En los hotelitos de Moscú
La primavera irrumpe sin reparo.
Tras el armario se dispersa la polilla
Y se desliza por los sombreros de verano.
Los abrigos en los baúles se guardan.
En los anaqueles de madera
Se alinean las macetas
Con pensamientos y alhelíes,
Y se respira aire libre en las estancias
Y a polvo huelen las buhardillas
Y la calle habla familiar
Con el cegato marco del ventano,
Y la blanca noche y el ocaso
No aciertan a entrecruzarse junto al río.
Y en el balcón corrido de la casa,
Se deja oír lo que sucede alrededor,
Lo que a las gotas del deshielo
Le dice abril, de múltiples historias sabedor
Sobre las penas de la humanidad,
Y el alba en los cercados se congela
Como si se quisiera eternizar.
Y se entremezclan el fuego y el pavor
Tanto fuera como dentro del hogar,
Y por doquier el aire está fuera de sí,
Y por doquier las mismas ramas de los sauces,
Y por doquier los blancos brotes que revientan,
Lo mismo en las ventanas que en los cruces,
Lo mismo en los talleres que en las calles.
¿Por qué llora la lejanía entre la bruma,
Y desprende el mantillo amargo olor?
Esa es mi vocación precisamente
Que las distancias no sientan la nostalgia,
Que tras los límites de la ciudad
No domine a la tierra la melancolía.
Para eso, al comenzar la primavera
Se reúnen conmigo los amigos,
Y nuestras veladas son como una despedida
Y como nuestro testamento los banquetes,
Para que el secreto poder del sufrimiento
La frigidez de la existencia calentar logre.