Era invierno.
Soplaba el viento de la estepa
Y el recién nacido tenía frío en la gruta
Que al pie del altozano se abría.
El aliento de un buey le calentaba.
Los animales domésticos
Dentro de la cueva estaban
Y sobre la cuna un cálido vapor flotaba.
Sacudiendo el polvo de sus lechos
Y de los granos de mijo las zamarras,
Desde el peñasco entre sueños los pastores
La nocturna lejanía observaban.
A lo lejos veíanse el cementerio y el nevado
Campo, cercados, lápidas sepulcrales,
Lanzas de carros semienterradas en la nieve
Y el estrellado cielo el camposanto tapizando.
Y al ladito, hasta entonces ignorada,
Tímida como una diminuta lamparilla
Que en el ventanillo de una caseta ardiera
El camino de Belén una estrella señalaba.
Como un pajar flameaba,
Lejos de Dios y del cielo
Cual resplandor del incendio
De un caserío al arder y un granero en combustión.
Como las llamas de un almiar se elevaba,
Como del heno y de la paja el fuego,
En medio del universo estremecido
Ante la inesperada aparición de aquel lucero.
La incipiente aurora enrojecía sobre él,
Significando todo ello que algo iba a acaecer,
Y se apresuraban tres astrólogos
A la llamada de tan nunca vista luz.
Les seguían camellos de presentes cargados
Y diminutos enjaezados borriquillos
Que paso a paso del cerro descendían.
Y la extraña visión de un cercano porvenir
Mostraba a lo lejos lo que sin duda sucedería.
Los pensamientos seculares, los sueños y los mundos,
El futuro de las pinacotecas y museos,
Las travesuras de las hadas,
los quehaceres de los magos.
Los árboles de Navidad, de la chiquillería los sueños.
El temblor de las bujías encendidas,
Las cintas de colores y el oropel florido…
… Sopla feroz el viento de la estepa…
… Balancea las manzanas y mueve los dorados globos.
Parte del estanque, las copas de los alisos
La ocultan, pero a través de los nidos
De los cuervos y el follaje el agua vuelve a brillar.
Y ven perfectamente los pastores como por la orilla
Los asnos y los camellos avanzan en un lento caminar.
—Vayamos todos juntos al prodigio a adorar—,
Dijeron, aprestándose las zamarras a arrebujar.
Del chancleteo por la nieve entraron en calor.
Por el claro del bosque, como la mica brillantes,
Unas desnudas huellas conducían al «portal».
Gruñían los mastines, a la luz que de la estrella,
Cual llama de una bujía, las huellas reverberaban.
La helada noche un cuento asemejaba,
Y desde el talud por la nieve formado,
Un invisible ser en sus filas penetraba.
Inquietos y temerosos, junto a sus amos los canes
Se revolvían, cual si una desgracia olfatearan.
Por ese mismo camino, por ese mismo lugar,
Con la multitud mezclados, unos ángeles marchaban.
Incorpóreos, para todos invisibles resultaban,
Pero en la nieve sus huellas era imposible ocultar.
Al pie del roquedal, la multitud se acumuló.
Alboreaba. Se perfilaban de los cedros los troncos.
—¿Y vosotros, quiénes sois?, María preguntóles.
De pastores una tribu somos, y mensajeros celestiales.
A cantaros venimos alabanzas a ambos.
—Todos juntos no cabéis. A la entrada esperad.
En las cenicientas sombras del amanecer,
Apretujábanse arrieros y ovejeros.
Disputaban con los jinetes los viandantes,
Junto al ahuecado tronco que era abrevadero
Mugían los camellos y coceaban los asnos.
Alboreaba. El amanecer, como polvillo de ceniza,
De la bóveda celeste, las últimas estrellas despejaba,
Y de entre la muchedumbre, únicamente a los Magos
Por el hueco de la roca dióles entrada María.
Dormía radiante todo él en su cunita de encina,
Como un rayo de luna, en el hueco del tronco
En lugar de unas pieles, del frío le guardaban
Los ollares de un burrito y de un bueyecillo el aliento.
En la oscuridad del establo envueltos,
De pie los visitantes palabras sueltas mascullaban.
De pronto, alguien, saliendo de la oscuridad
Por la izquierda de la cuna, apartó con la mano a un Mago,
Y este, desde el umbral, en la Virgen se fijó,
Viendo como ella la estrella de Navidad contemplaba.