El centelleo de las lejanas estrellas
Impasible iluminaba el recodo del camino.
La senda el Monte de los olivos bordeaba
Y por debajo de él el Cedrón discurría.
Se interrumpía a la mitad el prado.
Tras él la Vía Láctea empezaba.
Canosos olivos plateados a lo lejos
Por el aire trataban de avanzar.
Al fondo estaba el huerto de una hacienda.
Dejando tras el muro a los discípulos
Les dijo Él: «De muerte afligida está mi alma,
Quedaos y permaneced aquí conmigo en vela.»
Renunció sin ofrecer oposición,
Como a las cosas prestadas se renuncia,
A la omnipotencia y a la taumaturgia,
Y era ahora como nosotros un mortal.
El espacio nocturno parecía
Tierra de destrucción e inexistencia.
Deshabitado estaba el universo
Y sólo el huerto era lugar en que habitar.
Y contemplando esas profundidades,
Negras, vacías, sin principio ni fin,
Para que ese cáliz la muerte evitar
Lograra, sudando sangre a su Padre rogó.
Aliviada su mortal angustia
Con el rezo, la cerca atravesó.
Por el sopor vencidos los discípulos
En los estipes del camino dormitaban.
Los despertó y les dijo: «Para estar conmigo
Os eligió el Señor, pero vosotros os dormisteis.
La hora del Humano Hijo ha sonado.
En manos de los pecadores se ha de entregar.»
Apenas hubo hablado, no se sabe de dónde
Surgió un tropel de vagabundos y de esclavos,
Antorchas encendidas, espadas y al frente de ellos
Con el beso traidor en los labios Judas.
Con la espada Pedro a los rufianes se enfrentó
Y a uno de ellos una oreja le cortó.
Pero oye decir: «El hierro nada puede resolver,
Retorna, hombre, tu espada a su lugar.»
De haber querido, habría mi padre
Multitud de aladas legiones enviado.
Y sin llegar tan siquiera a rozarme
Se habrían los enemigos dispersado.
Pero el libro de la vida a la página
Más preciosa y más sagrada llegó.
Ahora lo que está escrito deberá cumplirse
Pues que se cumpla de una vez. Amén.
El curso de los siglos como una alegoría es
Y ves que sobre la marcha puede arder.
En nombre de tu terrorífica grandeza
Entre tormentos voluntarios a la tumba bajaré.
Bajaré y el tercer día me levantaré,
Y lo mismo que descienden por el río las balsas,
A que los juzgue, como caravana de barcazas,
De las tinieblas los siglos hacia mí emergerán.