Así de simple

Así de simple

Temple cepilló un poco más la junta y asintió con la cabeza, mirando a Lamb para bajar la viga y que su espiga se ajustase bien a la mortaja.

—¡Ah! —exclamó Lamb, dándole una palmada en el hombro—. No hay nada tan agradable como contemplar un trabajo bien hecho. Muchacho, tienes unas manos ágiles. Demasiado ágiles para una persona que viajó río abajo. El tipo de manos que lo arreglan todo. —Miró aquella mano suya de cuatro dedos, tan grande y maltratada, y la cerró con fuerza—. Las mías sólo me han servido para una cosa. —Y golpeó la viga hasta que la mano se le puso colorada.

En un principio, Temple consideró que la carpintería venía a ser una simple tarea más, como cuando había tenido que cabalgar detrás del ganado, pero luego cayó en la cuenta de que, a cada día que pasaba, disfrutaba más con ella. Había algo en el olor de la madera recién cortada —pero sólo cuando la brisa de la montaña refrescaba el valle el tiempo suficiente para atenuar el persistente olor a mierda— que se llevaba los recuerdos que lo ahogaban y le permitía respirar. Si sus manos habían recobrado la antigua destreza que tenían con el formón y el martillo, él solventaba las dificultades que le ofrecía la madera, aclarándola, enderezándola o doblegando su dureza. Los obreros contratados por Majud, al ver que conocía el oficio, no tardaron en seguir sus instrucciones sin rechistar; y aunque se moviesen entre los andamios y las poleas con poca maña, pero con mucho entusiasmo, la estructura comenzó a crecer al doble de velocidad y al doble de perfección de lo que Temple esperaba.

—¿Dónde está Shy? —preguntó de improviso, como si no quisiera retrasar el pago parcial de la deuda que tenía con ella. Se estaba convirtiendo en un juego entre los dos, en el que uno de ellos siempre perdía.

—Sigue en la ciudad, preguntando por Pit y Ro. Como siempre hay gente nueva, no se cansa de preguntar. Probablemente ahora recorra la acera de Papá Anillo.

—¿No es peligroso?

—Quizá.

—Deberías impedírselo.

Lamb lanzó un bufido mientras le pasaba una claveta.

—La última vez que intenté impedirle algo, ella tenía diez años y no me hizo ni caso.

Temple metió la claveta por el agujero.

—En cuanto se le mete algo en la cabeza, no para hasta que lo consigue.

—Eso es lo que me gusta de ella. —Había un deje de orgullo en la voz de Lamb mientras le pasaba el mazo—. Esa chica no es cobarde en absoluto.

—¿Y por eso me ayudas a mí y no a ella?

—Te ayudo porque ya he descubierto la manera de llegar a donde están Pit y a Ro. Sólo estoy esperando la llegada de Shy para discutir el precio con ella.

—¿Y cuál es?

—La Alcaldesa necesita un favor. —Se produjo una larga pausa, medida por los golpeteos del mazo de Temple y acompañada por los distantes sonidos de los martillazos de las restantes obras, no tan pulcras como la suya, que tenían lugar en toda la ciudad—. Ella y Papá Anillo quieren jugarse Arruga en un simple combate.

—¿Se van a jugar la ciudad? —Temple echó una mirada a su alrededor.

—Cada uno de ellos es dueño de media Arruga, más o menos. —Lamb echó un vistazo a las afueras de la ciudad, donde la muchedumbre se agolpaba de manera inimaginable a ambos lados del serpenteante valle, como si aquel lugar se comportase igual que un aparato digestivo gigantesco que dejara entrar las mercancías y los animales por uno de sus extremos para luego expulsar a chorros, por el otro, todo tipo de mierda, mendigos y dinero—. Pero como cuanto más tienen, más quieren, cada uno quiere la mitad del otro.

Temple expulsó el aire almacenado en los carrillos mientras adaptaba otra claveta.

—Y supongo que a uno de los dos no le gustará el desenlace.

—Por lo menos, a uno de ellos. Como decía mi padre, los peores enemigos son los que viven en la casa de al lado. Esos dos llevan años discutiendo, y como ninguno se da por vencido, han decidido jugárselo todo a una pelea. El ganador se lo lleva todo. —Como si fuera una inundación, un grupo de Fantasmas medio domesticados acababa de salir de una de las peores casas de putas (porque en cualquiera de las mejores no les hubieran dejado pasar de la puerta) y esgrimían sus cuchillos, insultándose unos a otros en la lengua común, de la que sólo conocían las palabrotas más obscenas. De eso había más que suficiente en Arruga—. Dos hombres dentro de un Círculo —musitó Lamb—, ante una considerable audiencia y una notable ausencia de apuestas a favor del que no es el favorito. Uno lo abandona vivo, el otro muerto, y todos los demás se divierten.

—Mierda —dijo Temple entre dientes.

—Papá Anillo llevará a un tipo llamado Glama Dorado. Un norteño. Un nombre importante a día de hoy. He oído que ha estado peleando por dinero en fosos y corrales a todo lo largo y ancho de las Tierras Cercanas, y también que ha cosechado un montón de victorias. Y la Alcaldesa, bueno, pues ha estado buscando por todos los medios a alguien que quisiera luchar a su favor… —Miró a Temple durante un buen rato y entonces no resultó difícil adivinar el resto.

—Mierda. —Una cosa era luchar para defender la propia vida en las llanuras, donde los Fantasmas iban a por uno sin dejarle más alternativas, y otra muy diferente aguardar durante varias semanas el momento de aparecer con paso airoso ante una multitud para aporrear, retorcer y aplastar a un hombre con las manos, quitándole la vida—. ¿Tienes alguna práctica en… ese tipo de cosas?

—Con la suerte que tengo… la verdad es que bastante, por desgracia.

—¿Y estás seguro de que el bando correcto es el de la Alcaldesa? —preguntó Temple, que acababa de recordar todas las veces que él mismo se había encontrado en el bando equivocado.

Lamb miró enfadado a los Fantasmas, que a todas luces acababan de resolver sus diferencias sin derramamiento de sangre y se estaban abrazando efusivamente, haciendo mucho ruido.

—Según mi propia experiencia, rara vez hay un bando correcto y, cuando lo hay, tengo una extraña tendencia a escoger el otro. Lo único que sé es que Grega Cantliss mató a un amigo mío, me quemó la granja y se llevó a dos niños a los que había jurado proteger. —La voz de Lamb adquirió un filo acerado al mirar a la Casablanca, tan helador que a Temple se le puso la carne de gallina—. Como Papá Anillo lo protege, acaba de convertirse en mi enemigo. Y como la Alcaldesa no lo protege, eso la convierte en mi amiga.

—¿Es posible que sea así de simple?

—Cuando vas a meterte dentro de un Círculo para matar a un hombre, conviene que lo sea.

—¿Temple? —Como el sol estaba más bajo y la sombra de una de las grandes columnas cruzaba la calle, tardó un poco en distinguir entre tanta gente quién era el que le llamaba—. ¿Temple? —Pasaron unos segundos más antes de descubrir el rostro sonriente, de ojos brillantes y barba rubia y enmarañada, que le miraba—. ¿Qué haces ahí arriba? —Un instante más para relacionar el mundo al que pertenecía el recién llegado con aquel en el que Temple vivía en aquellos momentos y sentirse, al reconocerlo, como el plácido durmiente a quien acaban de despertar mediante el simple expediente de tirarle encima un cubo de agua helada.

—¿Bermi? —preguntó, casi sin aliento.

—¿Es amigo tuyo? —preguntó Lamb.

—Nos conocemos —respondió Temple, casi sin fuerzas para hablar.

Las manos le temblaban cuando se deslizó por la escalera de madera, sintiéndose como el conejo que quiere echar a correr. Pero ¿adónde? Había agotado toda su suerte al desertar de la Compañía de la Graciosa Mano, y no las tenía todas consigo de que la protección divina le permitiera salir bien librado por segunda vez. A regañadientes, con pasos muy cortos, avanzó al encuentro de Bermi como el niño que ve llegar la bofetada que se merece.

—¿Estás bien? —preguntó el estirio—. Pareces enfermo.

—¿Está Cosca contigo? —Temple se sentía tan mal que apenas podía hablar. Si Dios le había bendecido con unas manos ágiles, también le había maldecido con un estómago débil.

Bermi se deshacía en sonrisas.

—Puedo asegurarte que no lo está, así como ninguno de los demás bastardos. Supongo que aún andará revolcándose por las Tierras Cercanas, fanfarroneando con aquel maldito biógrafo suyo y buscando el antiguo oro que nunca encontrará. Eso si no ha decidido regresar a Starikland para emborracharse.

—Gracias al Cielo. —Temple cerró los ojos y exhaló un larguísimo suspiro de alivio. Luego apoyó una mano en uno de los hombros del estirio, estando a punto de caer al suelo porque la cabeza le daba vueltas.

—¿De veras que estás bien?

—Sí, lo estoy. —Rodeó a Bermi con ambos brazos y le dio un fuerte abrazo—. ¡Me encuentro muy bien! —Estaba entusiasmado. ¡Volvía a sentir la libertad! Aplicó un sonoro beso a la barbuda mejilla de Bermi y le preguntó—. ¿Qué diablos te trae al culo del mundo?

—Tú me mostraste el camino. Después de lo que sucedió en aquella ciudad… ¿cómo se llamaba?

—Averstock —dijo Temple en voz baja.

Bermi le miró bizqueando, como si se sintiera culpable.

—He hecho cosas de las que no me enorgullezco. Pero nunca asesiné a nadie. Después de que desaparecieras, Cosca me ordenó que fuese a buscarte.

—¿De veras?

—Dos días después me encontré con una caravana que se dirigía al oeste en busca de oro. La mitad de la gente era de Puranti… de mi ciudad, ¡imagínatelo! ¡Era como si Dios lo hubiese hecho adrede!

—A lo mejor lo hizo.

—Así que deserté de la Compañía del Puto Dedo y los acompañé.

—Dejando a Cosca a tu espalda. —El hecho de haber burlado de nuevo a la muerte le hizo sentirse un tanto ebrio—. Muy, muy a tu espalda.

—¿Ahora eres carpintero?

—Es sólo una manera de pagar las deudas que tengo.

—A la mierda las deudas, hermano. Volvemos a las colinas. Hemos adquirido una licencia para buscar en el Aguaoscura. ¡La gente pasa el barro por un cedazo y encuentra pepitas! —Le dio una palmada en el hombro—. ¡Deberías venir con nosotros! Siempre habrá sitio para un carpintero con sentido del humor. Tenemos una cabaña donde podrías vivir a cambio de algo de trabajo por tu parte.

Temple tragó saliva. Cuando iba detrás del ganado, ahogándose por el polvo que levantaba el ganado de Buckhorm, o fastidiado por las sangrientas pullas de Shy, ¿cuántas veces había soñado con una oferta como ésa? Un camino fácil se abría bajo sus voluntariosos pies.

—¿Cuándo os vais?

—Dentro de cinco días, quizá seis.

—¿Qué tendría que llevarme?

—Unas buenas ropas y una pala, lo demás lo ponemos nosotros.

Temple miró a Bermi para ver si le estaba engañando, pero no observó la mentira en su rostro. A fin de cuentas, era posible que Dios sí existiera.

—¿Es posible que sea así de simple?

—Eres la única persona que conozco a la que le gusta complicar las cosas. —Bermi sonreía—. Amigo mío, estamos en la nueva frontera, en la tierra de las oportunidades. ¿Hay algo más que te retenga en este sitio?

—Supongo que no. —Temple miró a Lamb, cuya enorme silueta oscura se recortaba contra el armazón del edificio de Majud—. Sólo mis deudas.