Capítulo V - El socialismo en tensión: represión, radicalización y el Frente Popular

CAPITULO V

EL SOCIALISMO EN TENSIÓN: REPRESIÓN, RADICALIZACIÓN

Y EL FRENTE POPULAR

En la perspectiva más amplia, la izquierda española no creyó que el levantamiento asturiano de 1934 hubiera sido una derrota. La convicción de que Gil Robles había intentado establecer el fascismo en España estuvo presente en todas las opiniones posteriores de los izquierdistas sobre el movimiento revolucionario. El balance general, se pensaba, había sido positivo en el sentido de que se había mostrado a Gil Robles que la clase obrera no permitiría el establecimiento pacífico del fascismo. Para muchos hombres de la izquierda, las palabras con las que Belarmino Tomás había explicado a los mineros asturianos la necesidad de rendición se convirtieron en un símbolo. La rendición era simplemente «un alto en el camino»[1]. Esta actitud fue la adoptada por los trotskistas, el partido comunista ortodoxo y la Juventud Socialista. Por su parte, el PCE se atribuyó públicamente la responsabilidad por Asturias y, al hacerlo, obtuvo considerable gloria entre el proletariado. La atribución era en gran medida falsa. Los comunistas se habían incorporado a la Alianza Obrera de Asturias en el último minuto, tomando la decisión el 11 de septiembre y asegurando realmente su entrada en el comité revolucionario el 4 de octubre. Sin embargo, dado que el PSOE era reacio a aceptar la responsabilidad, la red clandestina de prensa del PCE tuvo bastante éxito en sus afirmaciones[2].

El movimiento socialista quedó, de hecho, bastante marcado por los acontecimientos de octubre. Aunque la insurrección hubiera sido una «victoria objetiva», seguía siendo una derrota inmediata. La mayoría de los socialistas destacados estaban en la cárcel o exiliados en Francia o en Rusia. En Asturias se prosiguió una lucha de guerrillas deshilvanada hasta principios de 1935, pero en el resto de España el movimiento quedó acobardado[3]. Se amplió la vigilancia policial. Se utilizó la tortura en los interrogatorios. Los alcaldes y concejales socialistas fueron sustituidos por delegados del gobierno. Se cerraron las Casas del Pueblo. Los sindicatos, aunque no se desmantelaron formalmente, eran incapaces de cumplir sus funciones. Toda la ejecutiva de la UGT estaba en la cárcel, excepto el presidente, Anastasio de Gracia, y Manuel Lois. Todos los jueves se celebraran reuniones en la prisión en un intento de mantener viva la UGT. Se silenció a la prensa socialista[4].

Largo Caballero declaró ante el juez militar que investigaba su caso que no había tomado parte en la organización del levantamiento. Teniendo en cuenta el fracaso del movimiento en Madrid, era una afirmación totalmente plausible. Sin embargo, hacía directamente el juego a los comunistas, que estaban deseando asumir la responsabilidad. José Díaz, secretario general del PCE, visitó a Largo Caballero en la cárcel y le sugirió que el PCE y el PSOE se atribuyesen conjuntamente haber organizado la revolución. Largo se negó. Más adelante se afirmó que el líder socialista había negado su participación para impedir que su admisión de culpabilidad se utilizase para justificar que la CEDA llevase adelante su decisión de aplastar tanto al PSOE como a la UGT[5].

Puede que, efectivamente, la admisión de responsabilidades hubiese sido un gesto romántico fútil y que sólo hubiese servido para hacerle el juego a la justicia burguesa. Sin embargo, en el contexto político de 1935 era una táctica potencialmente perjudicial para el ala caballerista del movimiento socialista. En primer lugar, daba credibilidad a la alegación comunista de que los acontecimientos de octubre mostraban que el PSOE no era un partido revolucionario y que Largo Caballero era incapaz de dirigir una revolución. Además, al negar la participación fortalecía en gran manera el ala prietista del partido. Las únicas partes de España donde los trabajadores habían emprendido una acción efectiva en octubre de 1934, es decir, Asturias y parcialmente Vizcaya, eran aquellas en las que el movimiento socialista estaba dominado por los seguidores de Prieto. Esta influencia, desde luego, no había sido la única que había dictado el curso de los acontecimientos, e incluso, al principio, los líderes prietistas habían sido reacios a lanzarse a una insurrección. Sin embargo, una vez que la base mostró su decisión, Ramón González Peña, Belarmino Tomás y otros dirigentes del SMA habían estado al lado de sus hombres, lo que contrastaba profundamente con el espectáculo penoso que habían dado en Madrid Largo Caballero y la Juventud Socialista. Allí, en cuanto se vio claramente que las amenazas revolucionarias no habían disuadido a Alcalá Zamora de llamar a la CEDA al gobierno, los líderes socialistas se ocultaron. No se repartieron armas y las masas fueron abandonadas sin instrucciones. No se habían hecho planes serios para una insurrección y se había impedido que la Alianza Obrera formase una milicia armada. Amaro del Rosal, uno de los jóvenes socialistas más extremistas y al mismo tiempo uno de los supuestos líderes de la proyectada revolución, negó su participación. En cierto modo estaba diciendo la verdad. Cuando Manuel Fernández Grandizo, de la Izquierda Comunista, preguntó a Del Rosal, el 5 de octubre, cuáles eran los planes del comité revolucionario, según algunas versiones, el líder socialista replicó: «Si quieren armas, que las busquen, y hagan lo que les dé la gana»[6]. Los acontecimientos de octubre se iban a convertir en el mito central del movimiento socialista, y la conducta de los caballeristas entregaba, de hecho, el monopolio de ese mito a Prieto.

La facción reformista que seguía a Besteiro tenía cada vez menos influencia dentro del movimiento socialista. En unos momentos en que la política revanchista de la coalición radical-cedista estaba provocando la militancia de la base, la conocida hostilidad de los besteiristas a las tácticas revolucionarias tendía a dejarles aislados. Una muestra de la distancia que separaba las alas derecha e izquierda del movimiento socialista nos la ofrece el hecho de que durante los acontecimientos de octubre un grupo de extremistas de la Juventud Socialista asaltase la casa de Besteiro. Lógicamente, entristecido por esto, el profesor se retiró virtualmente de la escena política durante algún tiempo a principios de 1935[7]. De hecho, los ataques renovados a la posición revisionista de Besteiro y las peticiones para que se le expulsase del partido terminaron por provocar que sus seguidores emprendiesen su defensa contra los jóvenes bolchevizantes. Pero esto no ocurriría hasta junio de 1935, y en los meses siguientes a la insurrección la división crucial en las filas socialistas fue entre Largo Caballero y Prieto.

Aunque los dos adoptaron una postura más o menos revolucionaria tras la derrota electoral de 1933, está lejos de ser paradójico que en 1935 nos los encontremos enzarzados en una lucha por el legado del levantamiento de octubre. Siempre desde la desastrosa huelga general de 1917, las distintas facciones del movimiento socialista solían adoptar ciertos esquemas básicos de conducta en los momentos de crisis. Las previsiones marxistas ortodoxas a largo plazo de Besteiro terminaban normalmente por abogar en favor de que la clase obrera se abstuviese de la política burguesa. Prieto y Largo Caballero habían sido siempre más pragmáticos, aunque de forma distinta. Prieto valoraba la democracia como un fin en sí misma y estaba a favor de un avance gradual en la vía hacia el socialismo en España. Largo tenía unas miras más estrechas, estando siempre a favor de lo que fuese más ventajoso para el movimiento sindical. Los beneficios concretos para la UGT le habían llevado a colaborar con Primo de Rivera, y la retirada de militantes del sindicato, a unirse a Prieto en el campo republicano. Mientras fueron posibles los avances sociales, no hubo defensor más ferviente de la República que Largo Caballero. Sólo cuando la oposición total de la derecha empezó a hacer imposible la reforma cambió la actitud de Largo. Empezó a adoptar una postura revolucionaria por dos razones. En primer lugar, esperaba atemorizar a la derecha para que tuviese una actitud más flexible. A continuación descubrió que su nueva línea encontraba un eco favorable en las masas. Antes que arriesgarse a perder su apoyo frente a la CNT o los comunistas prefería darles lo que querían oír. Así, en 1934, llegó a coincidir con Prieto, que abogaba por la revolución porque creía que la República se veía amenazada por las tentativas dictatoriales de Gil Robles.

Después del levantamiento asturiano, al haberse contenido momentáneamente las ambiciones más amplias de la derecha, Prieto esperaba reconstruir la República según las líneas establecidas entre 1931 y 1933. Largo Caballero, sin embargo, a pesar de todas sus vacilaciones de octubre, empezó a mostrar un compromiso creciente hacia una postura revolucionaria, al menos en el aspecto retórico. Tenía varias razones para ello, entre ellas un resentimiento personal acusado contra Prieto[8]. También parece que Largo leyó por primera vez muchos textos básicos del marxismo-leninismo durante su permanencia en la cárcel. Si, por una parte, a Largo le influyeron sus lecturas, por otra, se vio igualmente impresionado por el hecho de que la política agresiva llevada a cabo por el gobierno radical-cedista había minado seriamente la fe de la clase obrera en las posibilidades reformistas de la República.

Las primeras iniciativas en la lucha dentro del movimiento socialista vinieron de Prieto, que no ocultaba su convicción de que el fin inmediato de la izquierda tenía que ser una amplia coalición que asegurase el éxito electoral en el futuro. Sus opiniones provisionales sobre el tema se habían visto confirmadas a mediados de enero por Azaña, con el que había mantenido correspondencia desde finales de noviembre. La idea estaba siendo ya favorablemente examinada por los miembros de la ejecutiva del PSOE que no estaban en la cárcel. El 20 de marzo, uno de ellos, Juan Simeón Vidarte, le escribió a Prieto invitándole a que sometiese sus ideas sobre el tema a la comisión[9]. Cosa que hizo el 23 de marzo. Concedía especial importancia a la necesidad de una alianza amplia con las fuerzas tanto a la derecha como a la izquierda del movimiento socialista. Lógicamente, a la luz de la experiencia asturiana, a varios militantes les entusiasmó la idea de un bloque totalmente proletario. Prieto, sin embargo, señalaba que sería difícil llegar a un acuerdo con los anarquistas y con los comunistas. Mostraba también que la exclusión de los republicanos llevaría a una contienda entre tres bandos que, inevitablemente, supondría la pérdida de escaños parlamentarios. Con la posible excepción de la participación electoral de los anarquistas, en lugar de su abstención, si no se conseguía la alianza con los republicanos de izquierdas, en las próximas elecciones se lucharía en las mismas condiciones que en las de 1933. La carta de Prieto mostraba también su decisión de no dejar que el partido cayese en manos de la juventud extremista, lo que, según apuntaba discretamente, llevaría a una preponderancia no socialista y presumiblemente comunista. La Federación de Juventudes Socialistas, decía, tendría que disciplinarse. Prieto estaba francamente preocupado por los efectos que estaban produciendo en la FJS los intentos comunistas de atribuirse el monopolio revolucionario. En lugar del rechazo negativo de la República que propugnaba la Juventud Socialista, Prieto proponía su recuperación por medio de una coalición electoral que suscribiese los 10 puntos del programa reformista que él había elaborado en enero de 1934 y por el compromiso de promulgar la amnistía para los presos políticos[10].

Su propuesta era realista y se basaba en el conocimiento de la fuerza y la falta de escrúpulos de las oligarquías terrateniente e industrial. Su debilidad estaba en el hecho de que precisamente había sido la tímida política reformista del primer bienio la que había provocado la beligerancia de la derecha. Sin embargo, aunque esto pueda hacer suponer que los problemas estructurales de España requerían una solución revolucionaria, no invalida la afirmación básica de Prieto. La mayoría de los problemas de los socialistas derivaban del error táctico de 1933. Fuera del gobierno no podían introducir ningún cambio reformista ni revolucionario. Puede que octubre hubiese servido como movimiento defensivo para contener las ambiciones dictatoriales de la CEDA, pero había revelado la incapacidad de los socialistas para organizar una revolución. Dadas las circunstancias objetivas, quedaban abiertas dos posiciones válidas a la izquierda: la que sugería Prieto, la vuelta al poder y el avance gradual hacia el socialismo, y la que defendían los trotskistas, que reconocían la incompetencia revolucionaria tanto del PSOE como del PCE y pretendían la construcción a largo plazo de un partido bolchevique genuino. Ambos análisis coincidían en la necesidad de una victoria electoral previa[11]. Aunque contradictorias, las dos políticas eran coherentes y más realistas que el revolucionarismo utópico de la FJS.

La carta de Prieto de 23 de marzo fue reproducida y distribuida a todo el movimiento socialista. Suscitó una respuesta favorable de los militantes moderados y enfureció al hala izquierda del partido, que empezó a preparar respuestas. Mientras tanto, Vidarte, seguidor de Prieto, que dirigía virtualmente el partido en ausencia de otros líderes, hizo pública una importante circular del partido el 30 de marzo[12]. Partiendo de la carta de Prieto, la circular intentaba mostrar cómo la República había supuesto un progreso considerable en relación con la monarquía. Afirmaba también que el levantamiento de octubre había sido un intento popular de defender la legislación de la República, amenazada por la oligarquía. «No somos un partido demagógico, ni motinesco, ni terrorista, ni aventurero», decía Vidarte. Puesto que era seguro que la derecha iría unida a las próximas elecciones, la comisión ejecutiva del PSOE recomendaba que las organizaciones socialistas locales mantuviesen buenas relaciones con los republicanos y con otros grupos de izquierdas. La circular era un alegato inteligente a favor de la utilización de las posibilidades legales para defender al movimiento socialista y a la clase obrera.

Por mucho que enfureciese a la izquierda socialista, la línea de Prieto encantó a los republicanos de izquierdas y de centro. Los ataques torpes y virulentos de Gil Robles y Lerroux a Azaña habían impulsado, para marzo de 1935, a las fuerzas republicanas que no estaban en el gobierno a pensar en su supervivencia futura. A finales de mes, la Izquierda Republicana, de Azaña; la Unión Republicana, de Martínez Barrio, y el Partido Nacional Republicano, conservador, de Felipe Sánchez Román, habían llegado a un acuerdo. El 12 de abril, cuarto aniversario de la caída de la monarquía, publicaron una declaración conjunta sobre las condiciones mínimas que consideraban esenciales para la reconstrucción de la coexistencia política en España. Las siete condiciones eran: prohibición de la tortura de prisioneros políticos; restablecimiento de las garantías constitucionales, especialmente las referentes a las libertades personales; puesta en libertad de los detenidos durante los acontecimientos de octubre; terminar con la discriminación contra funcionarios estatales liberales y de izquierdas; readmisión en sus empleos de los trabajadores despedidos a causa de la huelga de octubre de 1934; existencia legal de los sindicatos, y restitución de sus puestos a los alcaldes y concejales libremente elegidos que habían sido destituidos por el gobierno[13]. Este programa no era tan ambicioso como el plan de Prieto en enero de 1934, pero era también aceptable para los socialistas moderados.

Ya el 31 de marzo, Prieto había recibido una carta, apoyando su posición, de Ramón González Peña, el héroe nacional de octubre. Peña condenaba la actitud «infantil» de la FJS y se mostraba partidario de un amplio frente antifascista en las próximas elecciones[14]. Copias de la carta circularon ampliamente en el partido socialista, con gran amargura de los caballeristas. Confiando en que contaba con el apoyo de la prestigiosa sección asturiana del movimiento, así como con el del País Vasco y el de los moderados, que en aquellos momentos dirigían la ejecutiva del PSOE, Prieto hizo público su acuerdo de principió con el manifiesto de la alianza Azaña-Sánchez Román Martínez Barrio. El 14 de abril, Sánchez Román y Prieto publicaron sendos artículos sobre la necesidad de una amplia coalición en el periódico de Prieto, El Liberal, de Bilbao. Por encima de todo, Prieto condenaba la táctica suicida de haber ido solos a las elecciones de 1933, cuando la ley electoral había sido específicamente elaborada para sacar el máximo beneficio de la colaboración republicano-socialista. A la luz de lo que Gil Robles había hecho con su exigua victoria, quedaban pocas dudas de que otra derrota de la izquierda significaría el fin de la democracia en España. Incluso si se conseguía una unión electoral, escribía Prieto, la victoria estaba lejos de ser segura, dado el aparato masivo de propaganda de la derecha y el hecho de que la crisis de desempleo hiciera fácil la compra del voto de los hambrientos. Citando su carta a la ejecutiva del PSOE, Prieto apelaba al realismo y pedía la creación de una amplia alianza para la defensa de la República, del movimiento socialista y para la liberación de miles de presos políticos[15].

Pocos días después del artículo de Prieto, la juventud radical lanzó un contraataque en toda regla bajo la forma de un folleto largo, titulado Octubre-segunda etapa, firmado por el presidente de la FJS, Carlos Hernández Zancajo. De hecho, el folleto había sido escrito en la cárcel modelo por Hernández, Santiago Carrillo y Amaro del Rosal y aprobado por la ejecutiva de la FJS. La publicación tenía tres objetivos principales: disimular el fiasco de la participación de la Juventud Socialista en los acontecimientos de octubre en Madrid, combatir la interpretación de Prieto del levantamiento de Asturias como un intento de defender la República y erradicar la influencia de Besteiro y Prieto dentro del movimiento socialista como un preludio a su «bolchevización». La primera parte del folleto, redactada por Carlos Hernández, consistía en una interpretación, mendaz en su mayor parte, de las actividades de los socialistas en 1934. Se alegaba en él que huelgas como la de los impresores, la de la construcción, la de los metalúrgicos y la de los campesinos habían disipado las energías de la clase obrera. Esto era verdad, pero lo que el folleto no mencionaba era que la organización sindical, culpable de esos errores tácticos, estaba dominada en aquellos momentos por miembros de la FJS. La responsabilidad por la derrota inmediata de octubre se atribuía con firmeza a los reformistas de Besteiro. Esto se utilizaba para justificar la «segunda etapa» del título del folleto, la expulsión de los reformistas y la «bolchevización» del PSOE. Este proceso supondría la adopción de una estructura de mando rígidamente centralizada y la creación de un aparato ilegal que preparase una insurrección armada. La parte del folleto dedicada a la necesidad de una bolchevización corría a cargo de Santiago Carrillo[16]. Este plan nunca se llevó a cabo, en parte porque la fuerza del apoyo a Prieto y a Besteiro lo impidió y además porque sus defensores se unieron al partido comunista antes de que estuvieran en posición de intentarlo. Conscientes del apoyo asturiano de Prieto, la Juventud Socialista no se atrevió a pedir su expulsión, pero pidió que abandonase su línea «centrista» en favor de una revolucionaria[17].

Octubre-segunda etapa no fue tan fundamental al gran debate socialista de 1935 como se ha afirmado[18]. Largo Caballero, a pesar de que en el folleto era objeto de desmesuradas alabanzas, afirmó que le había molestado su publicación, preparada sin su consentimiento, y protestó ante Santiago Carrillo, entonces secretario general de la FJS. El mismo Carrillo admitió que la Juventud actuó con total independencia del PSOE[19]. Durante el debate se hicieron pocas referencias al folleto, excepto para amonestar a la juventud por su temeridad al atreverse a dar órdenes a sus mayores y, sobre todo, por tratar de silenciar la democracia interna del partido. A los pocos días de la publicación del folleto, Manuel Cordero, que se había alineado con Prieto, desautorizó públicamente las ideas que contenía. En una entrevista ampliamente difundida en la prensa republicana, Cordero reafirmaba el compromiso del PSOE con la democracia. Indicaba también que en el partido había sitio para todo tipo de tendencias doctrinales y para constante debate y revisión ideológica, un rechazo claro del tipo de exclusivismo estrecho defendido por los «bolchevizantes»[20].

La defensa de Prieto del entendimiento con los republicanos y el continuado compromiso caballerista en favor del revolucionarismo parecen haber sido los dos polos principales del pensamiento socialista en la primavera de 1935. Sin embargo, casi al mismo tiempo de la publicación por la FJS del folleto de octubre, Besteiro empezaba a romper su silencio. Su grupo se había opuesto al levantamiento, pero desde entonces habían tratado de ayudar a los socialistas presos. Sin embargo, habían sido objeto de ataques insultantes por la publicación clandestina de la FJS, UHP, y las peticiones de que se les purgase del partido se hacían cada vez más estridentes[21]. En gran parte como reacción a las demandas del movimiento de la juventud para que se les expulsase, los besteiristas se vieron obligados a buscar una publicación en la que defender sus ideas. Con el nombre de Democracia apareció semanalmente del 15 de junio al 13 de diciembre. Dada su línea moderada y el hecho de que sobre todo se refería a asuntos internos del PSOE, el ministro del Interior, Manuel Pórtela Valladares, permitió su aparición, lo cual fue interpretado por los «bolchevizantes» como una prueba de la traición besteirista a la causa socialista[22].

Seis semanas antes de la aparición de Democracia, el propio Besteiro había entrado en la lucha. El 28 de abril pronunció su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, sobre el tema «Marxismo y antimarxismo». Desgraciadamente para Besteiro, había sido elegido en la Academia para ocupar la vacante producida por Gabino Bugallal, en otro tiempo jefe del viejo partido monárquico conservador, célebre por la severidad con que había actuado contra los socialistas después de 1917. El protocolo exigía que Besteiro hiciese un elogio formal de su predecesor. Ese elogio, junto con el contenido de su discurso sobre el marxismo, le supuso una intensificación de la hostilidad de los izquierdistas del PSOE, lo que no era de sorprender, puesto que su discurso constituía una crítica directa de los «bolchevizantes». Besteiro intentó demostrar que el marxismo justificaba al socialismo democrático y que Marx había sido hostil a la noción de dictadura del proletariado. Aunque Besteiro tenía fama de ser el teórico más preparado del PSOE, su marxismo no iba mucho más allá de las posiciones de Kautsky. Rechazaba el pensamiento de Lenin y de Trotsky de forma apresurada, y su análisis del fenómeno fascista era bastante flojo. Sus insinuaciones de que la violencia de la izquierda socialista era difícilmente distinguible de la del fascismo no le granjeó precisamente la simpatía de los caballeristas[23].

Luis Araquistáin, el consejero teórico más competente de Largo, se encargó de darle respuesta en la revista doctrinal Leviatán, que había sobrevivido a la represión de los medios de comunicación socialistas. En una serie de tres largos artículos, Araquistáin demolía los argumentos de Besteiro con vigoroso sarcasmo. Besteiro había defendido a los socialistas que habían terminado por convertirse en políticos burgueses, tales como Millerand, Briand, Ramsay MacDonald, Philip Snowden e incluso Mussolini. Todo ello formaba parte de su teoría gradualista del socialismo, según la cual la sociedad burguesa sería «impregnada». Un buen ejemplo de la impregnación de la sociedad burguesa por las ideas socialistas era el New Deal, de Roosevelt. Araquistáin señalaba que esto era fabianismo y que había poco marxismo válido en el pensamiento de Besteiro. El hecho de que Besteiro pareciera ignorar la relación estrecha entre el capitalismo burgués y el fascismo mostraba, según Araquistáin, que el marxismo del profesor era de lo más endeble. El consejero de Largo reafirmaba la naturaleza revolucionaria del marxismo y la necesidad temporal de una dictadura del proletariado, al tiempo que rechazaba el «seudomarxismo» de Bernstein y Kautsky, con los que asociaba a Besteiro[24]. Los dos artículos escritos por Besteiro como respuesta protestaban por la vehemencia del tono de Araquistáin, pero no daban ninguna contestación a los problemas planteados en Leviatán[25].

Los artículos de Araquistáin tenían una competencia teórica notablemente más alta que el panfleto inflamatorio publicado por la FJS en abril. En gran medida, la victoria de Araquistáin confirmó la pérdida de opción para Besteiro en la jefatura del PSOE. A pesar de que Democracia continuó apareciendo, Besteiro dejó de ser un candidato serio a la dirección del socialismo español. Ya no volvería a surgir como figura importante hasta su participación en el golpe de Casado para terminar la guerra civil en marzo de 1939, aunque esto no le salvó de una muerte cruel en una prisión franquista. A lo largo de 1935 los lugartenientes de Besteiro tendieron a alinearse con Prieto. Curiosamente, Leviatán, aunque muy próximo a la izquierda socialista, no dirigió nunca realmente un ataqué global a Prieto. Había varias razones para ello. Por una parte, Araquistáin era mucho más responsable que los dirigentes de la Juventud Socialista, que habían publicado Octubre. Por otra, puesto que la preocupación fundamental de la revista era el análisis del fascismo y la búsqueda de una respuesta válida de la izquierda ante el fenómeno, Araquistáin no podía ignorar el sentido común fundamental de las llamadas de Prieto a la unidad[26]. Pronto se ocuparía el periódico Claridad de la lucha contra Prieto.

De hecho, en plena polémica entre Araquistáin y Besteiro, Prieto hizo una exposición de sus opiniones que tuvo bastante resonancia a lo largo de cinco artículos publicados a finales de mayo en El Liberal, de Bilbao; La Libertad, de Madrid, y otros varios periódicos republicanos de provincias. Titulados colectivamente «Posiciones socialistas», los artículos se publicaron poco después como libro[27]. Sus principales preocupaciones eran las de reafirmar la necesidad de evitar el gran error táctico de 1933 y contestar a algunas de las acusaciones más ofensivas de Octubre-segunda etapa. En el primero rechazaba la afirmación de la ejecutiva dé la FJS de que debía mantener silencio, sobre la base de que ellos no habían tenido escrúpulos en dividir las filas socialistas con su folleto y de que había razones para creer que, en áreas como Asturias, la ejecutiva de la FJS no contaba con el apoyo de la base. En el segundo mostraba cómo la alianza electoral propuesta sería mutuamente benéfica para socialistas y republicanos. Rechazaba también las críticas de la ley electoral que favorecía este tipo de coaliciones con una velada referencia al hecho de que Largo Caballero había sido uno de sus defensores más fervientes cuando se presentó el proyecto[28]. Finalmente, Prieto señalaba que, puesto que la derecha iría unida a las próximas elecciones y una coalición obrera sería víctima de la indisciplina anarquista, no había otro medio para garantizar la amnistía de los prisioneros políticos. Los últimos tres artículos estaban dedicados a exponer algunas de las contradicciones más absurdas de Octubre en un lenguaje suave pero firme. Rechazaba el derecho de unos jóvenes inexpertos a pedir la expulsión de militantes que habían dedicado sus vidas al PSOE. Con cierta aversión señalaba que las acusaciones lanzadas contra varias secciones del movimiento socialista por el folleto eran aplicables en su mayoría a la propia FJS. Por encima de todo, denunciaba las tendencias dictatoriales de la FJS y proponía un congreso del partido para fijar la dirección que debía seguir el movimiento.

Era, pues, una condena del extremismo juvenil que contrastaba abiertamente con la complicidad de Gil Robles con las estridentes ambiciones de las JAP. No es de sorprender que provocase la indignación de la izquierda del PSOE. Se volvió a publicar Octubre con una respuesta a Prieto. Por otra parte, una edición popular de los cinco artículos se distribuyó profusamente[29]. En estas condiciones, con conocimiento de Largo Caballero, uno de sus más próximos colaboradores, el periodista Carlos de Baraibar, preparó rápidamente un libro atacando las «falsas posiciones socialistas» de Indalecio Prieto[30]. Desde una posición que, según él, derivaba de «los principios del marxismo puro», Baraibar denunciaba los argumentos de Prieto como «pueriles y prematuros». Sus principales objeciones eran que Prieto había roto la disciplina del partido al hacer públicas sus ideas y al haberlo hecho en la prensa burguesa. El argumento era bastante tendencioso, puesto que la Juventud Socialista, cuya postura aprobaba Baraibar, había dado a la luz igualmente sus opiniones en su prensa clandestina y en Octubre. Además, los periódicos en los que había escrito Prieto eran los más izquierdistas que se publicaban legalmente. El alegato de Baraibar era de lo más rebuscado. Se oponía a la amplia coalición electoral para asegurar la amnistía política que Prieto propugnaba por dos razones. Por una parte, afirmaba que posiblemente la CEDA cambiase la ley electoral, y por otra, declaraba que la amnistía era un objetivo limitado y que el objetivo de los socialistas debía ser la destrucción de un sistema en el que había presos políticos[31].

En el libro de Baraibar había más consistencia teórica que realismo práctico. La izquierda del PSOE había reconocido ya, especialmente en las páginas de Leviatán, que la República no era sinónimo de revolución burguesa clásica. La burguesía española había mostrado, por su reacción a la legislación reformista de 1931-1933, que su posición era todo menos progresista. Si al comprenderlo así algunos miembros del PSOE habían pensado que sólo una revolución podría cambiar las estructuras regresivas de España, otros, como Prieto, habían llegado a la conclusión de que la fuerza de la burguesía era tal como para obligar a la izquierda a que buscase el poder gubernamental por medio de las elecciones. Para los caballeristas, Prieto mantenía inútilmente sus esperanzas en una democracia burguesa desacreditada. Se podría decir mucho en favor de la validez del análisis revolucionario. Sin embargo, esto no invalida el acierto de Prieto al defender la necesidad del poder estatal. Además, si las actividades de los revolucionaristas del PSOE no iban a ir más allá del extremismo retórico, iban a ser mucho más contraproducentes que los modestos objetivos de Prieto.

El hecho de que el revolucionarismo de los caballeristas fuese en gran medida verbal no alteraba el hecho de que, al menos en las capas superiores del movimiento, el socialismo español estuviese seriamente dividido. Sin embargo, es muy difícil fijar con cierta precisión numérica cómo se reflejaba la división en la base. Indudablemente, la política represiva del gobierno radical-cedista intensificaba la militancia y hacía a las masas socialistas más receptivas a la propaganda revolucionaria. Por otra parte, el recuerdo del octubre asturiano, la existencia de miles de presos políticos y la conducta revanchista de la derecha aseguraban una respuesta masiva favorable a las apelaciones de Prieto en favor de la unidad y de la vuelta a la república progresista del primer bienio. En agosto, Azaña le escribió a Prieto diciendo: «Creo que tiene usted ganada la partida, no sólo en la opinión general, sino dentro de la masa de su propio partido. Ésta no es solamente apreciación mía, sino de muchas personas, socialistas y no socialistas». La polémica continuó entre Democracia y el semanario Claridad, que los caballeristas habían conseguido sacar el 13 de julio. Azaña creía que, puesto que la mayoría aceptaba los puntos de vista de Prieto, consideraban la polémica solamente como una pesadez irrelevante, aunque sorprendidos por algunos de los insultos personales utilizados. Según le habían dicho, en Madrid, el socialista medio no se preocupaba de leer a ninguna de las dos partes en la polémica[32]. Desde luego, se trataba sólo de la opinión de Azaña y él era favorable a Prieto. En cualquier caso, entre mayo y octubre, Azaña pronunció una serie de discursos en favor de la unidad ante numerosas audiencias. Entre los cientos de miles de personas que fueron a escuchar su llamamiento para la «reconquista» de la República había muchos obreros. En Bilbao, en particular, se dieron vivas a Prieto durante el discurso de Azaña. De toda España llegó gente para oírle hablar en Comillas, cerca de Madrid. De un público que se dijo llegaba a los 400 000, una gran proporción deben haber sido socialistas[33].

Casi con seguridad, las masas socialistas no estaban divididas sobre el tema de la bolchevización de la misma forma que sus dirigentes. La militancia de las masas, que favorecía a Largo, estaba equilibrada por un deseo de unidad, que favorecía a Prieto. En cualquier caso, Prieto ignoraba las críticas de la izquierda a que se veía sometido y continuaba trabajando por la unidad con los republicanos. A lo largo del verano de 1935, Azaña, Martínez Barrio y Sánchez Román trabajaron en la elaboración de un manifiesto. El 27 de agosto, Martínez Barrio anunció que el documento se sometería a la aprobación del PSOE y se publicaría en fecha próxima. Dos días más tarde, un editorialista anónimo, probablemente el propio Prieto, escribió en El Liberal que la derecha se beneficiaría inmensamente si el PSOE adoptara una estrategia revolucionaria a largo plazo con exclusión de las necesidades inmediatas, tales como un acuerdo electoral con los republicanos. A mediados de septiembre se entrevistó con Azaña en Bélgica para discutir el proyectado programa de coalición[34].

Mientras tanto, la batalla entre Democracia y Claridad se caldeaba. Bajo la dirección de Andrés Saborit, Democracia abogaba por la unidad del partido y se mostraba reacia a entrar en polémicas, lo cual no le salvó de una feroz denuncia en forma de una circular de la comisión ejecutiva del PSOE firmada por Largo Caballero[35]. Claridad aceptó la petición de la FJS de expulsión de los besteiristas y la separación de los prietistas de las posiciones de poder dentro del movimiento. Cada bando afirmaba regularmente que contaba con el apoyo de varias organizaciones provinciales, pero no surgió ningún cuadro definitivo de la actitud de la base ante la polémica. Claridad aseguraba que tenía el apoyo de las federaciones socialistas de Valencia, Salamanca y Alicante. La Agrupación Socialista de Alicante llegó a expulsar a Manuel González Ramos, uno de sus diputados en Cortes, por haber escrito en Democracia. A su vez, el semanario de Saborit publicaba declaraciones de apoyo de las organizaciones socialistas de Asturias, Badajoz y Albacete. A pesar de que estas declaraciones deban acogerse con reservas, los grupos a favor de Democracia eran más importantes por un margen considerable. Al mismo tiempo Claridad afirmaba que su circulación aumentaba a gran velocidad, mientras que las ventas de Democracia disminuían alarmantemente[36].

El argumento más eficaz que apareció en las páginas de Democracia era el que exponían un asturiano anónimo y una carta de Amador Fernández, presidente del SMA, según el cual toda la campaña de bolchevización no era más que una maniobra para desviar la atención del fracaso de la FJS en Madrid en octubre de 1934. El desconocido asturiano decía que los bolchevizantes no estaban en posición de poder llamar traidores a otros miembros del partido. Amador Fernández señalaba que, puesto que los caballeristas tenían el control exclusivo del movimiento en Madrid, no podían culpar de su fracaso ni a los reformistas ni a los centristas del partido. A continuación acusaba especialmente a Baraibar de una acción que equivalía a haber traicionado al movimiento ante los espías del gobierno, sin especificar realmente si había sido por incompetencia o por deslealtad[37]. El hecho de que Claridad no pudiera encontrar nunca una respuesta satisfactoria a las críticas de los que habían demostrado ser revolucionarios en Asturias tiende a dar credibilidad a las acusaciones de éstos.

De hecho, dado el indiscutible realismo del análisis de Prieto sobre las necesidades electorales de la izquierda, es difícil comprender cómo Claridad pudo mantener la oposición a sus ideas. Tal y como resultaron las cosas, los caballeristas se vieron salvados por los comunistas de una situación comprometida. Como parte de sus planes para la bolchevización del PSOE, algunos de los revolucionarios más jóvenes jugaban ya con la idea de unidad con el PCE. El 2 de junio de 1935, el secretario general del PCE, José Díaz, pronunció un discurso en el cine Pardiñas, de Madrid, pidiendo la creación de una «concentración popular antifascista». A continuación, en agosto, en el VII Congreso de la Komintern, Dimitrov había lanzado una llamada en favor de un frente proletario unido y de un frente amplio popular de todas las fuerzas antifascistas. En seguida, los comunistas españoles pidieron abiertamente la unión con el PSOE[38].

Este cambio de línea política del PCE tuvo un efecto doble en la izquierda del PSOE. A los maximalistas de la FJS les encantó, pero Araquistáin y Largo Caballero mantuvieron sus recelos. El representante de la Juventud Socialista en el congreso de Moscú, José Laín Entralgo, volvió informando entusiásticamente de que el sindicato comunista, la Confederación General del Trabajo Unitaria, se incorporaría a la UGT. También afirmó que el cambio de táctica suponía que Moscú había devuelto la soberanía a los distintos partidos nacionales, lo que significaba que había desaparecido el último obstáculo para la entrada de la FJS en la Komintern[39]. Santiago Carrillo, al que ya le faltaba poco para convertirse en comunista, intentaba arreglar la incorporación del BOC trotskista y de la juventud comunista al PSOE como parte del proceso de bolchevización del partido. Ni Largo ni Araquistáin compartían este entusiasmo, pareciendo sospechar de algún modo que los comunistas querían hacerse con el movimiento obrero, lo que, desde luego, era la ambición que tenía para sí Largo Caballero. Escribiendo en Leviatán, Araquistáin sugería que la nueva política de la Komintern servía simplemente a los intereses de la política exterior de Rusia. Para él, el objetivo fundamental, tras la táctica de frente popular, era el deseo ruso de asegurar que ocupasen el poder gobiernos liberales y de izquierdas para el caso de guerra con Alemania. Lejos de romper con la vieja costumbre de la Komintern de dictar la misma política para cada país, como pensaba indulgentemente la FJS, la nueva táctica confirmaba los hábitos dictatoriales de la III Internacional. Mientras Araquistáin aceptaba la necesidad de unidad proletaria, rechazaba la noción de alianza con la izquierda burguesa[40]. Largo Caballero, aunque mantenía su entusiasmo por la unidad de la clase obrera, se oponía a la idea de unirse a la Komintern. Y, lo mismo que Araquistáin, no era partidario de una coalición electoral con los republicanos de izquierdas[41].

En la actitud de Largo Caballero había mucho de resentimiento personal. Probablemente, el hecho de que Prieto estuviese a favor de una alianza con la burguesía era suficiente para garantizar la hostilidad de Largo, que no era de los que estaban dispuestos a perdonar. En consecuencia, al haberse convencido en 1933 de que el PSOE había sido traicionado por los republicanos, se oponía a una nueva alianza con ellos. Incluso en esto había un elemento de resentimiento personal. Uno de los más destacados colaboradores de Azaña, Claudio Sánchez Albornoz, siempre fue consciente de la enemistad de Largo, sin llegar a averiguar la causa[42]. Deseoso, por encima de todo, de mantener su poco justificada reputación de revolucionario, Largo temía defraudar la militancia de las masas obreras. El 14 de noviembre, Azaña hizo al PSOE una propuesta formal de alianza electoral. La oposición de Largo a la idea preocupaba seriamente al secretariado de la Komintern. Prieto era hostil a la inclusión de los comunistas en la coalición electoral. Si no contaban con el apoyo de Largo había peligro de que se quedaran completamente solos. Por tanto, a principios de diciembre la Komintern envió a Madrid a Jacques Duelos para entrevistarse con Largo Caballero y hacerle cambiar de parecer; Julio Álvarez del Vayo, consejero procomunista de Largo, preparó la reunión. Durante tres días, Duelos utilizó la alabanza y los argumentos sutiles para romper la obstinada oposición de Largo Caballero al frente popular. Cuando le dijo que en Francia un frente amplio de trabajadores, campesinos e intelectuales había combatido con éxito al fascismo, Largo le citó a Marx y a Lenin para probarle que la clase obrera era la única clase revolucionaria. Finalmente, a fuerza de constantes halagos, Duelos consiguió persuadir al líder del PSOE de que retirase su oposición[43].

El problema que aún quedaba pendiente era la elaboración del programa de la coalición electoral. Sin embargo, antes de que se pudiera avanzar en su redacción, tuvo lugar un incidente dramático en la lucha interna por el control del PSOE. El 16 de diciembre se celebró una reunión del comité nacional del partido, a la que asistió Prieto, que había regresado en secreto del exilio y que vivía en la clandestinidad. En los términos más simples, lo que ocurrió en la reunión fue que Prieto propuso que la comisión ejecutiva del PSOE se hiciera responsable de las actividades parlamentarias de la minoría; la propuesta fue aprobada por nueve votos contra cinco y dos abstenciones. Largo Caballero, que había sido uno de los cinco, dimitió como presidente del partido. El tema parecía sin importancia y no como para provocar la dimisión de Largo, especialmente teniendo en cuenta que el sometimiento del grupo parlamentario a la ejecutiva era uno de los objetivos de los «bolchevizantes». La reacción de la base socialista ante las consecuencias de la reunión fue de asombro, lo cual era comprensible porque el militante medio no conocía los antecedentes de la reunión. De hecho, el origen de este enfrentamiento a causa de un tecnicismo aparente se remonta al 1 de octubre de 1934.

En 1934, Largo había llevado el doble juego de un extremismo verbal y una moderación práctica o inactividad. Como parte de su creación de una imagen revolucionaria, había atacado a Prieto, el líder de facto de la minoría parlamentaria del PSOE, alegando que seguía una línea insuficientemente revolucionaria. Esto enfurecía a Prieto por diversas razones. Por una parte, las actividades de la minoría en las Cortes habían seguido estrictamente los acuerdos de la ejecutiva, y por otra, Prieto había hecho más que Largo para llevar a la práctica la retórica revolucionaria del PSOE. Además, la actuación de Largo en las Cortes había sido cualquier cosa menos la de un revolucionario. En consecuencia, en la reunión de la comisión nacional del PSOE de 1 de octubre de 1934, Prieto se dedicó a desmontar las baladronadas de Largo. Propuso que la minoría parlamentaria se sometiese a la autoridad de la comisión ejecutiva, que de esta forma tendría que atenerse a sus propias órdenes. Largo, naturalmente, se opuso a la propuesta, alegando que sólo un congreso del partido podría determinar esta materia. Cuando Prieto ganó la votación, él dimitió. Dadas las tensiones del contexto político en que se celebraba la reunión, los miembros de la comisión nacional mostraron su preocupación por las posibles consecuencias de la dimisión del presidente. Se decidió borrar de las actas todo el debate, y Largo retiró su dimisión[44].

Cuando la comisión nacional se volvió a reunir el 16 de diciembre de 1935, Prieto, inmediatamente, introdujo la misma propuesta. Posiblemente su objetivo era poner en evidencia la táctica de Largo Caballero de enmascarar su reformismo con críticas revolucionarias de los demás, lo que mantenía su popularidad entre la juventud del partido. Contra lo que había defendido públicamente sobre la sumisión del grupo parlamentario a la ejecutiva, Largo volvió a votar contra la propuesta, apoyando sus objeciones en los mismos tecnicismos de los estatutos del partido. De los 14 miembros presentes, nueve, incluyendo a Prieto y a Cordero, votaron contra el presidente. La del vicepresidente, el veterano Remigio Cabello, fue una de las dos abstenciones. Es muy interesante que el lugarteniente de Prieto, Juan Simeón Vidarte, votase con Caballero. Esto parece suficiente como para poner en duda las afirmaciones de Largo de que todo había sido un complot para eliminarle de la dirección del partido. De hecho, cuando dimitió, Vidarte intentó disuadirle por todos los medios[45].

Las razones de Largo Caballero para su dimisión ilustraban las diferencias entre los dos grupos. A Vidarte le dijo que la ejecutiva debía ser siempre unánime, como «un organismo homogéneo de dirección férrea», lo cual estaba totalmente de acuerdo con su nueva defensa «bolchevizante» de una jerarquía centralizada del partido. Había también un elemento de aversión personal a la maniobra de Prieto. Los moderados, sin embargo, por muy preocupados que estuvieran por la unidad del partido, no pretendían asegurar la expulsión de sus oponentes, sino hacerles razonar, como se vio en los resultados inmediatos de la dimisión del presidente. El comité nacional pidió que, puesto que el 18 de diciembre reaparecía El Socialista, tanto Claridad como Democracia debían dejar de publicarse. Saborit aceptó la decisión, pero los caballeristas la ignoraron y empezaron una campaña feroz contra la dirección prietista del partido, pidiendo su dimisión. Esperando ver la implantación de un comité nacional totalmente caballerista, Claridad organizó un plebiscito extraoficial dentro del partido. La nueva formación de que eran partidarios los izquierdistas era la siguiente: Largo Caballero como presidente, Julio Álvarez del Vayo como vicepresidente, Enrique de Francisco como secretario, Wenceslao Carrillo como vicesecretario, Pascual Tomás como secretario de actas, junto con Luis Araquistáin, Ricardo Zabalza, Carlos Hernández Zancajo, Rodolfo Llopis, José Díaz Alor y G. Egido como vocales[46].

La dirección oficial condenó suavemente esta actividad divisoria y alzó la bandera de la unidad, afirmando que, con o sin Largo Caballero, el PSOE continuaba siendo el mismo partido que había realizado el levantamiento de octubre. Mientras Claridad publicaba declaraciones de apoyo a Largo Caballero, El Socialista, el periódico oficial del partido, dirigido por el seguidor de Prieto, Julián Zugazagoitia, intentaba disimular las diferencias. El 4 de enero, Zugazagoitia publicó una carta al vicepresidente del partido, Remigio Cabello, firmada por él, por González Peña, por Luis Jiménez de Asúa, por Juan Negrín y por otros destacados socialistas. La carta apelaba a la unidad del partido y a la disciplina y, mostrando que la revolución y la reforma o las tácticas legales y las ilegales no eran incompatibles, ofrecía una alternativa más democrática que las ambiciones monolíticas para el partido de los caballeristas. Cuatro días más tarde, Cabello respondió, lamentando el lenguaje divisivo que se había utilizado hasta entonces y declarando su compromiso por la unidad del partido con una base amplia. Con su carta se publicaban declaraciones de apoyo, especialmente de las secciones socialistas del norte, incluyendo las de Guipúzcoa y Teruel. El Socialista empezó entonces a publicar una larga serie de reportajes sobre los acontecimientos de octubre de 1934 y algunos relatos escalofriantes, y comprobables, de la represión. Generalmente, estos artículos se han considerado parte de la campaña electoral; sin embargo, lo más probable es que su principal objetivo fuese mantener a los prietistas a la altura de los militantes de base[47].

Es imposible establecer con precisión total cómo se dividía el apoyo a Prieto y a Caballero entre las masas socialistas o incluso hasta qué punto la base seguía la polémica. No hay duda de que los «bolchevizantes» hacían más ruido, y posiblemente por esto algunos escritores han creído que las masas estaban totalmente convencidas por la posición de Caballero[48]. Puesto que los caballeristas intentaban dividir el partido, no había razón para que moderasen su lenguaje. Dada la política conflictiva del bienio negro, las masas socialistas eran más susceptibles a la retórica revolucionaria, pero eran también conscientes de la necesidad de unidad. De hecho, las dos partes publicaron listas de las secciones que les apoyaban, pero eran contradictorias. Una determinada ejecutiva local no reflejaba necesariamente las opiniones de su base. Es casi seguro que todas las secciones locales tenían partidarios de los dos bandos. Según los caballeristas, la Agrupación Socialista Madrileña, por ejemplo, había votado por 1800 votos contra 600 a favor del comité de Claridad. Igualmente, el País Vasco y Asturias estaban firmemente a favor de Prieto.

La selección de candidatos para las elecciones de febrero hecha por las circunscripciones locales de los partidos indica que los «bolchevizantes» tenían menos apoyo del que afirmaban. El norte fue sólidamente proprietista en su elección. Los dos candidatos de Vizcaya fueron Prieto y Zugazagoitia. Asturias escogió a los héroes prietistas de octubre, Belarmino Tomás, Graciano Antuña y al presidente del SMA, Amador Fernández, entre sus siete candidatos. Levante era ambiguo. Alicante, por ejemplo, había eliminado a Manuel González Ramos como represalia por su colaboración en Democracia. Valencia, por otra parte, eligió a Manuel Molina Conejero, en la capital, y a Pedro García y García, por la provincia; ambos habían votado contra Largo Caballero en la reunión del 16 de diciembre, que había provocado su dimisión. El sur mostraba un apoyo creciente a los maximalistas del partido, pero todavía estaban lejos de tener el control total. Andrés Saborit no se presentó por Ciudad Real, como había hecho en 1933. Córdoba eliminó a Francisco Azorín, que había votado contra Largo el 16 de diciembre. Al mismo tiempo, Sevilla eligió a Víctor Adolfo Carretero, que también había votado contra Largo. Huelva, con un fuerte contingente de mineros socialistas, fue un caso interesante. La sección local no eligió a Ramón González Peña para la candidatura del frente popular, pero se presentó solo y fue elegido por tantos votos como la coalición. Jaén eliminó al besteirista Lucio Martínez Gil, pero mantuvo a los moderados Jerónimo Bugeda, Juan Lozano y Tomás Álvarez Angulo. Granada conservó a Fernando de los Ríos. Valladolid, sin embargo, parece haber sido sólidamente caballerista. Manuel Cordero y Eusebio González Suárez, que habían votado contra Largo, y Remigio Cabello, que se había abstenido, pero había mostrado su hostilidad a la bolchevización, fueron eliminados[49].

Hay datos que sugieren que los caballeristas, como incipientes leninistas, eran extremadamente activos y ruidosos en la política local del partido. Por eso parecen haber alcanzado un predominio en ciertas organizaciones locales del partido desproporcionado al apoyo con que contaban en la base, como lo muestra un análisis de los bastiones caballeristas de Madrid y Badajoz. La Agrupación Socialista Madrileña votó una candidatura que incluía a los izquierdistas más significados, que a su vez figuraban en la lista que había sugerido Claridad para la comisión ejecutiva. Sin embargo, junto con Largo Caballero, Álvarez del Vayo, Araquistáin, Hernández Zancajo y Enrique de Francisco, figuraban también como candidatos Julián Besteiro y Luis Jiménez de Asúa. Había 3039 miembros con voto en la agrupación. Como era de esperar, Largo quedó el primero de la lista, con 2886 votos; Besteiro figuró por poco, con 1157 votos en la segunda vuelta. Lo sorprendente fue que Jiménez de Asúa, que se había puesto de parte de Prieto, fuese el segundo. Pero incluso más asombroso para los caballeristas fueron los resultados de la elección. Había 13 candidatos del frente popular, entre ellos siete socialistas. Azaña fue el primero, con 224 928 votos, seguido por Besteiro, en segundo lugar, con 224 875. El siguiente entre los socialistas fue Jiménez de Asúa, en sexto lugar. Álvarez del Vayo, Araquistáin, De Francisco y Hernández Zancajo ocupaban, respectivamente, los lugares octavo, noveno, décimo y undécimo. Largo Caballero estaba el duodécimo, con 220 981 votos, por encima sólo del comunista José Díaz. El triunfo de Besteiro no puede explicarse afirmando que recibió más votos de la clase media. Los mismos barrios obreros que votaron a Largo le dieron más votos a Besteiro; los barrios de las clases altas les dieron muy pocos votos a los dos[50]. De hecho no hubo gran diferencia en términos numéricos, pero el éxito de Besteiro y de Jiménez de Asúa desmentía algunas de las afirmaciones más extremas de Claridad.

Badajoz presentó también un cuadro fascinante. La candidatura local del frente popular constaba de seis socialistas, cuatro republicanos y un comunista. La representación republicana era desproporcionada, puesto que, en 1933, los socialistas habían conseguido 139 000 votos y los republicanos 8000. Vidarte, el lugarteniente de Prieto, de Badajoz, creía que dos plazas serían suficientes para los republicanos, uno por la Izquierda Republicana y otro por la Unión Republicana. Sin embargo, la federación socialista local había incluido a dos republicanos más para excluir a dos besteiristas, Narciso Vázquez, pionero del socialismo en Extremadura, y Anselmo Trejo Gallardo, que, junto con Vidarte, se había encargado de la defensa de los aldeanos de Castilblanco. La candidatura socialista incluía a tres caballeristas, Ricardo Zabalza, Margarita Nelken y Nicolás de Pablo, y tres prietistas, Vidarte, José Aliseda Olivares y José Sosa Hormigo. Los caballeristas parecían ser más fuertes en la capital, mientras que Vidarte y Aliseda aparentemente contaban con el apoyo de los pueblos, como Don Benito y Llerena. La demostración de esto vino dada por el hecho de que consiguieran éstos que sus candidatos dieran votos tácticos a los candidatos del centro, asegurando así la derrota de la candidatura de derechas, incluso para los escaños reservados a la minoría[51]. Aunque se trataba de una jugada inteligente, no hubiera sido aprobada por los caballeristas.

Aunque para la selección de los candidatos del frente popular continuó la lucha interna por el poder en el PSOE, la participación de los caballeristas en la coalición fue una victoria para Prieto y, desde luego, para Jacques Duclos. Las dos concepciones principales de la alianza electoral, la de Prieto y Azaña y la de la Komintern, se unieron de este modo, aunque no fuese sin sacrificios por parte de los grupos obreros. Las negociaciones para un programa conjunto continuaron entre los representantes de Izquierda Republicana, Amós Salvador; de la Unión Republicana, Bernardo Giner de los Ríos, y del PSOE, Vidarte y Cordero. De hecho, los dos socialistas representaban también a los comunistas, a los sindicalistas disidentes de Angel Pestaña y al POUM, así como a la UGT y a la FJS. En un principio, los republicanos intentaron limitar sus negociaciones al PSOE. Vidarte y Cordero habían pedido que al menos la UGT estuviese representada. Fue Caballero el que, a regañadientes, ofreció la solución sugiriendo que los dos delegados del PSOE representaran a todos los grupos de la clase obrera.

Había un acuerdo de base sobre la necesidad de amnistía política, la restauración de los derechos individuales y el restablecimiento de la legislación social de las Cortes constituyentes. Los socialistas hubieran querido un programa como el redactado por Prieto en enero de 1934, pero los republicanos se negaban a aceptar el control obrero de la industria y la nacionalización de la tierra y de la banca. De hecho parece que fueron los comunistas, que ya intentaban atraerse a la pequeña burguesía, los que vencieron la resistencia de Largo Caballero a aceptar estas limitaciones. Al PCE le preocupaba que la intransigencia de Largo provocase la retirada de alguno de los grupos republicanos que quedaban en la coalición. Sánchez Román se había negado a participar en una alianza con los comunistas. Finalmente, el pacto firmado el 15 de enero de 1936 difícilmente hubiera podido ser más tibiamente reformista. Lógicamente tanto enfureció a los trotskistas que no habían entrado en el POUM como tranquilizó a Miguel Maura y a Manuel Portela Valladares[52].

Puesto que Prieto tenía que mantener la ficción de estar en el exilio, el peso de la parte socialista en la campaña electoral cayó especialmente sobre Largo Caballero. Sus dos temas principales fueron la necesidad de unidad proletaria y de transformación de la sociedad capitalista. Presentados con una retórica aparentemente revoluciona, encantaron a sus audiencias de la clase obrera por toda España. En determinado momento, el 11 de febrero, habló al lado de José Díaz en un mitin conjunto del PSOE y del PCE sobre el tema de la unidad. De hecho, ambos oradores entendían por unidad que sus organizaciones se hicieran con el control de todo el movimiento de la clase obrera. Además, cuando Largo declaró su empeño por un cambio social completo, dejó claro que él veía la revolución como algo del futuro. Así, mientras insistía en que la sociedad capitalista difícilmente podría cambiarse de forma fundamental por medio de la democracia capitalista, subrayaba también que esto no significaba una revolución inmediata, sino simplemente que la clase obrera debía prepararse a largo plazo para el futuro momento revolucionario. Aunque reiteraba que los socialistas no abandonaban su decisión de introducir cambios sociales radicales, declaró también que cumplirían sus compromisos de apoyo al gobierno republicano hasta que se realizase el programa mínimo del 15 de enero[53].

La izquierda consiguió un triunfo notable en las elecciones de 16 de febrero. La forma en que los socialistas seleccionaron a sus candidatos para las elecciones, la naturaleza de la campaña propagandística de Largo Caballero y el éxito obtenido en las urnas sugieren varias cuestiones importantes sobre el movimiento socialista a principios de 1936. En primer lugar, la política beligerante y revanchista que había seguido la coalición radical-cedista había acelerado el giro hacia la izquierda del PSOE. Las candidaturas para las elecciones mostraron que, mientras Besteiro parecía conservar su tremenda popularidad personal en Madrid, su sección reformista dentro del partido había perdido apoyo considerablemente, sobre todo en el sur rural. Sin embargo, aunque la sección más derechista del PSOE estuviese en decadencia, el partido parecía dividido entre los seguidores de Prieto y los de Largo Caballero, sin que la balanza se inclinara definitivamente a favor de ninguno de ellos. En cualquier caso, la base socialista no mostraba estar demasiado enterada de la polémica que dividía a la dirección. El futuro era, por tanto, problemático. Prieto se había comprometido a intentar reconstruir la república progresista del primer bienio. Incluso Largo había manifestado sus esperanzas de que la victoria electoral marcase el principio de un período de paz social[54]. El que la radicalización militante de las masas socialistas pudiese detenerse por medio de una política inteligente y de amplias miras dependía de la reacción de la derecha. Sin embargo, su conducta entre 1931 y 1935 no indicaba que fuesen a adoptar la postura tolerante que hubiese permitido a Largo Caballero arriesgarse a perder popularidad predicando la moderación a sus seguidores.