Pesquisas

Pesquisas

—Estoy buscando a una pareja de niños.

Caras inexpresivas.

—Se llaman Ro y Pit.

Tristes meneos de cabeza.

—Tienen, respectivamente, diez y seis años. Bueno, siete. El niño ya tiene siete.

Siseos de simpatía.

—Se los llevó un hombre llamado Grega Cantliss.

Una mirada asustadiza y la puerta que se cierra delante de su cara.

Shy estaba a punto de admitir que comenzaba a cansarse. Poco les faltaba a sus botas para caerse a trozos después de tantas idas y venidas por aquella calle principal tan serpenteante, que crecía en longitud y se hacía más sinuosa a medida que pasaban los días y la gente llegaba de las llanuras para plantar tiendas o amontonar sacos en alguna parcela llena de barro o, incluso, dejar que sus carros se pudriesen a lo largo del camino. Sus hombros estaban amoratados por todos los empujones que recibía en medio del bullicio, y las piernas le dolían por tener que escalar las pendientes del valle para hablar con la gente que vivía en las casuchas construidas en ellas. Su voz se había convertido en un graznido al repetir constantemente las mismas preguntas en las salas de juego, en los antros oscuros y en las tabernas baratas, recibiendo casi siempre las mismas respuestas. Pero había unos pocos sitios con cierta clase en los que no la dejaban entrar, porque, al parecer, molestaba a los clientes. Quizá tuviesen razón. Quizá Lamb tuviese todo el derecho del mundo de pensar que Grega Cantliss iría a por él. Pero a Shy jamás se le había dado bien la espera. Eso es por la sangre de Fantasma que corre por tus venas, le habría dicho su madre. Pero a su madre tampoco se le había dado bien esperar a nadie.

—Mira, si es Shy Sur.

—¿Cómo te va, Hedges? —preguntó, aunque ya supiera la respuesta sólo con echar un vistazo. Sin mostrarse muy obsesionado por el éxito, durante los días de la caravana siempre le había parecido ver en él una chispa de esperanza. Desde su llegada se había apagado, sus cabellos habían encanecido y su ropa se había convertido en harapos. Arruga no era un buen lugar para que prosperasen las esperanzas. Ni para que prosperase nada, por lo que veía—. Pensaba que estabas buscando trabajo.

—No he podido encontrar ninguno. No hay nada para alguien con una pierna como la mía. ¿Quién va a creer que dirigí una carga en Osrund? —Desde luego que ella no, pero como él ya lo acababa de decir, guardó silencio—. ¿Sigues buscando a los tuyos?

—No nos iremos de aquí hasta que los encuentre. ¿Has oído algo?

—Eres la primera persona que me dirige más de cinco palabras seguidas en una semana. No crees que dirigí una carga, ¿verdad? Quién podría creerme… —Ambos se sentían violentos, sabiendo lo que iba a suceder y que no iban a ser capaces de impedirlo—. ¿Podrías prescindir de un par de monedas?

—Claro que sí. —Shy hurgó en su bolsillo, le tendió las monedas que Temple le había dado una hora antes y se fue a toda prisa. Porque a nadie le gusta estar cerca de quien ha fracasado, por si acaso se le pega algo.

—¿No vas a decirme que no me lo gaste todo en bebida? —le preguntó cuando ya se había ido.

—No soy un predicador. Me parece que la gente tiene derecho a escoger la manera de destruirse.

—Pues sí que la tiene. ¡Shy Sur, no eres mala, sólo justa!

—Me parece que en eso no vamos a ponernos de acuerdo —dijo por lo bajo, dejando que Hedges se dirigiera a trompicones hacia la taberna más cercana, lo que en Arruga significaba unos pocos pasos.

—Estoy buscando a una pareja de niños.

—¡No puedo ayudarla, pero sí ofrecerle algunas noticias! —Aquella mujer era un personaje extraño, pues sus ropas debían de haber sido elegantes en su tiempo, pero aquel tiempo había pasado ya hacía mucho, y los meses se habían llenado de barro y de comidas a destiempo. Con un florido movimiento de una de sus manos, echó hacia atrás su casaca demasiado ancha y sacó de ella un montón de hojas arrugadas.

—¿Qué son, pasquines de noticias? —Shy comenzaba a lamentar haber entablado conversación con aquella mujer, pero la verdad era que su voluminosa barriga no le dejaba sitio para pasar por la estrecha tira de barro que se interponía entre la corriente llena de porquería y los portales en ruinas.

—Tiene buen ojo para las cosas de calidad. ¿Quiere comprar uno?

—Creo que no.

—¿No le interesan los acontecimientos distantes que tienen que ver con la política y el poder?

—No creo que tengan que ver mucho con lo que hago.

—¿Es posible que su ignorancia de los asuntos de actualidad sea lo que impide prosperar?

—Siempre pensé que era la codicia, la pereza y el mal carácter de otras personas, junto con una buena cantidad de mala suerte, pero supongo que usted seguirá con su idea.

—Eso nos pasa a todos. —Pero la mujer seguía sin apartarse.

Shy suspiró. Dada su habilidad para enfadar a la gente, le pareció que podría dedicarle un poco de paciencia.

—De acuerdo. Sáqueme de mi ignorancia.

La mujer extendió la hoja que estaba encima de todas y leyó como si declamase:

¡Los rebeldes derrotados en Mulkova… puestos en fuga por las tropas de la Unión al mando del general Brint! ¿Qué le parece?

—A menos que hayan sido derrotadas por segunda vez, eso sucedió antes de que yo abandonase las Tierras Cercanas. Todo el mundo lo sabe.

—La dama necesita noticias más recientes —dijo para sí aquella mujer, escarbando con el pulgar en el montón de papeles—. ¡Termina el conflicto con Estiria! ¡Sipani abre sus puertas a la Serpiente de Talins!

—Eso sucedió dos años antes, por lo menos. —Shy comenzaba a pensar que aquella mujer estaba mal de la cabeza, aunque eso significase bien poco en un lugar donde la mayoría de la gente era maníaca, depresiva, maníaco-depresiva o sufría cualquier otro tipo de locura inclasificable.

—Todo un desafío. —La mujer se llevó a la boca un dedo sucio para pasar las hojas, sacando luego una que parecía auténticamente antigua—. ¿Qué tal ésta? El Legado Sarmis amenaza la frontera de las Tierras Cercanas. Se teme una incursión del Imperio.

—Sarmis lleva amenazando durante décadas. ¡Es el Legado más amenazante del que jamás hayan hablado los periódicos!

—¡Lo era entonces y lo es ahora!

—Amiga mía, las noticias se pasan enseguida, como la leche.

—Pues a mí me parece que envejecen tan bien como el vino.

—Me encanta que le guste la añada, pero no voy a comprarle ninguna noticia que esté pasada.

La mujer meció sus papeles como una madre que intentase proteger a su hijo contra el ataque de un ave, inclinándose tanto hacia delante que Shy pudo comprobar que a su sombrero de copa le faltaba la parte superior, y contemplar, de paso, una amplia perspectiva del cuero cabelludo más roñoso que nadie pueda imaginar, así como respirar una peste a podrido que a punto estuvo de tirarla al suelo.

—No será peor que la que se produzca mañana, ¿no le parece? —dijo. Y entonces pasó majestuosamente a su lado y se fue, agitando aquellas hojas por encima de la cabeza—. ¡Noticias! ¡Tengo noticias!

Shy respiró larga y pausadamente antes de reanudar su camino. ¡Maldición, qué cansada estaba! Pero, según su experiencia, Arruga no era un buen sitio para quitarse el cansancio de encima.

—Estoy buscando a una pareja de niños.

El del medio sonrió con cara burlona.

—Yo te daré tus niños, chica.

El de la izquierda soltó una carcajada. El de la derecha bizqueó, y un poco del jugo de la chagga que se estaba fumando se escurrió de su boca y le manchó la barba. Por como la tenía, era evidente que babeaba constantemente. Aunque no le pareciese un trío muy prometedor, no podía fiarse de las impresiones, porque, de dejarse llevar por ellas, las pesquisas que estaba haciendo en Arruga apenas le hubieran durado un día.

—Se los llevaron de nuestra granja.

—Quizá porque no había nada mejor que llevarse.

—Pues tengo que darle la razón en eso. Se los llevó un hombre llamado Grega Cantliss.

El buen humor de aquellos tres desapareció de repente. El de la derecha se levantó con cara de preocupación. El de la izquierda lanzó un escupitajo manchado de jugo por encima de la barandilla. Burlón la miró con peor cara que antes, diciendo:

—Chica, si sigues haciendo por aquí ese tipo de preguntas, tendrás un problema. Un problema grave.

—No eres el primero que me lo dice. Será mejor que me marche con mi problema calle abajo.

Hizo ademán de irse, pero un individuo salió del porche para bloquearle el paso mientras apuntaba un dedo hacia su cara.

—Creo que lo sabes, tienes algo de Fantasma.

—Yo creo que es una mestiza —dijo rezongando uno de sus amigos.

—Pues no, sólo tengo un cuarto de sangre de Fantasma —replicó Shy, apretando las mandíbulas.

Burlón llevó su sonrisa burlona al reino de la contorsión facial.

—Bueno, pues por este lado de la calle no nos preocupan nada tus niños.

—Mejor tener un cuarto de sangre de Fantasma que ser un capullo, ¿no te parece?

Los insultos eran carnada para aquel tipo de gente. Enarcó las cejas mientras daba un paso hacia ella.

—Maldita…

Sin pensárselo dos veces, Shy llevó su mano derecha a la empuñadura del cuchillo que llevaba, diciendo:

—Yo que tú, me quedaría donde estás.

El otro entornó los ojos. Enojado. Como si no hubiese esperado que se le resistiera. Como sus amigos le miraban, ya no podía echarse atrás.

—Y yo que tú, chica, apartaría la mano de ese cuchillo a menos que fuera a usarlo.

—Si lo uso o no dependerá de si tú te quedas o no donde estás. Aunque no espero que lo hagas, a lo mejor eres más listo de lo que pareces.

—Dejad que se vaya. —Un individuo muy grande acababa de aparecer en el porche. Decir que era muy grande no le hacía mucha justicia, porque la enorme mano que apoyaba en el marco era como la cabeza de Shy.

—No tienes por qué meterte en esto —dijo Burlón.

—Lo sé, pero me voy a meter. ¿Decías que buscabas a Cantliss? —preguntó, recorriendo a Shy con la mirada.

—Así es.

—¡No digas nada! —le espetó Bizco.

—Cierra el pico… —dijo el grandullón, mirándolo de soslayo. Tuvo que agachar la cabeza para pasar por la puerta— o yo te lo cerraré. —Los otros dos individuos se apartaron para dejarle sitio… porque casi no cabía. Cuando salió de las sombras, parecía aún más alto, incluso mucho más que Lamb, y quizá más ancho de hombros y de tórax. Era un auténtico monstruo que, sin embargo, hablaba pausadamente con una pizca de acento del Norte—. No hagas caso a esos idiotas. Son muy osados cuando están seguros de que van a ganar una pelea, pero en los demás casos se arrugan. —Bajó los dos escalones que llevaban a la calle, haciendo que la madera se estremeciera por el peso de sus enormes botas, y dominó a Burlón con su estatura—. Cantliss está hecho de la misma pasta que éstos —dijo—. Un idiota infatuado al que rodean un montón de viciosos. —Para ser tan grande, su rostro se veía triste y macilento. Su bigote, rubio y algo lacio, tenía alrededor una pelusa de color gris—. Más o menos como yo era antes, si se me permite decirlo. Por lo que he oído, le debe a Papá Anillo un montón de dinero. Creo que lleva bastante tiempo sin aparecer por aquí. Y esto es todo lo que puedo decirte.

—Gracias, ha sido mucho para mí.

—Ha sido un placer. —El hombre volvió aquellos ojos azules tan claros que tenía hacia Burlón, diciendo—: Apártate de su camino.

Burlón obsequió a Shy con una mirada tan suspicaz como malvada. Pero, como cuando era más joven a ella le habían obsequiado con todo tipo de miradas a cuál más desagradable, aquella apenas le hizo efecto. Luego, cuando hizo ademán de subir por los peldaños, el grandullón no se lo permitió.

—Apártate de su camino y tira por ahí —dijo, indicando el agua que pasaba.

—¿Que me meta en el albañal? —preguntó Burlón.

—Métete en el albañal o te meteré yo.

Burlón se maldijo a sí mismo mientras pisaba las piedras manchadas de fango y se metía por el agua llena de porquería que le cubría hasta las rodillas. El enorme norteño se llevó una mano al pecho, indicando a Shy con la otra el sendero que acababa de quedar expedito.

—Gracias —dijo ella al pasar—. Ha sido todo un placer encontrar a alguien decente a este lado de la calle.

—No permitas que un poco de amabilidad te confunda —dijo él tras sonreír con algo de tristeza—. ¿Decías que buscas a unos niños?

—A mis hermanos. Chico y chica. ¿Por qué me lo preguntas?

—Porque quizá pueda ayudarte.

Shy había aprendido a considerar cualquier ofrecimiento de ayuda, y en realidad cualquier cosa, con gran suspicacia.

—¿Y por qué querrías ayudarme?

—Porque sé lo que se siente al perder la familia. Es como perder una parte de uno mismo, ¿a que sí? —Ella se lo pensó durante un instante y comprendió que tenía razón—. Yo tuve que dejar a la mía atrás, en el Norte. Sabía que era lo mejor que podía hacer por ellos. Lo único que podía hacer. Pero aún me duele haberlo hecho. Por eso no me gusta recordarlo. Uno no sabe lo que valen las cosas antes de perderlas. Los echo de menos.

Se encogió de hombros con tanta pena que a Shy le dio mucha lástima.

—Bueno, pues si quieres acompañarme, por mí encantada. Según mi propia experiencia, la gente me toma más en serio cuando algún grandullón me cubre las espaldas.

—Lamentablemente, ésa es una verdad universal —dijo mientras avanzaba, dando dos pasos por cada tres que ella daba—. ¿Estás sola?

—He venido con mi padre. Una especie de padre.

—¿Cómo puede ser alguien una especie de padre?

—Digamos que intenta serlo.

—¿Y es el padre de esos dos niños que estás buscando?

—También es una especie de padre para ellos —respondió Shy.

—Seguro que es de esas personas que siempre ayudan.

—Lo es, en cierta manera. Les echa una mano a los que están construyendo una casa al otro lado de la calle.

—¿Esa nueva que ya está bastante alta?

—La Metalistería de Majud y Curnsbick.

—Es un buen edificio. Algo que resulta raro por aquí. Por cierto, no sé cómo va a poder encontrar él solo a vuestros niños.

—Cree que alguien va a ayudarle.

—¿Quién?

Normalmente, ella habría seguido sin enseñar sus cartas, pero algo en la manera de hablar de aquel hombre se lo impidió.

—La Alcaldesa.

El norteño tomó una gran bocanada de aire.

—Antes le confiaría mis partes a una serpiente que todo lo demás a esa mujer.

—Parece demasiado amable.

—Nunca confíes en quien no emplea su nombre, como suele decirse.

—Aún no me has dicho el tuyo.

El grandullón suspiró con desgana.

—Esperaba no tener que decírtelo. La gente suele mirarme de manera diferente cuando lo conoce.

—¿No será uno de esos que parecen de broma, como Arsehowl[7], por ejemplo?

—Eso no estaría mal. No, digamos que mi nombre no hace reír a nadie. No sabes todo lo que he hecho para no recordarlo. Lo he intentado durante años. Pero no hay manera de librarse de él. Yo mismo he forjado los eslabones de mi cadena, créeme.

—Creo que todos somos propensos a hacer lo mismo que tú.

—Probablemente. —Se detuvo y le tendió su enorme mano, que ella estrechó, pensando mientras lo hacía que la suya era como la de un niño—. Me llamo…

—¡Glama Dorado!

Shy comprobó que el grandullón vacilaba durante un instante y se encogía antes de darse lentamente la vuelta. Un hombre acababa de aparecer en la calle. Un muchacho bastante alto, con una enorme cicatriz que le cruzaba los labios y una chaqueta raída. Sus movimientos imprecisos le dijeron a Shy que había estado bebiendo más de la cuenta. Quizá para darse ánimos, aunque en Arruga la gente no necesitara ninguna excusa para emborracharse. Levantó un dedo igual de impreciso para apuntarles con él mientras los dedos de la otra mano buscaban a tientas el mango del enorme cuchillo que llevaba al cinto.

—¿Eres el que mató a Oso Rechoncho? —preguntó con voz burlona—. ¿Ese que gana todos los combates? —Escupió en el barro, muy cerca de donde estaban—. ¡Pues no pareces gran cosa!

—Y no lo soy —dijo el norteño con voz tranquila.

El joven parpadeó, sin saber cómo tomarse aquello.

—Me da igual… ¡Escucha lo que te digo: Eres un bastardo!

—¿Y si no quiero escucharte?

El muchacho miró con mala cara a las personas que comenzaban a asomarse a los porches de las casas, las cuales interrumpían lo que estuvieran haciendo para ver en qué acababa todo aquello. Se pasó la lengua por una de las comisuras de la boca, no muy seguro de sí mismo. Entonces miró a Shy y decidió cambiar de argumento.

—¿Quién es esa zorra? ¿La que te estás tir…?

—No me obligues a matarte, chico. —Dorado no lo decía desafiándole, sino implorándoselo, y sus ojos parecían más tristes que nunca.

El muchacho vaciló durante un instante, retorció los dedos y palideció enormemente. La botella es como un banquero astuto… te presta el coraje y muy poco después te exige que se lo devuelvas. Dio un paso atrás y volvió a escupir.

—No vale la pena —dijo entre dientes.

—No, no lo vale. —Dorado vigiló al joven mientras se apartaba, se daba la vuelta y echaba a andar muy deprisa. Unos cuantos suspiros de alivio, unos cuantos hombros encogidos y la gente que reanuda las conversaciones que antes mantenía.

Shy tragó saliva, pues la boca se le había quedado seca de repente y le escocía.

—¿Eres Glama Dorado?

Él asintió lentamente.

—Sí, aunque sepa demasiado bien que últimamente queda en mí muy poco de «dorado». —Frotó sus enormes manos al constatar que el muchacho se perdía entre la muchedumbre. Shy vio que le temblaban—. Ser famoso es una maldición. Una maldición.

—¿El que luchará por Papá Anillo en el combate que se avecina?

—El mismo. Aunque debo confesarte que espero que no se realice. He oído que la Alcaldesa no tiene a quien la defienda. —Entornó los ojos cuando la miró—. ¿Has oído algo que lo desmienta?

—No. Nada —dijo ella, intentando poner la mejor de sus sonrisas, pero sin conseguirlo—. Nada en absoluto.