualquier otra actitud supondrá un estrés insoportable que de forma segura desembocará en el abandono de la adaptación a correr descalzo. Porque correr puede llegar a ser cansado, pero correr además con el estrés achacable a una problemática asunción de la gran cantidad de sensaciones a veces duras, puede resultar devastador.

Por todo ello, la única solución factible es la de relajarse en un sentido profundo. Relajarse respecto a expectativas de progreso en distancias y tiempos, con el entorno y olvidarse al menos al principio de lo que pueden llegar a ser las competiciones. Todo esto es más fácil decirlo, como en tantas otras ocasiones, aunque en mi caso hasta que no asumí del todo esas tres ideas me quedé estancado porque chocaba contra mí mismo. No es necesario en ningún caso pensar que por este motivo correr descalzo va a resultar un aburrimiento por falta de motivación. Todo lo contrario. El problema es que las expectativas habituales de un corredor son difíciles de incorporar cuando estamos volviendo a los orígenes y redescubriéndonos como corredores. Sin embargo, sí existe un elemento de gran fuerza motivadora más allá de lo mencionado: la transformación del acto de correr como aventura y reto en cada oportunidad. El corredor que comienza a correr descalzo tiene en cada ocasión la oportunidad de vivir la aventura de afrontar recorridos en los que se tendrá que desenvolver de forma distinta para salvarlos con segura rapidez. El reto de ser capaz de ir adaptando cada vez más tipos de territorios y terrenos al paso de los pies insufla una gran sensación de poder y seguridad en el corredor. Este, cuando recorre un lugar nuevo, lo conquista, pues ha superado una lucha contra la incertidumbre y los posibles obstáculos que haya podido encontrar.

LO LÓGICO ES COMBINAR

Las opciones entre correr descalzo o correr con calzado minimalista no tienen por qué ser incompatibles, más bien son complementarias y en ocasiones es necesario que vayan juntas. En la mayor parte de los entrenamientos que he hecho descalzo he llevado encima mis huaraches porque era una especie de salvavidas ante complicaciones inesperadas. Así, desde el hipotético corte, que nunca se produjo, al recalentamiento excesivo del asfalto y por tanto de los pies, que sucedió en numerosas ocasiones, puede ser salvado sin mayores complicaciones.

Tampoco se trata de plantearse el uso de calzado minimalista como vía de emergencias para salvar al corredor descalzo. En otro momento comenté que para mí hacer primero la transición con huaraches me preparó mucho mejor para dar el paso a correr descalzo. Y de esa misma forma, cuando comencé a correr descalzo y llegué a participar en algunas pruebas que por longitud o dureza del terreno no me sentía preparado aún para correr descalzo, las corrí con las sandalias sin mayor problema.

Por ello, al principio de la transición a correr descalzo no es que resulte obligatorio combinar con calzado minimalista, pero sí es muy adecuado para que sea más llevadero. En ocasiones, salía a correr y me apetecía hacer un circuito que tenía zonas para las que aún no estaba preparado para atravesar descalzo; la solución era tan sencilla como ponerme mis sandalias al llegar a dichas partes y superarlas sin más. Cuando estaba al otro lado volvía a descalzarme y seguía mi recorrido. Combinar, y sobre todo la idea de hacerlo cuando es más lógico, supone una importante relajación en la mente en ese deseado progreso a poder correr descalzo todo el tiempo y por todas partes.

Del mismo modo, en las primeras competiciones me producía cierta ansiedad encontrar algún impedimento desconocido y que me impidiese terminar la carrera corriendo. De ninguna manera me quería ver obligado a llegar a la meta andando. No resulta igual llegar a meta andando si pasas desapercibido que si eres el único corredor descalzo de varios miles, y eso era algo que no me iba a permitir. Por esa razón psicológica y por la más simple de sentirme más seguro, en general me llevaba mis huaraches por si se daba una situación anómala, algo que por suerte nunca sucedió, y llegar en buenas condiciones a meta.

Otro aspecto interesante que supone hacer la transición al descalcismo apoyándose en el uso de calzado minimalista es usar este para al principio correr más deprisa. De forma necesaria al principio y durante muchos meses, al correr descalzo se corre por lo general más despacio, sobre todo al entrenar. Al ir salvando obstáculos, analizando el terreno, teniendo que adaptarte con más complejidad al tránsito y al espacio adecuado que te dejan, acabas reduciendo la velocidad y necesitas detenerte en numerosas ocasiones. Esto es algo que va mejorando, pero en los primeros tiempos resulta algo irritante comprobar cómo te has vuelto mucho más lento. En esas circunstancias, salir a correr días intercalados con calzado minimalista con el que ya no estás tan condicionado resulta un respiro y una liberación física para poder ir a un mayor ritmo.

Resulta claro que de esta manera el uso de calzado minimalista puede constituir una herramienta de gran utilidad para la transición al descalcismo, como apoyo en momentos críticos y como vía de progreso en diferentes dimensiones. Además, en sí es una opción muy interesante, en ocasiones la única válida. Disfrutar de una buena carrera tiene elementos que van mucho más allá de lo que tengas o no en los pies, la cuestión es que la opción elegida te ayude a correr y no lo contrario. Por esa razón, lo que sí que no tiene vuelta atrás es el uso de calzado amortiguado. Solo hicieron falta unos pocos meses de uso de calzado sin amortiguación para que al calzarme unas zapatillas amortiguadas sintiera algo anómalo en el momento de moverme. No es un avance, es un retroceso porque no nos ayuda, sino que destruye, al menos a mí así lo hizo.

Por todo ello, creo que la opción descalzo-minimalista es un binomio coherente que combinado permite que hagamos en cada momento lo que nos resulte más interesante. Correr bajo la lluvia es en ocasiones una experiencia fantástica, pero hacerlo mucho tiempo descalzo puede suponer un problema para la piel en esas circunstancias. Mis sandalias han funcionado muy bien en esos momentos y seguirán haciéndolo porque no he perdido disfrute corriendo con ellas. Y creo que aún seguiré llevando durante muchos años en mi cinto unas sandalias cuando tenga ante mí un recorrido largo y desconocido. Cierta seguridad contribuye a la relajación y facilita así el disfrute de la aventura de correr descalzo.

¿ADIÓS A LAS LESIONES?
NO TE HAGAS DAÑO TÚ MISMO

Como he indicado en otro momento, la razón fundamental por la que comencé a practicar el minimalismo con su posterior deriva a correr descalzo fue evitar las lesiones que me impedían correr. De alguna forma he conseguido decir adiós a las lesiones. Pero ni ha sido sencillo ni desde luego tengo la sensación de que no pueda volver a tenerlas. Para mí ha resultado claro que liberarme de todo lo que se interponía entre mis pies y la tierra ha repercutido en la salud de estos y de mis piernas. Sin embargo, el dolor ha sido algo con lo que he tenido que convivir en todo este proceso. Abandonar el dolor degenerativo e incapacitador al que me estaba llevando correr con amortiguación supuso aceptar el dolor de la readaptación.

Correr descalzo no es una garantía contra las lesiones. Incluso podría parecer que estás más expuesto. Una de las preguntas más frecuentes que me hacen cuando me ven es si no me hago daño o de forma directa presagian con rotundidad que me voy a hacer daño y que me voy a hacer polvo los pies. Más allá de esa engañosa sensación de fragilidad, al correr descalzos estamos expuestos a amenazas para las que los calzados no lo están. Tiene una sencilla solución: evitarlas mirando bien y no perdiendo la concentración de la carrera. Los otros riesgos de la piel relacionados con la abrasión por el tipo de superficie son también sencillos de evitar, si el terreno es muy agresivo se reduce el ritmo todo lo que sea necesario para que el daño se minimice o no exista.

En cierto modo, es una cuestión de concepto: no podemos pretender correr como si estuviésemos calzados. Correr descalzo es más complicado, pero a la vez es más rico, fortalecedor y divertido. Pero aun así no podemos dejar de lado que podemos tener otros problemas musculares si no se realizan los entrenamientos de forma equilibrada y las competiciones se hacen con sensatez.

Tengo claro que en estos momentos mi cuerpo absorbe mucho mejor los kilómetros que cuando corría con amortiguación. Antes, cuando corría con amortiguación, cuando íbamos a una carrera, al terminar o llegando a casa mi mujer hacía bromas conmigo porque al bajar del coche me decía: «ya estás robot». Mis músculos estaban tan sobrecargados, tan atorados, que me movía como el más torpe de los artefactos mecánicos. Ahora, acabo largos entrenamientos o competiciones y, más allá de una ligerísima pesadez en las primeras horas, no sufro de ningún tipo de dificultad de movimientos ni otras secuelas. Esa ausencia de molestias tras una larga carrera es una muy buena noticia. A pesar de todo, el riesgo está ahí y quizá lo mejor de correr descalzo es que los avisos de que puedes estar pasándote son más claros porque no hay señales confusas. En estas circunstancias el dolor es un síntoma limpio. Si estás pisando demasiadas piedras que te dañan, es una muestra de que no estás concentrado. Si notas una saturación de dolor en las plantas de los pies, es que las condiciones del terreno son demasiado duras para el ritmo o el tiempo que estás corriendo. Si comienzas a notar tensos los gemelos tras un largo trayecto, es tan simple como que no estás lo bastante entrenado para lo que te estás exigiendo en ese preciso momento. Si te duele la parte superior del pie, tus metatarsos te están comunicando que no estás siendo consecuente y que tu transición no está siendo tal, por lo que te paralizará los pies para que la hagas como es debido.

Hasta ahora, al correr descalzo no he encontrado ninguna señal de dolor ambigua. Todos los síntomas, y los he tenido todos, me indicaban la necesaria corrección para que desapareciesen. Y así fue, siguiendo la lógica corrección que me indicaban todos desaparecieron. Hay muchas diferencias con los dolores que sentía en la fase amortiguada. Aparte de la naturaleza degenerativa de los dolores relacionados con la amortiguación, también estaba su confusa ambigüedad. Según lo que leyeses o con quien hablases, los dolores podían tener relación con varias causas independientes o combinadas, o cualquiera de ellas sin identificarlas bien. A lo que lleva esa circunstancia es a ir dando palos de ciego, a ver si en alguno cae la causa. Después de más de quince años con la condromalacia rotuliana, la degeneración de la superficie del cartílago de la rótula, ya no había más palos que dar, la magnánima respuesta era que ya llevaba muchos años corriendo y que ese era el precio que tenía que pagar. Es curioso que todo a lo que estuve que estar sometido para buscar la solución sea tan absurdo. Esa confusión entre dolores sin motivos claros y remedios confusos para solucionar intangibles es la que rodea el correr amortiguado, un mal sin salida.

No tengo ningún interés en abordar referencias de estudios médicos de un signo u otro, ya hay mucha información en todas partes sobre ese debate. De especial interés es el trabajo de recopilación de estos informes, con sus ricas reflexiones al respecto, hechos por el compañero La Gazza Ladra en su blog cogiendoforma[8]. Hablo desde lo personal, desde mi dolor de décadas, desde la lesión incapacitadora del pasado, y me siento estafado. No digo que con mala intención, pero eso no me consuela. Por todo ello creo que los corredores que no encuentran solución a sus problemas de lesiones se tienen que plantear que si hace falta gastarse tanto dinero para hacer algo que su cuerpo está capacitado de forma genética para ello, es que algo está fallando. En muchos casos, la mejor solución es la más sencilla, la más natural y por tanto la más barata. Es cuestión de probar. Pero por esa misma razón, por la que no hay que hacerse daño uno mismo, no hay que perseverar en una situación de dolor sin salida, y en caso de abordar nuevos caminos hacerlo con calma.

Todos los corredores que conozco que han abordado el minimalismo o descalcismo con tranquilidad han dejado de lado los problemas físicos que podían tener y han mejorado en su práctica. También conozco a través de los foros muchos casos que quisieron comenzar a correr sin amortiguación o descalzos sin ningún tipo de transición y agravaron su situación anterior. Hemos estado escayolados durante décadas, no podemos salir a competir el primer día al quitarnos el yeso.

Una buena transición es la clave para iniciar una nueva vida de corredor sin lesiones, otra cosa es hacerse daño a uno mismo. Una vez más.