Introducción

INTRODUCCIÓN

Durante la Segunda República, los partidos parlamentarios de la izquierda introdujeron una serie de reformas que amenazaban directamente la estructura económica y social existente en España antes de 1931. Las actividades tanto de la derecha legalista como de la llamada catastrofista entre 1931 y 1939 fueron ante todo una respuesta a estas ambiciones reformistas de la izquierda. La victoria de la derecha en la guerra civil preparó el camino para que el general Franco restableciese, después de 1939, el orden social tradicional. Este libro es un examen del papel jugado por el partido socialista en la organización del desafío reformista, de la resistencia decidida a la reforma llevada a cabo por los representantes políticos de las oligarquías terrateniente e industrial y de los efectos del conflicto subsiguiente en el movimiento socialista y en el régimen democrático español.

Los socialistas constituían el grupo más importante de la izquierda española en los años veinte y en los treinta. Tanto en términos de fuerza numérica como en su compromiso en favor de una reforma social fundamental su importancia era más decisiva que la de sus aliados republicanos burgueses. Además, al ser el mayor partido parlamentario de la izquierda, tenían una eficacia potencial mayor dentro del sistema democrático que la de sus rivales más revolucionarios. El insurreccionismo inconexo de los anarquistas y la insignificancia numérica de los comunistas ortodoxos y disidentes les privaba a todos ellos de posibilidades serias de combatir el aparato del Estado y de implantar la sociedad que deseaban. Sin embargo, las críticas teóricas y las actividades de estos grupos forman el telón de fondo sobre el que se enjuicia el giro de los socialistas desde el reformismo a un revolucionarismo aparente.

El papel de los socialistas durante la Segunda República se examina a la luz de dos factores principales: la ideología del partido y las aspiraciones de la base. Puesto que el PSOE se proclamaba marxista, la política adoptada por sus líderes era a menudo consecuencia de su interpretación ideológica del proceso social y económico que se desarrollaba en España. Al mismo tiempo, puesto que la República se proclamó en unos momentos de aguda crisis económica y puesto que durante los años treinta se produjo un aflujo masivo al movimiento socialista del proletariado rural más afectado por esa crisis, gran parte de la política del partido sólo toma sentido si se tienen en cuenta las presiones ejercidas desde la base.

Estos dos polos de la actividad socialista estaban, naturalmente, condicionados por la resuelta resistencia al cambio organizada por los partidos de derechas. En consecuencia, el segundo tema principal del libro es el de los intentos de la derecha legalista de bloquear la reforma al principio y más adelante de crear un Estado corporativo como solución a largo plazo ante la amenaza izquierdista. De hecho, el argumento básico del libro es que el conflicto central de la Segunda República, y la causa principal de la guerra civil, fue la lucha entre el PSOE y la derecha legalista, especialmente la CEDA, para imponer sus respectivas formas de entender la organización social en España por medio del control del aparato del Estado. Tanto los socialistas como la derecha legalista sabían en aquellos momentos que la suya era una batalla crucial. Ambos estaban seguros de que las fuerzas de orden podían hacer frente a las actividades de los extremistas de derechas y de izquierdas. Lo que los dos temían más era que el otro pudiera utilizar los medios legales para dar a la República un contenido legislativo que perjudicara los intereses materiales de sus seguidores.

En una sociedad predominantemente agraria, las ideas sobre la organización social de la derecha y de la izquierda se centraban en la tierra. Los trabajadores rurales constituían con mucho el grupo laboral más amplio dentro del sindicato socialista, la UGT. Las formaciones políticas de la derecha legalista —la CEDA, los agrarios y, en menor grado, los radicales— recibían ayuda económica de las clases altas terratenientes y defendían sus intereses. Además, buscaron especialmente su apoyo de masas entre los pequeños propietarios. Así, inevitablemente, este estudio se refiere en gran medida a la lucha de clases en las zonas agrícolas y a su impacto en la política nacional a través del PSOE y de la CEDA. Otros sectores socialmente conflictivos, especialmente la minería, se analizan también detalladamente.

El libro empieza con un capítulo dedicado al desarrollo ideológico y táctico del movimiento socialista entre 1917 y 1931, que intenta clarificar las presuposiciones no declaradas que influyeron en la conducta de las tres principales facciones socialistas al verse sometidas a presiones durante la Segunda República. Los capítulos segundo y tercero se ocupan del período 1931-1933 y examinan separadamente las actividades de la derecha legalista y de los socialistas en esos años. En ese período, ambos grupos elaboraron su postura hacia el régimen y la de uno respecto al otro: la derecha legalista yendo desde un obstruccionismo defensivo a una determinación activa de establecer el Estado corporativo; los socialistas pasando de un reformismo optimista a un revolucionarismo provisional y retórico como respuesta al éxito de la derecha en el bloqueo de la reforma. En el capítulo cuarto se estudian los dos grupos conjuntamente y se analiza su continua interacción y su creciente hostilidad desde la victoria electoral de la derecha en noviembre de 1933 hasta la insurrección izquierdista de octubre de 1934. Durante esos once meses, la CEDA, dirigida por Gil Robles, mostró que estaba dispuesta a proteger el orden social anterior a 1931 introduciendo un Estado corporativo autoritario. Como respuesta, los socialistas intentaron conservar el carácter progresista del régimen republicano por medio de amenazas revolucionarias, que esperaban no tener que cumplir jamás.

El levantamiento de octubre de 1934 y su derrota condicionó la táctica tanto de la derecha como de los socialistas hasta finales de 1935. Los socialistas se vieron obligados a retirarse de la política organizada. El capítulo quinto se ocupa de las principales disensiones internas y de los ajustes teóricos que sufrió la dirección socialista desde el momento de la derrota hasta la creación de la coalición electoral del Frente Popular. El capítulo sexto examina los intentos de la CEDA de irse aproximando lentamente hacia el Estado autoritario, conociendo la resistencia del proletariado a un Estado de éste tipo tal y como se había demostrado en octubre de 1934. La habilísima estrategia utilizada por el líder de la CEDA, Gil Robles, se vino abajo por un error táctico, a finales de 1935, que provocó la convocatoria de elecciones. El capítulo final trata de las consecuencias de las elecciones del Frente Popular. La victoria izquierdista terminó con la posibilidad de que la derecha estableciese legalmente el Estado corporativo, y la defensa del orden social amenazada pasó a grupos más violentos. A causa de sus diferencias internas, los socialistas no añadieron su fuerza al Gobierno. De este modo, cuando la agudización del conflicto social desembocó en un colapso, parcialmente provocado, de la ley y el orden, los socialistas no estaban en una posición desde la que pudiesen tomar medidas eficaces contra el recurso derechista al golpe de Estado.

La violencia diaria y la escalada del odio social son temas centrales de este libro. Los choques constantes entre las fuerzas de orden público y el proletariado urbano y rural fueron el largo preludio a una guerra civil salvaje. Sin embargo, los orígenes del conflicto no hay que buscarlos en los intentos de los extremistas de derribar la sociedad, sino en los esfuerzos de los reformistas para mejorar las condiciones de la vida cotidiana de los miembros más desafortunados de la sociedad. Las implicaciones son claras. Los resultados de una política de socialismo reformista en unos momentos de crisis económica pueden, igual que un revolucionarismo total, provocar los intentos de imponer un Estado fascista o corporativo. Esto no sólo es revelador respecto a España en los años treinta, sino también ilustrativo de la tragedia de la Unidad Popular, de Allende, en Chile. Además, subraya los problemas con los que se encuentra la izquierda hoy en Italia y, una vez más, en España e ilustra las razones para la adopción en estos países de una política «eurocomunista». Las lecciones de España y Chile han sugerido que el camino hacia la reforma debe ser por medio de alianzas con los partidos del centro. El fracaso del experimento reformista en la República española y sus sombrías connotaciones contemporáneas plantean una serie de interrogantes sobre la suerte del eurocomunismo.