Amanecer

Me quemó los ojos y me produjo dolores en todo el cuerpo. Destruyó mi «piwafwi» y las botas, robó la magia de la armadura, y debilitó mis apreciadas cimitarras. Sin embargo, cada día, sin fallar, yo estaba allí, sentado en mi roca, la silla del acusado, esperando el amanecer.

Cada día se presentaba ante mí de una forma paradójica. No puedo negar el dolor, pero tampoco puedo negar la belleza del espectáculo. Los colores, inmediatamente anteriores a la aparición del sol, cautivaban mi espíritu de una forma que ningún dibujo de las emanaciones de calor en la Antípoda Oscura podía igualar. Al principio, pensé que mi arrobamiento era resultado de lo inusitado de la escena, pero incluso ahora, muchos años después, siento cómo aumentan los latidos de mi corazón ante el brillo sutil que anuncia el amanecer.

Ahora sé que mi tiempo al sol —la penitencia diaria— era algo más que el mero deseo de adaptarme a las cosas del mundo de la superficie. El sol se convirtió en el símbolo de la diferencia entre la Antípoda Oscura y mi nuevo hogar. La sociedad de la que había huido, un mundo de malvados pactos secretos y conspiraciones, no podía existir en los espacios abiertos, a la luz del día.

Este sol, a pesar de toda la angustia que me produjo físicamente, llegó a representar mi rechazo a aquel otro mundo oscuro. Aquellos rayos de luz reveladora reforzaron mis principios de la misma manera que debilitaron los objetos mágicos fabricados por los drows.

A la luz del sol, el «piwafwi», la capa protectora que había derrotado las miradas de los ojos enemigos, la prenda de ladrones y asesinos, se convirtió en un montón de harapos inservibles.

DRIZZT DO’URDEN