CAPITULO 1: (MI) INICIACIÓN AL MINIMALISMO

Sobre el minimalismo para corredores se está escribiendo mucho. Tanto se está escribiendo que parece que los que corremos en esta modalidad somos muchos más de los que somos. No es así. Aún somos muy pocos en comparación con el número total de corredores. Sin embargo, hay una cualidad que creo que aúna a muchos de los corredores que han emprendido ese camino: su gran curiosidad por experimentar y su necesidad exhaustiva de comprender qué es lo que sucede. Esto está generando un gran dinamismo en el intercambio de información producida en todo el mundo, así como el de experiencias de los mismos corredores. Ya hay varios libros publicados explicando qué es el minimalismo, correr descalzo, sus bases científicas, así como su evolución y formas de aplicación. Por ello no tiene mucho sentido que yo abunde y me reitere en aspectos fáciles de encontrar por cualquiera que busque un poco.

Sin embargo, creo que sí puedo aportar ideas útiles desde el punto de vista de las experiencias físicas y mentales del corredor amortiguado transformado en minimalista primero y descalzo después. Las formas en las que las personas que practican el minimalismo o el descalcismo tienen por lo general puntos comunes aunque no hay dos casos iguales. En la mayoría de los que conozco la iniciación a correr no amortiguado viene de aquellos que están teniendo problemas físicos de toda índole y buscan una solución. También existe un número significativo de corredores que se introducen por una curiosidad sana y una intención continua de aprendizaje. Lo que está claro es que la inmensa mayoría de corredores minimalistas han sido amortiguados de forma previa.

Un punto de inflexión claro para muchas personas en este asunto fue la lectura del libro Nacidos para correr de Christopher MacDougall. Esta obra se adapta a la curiosidad del corredor como un guante porque mezcla experiencias personales, competiciones épicas, teorías científicas y un referente casi mitológico focalizado en los indios tarahumara como supercorredores naturales. Este libro, como la caja de Pandora, abrió un revulsivo de truenos y centellas en la mirada de muchos corredores hacia la ortodoxia tecnológica del calzado deportivo. Y a raíz de esta publicación de 2011 podemos pensar en el nacimiento en España de un movimiento minimalista que se agrupa a través de Internet en varios foros de los que luego hablaré.

Lo mejor de todo esto fue la combinación de un componente legendario, vinculado a un romanticismo naturalista casi decimonónico, con un ingrediente tecnológico avanzado. El papel de los tarahumara aportaba la leyenda y el espíritu a la historia, los investigadores de Harvard y otras universidades un elemento científico con un aspecto muy interesante: consideraba al ser humano mucho más perfecto que cualquier tecnología creada hasta el momento para correr. Lo que el libro nos contaba y nos sugería es que podíamos llegar a ser superhéroes de carreras como los indios mexicanos y eso podía ser porque en nuestra construcción natural éramos mucho más perfectos que todo lo que la industria del material deportivo nos ofrecía. Demasiado tentador para no probarlo, sobre todo si no encontrabas solución a tus problemas en las piernas con los productos que te ofrecían hasta ese momento.

Correr es algo que en principio puede parecer una actividad muy pueril por directa y sencilla, pero ofrece mucho a los que la practican y dejar de ser corredor es algo que a nadie le viene bien. Si valoramos el hecho de que los corredores de fondo, por la naturaleza de la actividad, suelen ser personas perseverantes, podemos tener claro que en caso de tener problemas para seguir corriendo van a buscar soluciones, las posibles y razonables. Y así, de repente, los lugares de encuentro para hablar y contar experiencias sobre el correr se llenaron de miles de personas que querían probar, experimentar con una forma de correr que, al menos contada, parecía muy sensata. Cada uno con su historia, con sus problemas, con sus expectativas y ambiciones, se acercaba al minimalismo como una vía para seguir explorando el mundo corriendo.

Esa voluntad comentada se palpaba en cada una de las líneas escritas en esas conversaciones por el esfuerzo a reaprender a hacer algo que llevaban años practicando y por superar dificultades incontables. Mi historia es una más entre todas estas.

Soy corredor desde que tengo conocimiento de mí mismo. Entiendo la vida a través de correr en ella y por ella y eso ha hecho que siempre haya buscado la forma de seguir adelante. Por otra parte, salir a correr ha sido más o menos una moda con sus altibajos. A los que corremos porque sí desde niños sin obtener mucho más ni mucho menos que la recompensa de sentirnos mejor nos ha dado lo mismo. Tampoco pretendo establecer clases mejores o peores de corredores. Correr está bien pero si haciéndolo trasciendes las modas, mejor que mejor. Así, moverse sin perseguir ni huir sino como una forma de estar en el mundo hace que al cabo de los años, las décadas, siempre busques y por fortuna encuentres la manera de no parar.

Algo tan natural para nuestra parte animal, si es que tenemos otra parte, como es movernos acaba convirtiéndose en un problema. Lo más extraño era que por lo que decían correr era algo muy agresivo para las piernas, para los pies. Era como si me hubiesen dicho que mirar era malo para los ojos, o que saborear era perjudicial para la lengua o respirar negativo para los pulmones. Correr se estaba convirtiendo en un problema porque cada vez encontraba más dificultades para seguir haciéndolo. Y así el obstáculo era que usaba mis piernas y mis pies para lo que estaban hechos.

* * *

Hace muchos años, en 1990, mi médico de cabecera, ante mi ingenua consulta de por qué me dolía la planta de los pies cuando corría, me soltó con toda naturalidad que porque yo abusaba de mi cuerpo. Era una extraña aproximación al problema, porque si mi cuerpo formaba parte de mí era difícil que mi yo abusase de mí mismo. Y si mi yo quería correr, ¿no sería un abuso que yo mismo decidiese dejar de correr por no abusar de lo que necesitaba?

Más allá de esta locura autorreflexiva, lo que pude constatar en aquel momento es que mi médico no era corredor y no tenía ni idea de lo que suponía correr para mí.

Ante la perplejidad con la que salí de la consulta médica no pude por menos que comenzar a buscar otras respuestas más acordes con mis necesidades. Mi necesidad era correr porque a la vez era mi liberación de muchas otras cosas peores que mis dolores en los pies. Y eso busqué. En un primer intento, hablando con otros colegas, llegué a las manos de un veterano fisioterapeuta quien, palpándome con energía las plantas, pudo detectar a través de mis aullidos un problema de fascia plantar. No sabía que tenía semejante cosa rondándome los pies y su nombre obedecía a alguna conjura universal para hacernos ver las estrellas a los atrevidos corredores que abusábamos de nuestros cuerpos sin pudor. Por los consejos de mi primer fisioterapeuta acudí a una ortopedia para que me hiciesen unas plantillas adaptadas para que me resolviesen el problema. Así, me las hicieron de algo parecido al cartón piedra con un recubrimiento de piel sintética. Los primeros días que salí a correr con aquello me produjeron unas ampollas de la misma dimensión que la planta de mis pies. Como muchos otros semejantes de mi generación tenemos muy interiorizada esa bendita frase de que si nos duele (si nos pegan) es por nuestro bien, aguanté y lo superé. En ese tránsito pude seguir corriendo y la fascia plantar pasó a la galería particular de los monstruos de mi memoria.

Con mi confianza restaurada en los remedios ortodoxos para los males de los corredores, continué unos pocos años corriendo sin excesivos problemas. Pero los monstruos siempre vuelven a poblar nuestros sueños y esta vez atenazaban mis rodillas para que no se pudieran mover. Y como en los mejores cuentos de terror la amenaza comienza cuando y donde menos te lo esperas hasta que ya está en todas partes. La cuestión fue que, a diferencia de otras molestias puntuales anteriores, estas se convertían en un problema para actividades tan necesarias y corrientes como conducir, bajar escaleras, estar sentado en el cine y muchos gestos cotidianos. Correr mal y andar peor, una mala síntesis para lo que supone que es una práctica saludable para el cuerpo y la mente.

Cuando la situación comenzaba a hacerse insostenible, es decir, ya no podía correr bien y si lo intentaba las sensaciones eran pésimas tanto corriendo como después, busqué de nuevo ayuda. Resulta como poco interesante esta tendencia que tenemos los humanos en los últimos tiempos de buscar ayuda en actividades que solo nos conciernen en lo individual y lo animal.

Esta vez fui a la consulta de un reputado traumatólogo. Me sentía algo extraño en la sala de espera rodeado de ancianitos con aparente movilidad reducida. Este especialista, después de contarle lo que me sucedía y una observación superficial, me prescribió que tomase unas cápsulas para la regeneración del cartílago y que además aliviaban la inflamación. Como en principio soy obediente, las tomé durante muchos meses, años incluso. El efecto sí que se notaba pues los síntomas de molestias en las rodillas, sin desaparecer del todo, se hacían tolerables. Y seguí corriendo, aunque con la incómoda sensación de que para estar bien tendría que estar medicándome de forma indefinida.

Con el paso del tiempo se unieron dos fuerzas, mi propia tendencia a no seguir consumiendo sustancias extrañas durante tanto tiempo y la de mis rodillas a seguir su curso de degradación imparable cuando corría. En ese punto de colapso estuve algún tiempo sin poder correr apenas hasta que me recomendaron una clínica podológica, esta vez especializada en tratar a deportistas. La diferencia estaba en la especialización y, bueno, en los materiales de las plantillas, así es como su forma de elaboración. Esta vez las ampollas no fueron tan aparatosas como en la ocasión anterior, aunque también resultaron molestas.

Resultó evidente que la tecnología ortopédica había mejorado porque enseguida se redujeron de nuevo las molestias de forma clara. Aunque, eso sí, nunca llegaron a desaparecer. Al apoyo ortopédico añadí una selección más precisa en el muy amplio mundo de las zapatillas para corredores. No citaré marcas pero he llegado a probar modelos de las cinco marcas más punteras en lo referente a las carreras de asfalto. En los últimos tiempos llevaba puestas unas zapatillas de gran amortiguación y precio que, combinadas con mis plantillas personalizadas, hacían de mis pies la parte más cara con diferencia de todas las que equipaba para cualquier cosa. Me gustaban mucho las zapatillas, con esos diseños de guerrero estelar que parecía que iban a echar fuego por los talones y a generar campos antigravitatorios que me proyectarían a la estratosfera atlética. Sin embargo, el que tenía que trabajar era yo y seguía con muchas molestias.

Durante otros cuatro años volví a correr, e incluso concentré el mayor número de maratones que había corrido hasta el momento. Mi vida en lo laboral había cambiado mucho, había pasado de tener un trabajo físico a uno sedentario y necesitaba más que nunca salir a moverme, pues notaba esa falta y lo importante que era para sentirme equilibrado.

Llegamos a 2011 y la vieja historia de la acumulación progresiva de molestias volvió a las andadas. En esas fechas ya llevaba algunos años en los que el objetivo principal para considerarme satisfecho era poder terminar al menos un maratón por año. Si lograba ese objetivo, podía sentirme feliz. Ese año lo hice a principio y a final de año. El maratón de Valencia lo conseguí terminar medio lesionado, a un ritmo que para mi estado de forma era suave, y en el maratón de Castellón conseguí aproximarme a mi mejor marca (3:09) con tres horas y diez minutos.

Sin embargo, ese año fue el último que pude seguir corriendo tal cual, pues ya llegué muy al borde de mis posibilidades. Y me bloqueé. Cada vez que salía me hacía daño y tenía que volver andando a casa. Lo intenté decenas de veces. Descansaba semanas sin salir a correr para que todo volviese a su sitio. Conseguía hacer pequeñas salidas de muy pocos kilómetros, dos, tres, muy despacio y volvía a recaer. En el mes de julio de 2011 ni siquiera podía correr un kilómetro sin que me saltasen los músculos como si fueran las cuerdas de una guitarra cuando se rompen. Había renovado mis plantillas personalizadas solo unos meses antes, había visitado a un fisioterapeuta buscando consejo, pero no salía del hoyo.

Caí en una especie de rabiosa resignación que me duró lo que quedaba de verano. Me dediqué a hacer bicicleta y a nadar para no deformarme, pero ni una cosa ni la otra eran lo mío y anhelaba poder volver a correr. Mis pensamientos entonces se dirigían a mis pies, pero no tanto a ellos como a lo que usaba. Leía foros de corredores para conocer su opinión respecto al mundo de las diferentes zapatillas para lo que era yo: un hiperpronador. Me sentía como un ser deformado. Cuando me dijeron que era hiperpronador, es como si me hubiesen dicho: estás mal hecho. Después de tantos años corriendo parecía que el problema es que yo no servía para correr. Y algo crujía, algo resultaba muy extraño en todo el conglomerado de ideas que me daban y yo desarrollaba al respecto.

Después de leer muchos testimonios sobre el uso de zapatillas para pronadores, pensé que si otros corredores hiperpronadores podían correr con esas zapatillas, a lo mejor me iban bien a mí. Yo usaba zapatillas neutras con plantillas, así que decidí simplificar el conjunto eliminando las plantillas y usando unas zapatillas para mi defecto. Mirando y mirando di con unas especiales para pronadores que estaban muy rebajadas en un outlet de una muy conocida marca. Pensé que por el precio que me suponían, unos setenta euros, merecía la pena probar, ya que las zapatillas que compraba todos los años costaban más del doble.

Comencé a correr de nuevo con aquellas zapatillas sin plantillas y lo mejor de todo es que pude volver a correr. En aquel momento sentí que algo no estaba bien pensado en aquellas plantillas. Aunque tampoco sentí que eso fuese justo del todo porque durante bastante tiempo me ayudaron a seguir corriendo. Pero dejé de lado todas esas disquisiciones y me dediqué a preparar el siguiente maratón.

Entrené con firmeza y a la vez con mucha precaución durante ese invierno.

Me sentía muy frágil pero podía correr y avanzaba semana a semana entre molestias soportables hacia el maratón de La Coruña de 2012.

A pesar de que podía seguir corriendo algo había cambiado en mí y era la constatación de que lo que sabía sobre correr era poco o nada fiable y que los recursos que había utilizado hasta el momento para mantenerme eran un bluf.

Entonces fue cuando de forma azarosa me encontré con el libro Nacidos para correr. Yo ya tenía una pequeña colección de una docena de libros sobre la temática de los corredores de fondo. Textos que resultaban inspiradores, como el libro sobre Emil Zatopek o el de Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr. En su momento disfruté mucho con los entusiastas libros del doctor Sheenan, que mezclaban su visión médica con la lúdica. Otros muchos me resultaron estimulantes, pero en general todo lo que había leído hasta el momento, con alguna pequeña variación, no chocaba con el paradigma ortodoxo de cómo se debía correr.

Sin embargo, este otro planteaba cuestiones que rompían con la corriente dominante de cómo se debía correr y mostraba otras posibilidades para personas que, como yo, se habían visto estancadas por las lesiones.

La distinción se encontraba en el hecho de que, de serie, ya teníamos todo lo necesario para correr y el calzado utilizado por la mayoría de los corredores basado en la amortiguación y el aterrizaje sobre el talón resultaba a medio plazo perjudicial.

En el libro se contaban muchas más cosas, pero lo que yo necesitaba para obtener alguna respuesta sensata a lo que me sucedía de momento lo encontraba en aquellas ideas.

Busqué más información acerca del libro, sobre correr descalzo y con calzado minimalista, y encontré ya algunas tiendas online y foros en España sobre el tema. Fueron unos días intensos a la búsqueda de información y me resultó sorprendente no haber visto nada hasta ese momento. Documentos técnicos, médicos, testimonios, vídeos, etcétera, la red hervía con la información sobre este tema y a mí me había pasado desapercibida. Tomé la decisión de que, una vez que corriese el maratón de La Coruña, experimentaría con esta forma de correr.

Antes del maratón acudí a un medio en el periodo de preparación; así, en marzo corrí en Dénia, Alicante. Lo mejor de esta prueba es que vi a un chico corriendo con zapatillas minimalistas Five Fingers, que a la vista asemejaban unos guantes para los pies, y me pegué a él para preguntarle por el tema. Resultó una conversación muy interesante porque pude ver por primera vez a un minimalista en acción. Este corredor era Ángel Abella, con quien luego compartiría numerosas carreras en las que fuimos o los únicos o de los pocos corredores minimalistas.

Tenía ganas de ir a La Coruña por volver a correr un maratón. Después de haber terminado quince maratones aún se me hace un nudo en el estómago cuando veo uno y se me aflojan los ojos de la emoción cuando van llegando los corredores. Para mí, un año sin correr el maratón lo siento perdido por lo que ello implica. En este sentido, por las lesiones ha habido muchos años perdidos en mi vida. Por otro lado, intuía que a la vuelta iba a comenzar algo nuevo y bueno que no tendría nada que ver con lo anterior.

Corrí ese maratón como mejor pude. Tomé muchas precauciones porque, aunque había podido finalizar los últimos entrenamientos largos para llegar con garantías, las molestias en las piernas no terminaban de desaparecer. Así que salí con tranquilidad a un ritmo suave para poder terminar sin problema. Sin embargo, por el kilómetro 30 apareció el dolor muscular y terminé los últimos 10 kilómetros cojo, teniendo que parar a menudo para masajearme la pierna derecha. Llegué con una sensación de profunda destrucción física a la meta, pero mi ánimo no había decaído. Estaba convencido de que eso no volvería a suceder. En realidad, lo que sucedió en el siguiente maratón fue peor, pero por otras razones.

Al día siguiente de llegar a casa me até los huaraches tal como indicaba la hoja de instrucciones, aunque la búsqueda del mejor atado se convirtió en toda una habilidad que iría desarrollando durante esas primeras semanas. Me fui a un camino próximo a mi casa andando antes unos cientos de metros. Mi primera impresión era la de ser un corredor vestido, o mejor calzado, como un marciano. Aunque no me afectan las miradas de los demás, estaba pendiente de las mismas porque no era solo la sensación de extrañeza que te provoca llevar algo llamativo, también era la de estar alterando un orden establecido que luego se manifestaría de múltiples formas.

Así que, una vez que llegué a un camino llano, mal asfaltado y con mucha gravilla, inicié un ligero trote y los primeros doscientos metros minimalistas de mi vida. No tuve mucho tiempo para sentir nada en particular. Hice cien metros de ida, cien de vuelta y me volví caminando a casa. Por todo lo que había leído en libros, foros y documentación diversa, era fundamental hacer una transición suave, y yo la iba a hacer más suave que nadie porque, total, estaba lesionado del maratón. Esa suave progresividad sería una pauta que mantendría durante los primeros meses y que luego abandonaría con penosas consecuencias.

Mantendría una progresión muy lenta, incrementando todos los días en cien metros mi recorrido habitual. Tardé alrededor de tres meses en llegar a correr cinco kilómetros seguidos, pero fue lo mejor que pude hacer. Mis sensaciones con mis primeros huaraches de suela Vibram de 4 milímetros de espesor atados con cordones fueron por una parte liberadoras y por otra me introdujeron en una práctica de la carrera mucho más consciente. En esa consciencia tuve sensaciones novedosas en mis pies, las de estar transformándose por dentro. Esto se manifestaba sobre todo por las mañanas con unos dolores mezcla de agujetas y de un extraño descolocamiento interno. Estas molestias que al cabo de unos minutos desaparecían me acompañaron durante muchos, muchos meses.

Salir a correr y volver a los pocos minutos en aquella lenta y larga progresión podría parecer algo tedioso. En mi caso lo viví con gran ilusión porque en cada salida sentía que avanzaba en esa nueva forma de correr. Me sentía ligero y podía correr bastante rápido. De alguna forma, intenté aprovechar las cortas salidas corriendo con mayor celeridad. Al poco tiempo, un dolor que comenzó a manifestarse en los metatarsos me indicó con claridad que la transición no solo era para la distancia, sino que también lo era para la velocidad. Reduje de forma importante el ritmo en mis salidas y los dolores remitieron de forma inmediata. Lo bueno de esta situación es que los problemas se identificaban con claridad y se podían corregir de forma natural.

Aunque me adapté bastante bien a mis primeros huaraches recortables, tenía problemas con los nudos, pues no supe ubicarlos bien bajo la suela para que no se destrozasen. Así que me compré unos manufacturados con un precioso aspecto neolítico y con unos cordones de cuero muy peculiares[1]. Aunque me costó hacerme con ellos, al final los dominé y las sensaciones corriendo resultaban maravillosas.

Ya casi al final de la primera fase de mi transición minimalista, en la que tenía que alcanzar los cinco kilómetros, me animé a participar en una competición corta. Era una milla en pista que organizaba mi club de atletismo, el Club Saltamontes de Segorbe. Como ya estaba cerca de los cinco kilómetros, aunque corriese una prueba más deprisa, al ser más corta pensaba que no tenía peligro de lesionarme los metatarsos. Así fue. Fue una prueba corta y no muy populosa, pero, aun así, quedar en la primera posición de mi categoría de veteranos me hizo sentir genial, no tanto por conseguir ese puesto como por comprobar que podía correr muy bien, tan bien como mis compañeros de carreras.

El efecto de este buen resultado sería ambivalente. Por un lado, supuso un refuerzo estimulante para seguir la transición, además de la constatación de que correr con calzado minimalista podía ser incluso mejor que con el amortiguado. Por otro lado, me sacó el lado ambicioso de competir en más carreras y digo competir, no participar. Esto me costaría un precio bastante alto con posterioridad.

Cuando pasé a la segunda fase de la transición en la que incrementaría la distancia de doscientos a doscientos metros hasta los diez kilómetros, todo comenzó a ir más deprisa. Seguía corriendo casi todos los días, el ritmo era vivo aunque no demasiado y comencé a asistir a competiciones de pocos kilómetros con asiduidad. Empleaba esas competiciones para motivarme corriendo bastante deprisa como una forma de entrenamiento de calidad. En realidad, me resultaban muy estimulantes porque estaba corriendo casi tan rápido como en los tiempos en los que las lesiones no me tenían atenazado, consiguiendo posiciones muy dignas en mi categoría de veteranos, a veces A, a veces B, C e incluso D. En la Vuelta a Pie a Almussafes correría mi primer diez mil minimalista y además coincidiría por primera vez en esa faceta con el amigo Ángel Abella, a quien conocí en el medio maratón de Dénia, y Jordi Maldonado, también uno de los pioneros del minimalismo en la Comunidad Valenciana. Con ellos dos coincidiría en muchas más ocasiones en las que compartimos competiciones, entrenamientos y buenos ratos de conversación.

En ese momento de la transición, ya iniciado el verano, hacía mucho calor y mis pies sudaban de lo lindo, creando una situación muy incómoda al resbalar sobre la superficie de la sandalia. Ese efecto producía una pérdida de tracción y de control sobre mis pasos muy desagradable. Así que, tras las pertinentes consultas en el foro de correrdescalzos[2], adquirí otras sandalias de la empresa de Ted Descalzo, famoso por el libro Nacidos para correr. Me llegaron algún mes después, por lo que para evitar el problema del sudor en los huaraches intentaba todo tipo de trucos con escaso éxito. Cuando llegaron las nuevas pude compensar algo el tema del sudor, pero tampoco del todo, ya que lo que bajaba por mis piernas eran auténticos riachuelos.

En el capítulo del equipo hablaré con más detalle sobre estos temas pero como idea principal digo ahora que al probar los huaraches que me permitían llevar los pies completamente al aire no me apeteció cubrirlos de nuevo. Así que hice lo contrario: descubrirlos más aún.

La transición seguía su curso y progresé de los diez kilómetros hacia los quince. Ya no corría todos los días, aunque sí unos cuatro o cinco a la semana. La progresión era más rápida, ya que sumaba trescientos metros más a cada sesión larga e intercalaba algunas más cortas entremedias. Asistía a todas las carreras que podía y las había convertido en mi entrenamiento de calidad semanal. Me esforzaba mucho en esas carreras, con tiempos que tan solo un año antes ya no podía ni soñar.

Al final del verano estaba ya cerca de alcanzar corriendo el medio maratón. Llegué a ese punto de progresión en una competición, el medio maratón de Alaquás. Como había convertido las competiciones en mis sesiones intensivas de entrenamiento, hice otro tanto con este mi primer medio maratón minimalista. No me fue mal en el resultado porque quedé primero en la categoría de veteranos B, aunque llegué con los pies destrozados de ampollas. Me di cuenta de que no había hecho bien forzándome tanto, pero la adrenalina y la emoción de la competición anularon los efectos negativos y cualquier reflexión en pos de la cautela.

De alguna forma, todo lo que vendría después sería un encadenamiento de repercusiones de lo que fue romper con el factor velocidad en la transición. Había mantenido de forma bastante equilibrada mi progresión en distancia, pero no así la velocidad. En los últimos meses, en los que había pasado de los diez kilómetros hasta llegar a los veinte, no me había contenido lo más mínimo y había dado todo lo que podía dar en las competiciones. La cuestión es que aún no estaba fuerte y comenzaron a aparecer los problemas.

En una carrera de media distancia que corrí en el puerto de Valencia un par de semanas después tuve un tirón en la base de una nalga. Otras dos semanas después, en el medio maratón de Castellón se me produjo una sobrecarga en el sóleo de la pierna derecha y tuve que llegar medio cojeando a la meta. Reduje de forma radical la intensidad alocada de mi progresión porque tenía claro que todo lo que me pasaba era fruto de la desmesurada tensión a la que me estaba sometiendo en plena transición. La conclusión fue que no podía competir durante la transición.

En aquellas fechas mi objetivo principal era poder correr un maratón minimalista y por fechas y fuerzas programé el que me resultaba más cercano: el de Castellón, que se celebra en diciembre y tiene un perfil muy suave, por lo que lo veía adecuado para estrenarme en esta modalidad. Sin embargo, no fui capaz de superar del todo la sobrecarga que me produje mes y medio antes en el medio de esa misma ciudad y no pude mantener un nivel de entrenamiento suficiente para acudir con garantías. Al final, acudí a la carrera aun a sabiendas de que tenía mínimas posibilidades de terminar. Y así fue, quizá no corrí todo lo despacio que debía o en realidad daba igual: en el kilómetro dieciséis se me reprodujo la sobrecarga del sóleo y por primera vez en mi vida me tuve que retirar en un maratón.

La sensación que me quedó de aquello fue muy amarga. Se suponía que ese maratón iba a ser el de mi redención como corredor sin lesiones y en plena forma. No fue ni lo uno ni lo otro, aunque en ese fondo de amargura había algo distinto que no me quitaba la esperanza. Los problemas que había sufrido habían sido por mi culpa, por mis ganas desmesuradas de avanzar y no por ningún problema vinculado a cómo y con qué corría. Era un cambio importante, aunque tenía mucho trabajo y muchas cosas que cambiar para salir de esa situación. Resulta difícil renunciar a los objetivos que uno se marca en una actividad tan a largo plazo como es correr fondo. En muchos días con muchos entrenamientos se va forjando el deseo de llegar a lugares que supondrán ilusión y mejora. Este es un deporte muchas veces solitario que concentra la concreción de un esfuerzo en el largo plazo, y cuando llega ese momento resulta complicado renunciar porque algo no salió bien. Entonces se echa mano de lo que queda, que en ocasiones no es suficiente, aunque como alguna vez lo fue nunca se pierde la esperanza. Este fue caso cerrado, mi pierna dijo que ya no seguía y paré. Lo demás es irrelevante.

Después de esto vinieron unos meses en los que intenté desandar lo andado para comenzar de nuevo e inicié una transición dentro de la transición. Dos meses y medio después llegó el encuentro minimalista de Montilla, Córdoba, y, aunque no estaba del todo recuperado, acudí a correr. Una vez más, no sentía que estuviese haciendo lo más apropiado, pero me decidí a correr con tranquilidad y aprovechar la oportunidad de encontrarme con otros corredores minimalistas que ya conocía por los foros, además de otros que pudiesen acudir.

Una vez más, corrí como si me persiguiera el diablo. Quizá tuvo que ver la salida de casi un kilómetro cuesta abajo a la que costaba resistirse. El caso es que fui bastante fuerte y en el kilómetro ocho la pierna me avisó de que ese no era mi día. Me contuve unos pocos kilómetros y por el kilómetro catorce sentí que me había recuperado y volví a apretar el acelerador. Recuperé algunas posiciones y llegué bastante bien, pero con la sensación de que no tenía remedio y que no podía volver a ir a una competición hasta que estuviese recuperado. De todas formas, la experiencia de ese encuentro fue un gran refuerzo porque conocí de primera mano a personas estupendas con las que mantuve conversaciones que me enseñaron mucho. También asistí a la hazaña de Santi Ruiz, quien terminó descalzo la distancia del maratón en menos de tres horas. Además, me llevé la enorme alegría de ver cómo mi prima y amiga Pilar Raro triunfaba en la categoría general femenina y en la minimalista. Pilar se inició en el minimalismo unos meses antes con excelentes resultados que se confirmarían en muchos triunfos posteriores, como en el MAMOVA (Maratón de Montaña de Valencia) y la MiM (Marató i Mitja del Penyagolosa) en su categoría minimalista, corriendo con estos medios más naturales.

Y desde luego me fui con la sensación de que en esta aventura estaba e iba a seguir muy bien acompañado. En este sentido, una cosa estaba clara: que yo corriese hasta ese momento en la vertiente minimalista y que después corriese descalzo era un producto de la era de Internet. Solo con la gran facilidad de acceso a la información que describía los argumentos del interés de correr con calzado minimalista o descalzo, así como la intensa comunicación con las personas que se involucraban en dicha práctica, había sido posible la expansión de esta modalidad. Por otra parte, muchos de los que estábamos allí participando como corredores minimalistas éramos bastante activos como difusores de información sobre la experiencia. Esa conjunción en la elección de una forma de correr como esta junto a una actitud activa en la comunicación de la misma creaba un claro ambiente de complicidad. Esta acumulación de circunstancias resultó definitiva en mi tránsito hacia el minimalismo porque en los momentos de dudas y de problemas más complicados supuso un apoyo claro para salir adelante. En este sentido, muchas de las transiciones de la amortiguación al minimalismo y a correr descalzo han sido posibles gracias al apoyo mutuo que se han proporcionado los corredores en las redes.